Ciencias

Los niños invisibles: los plazos de Lucía, o la costumbre de posponer lo que tememos

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Ilustración: Trinidad Ballester.

No hay ninguna prisa. Tienes todo el tiempo del mundo durante los próximos cinco minutos para hacer tu elección.(Milton Erickson. La ilusión de alternativas).

Cuanto más tardes en escucharme será peor, ¿Crees que para mí es agradable hacer esto? Siempre te digo lo mismo, pero ¡como nunca me haces caso!…

¿Que no me puedes atender ahora? De acuerdo, puedo volver más tarde… pero si espero que seas tú quien me llame, ya puedo esperar sentado, llevamos años así… ¡Vale, ya me largo! Pero antes déjame decirte algo. ¡Siento tanto que tiembles cuando aparezco, lamento que sientas ese terror! Me duele que huyas.

Siempre me dejas con la palabra en la boca… no te estremezcas, solo que si no te lo digo reviento. Tienes que detenerte a pensar las cosas y además es mi obligación, estoy aquí para eso… Pero ¡espera!…

Te conocí cuando tenías cinco años, estabas en el comedor de la casa, tu tío te había llamado para que saludaras a unos vecinos, acababas de llegar del colegio y, aunque todos sonreían, la situación te pareció solemne. Tu tío te pidió que dijeras tu nombre, entonces enmudeciste, simplemente lo olvidaste, permaneciste allí de pie ante aquellos extraños examinadores. Su orden operó ese milagro en ti: una catatonia incapacitante que te impedía recordar qué querías decirle cuando hablabas con él. Yo intenté ayudarte, te decía tu nombre, te lo susurraba bajito detrás a la oreja… Lucía, Lucía… A ti te pareció que sufrías una alucinación, que estabas oyendo voces, ¡hasta yo mismo me asusté viendo tu cara! Y ese fue nuestro primer encuentro.

Desde entonces te dedicaste a esquivar cualquier contacto conmigo. Siempre me consideraste como tu enemigo. Pero el asunto se complicó: primero evitabas las eventuales ocasiones, después otras situaciones previas que acababan en una posibilidad de contacto y así, poco a poco, te fuiste alejando. Al final aprendiste a vivir sin exponerte, a evitar todo riesgo, y justamente eso es el origen de tu sufrimiento, cuando yo lo único que quiero es ayudarte.

Me morí muy joven y os abandoné a ti y a tu madre demasiado pronto. Me quedaron muchas cosas por decirte, muchos mensajes de amor interrumpidos que quedaron vagando por el aire sin encontrar un punto de destino. No pude despedirme de ti y poco a poco el amor fue sustituido por el miedo. Todo fue abrupto y prematuro, nadie pudo prepararse y una parte de ti decidió intuitivamente que habitara tu cuerpo, que me constituyera en tu memoria, en realidad soy tu temblor. Por eso vuelvo cada instante que puedo, cada vez que te veo sola.

Mi aspecto fantasmal monstruoso, que evitas cada noche en tu habitación o cada momento en el que quedas sola, es el resultante del número de veces que me apartas de ti.

Aplazar asuntos es un modo momentáneo de omitir información (1). Supone un mecanismo adaptativo básico que tenemos para gestionar la realidad. Normalmente pensar sirve para reducir la ingente cantidad de información que el mundo nos proporciona y necesitamos priorizar, posponer e incluso olvidar algunos asuntos. Hay cosas que se arreglan en el cajón de los temas olvidados. Tiempo después y al revisar el escritorio recuperamos aquello que olvidamos arreglar, mejor dicho, temas que solucionó el tiempo. En definitiva, aplazar es una tarea normal en el ámbito de la planificación. La dificultad sobreviene cuando abusamos de esta estrategia.

Los secretos tienen que ver con este aplazamiento. El mensaje vergonzante se aloja en la cripta, la parte de la memoria subconsciente más oculta, que custodia la información delicada. Sin embargo, el ser humano no está diseñado para olvidar de modo permanente. Con el tiempo, el secreto sale a pasear manifestándose en forma de actos fallidos o lapsus lingüísticos (2). Es decir, que el secreto se convierte en fantasma y en ocasiones realiza su travesía y se manifiesta en el gesto incongruente de su anfitrión, en la interrupción de su respiración y en movimientos corporales anómalos de la persona que delatan la ocultación.

Posponer es vecino de olvidar. Aplazar lo que nos da miedo acrecienta el temor, porque nos lo saca de la imaginación y normalmente los problemas en la vida vendrán del área negada, olvidada o pospuesta.

Se pueden aplazar tareas concretas e incómodas como planificar la asistencia al gimnasio para el inicio del curso próximo. Pensar en ponerse a estudiar para los exámenes a partir del mes que viene. Jurarnos a nosotros mismos que tenemos que dejar el tabaco, pero no ahora mismo con el lío de ocupaciones que tenemos, sino más adelante. Y también se pueden aplazar asuntos como conocer la parte de nosotros mismos que más nos asusta.

Lo aplazado se deforma y se monstruiza, y eso ocurre porque va creciendo sin nuestra supervisión cotidiana; cuando se manifiesta lo hace con las transformaciones que le ha dado el tiempo y eso lo hace irreconocible para nosotros porque ocurrieron a nuestra espalda alimentando nuestra Sombra (3).

Entre el mar
de las voces
desconocidas
se eleva
como una plegaria
hacia las ventanas
oscuras
donde su lamento
solivianta
el sueño.

(Trinidad Ballester)

En ocasiones, utilizamos comportamientos que posponen el contacto con lo que tememos. Estos trances hipnóticos negativos nos sirven para evitar tomar contacto con lo que tenemos que resolver. Este es el patrón básico de muchas adicciones: una desviación de la atención de lo esencial a lo secundario porque posponer tiene que ver con la sensación de no estar preparado para afrontar lo importante. Es como si prefiriéramos poner toda la atención en una afición banal, en lugar de conocernos a nosotros mismos, o de estar en contacto con la experiencia profunda que tenemos del mundo, o de compartir la vida con los nuestros. Algunas personas prefieren trabajar hasta la extenuación, o consumir sustancias tóxicas, o seguir desaforadamente a ídolos del deporte, antes que afrontar un tiempo de contacto consigo mismas.

En consecuencia, el proceso de solución pasa por integrar lo olvidado, por exponerse a lo temido en las dosis adecuadas. En definitiva, por evitar evitar situaciones de riesgo. También puede ser útil representar lo que nos atemoriza: escribir sobre el propio objeto temido, pintarlo o esculpirlo, de modo que podamos externalizarlo. Imaginar primero y experimentar después (4). Sostener la situación que nos asusta, en las dosis adecuadas, es el objetivo contra el aplazamiento que se torna interminable. Porque, como decía el clásico aforismo romano de medicina: «El veneno no es la sustancia sino la dosis».

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(1) Generalizar, Eliminar y Distorsionar son las tres operaciones psicolingüísticas que realizamos para elaborar mapas de la realidad. En Bandler. R.; Grinder, J. (1994): La estructura de la magia. Vols. I y II. Santiago Chile: Cuatrovientos.

(2) Schützenberger, A. (2002): ¡Ay, mis ancestros!. B. Aires: Edicial.

(3) Bly, R. (1994): Iron Jhon (Juan de Hierro). Madrid: Gaia.

(4) Ortín, B. (2013): La vida es imaginada. Sevilla: Jot Down.

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