Arquitectura Arte y Letras

Aristocracia de barrio obrero: la experiencia de la vivienda social de los años 50 en España

Barrio obrero
Caño Roto, Madrid, 1964. Fotografía: Hogar y Arquitectura / Joaquín del Palacio «Kindel». Cortesía de La ciudad viva.

Por más que se extiendan las ciudades hasta juntarse
unas con otras por más desengaños que el sexo la muerte
o las oposiciones nos deparen quedarán siempre las afueras
la oscuridad de los polígonos industriales la ineficacia
el ministerio de obras públicas por más que se empeñen
colectivos ciudadanos asociaciones de vecinos seguirán
amaneciendo los restos del amor en las afueras.

«Las afueras», de Pablo García Casado, 1997.

La ciudad contemporánea crece sujeta a unas lógicas complejas donde la especulación inmobiliaria, junto con la posibilidad de expansión que permiten las nuevas infraestructuras y los nuevos medios de producción, generan un crecimiento de tejidos yuxtapuestos.

Del concepto «periferia» se ha pasado a la denominación «ciudad difusa», así, los territorios urbanos se extienden como mancha de aceite a través del territorio. Extensiones informes de viviendas agrupadas o exentas, tejidos industriales, comerciales, mixtos, rodean los sucesivos anillos de población que en distintas etapas históricas se han ido conformando en torno a la ciudad compacta. Una ciudad compacta y central que seguimos identificando con la ciudad tradicional, hasta llegar al primer estadio histórico del asentamiento original. 

El peso de la ciudad histórica continúa configurando la razón de ser de las periferias y de los crecimientos urbanos difusos de manera que la ciudad tradicional sigue permaneciendo en nuestra memoria como concepto aprehensible y está hondamente aceptada como categoría interpretativa de lo que debe ser «la ciudad». Pese a que los nuevos crecimientos urbanos siempre basculan referenciados a una ciudad central, observamos cómo una lírica de extrarradio se ha colado casi a hurtadillas en nuestra imaginería.

Desde los años sesenta uno de los debates principales de la ciudad ha girado en torno a la dicotomía centro/periferia, en la medida de cómo los nuevos barrios han de suplir las necesidades objetivas de vivienda de la población sin perder la heterogeneidad del tejido y la complejidad de las actividades de nuestros cascos históricos. Una cuestión todavía no resuelta pero en la que podemos rescatar ejemplos paradigmáticos que suponen un punto de inflexión en el buen hacer urbano de nuestro país.

Pero para ello hemos de remontarnos más de sesenta años y abandonar nuestro civilizado periodo democrático. La elección que supone este salto en el tiempo no quiere decir que no hayan existido buenos ejemplos urbanos en décadas más próximas a nuestra contemporaneidad, pero aquí se trata de hablar de una filia que localizaremos precisamente en algunos barrios que surgieron en la España de los años cincuenta para albergar a la gran población desplazada de las zonas rurales a la urbe.

Para centrar la cuestión, diremos que el concepto de urbanidad sí que ha conseguido traspasar los límites de la ciudad histórica, superándola en muchas ocasiones en cuanto a expresión de la vida colectiva. Lo urbano es aquello que marca dónde y en qué grado la vida en colectividad es posible, y el espacio de relación sería el indicador principal de la vida social. Siguiendo las pautas de este indicador, los años cincuenta y sesenta en España supusieron un laboratorio de experimentación en relación a la vivienda social y sus morfologías urbanas asociadas. 

Uno de los motivos más importantes para que en un periodo político tan oscuro de nuestro pasado reciente pudiera darse este caldo de cultivo experimental vinculado a los barrios periféricos fue sin duda la necesidad y la carestía de medios materiales que fue suplida por un capital humano de talento extraordinario. Casi ahogados por las circunstancias político-culturales, una serie de arquitectos modernos asumieron la tensión entre su talento y el estrecho campo en que la realidad les obligaba a moverse para dar lugar a la creación de una poética arquitectónica sin precedentes.

Antes de las experiencias que surgieron en el campo de la arquitectura y el urbanismo para alojar a la población fruto de la inmigración masiva del campo a la ciudad en los años cincuenta, existieron otros intentos puramente prosaicos que trataban de dar cobijo a una población sin recursos después del desastre social y económico que supondría la guerra civil. Surgió así en 1938 el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones, organismo creado con la finalidad de reconstruir las zonas más desoladas por la contienda. Fue creado por el gobierno nacional y antes de finalizar la guerra, lo que nos indica las pocas dudas ante la victoria que debía albergar el dictador. Se incluían dentro de la denominación «regiones devastadas» aquellos territorios destruidos al 75 %. Una vez finalizada la guerra estas áreas espaciales pasaron a llamarse «adaptadas por el Caudillo». Se reconstruyeron así viviendas, monumentos artísticos, infraestructuras y núcleos de población enteros, como la bombardeada Guernica u Oviedo, entre otros.

La lenta recuperación económica tras la guerra y la industrialización de áreas en la periferia de las grandes urbes daría lugar al fenómeno de la autoconstrucción de infravivienda en terrenos ilegales en los suburbios de la ciudad. La población rural desplazada del campo a la ciudad en busca de empleo comenzaría a colonizar el territorio con chabolas a modo de cobijo. Surgiría así en 1957 el Ministerio de Vivienda, proponiendo las primeras leyes para la construcción de viviendas de protección oficial para suplir la necesidad acuciante de alojamiento a gran escala, convirtiéndose este en uno de los más graves problemas con los que se enfrentaría el nuevo Estado nacional. Antes, se había derogado la legislación vigente de Casas Baratas, al considerarla la responsable de la identificación de su nombre con el de la casa mal construida y se promulga la ley del 19 de abril de 1939, a través de la cual se creaba el Instituto Nacional de la Vivienda (INV) que establecía el régimen de protección a la vivienda de renta reducida. El INV fue, por tanto, un organismo surgido con el objetivo de fomentar, promover y asegurar el uso de la vivienda social. Miles de viviendas protegidas fueron construidas en España a través del INV, marcadas con el yugo y las flechas de las características placas que figuraban a la entrada de los edificios y que son un extraño recuerdo de la infancia de muchos de nosotros. 

En el año 1956 se redactará la primera Ley del Suelo española, donde la planificación urbanística es tratada como objeto de ley por primera vez. Obliga a los municipios hasta un determinado umbral de población a la redacción de sus Planes Generales de Ordenación y redacta normativas de actuación que continúan siendo consideradas hoy en día por muchos profesionales el mejor documento de legislación urbanística que ha existido en la corta aventura de la disciplina en nuestro país.

Coincidente con la aparición de la nueva Ley del Suelo, a mediados de los cincuenta encontramos actitudes que apuntan ya motivaciones nuevas en relación a la conformación de los nuevos barrios sociales, la preocupación por renovar la arquitectura y la experimentación en el campo de las tipologías se hacen presentes. Arquitectos hoy referentes de la historia de la arquitectura española como Fernández del Amo, Fisac, Sota, Sainz de Oiza, Corrales, Molezún, Bas, Vázquez de Castro, Cabrero, entre otros, serían los protagonistas de una intensa etapa de construcción de la ciudad. La matriz común de todas las experiencias era encontrar en los recursos de la construcción la vía expresiva de la arquitectura. Los ejemplos paradigmáticos, no todos lo fueron, pueden considerarse escasos, pero sin duda fueron de extraordinaria valía arquitectónica asociada a una mejora importantísima de las condiciones de vida de las personas, en aquella situación de extrema penuria. El talento y la capacidad reflexiva de sus protagonistas, junto con las ideas maduradas en los escasos viajes al extranjero, pronto, darían sus frutos. Así, es visible la reincorporación del Movimiento Moderno a la vivienda modesta en todos los ejemplos destacados. 

En 1955 se aprueba el Plan Nacional de la Vivienda que entre otras cuestiones desarrollaba dos etapas importantes, por un lado, la creación de una serie de poblados llamados de absorción destinados a resituar a la población de los asentamientos ilegales autoconstruidos, y en un segundo periodo, la figura de los «poblados dirigidos», experiencia pionera en la que se canalizaba el potencial humano de los futuros habitantes dirigiendo la construcción de sus viviendas de la que ellos mismos eran mano de obra.

Caño Roto
Interiores en Caño Roto, Madrid, 1964. Fotografía: Hogar y Arquitectura / Joaquín del Palacio «Kindel». Cortesía de La ciudad viva.

La experiencia de los «poblados dirigidos» ofreció a los arquitectos la oportunidad para ensayar con las tipologías. Resulta sorprendente como un número en relación tan escaso de jóvenes profesionales pudiera llevar a cabo un cambio tan radical en los planteamientos de los nuevos tejidos residenciales periféricos. 

Seguramente el éxito de los «poblados dirigidos» no hubiera sido tal de no haber puesto en marcha la fórmula de la autoconstrucción de las viviendas por parte de los vecinos. Con el trabajo conjunto a pie de obra entre arquitectos y usuarios, los criterios profesionales se ajustaban a las necesidades reales de los habitantes. 

La gente sin recursos podía acceder así a una vivienda digna, se establecía un canje por trabajo en la construcción de la vivienda a cambio de liberar de la renta a los futuros vecinos e incluso la posibilidad de acceder a la propiedad de la misma en el futuro. Hay que añadir que el hecho de construir su propia vivienda propiciaba que los moradores se implicaran en la buena marcha y finalización de su casa.

Los primeros barrios de absorción de Madrid fueron proyectados por el arquitecto Sáenz de Oiza, en ellos se sentarían las bases sobre las que se apoyarían posteriormente los «poblados dirigidos». Oiza utilizó un estricto criterio racionalista que incluía como objetivo primordial la optimización de recursos, ejemplos como Fuencarral A se adoptaron como modelo de referencia para intervenciones de vivienda social que se desarrollaron posteriormente por todo el resto de España.

Finalizada la operación de emergencia de los poblados de absorción, se comienza en 1956 la fase de los «poblados dirigidos», donde la incorporación al sistema del concepto de la «autoconstrucción» la convirtió en una experiencia pionera de consecuencias, por aquel entonces, todavía insospechadas.

Saénz de Oiza, el extraordinario arquitecto hoy recordado por proyectos tan singulares como el edificio del Banco de Bilbao en la Castellana o Torres Blancas, se encargó de dirigir las primeras cuadrillas de prestación personal en el barrio de Entrevías. Durante la semana una empresa auxiliar se encargaba de preparar el trabajo que «los domingueros» organizados en grupos de veinte a veinticuatro personas prestaban los días festivos. De este trabajo en domingo vendría el seudónimo de «domingueros», grupos de trabajo que contarían con el apoyo de un gabinete técnico de arquitectos que dirigía, a pie de obra, el proceso de construcción. El arquitecto Oiza utilizó en Entrevías una agrupación en hilera veinte a veinticuatro viviendas (de ahí el número de individuos que integraban los grupos de «domingueros»), en cuanto a las tipologías utilizó un único tipo de vivienda mínima con pequeñas variantes. El ancho de crujía era de 3,60 metros y la superficie aproximada sesenta metros cuadrados para distribuir tres habitaciones en el piso superior.

En Entrevías es posible adivinar la morfología de «cluster» o racimo y la fidelidad a los principios del movimiento moderno se comparte con las ideas orgánicas con las que empezaba a trabajar el Team X en Inglaterra. Oiza propone una organización nucleada en varias escalas, es uno de los pocos ejemplos de poblados dirigidos en los que no se utiliza la mezcla de bloque en altura y vivienda unifamiliar, su rotunda imagen de organización en hilera de casas bajas recuerda también a los ejemplos americanos que visitaría Oiza en sus viajes.

Los magníficos resultados obtenidos en algunos de los «poblados dirigidos» dependieron en gran medida de la elección de los arquitectos, nombres como Oiza, Carvajal, Corrales, Molezún, García de Paredes, Sota, entre otros, cubrían la nómina de jóvenes profesionales encargados de llevar adelante los proyectos. Arquitectos, todos ellos, cuya afamada trayectoria posterior depende en gran medida de la gran oportunidad desarrollada al inicio de sus carreras profesionales. Todos ellos tuvieron la suerte de ejercer la profesión en un campo en el que estaba todo por hacer y en el que la experimentación fue la herramienta de trabajo fundamental. 

Arquitectos que aportaron además de su buen hacer y talento, su conocimiento de la arquitectura internacional, los criterios del movimiento moderno son incorporados en los poblados dirigidos a través de la observación de la obra americana y alemana de Neutra, Breuer o Mies van der Rohe. También la arquitectura nórdica tuvo una gran influencia en ejemplos como Caño Roto, de Vázquez de Castro, barrio al sur de Madrid, cuyas tipologías de vivienda unifamiliar con patio en L orientado al mediodía recuerdan a la arquitectura con características vernáculas del empirismo nórdico y de la propia tradición española con la que ya habían trabajado en los poblados de colonización arquitectos como Fernández del Amo o Sota.

Muchos de estos barrios han llegado hasta nuestros días con serias patologías constructivas que han exigido una rehabilitación en la mayoría de ellos, la baja calidad de materiales y las exigencias económicas se han impuesto con el paso de los años, falta de calidad en los materiales que de alguna manera fue compensada con la calidad ambiental notable generada en cada uno de ellos, los espacios públicos de barrios como Caño Roto constituyen un ejemplo de escala y han supuesto a lo largo de los años su seña de identidad. Una calidad formal que se puede trasladar también a la complejidad y riqueza social generada, la popularidad del sonido Caño Roto, una rumba identitaria del barrio a la que pertenecen grupos legendarios como Los Chorbos, Los Chichos o Los Calis es solo un ejemplo de esta diversidad. 

No deja de sorprender el gran alarde urbanístico y arquitectónico de estos barrios junto con la compleja y rica diversidad social que fueron capaces de albergar, Entrevías, Caño Roto, Fuencarral, Almendrales, Canillas… son solo algunos ejemplos de los crecimientos localizados al sur de Madrid cuya calidad ambiental merece una visita atenta.

Una fórmula, la de los «poblados dirigidos», en la que la conjunción de la reflexión en la experimentación de los arquitectos junto con la novedosa experiencia de la «autoconstrucción» por parte de los vecinos se nos descubre en apariencia tan sencilla como de ejecución absolutamente imposible en nuestros días donde las leyes del mercado imponen sus reglas tan alejadas de las costumbres, la tradición o los usos cotidianos de las personas.

Pasados los años y haciendo una necesaria comparación deberíamos empezar a preguntarnos en qué hemos avanzado en lo que respecta al crecimiento realmente sostenible de nuestras ciudades, a poco que nos detengamos en estos ejemplos considerados por muchos ya obsoletos es sorprendente descubrir que esa entelequia hoy en boca de todos llamada «participación ciudadana» tuvo una aproximación real, precisa, experimental y de aplicación directa en nuestro país. 

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2 Comentarios

  1. Lemmytico

    Fantástico artículo. Me van a crujir, pero creo que hay un ejercicio de memoria histórica por hacer de los 40 años de dictadura de Franco, más allá de la justa crítica a su brutalidad y represión. Fue una época vital para la modernización del país, y a ella contribuyeron tanto gentes del régimen, como contrarios a él (y desde diferentes estratos sociales) y otros que simplemente pasaron por allí. Muchas gracias por contribuir a ese esfuerzo.

  2. Jorge Aparicio García

    Gracias por el artículo. Rescata parte de la memoria de la técnica arquitectónica de supervivencia y de quienes la desarrollaron, tanto arquitectos, como pobladores; recordándonos el valor del trabajo en equipo ante la dificultad.
    Permítame que haga el esfuerzo de despolitizar la radiografía conceptual del texto, porque así permite no despreciar la labor realizada por mor de cuándo se llevó a cabo. Sólo extraño el enlace a un reportaje gráfico. El lenguaje arquitectónico no es el filosófico. Gracias de nuevo.

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