Arte y Letras Cómics

Ya no hay color bajo las máscaras

ya no hay color bajo máscaras
Imagen: Marvel Comics. version color

De haber vivido Cervantes en el Nueva York de la primera mitad de siglo pasado y haberse tenido que ganar las habichuelas dibujando cómics, es más que probable que Sancho, el primer sidekick de la modernidad occidental, además de gracioso medio lelo, hubiera sido negro. Porque este era uno de los retratos raciales del momento; y los cómics, lo crean o no, son más que un reflejo de la sociedad. En ocasiones, el más fiel. Algo había mejorado la apreciación de los negros desde la primera mitad de los años veinte, donde si aparecían en las tiras de prensa más populares como el Little Nemo de McCay, lo hacían generalmente para explotar el estereotipo racista: un caníbal con lanza que o bien era un villano o producía risa. El primer compañero negro del héroe que hizo su aparición en un cómic fue Lothar, dibujado por Lee Falk en la serie Mandrake el Mago (1934). No faltaba un tópico. El pobre Lothar, que por supuesto ya era un príncipe africano en una constante que se repetirá hasta la saciedad, iba medio en bolas, solo vestido con pieles y ni siquiera hablaba inglés. Pero algo era algo, y los niños de la época podían ver no solo a un negro en un cómic, sino que era «bueno» en lugar de mostrar sus preferencias gastronómicas por infantes de piel blanca. Para llegar a supertipos como Cyborg, Firestorm o Vixen, o siquiera al personaje (sin superpoderes) más molón de los últimos tiempos para el que esto escribe, la Michonne de The Walking Dead, los negros de las viñetas tuvieron que recorrer una larga marcha que se pareció bastante a la de 1963 en Washington.  

Como la literatura a lo largo de los siglos, las viñetas se han constituido en poco más de cien años en el manual de instrucciones de la sociedad blanca, cristiana y occidental. Dejemos el manga japonés aparte. El tiempo ha dado también pie a desmanes. En 2007 un señor de origen congolés residente en Bélgica llamado Mbutu Mondondo Bienvenu interpuso una demanda pidiendo la retirada de Tintín en el Congo, el segundo álbum del periodista de flequillo rebelde publicado originariamente entre 1930 y 1931. Alegaba Mondondo que el cómic difundía de manera manifiesta «ideas basadas en la superioridad racial». Claro. Como que se publicó nada más comenzar la década de los treinta, apenas veinte años después de que Bélgica le retirara el control de la entonces colonia al rey ―y mejor genocida― Leopoldo II. El 30 de septiembre de 2011 arrancó el juicio contra Tintín. O contra Hergé, en estas relecturas del pasado nunca se sabe muy bien a quién acusar. En febrero del año siguiente, el tribunal dictaminó con buen criterio que no había lugar. Ojo, el álbum es racista, pero también lo era la sociedad en la que se escribió y dibujó. El caso es que no lo sean sus lectores de hoy, y eso no tiene nada que ver ya con Hergé. El retrato de los negros en la aventura de Tintín no dista mucho de los realizados al otro lado del Atlántico: seres de poca inteligencia. En el álbum original de Hergé hasta los elefantes se expresan mejor que los sufridos congoleños. 

Paulatinamente, del caníbal más o menos simpático se pasó al Tío Tom. El protagonista de la novela de Harriet B. Stowe, La cabaña del tío Tom (1852), se ha convertido en el prototipo yanqui del buen salvaje (el apelativo hispano), que acepta con resignación su destino con respecto al amo blanco. Lothar, el colega de Mandrake, era un Tío Tom de manual, uno de esos mismos hermanos contra los que años después clamaría Malcolm X. También eran Tíos Tom Ebony White y Whitewash Jones. El primero, creado en 1940, era el partenaire del Spirit de Will Eisner. Más tarde durante los setenta y para resarcirse de lo escrito en aquellos años de discriminación, Eisner convertiría a su otrora negro zumbón en nada menos que alcalde de Nueva York. Sobre Whitewash Jones poco hay que decir más allá de que engrosó en 1941 un grupo llamado Jóvenes Aliados y que básicamente ayudaron al Capitán América a combatir al nazismo en Europa. Es más, como dato bizarro podemos citar a Isaiah Bradley, un negro que cronológicamente debería ser considerado el primer Capi. 

En 1939 Billie Holliday cortaba la respiración de los asistentes a sus conciertos entonando los sangrientos versos de «Strange Fruit». Mientras, el ejército de Estados Unidos y los aliados se partían el cobre para liberar Europa, África y el Pacífico. La propia armada estadounidense representaba la cuadratura del círculo de un país contradictorio hasta el infinito: la democracia frente a la práctica efectiva de la discriminación. Al igual que muchos de los estados del sur de cuyos árboles colgaban extraños frutos, el ejército de EE. UU. combatía segregado. Pero fue precisamente durante la Segunda Guerra Mundial cuando el cómic norteamericano alcanzó una de sus cimas en cuanto a cifras. Se llegaron a vender veinte millones de ejemplares al mes, números que nunca más serían igualados, y un dato resulta revelador: el 25 % de los productos editoriales con destino a las tropas norteamericanas eran cómics. Entre los lectores había, claro, negros segregados a los que al volver del frente ni siquiera se les permitía compartir tierra blanca en la que enterrar a sus muertos. 

Pero, muy poco a poco, algo empezaba ya a cambiar. En 1947 Jackie Robinson se convierte en el primer jugador negro en las ligas profesionales de baseball y en junio de ese mismo año sale al mercado un único ejemplar de la revista All-Negro Comics. Auspiciada por un sello editorial homónimo, este será el primer cómic hecho por y para un público afroamericano que poco a poco va escalando posiciones. Sobresalían dos personajes, Lion Man, el primero nacido en territorio de EE. UU., y hasta universitario; y Ace Harlem, una especie de poli de ciudad. Sin embargo su aparición no deja de ser anecdótica, como la de Waku, el Príncipe de Bantú, nacido en un sello editorial antecedente de la actual Marvel en 1954. Aunque protagonista, Waku seguía explotando el componente africanista y sus aventuras consistían básicamente en defender a su pueblo de malvados cazadores blancos. 

Entre los años cincuenta y los setenta, EE. UU. está en pleno cambio demográfico como consecuencia de la emigración hacia el norte de más de cuatro millones de afroamericanos desde los estados del sur. Corren los años sesenta y el Movimiento por los Derechos Civiles incendia el país de este a oeste y, sobre todo, de norte a sur. El 15 de septiembre de 1963, supremacistas blancos colocan una bomba en una iglesia negra en Birmingham, Alabama. El acto se salda con la muerte de cuatro niñas y servirá en parte de inspiración para que Nina Simone componga su rabiosa «Mississippi Goddam». Precisamente en un estado sureño y racista como Georgia se ambientan los dos números de Lobo (1965-66), la primera serie del Oeste protagonizada por un personaje negro. La publica Dell Comics, antecedente de DC, editorial que siempre ha ido a la zaga de Marvel a la hora de reflejar todo cambio social en EE. UU. Porque eso hay que reconocerlo, fueron los de Marvel los primeros en pisar callo y en darse cuenta de la mano de hombres como Stan Lee o Steve Ditko de que, como advirtió la aterciopelada y negra voz de Sam Cooke, «A Change is Gonna Come». Es así como en las páginas de Spider-Man comienzan a aparecer personajes negros ejerciendo profesiones «respetables», tales como las de policía o periodista. Para entonces, doscientas cincuenta mil personas se habían dado cita en Washington para escuchar el sueño descrito por el reverendo King.

Y entonces se produce el primer bombazo. En un salón del Audubon Ballroom de Manhattan, el 21 de febrero de 1965, Malcolm X muere tras recibir hasta dieciséis impactos de bala en un asesinato que engrosa los largos archivos de las conspiraciones norteamericanas, dejando patentes las hondas divisiones en el seno del Movimiento. En julio de 1966 sale a la calle el número 52 de Los 4 Fantásticos. En él hace aparición de la mano de Lee y Kirby un personaje que lo cambiaría todo, Black Panther. Si bien Pantera Negra bebe del componente africanista de sus antecesores, el lector se encuentra ya con un superhéroe complejo procedente de un país imaginario, Wakanda, que ha permanecido completamente ajeno al mundo blanco. Una utopía como la que propiciaban Malcolm X y sus rivales en la Nación del Islam. Se trata subrepticiamente de una vuelta a las raíces, al tiempo en el que la negritud no había sido ni contaminada ni mancillada por la supuesta supremacía blanca a la que, naturalmente, hay que combatir. Pantera Negra sigue siendo uno de los diez personajes más inteligentes del universo Marvel y su imaginario país uno de los más avanzados del orbe conocido. Él es, con todas las de la ley, el primer superhéroe negro de masas todopoderoso. El impacto fue tal que ha dado pábulo a curiosas casualidades. T’Challa, alter ego de Pantera Negra, nace en julio primero como supuesto villano pero su carisma hará que pronto pase a héroe y a personaje central llegando a tener su propia serie. En octubre de 1966 se funda el partido de los Panteras Negras comandados por Huey P. Newton y Bobby Seale. Sobre los lazos entre el personaje y la organización revolucionaria y de autodefensa negra se ha escrito mucho. Ambas partes, autores y activistas, han negado cualquier relación. Sin embargo es evidente en varios aspectos. También hay que tener en cuenta una cosa: durante la Segunda Guerra Mundial en el ejército segregado de EE. UU. existió un batallón de tanques, el 761st, integrado exclusivamente por soldados negros. Eran conocidos como los Black Panthers.

Más allá de estas especulaciones teóricas, en las calles se recrudeció la lucha por los derechos civiles. En 1967 arde Detroit y los chicos de Huey P. Newton y Bobby Seale son colocados en el foco de las autoridades. En Marvel lo saben y tienen miedo, hasta el punto de que durante unos meses el personaje de T’Challa sustituirá su nombre por el de Black Leopard. Durará poco. T’Challa ha llegado para quedarse y con él muchos otros que visibilizaran definitivamente a la minoría afroamericana en el cómic. Visto el éxito de un extranjero como Black Panther, Marvel se pone a la tarea y en 1969 le busca un compañero al Capitán América, que andaba solo desde la muerte de Bucky. Este será Halcón, ya nacido en casa y primer negro en engrosar las filas de Los Vengadores, con los que mantendrá discrepancias en varias ocasiones precisamente por cuestiones raciales. Ambos coincidirán en no pocas ocasiones con T’Challa, compartiendo incluso cabeceras como forma de simbolizar el fin de la segregación. Esta será un tema especial en Black Panther, quien viajará incluso al profundo sur en varias ocasiones para enfrentarse a los paletos del KKK.

El 4 de abril de 1968 es asesinado Martin Luther King. La reacción es la más violenta que se recuerda en una sociedad con la violencia grabada en su ADN. Unas ciento veinticuatro ciudades estallan en disturbios, incluido Washington. Unos días después del asesinato, Lyndon B. Johnson estampa su firma en la Ley de Derechos Civiles. Sobre el papel había terminado la discriminación pero quedaban las calles. Los negros seguían recluidos en guetos y asociados con la delincuencia y la drogadicción. Muchos años después, todavía un personaje tan oscuro y filofascista como Punisher (Castigador, 1974), solo hacía una pausa en su afición favorita de matar comunistas para dedicarse en cuerpo entero a los mafiosos, muchos de ellos negros. 

Mientras tanto, DC, que teme perdida la guerra por captar al lector afroamericano, se pone las pilas en 1971. Lo venía avisando en las páginas de Linterna Verde (Green Lantern) escritas por Dennis O’Neil. En concreto hay un número clásico (n.º 76, abril de 1970) en el que el héroe mantiene un curioso diálogo con un mendigo de raza negra en el que este le espeta: «He estado leyendo acerca de usted, cómo trabaja para las pieles azules, cómo acudió a un planeta para ayudar a las pieles naranjas y que ha hecho considerables esfuerzos en favor de las pieles de color púrpura. Solo hay unas pieles sobre las que nunca se ha molestado: ¡Las negras! ¡Quiero saber cómo lo hace! ¡Respóndame, señor Green Lantern!». 

La queja era evidente, representar cualquier raza fantástica es posible y no una que sí es real. Así, en 1971, John Stewart se encargará de sustituir a Hal Jordan y ponerse el anillo de guardián del universo de Green Lantern, convirtiéndose en el tercer superhéroe negro más importante de todos los tiempos y también en uno de los más contestatarios con el sistema. 

Los inicios de los setenta son los años de esplendor del Blaxploitation, el subgénero cinematográfico alrededor de los bajos fondos en los barrios urbanos negros que inaugura la película Shaft (1971). El género tendrá su correlato en el cómic con el nacimiento de Luke Cage, creado por Archie Goodwin y John Romita Sr. Desde su primer número, Luke Cage, Hero for Hire (Héroe de Alquiler), en junio de 1972, la estética molona quedará marcada para siempre. Un tipo cachas con un corazón de oro, capaz de dar hostias como panes, que ha pasado por la cárcel siendo inocente y en donde ha sido sometido a una serie de experimentos que le han dado poderes. Cage viste colores chillones, cadenas, la camisa abierta hasta el pecho y una tiara para reforzar la moda gueto imperante en la época. Y para la posteridad dejará una expresión: «Sweet Christmas!». Cage tendría un reverso femenino en 1975, Misty Knight, pero la presencia de la mujer de color solo alcanzaría su culmen con la aparición, también ese mismo año, de Tormenta para engrosar las filas de los X-Men, y que en 2006 se convertiría en esposa de T’Challa, cerrando así el círculo africano. Para entonces Blade el cazavampiros ya ha hecho fortuna como héroe secundario en las páginas de cómics alternativos. Y también Black Lightning, un maestro de escuela claramente inspirado en el Sidney Poitier de Rebelión en las aulas (1967), y que en sus primeras versiones ocultaba su identidad tras una máscara con peluca a lo afro.

Desde entonces muchos son los superhéroes de color que pueblan los cómics. La normalidad quedó confirmada cuando ya no fue necesario hacer hincapié en la negritud del personaje desde su nombre. Negros como Spawn han servido de piedra angular sobre la que crear incluso una editorial como Image, escisión de Marvel en 1992. Afroamericanos han vestido el traje de Iron Man (War Machine) en la época que Tony Stark decidió beberse hasta el agua de los jarrones. Hasta el propio jefe de S.H.I.E.L.D, Nick Furia, ha cambiado de raza en el universo Ultimate para llevar el rostro de un actor tan conocido como Samuel L. Jackson. Un presidente negro ha gobernado EE. UU. y un adolescente negro de ascendencia hispana, Miles Morales, es desde 2011 Spider-Man en la serie Ultimate, confirmando que el color de la piel, pese a las polémicas, ya no es una barrera para enfundarse una máscara tan mítica como la del mismísimo Hombre Araña.  

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3 Comentarios

  1. Excelente artículo. A menudo se olvida que el autor de literatura popular (y el cómic es eso básicamente) no pretende cambiar el mundo, sino ganar dinero. Y si ha de hacerlo en una sociedad patriarcal, misógina y racista no le queda otra que ser patriarcal, misógino y racista. Por la sencilla razón que así serán la mayoría de sus lectores.
    Ello no obsta que se pueda hacer algo: Lee Falk llegó todo lo lejos que podía con Lothar en una fecha tan temprana como 1934. Ir más allá de eso no se lo hubiera comprado nadie en aquellos entonces. Y tengo para mí que probablemente ya tuvo que convencer al editor.
    Por eso no me gusta nada que intenten cambiar el pasado. Situarlo en su contexto sí, pero el que ignora o quiere destruir o tergiversar el pasado está condenado a repetirlo, no lo olvidemos.

  2. Lemmytico

    «Este será Halcón, ya nacido en casa y primer negro en engrosar las filas de Los Vengadores»

    Me temo que el propio T’Challa fue vengador bastante antes que Halcón.

  3. Pingback: La batalla por la hegemonía cultural en la era de la nostalgia: entre la politización de la cultura y la despolitización de la política (1) - Jot Down Cultural Magazine

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