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Liudmila Ulítskaya: «Siempre me ha gustado leer y he pagado un alto precio por ello»

Liudmila Ulítskaya para Jot Down

Esta entrevista se encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº 40 «El arte del engaño».

Liudmila Ulítskaya enciende el primero de los cuatro o cinco cigarrillos que consumirá a lo largo de la conversación. El entrevistador no alcanza a leer la marca grabada en la cajetilla, pero el olor del humo, que pronto se expande por la habitación, es grato. Una intérprete lleva sus palabras del ruso al inglés. Afuera, un tranquilo patio de vecinos ajardinado en pleno centro de Berlín, su ciudad de acogida tras decidir exiliarse a raíz de la invasión de Ucrania por parte de su país.  

Nacida en Dablekánovo, en la república rusa de Baskortostán, creció y se educó en Moscú, donde desarrollaría su vocación literaria al tiempo que completaba sus estudios de Biología, en concreto poniendo el foco en la genética. Entre sus libros traducidos al español destacan Daniel Stein, intérprete; Sóniechka —que mereció el Premio Médicis—; Sinceramente suyo, Shúrik —premio a la mejor novela del año en Rusia en 2004—, y Mentiras de mujeres. Recientemente le ha sido concedido el Premio Formentor, que recibirá en septiembre y que ha supuesto un consuelo para su situación actual.

Rodeada por los pinceles de su marido, el pintor Andrej Krasulin, y con apenas un puñado de libros en las estanterías —entre los que se distinguen algunas traducciones de sus obras—, Ulítskaya no puede ocultar la provisionalidad en la que se encuentra mientras rehace su vida a mil ochocientos kilómetros de su adorado Moscú. Y, aunque detesta las entrevistas, mientras consume su tabaco, demuestra no haber perdido en el camino ni la memoria ni el sentido del humor.

Usted ha trabajado en el campo de la genética. ¿Ha visto alguna vez al microscopio eso que llaman el alma eslava?

Es una cuestión muy compleja e interesante. Bueno, sabemos que la genética no estudia el alma, sino el cuerpo, la corporeidad. Sin embargo, en la última década, se empezó a estudiar algo llamado paquetes de genes: una colección, una característica nacional de nuestros genes. Se cree que es posible decir algo sobre la frecuencia genética de una determinada nacionalidad. Solíamos pensar, por ejemplo, que los eslavos son de pelo rubio y ojos azules, y que las personas de raza africana son de piel oscura y ojos negros. Pero, del mismo modo, existen muchos otros rasgos hereditarios y no todos han sido estudiados hasta la fecha. La elección de convertirme en genetista cuando era joven vino determinada por algo que me interesaba de una forma loca: la composición del hombre. Si hoy tuviera que volver a elegir mi profesión, creo que me inclinaría por la antropología, sin descuidar ese apartado llamado genética humana. 

¿Y el ADN judío?, ¿ha llegado a verlo?

No, eso es mitología [risas]. Al menos eso pienso yo.  

Liudmila Ulítskaya para Jot Down

Sus padres vivieron en la Rusia asediada por los nazis. ¿De qué modo les marcó aquella experiencia? ¿Se hablaba en su casa de aquellos años?

Mis padres vivieron, en efecto, en la Rusia que fue atacada por la Alemania de Hitler. Pero de ese tema casi nunca se habló en casa. En 1953, el año de la muerte de Stalin, yo tenía diez años. Eran los años en que decenas de pueblos (diferentes naciones de la Unión Soviética) fueron deportados de sus tierras y enviados al exilio. Los judíos eran los siguientes en la fila. Ya se habían elaborado las listas, y se dice que la gente ya estaba en los apeaderos, en las estaciones de tren, ya había un plan para sacar a los judíos de la capital de manera escalonada. Pero, justo en ese momento, Stalin murió. Creo que el Señor Dios se ocupó de sus judíos.

¿Hablaban sus mayores en yidis o en ruso? 

Mis abuelos hablaban en yidis entre ellos cuando lo consideraban necesario, creyendo que no se les entendía. Pero yo sí les entendía, aunque no fuera capaz de hablarlo [risas]. Debo decir que el primer idioma extranjero que aprendí fue el alemán, muy pronto empezaron a enseñármelo. Pero hay que subrayar que el yidis, tal y como lo usábamos en Rusia, estaba bastante cerca del alemán.

¿En qué momento se dejó de hablar en yidis?

Mis abuelos se habían graduado en una escuela de gramática rusa clásica y habían estudiado en una institución de enseñanza superior. Eran judíos completamente asimilados. Mis padres no hablaban nada de hebreo. Yo entendía algo de la conversación judía de mis abuelos solo porque había estudiado alemán.

¿La literatura jugaba un papel en la vida cotidiana? ¿Qué historias se contaban en su familia?

Había en casa dos estanterías. Me crie entre ellas. Y tengo que decir que nadie me ofreció ningún libro; los cogí yo misma, sin que nadie me animara. El primer libro para adultos que leí fue —imagínate— el Quijote, de Cervantes. Un libro grueso y difícil. Todavía no me explico cómo lo leí y qué entendí. Ya de adulta me enteré de que el libro en sí fue escrito como una parodia de alguna novela que nadie recuerda, y ahora nadie recuerda que es una parodia. Así es como estudiamos la literatura.

¿Era el Quijote tan importante como se ha dicho alguna vez para los lectores rusos?

No, en absoluto. Sobre todo para los rusos de mi edad. No era nada conocido.

¿Y el judaísmo era determinante en el día a día, más allá de sus ritos? ¿Se sentían muy distintos de sus vecinos no judíos? 

Sí, eso sí. Desde muy pronto sentí que éramos diferentes, que nuestra familia era distinta a las de nuestro entorno. Pero soy una persona muy sociable y siempre encajé bien en cualquier grupo de niños, no tuve ningún problema para relacionarme. E incluso llegué a ocupar un alto cargo [risas]. Sí puedo contarte que tuve un bisabuelo religioso, el padre de mi abuelo. Yo tenía siete años cuando él murió con noventa y tres años. Lo recuerdo muy bien. Me contaba historias de la Torá, historias de la infancia. Así que, en cierto modo, mi educación religiosa comenzó muy pronto, aunque yo percibía sus historias como cuentos de hadas. La historia del rey Salomón es, de hecho, un hermoso cuento de hadas. De los rituales recuerdo particularmente la Pascua. ¿Y sabes qué situación recuerdo especialmente bien? En una celebración de Pascua, en cierto momento, toda la familia se acercó a la puerta. La puerta se abrió, todos se quedaron en silencio y creyeron que en ese instante había entrado un ángel. Recuerdo muy bien ese momento, siempre me entristeció mucho no poder verlo.

¿Cómo fue su despido de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética? 

Mis padres eran científicos. Mi madre era bioquímica, y mi padre era ingeniero, pero trabajaba igualmente en el campo científico. Ambos estaban muy involucrados en su profesión. Esto, en gran medida, supuso una barrera protectora para evitar muchos problemas. Además, tengo que decir que fueron un muy buen modelo de vida, sobre todo para una persona que vive su profesión. Una se realiza en la profesión, no en la vida social. En cuanto al despido, fue después de graduarme en la universidad, cuando trabajaba en el Instituto de Genética General, y más bien se trató de una no renovación del contrato. Hubo algunos problemas con los libros que yo solicitaba. Siempre me ha gustado leer y he pagado un alto precio por ello. 

¿Puede ser más explícita sobre este asunto?

Sabes, yo solía leer mucho, y entre el flujo habitual de lecturas había algunos libros que eran difíciles de conseguir porque estaban prohibidos. Y no siempre sabíamos lo que estaba prohibido y lo que no. Pero sí sabíamos con certeza que los libros que se traían del extranjero, impresos en ruso por Inkopress, estaban prohibidos. Y por supuesto que los leímos, por supuesto que los recibimos y los intercambiamos. Había todo un mercado para esos libros prohibidos, y yo participé mucho en él. Todavía tengo el libro más caro de mi vida en la estantería de casa, La dádiva, de Nabokov. Por este libro me quité el anillo de diamantes de mi abuela, lo puse sobre el mostrador, y así lo conseguí. Fue en Moscú, en los años sesenta. El libro más caro de mi biblioteca. Valió la pena. Por supuesto, me echaron del trabajo en algún momento por leer esos libros. 

Luego trabajó en el Kámerni, el teatro estatal judío.

Eso fue más tarde, mucho más tarde. Trabajé en el Instituto de Genética General, me despidieron y después no trabajé durante nueve años. Fueron los años en que nacieron mis hijos: los años 70, 72 y 75. Y luego me incorporé a ese puesto. Mi trabajo era literario: fui al teatro judío como jefa del departamento de literatura.

¿Encontró en el teatro más libertad que en otros lugares?

Viví una situación absolutamente única. Después de un largo periodo de prohibición de la cultura judía, por fin había un teatro judío. Fue algo muy curioso, porque nadie sabía la lengua judía en aquella época. Solo los viejos abuelos conocían todavía el yidis. Y el teatro debía demostrar al mundo que no había antisemitismo en Rusia. Eran años en los que ir a Israel era casi imposible para los judíos, pero decían: «Tenemos un teatro judío, todo está bien». Había una editorial judía que publicaba libros judío-soviéticos en yidis. Los jóvenes no sabían yidis, pero los ancianos leían libros en hebreo y leían la Torá. Fue un momento muy divertido.

Daniel Stein (a quien creo que llegó a conocer en la realidad y a quien dedicó su libro Daniel Stein, intérprete) es un personaje que no parece encajar en su tiempo, vaya donde vaya parece ir a contracorriente. ¿Se identificaba usted con él?

El verdadero nombre de este hombre era Daniel Rufeisen, y llegó a la Unión Soviética procedente de Israel. Estuvo en la ciudad de Minsk, en Bielorrusia. Durante la guerra fue en esta ciudad donde organizó las fugas del gueto de los judíos, las unidades de partisanos. Ayudó a huir creo que a trescientas o seiscientas personas (no recuerdo ahora, pero está escrito en el libro). Llegó hasta Minsk viajando vía Moscú. Y pasó todo el día en mi casa, desde la mañana hasta la noche. Hablamos con él todo el día. Sabía muchos idiomas, todos mal, pero los hablaba todos, incluido un idioma tan difícil como el húngaro. Aunque su lengua materna era en realidad el alemán. Procedía de una familia judío-alemana, fue al colegio y recibió su educación inicial en alemán…

¿Y qué más recuerda de su encuentro con él?

Pasó todo el día conmigo, yo hacía preguntas y él respondía. Yo me sentía feliz. Sentí que un ángel había entrado en mi casa. Llevaba ropas raídas y sandalias gastadas en los pies. Era pequeño de estatura y bastante insignificante en apariencia. Sé cómo son los ángeles. Cuando se habla de que tienen alas y una apariencia majestuosa, créeme, no hay nada de eso. Son así, harapientos, no tienen nada. 

¿Sabía ya que escribiría sobre él?

Escribí el libro solo después de su muerte, diez años más tarde. Fui a Israel, viajé a todos los lugares donde vivió y sirvió. Creo que era la persona más ecuménica del mundo. La idea del ecumenismo (la fusión del cristianismo y el judaísmo, el islam y cualquier otra cosa) ciertamente la personificaba en sí mismo, la encarnó como nadie. Fue enterrado, por cierto, en un cementerio musulmán. En vida se manifestó como judío, como cristiano, como católico. Era un hombre que combinaba muchas facetas diferentes en sí mismo. En primer lugar, era una persona viva. Y en este sentido, era ciertamente un verdadero cristiano, porque demostraba la fe a través de los hechos, con sus obras. Hacía las cosas de acuerdo con sus creencias. Su comunidad era increíblemente activa, muy social.

Liudmila Ulítskaya para Jot Down

Shúrik (el protagonista de Sinceramente suyo, Shúrik) es, en cambio, un casanova que le sirve para recorrer el siglo xx a través de las mujeres frágiles y desvalidas a las que conquista. ¿De dónde surge esta figura?

Creo que todo escritor escribe sobre sí mismo, es difícil hacerlo de otra manera. Tuve un amigo hace muchos muchos años, alguien que murió hace mucho tiempo, que tenía una cantidad demencial de mujeres en su haber. Tenía una aventura cada cinco minutos. El caso es que era muy comprensivo con ellas. Constantemente tenía aventuras con la más fea, la más solitaria, la más inadecuada para una aventura. La aventura terminaba y esa mujer sobre todo era para él alguien necesitado de ayuda al que había auxiliado en algún momento. A una le llevó la compra, a otra la ayudó a mover los muebles, a una tercera le llevó el niño a la guardería. Sirvió a todas las mujeres con las que alguna vez tuvo una aventura. Recuerdo que, cuando vino también a buscarme, yo estaba terriblemente molesta. Le dije: «Esa no es forma de comportarse». Pero ahora está muerto, y puedo ver que era una de las personas más hermosas que he conocido. Porque tenía un increíble sentido del deber para con aquellas mujeres a las que una vez tomó de la mano (por no decir otra cosa). Incluso le dije que escribiría una novela sobre él. Y lo hice. Pero murió antes de poder leerla. Justo cuando yo la estaba terminando, él se estaba muriendo.

¿Hay, entonces, conquistadores no nocivos?

Sabes, varias veces me he encontrado con hombres que, después de leer Sinceramente suyo, Shúrik, me han dicho: «Dios mío, has escrito sobre mí». A mis ojos no se parecían en nada a Shúrik, pero cada uno de ellos reconocía a un hombre que sirve a una mujer. Respondiendo a tu pregunta, la imagen que tengo del casanova es absolutamente positiva. Es un hombre que carece de lo que llamamos amor possesif.

Alguna vez ha hablado del fuerte tabú que había en Rusia alrededor del sexo. ¿Ese tabú es propio de Rusia o estaba asociado al comunismo?   

En Rusia, la palabra sexo casi nunca se utilizaba. Estaba prohibida. Bueno, creo que había literatura erótica en Rusia. [Iván] Bunin es un escritor erótico, aunque apenas tiene escenas explícitas. En la cultura popular, esto se traduce en anécdotas muy groseras. Hay muchas. Hay una enorme cultura de chistes, incluidos los sexuales. Se han escrito estudios específicos sobre este tema e incluso nuestro mayor lingüista y especialista, [Yuri] Lotman, ha escrito ensayos al respecto. Se trata de la pareja y el tema del sexo. Es un tabú, pero un tabú que requiere tantos párrafos para ser divulgado es un tema muy importante, casi inabarcable. En cuanto a si había tabúes antes de la Unión Soviética, la respuesta es sí, por supuesto.

Usted ha escrito sobre las desigualdades entre hombres y mujeres. ¿El régimen soviético fracasó en la búsqueda de esa igualdad?

Sí y no. En la esfera privada y personal, las mujeres se encuentran en una posición de extrema humillación. Socialmente hay un cierto porcentaje de representación femenina en el poder. Sin embargo, cuando ves cualquier reunión pública, el noventa y nueve por ciento son hombres. En cualquier situación. La igualdad se expresa sobre todo en el hecho de que las mujeres se dedican a trabajos tradicionalmente considerados no femeninos. Por ejemplo, a las labores de asfaltado. La mano de obra de las mujeres se utiliza para ese trabajo, por ejemplo.

Habiendo escrito tanto de mujeres, ¿por qué rehúsa ser considerada feminista?

No me considero feminista. Nunca me he declarado así. Escribo sobre las mujeres porque conozco y entiendo a las mujeres mejor que a los hombres. Además, tengo la sospecha de que en Rusia las mujeres son fundamentalmente de mejor calidad, de mayor calidad humana, que los hombres rusos. Sí, creo que, si hacemos esa comparación, la calidad de una mujer rusa es mucho mayor que la de un hombre ruso. Querido, te digo esto aunque mi marido no esté aquí. La cuestión es que el feminismo en Rusia y el feminismo en Occidente son cosas muy diferentes. Totalmente diferentes. 

Pero, en todo caso, el feminismo aspira a lograr la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres y mujeres, algo con lo que no es tan difícil estar de acuerdo, ¿no?

Ni siquiera entiendo esta forma de decirlo. El hecho es que los hombres y las mujeres tienen derechos y responsabilidades biológicas fundamentalmente diferentes. El destino de la mujer es dar a luz, procrear, nutrirlos y mantenerlos, y, en cierto sentido, el hombre es un asistente. Asegura la continuidad de la especie y, a veces, ayuda a la familia a sobrevivir obteniendo alimentos. Pero no siempre. En Rusia es especialmente difícil. Porque en Rusia hay tres factores fatales que impiden a los hombres cumplir con sus funciones. El primero es la guerra, que siempre elimina a parte de la población masculina. El segundo es la prisión: una población bastante grande de hombres jóvenes en edad reproductiva está en la cárcel. El tercero es la embriaguez, el alcoholismo, que también saca a los hombres de la normalidad. Se trata de tres tristes circunstancias que actúan en contra de los hombres y, en cierto sentido, también en contra de las mujeres. Pero, gracias a esto, las mujeres en Rusia son inusualmente fuertes, sólidas y capaces.

¿Recuerda cómo vivió la caída del Muro? 

Estamos sentados en el mismo lugar donde estaba el Muro de Berlín. Esta casa se construyó en el emplazamiento del Muro. Es muy simbólico. Yo misma me siento como una criatura que vive entre Oriente y Occidente. Por nacimiento, por educación, nací en Europa del Este, con muchas marcas de nacimiento. Pero, por supuesto, soy una escritora europea, porque mis libros se han traducido a más de cincuenta idiomas. ¿Sabes? Recuerdo muy bien el momento en que nuestro amigo de la RDA (un hombre maravilloso, alcohólico y artista) nos llevó al Muro de Berlín, todavía estaba en pie. Estábamos en Berlín Oriental, y dijo: «Se romperá alguna vez». Contesté: «Venga ya, no se romperá nunca» [risas]. Fue impresionante. Ya sabes, esta frontera significaba mucho. Porque no solo era la frontera entre Berlín Oriental y Occidental. Esta, por supuesto, era una frontera en la mente de la gente, y realmente se erigía como un telón de acero. Pero esto coincidió también en el tiempo con el hecho de que internet finalmente apareció. Para nosotros, ya estaba ahí. Y este fue el segundo acontecimiento que supuso exactamente lo mismo que la caída del Muro de Berlín: la aparición de Internet, poder consultar cualquier información en cualquier idioma solo pulsando un botón. La caída del Muro de Berlín es también un símbolo muy importante del fin de la separación entre el Este y el Oeste.

Liudmila Ulítskaya para Jot Down

¿Y de qué modo cambió este hecho (me refiero a la caída del Muro) su vida?

No puedo relacionar el cambio en mi vida exactamente con el hecho del derrumbe del Muro. Pero los acontecimientos, la cadena de sucesos que siguieron, nos llevaron a que hoy no quede ni una sola persona de mi familia en Rusia. Eso significa que la gente ha empezado a vivir donde quiere vivir, no donde se la obliga a vivir. Por supuesto, todavía tengo amigos en Rusia. Una amiga mía corre como voluntaria de la mañana a la noche, entregando una bolsa de leche a algunos ancianos que conoce, una chuleta a otros, un nabo a otros. Otra amiga mía, Anyuta Fidermesser, organizó una enorme red de hospicios que empezó en Moscú y ahora se extiende por todo el país. Fue su madre quien comenzó este movimiento. Eso es lo que veo para el futuro del país, no otra cosa, sino estos maravillosos amigos que están transformando vidas a su alrededor. Cada uno tiene su propio radio de acción, unos tienen un brazo largo y pueden abarcar mucho, otros tienen un brazo más pequeño, pero hacen que la vida siga a su alrededor. Simplemente no podríamos sobrevivir físicamente sin la ayuda mutua. Recuerdo que iba a una tienda de comestibles (allí conocía al tendero), bajaba al sótano y cogía seis piezas de carne. Tanya, Mane, Sasha… Y así para todos.

¿Y su escritura cómo cambió?

Todos mis modelos de vida han seguido siendo los mismos. Ninguno de esos cambios afectó a mi vida personal, ni influyó en esta. Mis principios de vida no cambiaron. La ventaja absoluta radica en el hecho de que resultó posible comunicarse con las personas que habían emigrado en un momento dado y de las que nos habíamos despedido para siempre. Resultó que estaban vivas y nos podíamos comunicar de nuevo con ellas.

¿Por qué decidió mudarse a Berlín tras la invasión de Ucrania?

Hablando con franqueza, yo no tomé esta decisión. Vino mi hijo, el mayor, que es un hombre de negocios, y mucho mejor integrado en la vida que yo. Se llama Alyosha. Vino a Moscú a propósito, porque vive en Londres, y me dijo: «Ven rápido a Europa». Y le hice caso. En total, todo nuestro equipaje pesó siete kilos: dos pares de pantalones, dos pares de suéteres cada uno. Ni siquiera tuve tiempo de pensar. Creo que, si yo misma hubiera tenido que tomar una decisión, todavía estaría sentada en Moscú. Tengo un gran sentido del hogar. Verás, pedí que me enviaran unas fotografías que tenía en casa colgadas en mi despacho. Mi vecino recogió esas fotos, las sacó de los marcos y las envió. Y ahora vivo aquí. Hay muebles de otra persona que todavía no se han llevado. Y estos muebles blancos de Ikea me provocan una gran protesta interior. Bueno, poco a poco me iré instalando en este espacio. Son muebles ajenos. Una chica vivió aquí sola antes que yo y pronto se los llevará. Los muebles de Ikea no son mi forma de vida. Lo único que dejará será esta mesa que compró hace diez años.

¿Cómo es su vida cotidiana en esta ciudad? 

Todos los días salimos al río, al Spree, a pasear. Me gusta mucho el agua que fluye. En Moscú vivimos lejos del agua, pero aquí está cerca.

¿Y cuánto echa de menos su Moscú?

Pues me falta todo. Me arrancaron, me cortaron todas las raíces. Una flor que es trasplantada a una nueva maceta debe echar nuevas raíces. Ya sabes, mucha gente se ha ido de Moscú ahora. Hace unas semanas había mucha gente en Tiflis. Ahora, de alguna manera, están empezando a viajar a diferentes países, también alguno ha vuelto a Moscú… Yo mantengo el contacto con todos mis amigos a través de un ordenador. Y pienso constantemente en esta asombrosa, increíble e histórica rima: Berlín 1922 y Berlín 2022. Voy a ir a Charlottenburg un día de estos, el lugar donde todavía viven los descendientes de aquellos rusos que llegaron en 1922.

¿Qué tipo de personaje sería Putin para una novela?

Es imposible que me inspire una novela. Creo que le tengo tanta antipatía, siento tanto asco por este personaje, que no sería capaz de escribir sobre él. Me protejo así. Ya sabes, el sentimiento de asco, y la reticencia a tocar este lugar del ser.

Sin embargo, los dictadores latinoamericanos han inspirado toda una tradición literaria. ¿Por qué no estos otros tiranos contemporáneos?

Es un tema demasiado tóxico para mí. Verás, generalmente soy de pensamiento muy lento. Empecé a escribir bastante tarde, y mis primeros libros fueron sobre la época de mi infancia. El tiempo mínimo para mí es de veinte años, por lo que me llevaría veinte años escribir sobre esto de ahora.

«De niña adoraba a Kipling, de joven, a Pasternak, y ahora no venero a nadie, me limito a vivir con mis libros preferidos». ¿No le ha enamorado nada desde entonces?

Nabokov. Nabokov es mi escritor principal. Ya te dije cómo me hice con el primer libro. No lo he cerrado desde entonces. Hoy tengo tres volúmenes suyos al lado de mi cama. Ni siquiera me importa lo que leo. Cada una de sus frases, por la forma en que trabaja con las palabras, me produce un placer increíble. En los últimos años, Nabokov es el único que me da tanto placer al leer. Leo a otros autores, por supuesto. Leo a Pushkin; la prosa de Pushkin es increíble, no envejece en absoluto. Es el creador de la lengua literaria rusa. 

Sí, hace poco releí La hija del capitán y parecía escrita ayer…

La hija del capitán es lo mejor que se ha escrito en ruso.

¿Y no incluye a ninguna autora?

Quizá no. El caso es que Marina Tsvetáyeva tiene un talento infinito, infinito, pero hay una nota histérica en ella que me repele.

¿Cómo recibió la noticia de que el Premio Formentor recaía sobre usted?

Me sorprendió gratamente. El hecho es que soy demasiado vieja para que el premio haya cambiado mi vida de alguna manera. Un premio es muy importante cuando una lo recibe al principio de su trayectoria vital, y yo ya no estoy en ese momento, pero me alegró recibir la noticia, claro.

Su nombre suena de manera recurrente para el Premio Nobel. ¿Este sería diferente?

No lo creo. Creo que ya he ganado suficientes premios y, aunque me dieran el Nobel, no cambiaría mi vida ni mi biografía de escritora. Sabes, generalmente me gusta mucho el segundo puesto, el segundo lugar. Creo que es mejor que el primero. Porque el segundo lugar, para empezar, tiene perspectiva. El primero no tiene perspectiva. Además, cuando consigues el primer puesto tienes un gran dolor de cabeza por la gran afluencia de periodistas [risas].

Pues prepárese, porque en Las Palmas, donde se entregará el Formentor en septiembre, seremos muchos más. Y habrá muchos traductores también.  

Hay una gran diferencia entre los traductores y los periodistas. Siento un gran respeto por los traductores. Son muy importantes en mi vida. La labor de los traductores es extremadamente importante en nuestro mundo. Y no solo de los traductores de una lengua a otra, sino de los traductores dentro de una lengua, de la persona que aclara los significados, que da a entender el contenido real. En cualquier caso, toda nuestra vida cognitiva gira siempre en torno a la traducción, de un modo u otro. Leemos el mismo texto, y cada uno de nosotros lee uno diferente. Es decir, muy a menudo resulta que leemos y entendemos el mismo texto de manera muy dispar. Y en ese sentido, el papel de un intérprete es enorme, ya que no solo necesitamos un intérprete cuando traducimos de una lengua a otra, sino también cuando leemos en nuestra propia lengua. En cuanto a los periodistas… tengo que decirte que odio las entrevistas orales, siempre prefiero las escritas. 

Siento que esta haya sido de las primeras. Permítame hacerle una última pregunta: ¿todos estos pinceles son suyos?

En realidad, mi marido es el artista. Esta mañana me trajo papel, pinceles y pinturas y me dijo: «Dibuja, por favor». Cree que soy buena dibujando. Yo no lo creo.

¿Se parecen en algo la escritura y el dibujo?

Para mí es como si fuera diestra para una cosa y zurda para la otra.

Liudmila Ulítskaya para Jot Down

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