Política y Economía

Cuando Putin era ‘Volodia’

Cuando Putin era Volodia
Vládimir Putin, 2008, tiempo después de ser el pequeño Volodia. Fotografía: Sasha Mordovets / Getty

«Ha capturado el Estado y se ha situado por encima del sistema político», me cuenta Ruth Ferrero, profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la Universidad Complutense de Madrid. Cuando se titulan libros y artículos empleando el término zar hay poca exageración. La Rusia que ha creado Putin es una suerte de monarquía autoritaria, y solo queda saber quién será el sucesor, porque, como subraya esta profesora, «siempre lo ha elegido el líder anterior, se puede trazar una línea hasta Lenin». Su estilo, sin embargo, ha sido poco aristocrático. En el poder se ha expresado de forma procaz incluso en los asuntos más delicados, como cuando prometió perseguir a los chechenos «hasta en el retrete», pero se trata de una forma de conectar con su pueblo, de identificarse con el ruso medio. «Es un macho alfa, con mucha adrenalina y mucha testosterona —dice Ferrero—, pero no hay que confundirse, nada de eso es incompatible con ser frío y calculador, su estrategia está muy meditada y no tienes más que verlo en Crimea y Ucrania, o en la negociación con Bielorrusia, donde tiene objetivos realistas y los va consiguiendo de forma implacable».

Su ascenso se debió, explica Ferrero, a su capacidad para «cumplir las normas», pero las no escritas. Siempre fue de fiar, y ese es el motivo por el que Yeltsin le entregó el poder, como garantía de que no irían tras él una vez que dejase el cargo. La garantía solo podía provenir de alguien con palabra acreditada y conocimiento del medio. En el colapso de la URSS, se sentaron las bases de un Estado profundamente corrupto que sería capitaneado por personajes bien situados en el régimen comunista. «Putin es fruto de ello, de esas condiciones en las que se produjo el cambio de sistema». En la actualidad, en los intentos de levantar una internacional fascista, los promotores del movimiento cuentan con Putin. Su peripecia vital es realmente paradójica: de soñar con ser un agente que ayudase a liberar el mundo del capitalismo en nombre del socialismo universal, a acabar, por coincidencias, carambolas y algún que otro tumbo, encarnando todo lo contrario. Para comprender la magnitud de esta trayectoria es imprescindible remontarse a muchos años atrás, cuando Putin no era Putin, sino «Volodia», el cariñoso apelativo con el que se dirían a él sus amigos y familiares. 

Si entendemos la Revolución soviética como un evangelio, el árbol genealógico de Putin se enreda entre las vidas de los apóstoles. Su abuelo, Spiridon, fue el cocinero de la viuda de Lenin, Nadezda Krupskaia, y alguna vez le sirvió la comida a Stalin cuando este la visitaba. Por supuesto, sus antepasados también participaron en los grandes cataclismos históricos, como la Segunda Guerra Mundial, donde los hijos de la clase bien situada, en lugar de escabullirse, tenían que ser los primeros en participar. Si Stalin perdió un hijo en un campo de prisioneros y se negó a intercambiarlo, al hijo de su cocinero le tocó, como hay dios, infiltrarse en las líneas enemigas y pasar las de Caín. 

Las historias que se cuentan sobre las hazañas de Putin padre podrían aparecer en los libros de Sven Hassel. Circulan versiones de que en una misión sobrevivió oculto bajo el agua en una charca respirando por un tubito mientras lo buscaban los alemanes. Sea como fuere, porque no se puede constatar, lo cierto es que fue herido y arrastró una cojera el resto de su vida. Antes de la guerra, había perdido a un hijo, Oleg, y durante el cerco de Leningrado, a otro, Viktor, además de a sus dos hermanos: Mijaíl en condiciones desconocidas y Alekséi en el frente de Vorónezh. Por la rama materna, murió la abuela y un hermano, que hubiera sido tío de Putin. El milagro fue que Vladímir padre y María siguieron con vida. El número de matrimonios que sobrevivieron juntos al cerco de Leningrado es extremadamente escaso. Eran una pareja milagro. 

Hay rumores sobre su adopción, y llegó a aparecer una supuesta madre georgiana, pero el hecho constatado es que el pequeño Putin fue registrado en un piso comunal compartido con dos familias más en Leningrado. No tenían ni agua caliente ni bañera y el inodoro estaba en un armario. La abuela que quedaba viva y su madre, por lo visto, lo bautizaron a escondidas. Sin embargo, tuvo unos vecinos judíos con los que pasó muchas horas y que consideraba como sus otros padres, y eso sirvió para que el crío, de adulto, pasara del antisemitismo local, tan arraigado. Por lo demás, el niño se pasó la infancia persiguiendo ratas con un palo mientras su padre lo arreaba con el cinturón. En el patio de su casa, entre la basura, había borrachos vagabundos que se pasaban el día ahí tirados. Hay historias del chaval enfrentándose a ellos, pero a saber qué pasó en realidad. Lo normal es que lo intimidasen, señalan los historiadores, pero también está claro que le inocularon un asco profundo a la bebida y la abulia. 

Como fue el único hijo que sobrevivió de un matrimonio de supervivientes, y aunque recibiera correctivos y las demostraciones de cariño escaseasen, parece que Putin fue un niño mimado y consentido, lo que le trajo problemas en el colegio. Cuenta Masha Gessen que en clase lucía un reloj de pulsera, un accesorio caro y prestigioso para cualquier edad en aquella época, y tenía una actitud altiva. Su comportamiento era rebelde y tendente a juntarse con los chungos del lugar, según han confesado sus profesores. Baste como prueba que no fue admitido en los Pioneros por macarra. 

Según un antiguo compañero de clase, Viktor Borisenko: «Si alguien lo insultaba de la forma que fuese, Volodia se le lanzaba por encima inmediatamente, lo arañaba, lo mordía y le arrancaba el pelo a mechones, era capaz de cualquier cosa con tal de no permitir que nadie lo humillase». Era así con todos. Como cuenta esta fuente primaria, en una ocasión «el profesor arrastró a Putin agarrándolo por el cuello de la camisa desde su clase hasta la nuestra. Habíamos estado fabricando recogedores en su clase y Vladímir había hecho algo malo (…) Tardó un buen rato en calmarse. El proceso en sí era interesante. Parecía que se empezaba a sentir mejor, que ya había pasado todo, y se volvía a encender y empezaba a expresar su indignación. Lo hacía varias veces seguidas». 

De hecho, su padre quiso meterlo en boxeo, pero no le gustó, al parecer, por un golpe que recibió en los morros. En cambio, se vio atraído por las artes marciales, como es patente en la actualidad, y como era habitual entre la juventud de todo el mundo en aquel entonces. Concretamente, empezó a recibir clases de sambo, una disciplina soviética que combinaba judo y lucha libre. Según sus propias palabras, aprender a repartir estopa fue «una forma de reafirmarme entre la manada». No obstante, la verdadera epifanía se la proporcionó El escudo y la espada, una novela publicada por entregas, obra del excorresponsal de guerra Vadim Koyévnikov. Un relato obediente con las directrices del partido, no como Vida y destino, de Vasili Grossman, en cuya prohibición tomó parte Koyévnikov, dirigente a su vez del Sindicato de Escritores.

La novela contaba la historia del mayor Aleksandr Belov, un agente secreto que se hacía pasar por alemán en el III Reich. Los nazis le repugnaban, pero tenía que aparentar ser uno de ellos para sabotearlos. Un héroe de acero gélido. El libro fue llevado al cine en 1968, cuando Putin tenía dieciséis años, y le marcó. No paró de ver la película una y otra vez, y decidió que de mayor quería ser espía del KGB. Al mismo tiempo, comenzaron a caer en sus manos discos de contrabando de los Beatles, y en su cabeza pudieron convivir el deseo de convertirse en una pieza más de la inteligencia del sistema con el gusto por la música que ese sistema restringía. Calificaba a los «Fab Four» de «bocanada de aire fresco». 

Lo cierto es que la vida soviética de Putin no tuvo tantas limitaciones como la de sus compatriotas. Su familia tenía teléfono, todos los amigos del chaval iban a su casa a utilizarlo, y en 1972 su madre le regaló un coche que le había tocado en la lotería. Era un ZAZ-968, un modelo de fabricación ucraniana, clonado del Fiat 600, que pretendía emular el papel de «coche del pueblo» del Volkswagen en Alemania, pero nunca se llegaron a producir suficientes. Si tener uno era excepcional para un trabajador, para un estudiante era algo totalmente fuera de lo normal. Según Gessen, si se examinan los delicados matices de la pobreza de la posguerra soviética, los Putin eran prácticamente ricos. Además, gracias a las competiciones de judo, Putin pudo viajar. Se enroló también en campamentos de trabajo veraniego y conoció lugares como Abjasia, donde pudo gastarse todo lo que había ganado en sus resorts turísticos. 

Tuvo una buena vida antes de enrolarse en el KGB. Según cuentan, entró él por su propio pie en las oficinas diciendo que quería trabajar con ellos. Le informaron de que no reclutaban voluntarios y le aconsejaron estudiar una carrera. Así se convirtió en universitario y, cuando ya había perdido toda esperanza, un agente se acercó a él y lo reclutó. Todo fue muy emocionante hasta que se vio convertido en un oficinista con compañeros «veteranos casi calvos de la época de Stalin que viven en casa de sus padres», en palabras del biógrafo Steven Lee Myers. Quizá los testimonios que insisten en cuánto gustaba de meterse en peleas en estos tiempos, aunque pudieran dañar su reputación y ascenso en el KGB, tuvieran que ver con esa frustración. 

Había muy poca acción en su destino en comparación con las aventuras que corría el héroe de su película favorita. Se dedicó a trabajar en la contrainteligencia de Leningrado. En esa época, Andrópov había puesto en funcionamiento la red de psiquiátricos a la que iban a parar los disidentes. La discrepancia era una enfermedad mental. No se sabe si Putin envío a alguien al manicomio, pero se intuye que tuvo que trabajar en el seguimiento de los deportistas, empresarios y periodistas que habían salido al exterior y estaban de vuelta. Es algo obvio, porque de todo aquel ecosistema surgieron los contactos con los que luego se movió por la ciudad cuando trabajó en el ayuntamiento, una vez caída la URSS. Con los empresarios participó en los lucrativos negocios de las privatizaciones y con los que antes los espiaban formó el que ha sido su círculo de más estrechos colaboradores hasta hoy. Nombres: Viktor Cherkésov (general de los servicios secretos de largo recorrido), Alexánder Bórtnikov (actual director del FSB), Viktor Ivanov (experto del Ejército en interceptar comunicaciones que ha llegado a presidente de Aeroflot, entre otros cargos), Serguéi Ivanov (filólogo reclutado por el KGB en 1975, llegó a ministro de Defensa y a Jefe del Estado Mayor), Nikolái Pátrushev (ingeniero reclutado por el KGB en 1975, llegó a jefe del FSB, cargo que ostentó hasta 2008, y es actual secretario del Consejo de Seguridad de Rusia).

La suerte que tuvo Putin fue que, en aquellos años, Andrópov también promovió una reforma de los servicios secretos que abriese el paso a la meritocracia. Quería quitarse de en medio a todos hijos y parientes enchufados de la nomenklatura para tener unos servicios de inteligencia más eficaces y motivados. Llegó a quejarse en estos términos de sus reclutas: «Son niños malcriados de padres privilegiados». 

Lo que iba en contra del joven Putin era su soltería: el modelo de familia tradicional estaba bien visto en el KGB para que sus agentes, al no tener que alternar, fuesen menos vulnerables. Los pocos testimonios recogidos sobre este particular dicen que era muy frío con las mujeres, hasta el punto de que a su primer compromiso, Liudmila Jamárina, la dejó plantada en el altar. Dijo: «Era mejor sufrir en ese momento que sufrir los dos más adelante». Luego se ennovió con otra Liudmila, esta de apellido Shkrébneva, azafata de Aeroflot, a la que sedujo consiguiendo unas entradas para un musical que debían de ser muy codiciadas. 

Putin animó a la azafata, que vivía en Kaliningrado, a volver a los estudios, y para estar a su lado se matriculó en Español en Leningrado. Los biógrafos señalan el detalle sutil de que esta Liudmila era «más dócil» que la anterior. A la madre de Putin no le gustó la chica y así se lo hizo saber a su hijo, pero lo mejor es que cuando él le propuso matrimonio, al cabo de tres largos años de noviazgo, ella se pensaba que la iba a dejar. Según un amigo suyo, Igor Antónov, se casó con Liudmila solo para poder trepar. Si algo le dejó claro siempre, es que él no creía en la igualdad entre los sexos. No contribuía a ninguna tarea del hogar. Como tantos rusos, creía en el papel diferenciado del hombre y la mujer, con lo que su esposa se convirtió en una de tantas mujeres del comunismo que sufrieron una lacerante doble jornada.

Cuando los planes de Andrópov se pusieron en marcha, se solicitó a los cuarteles de las provincias que se designaran a los jóvenes oficiales más prometedores. Leningrado envió a nuestro amigo, que empezó a recibir formación en el Instituto Bandera Roja de Moscú para convertirse en un miembro de élite de la inteligencia soviética. Le dieron clase personajes de la talla de Kim Philby, de «los cinco de Cambridge», que pasó valiosa información a Stalin sobre la capacidad de producción de armas nucleares de Occidente y que, durante nuestra guerra, tuvo el encargo de asesinar a Franco, pero parece que no tuvo arrestos. 

Aunque eran los años ochenta, en la Unión Soviética empezaba a dejar de funcionar todo, y la guerra de Afganistán no marchaba todo lo bien que debiera. En los círculos moscovitas en los que se movía, Putin accedió a unos niveles de información que le dejaron apesadumbrado. En esos círculos se discutían y comentaban las verdades del sistema que nunca podían ser reconocidas en público, ni lo serían hasta sus estertores. En clase, lo llamaban «camarada Plátov» para proteger su identidad. Tan absorbente era su formación, que se perdió el nacimiento de su hija. 

La sorpresa es que fracasó. No se sabe a ciencia cierta el porqué. Un hecho es que seguía siendo un tipo pendenciero, su perdición. Hubo una pelea en el metro de Moscú con unos camioneros que tuvo consecuencias para él. No pudo ocultar el incidente: se rompió un brazo. Un agente secreto no puede ser un tipo impulsivo y camorrista. De hecho, es justo lo que no debe ser. No se sabe qué castigo sufrió, pero sin duda tuvo que haber alguno. Según Myers, con toda seguridad tuvo que ser la causa de que abandonara repentinamente el curso. En su expediente, decía que era «reservado y poco comunicativo», también «listo», pero con «cierta tendencia academicista», esto es, pedante. 

El siguiente paso fue un destino en el extranjero. Lo enviaron a la Alemania Oriental, pero no fue a Berlín, sino a un destino más bien mediocre para un espía: a Dresde, en la frontera con Checoslovaquia, a una oficina del KGB en la que nunca llegó a haber ni diez agentes soviéticos. Instalado allí con toda su familia, son curiosas sus impresiones sobre la RDA, que ahora muchos chavales tacharían de escandalosa propaganda anticomunista mientras su madre les prepara la merienda. Para Putin, en el país de Honecker había «un severo totalitarismo». Algo que ya no se veía ni en la URSS, aunque paradójicamente había más «lujos» que en su país y más probabilidades de caer enredado en líos de mujeres, dinero y alcohol. En esa época, le dio por leer a escritores como Gógol, que arremetían contra la asfixiante y corrupta burocracia zarista, y por beber. Sin emborracharse de forma recurrente, le cogió gusto a la cerveza local. Engordó diez kilos rápidamente. 

El coronel Lazar Matvéiev, responsable de su unidad, lo apreció enseguida por su ética de trabajo y su integridad. Sobre todo, lo que más les interesaba era que no parecía un trepa que fuese a jugársela a sus superiores tarde o temprano. Era dócil y sus funciones tampoco eran espectaculares. Ha trascendido que tenía que intentar reclutar a estudiantes latinoamericanos que estudiaban en la RDA par que espiasen en Estados Unidos. Por lo visto, en los años ochenta ese tipo de misiones ya no tenían el brillo de antaño, y los candidatos pedían a cambio cifras que el KGB no podía afrontar. Se había perdido el tirón ideológico. Putin acumulaba desencantos con el sistema que tenía que defender. Además, leyendo la prensa occidental todos los días pasó a pensar que la guerra de Afganistán no solo no tenía sentido, sino que era una empresa «criminal», y comprobó que la versión oficial sobre Chernóbil distaba mucho de la realidad. Un testimonio recogido por Myers señala que en aquella época ya era partidario de que el presidente de la URSS se eligiera por sufragio universal. 

Sufrió otra crisis al darse cuenta de que su trabajo no era muy útil para la URSS. En no pocas ocasiones, lo que tenía que hacer era recopilar catálogos de grandes almacenes para que en casa copiasen los patrones de moda, y eso era lo único que valía para algo, porque estaba convencido de que en Moscú ya nadie leía los informes de inteligencia que enviaban. El trauma llegó cuando en 1989 colapsó el sistema político en la RDA y se encontró con que la URSS no hacía nada, con que el Estado y Exteriores estaban completamente paralizados. Masas de manifestantes llegaron hasta las casas cuartel que habitaban los oficiales de la Stasi y el KGB sin que nadie les dijese qué hacer. Ahí fue un héroe sin capa. Sin órdenes, se las arregló él mismo para persuadir a los ciudadanos, bajando a decirles que nadie le hiciera daño a nadie. A los pocos días, vivió la retirada de la RDA como una humillación, como una rendición sin condiciones. Sus amigos de la Stasi, los matrimonios y amigos con los que habían convivido, fueron vejados. La niñera de su hija jamás podría trabajar en la enseñanza. Estaba escandalizado por el hundimiento. 

En su regreso a la URSS, los Putin solo llevaban consigo unos pocos ahorros en moneda fuerte y una lavadora que les había regalado un vecino. En el tren, a Liudmila le robaron el abrigo. En casa se encontraron con lo inimaginable. En palabras de ella: «Colas espantosas, cartillas de racionamiento, los vales y las estanterías vacías». No eran los únicos que se quedaban alucinados al llegar. En esos años regresaron a la URSS miles de agentes, diplomáticos y técnicos destinados en países de África, el Sudeste Asiático, Sudamérica u Oriente Medio. Todos decepcionados, fracasados, derrotados. Durante varios meses de 1990, Putin ni siquiera recibió su salario. Tenía treinta y siete años. 

El que aspiraba a ser un espía internacional tuvo que volver con su mujer a vivir a casa de sus padres en Leningrado. Podría decirse que ahí tocó fondo, pero cuando la que tocó fondo fue la URSS, la suerte cambió para el pequeño Volodia. Fue reclutado por Anatoli Sobchak, un antiguo profesor de Derecho con actitudes antigubernamentales que había llegado a diputado tras las elecciones de la Perestroika. Para Putin fue un trampolín que lo llevaría a convertirse en uno de los hombres fuertes del Ayuntamiento de Leningrado, que pronto volvería a llamarse San Petersburgo. 

Desde ahí, se movió como un pez en las aguas revueltas de las disputas mafiosas, repartiéndose a tiros el patrimonio estatal que hasta entonces había pertenecido al pueblo soviético. Para Sobchak, que murió en extrañas circunstancias —posiblemente envenenado— en 2000, el fichaje, obviamente, no salió tan bien. Se convirtió en la primera de esa larga serie de víctimas «con firma» que han perdido la vida cuando han sido considerados obstáculos en el camino de Putin hacia el poder absoluto, directa o indirectamente. Ahí no se le puede negar acierto a Putin. Dice Ferrero: «Rusia es un país que, históricamente, se ha gobernado como él lo está haciendo». Ahora solo queda resolver una incógnita. El pequeño Volodia, el niño que se hizo mayor entre ratas, amedrentado por indigentes alcohólicos, que fue un flipadete de adolescente con una posterior carrera como burócrata que no pasó de un nivel mediocre, ese chupatintas deprimido cuya suerte cambió cuando la mafia desplazó al comunismo ¿es, en la actualidad, el hombre más rico del mundo? La prensa especializada lo sospecha.

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14 Comentarios

  1. «…nada nuevo bajo el Sol…», ahora…pensaba que la pelea de quien era más rico, estaba entre Elon Musk y Jeff Bezos…a esto se agrega Putin…fascinante!!!…

    • E.Roberto

      Habría que agregar a la familia Bush y sus guerras, multimillonarios; pero estos son hombres de suceso, no criminales.

      • ¿Que los Bush sean criminales hace menor la criminalidad de Putin?

        • Andrea Moss

          Ya que Putin quiere convertirse en un zar moderno, yo digo que le concedamos el mismo final que a la familia Romanov. Aunque como la guerra siga así presiento que sus generales nos ahorrarán el trabajo.

        • No Rafa, pero la de estos en concreto hay que ponerla en relieve hoy día.

  2. Rusia es un gran país sometido a devastación sistemática por parte de su clase dirigente. Es algo que sucede en los demás países, pero no al nivel que soporta Rusia. A principios de los años 90 toda la intelectualidad y la clase media alta de Rusia emigró, en general, a Alemania. Y 30 años después vuelve a favorecer el mismo flujo migratorio que beneficia a Alemania. El «milagro económico alemán» Wirtschaftswunder, se explica debido a la política de asimilación tras la espantosa época nazi que terminó con el colapso de la nación. El flujo migratorio antes de la construcción del muro benefició a la RFA, a principios de los años 90 volvió a beneficiar y en la actualidad, todos los intelectuales y la alta burguesía que ha podido largarse de Rusia ya lo ha hecho.
    Aparte de dejar de depender de un estado tan retrógrado como Rusia, la UE haría bien en dejar fuera de la ley a cualquier partido (o país) que convierta al nacionalismo en bandera. Son otros tiempos. Ucrania, Polonia y Hungría, por ejemplo, no parecen formar parte del proyecto europeo. Más aún, los partidos de extrema derecha tampoco tienen cabida en el proyecto europeo. Deberían ser proscritos sin contemplaciones.

  3. Agente Smith

    «El coronel Lazar Matvéiev, responsable de su unidad, lo apreció enseguida por su ética de trabajo y su integridad. Sobre todo, lo que más les interesaba era que no parecía un trepa que fuese a jugársela a sus superiores tarde o temprano.»

    ¡¡¡JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA JA!!! ¡Menuda vista tenía el coronel!

  4. Tengo un amigo periodista ruso exiliado que suele mantenerme al día de los últimos chistes que circulan sobre las fobias de Putin al contacto físico y los gérmenes. Entre los motes más suaves están «el niño de la burbuja», «Howard Hughes», «Casper el Fantasma», o «Don Limpio»… El consenso general entre los rusos es que el abuelo chochea desde hace bastante tiempo y toma más pastillas que un turista inglés en Magaluf. Espero que sus generales le escondan el maletín nuclear cada vez que entra en su despacho.

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