Sociedad

Que nos vuelvan a despertar con música

Fotografía de Enrique Meneses despertar con música
Fotografía de Enrique Meneses.

Urge decir las cosas más fuertes de la manera más delicada. La denuncia musical siempre se practicó cuanto mayor era el ahogo y cuando más difícil era sensibilizar y despertar el compromiso. Ahora lo que no se sabe se escapa rápido y lo que se sabe no se declara. Ni siquiera se declama. Siempre existió el miedo y las represalias, pero cada vez menos gente sabe denunciar porque, como si de un oficio artesanal y ancestral se tratara, la protesta se pierde, retratada con interés en un esbozo antiguo o decadente. Como si la vanguardia le hubiera parido sustitutos y no los hubiera desintegrado por propia conveniencia. 

Más sutil que cortar alas ha resultado silenciar o encerrarlos en lo marginal. ¿O si no de quién fue la idea de que la música anglosajona aplastara a la española con la excusa de la calidad en un país en el que el entendimiento del inglés se mantiene residual? El silencio es la pérdida del crédito. Sin crédito te descatalogan y te dibujan caduco. Y mientras el resto luciendo todos tecnológicos y lentos como astronautas. 

¿Alguien sabe qué ocurrió en el impasse entre el aburguesamiento de los últimos cantautores clásicos y de éxito y el tapón irrompible de marginalidad que le han enroscado al rap desde fuera, desde arriba? Impasse que diría Brassens porque la RAE nos lo desautoriza para recomendarnos el uso de la expresión «punto muerto», mucho más precisa en casos así, sin duda. ¿Se habrá detenido, justo ahora que la necesitamos, la cadena evolutiva en la que jarchas y juglares fotosintetizaron la mata original? ¿La han detenido desde fuera, desde la sala de máquinas? ¿Debo extrañar a los trovadores porque el término cantautor ya se ha convertido sin vuelta en peyorativo? Todo el camino andado, lo aprendido, lo formado, rimado y estructurado, lo bebido y escuchado no puede finalizar en Melendi.

Nos hacen creer que el nuevo español, ganador en el deporte, alto, fuerte y guapo en Hollywood no necesita de sensiblerías. Y que el débil prefiere abstraerse y enajenarse con alcohol barato, música alta y goces simples. No era así cuando la calle estaba repleta de decanos de lo cotidiano, de bajitos de bolsillos vacíos pero con un vasto dominio de las situaciones. Los españoles que me encontré cuando nací eran gente de manos fuertes y rápidos andares. Tipos de calzoncillo blanco apretado que no concebían otra cosa que urinarios a treinta centímetros del suelo y que se despreocupaban del paraguas. Sabían de mecánica, cambiaban grifos y ponían enchufes, pero aceptaban no saber de muchas cosas, encantados de que otros se lo contaran. Reconocían su sueño encantados de que la fuente del saber los despertara. Valientes con mucho que temer que si tenían miedo se compraban un perro y no pagaban el muerto de otros. Trabajadores de sol y sombra a sol y a sombra, creadores de entornos vitalistas donde no parecía pasar el tiempo. Cuando el tiempo parece que no pasa la gente se siente más joven. 

Esa gente que montaba en bicicleta sin intención de hacer deporte y no encendía la luz ni abría el agua caliente, pero luego abría los ojos para bucear en el mar, podían prestar lo suyo y regalar lo ajeno, capaces de emocionarse, con una sensibilidad virgen deseosa de ser penetrada. 

Extraño ese grupo cultural dispuesto a conquistar conciencias, a despertar dignidades. Están ahí, clandestinos, enredados en las redes, exiliados cada uno en su Santa Elena, todos dentro de la metrópoli. Sin voz ni voto aparente. Quizá sean cada vez menos, pero si apuran el paso podrán acudir en socorro de una sociedad a la que ya nadie tapa ni cuida al dormir. 

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2 Comentarios

  1. Este artículo no tiene ni pies ni cabeza.

  2. Igual es porque tiene mucha cabeza y pocos pies.

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