Arte y Letras Historia

Profondo nero, intenso giallo (y 3): El crimen o las partes del elefante

crimen pasolini
Sergio Citti. (DP)

(Viene de la segunda parte)

Relatar las vacilaciones y callejones sin salida en que desembocaron las investigaciones emprendidas por Furio Colombo, autor de la célebre última entrevista «Todos estamos en peligro» la tarde en que había de morir el poeta, o por Oriana Fallaci, que desde el principio se acercó a la verdad apuntando la presencia de más de tres personas en el campito de fútbol de Ostia, o por el policía Enzo Sansone o por Sergio Citti —el que fuera primero ragazzo de vita y luego respetado director de cine—, cuando tenemos un panorama más claro de los hechos desde que se han desclasificado papeles de la CIA correspondientes a este y otros sonados casos italianos, puede parecer una pérdida de tiempo, excepto porque en su momento le descubrieron a la opinión pública cómo un sector del mundillo criminal pululaba alrededor del poder político y el precio que se pagaba por revelarlo; también porque estos investigadores encarnan una corriente civil de resistencia democrática que ha mantenido vivo el caso Pasolini, rebelándose contra la impunidad de unos crímenes de Estado que han pintado el paisaje político y social de las últimas décadas, Berlusconi incluido. 

Sus investigaciones y averiguaciones parciales recuerdan la historia de los ciegos que tiene que decir de qué animal se trata cuando solo tienen acceso a una parte de un enorme paquidermo. El elefante de la trastienda política italiana no se deja medir por un hombre solo.

La incredulidad como motor de las investigaciones espontáneas

Naturalmente, lo primero que chirrió de la versión oficial era lo oportuno que resultaba un chapero menor de edad como culpable, y que el homicidio pareciese tanto una profecía autocumplida, pues Pasolini había comentado alguna vez que era consciente de asumir riesgos cuando salía «de caza» por las noches. Hay que insistir en el nivel de violencia en la capital, fruto tanto del clima político como de la crisis económica. El ataque a la «parejita» de homosexuales por una pandilla de jóvenes fachosos la había representado Pasolini en La Nebbiosa, guion elaborado por encargo en 1959 y que muy cambiado resultaría en la película Milano nera (1963). Es una bobada hablar de profecía cuando lo que hizo entonces fue incluir situaciones reales —las agresiones a homosexuales sorprendidos en sus encuentros discretos o clandestinos— en una ficción.

Tanto los autores de Profondo nero como el sinfín de escritores o cineastas que han abordado el misterio de la madrugada del 1 de noviembre han destacado que las primeras etapas de la investigación oficial dejaban mucho que desear, primero porque no se acordonó el lugar y mientras la policía trabajaba en el levantamiento del cadáver —«un grumo de sangre»—, unos chavales estuvieron jugando un partido de fútbol en medio del barro y rodeados de curiosos.

Unos y otros pisoteaban el terreno borrando así pistas que habrían demostrado la presencia de más personas, además de la supuesta «parejita». Encima, Pelosi cambió de versión a lo largo de los años y llegó a escribir dos libros —Io, angelo nero (1995) y Io so come hanno ucciso Pasolini (2011)—, el último el más creíble, también por ser posterior a la entrevista que concedió a Rizza y a Lo Bianco en 2008, en la que por primera vez mencionó los nombres de dos de los agresores presentes la noche de autos: los hermanos Borsellino, dos sicarios que se habían introducido en los grupos de ultraderecha de su barriada.

En la declaración inicial, que lo llevó a la cárcel, afirmó que respondió violentamente a la postura sexual que le imponía Pasolini hasta el punto de perder la cabeza al golpearlo, dejándolo hecho un guiñapo en el suelo embarrado del campito de fútbol, del que escapó al volante del GTI de Pasolini sin ser del todo consciente de haber pasado hasta en dos ocasiones sobre su cuerpo (se supone que al maniobrar para salir del recinto). La declaración final sacaba a escena dos motocicletas, en una Gilera iban los hermanos Franco y Pino Borsellino, también menores de edad —que lo habían liado en Roma para que organizara una reunión con Pasolini con el pretexto de devolverle las bobinas de Salò, robadas en Cinecittà junto con material de otros artistas—, un Fiat 1500 oscuro y un GTI idéntico al de Pasolini, que no se movió durante la agresión pero que se utilizó luego para atropellar al cineasta, exánime tras el ataque con cadenas y a bastonazos.

Mucho tiempo después, otro de los detectives improvisados, Silvio Parrello, contó que ese coche llegó a un taller de planchistería hecho unos zorros mientras que el de Pasolini no presentaba los desperfectos que necesariamente debería haberle causado el roce de su parte inferior con un cuerpo atropellado. Estos detalles ya los señaló el forense Faustino Durante cuando acudió el 2 de noviembre al lugar del crimen. 

Pelosi se chupó siete años y medio de la condena a nueve años, siete meses y catorce días sin haber participado en la agresión, pues lo retenía contra el cercado uno de los agresores —un tipo robusto, de cuarenta años, con barba—, sin dejar de amenazarlo, a él y a los suyos, si contaba lo visto y oído. Pelosi, que no esperaba la escalofriante paliza, cuenta que intentó zafarse para acudir en ayuda de Pasolini. Su última versión confirmaba evidencias señaladas por el forense Durante, quien calificó de muy improbable que, en una pelea que dejó a la víctima bañada en sangre, el asesino confeso se manchase apenas el puño del jersey y la pernera del pantalón. Durante no fue el único que expuso hipótesis muy próximas a los hechos luego demostrados.

También Oriana Fallaci clamó desde el principio que fue un asesinato planeado en el que participaron varias personas, dos de las cuales se presentaron en el Idroscalo a lomos de una motocicleta. Al periodista Furio Colombo le contó un tal Ennio Salvitti que oyó la paliza, en la que participaron no menos de cuatro sujetos. El ejemplar ciudadano estaba dispuesto a hablar con Colombo, periodista de L’Estampa, pero no a acudir a la policía, que no se molestó en interrogarlo, como tampoco al pescador, testigo ocular de los hechos, que se confió a Citti.

Que usaron a Pelosi como chivo expiatorio se demostró tanto en el juicio que lo condenó a más de nueve años de cárcel como en la escena del libro, cuando se representa gritando desesperado a los agresores que escapan en coche y en moto que no lo dejen solo con el cadáver. Sucedían demasiadas cosas extrañas imposibles de interpretar correctamente por un ragazzo malavitoso de diecisiete años: Pelosi tenía al principio dos abogados que habían construido su defensa arguyendo su incapacidad física y mental para cometer un delito tan sangriento y con pruebas que «certificaban la complicidad de terceros la noche del homicidio». Recuérdese que Pasolini era deportista y habría podido defenderse, de ser Pelosi el agresor.

Poco después, por indicación de sus padres, aceptó que los sustituyera otro abogado, un tal Rocco Mangia, nada menos que el defensor de los fascistas del crimen del Circeo. ¿Quién pagó la cuenta del abogado? Se dice que la Democracia Cristiana. Mangia insistió en que declarase haber actuado solo. En apelación se desestimó incluso la coletilla de la participación de «desconocidos» propuesta por el juez Alfredo Carlo Moro (hermano de Aldo Moro). Rocco Mongia tuvo como ayudantes a Franco Ferracuti y al criminólogo neofascista Aldo Semerari; ambos eran miembros de la logia masónica P2. Sin olvidar a la psicóloga Fiorella Carrara, cuyos diagnósticos lograban que los de la banda de la Magliana se fueran casi de rositas.

El muchacho de 1975 era consciente de estar salvando el pellejo y el de sus padres al cargar con la responsabilidad del delito y la pena de prisión; probablemente creyó que obtendría alguna recompensa en su incipiente carrera de ladrón y esto, además de las advertencias que fue recibiendo en la cárcel, explicaría su largo silencio sobre la participación de Johnny lo ZingaroGiovanni Mastini de nombre civil— considerado hoy el líder de la «manada» de Ostia.   

Hay tantas diferencias entre las versiones oficiales y las derivadas de investigaciones independientes y profesionales, y de las confesiones últimas de los implicados, que nos encontramos con identidades secundarias que arrojan luz sobre realidades secretas. Así, llega a decirse que Pelosi no hacía apenas una semana que conocía Pasolini, en el famoso quiosco de la estación Termini, sino que era su medio noviete desde cuatro meses antes atrás. Y qué decir del intocable Johnny lo Zingaro y del dosier secreto que la policía guardaba sobre él.

crimen pasolini
Pelosi la Rana en el lugar del asesinato de Pasolini, con la policía que lo lleva para la reconstrucción. (DP)

Ejecución

También causó perplejidad que el poeta se alejara tanto de Roma para tener unos minutos de intimidad con un chapero dentro de su propio coche. 

Sergio Citti calificó de entrada la muerte de «ejecución» y defendió la tesis de que, con el único móvil del robo, su amigo fue atraído al Idroscalo con el cebo de recuperar las bobinas de Saló. Aseguraba contar con el testimonio de un pescador que habría presenciado la paliza en la que participaron cuatro personas más aparte de Pino la Rana. El cortometraje que Citti rodó el 2 de noviembre sobre el terreno hacía acopio de pistas que desmentían la versión oficial sobre el coche utilizado en el atropello. Por supuesto, los testimonios anónimos no acudieron a la policía y seguramente hicieron bien teniendo en cuenta que algunos errores en la investigación se explican por la rivalidad entre los cuerpos de policía y carabinieri y otros por la voluntad de desviar la atención de la trama política.

Citti volvió a clamar por su versión en 2005, después de la aparición de Pelosi en el programa de entrevistas de gran audiencia Ombre sul giallo. Insistió en que Pier Paolo Pasolini le habló de una cita en Acilia para recuperar las bobinas robadas; una vez allí, fue secuestrado y conducido hasta Ostia, donde lo mataron. Citti estaba seguro de que en el Idroscalo había agentes secretos, que Pelosi era solo el cebo, un cebo que, según otro testigo, hizo varias llamadas telefónicas desde un bar tratando de acotar su participación en un asalto que, suponía, se limitaría a vaciarle los bolsillos a un tipo con mucha pasta. Citti murió en 2005 cuando se volvía a cerrar el caso sin pruebas firmes de la participación de otras personas además del condenado.

El policía infiltrado que no jubiló su tesis

Citti no fue el único que saltó de su butaca al oír el enésimo cambio de versión del embustero Pelosi. Un policía ya jubilado, Renzo Sansone, dio una entrevista para ofrecer la suya y recordar que sus averiguaciones y conclusiones no se tomaron en cuenta. En el momento de los hechos se le permitió infiltrarse en los ambientes de la pequeña delincuencia ligada a la extrema derecha romana. Tras hacerse pasar por un recluso recién liberado que quería colocar un botín, se ganó la confianza de los asiduos a un salón de juegos, entre ellos los Borsallino, que le fardaron de su participación en la muerte del poeta y le mencionaron a Johnny lo Zingaro, nacido en 1960, hijo de un feriante, que inició su carrera delictiva con once añitos y a los quince mató a un chófer de autobús por un botín irrisorio. La carrera delictiva del Zingaro es impresionante, con fugas, secuestros, asesinatos a sangre fría y dos sentencias a cadena perpetua. Como penar dos vidas es demasiado, optará por el «arrepentimiento», lo cual implicaba el traslado a cárceles donde ha disfrutado de la compañía de otros pentiti neofascistas y de la mafia y la camorra, una forma de prosperar nada desdeñable: contar con la protección de tipos más peligrosos que él. Los autores repasan exhaustivamente todas las hipótesis sobre la implicación de Mastini en la emboscada y las alianzas que, obligados por la progresiva falta de apoyos, establecen los grupos subversivos extremistas de derecha e izquierda. Nadie aparece una sola vez: la mayoría de los que asoman la cabeza ya en el juicio, ya planeando organizaciones subversivas con más capacidad de ataque, o como sicarios y delincuentes, están implicados en un movimiento que pretende la desestabilización política de Italia a favor de un gobierno autoritario.

Er Paccetto, el pececillo fiel

Y aún hubo otro investigador independiente, Silvio Parrello, pintor y poeta de Donna Olimpia, de niño conocido como er Paccetto, uno de los que inspiraron Ragazzi di vita [Los chicos del arroyo]. En 2010, Parrello contactó con un abogado y un periodista para descargar toda la información que había reunido en torno al asesinato del poeta al que admiraba. Señaló a Antonio Pinna como dueño del Alfa Romeo que llegó con el resto de la comitiva al Idroscalo y salió manchado de sangre, con marcas de golpes en la carrocería y desperfectos en los bajos. «El coche de los asesinos llegó sucio de sangre y barro a un planchista en la Portuense y como este se negó a repararlo lo llevaron a otro: sé quién llevó el coche a los mecánicos y hace un mes comuniqué su nombre al magistrado».

En la emboscada participó además un Fiat 1500, por lo que en total llegaron a concentrarse siete hombres para agredir a uno solo. Pinna, vinculado al clan de los marselleses, desapareció dejando como único rastro de su huida el coche abandonado en el aeropuerto de Fiumicino, cuando en 1979 detuvieron a los Borsellino, drogadictos que morirían de sida en la cárcel. En 2017, casi cuarenta años después, Pinna revelaba desde su escondite «en otro continente» que tras abandonar Italia cambió de identidad y que era Johnny lo Zingaro quien conducía el Alfa Romeo que, en su huida, pasó dos veces por encima del cuerpo agonizante de Pasolini. El doble atropello fue lo que terminó con su vida, según detalla la autopsia.

La teoría de los círculos concéntricos 

Lo Bianco y Rizza desarrollan un sagaz razonamiento sobre las dificultades de desentrañar los delitos que se llevaron la vida de los tres protagonistas de su crónica:

Si el delito Pasolini es un delito «político» complejo, llevado a cabo por encargo, ordenado por los mismos ambientes que han decidido la muerte de Mattei y tergiversado las investigaciones sobre De Mauro, para comprender bien la dinámica es necesario acudir a la teoría de los «círculos concéntricos», utilizada en varias ocasiones para explicar los delitos excelentes. Aquellos en los que no existe una relación directa, un verdadero contacto entre los mandantes y los ejecutores, sino un sistema de «círculos concéntricos», que partiendo desde el interior, transmite la orden (o, mejor dicho, «la voluntad») al exterior para la ejecución, mediante una compartimentación de informaciones que tutela los niveles más elevados y expone solamente a los peones.

Hasta aquí tenemos un cuerpo que habla mediante indicios, no todos tajantes, que parece introducirnos en una novela de terror que ha conseguido mantener en suspenso la realidad durante décadas.

El panorama empieza a despejarse cuando en 1994 el magistrado Vincenzo Calia descubre la conexión entre la novela que el escritor dejó inacabada, Petróleo, y un par de notas escritas a mano halladas en la sede de los servicios secretos mientras le daba vueltas a la negligente investigación del «accidente de Mattei». Las notas rezan que el fundador de la logia P2 es Eugenio Cefis, que trasladó el mando a Licio Gelli cuando vio que se le torcía la suerte. Petróleo no solo se publicó inacabada, sino sin un capítulo elocuentemente titulado Lampi sull’Eni. Ya fallecido el poeta, en su casa entraron ladrones y se llevaron varios papeles. Llegados a este punto, no cuesta darse cuenta de que el caso es de una complejidad que justifica las exhaustivas investigaciones de los aficionados y de profesionales como Calia o Sansone y, al mismo tiempo, no extraña que no termine de resolverse. Italia multiplicaba los crímenes en desafío al Estado y, a lo sumo, se permitía la caída de los proletarios del crimen mientras las cabezas pensantes encontrarán refugios seguros en el anonimato o en la clandestinidad en países remotamente civilizados.

Calia seguía uniendo puntos: cuando encuentra una copia del libro Questo è Cefis. L’altra faccia dell’onorato presidente (1972) [Esto es Cefis. La otra cara del honorable presidente], de un tal Giorgio Steimetz, pseudónimo que oculta a un periodista, da con la clave para descifrar la novela Petróleo, que de hecho reproduce fragmentos enteros de este texto (a Pasolini se lo envió un psiquiatra), que apenas llegó a aterrizar en librerías. Calia comprende que Pasolini estaba investigando las muertes de Mattei y de Mauro y la implicación señalada de Cefis, el enriquecimiento ilegal de este, director del ENI primero y luego de Montedison, rival de Verzotto, que está detrás de la publicación de esta denuncia. El fondo del asunto es más que una rivalidad por el control de organismos estatales que movían enormes cantidades de dinero. Verzotto, rival de Cefis desde Sicilia, tenía interés en desenmascararlo, lo cual no le impidió compartir sus malas prácticas, tan malas que determinaron su huida en 1975, para escapar de la justicia que iba a pedirle explicaciones por un dinero hallado en la Banca Sindona.

Petróleo, novela incomprensible para la mayoría aún hoy, pasa de ser un texto experimental trufado de pornografía a ser un documento de impacto político tan explosivo como iban a serlo las revelaciones del confiado De Mauro. «Es «la novela de los atentados», la primera novela de literatura italiana que se transforma en documento de denuncia para desenmascarar la naturaleza perversa y asesina del poder en Italia» (PN, p.237).

Dicho de otro modo, Pasolini no faroleaba cuando publicó «Sé los nombres» ni lanzaba un globo sonda para auscultar las reacciones que pudieran avalar sus pesquisas. Sus acusaciones no podían pasarse por alto: en Por qué el Proceso, ya provocó la ira al acusar «de complicidades mafiosas a políticos y magistrados, así como de la participación de los servicios secretos extranjeros, como la CIA, en los atentados italianos y acusa al Estado de no revelar verdades de las que son cómplices por igual la derecha y la izquierda».

Cefis se exilia en Suiza apenas dos años después del asesinato de Pasolini, pero la «subversión negra» continuó, llegándose a hacer realidad el objetivo que el cineasta denunciaba: el control social a través de los medios de comunicación dominados por las corporaciones financieras o industriales. Luego llegarían los escándalos de la P2 y la banca Vaticana. La desclasificación de documentos durante la era Trump ha corroborado las tesis de la complicidad norteamericana en la desestabilización política que algunos policías e investigadores espontáneos, periodistas e intelectuales fueron armando a lo largo de los años. A Pasolini cabe atribuir el mérito, entre muchos, de haber llegado a conclusiones sobre el uso del terrorismo por parte del Estado con veinticinco años de antelación.

En todo caso, no era una pieza suelta en un marasmo de violencia y corrupción: el cine independiente de la llamada Escuela de Nueva York estrenaba películas que tocaban de lleno estos conflictos. Como un Serpico a la italiana, Pasolini utilizó su perfil tan vilipendiado de frocio para abordar en Catania a jovencitos miembros de squadre neofascistas y averiguar la infiltración de los «negros» en las Brigadas Rojas. Ya lo vimos en Comizi d’amore: PPP no solo sabía hacer preguntas, sabía también insinuarlas y conseguir que los entrevistados hablaran francamente de asuntos tabú. 

¿El asesinato de Pasolini fue el resultado de un complot? Así parece. Es probable que puedan realizarse los nuevos análisis de ADN que pide Dacia Maraini, y que logren identificar a los agresores que faltan. En cualquier caso, el prolongado empeño de tantos intelectuales y artistas y profesionales de la justicia en dilucidar las circunstancias e identificar a los implicados en el asesinato del Pier Paolo Pasolini ha sido el mejor homenaje posible, porque obligó a practicar una lectura políticamente activa de la realidad de Italia y conocer su impacto en todos los estratos sociales. 

A partir de este trabajo de racionalización de los acontecimientos puede leerse, discutirse o celebrarse la obra pasoliniana sin el corsé de una mirada reverencial y acrítica condicionada por el asesinato.


Nota: Los textos que aparecen entre comillas son citas traducidas del italiano, procedentes bien de los dos libros aquí citados o bien de los innumerables artículos consultados. 

Libros y articulos:

Profondo nero: Mattei, De Mauro, Pasolini, un’unica pista all’origine delle strage di stato, de Giuseppe Lo Bianco y Sandra Rizza. Editorial Chiarelettere, Milán, 2009 (hay nueva edición de 2020).

Il caso Mattei. Le prove dell’omicidio del presidente dell’Eni dopo bugie, depistaggi e manipolazioni della verità, de Vincenzo Calia y Sabrina Pisu, Milán, 2017. 

Marika Martina, Petrolio di Pasolini nella rilettura del magistrato Vincenzo Calia, «Bibliomanie. Letterature, storiografie, semiotiche», 48, no. 3, diciembre 2019.

«Delito Pasolini. Nuove testimonianze», La Repubblica, 05-05-2010.

Boris Giuliano – Perfil en wikipedia.it lleva a información más completa.

Egidio Ceccato, «Le memorie di Graziano Verzotto, ovvero l’arte di mentire senza ritegno» (Las memorias de Graziano Verzotto, o el arte de mentir sin moderación), publicado el 17 noviembre de 2020 en el blog Anpi Padova.

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