Arte y Letras Historia

El manjar más sabroso condimentado en el infierno

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Fotografía: CC0

La fiesta

Los gritos de guerra a muerte salían de su garganta poderosa cual endemoniado pregón, afluían a sus labios resecos de odio, sedientos de venganza, cual embriagador y delicioso licor. Era en aquellos instantes la diosa del exterminio.

Rafael Gómez Picón, Magdalena, río de Colombia.

Esta es una historia de venganza. Cruel, sangrienta y atroz, como deben ser las venganzas, desde Hamlet a Kill Bill. Para narrarlas se suele partir del momento fatídico en que se comete la ofensa que exige venganza, pero esta vez empezaremos por su consumación. Catarsis antes que crimen.

Imaginen para ello una pequeña aldea de indígenas yalcones, en el municipio colombiano de Timaná, cerca del río Magdalena. Estamos en 1539. De la espesura surge un variopinto ejército formado por grupos de diversas etnias: paeces, pijaos, aviramas… Resulta extraño verles juntos en lugar de combatiendo entre ellos. En cabeza avanza un extraño dúo. Una mujer de pelo largo y negro, armada hasta los dientes, sostiene una larga cuerda que tironea de vez en cuando. El otro extremo de la soga atraviesa la lengua y la mandíbula de un hombre desnudo, en un horrendo piercing infectado y purulento. El hombre es una ruina ensangrentada. Dos manchurrones de sangre coagulada cubren los huecos en que antes estaban sus ojos. Desorientado, dolorido y con los pies llenos de ampollas tras horas de caminar descalzo, el capitán Pedro de Añasco, fundador de Guacacallo, cae al suelo y no vuelve a levantarse. Tras un par de fuertes tirones a la cuerda, la mujer se da cuenta de que el español ha llegado a su límite, y lo observa con una mirada furiosa. Alrededor de estos dos personajes se forma un corrillo de aldeanos que se cuentan entre susurros quién es la mujer: Guaitipán, conocida como cacica Gaitana por los españoles. 

El caudillo Pigoanza, líder del ejército yalcón, habla con Gaitana y decide que la comitiva pasará la noche en la aldea, y se celebrará una fiesta para celebrar la victoria sobre los españoles. Mientras se preparan las hogueras, la mujer coge un enorme machete y se acerca al español tumbado en el suelo. Con un gesto rápido y ágil, descarga el arma sobre la muñeca izquierda de Pedro de Añasco. El conquistador caído ni siquiera grita. Lo que ocurre después lo narra Juan de Castellanos en Elegías de varones ilustres de Indias: «El pie le cortan, otra vez la mano / otra vez pudibundos genitales / hasta que con paciencia de cristiano / salió de las angustias de mortales». Los miembros descuartizados de Pedro de Añasco pasan de mano en mano. Su carne será devorada, su piel llenada de ceniza para fabricar adornos con los que decorar las puertas de las casas, su cráneo se convertirá en una copa con la que beber chicha. 

La cacica Gaitana bebe la primera de la macabra copa, su venganza cumplida pero el odio aún hirviente en su interior. El líder Pigoanza bebe después, pensando ya en la siguiente batalla, y le pasa la copa a su hijo mayor, un joven hispanófilo de expresión ausente que se hace llamar don Rodrigo. El joven se niega, pero su padre insiste poniendo mala cara. Finalmente, Rodrigo aferra el cráneo relleno de chicha y apura el licor de un solo trago. 

La hoguera

La suelta y negra cabellera de Gaitana, símbolo del nobilísimo tríptico de madre, cacica y mártir, se desplegó como una bella y endiablada bandera agitada por el vendaval de la desolación y de la muerte. ¡Bandera para empapar en sangre de españoles!

 Rafael Gómez Picón, Magdalena, río de Colombia.

Retrocedamos unos meses, hasta diciembre de 1538, y busquemos a Guaitipán, la cacica Gaitana, en tiempos de (relativa) paz. No sabemos gran cosa de ella antes de que el capitán Pedro de Añasco se cruzara fatídicamente en su camino. El nombre Guaitipán parece derivarse de la voz quechua Watekpa-y, «la que instiga valentía a la multitud», lo que parece en cierto modo demasiada casualidad. La historiadora Marta Herrera la considera una líder religiosa. Podría haber sido una chamana o guaricha, palabra que antiguamente significaba «mujer sabia» en el dialecto chibcha y hoy en día (el signo de los tiempos, en fin) se usa como sinónimo de «prostituta». Para Juan de Castellanos la cacica fue una viuda joven que participaba en la vida pública, algo no infrecuente entre los yalcones. Gaitana llevaba la mayor parte del control de los terrenos que nominalmente pertenecían a su único hijo, el cacique Buiponga.

Al capitán Pedro de Añasco le fue encargado por su superior Sebastián de Benalcázar que fundara una villa en una posición estratégica en Timaná, territorio del caudillo Pigoanza. El capitán se aclimató muy bien a la zona, pero pronto el poder se le subió a la cabeza y empezó a exigir tributos desorbitados y homenajes diarios de vasallaje a todas las tribus locales. Tal vez se sentía invulnerable por su estrecha amistad (según algunas interpretaciones, más que amistad) con el hijo del cacique Pigoanza, que se hacía llamar don Rodrigo.

Le llegó finalmente el turno de rendir vasallaje al joven Buiponga, el hijo de la cacica Gaitana, que decidió no presentarse. El motivo de su ausencia no está claro: tal vez fue una negativa a pagar impuestos a los españoles, tal vez un reconocimiento de que su madre era la auténtica líder de la comunidad y por tanto le correspondía a ella representar a su pueblo frente al conquistador. En cualquier caso Pedro de Añasco no toleró que se le diera plantón: montó en cólera, condujo un grupo de soldados a la morada de Buiponga y lo arrestó en persona por desacato a la autoridad. A las pocas horas mandó construir una hoguera y quemó vivo al joven, como escarmiento para quien dudara en obedecer sus órdenes. En primera fila de la ejecución estaba la cacica Gaitana, que suplicó a Pedro de Añasco clemencia para su hijo una y otra y otra y otra vez. No sirvió de nada, y pronto a los gritos desgarradores de la madre se unieron los del hijo, que sufrió una muerte lenta y horrible entre las llamas. 

¿Qué le pasó por la cabeza al capitán español? ¿Sintió amenazada su autoridad y quiso dar un escarmiento con una exhibición de crueldad? ¿No le aconsejó su amigo/amante don Rodrigo que fuera con cuidado? ¿No se dio cuenta de que la mujer a la que acababa de romper sádicamente el corazón era perfectamente capaz de encender una hoguera mucho más grande que la que había abrasado a su hijo? Una hoguera en que arderán todos los españoles de Timaná, una guerra en que combatirán unidas (y, a la larga, morirán) muchas de las tribus cercanas: yalcones, paeces, pijaos, laboyos, oporapas…

Yalcon mapa
Pueblos originarios del Alto Magadalena. DP

La guerra 

Nueva Furia desatada ante el bárbaro sacrificio de su hijo, sus guerras fueron uno de los mayores esfuerzos realizados contra los conquistadores por los hijos del Nuevo Mundo. Desapareció como una bella y diabólica visión, desapareció como una diosa sin que nadie supiera cómo ni cuándo.

Rafael Gómez Picón, Magdalena, río de Colombia.

La cacica Gaitana empezó a planear su rebelión el día siguiente al del asesinato de su hijo. Reunió a los líderes locales y exigió respuesta al crimen del conquistador, convenciendo a los demás caciques de que el día de mañana podrían ser sus propios hijos quienes ardieran en la hoguera. Si el capitán esperaba intimidar a los indígenas, obtuvo el efecto contrario: miles de yalcones, paeces y pijaos tomaron las armas convencidos por la furia abrasadora de Gaitana. El ejército quedó bajo el mando del cacique Pigoanza. Su hijo don Rodrigo trató de alertar a su amigo Pedro de Añasco de lo que se estaba cociendo, pero el capitán no supo qué hacer para evitarlo.

Estalló pues la guerra de Guacacallo. El armamento de los españoles era muy superior: arcabuces, lanzas y espadas bien templadas. Frente a la mayor tecnología militar, el ejército indígena de Pigoanza aprovechó el mayor conocimiento del terreno para tender emboscadas y lanzar una guerra de guerrillas. No hubo muchos choques directos excepto la batalla de Aquirgá, en la que se supone que varios miles de indígenas se enfrentaron contra el grueso de las tropas de Pedro de Añasco. Aunque en Historia general de las conquistas del Nuevo Reino de Granada, el obispo Lucas Fernández de Piedrahita da una visión diferente de la batalla, convirtiéndola más bien en escaramuza en la que ni siquiera participó Gaitana. Según este autor, el capitán Pedro de Añasco y su comitiva de doce infantes, dos caballeros y unos cuantos indios amigos se alojaron en una aldea de yalcones del valle de Aquirgá. Los aldeanos agasajaron al capitán con un banquete y costosos regalos, entre ellos un leoncillo muerto… Tal vez una metáfora que debería haber inquietado al español. De hecho los caballeros de su comitiva sospecharon una encerrona, pero el capitán creía tenerlo todo bajo control y se acostó tranquilamente. De madrugada el capitán escuchó gritos, salió corriendo y se topó con los cadáveres de sus centinelas. Logró subir a un caballo, pero fue abatido enseguida de una certera pedrada.

Fuera en batalla heroica frente a miles de yalcones, fuera apedreado tratando de huir en pijama, Pedro de Añasco acabó en manos de su mayor enemiga, la cacica viuda y madre que ansiaba venganza. Lo que ocurrió después, desde el piercing al descuartizamiento, ya lo sabemos. Pero el festín caníbal no puso fin a la guerra, al contrario: los combates se recrudecieron y la presencia española en Timaná se redujo al mínimo durante décadas. También muchas etnias acabaron literalmente diezmadas. La pista de la cacica se pierde poco después del desmembramiento de Añasco, como si una vez cumplida su venganza no le quedara más que buscar la muerte o la desaparición. 

En el cuento La venganza de Guaitipán, Miguel León imagina un final guerrero para la cacica: apartada de su ejército y emboscada por los españoles en el peñasco de Pericongo, Gaitana atraviesa con su lanza a varios conquistadores hasta que se ve acorralada, momento en que salta desde gran altura al río Magdalena y no vuelve a salir a la superficie. Que muera ahogada o se convierta en diosa-pez queda al criterio del lector. Más folclore popular la imagina desapareciendo en las aguas, en este caso de una laguna llamada precisamente Guaitipán. Según la leyenda, allí se sumergió la cacica voluntaria y majestuosamente cuando vio la batalla perdida, llevando encima reliquias sagradas de su pueblo que no debían acabar en malas manos. La laguna puede visitarse hoy en día, e incluso se puede alquilar una canoa por apenas mil pesos para navegar sobre sus aguas. Si lo hacen asegúrense de observar atentamente el fondo de las aguas: puede que divisen el tesoro de los yalcones y sientan la mirada ardiente de la cacica. 

Es difícil entresacar la verdad histórica de este fascinante puzle de medias verdades, interpolaciones o invenciones. Confesaré una propia: no he encontrado en ninguna fuente que don Rodrigo (recuerden, el hispanófilo hijo del cacique Pigoanza) fuera obligado a beber del cráneo de su amigo Pedro de Añasco, me he permitido añadir ese detalle yo mismo. Ese tipo de libertades se las han tomado muchos: la historia de Gaitana se ha adaptado a novelas, radioseriales y obras de teatro. Quizá esa tendencia a la novelización ha añadido capas de duda a su existencia como personaje histórico: para historiadores como Juan Friede, la Gaitana es un personaje mítico, carne de leyenda con poco contacto con la realidad. 

Pero la cacica sí tiene ascendencia sobre los colombianos de Timaná. Por citar un folleto turístico del departamento del Huila, «existe una figura orgullosa que sobrevivió a la persecución histórica y al olvido, cuya gloria se equipara con la de los más altos guerreros indígenas que resistieron al conquistador español: esa figura fue una mujer llamada La Gaitana, de cuya existencia ningún huilense duda a pesar de los interrogantes planteados por historiadores, académicos y difamadores». Es fácil rastrear ese orgullo en la actualidad. En la plaza central de Neiva, una enorme y retorcida escultura conmemora la historia de la líder rebelde: el Monumento a la cacica Gaitana de Rodrigo Arenas Betancourt. En el breve documental de 2009 La danza yalcón, un padre le enseña a su hijo esa escultura como parte de su legado histórico e identidad cultural. En una significativa escena, los niños de un colegio dibujan a Gaitana como una heroína que se opuso a la invasión extranjera; en esos dibujos la cacica es clavadita a Xena, la princesa guerrera. 

Otros rastros son más sutiles. El vigésimo sexto batallón de infantería del ejército colombiano recibe el nombre «Cacique Pigoanza», mientras que el Frente 21 de las FARC se llamó «Cacica Gaitana». Curiosamente, ese frente se desmovilizó al menos dos veces sin que estuviera claro si aún seguía activo o no… La inestabilidad cuántica de la cacica, que existió y no existió al mismo tiempo, se extiende a otras entidades del mismo nombre. 

En el fondo, y que no se me enfaden los historiadores presentes, no es realmente importante si Gaitana la vengadora existió realmente o no. Es en cualquier caso un lienzo en blanco sobre el que el inconsciente colectivo colombiano puede proyectar sus miedos, aspiraciones y mitologías nacionales. En el magnífico texto La Gaitana: preludio a una biografía a la espera, de Ernesto Mächler Tobar, se analizan en detalle varias de las interpretaciones y lecturas de la historia de la cacica a lo largo de los años. ¿Personalización en un avatar particular de una guerra dispersa, no centrada realmente en personajes concretos? ¿Exageración del salvajismo indígena (tortura, canibalismo) en la búsqueda de mártires cristianos? ¿Encarnación inspiradora de la resistencia frente al invasor? La líder indígena y el conquistador forman un extraño dúo, ligados inextricablemente en una breve historia cruel y sangrienta que es virtualmente lo único que se conoce de sus vidas. Es fácil, en cierto modo, imaginarlos combatiendo eternamente en alguno de los círculos del Infierno de Dante: la cacica guerrera, con su machete en alto, devorando literalmente al asesino de su hijo con la implacable crueldad de un ángel vengador del Antiguo Testamento. Ya dijo Walter Scott que la venganza es el manjar más sabroso condimentado en el infierno. 

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3 Comentarios

  1. Matan a tu hijo quemándolo vivo delante de ti por no hincar la rodilla.
    Y tú les dices «perdónalos señor que no saben lo que hacen»
    Lo que hizo esta mujer bien hecho está. Arda en el infierno esa media de seda rellena de mierda. Al mundo le sobraron en su día, y a día de hoy le sobran gentuza incompetente, y sobrada en puestos clave…yo hubiera sido más cruel…si, todavía se puede ser más.

  2. Qué truculenta historia. Una de las tantas en las cuales nuestros antepasados no se mostraron muy sensatos como debieron. Pienso a Lautaro, un cacique araucano, empalado; al exterminio de tehuelches y mapuches en la Patagonia, a los ona en Tierra del Fuego. Tiene un sospechoso paralelismo con Rosmunda, una princesa bárbara que en el 572 AC asesinó al marido longobardo porque la obligaba a beber del cráneo de su padre a quien, años antes, había masacrado en batalla.

  3. Perdón: en el 572 DC, cuando esos bárbaros germánicos invadieron el norte de Italia y se encontraron con una sociedad mucho más avanzada y comenzaron a civilizarse. No tanto si consideramos los hechos posteriores.

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