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The West Wing, el honor en la política y la inteligencia como virtud

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The West Wing, 1999. Fotografía: NBC

The West Wing es un mito de la ficción televisiva. Su estreno en 1999 vino a demostrar que era posible hablar en serio de política en televisión. Antes de su estreno la ficción norteamericana sobre política se reducía a parodias humorísticas, pero entonces llegó Aaron Sorkin, el hombre que escribiría casi en solitario las cuatro primeras temporadas de la serie, y demostró a todo el mundo que un drama político podía triunfar en televisión. The Wire, Boss y House of Cards no se entienden sin el éxito de The West Wing.

Sin embargo, en ciertos ambientes gafapasta se ha instaurado el hábito de criticar la serie de Sorkin. Se la critica sobre todo por sentimental y optimista en exceso; la política real no es ese mundo inteligente y repleto de buenas personas —nos dicen—, sino un lugar desagradable y disfuncional, por donde campan los egoístas con ansias de poder. Para sus críticos, The West Wing es una una obra ingenua, o peor, un producto para defender el statu quo.

Y a mí me parece que se equivocan. Por supuesto que The West Wing no es un reflejo fiel de la política, ni de la sociedad, ni de la naturaleza humana; ni lo es… ¡ni lo pretende! La Casa Blanca de Sorkin es una utopía. Y como tal cabe entenderse y —sobre todo— disfrutarse. A mí me fascina The West Wing por motivos variados, pero especialmente porque reivindica dos ideas pasadas de moda, en las que yo, sin embargo, todavía creo: el honor en la política y la inteligencia como virtud.

President Bartlet: We hold these truths to be self-evident, they said, that all men are created equal. Strange as it may seem, that was the first time in history that anyone had bothered to write that down. Decisions are made by those who show up.

A lo largo de sus siete temporadas, The West Wing relata el día a día de un presidente de los Estados Unidos, el demócrata Josiah Bartlet, y su equipo de asesores. Es una serie política que destila optimismo, lo que resultó en una combinación tirando a exótica. Es fácil ver en la ficción de Sorkin una defensa del Estado, y en general, de lo público. El Gobierno aparece como un artefacto para hacer mejor el mundo. Es este un alegato pertinente en los Estados Unidos, un país de tradición libertaria donde la seguridad social ha sido limitadísima, donde se cuestiona la legitimidad del Estado para regular las armas de fuego, y donde, en definitiva, es habitual desconfiar del Gobierno federal.

Toby: But we’re here now, tomorrow night we do an immense thing; we have to say what we feel, that government, no matter what its failures in the past and in times to come for that matter, government can be a place where people come together and where no one gets left behind. No one… gets left behind. An instrument of good.

En España ese debate tiene poca relevancia —no nos preocupa mucho la tensión entre Estado y libertad individual—, pero la serie reivindica también a las personas detrás del Gobierno, a los políticos y a los asesores de los políticos. Y esa sí es una bandera que no todo el mundo en nuestro país estaría dispuesto a enarbolar.

Servir al Gobierno es un acto de honor. Desde el primer capítulo hasta el último, Sorkin proclama el valor de todas esas personas que deciden trabajar para su país y sus conciudadanos. Y lo hace de forma magistral. Nos dice que un presidente puede ser como Jed Bartlet, un hombre íntegro, compasivo y un gigante intelectual. O que en política hay personas como Toby Ziegler, un tipo taciturno y cínico en la superficie, que esconde a un idealista de valores inquebrantables. Por la serie desfilan también jueces, funcionarios, veteranos y maestros de escuelas; personas todas que, por un motivo u otro, han decidido servir. El caso paradigmático quizás sea el de Ainsley Hayes, una joven republicana que acepta trabajar para una Administración demócrata, y que, cuando le preguntan por qué lo hace, responde que lo hace por sentido del deber. Sorkin nos dice que uno puede servir a su país incluso trabajando para un Gobierno de un color que no es su preferido, y creo que tiene razón.

Leo: Ainsley, don’t you want to work in the White House?

Ainsley: Oh, only since I was two.

Leo: Okay then.

Ainsley: It has to be this White House?

La Casa Blanca de Sorkin es un nido de demócratas apasionados que viven para el servicio público y para los que servir es el mayor de los honores. Está llena de gente talentosa y competente que eligió trabajar para el Gobierno en lugar de ganar mucho dinero ofreciendo sus servicios a empresas o grupos de interés. Sorkin reivindica la política diciéndonos que representar a los ciudadanos y trabajar para ellos puede ser —¡y debería ser!— un acto honorable. Es esta una idea absolutamente pasada de moda, casi risible, pero que me parece imposible no reivindicar. Porque si despojamos a la política de dignidad, por cinismo o desencanto, el resultado solo puede ser una política peor.

Mrs. Landingham: I don’t know numbers. You give them to me.

Bartlet: How about a child born this minute has a 1 in 5 chance of being born into poverty?

Mrs. Landingham: How many Americans don’t have health insurance?

Bartlet: 44 million.

Mrs. Landingham: What’s the number one cause of death for black men under 35?

Bartlet: Homicide.

Mrs. Landingham: How many Americans are behind bars?

Bartlet: 3 million.

Mrs. Landingham: How many Americans are drug addicts?

Bartlet: 5 million.

Mrs. Landingham: And 1 in 5 kids in poverty?

Bartlet: That’s 13 million American children. Three and a half million kids go to schools that are literally falling apart. We need 127 billion in school construction, and we need it today.

* * *

Sorkin utiliza a sus personajes como héroes competentes y de buenas intenciones, y en ese proceso, además, los convierte en paladines de la inteligencia como virtud. Y es que The West Wing es también un canto a la inteligencia. Se observa en muchos detalles: en el orgullo con que los personajes lucen sus credenciales académicas —sus títulos de Yale o Harvard—, o en el mismo éxito de Jed Bartlet, un profesor universitario que fue un empollón, que maldice a Dios en latín y conoce Micronesia de memoria, pero al que los americanos habrían elegido como su presidente.

Bartlet: It’s actually 607 small islands in the South Pacific. Interestingly, while its total land mass is only 270 square miles, it occupies more than a million square miles of the Pacific Ocean. Population is 127,000 and the U. S. Embassy is located in the state of Pohnpei and not, as many people believe, on the island of Yap.

Toby: Why would a person have that information at their disposal?

Bartlet: Parties.

Pero este activismo por la inteligencia se observa, sobre todo, en los celebrados diálogos de Sorkin. Si por algo es conocida The West Wing es por sus diálogos. La serie popularizó un tipo de secuencia, las walk and talk, en las que un personaje habla mientras camina por los pasillos de la Casa Blanca, repartiendo argumentos y réplicas afiladas con todo aquel que se pone a tiro. Los capítulos son una sucesión de debates vertiginosos, y divertidos, que enfrentan al presidente y a su staff en andanadas de brillantísima oratoria. Quizás es cierto que Aaron Sorkin no posee la inteligencia que admira, como él mismo dijo en una entrevista, pero desde luego tiene el don de imitar su sonido.

Sam: What can I do for you, Bob?

Bob: In a nutshell?

Sam: So to speak.

Bob: We’d like the White House to pay a little more attention to UFOs.

Sam: Are we paying any attention at all right now?

Bob: No.

Sam: Thank God.

La serie también reivindica el valor de la inteligencia en su relación con la complejidad, y evita replicar un mal de la política partidista: su tremenda rotundidad. La política moderna vive sobre la ficción de negar que existan asuntos complicados. Nuestros líderes fingen tener la solución a todos los problemas e ignoran la discrepancia legítima. Nos intentan convencer de que en todo debate —desde la política nuclear, al sistema educativo o la legislación laboral— existe solo una posición correcta y además evidente. Esa idea es absolutamente nociva: si asumimos que quienes discrepan lo hacen siempre por motivos egoístas, y no porque tengan una opinión distinta o unas preferencias diferentes, estaremos destruyendo el valor del debate argumentativo y convirtiendo toda discrepancia en un duelo ridículo entre buenos y malos.

Leo: Alexander Hamilton didn’t think we should have political parties. Neither did John Adams. He thought political parties led to divisiveness.

Toby: They do. They should. We have honest disagreements. Arguments are good.

Pero The West Wing nunca cae en ese error. Al contrario, cada uno de sus capítulos es una defensa del valor del debate genuino, apasionado pero desde la razón. Durante sus ocho temporadas se abordan decenas de temas relevantes. Se discute sobre impuestos a los ricos, sobre las virtudes del libre comercio, sobre la legítima defensa y la «respuesta proporcional», sobre la educación sexual, la Iglesia, el déficit fiscal o el valor social de un programa espacial. Y aunque Sorkin toma partido a través de sus personajes, no renuncia nunca a plantear diferentes puntos de vista y subrayar la legitimidad de la duda. Una duda que justifica los debates entre los protagonistas, casi todos demócratas, pero también con su oposición republicana que a menudo es igual de brillante y sofisticada a la hora de discrepar.

Toby: You want the benefits of free trade? Food is cheaper.

Sachs: Yes.

Toby: Food is cheaper, clothes are cheaper, steel is cheaper, cars are cheaper, phone service is cheaper. You feel me building a rhythm here? That’s ‘cause I’m a speechwriter and I know how to make a point… It lowers prices, it raises income. You see what I did with ‘lowers’ and ‘raises’ there?

Sachs: Yes.

Toby: It’s called the science of listener attention. We did repetition, we did floating opposites and now you end with the one that’s not like the others. Ready? Free trade stops wars. And that’s it. Free trade stops wars!

Es evidente que en The West Wing hay una defensa de la razón como motor de la política. Pero no solo eso, además Sorkin se esfuerza por hacer que la inteligencia sea atractiva: sus personajes son siempre cautivadoramente inteligentes. Son humanos en sus defectos, apasionados en sus convicciones, nunca fríos. Son cínicos y a la vez optimistas, como quien se rodea de una coraza porque no quiere hacerse daño. Los esnobs intelectuales que pululan por la serie resultan carismáticos e incluso seductores. Sorkin dijo de su obra más reciente, The Newsroom, que era «un canto a la educación, a la urbanidad, a la inteligencia», y creo que esa definición es perfecta también para describir The West Wing.

* * *

Antes de acabar quiero recordar algo que dije al principio: The West Wing es una utopía. No es un retrato fidedigno de la política real, ni siquiera de la política posible o practicable. Si uno se toma la serie al pie de la letra, caerá en la falacia de la política movida por la personalidad, que viene a decir que lo único que importa son los líderes carismáticos o competentes. No es así en absoluto. Si los Gobiernos fuesen siempre como la Administración Bartlet —si estuviesen compuestos de gente increíblemente brillante y de conducta intachable—, el diseño institucional no sería necesario: bastaría con dejarles hacer. Pero como resulta que las cosas no son así, sino que existen Gobiernos no tan geniales y políticos corruptibles, necesitamos un buen diseño institucional que nos proteja. Necesitamos cosas como mecanismos de control, sistemas de incentivos o división de poderes. Y es verdad que The West Wing no presta suficiente atención a la importancia de estas instituciones, pero tampoco es un problema grave. Porque Sorkin tiene razón, existe el honor de servir y la inteligencia es una virtud, simplemente no caigamos en el error de pensar que esos ideales, por sí solos, pueden resolver la política.

The West Wing es una serie de ficción que habla —sobre todo— de política, de sus instituciones, de la importancia de la opinión pública, de la complejidad del debate verdadero, del valor de la inteligencia, de la ética del poder, de las relaciones humanas y de las grandes ideas: de la libertad, la igualdad y la justicia. Es una serie que habla de todo eso y que además es muy divertida; esa es su mayor virtud y la mejor razón para rendirle tributo.

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8 Comentarios

  1. Siempre me ha fascinado Sorkin. Aún recuerdo la primera vez que vi “La red social” y cómo me dejó de piedra la primera escena en el bar.

    Magnífico artículo.

    • Entonces no te pierdas la primera escena de The Newsroom o de Studio 60, si no lo has hecho aún!
      Genial Sorkin.

  2. Alberto Villa

    La escena del primer capítulo de la primera temporada en la que el presidente Bartlett irrumpe en una reunión de sus asesores con unos líderes religiosos es la mejor presentación de una serie que se ha hecho nunca. Definió el tono de la serie de un plumazo.Esa escena me enganchó definitivamente si no es que estaba ya enganchado (¡y era el primer capítulo!). Luego me compré los DVDs. Para mí, junto con Los Soprano (también me compré los DVDs), lo mejor que se ha hecho en TV.

  3. elquecerrabalaspuertasromboides

    Las 4 primeras temporadas son las mejores, me las he visto creo que 4 veces. Para mí es la mejor serie de la historia

  4. Excelente resumen de la serie.
    Añado una «perla» del episodio «ISAAC AND ISHMAEL» que hicieron en homenaje a las víctimas del 9/11.
    La mejor arma para luchar contra el terrorismo, lo que de verdad les hace daño, es admitir más de una idea. Cito:
    JOSH
    «Learn things. Be good to each other. Read the newspapers, go the movies, go to a party.
    Read a book. In the meantime, remember pluralism. You want to get these people? I mean, you really want to reach in and kill them where they live? Keep accepting more than one idea. Makes ‘em absolutely crazy.»

    Esto se debería enseñar en las escuelas.

  5. Sorkin no entiende la política tal como parece que ningún estadounidense lo haga salvo alguna asombrosa excepción.
    Los españoles están doblemente perdidos cuando ven esta serie. No entienden el sistema democrático estadounidense pues es completamente ajeno al oligárquico de partidos europeo; y en España además los medios de propaganda durante décadas han instruido a los súbditos en que tú votas una idea etérea e incorpórea llamada ideología.No votas presidente ni diputado por su nombre ni puedes pedir cuentas. El voto es un acto de fe.
    El voto en España es como el rezo. A lo mejor el dios te escucha y te hace caso. Pero la realidad es que no lo hace jamás. Y como los creyentes, los votantes justifican que sus peticiones no sean respondidas…

    La democracia en España es una ilusión. En EEUU no; pero lo que sí es una ilusión es esta serie. Es estúpida y ridícula. Sus creadores no entienden la política de su país. Y, claro, al final lo que te sale es una mitología de buenos contra malos y muchos, muchos, muchísimos sentimientos.

    • De acuerdo que ésta serie es estúpida y ridícula. De acuerdo que España no es una democracia. En desacuerdo que EEUU es una democracia. Con distintos ropajes, envoltorios, diferentes niveles de sutileza, pero ambos son cleptocracias

    • Como dice repetidamente el artículo, la serie es una utopía. Tal vez no sea una fiel representación de la política pero es una serie muy bien escrita, actuada y dirigida. ¿Qué más puedes pedirle?

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