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Aleksandr Mostovói: «El futbolista soviético ganaba dinero, pero no tenía en qué gastarlo»

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Esta entrevista fue publicada originalmente en nuestra revista trimestral número 21

Nos encontramos en un café del centro de Moscú, donde ya empiezan a caer las primeras nieves. Aleksandr Mostovói viste camisa y americana, y no ha renunciado ni a las greñas ni al fútbol. Hablamos de su vida, de sus inicios en un campo de hierba en una pequeña ciudad a las afueras de la capital rusa, de la eliminación del Nápoles de Maradona, de su salida del Spartak y de aquel Celta que marcó una época. El delantero ruso nos habla de una manera de entender el deporte y el fútbol made in la URSS, de largos desplazamientos del equipo en tren y de futbolistas que jugaban en la Champions y no tenían coche. Una forma de entender este deporte que, para bien o para mal, se ha perdido para siempre. También le pregunto por el convulso siglo xx que vivió su país y el final de aquel experimento que fue la Unión Soviética. Por sus respuestas, me queda una cosa clara: la patria de Sasha es el fútbol. Tras casi tres horas de charla, nos retiramos. «¿Habéis venido con Aleksandr Mostovói? No os preocupéis, lo ha pagado todo él». Las nieves ya empiezan a caer en Moscú.

Tú naces en Lomonósov, en Leningrado, ¿qué recuerdas de aquellos primeros años?

La verdad es que no mucho, porque viví allí solo hasta los cinco o seis años. Mi madre y mi abuela materna eran de Leningrado, mi abuela de hecho falleció hace un par de años allí. Al cumplir los dieciocho años, a mi padre le tocó hacer el servicio militar en la ciudad, y así fue como conoció a mi madre.

No me acuerdo mucho de aquello, sobre todo tengo recuerdos de cuando era más mayor y mis padres y yo íbamos a visitar a mi abuela. Hasta los catorce años íbamos a veces de visita en tren, pero luego, con los años, cuando empecé un poco a jugar bien, ya fui pocas veces, no había mucho tiempo. De lo que sí que me acuerdo muchísimo es de los palacios y jardines de Peterhof, que están al lado de San Petersburgo. Nosotros vivíamos a cinco minutos de allí y era un lugar precioso, íbamos a pasear muchas veces.

La Gran Guerra Patria, que es como se conoce la Segunda Guerra Mundial en Rusia, dejó víctimas en muchas familias del país. ¿Tus abuelos lucharon en ella?

A mi abuela materna la afectó, claro. En cuanto a mi abuelo paterno, nunca he escuchado en mi familia hablar de él. Ella estuvo en el cerco de Leningrado, cuando los nazis bloquearon la ciudad durante casi tres años. La verdad es que no sé muchos detalles, porque en mi familia no hablábamos de este tema y no sé si hay mucha gente que hable de ello, pero mi abuela sobrevivió, y eso es lo importante. De todos modos, te puedo decir que ni yo, ni mi madre, ni mi padre hablamos nunca entre nosotros de este tema, y menos todavía de lo que vivió mi abuela. Además, yo tampoco visité muchas veces San Petersburgo ya de adulto y cuando iba a verla ella ya estaba mayor y no sacábamos el tema.

Y cuando llegasteis a Moscú, ¿dónde vivisteis?

Nos mudamos a una ciudad bastante grande a las afueras de Moscú, cerca del aeropuerto de Sheremétievo, que se llama Lobnya. La mudanza fue cosa de mi padre, él era electricista y en tiempos de la URSS la gente se movía mucho. Además, mi padre jugaba muy bien al fútbol, y lo llamaban para jugar de aquí y de allí, de diversos equipos no profesionales. Finalmente se fue para Lobnya, aunque la verdad es que no sé por qué exactamente nos quedamos a vivir allí y no en otro sitio, tampoco es algo que le preguntara nunca a mi padre, algún día se lo preguntaré. Lo que sí sé es que en Lobnya había un equipo bastante bueno en el que jugó mi padre.

En la época de la URSS los futbolistas no eran profesionales, no existía ni siquiera esta palabra. El día a día de los jugadores era trabajar, entrenar y jugar. Si después te cogían en un equipo grande como el Spartak de Moscú o el Dinamo de Moscú, entonces sí, ahí sí que ya se les podría llamar profesionales, pero, si no, ni pensarlo. Mi padre jugaba muy bien, eso sí que te lo puedo decir yo, que he sido futbolista y que lo he visto jugar… y te puedo decir que él sigue jugando ahora, con setenta y un años, y lo hace bien.

Mira, un día pasó una cosa curiosa con él. Cuando yo ya jugaba en el Celta, él siempre venía a verme y un día fuimos a un torneo en Vigo. Me habían invitado a ir y jugaban los directivos del Celta contra otro equipo. Yo les dije que mi padre podía jugar con ellos, además conocía a Atilano Vecino, que era exjugador y jugaba con ellos. Él era el único que sabía que mi padre era exfutbolista. Después del partido muchos me preguntaban que quién era, que dónde había jugado… Cuando les dije que era mi padre, no se lo podían creer. Piensa además que yo tenía treinta años y él cincuenta y pico. Jugó como un chaval y los dejó alucinados, se pensaban que había jugado en algún equipo profesional, pero qué va.

¿A qué se dedicaba tu madre?

Trabajó muchos años de peluquera, aunque desde que empecé a ser futbolista profesional ella ya solo trabajó en casa, porque ya no hacía falta aquel salario. Creo que lo dejó definitivamente cuando firmé mi primer contrato con el Benfica, yo tenía unos veintiuno o veintidós años. De todos modos, siguió teniendo a sus clientas y, si querían, venían a casa, les cortaba el pelo, de hecho hasta el día de hoy todavía lo hace.

¿Qué tal te iba en el colegio, había alguna asignatura que te gustara más que las otras?

Bueno, había más cosas que no me gustaban que las que me gustaban, por ejemplo, Física y Química, aquello no era para mí, pero lo peor era la asignatura de Historia del Partido Comunista de la URSS. Era horrible. Teníamos que estudiar un tocho donde salían el Congreso XI, el Congreso XII… así hasta veintipico congresos de los que tenías que memorizar qué conclusiones hubo, quién dijo qué, qué temas se abordaron… y eso, ¿para qué? Aquello no iba a ningún lado.

De pequeño tocabas el acordeón…

¿Yo? [risas] ¿De dónde has sacado eso? Eso fue algo raro, antes no era como ahora, que puedes elegir lo que quieras como actividad extraescolar. Antes no había tanta variedad. Cuando hacía buen tiempo jugábamos a fútbol, en invierno, a hockey, y aparte podíamos tener clases de piano o acordeón. Para que no perdiera el tiempo en tonterías, mis padres me dijeron que tenía que ir a clases de acordeón por las tardes. Fui unas cuantas veces, pero cuando estás allí intentado tocar el acordeón y no te sale, y ves por la ventana a tus amigos jugando al fútbol… al final mandé a hacer puñetas el acordeón, aguanté un mes o dos, no más. Incluso mi padre me compró un acordeón pensando que iba a practicar, y de hecho estuvo por casa hasta que tuve veinte años, no sé si se lo regaló a alguien o qué hizo con él, pero años después el acordeón seguía dando vueltas por casa.

Imagino que tu padre se cabrearía contigo…

No, por esas cosas no se enfadaba. Mi madre y mi padre nunca se pelearon por qué era lo que tenía que hacer su hijo, muchos padres discuten porque uno quiere enviarlo a un sitio y el otro, a otro, pero yo tuve mucha suerte, y con once o doce años, cuando empecé a jugar a fútbol más en serio, mis padres vieron claro que yo, aparte de que jugaba muy bien, iba a llegar a hacer algo importante, a ser profesional, aunque ya te digo que en aquella época esta palabra no existía. Igual por eso nunca escuché ningún reproche de ellos; por ejemplo, cuando yo jugaba a fútbol o hockey con mis amigos en el barrio, nunca escuché a mi madre gritarme desde el balcón: «¡Sasha, deja esa tontería y ven para casa!», nunca.

Por parte de mi padre, era impensable que a él le pareciera mal. Él jugaba a fútbol y estaba encantado. Con once, doce, trece años, yo ya era muy bueno, lo que pasa es que, como vivíamos en la URSS, no podían pensar que jugaría en el Spartak. Si dos años antes de dar el salto al Spartak me dicen que yo iba a jugar en aquel equipo, les hubiera dicho que estaban locos, y mucho más si me dicen que llegaría a jugar en el extranjero, porque eso era directamente imposible, con el comunismo éramos un país totalmente cerrado. Nunca pensé en eso y me imagino que mis padres tampoco, porque además ellos vivieron un periodo de la URSS todavía más difícil.

En tu biografía, Diez años sin el 10, de Rafa Valero y Víctor López, se cuenta que aquella época echabas las tardes en el cine, en la Casa de la Cultura de la ciudad…

Sí, ponían una película los domingos a las ocho de la tarde. Había una sola Casa de la Cultura en cincuenta kilómetros a la redonda y para ver una película venían niños de todas partes, a una sala que tenía capacidad solo para cuarenta personas. Lógicamente, había peleas para entrar, y luego entre los que conseguían entrar y los que se quedaban fuera [risas], aquello era increíble.

Cuando estábamos viendo la película, genial, todos nos lo pasábamos bien, pero cuando faltaban diez o quince minutos para que se acabara ya estábamos pensando en cómo íbamos a salir y con quién nos íbamos a cruzar. Íbamos en grupitos, con niños de cada pueblo, y con unos te llevabas mejor que con otros, y todos nos encontrábamos en la Casa de la Cultura. Además, también había chicas por ahí y eso siempre, pues… podía generar algunos conflictos… así que siempre teníamos peleas garantizadas.

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¿Cómo te iniciaste en el fútbol?  

Jugaba con mis amigos del barrio y tuve la suerte de que en mi clase, en el colegio, muchos niños también jugaban a fútbol y hockey, y nos pasábamos todo el día jugando juntos. Aunque había compañeros mejores que otros, al final hicimos nuestro propio equipo y empezamos a competir en pequeños torneos.

Nuestro entrenador era el padre de uno de los que estudiaban conmigo, también jugaba con mi padre y lo combinaba con su trabajo. Así fue como empezamos. Yo entonces ya destacaba y, cuando jugábamos, siempre ganábamos, porque de niño casi que podía ganar solo los partidos [risas]. Les decía a mis amigos: «Vosotros os ponéis todos atrás, le pegáis al balón para arriba cuando podáis, lo más lejos posible, y yo lo hago, yo lo arreglo todo». Entonces jugábamos con diez atrás y yo arriba solo, los diez cerrados recuperaban, le pegaban para arriba, y yo driblaba y marcaba.

No teníamos ni vestuario ni botas. Lo que sí que teníamos en nuestra ciudad era un campo, eso sí, que además estaba al lado de casa. Era un campo de hierba, donde jugábamos nosotros y también jugaba el equipo de mi padre. En aquellos tiempos un campo de hierba era raro de ver, incluso cuando empecé a jugar con el Spartak teníamos campos de tierra.

Y en invierno jugabais a hockey.

Sí, la misma historia, con la misma clase, con los chavales de dos años diferentes, todos juntos. Jugábamos en invierno y también era una historia parecida. Ellos defendían y yo me iba para arriba solo. Pero eso era cuando jugábamos en nuestro barrio y nos enfrentábamos a equipos de la región… Cuando íbamos a Moscú la cosa era diferente, Moscú es demasiado grande, ahí ya no podía ganar yo solo [risas]. Y eso también nos pasaba con el fútbol, pero con el hockey era especialmente difícil porque donde vivíamos no había pistas de hielo cubiertas y en Moscú sí que las había. Eso es importante, porque jugar a hockey sobre hielo en pistas descubiertas y cubiertas es muy diferente. Nosotros solo podíamos entrenar en invierno, y ellos, en cambio, tenían todo el año; además, la textura del hielo cubierto es distinta. En mi equipo había algunos que no sabían patinar muy bien, y cuando nos tocaba enfrentarnos a equipos de Moscú nos metían diez y para casa. Cuando jugábamos a fútbol no lo tenían tan fácil.

¿Cuándo ves que la cosa se pone seria con el fútbol?

Me acuerdo muy bien del momento. En verano, por casualidad, a Lobnya vinieron los equipos juveniles del CSKA de Moscú y el Dinamo de Moscú a hacer su stage de verano. El caso es que se enteraron de que en la ciudad había también un equipo de niños, que era donde yo jugaba, mi padre también estuvo hablando con ellos, y al final quedamos y jugamos un partido con los del Dinamo de Moscú, teníamos unos catorce años.

Yo sabía que eran del Dinamo y pensaba que nos iban a meter una paliza, pero salimos al campo y les metimos 4-1, además yo marqué tres goles. Los entrenadores se quedaron alucinados, no entendían que unos niños de un colegio, con un chico que no sabían ni quién era, les acabaran de meter cuatro goles. Jugaban el campeonato de Moscú y no perdían ni un partido, y fueron a Lobnya y les dieron una paliza.

Cuando salimos al campo la táctica fue la de siempre, les dije a mis compañeros: «Mirad, vosotros le pegáis para arriba y yo lo hago todo». Después del partido, el entrenador del Dinamo se me acercó y me dijo: «Sasha, ¿a ti quién te lleva?». Y yo le dije, bueno, si quieres hablar con alguien, ahí está mi padre. Estuvieron hablando un buen rato y quedaron en que yo iba a ir a entrenar con el Dinamo de Moscú.

Pero, claro… yo de pequeño, no sé, no me gustaba el nombre del Dinamo. En aquella época, el Dinamo era el equipo de la policía, el CSKA, el de los militares, y el Spartak, el del Gobierno, y a mí y a mis amigos nos gustaba el CSKA de Moscú. De todos modos, mi padre me dijo que a la semana siguiente iba a empezar a entrenar con el Dinamo de Moscú, pero yo le dije que no, que no iba a ir. No se lo podía creer: «¿Cómo que no vamos? ¡El entrenador quiere verte!». Al final quedó mi padre con el entrenador un martes a las 16:00 y yo no me presenté. Me escapé y me fui por ahí.

Dejaste plantado al Dinamo de Moscú y acabaste en el CSKA.

Cuando mi padre jugaba, después de cada partido, siempre se quedaba con sus compañeros tomando algo y charlando. Un día les explicó que no me había presentado al entrenamiento del Dinamo y uno de su equipo le dijo que tenía un conocido en el CSKA, al parecer era un jugador.

Luego, mi padre llegó a casa, se me acercó y me dijo: «Mira, he hablado con un amigo y mañana vamos a ir para que entrenes en el CSKA». Yo le dije: «¡Al CSKA sí que voy!» [risas]. Fuimos al entrenamiento juntos y ya está, desde el primer día el entrenador me dijo que tenía que ir a jugar con ellos.

Todo salió bien, pero había un problema, y es que yo vivía muy lejos de Moscú y antes no era como ahora. Para ir al entrenamiento, solo de ida, tenía dos horas y media. Primero tenía que coger un bus, luego un tren de cercanías, luego corría un poco hasta el tranvía, luego a correr otra vez… Además, tampoco podía ir todos los días, porque seguía estudiando. El entrenador lo entendió y me dijo que no tenía que ir a los entrenos, pero que no me podía perder ningún partido.

Como los domingos no estudiaba lo tenía más fácil, me levantaba temprano, iba a Moscú, jugaba y me quedaba allí todo el día. Luego volvía a casa y llegaba sobre la medianoche. El problema era que podían pasar dos semanas sin que fuera a entrenar y entonces jugaba con mis amigos en el barrio, aunque después de empezar a jugar con el CSKA ya no era lo mismo con ellos, porque yo me lo empecé a creer y mis amigos del cole también me veían como a una estrella. Desde entonces ya supe cómo era jugar al fútbol de verdad. Con mi equipito del barrio me hinchaba a hacer goles yo solo, pero en el CSKA era uno más.

¿Y cómo pudiste aguantar aquel ritmo?

Yo creo que por algo que tenía dentro, porque ni siquiera ahora puedo entender cómo pude aguantar y no lo dejé. Seguía porque no podía vivir sin el balón. Habría que preguntarles a mis padres cómo me podía levantar para ir a entrenar, no sé de dónde sacaba la energía, pero lo conseguí.

De hecho, pasaste por un internado del club.

Cuando mis padres vieron que estaba totalmente agotado, que llegaba a las doce a casa sin haber cenado y que luego tenía que estar a las ocho de la mañana en el colegio, que me dormía en las clases, hablaron con el CSKA y en el centro de Moscú, al lado de donde entrenábamos, había un internado donde sobre todo vivían chicos y chicas deportistas. El internado estaba pensado para que los que vivían lejos se pudieran quedar allí a dormir y me metieron allí.

Pero pasó una cosa un poco rara que solo entendí después. Allí no solo vivían niños deportistas, también había niños huérfanos y de familias que tenían problemas, había de todo, niños buenos… pero también malos. Así que todos los días había peleas.

Mis padres tampoco lo sabían, y de hecho solo estuve en ese internado unos tres meses. Un día me vinieron a visitar, vieron cómo era aquello y me sacaron de allí. Se ve que el edificio para los deportistas era el de al lado. Yo tenía unos trece años y, en el fondo, a mí me daba igual, porque iba al campo a entrenar por la mañana y por la tarde, y al internado solo iba a comer y dormir.

El fútbol me salvó de muchos problemas. Cuando llegué me miraban un poco raro, pero cuando salíamos afuera a jugar a fútbol y me regateaba a diez chavales se quedaban alucinados, aquello me ayudó muchísimo. Luego, ya se enteraron de que jugaba en el CSKA y todo el mundo me respetaba. De todos modos, la vida dentro era dura, a veces podían entrar chavales grandes a la habitación y decirte: «Mira, yo hoy duermo en la cama y tú en el suelo», y tampoco podías hacer mucho más. Al final mis padres me dijeron que preferían que me pasara seis horas viajando a que viviera allí.

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Pero a los dieciséis años cambiaste de equipo.

Sí, el entrenador del CSKA, que era un chaval jovencito, un día después del entrenamiento me llamó para hablar y me dijo: «Mira, Sasha, a ti te quiere ver un equipo profesional»; para que nos entendamos, que me iba a pagar un salario. El equipo era el Krasnaya Presnya de Moscú, de la Segunda B soviética. Yo no los conocía. Se ve que me vieron jugar en un campeonato de Moscú y al entrenador le gusté.

Yo tenía dieciséis años, había acabado el colegio y no sabía qué hacer. Me dio el teléfono al que tenía que llamar, pero yo no tenía teléfono, en aquella época era un poco difícil encontrar uno, y el entrenador me dijo: «Llama a este número, dices que eres Sasha Mostovói, y te dirán a qué hora y dónde tienes que ir a entrenar».

Me tiré toda una semana sin dormir, mirando al techo. Al final llamé y quedamos. Era diciembre, hacía frío y había nieve ya en Moscú. Llegué un par de horas antes al campo y me quedé esperando, no sabía muy bien a dónde ir, así que me quedé por allí dando vueltas. Al cabo de un rato vino un chaval que me preguntó qué hacía allí, le expliqué quién era y me acompañó al vestuario. Lo malo es que el campo estaba nevado y yo solo tenía un chándal y un gorro, no tenía ni botas. Por mí no había problema, podía entrenar así, pero el entrenador me dijo que cómo iba a entrenar con esos zapatos. Al final no me pudieron encontrar unas botas, pero sí unos zapatos que me iban mejor y que por suerte eran de mi talla. Después de entrenar se me acercó el entrenador y me dijo que volviera al día siguiente. No me dijo si me iba a quedar o no, solo que volviera.

¿Sabes quién era aquel entrenador? El mítico Oleg Romántsev, que había sido capitán del Spartak y luego fue entrenador del equipo y de la selección. Con él en el banquillo, el Spartak fue campeón de Rusia diez veces en los noventa.

Un día me dijeron que estaba contratado, por decirlo de algún modo, porque no existían los contratos profesionales en la URSS, pero me dieron una cosa que se llama stavka, que era como un salario. Para mí era un sueño, con diecisiete añitos, jugaba en un equipo y además me pagaban.

¿Y de cuánto fue tu primer salario?

Fueron sobre unos sesenta rublos… para comparar, mi padre y mi madre trabajando ganaban en aquel entonces unos ochenta rublos, y yo, con diecisiete años, ya ganaba sesenta, aunque en aquella época tampoco había nada que comprar.

Esto te iba a preguntar, qué hiciste con tu primer sueldo.

¡Nada, nada! No podía gastármelo en nada. Se lo di todo a mis padres y ya está. Si quería comprarme un refresco o un helado, me bastaba con veinte kopeks, que son como los céntimos del rublo.

¿Entonces el Krasnaya Presnya era como el equipo de los juveniles del Spartak?

No, no, qué va. Los jugadores eran adultos y cobraban, lo que pasa es que yo era el más pequeño de todos, y la relación que tenían con el Spartak era que Romántsev era un histórico del equipo. Antes se hacía una cosa muy bien hecha y es que, en la categoría de Segunda B de la URSS, cuando un equipo jugaba en casa, estaba obligado a alinear como mínimo a un jugador de menos de dieciocho años. Un compañero de mi edad, que luego jugó también en el Spartak, y yo siempre jugábamos en casa.

La verdad es que empecé a marcar goles y a destacar, y como Romántsev era exjugador del Spartak, siempre venía gente del club a vernos jugar, incluso el presidente, el gran Nikolái Stárostin.

Al final me convertí en titular también fuera de casa y un día el entrenador me dijo que al día siguiente me iba a ir a entrenar con los juveniles del Spartak. Yo le dije que no quería, que estaba muy a gusto en el Krasnaya Presnya, era un chaval y el Spartak me daba respeto. Pero Romántsev me dijo que no, que ya había hablado con el entrenador del Spartak, que era Konstantín Béskov, que había sido delantero del Dinamo de Moscú, y que ya estaba todo arreglado.

Para tranquilizarme, Romántsev me dijo que podía ir a entrenar con el Spartak pero que iba a jugar con el Krasnaya Presnya. Por lo visto, ellos ya habían quedado en que al año siguiente me iba a ir a jugar con el Spartak.

Quedamos en que alguien me iba a esperar para acompañarme al entrenamiento, pero no me presenté.

La segunda vez.

Como no había teléfonos móviles, era más difícil que se enteraran de que no estaba yendo a los entrenamientos, pero un día me pillaron. Yo estaba con el Krasnaya Presnya, se me acercó Romántsev y me dijo: «¿Qué?, ¿cómo fue el entrenamiento?», y yo le respondí que bien, muy bien [risas].

Al día siguiente me viene y me dice: «Sasha, tú no fuiste a entrenar», y le reconocí que no [risas]. Romántsev se enfadó, no podía entender por qué no quería ir a los entrenamientos del Spartak. «Oleg Ivánovich, yo es que tengo miedo, ¿qué voy a hacer allí?», le respondí.

¿Sabes lo que hizo entonces Romántsev? Al día siguiente, cuando llegué al campo del Krasnaya Presnya, me agarró del brazo y me llevó al entrenamiento del Spartak, hasta su ciudad deportiva, que estaba a las afueras de Moscú.

Te llevó casi a rastras…

Sí, fuimos en el tren de cercanías, luego a pie… me dejó allí y se fue. Imagínate yo, siendo un chaval, y con jugadores del Spartak como Dasáyev, que luego jugó en el Sevilla, Cherenkov… yo pensaba, ¿dónde me he metido?

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¿Cómo te recibieron?

Me trataron bien, porque nadie sabía quién era yo ni de dónde venía. Además, estaba tranquilo porque sabía que después de los entrenamientos me iba con el Krasnaya Presnya, a mi casa, así que me daba igual. Entrenaba, me cambiaba rápido y fuera. Un día Romántsev me dijo que no iba a jugar a la semana siguiente con ellos y que tenía que ir a jugar con el segundo equipo del Spartak. Me volví a asustar, aunque el entrenador me dijo que estuviera tranquilo, que no iba a pasar nada.

Fuimos a Ucrania, que en aquel entonces formaba parte de la URSS. Jugamos contra el Shajtar Donetsk, donde ahora la guerra, un equipo muy potente. Fuimos en tren desde Moscú, apenas habíamos dormido, pero jugué bastante bien. Yo sabía que lo podía hacer bien. Cuando volvimos, me llamó Romántsev y me preguntó que cómo me había ido, lógicamente él lo sabía perfectamente porque ya había hablado antes con sus conocidos del Spartak. El siguiente partido fue contra el Zenit, en San Petersburgo, y también fue bien. A todo esto, entrenaba con los dos equipos y también iba jugando con los dos.

¿Cómo acabó aquella temporada con el Krasnaya Presnya?

Quedamos primeros de la liga, fue fantástico. Entonces jugamos la promoción a Segunda, que la disputaban los primeros de cada grupo. Por desgracia, no pudimos ascender porque perdimos un partido en Georgia, que entonces también era una república soviética. Allí nos mataron los árbitros, que hicieron todo lo que se podía hacer para no dejarnos ganar. Tres penaltis en contra, dos goles anulados… Yo salí del campo llorando y me estuvieron buscando dos horas, porque no me entraba en la cabeza que aquello pudiera estar pasando. En aquel entonces las cosas iban así. Después del partido Romántsev se me acercó y me dijo que se había acabado, que tenía que ir a jugar con el Spartak.

No había contratos, así que me pusieron otra stavka y empecé a entrenar con el segundo equipo. Vivíamos juntos en la ciudad deportiva del club el primer equipo, el segundo y el tercero, cada uno en una planta. También entrenábamos juntos, y al final éramos solo un equipo: el Spartak de Moscú. Eso fue idea de Béskov, que hacía entrenar a los jóvenes con las estrellas.

El segundo equipo siempre jugaba un día antes que el primero y a mí me iban saliendo las cosas bien. Un día el entrenador, al acabar un partido, me dijo: «Vete a la ciudad deportiva y prepárate, que mañana vas a jugar con el primer equipo». Siempre íbamos dos o tres del segundo grupo con el primero, pero normalmente nos quedábamos en el banquillo, estamos hablando del año 1986.

¿Y cuándo diste el paso definitivo al primer equipo?

En un partido contra el Dinamo de Minsk, en Bielorrusia, que era un equipo muy fuerte. Salimos en tren desde Moscú a las once de la noche, dormimos durante el viaje y llegamos por la mañana.

Unos días antes Béskov me dijo que íbamos a ir a Minsk y que creía que iba a ser titular. Yo tenía dieciocho años… y me volvió a pasar lo de siempre, me asusté, pero tampoco podía hacer o decir nada.

Esta vez no te pudiste escapar…

No, no [risas], te meten en el tren y te llevan para allí, no hay manera. Llegamos al hotel de Minsk y dieron la charla de siempre. Entonces el cuerpo técnico dijo la alineación: Dasáyev, Jidiatulin, Radionov, Cherenkov… y Mostovói. Me quedé con los ojos como platos [risas].

Al final empatamos a cero, pero desde entonces ya siempre fui titular.

¿Cómo era la vida de un futbolista profesional de la URSS?

Desde luego mejor que la de la gente normal. Tampoco es que hubiera mucha diferencia. Ganaban más dinero, pero no había en qué gastárselo. Acabábamos los partidos y nos íbamos a la ciudad deportiva directamente. Como mucho, jugábamos al billar allí o veíamos la tele, nada más, no íbamos ni a restaurantes. Por ejemplo, los coches. Yo recuerdo que la mayoría de jugadores no tenían coche, siempre íbamos en autobús a la ciudad deportiva y luego en metro para movernos por la ciudad. Rinat Dasáyev, por ejemplo, no tenía coche, y yo en aquel momento ni soñarlo, claro. Romántsev, que había sido jugador y era entrenador, sí que tenía coche [risas], pero era horrible. Béskov también, aunque ese sí que tenía un coche normal.

Tal vez así os concentrabais más.

No, no lo creo. Creo que, si yo ahora tuviera veinte años, con todo lo que se puede hacer, tendría una vida normal y me dedicaría a entrenar, tal y como hacen los chicos ahora. A veces lo pienso, ahora marcan dos o tres goles y viven como reyes [risas]… y pienso: no saben cómo vivíamos nosotros, sin coche, sin dinero… y todo el día metidos en la ciudad deportiva. No se puede comparar, simplemente era otra realidad y otra vida.

¿Cómo era Béskov como entrenador?

Era un buen entrenador, lo que pasa es que conmigo solo estuvo dos años, hasta que vino… fíjate qué casualidad, Romántsev, que había sido mi entrenador en el Krasnaya Presnya. Con Béskov en el 87 quedamos campeones de la Unión Soviética, y en el 89-90 con Romántsev volvimos a ser campeones de liga.

Y coincides con el presidente del Spartak Nikolái Stárostin, historia viva del fútbol soviético y un hombre que tiene una vida digna de novela. ¿Cómo era?

Lo primero que me sorprendió de él es que era muy inteligente, como dicen de Putin, que parece que lo sabe todo. Stárostin, con sus ochenta años, podía pasarse dos o tres horas contándote historias que no te podían entrar en la cabeza sobre la vida tan dura que había llevado. Él siempre iba con el equipo en los desplazamientos. En cambio, hablaba poco de fútbol, porque siempre era el entrenador el que hablaba y él estaba sentado al lado, callado, como mucho nos decía dos o tres palabras al final. Además, se llevaba mal con Béskov. Con Romántsev se llevaba mejor, porque de hecho fue Stárostin el que trajo a Romántsev como entrenador al Spartak.

¿Cómo fue tu primera salida internacional?

Aquello fue algo de película. No sabía ni cómo vestirme, porque en Moscú yo iba con chándal todos los días, un chándal que tenía ya tres años. Empecé a hablar con mis compañeros, a ver si me podían prestar ropa… les decía, así, dándome importancia: «Porque voy a Hungría…» [risas]. Mi padre me dijo que me prestaba sus zapatos, pero le dije que no, que eran muy feos [risas].

¿Es cierto que te pusieron un guardaespaldas para que no te fichara nadie?

Sí, pero eso ya fue más tarde. Yo en el 87 quedé como mejor jugador joven de la URSS, con dieciocho años; al año siguiente me fue bien también, en el 89 quedamos campeones y luego, en el 90, fuimos a unos torneos en Alemania, en invierno, porque aquí en Moscú hacía frío y nos íbamos a jugar allí partidos amistosos y torneos. A los hoteles a veces entraba gente, se nos acercaba y nos decía: «Oye, ¿no te quieres ir a jugar al Stuttgart?». Y nosotros, que éramos jovencitos: «¡Claro que quiero! Pero ¿cómo?» [risas]. Entonces los entrenadores y la gente que venía con nosotros se dieron cuenta y nos pusieron a alguien para que controlara. Además, nos avisaron de que no teníamos que hablar con nadie y de que, si queríamos hablar, tenía que estar presente otra persona más.

¿Alguien del cuerpo técnico?

Del cuerpo técnico y luego otras personas que viajaban con nosotros. Siempre eran dos o tres, y la verdad es que no sé cómo llamarlos, es como si fueran del KGB. Siempre estaban por allí, en los desplazamientos. Se sentaban en el hotel, miraban por aquí, por allí. Si íbamos a pasear por la ciudad, iban siempre detrás de nosotros, a una cierta distancia, y eso era siempre así, y, por decirlo de algún modo, era también lógico, porque vivíamos en el comunismo y nos íbamos al capitalismo, a países que eran como enemigos. Siempre nos avisaban: «Si salís a la ciudad tenéis que ir en grupos de tres o cuatro, no podéis ir solos». Nosotros en aquel momento lo veíamos como algo normal.

En aquella época llegó al poder Gorbachov, se hicieron muchas reformas en la URSS, y mucha gente se ilusionó con aquel cambio… ¿cómo lo viviste?

No lo viví, la verdad. Nosotros ni entendíamos ni entrábamos en política, solo teníamos fútbol en la cabeza.

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A finales de los ochenta llega Valeri Karpin al Spartak, con el que después daríais tantas buenas tardes de fútbol.

Llegó en el 89-90. A la ciudad deportiva siempre llegaban muchos jóvenes para probar y tal. Y un buen día llegó Karpin, pero yo entonces ya era una estrella [risas]. Y me acuerdo de que estaba sentado con Dasáyev, en el salón de la residencia, y entró él, así delgadito y jovencito, y no le hicimos mucho caso. Lo saludamos y ya está, estaría bien preguntarle a él cómo lo vivió, porque yo ya estaba allí desde hacía tiempo, pero a él le pasaría como a mí cuando fui por primera vez a la ciudad deportiva, que estaba alucinado y un poco asustado.

De aquel equipo, con el que mejor te llevabas era con Dasáyev.

Sí, el primer equipo vivía en la tercera planta y me pusieron de compañero de habitación a Dasáyev. Cada uno tenía su habitación, pero, para que nos entendamos, compartíamos una especie de recibidor común. Imagínate cuando me pusieron con él, una megaestrella y yo un chaval. Así vivimos dos años. Karpin, por ejemplo, vivía en la segunda planta.

También me llevaba muy bien con Shalímov, aunque a él lo conocía desde los catorce años porque habíamos jugado juntos en la selección de Moscú, de la URSS… Era muy amigo mío.

Pasan los años y llegamos a la ruptura de la URSS, los equipos georgianos y los bálticos se separan de la liga soviética, ¿cómo vivisteis aquello?

La verdad es que no entendíamos mucho qué estaba pasando. Esto pasó ya en el último campeonato de la URSS y nos avisaron antes, era el año 91 y se fueron dos o tres equipos de la competición, creo que el Žalgiris, el Vilnius… pero a nosotros nos daba igual, nos limitábamos a jugar. Alguna vez habíamos entrenado y luego, cuando llegaba la hora del partido, nos decían que no se iba a celebrar, pues nada. Sabíamos que en el país había muchos cambios, pero en el fútbol no nos afectaba mucho más allá de estas situaciones.

¿Ves alguna similitud entre la separación de la URSS y lo que pasa ahora en España?

No, no veo nada en común. Lo que sí, en mi opinión, no entiendo es por qué Cataluña quiere separarse, es mi opinión personal. Pero no veo ningún punto de comparación con lo que se vivió aquí en el 91. Piensa que la URSS era algo enorme, de ahí salieron quince países.

¿Y cuál crees que sería la solución para arreglar las cosas entre Cataluña y España?

Pues que las cosas volvieran a como estaban antes, ya te digo que sigo sin entender cuál es el problema. Cuando hablo con mis amigos de España y me cuentan, yo no entiendo por qué hay gente que quiere separarse, a ver, dime tú, ¿por qué? ¿Es que la gente cree que va a vivir mucho mejor que antes? No, eso nunca. Claro, si te separas y te dicen que mañana vas a ganar diez veces más, pues lo entiendo, pero es que eso no va a pasar porque es imposible. Todos los países que se han separado lo han pasado mal y al final han acabado más o menos igual que estaban o peor. De verdad, no lo entiendo, ¿por qué Cataluña quiere independizarse? ¿Tú me lo puedes explicar?

Pues hay una parte importante de los catalanes que no se siente a gusto en la España de hoy a nivel político.

A ver, a nivel político yo tampoco me siento a gusto muchas veces con nada.

Volvamos al Spartak, a la época dorada, cuando elimináis al Nápoles de Maradona, ¿cómo fue aquello?

Aquello fue fácil [risas]. Cuando nos tocó el Nápoles todo el equipo y todo el país se quedó alucinado. Ahora tenemos a Messi, Ronaldo… pero antes solo había uno: Maradona. La competición se llamaba la Copa de Campeones, no Liga de Campeones, y solo jugaban los ganadores de cada liga, eso quiere decir que ir progresando era bastante más complicado que ahora. Hasta llegar a los octavos de final contra el Nápoles tuvimos que eliminar a dos buenos equipos. El primer partido lo jugamos allí, en Italia. En aquella época teníamos un equipo bastante bueno, éramos jóvenes, estaban Karpin, Kulkov y algunos más, y no le teníamos miedo a nadie, aunque el nombre de Maradona nos imponía respeto.

En Nápoles empatamos 0-0 aunque tuvimos unas cuantas ocasiones de gol claras, yo hice un palo con la cabeza e incluso pudimos ganar. Hay que tener en cuenta que el Nápoles en aquella época era un equipo muy potente, doble campeón de Italia. Pero lo más fuerte es lo que pasó aquí en Moscú.

El estadio de Luzhnikí tiene una capacidad para unas cien mil personas, pero es que llegaron llamadas de toda la URSS para comprar entradas. Una semana antes ya nos dijeron que había habido trescientas mil solicitudes para conseguir entradas.

Al final, Maradona no llegó con el resto del equipo, llegó a Moscú el mismo día del partido con su avión privado. Tú imagínate, en aquel tiempo, que nos contaran a nosotros, que vivíamos en un sistema comunista, que había un jugador que viajaba en avión privado [risas], cuando a veces no teníamos ni buenos guantes para los porteros. Cuando nos lo explicaron, yo pregunté que qué era eso de un avión privado, sencillamente no lo podía entender [risas].

El partido de vuelta fue en noviembre, aquí ya nevaba. Luzhnikí, lleno a reventar. Fue una locura. Maradona no salió de titular, se quedó en el banquillo. No sé si fue por el entrenador o fue él el que no quiso jugar. Acabamos la primera parte empatados a cero y luego ya salió él… no veas, el público se volvió loco. Pudimos aguantar, porque en la segunda parte el Nápoles jugó mejor que nosotros. Acabamos empatados a cero, jugamos la prórroga y fuimos a penaltis, que de eso es de lo que se acuerda todo el mundo.

Nos llamó Romántsev y nos preguntó que quién iba a tirar. Yo pedí ser el último porque pensaba que así me libraría y la tanda se resolvería antes de que me tocara [risas]. Nadie estuvo en contra… pero lo que acabó pasando es que mi último penalti acabó siendo el decisivo. Nosotros marcamos cuatro y un defensa suyo falló. Luego tira Maradona, marca… y ahí me tienes a mí, el último. Estábamos en el centro del campo esperando y me quedé solo. Fui andando al punto de penalti y no sé qué me pasó por la cabeza… y marco. Marco y ya está, me voy corriendo, todo el mundo vino a abrazarme y fue un momento increíble.

¿Cómo celebrasteis aquella victoria tan épica?

Fuimos a una cafetería después del partido que estaba al lado del estadio. Allí nos esperaban muchos amigos. Piensa que en Moscú tampoco había nada que hacer, en la ciudad había cuatro restaurantes, pero para nosotros, con veinte añitos, aquello fue increíble.

6

Y después os toca el Real Madrid de Butragueño.

Sí, empatamos a cero aquí y luego les ganamos 1-3 en el Santiago Bernabéu. El partido de vuelta yo lo vi desde el banquillo porque tenía problemas en la espalda, por la mañana me pincharon, pero no podía ni levantarme y me quedé sin jugar. Fue un partido impresionante también.

Al final caísteis en semifinales con el Olympique de Marsella.

Nos ganaron en casa 1-3, y allí en Francia también nos ganaron. Éramos muy jóvenes, y después de haber eliminado al Nápoles de Maradona y al Madrid nos creíamos que éramos tan buenos y tan fuertes que con el Olympique iba a ser fácil. De todos modos, sabíamos que tenían un buen equipo, allí jugaban Basile Boli, Abédi Pelé, Jean-Pierre Papin, Chris Waddle… sabíamos que eran buenos, pero llegamos a un punto en que ya nos daba igual quién tuviéramos delante, y ya no solo a nosotros, también les pasaba a los directivos. De golpe, el Spartak se había hecho famoso en todo el mundo y nos encontraron dos o tres partidos amistosos en un torneo en Japón, para ganar un poco de pasta. Eso coincidió con la eliminatoria con el Marsella. Estuvimos en Japón una semana y en teoría allí teníamos que preparar el partido contra el Olympique. Sin embargo, entre el viaje y el jet lag llegamos a Moscú solo dos días antes del partido y aquello nos mató, salimos al campo medio dormidos y nos metieron el 1-3.

Sin embargo, al Marsella le acaba ganando el Estrella Roja de Belgrado en los penaltis… ¿por qué era tan bueno el fútbol del Este en aquella época?

¿Sabes por qué? Yo creo que porque en la cabeza de los jugadores de la Europa del Este había fútbol y nada más. No había dinero, ni coches, ni apartamentos… nada, y si no tienes nada de eso, pues no te distraes. En nuestro tiempo libre veíamos fútbol por la tele y luego entrenábamos, ya está [risas]. Ahora los jugadores acaban su partido, se llaman, quedan para cenar, para ir aquí, allá… igual por eso antes éramos más competitivos.

Entre el 19 y el 21 de agosto de 1991 hubo un intento de golpe de Estado en la URSS contra las reformas de Mijaíl Gorbachov, ¿cómo lo viviste?

Nosotros estábamos fuera, habíamos salido con la selección, la verdad es que no recuerdo dónde. Vimos las imágenes por la tele del hotel en el que estábamos concentrados. Vimos a los militares por las calles y los disturbios en Moscú y nos asustamos mucho, empezamos a llamar a casa para ver si todos estaban bien y nos empezaron a decir que iba a haber una guerra, que iba a empezar una guerra civil… y lo vivimos con mucho miedo, la verdad. Además, sabíamos que al cabo de dos o tres días teníamos que volver, igual nos detenían al aterrizar… no sabíamos qué iba a pasar.

En los años noventa ya no jugabas aquí, pero muchos rusos dicen que lo pasaron mal en aquella época. ¿Cómo lo vivías desde la distancia?

Lo pasé mal porque mis padres se quedaron aquí y aquello les afectó directamente, yo, gracias a Dios, estaba ya en Lisboa, y lo que hacía era invitar a mis padres para que se vinieran a Portugal. De hecho, mi madre vivió conmigo en Lisboa bastante tiempo, porque sabíamos que aquí en Rusia no había nada que hacer y lo peor era la incertidumbre de no saber qué iba a pasar después. Mi padre también estuvo un tiempo en Lisboa, pero menos. Yo pasé aquellos primeros años en Portugal y solo venía a Moscú para jugar con la selección, así que no lo viví en carne propia, pero claro que sabía que las cosas estaban mal. Cuando en vacaciones venía a Moscú tenía miedo, porque era un desastre. El recuerdo que tengo es verlo todo negro… ya cuando iba a aterrizar el avión, miraba desde la ventanilla y decía… madre mía, qué va a pasar ahora. Entonces salías, en el antiguo aeropuerto de Sheremétievo, que parecía una cárcel, y la policía y los otros pasajeros… había miradas hostiles, tensión. Luego, teníamos el problema de que en aquella época cuando facturabas el equipaje muchas veces no llegaba, porque directamente desaparecía, te lo robaban. Imagínate cómo era, que casi siempre cuando viajábamos con la selección llevábamos el equipaje dentro del avión, no nos separábamos de él, porque a veces no lo recuperábamos. De todos modos, no recuerdo mucho de aquella época, porque estuve en Lisboa y luego tres años en Francia, así que aquello quedó un poco de lado, pasaba unos días aquí, me subía al avión y punto. Además, económicamente yo estaba bien, porque en aquella época ganaba mucho y podía ayudar a mis padres, tenía coche, buena comida, me iba bien futbolísticamente y la verdad es que no pensaba mucho en este tema.

¿Y cómo crees que se pasó de aquel momento de casi colapso hasta el punto de hoy, que más o menos estamos bien?

Bueno, bien, bien… Tampoco estamos bien. En Moscú las cosas están bien, luego, en San Petersburgo también… pero menos, ya empiezas a ver cositas. Y si te vas a cincuenta kilómetros de Moscú las cosas están mal y eso se nota, se notaba en el 93 y se nota hoy. Por eso no creo que estemos bien, claro que hay gente que está muy bien, pero creo que la mayoría, según mi opinión, no está bien, porque no puedes ganar cincuenta mil rublos [unos 741 euros] y vivir bien con los precios que hay, con los gastos de la comunidad, por ejemplo, que son de unos doce mil rublos [unos 173 euros]. No sé cómo vives tú… [risas]. Cuando vas al metro, ves a la gente, y se nota que a algunos no les va bien. A ver, estamos bien en el sentido de que no hay guerra, como sí la están sufriendo en Ucrania. Te hablo de lo que conozco, que es el caso de mis padres. Ahora ya están jubilados y con su pensión, y, después de pagar gastos, les quedan unos cuatro mil rublos [58 euros], ¿y qué es eso? Eso nos lo gastamos tú y yo en una comida. Yo siempre me fijo en eso, en las pensiones. Si ganaran treinta mil, perfecto, pero diez mil, doce mil… ¿qué vas a hacer con eso?

¿Y cómo se puede arreglar esta situación?

No lo sé, la verdad es que no entiendo mucho de política, igual soy un poco diletante… pero yo, cuando hablamos entre amigos y tal, no entiendo por qué hay gente que gana millones sin hacer nada y por qué estas personas no pueden dar un poco de su dinero a la gente mayor o la gente que trabaja y que no gana mucho, ¿por qué no dan un salario mínimo más alto que dé para vivir bien? ¿Por qué en un país donde hay tanta pasta no se hace esto? Yo puedo entender que no se haga en otros países, con otras características, pero no puedo entender por qué no se hace aquí.

En la URSS los deportistas lo tenían muy difícil para marcharse, ¿cómo acabaste en el Benfica?

Yo, en mi caso, me escapé. Estábamos jugando un torneo con el Spartak de Moscú en Alemania. Como te he dicho antes, siempre había gente que entraba al hotel y te ofrecía ir a este o aquel equipo… y aquel mes me llamó una persona, que me ofreció ir al Benfica, y otra, que me ofreció ir al Bayer Leverkusen. Este último había tenido relación con el Spartak de Moscú anteriormente. Él quiso llevarme al Leverkusen, para él era una forma de ganar dinero, y a mí la verdad es que me daba igual, porque no sabía ni qué era el dinero, pero él sí que lo sabía. Esta persona habló con la gente del Leverkusen y se pusieron de acuerdo. Iban a ficharme, de hecho, gente del Leverkusen vino a Moscú y, después de un partido en casa, quedamos y hablamos y me hicieron una oferta. Luego, ya en Alemania, hablé con el presidente del equipo y me pusieron el contrato delante para firmarlo y una cantidad de dinero en efectivo. Yo me quedé mirando los fajos de billetes, nunca había visto tanto dinero junto en mi vida. Tampoco era una cantidad grande, pero para mí… [risas]. Estaban allí el presidente del Leverkusen y el chico este que quería que fichara con ellos. Me mira y me dice: «Cógelo», y yo le dije que no, que no sabía qué hacer con ese dinero, y ellos insistieron en que lo cogiera. Al final me dijeron que saliera de la sala y que ellos lo iban a arreglar todo.

Después, volvimos al hotel y me dijo: «Mira, hemos firmado un precontrato y todo va para adelante». Yo subí a la habitación y justo me llaman los del Benfica, de Lisboa, y me dicen que me habían comprado ya los billetes para ir a Portugal. Al día siguiente cogí la mochila y me fui al aeropuerto, dije el número de vuelo, me senté en el avión y me fui para allá [risas].

Después me enteré de que este chico que había hecho todo el trato con el Leverkusen se quedó solo… porque no me despedí de él y al día siguiente vio que ya no estaba en el hotel. Se puso a buscarme como un loco, piensa que él se dedicaba a aquello porque no era un cualquiera… pero, claro, yo tenía veinte años y me daba todo igual.

Llegué a Lisboa, todavía no sé cómo, sin visado ni nada. En el aeropuerto me estaba esperando Paulo Barbosa, que era mi contacto con el Benfica y sabía ruso porque había estado diez años estudiando en Moscú. Fue él el que les recomendó que me ficharan y el que hizo este transfer, por decirlo de alguna manera [risas]. Del aeropuerto fuimos a la sede del Benfica, me encontré con el presidente y algunos directivos, y firmé el primer contrato de mi vida. Me dijeron lo que iba a cobrar, en aquella época en Portugal la moneda era el escudo. No entendía ni cuánto era mi salario, pero firmé y me convertí en jugador del Benfica.

Aunque la cosa no se quedó ahí. Cuando el Spartak y el que me había intentado vender al Leverkusen se enteraron de dónde estaba, me vinieron a buscar y casi me matan [risas]. Dos días más tarde de fichar aparecieron en la habitación de mi hotel y me dijeron que hiciera las maletas, que nos íbamos para Moscú y punto. Yo les dije que no podía ser, que ya había firmado un contrato con el Benfica, y así empezamos a gritos. Paulo Barbosa, que al principio era nuestro traductor en Lisboa, con todo el escándalo, entró en la habitación y empezó a hablar con ellos, se tranquilizaron y poco a poco arreglaron el tema. Tardaron tiempo en cerrarlo, porque piensa que le pidieron dinero al Benfica, como una indemnización. Al Benfica la verdad es que le daba igual, porque decían que en la URSS no había contratos, así que no sé cómo lo arreglaron, pero lo arreglaron y me pude quedar allí.

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¿Y cómo fue pasar de no saber qué era el dinero a vivir en una sociedad capitalista?

Bueno, empecé a entrenar, estaba contento, porque las instalaciones eran buenas, teníamos un campo de hierba bonito que casi solo había visto por la tele, el equipo tenía un gran nivel… además en Lisboa el clima era mejor, hacía más sol que en Moscú [risas]. También me dieron ropa para entrenar, ¡y no tenía que lavarla yo mismo! Aquello no existía en Rusia, en Rusia entrenabas y tú te lavabas después la ropa a mano.

¿Los profesionales también?

Claro, antes para nosotros era normal, eso solo cambió a mediados o finales de los noventa.

¿Y cómo llevabas el hecho de estar más libre?

Eso fue complicado, porque entrenaba por la mañana y luego no sabía qué hacer. Además, no sabía portugués y no entendía nada, así que me quedaba todo el día en casa. Suerte que después también ficharon por el Benfica Yurán y Kulkov. Cuando vinieron ellos estuve mejor, y pasábamos todo el día juntos, íbamos a la playa, a restaurantes… Pero mi paso por el Benfica fue complicado. Antes no era como ahora, que te fichan y te ponen a un traductor, una persona que te va a limpiar la casa, que te hace la compra… antes llegabas a un sitio y te dejaban un poco solo, tenías que apañártelas como podías.

¿Te arrepientes de haber fichado por el Benfica?

Fueron dos años y medio de fútbol perdido para mí. Lo único bueno que saqué de allí es que cuando después me fui a Francia era más fuerte mentalmente. El primer año fue el más duro porque además no podía jugar, porque no pudieron inscribirme como extranjero, así que me pasé medio año entrenando sin jugar. Además, tuvimos problemas en el vestuario, no sé por qué los rusos no les gustábamos a algunos compañeros, que nos miraban como si fuéramos de un país tercermundista y no nos trataban muy bien. Por suerte estábamos los tres juntos, y si tocaban a alguno pues respondíamos.

¿Llegasteis a las manos?

Sí, en el campo, en el vestuario, en los entrenamientos… muchas veces. Lo arreglábamos a golpes. Pero tampoco me arrepentí, porque sabiendo cómo estaban las cosas en Rusia… no había mucho que hacer aquí. A partir del año 91 en la liga rusa casi se podía jugar borracho, como jugaban algunos, el nivel bajó mucho. Piensa que el país se paralizó, empezó la liga y el Spartak quedó diez veces campeón, diez veces seguidas, imagínate.

El entrenador del Benfica en aquella época, Toni Oliveira, se quejaba de vosotros, en especial de Kulkov, porque decía que salía mucho de noche.

No, no lo creo. Piensa que estábamos solos y, aparte del entrenamiento, poco se podía hacer en Lisboa en el año 91 o en el 92.

Jugaste con Rui Costa, João Pinto, Paulo Futre…

A nivel futbolístico eran impresionantes, era un gran equipo, y te puedo decir más gente: Stefan Schwarz, Mozart Santos, un defensa brasileño, de portero teníamos a Pinto, el segundo portero era Silvino Louro, que ahora es ayudante de Mourinho, el capitán de la selección de Portugal, Vítor Paneira, Paulo Sousa… era un equipo fantástico.

De ahí te vas a Francia, al Caen.

Como en el Benfica no jugaba, le dije a Barbosa que me quería ir, y él empezó a buscar equipos, y al final encontró al Caen y adiós Benfica, me dije que no iba a volver nunca, a mí solo me interesaba jugar. En Francia sí que me volví a sentir como un futbolista. Desde el primer día empecé a entrenar bien, contento, a jugar bien. Además, tuve mucha suerte con el entrenador, Daniel Jeandupeux. Me pusieron el número 10 desde el principio, como una estrella. En dos o tres meses ya era el mejor del equipo y lo pude salvar del descenso, porque cuando llegué estábamos abajo. Incluso le ganamos 1-0 en casa al Olympique de Marsella con un gol mío… tengo muy buen recuerdo de mi paso por el Caen. Luego pasó que el entrenador fichó por el Estrasburgo y la única condición que les puso es que me ficharan a mí también. Jeandupeux me dijo: «Mira, Álex, yo me voy al Estrasburgo, que es ya un equipo fuerte, pero quiero que te vengas conmigo». Le dije que perfecto.

En el Estrasburgo jugué muy bien, aunque firmé por cuatro temporadas, fueron dos años impresionantes. El primer año ya conseguimos entrar en la UEFA y llegar a la final de la Copa de Francia. Teníamos un equipo muy bueno y también era el número 10. La verdad es que me sentía a gusto con todo: con el entrenador, con el presidente, con el campo, la gente, incluso me gustaba la ciudad. El segundo año también fue impresionante, llegamos hasta los cuartos de final de la UEFA, jugábamos bien… y, como siempre, empezó a llamarme gente de otros clubes. Estrasburgo está en la frontera con Alemania, de hecho, es una antigua ciudad alemana, así que me empezaron a llamar todos los días del Kaiserslautern, del Stuttgart… yo escuchaba las ofertas y el presidente y los directivos del Estrasburgo se acabaron enterando.

Luego vino el campeonato de Europa del 96 con la selección de Rusia y me volvía loco con tantas ofertas. No tenía representante y no sabía para dónde ir. Al final, me llamó el presidente del Estrasburgo y me dijo: «Mira, Álex, a ti te quedan dos años más de contrato y no te dejo que te marches». Yo le dije que me daba igual, pensaba que iba a ser como cuando me fui al Benfica, me escapo y ya está [risas]. Al final le propuse que renováramos y me subieran la ficha y la cláusula, y, aunque empezamos a negociar, no sé por qué al final no quisieron cerrar nada, creo que estaban seguros de que no me iba a ir porque pensaban que nadie iba a pagar la cláusula. El tiempo iba pasando y vi que a la hora de la verdad ningún equipo quería pagar y que se iba a cerrar el mercado de fichajes.

Un día salió el presidente en la prensa y dijo: «Le hemos dado a Mostovói un ultimátum de cinco días para que se decida: o encuentra un equipo que se haga cargo de la cláusula o se queda». Entonces yo me vi en una situación complicada, porque en el Estrasburgo no me querían mejorar la ficha y tampoco había ningún equipo dispuesto a pagar aquella cantidad por mí. Ya tenía medio asumido que me iba a quedar allí.

Pero acabaste en el Celta.

Me llamaron al día siguiente de Vigo. Yo no tenía ni idea de qué equipo era el Celta de Vigo ni de dónde quedaba la ciudad. Al día siguiente se plantaron en Estrasburgo, nos encontramos y la verdad es que me pareció todo bastante bien, además siempre me había gustado el fútbol español. Cerraron un trato con el Estrasburgo, me compraron un billete y me fui para Vigo.

Aunque el fichaje estuvo a punto de suspenderse…

Cuando llegué a Vigo tuvimos un problema. Yo iba con una persona que sabía francés y español y me hacía un poco de representante. En Estrasburgo habíamos quedado en que iba a cobrar una cantidad, pero cuando estaba en España me pusieron el contrato delante para que lo firmara y suerte que me dio por mirarlo. Yo no sabía español, pero vi que la ficha era más baja de lo que habíamos acordado. A todo esto, la prensa ya había publicado que me habían fichado y que me iban a presentar al día siguiente. Estuve a punto de firmar aquel contrato. Cuando lo vio mi representante ya empezaron a discutir, y los españoles, como siempre: «No pasa nada, no pasa nada, mañana, mañana lo arreglamos, tú firma, Álex, y después de la presentación lo arreglamos». Yo les dije que no, que ya sabía cómo iba aquello. Total, que empezaron a discutir y de repente coge mi representante y me dice que no firmamos y que nos vamos al hotel, después de haberse tirado media hora peleándose.

A las doce de la noche llamaron a mi representante desde el Celta y le dijeron que ya estaba todo arreglado, así que agarramos un taxi y volvimos al restaurante. Los directivos me abrazaron, «¡Hombre, Álex!» [risas] y ya habían puesto las cifras bien. Así, sí firmé y al día siguiente a las once de la mañana me presentaron en Balaídos.

El primer año en Vigo no te fue muy bien.

No, porque yo tenía muy idealizado el fútbol español. Allí vi cosas que nunca había visto antes. Aparte de que teníamos un equipo un poco flojo, lo que me sorprendió más fue ver las instalaciones, no me lo podía creer. Yo, con veinte años, en la ciudad deportiva del Spartak de Moscú teníamos comida, campos, habitación… y allí no había ni campo para entrenar. Cuando me llevaron a la ciudad deportiva del Celta por primera vez, los vestuarios parecían una tienda de campaña. Había dos banquetas, unas perchas y no teníamos ni agua caliente. Tenían solo un termo y no tenía capacidad para calentar agua para todos, muchas veces nos duchábamos con agua fría, a veces yo me iba a casa a ducharme después de entrenar directamente. Menos mal que vino mi mujer con mi hijo Sasha, que había nacido en Francia, y pudimos encontrar una casa que nos gustó mucho en la playa. Aunque ver aquel panorama todos los días, aquellas instalaciones y apatía en el equipo, me iba minando y desanimando.

7

Entonces llegó el famoso partido contra el Sporting de Gijón, cuando ya dices basta.

Día a día, partido a partido, me fui hartando, a veces perdíamos 3-0 y a la gente parecía que le diera igual, veías a compañeros bailando contentos en el autobús, yo no entendía nada. Yo jugaba para ganar, me podía matar en el campo para ganar, pero a veces no veía competitividad en los compañeros, y aquello no me podía entrar en la cabeza, no lo podía entender, y de hecho era lo que más me desesperaba. Imagínate, todo esto después de haber estado en Francia, donde las cosas se hacían bien y todo era muy profesional.

Y llegó el partido contra el Sporting de Gijón. Aquel partido lo íbamos ganando, estábamos jugando más o menos bien, ganábamos 1-0, pero empieza la segunda parte y nos marcan dos goles. Aquello no era la primera vez que pasaba, todos los partidos eran igual, y dije: «Ya está, no podemos perder así». Y me fui del campo, que fue el famoso escándalo… Lo que pasa es que yo me fui porque no sabía que ya habíamos hecho los tres cambios, y pensé: «Mira, que me cambien porque es que no aguanto más». Entonces me dijeron que no podía marcharme. Al final me quedé en el campo, pero no jugué. Me pusieron una multa de dos millones de pesetas, me apartaron del equipo… pero a mí me daba igual, porque no quería seguir allí, aquello era un desastre.

Mucha gente se puso en contra de mí, pero poco a poco muchos acabaron viendo que aquello no podía seguir así, y de hecho las cosas mejoraron a partir de entonces. Yo le dije a todo el mundo lo que creía que había que mejorar y me acabaron dando la razón, empezando por muchos compañeros. Éramos un equipo profesional y había muchas cosas que teníamos que cambiar, hasta el presidente y los directivos ya empezaron a tomarse en serio lo de mejorar las instalaciones. Al final terminamos el año bien, bueno, conseguimos salvar la categoría y de hecho le ganamos al Real Madrid.

El año siguiente ya fue el mejor año del Celta, y así pasamos siete temporadas seguidas.

En aquel Celta te reencuentras con tu viejo compañero Valeri Karpin…

Cuando el cuerpo técnico estaba preparando la plantilla para el año siguiente, yo les dije que si querían jugar bien había que fichar. En aquella temporada llegaron Karpin, Mazinho, Gustavo López, Revivo A partir de entonces la situación cambió totalmente y fuimos uno de los mejores equipos de aquellos años, aparte de que jugábamos bien al fútbol. En dos años, además, mejoraron la ciudad deportiva de A Madroa y teníamos vestuarios donde al menos nos podíamos duchar [risas].

De aquella época todos recordamos el dúo Mostovói-Karpin, ¿cómo os llevabais fuera del campo?

Nos llevábamos muy bien. Para él la adaptación fue más fácil porque antes de fichar por el Celta había jugado en la Real Sociedad y el Valencia. Ya habíamos jugado juntos en el Spartak de Moscú y en la selección, así que no teníamos ningún problema, incluso después vivimos en el centro de Vigo en el mismo edificio, pero cada uno tenía su vida.

En el campo daba la impresión de que os entendíais muy bien.

Claro, porque el fútbol es muy fácil. Nos mirábamos y conectábamos, porque es lo que habíamos aprendido en el Spartak, donde podíamos jugar con los ojos cerrados. Además, veíamos igual el fútbol, yo cuando recibía un balón ya sabía qué maniobra iba a hacer él, y Karpin sabía lo que yo le podía dar. Muchas veces juegas con alguien y esperas de él un pase, pero sabes que no te lo va a dar, porque sencillamente no sabe darlo. En el otro extremo, por ejemplo, si juegas con Messi, tú con Messi no tienes que hacer nada, solo tienes que abrirte bien y él te da lo que necesitas.

En aquella época te pudiste vengar del Benfica…

Sí, sí, les ganamos 7-0. Cuando nos tocó el Benfica, les dije a mis compañeros: «A estos les vamos a dar una paliza».

También le metisteis un 5-1 al Madrid.

Al Madrid, al Barça… [risas].

Pero en 2004 el equipo bajó a Segunda.

Eso fue una pena. Karpin, yo y, bueno, todos nosotros habíamos subido al Celta tan arriba… en la Liga, en Europa, donde gustaba mucho nuestro juego. Aquello a los directivos se les subió a la cabeza y las cosas se empezaron a hacer de otra manera. Empezaron a dejar de pagar, siempre te decían que mañana, mañana… y así fue durante todo el último año, que jugamos también la Liga de Campeones. Yo ya tenía treinta y cuatro años, y sabía que o no me renovaban o a saber qué iba a pasar conmigo, y piensa que yo no ganaba como un jugador del Madrid o del Barcelona.

Empezamos mal la Liga, porque muchos jugadores no estaban cobrando al día y eso se notaba, se notaba en los entrenamientos y en los partidos. Luego Karpin se fue. Él quería quedarse en el equipo, pero directamente no le renovaron porque dijeron que no había dinero. Yo hablé con el club y les dije que era mi último año y que tenía que cobrar, que si no cobraba no iba a jugar. E igual que yo toda la plantilla entró en esta dinámica. En la Champions jugábamos mejor, nos pasó a veces ganar al Ajax jugando fabulosamente o al Milan, y luego al domingo siguiente en la liga perder contra el Osasuna.

En el Celta acabamos muy mal. El problema es que yo sabía que no me iban a pagar, si hubiera sabido que iban a pagarme, aunque fuera con atraso, pues hubiera aguantado. Pero es que hubo casos en el Celta de jugadores que se fueron sin cobrar. Eso, si te pasa con veinticinco o veintiséis años, pues fichas por otro equipo y sabes que tienes cinco o seis años de ficha, así pasó con Jesuli, Velasco, Juanfran… Pero yo ya tenía treinta y cuatro años, ¿quién me iba a fichar? Acabé el contrato y de hecho me fui sin cobrar, el último año no me pagaron nada.

¿Y entonces qué pasó?

Volví a Moscú y pasé cinco meses desconectado del fútbol, cuando de golpe me llamaron del Alavés, que lo acababa de comprar el famoso Dmitry Piterman. Piterman me explicó el proyecto y me pareció bien. Firmé con ellos y me fui para Vitoria hasta final de temporada.

El problema es que yo en aquella época tenía algunos problemas personales, estaba solo, con treinta y cinco años, en otra ciudad… y en Segunda División. Yo llevaba quince años compitiendo a un nivel altísimo, y de repente verme en Segunda, peleando por migajas, aquello me quemó. A pesar de todo, estuve muy bien con el equipo, con mis compañeros y con Piterman. Al final conseguimos subir a Primera y yo puse mi granito de arena.

¿Y cómo llevas el estar retirado?

Los primeros tres o cuatro años, muy bien, porque vivía en Marbella, con sol y playa, con mi familia, viendo a mis hijos crecer, tranquilos. La verdad es que esa primera etapa creo que todos los jugadores la disfrutan mucho: descansas, no viajas tanto, puedes hacer un poco lo que te da la gana, pasar más tiempo con la familia… pero luego ya te entra la nostalgia y te acuerdas de tu carrera, de cosas que habrías podido hacer de otra manera.

Además, cuando te retiras también gastas más y no ganas como antes. Yo al final me vine a Moscú. Moscú es una ciudad grande y hay más cosas que hacer, además tengo a mis padres aquí, aunque mis hijos, que ya son mayores, viven en España. De momento, así vamos tirando. Sobre todo en los últimos dos años voy trabajando con la tele rusa, de comentarista deportivo, pero a veces echo de menos estar más apegado al deporte.

Mi vida es el fútbol, y si algún día me llaman de algún sitio para entrenar, yo me voy para allá con los ojos cerrados.

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35 Comentarios

  1. todo un personaje. se lo recuerda con cariño en vigo, liderando al mejor celta de todos los tiempos. Mucha vision y muchisima calidad.

    Y tambien muy poca cabeza, temperamental, caprichoso… pero todos tenemos nuestras luces y sombras y sus luces iluminaron muchas tardes de futbol en Balaidos

    El Zar de Vigo!

    *Como nota al margen por lo que es famoso aqui es por ser exjugador del celta y le dedica un momento para decir lo malo que era todo y lo mucho que mejoro por comportarse como un caprichoso. Y ya

  2. Todos somos más o menos desmemoriados o recordamos las cosas según nos conviene, y Mostovoi no es menos. Lo que cuenta de Gijón (y otras medio verdades sobre Vigo y el Celta, por no pecar de falta de elegancia y no decir directamente otras mentiras) no fue exactamente de la manera que él lo cuenta en esta entrevista, sino más bien así… http://asiesono.blogspot.com/2013/08/nunca-te-perdonare.html

    • He leído tu post. En esta vida, perdonar es realmente útil para quien perdona. Es un ejercicio que te recomiendo. Pacifica mucho por dentro.

      • Si yo estoy muy feliz, con la conciencia muy tranquila. El que no puede estar tan tranquilo es él… ya van varias veces que da a entender que descendieron por falta de profesionalidad… jugando con los sentimientos de una afición… afición que pagaba sus abonos religiosamente.

        • Habría que verte a ti en tu trabajo sin cobrar todo el año, a ver cuanto sentías la camiseta…

          • En la temporada de la que hablo, cuando abandonó el campo dejando al equipo tirado, estaba cobrando puntual y religiosamente. Tal vez antes de dejar algo por escrito, convendría informarse un poquito.

  3. Sin ser yo muy aficionado al fútbol leí con mucho interés esta larga entrevista.
    Aleksandr Mostovói, respondiendo ampliamente a las preguntas, nos cuenta un trozo de la historia reciente del deporte en la URSS, los modos de vida del deportista y su entorno familiar y social en aquellos años.
    Gracias

  4. Felicidades por la entrevista, Miguel Julià. Me ha encantado descubrir a Mostovoi.

  5. Qué buena entrevista, señor! Y qué personaje! Y todo por andar detrás de una pelota. Hay una frase que me ha emocionado y podría ser una metáfora de lo vivido por este puntero central si cambiáramos e idealizáramos el objeto de la pasión:…»pero años después el acordeón seguía dando vueltas por casa»… Pura poesia como la de aquel otro poeta de los potreros… «Sobre el cielo del area había un solo planeta; la de cuero, y por debajo un entrevero de ganas a cara e’perro»… Gracias por la lectura.

  6. Blueberry

    Un personaje más simple que el mecanismo de un chupete.
    Lo mejor de la entrevista, cuando dice «a nivel político yo tampoco me siento a gusto muchas veces con nada»

  7. Muy buena entrevista, como todas las que hacéis, pero igual echo en falta alguna pregunta sobre sus enfrentamientos con Djalminha, esos derbys sí que tenían de todo.

  8. Reverendo

    Un interesante biografía. Aunque, teniendo en cuenta que manifiesta que solo piensa en fútbol y no le interesa la política, ni siquiera la de su país ¿a qué viene a cuento sacar el tema de Catalunya y España? Aunque desentona con el resto de la entrevista, la respuesta que le da es aleccionadora.

  9. Muy buena entrevista. Gracias.

  10. David López García

    Vigo no sabría donde era, pero estar estuvo, y dejaron huella el y Karpin :)
    https://www.youtube.com/watch?v=aU-XFIwIxw8

  11. Leopoldo Peñarroya Vidal

    Magnífica entrevista. La he devorado! Hacen falta más periodistas que buceen en los personajes cómo vosotros. Felicidades Miguel Julià, Pedro Quirós y Jot Down!!

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  22. Un buen jugador en un equipo al que, a finales de los 90, daba gusto ver jugar. Era una liga fortísima donde podías ver un sábado noche al Celta contra el Málaga y disfrutabas una barbaridad del partido. Gran equipo y gran liga la de aquellos años, no el aburrimiento colosal de ahora

  23. he disfrutado, enhorabuena ! Gracias por publicar este gran trabajo.

  24. Poesía pura dentro de un campo de fútbol, los que le hemos visto jugar no tenemos ninguna duda, no volveremos a ver un Celta como ese en la vida, ni nunca llegaremos a contar con una estrella como él, porque realmente era una estrella, al nivel de cualquiera de los mejores jugadores de su época. Lo tenía todo, era un ganador nato, su visión de juego, sus pases de tiralíneas, sus golazos…gracias a él muchísimos críos de aquella generación empezamos a amar el fútbol. Nunca se mereció esa salida del club, y me encantaría volver a verlo algún día sentado en el banquillo Magnífica entrevista, al mejor, Alekxander Vladimirovich Mistovoj, el «Zar» de Balaídos, genio y figura..gracias por haberme hecho tan felíz esos años.

  25. Poesía pura dentro de un campo de fútbol, los que le hemos visto jugar no tenemos ninguna duda, no volveremos a ver un Celta como ese en la vida, ni nunca llegaremos a contar con una estrella como él, porque realmente era una estrella, al nivel de cualquiera de los mejores jugadores de su época. Lo tenía todo, era un ganador nato, su visión de juego, sus pases de tiralíneas, sus golazos…gracias a él muchísimos críos de aquella generación empezamos a amar el fútbol. Nunca se mereció esa salida del club, y me encantaría volver a verlo algún día sentado en el banquillo Magnífica entrevista, al mejor, Alekxander Vladimirovich Mostovoj, el «Zar» de Balaídos, genio y figura..gracias por haberme hecho tan felíz esos años

  26. Enhorabuena por la entrevista

  27. Gracias por la lectura. Soy un fanático de la URSS (aunque no sea comunista, ni siquiera socialista) y estas pequeñas píldoras sobre la vida en aquella época me gustan.

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