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Florencia Etcheves: «Pareciera que la sororidad es que somos como Los Parchís y todas nos queremos y nos caemos bien. No, no significa eso»

Florencia Etcheves para Jot Down

Florencia Etcheves (Buenos Aires, 1971) trabajó veinticinco años en el periodismo televisivo hasta que no lo hizo más. Ahora escribe novelas —ya van seis publicadas— y aun así no se considera escritora sino periodista. Su carrera empezó desde muy joven en un canal de televisión, fue pasante, movilera, productora, cubrió cientos de casos policiales, investigó, condujo programas y recibió, durante tres años consecutivos, el premio más importante de la televisión argentina a la mejor labor periodística. Como novelista, debutó con un éxito que se mantuvo en sus libros posteriores, algunas de sus historias fueron llevadas al cine y en dos de esas películas participó como guionista. En 2015 formó parte del grupo de mujeres que motorizaron la marcha contra la violencia de género y dio origen al movimiento Ni Una Menos. 

Lo supimos en cuanto abrió las puertas de su casa: a Florencia le encanta hablar. Va encadenando una idea con otra, se pregunta, se responde, pone a conversar a terceros, apunta detalles y rescata momentos. Hacía calor esa tarde de febrero en la ciudad cuando nos recibió, preparó café, nos invitó al patio, nos presentó a su gata y, sin advertirlo, la entrevista había empezado como una charla. Y en Argentina, desde hace años, la economía es uno de los temas excluyentes.

Están carísimos los libros. 

Es muy impactante, porque a alguien que le gusta comprar libros y que le gusta leer y que juntó una platita al mes y va a comprar un libro… Y lo que se edita es muchísimo, entonces es una competencia en donde se pierden muchísimo las publicaciones.

Pero los tuyos se venden. Al costado de la autopista, acabo de ver un cartel enorme con tu cara y la portada de tu nuevo libro. A pesar de las dificultades económicas, vos vendés mucho. 

Sí, sí. Pero además sucede otra cosa. Cuánto tiempo durás en la mesa de novedades si llegan más libros que los libreros tienen que poner sobre la mesa. Los libros ocupan un espacio físico, vienen los nuevos, se van los viejos, pero los viejos a lo mejor no tienen más que un mes. Y se publican tantos libros por mes tampoco le da tiempo a los equipos de marketing de las editoriales para laburarlos [trabajarlos] en prensa, porque cuando vos estás con una cantidad de libros que han salido a la calle ya estás preparando la salida de los que van a venir. Después hay unas refresh en octubre, que es una época de alta venta por el día de la madre [en Argentina se celebra el tercer domingo de octubre de cada año], en Navidad y en la Feria del Libro en abril, ahí las mesas de novedades son físicamente mucho más grandes y podés encontrar los libros del año pasado, pero es una vez al año. Está el día del padre también, pero son pocas las fechas.

El precio de los libros hoy en Argentina es prohibitivo y eso limita el acceso. 

Mucha gente tiene que elegir, es el libro o es una comprita en el supermercado. Los precios me impresionan. Yo no estoy diciendo que no los valgan, no lo estoy diciendo, pero entiendo que es la economía que todos tenemos, ¿no? ¿Cuál es el presupuesto que una familia tipo puede destinarle a la compra de libros? Por supuesto que después hay mil maneras de acceder a la cultura: existen las bibliotecas, leer en digital es más barato, es una gran opción la de los libros digitales, y por supuesto que después están los PDF que circulan por ahí, pero bueno, yo estoy en contra absolutamente del libro trucho, por supuesto, porque entiendo que lo que hacemos los que escribimos es un trabajo. Si yo tengo ganas de regalar algo que escribo lo subo a mi Instagram y lo regalo. Pero bueno, es un trabajo y cada uno decide si regala o no su trabajo, yo no lo regalo. El tema de los libros y los precios es un temón, es un temón que yo imagino que debe ser materia de debate en las casas editoriales. 

Sí, en las grandes y en las pequeñas ¿no? 

En las pequeñas también, claro. Es una remada [algo que cuesta mucho esfuerzo]. Entiendo que las pequeñas cada vez tienen que publicar menos libros al año y, publicar menos libros, también son menos autores que van a ser publicados y nos vamos a perder de autores y de autoras fabulosas y de descubrir nuevas maneras de contar historias y eso también me apena. 

Las editoriales chicas publican menos pero también eso les permite hacer un seguimiento más cercano a cada unos de sus libros. 

Bueno, sí, es una gran opción y está la Feria de Editores que es un hit, que se llena. Es impresionante, cuadras y cuadras de cola y eso a mí me parece que está buenísimo y hay unos materiales que son un lujo. 

Claro, pero se reduce mucho la cantidad. 

Reduce mucho la cantidad y es muchísima más la remada de la distribución, entrar en las grandes cadenas… Pero, si uno pone en la balanza, que los libros estén tan caros hace que uno salga a buscar opciones más baratas y las editoriales independientes tienen libros que son más baratos porque son más finitos. También a veces en el caos uno busca el brillo.

Bueno, justamente hablando de libros chiquitos y con brillo, ¿conocés la editorial Vinilo?

¡Claro! Una maravilla, son preciosos, son una maravilla para leer de una sentada. Yo siempre salgo con un Vinilo en la cartera, ya no salgo más con libracos. Ando en el subte, para mí es un planazo para leer en un viaje y además tienen una curaduría de calidad impresionante, son hermosos y son buenos, tienen unos textos que a mí me fascinan. Sí, yo soy fan… 

Vamos a hablar un poco de vos. ¿Naciste en Buenos Aires?

Sí, acá en Capital, después vivimos en Brasil con mi familia cuando yo era chica, después viví en el Once y a los diecinueve me fui a vivir sola, viví en Almagro y después, desde que me puse de novia -porque no me casé, me puse de novia- siempre viví en Belgrano o en Núñez y mi hija se crio acá. 

¿Te imaginás viviendo en otro lugar? 

Viste que hay una canción de Sabina que dice «Tú de sobra sabes que tú eres la primera pero una vez al mes te cambiaría por cualquiera». Bueno, eso me pasa. Cada vez que me voy de viaje a alguna ciudad que me gusta mucho, voy caminando y digo «yo acá viviría acá» y después siempre termino en Buenos Aires. Es lo mismo que en la canción, yo podría vivir en cualquier lado. Sí, no soy muy apegada, nunca se dio la oportunidad pero podría vivir en otro país y podría vivir en otra provincia. Si hay una provincia que me encanta y en la que me imagino viviendo hoy es Córdoba, en Córdoba capital, que es preciosa. Me fascina, si tuviese que elegir un lugar de Argentina elegiría ese, me gusta muchísimo. 

Bueno, pero ahora que escribís podés vivir en cualquier lado.

Sí, lo que pasa es que mi marido es más porteño que el obelisco. Mi hija ya es grande, se fue a vivir a Miami después volvió, ahora se quiere ir a vivir España. Viste que las chicas jóvenes les gusta ir y probar, yo ya estoy grande como para probar pero que me puedo ir por algún tiempo, ningún problema.

Florencia Etcheves para Jot Down

Decías que te fuiste a vivir sola. ¿Eso fue cuando empezaste a estudiar?

Sí, estudiaba periodismo en TEA [Taller Escuela Agencia].

¿Y qué proyectabas para tu carrera entonces? ¿Te imaginabas en la televisión?

No. Sobre todo porque en ese momento… Yo fui como la segunda o la tercera camada de egresados de TEA y no existía TEA imagen, en ese momento se hacía mucho foco en el periodismo gráfico y entonces es como que entró en mi cabeza que el periodismo era gráfico o no era, pero no es porque me inculcaron eso. Pero bueno, siempre todo era escribir… 

Que además es una tradición en las escuelas de periodismo argentinas… 

Sí, sí. Había así un taller de radio, estaba el taller de televisión con un pequeño estudio con unas cámaras y salíamos a hacer notas o hacíamos noticieros pero todo lo demás era gráfica. Y nunca trabajé en la gráfica (risas).

¿Y empezaste a trabajar cuando te recibiste?

Empecé a trabajar antes de terminar, en América TV, en el viejo Canal 2, en CVN. En ese momento yo todavía vivía en Once, yo vivía en el piso 14 y en el piso 10, 11, no me acuerdo, vivía Liliana Parodi [periodista y productora de TV]. Yo no sabía quién era Liliana Parodi, claramente, era vecina y la veía en el ascensor. Entonces un día me saluda, saludo de vecina, y me dice «cómo te va, qué estás haciendo, estás estudiando». Entonces yo le digo «voy a ser periodista». Entonces ella me dice «vos sabés que yo trabajo en América, a veces hay pasantías, así que si vos querés…». Entonces fui y me dio una entrevista; estaba ella y estaba Eliseo Álvarez, que en ese momento era el director de noticias de CVN, el primer canal de noticias que hubo acá. Y ahí empecé a hacer una pasantía y me quedé. Como productora, pero imaginate que no tenía idea qué hacer, entonces llevaba cafecito al estudio, los cables, en ese momento se picaba cables, no había Internet… nosotros somos de la época de hacer periodismo sin Internet y ese fue mi primer trabajo. Después, en el último año de TEA, me entero que estaban buscando gente para producción en «360 Todo para ver», programa histórico de Canal 13 al mediodía, fui y me dijeron que en ese momento no pero que estaba por salir un canal de noticias, «Todo Noticias» y que iban a necesitar gente. Dejé mi currículum y me llamaron al tiempo. Ahí me fui a TN y ahí me quedé veinticinco años (risas).

Eras muy joven. ¿Te llevaba mucha energía trabajar en la televisión?

Toda, toda. Feliz y contenta, incluso muchísimos años después también feliz. Yo creo que ahí es donde entendí que había un periodismo en la tele, ¿no? Hoy esto parece una obviedad porque estamos saturados de medios pero en ese momento no. Era como que el periodismo era el diario que te llegaba el domingo y algún que otro noticiero, no existían los canales de noticias, entonces no había tanto periodismo televisivo. La tele era el entretenimiento, la ficción, la novela y dos noticieros, el del mediodía y el de la noche. Los canales de noticias cambiaron la percepción del periodismo, en la tele fue TN quien cambió la percepción, después vinieron los otros. 

¿Qué trabajo hacías?

Trabajé como productora del noticiero de la mañana, después fui productora de móvil, que eso me encantó, y después fue que arranqué con los policiales en el año 97.

Te preguntaba si el trabajo en el canal te llevaba mucho tiempo y energía en relación a la escritura. ¿Escribías en ese tiempo?

¡Noooo! ¿Escribir en ese momento? nada, nada. A mí hay algo que me pasó siempre, que yo no sé si es bueno o es malo, es que yo soy cero ambiciosa. Nunca. Pero no lo digo como una virtud, a mí me parece que está bueno ser ambicioso, en el sentido de «ambiciono tal cosa, lo deseo, lo imagino, es una meta y voy a por ella». Bueno, no. Mi cerebro funciona de una manera sumamente… te diría pancha [muy tranquila, satisfecha]

Nunca me pasó decir «yo trabajo atrás de cámara y mi sueño es estar frente a cámara». Nunca jamás, pero si se da, lo agarro y veo. «Soy cronista, mi sueño es ser conductora», jamás en la vida. Porque aparte son trabajos distintos, no esto que algunos creen que ser conductor es como que te ascienden. No, no te ascienden nada, son trabajos distintos. Nunca lo ambicioné ni me lo imaginé, me lo propusieron y dije «bueno», ¿entendés? o sea, si se da, lo agarro. Por eso cuando me dicen «¿vos qué te imaginas?». Nada, no me imagino nada. Eso por un lado tiene algo bueno, porque no te frustrás mucho, pero por el otro lado también es un poco vago. 

Bueno, pero hablando de movilidad laboral, tuviste…

Muchísima. Nada de todo eso me lo propuse ni fue una meta ni lo peleé. Quiero dejar claro, esto sí: cuando a mí me propusieron ser cronista, yo agarré y le puse una garra de locos, pero no para ser conductora sino para ser la mejor cronista que yo podía ser. No la mejor cronista de todos, la mejor cronista que yo podía ser. Porque ni siquiera me gusta compararme con el resto sino conmigo misma, que me parece que es mucho más interesante y es un desafío que a mí me divierte más, porque depende más de mí. Cuando fui conductora también: yo quise ser la mejor conductora que podía ser y tratar de poner mi sello o ser más personal de alguna manera o ser más natural o ser más espontánea, no sé. Iba probando porque eso lo vas viendo en el aire, pero no es algo que yo soñé o que peleé muchísimo para llegar y entonces cuando lo logro levanto la copa como Messi levantando la del mundial. No, eso no existe, esa épica nunca la tuve. Nunca la tuve. Y lo mismo pasa con escribir. Yo nunca nunca dije «voy a publicar una novela».

Pero ¿vos escribías? No sé, ¿era un hábito o un hobby? 

Sí… yo escribía. Bueno, yo trabajé mucho tiempo, antes de la tele frente a cámara, trabajé en «Telenoche investiga», un periodismo de investigación que para mí fue lo más fuerte que me ha pasado. Primero por la intensidad del laburo, por la trascendencia del laburo, y porque hasta el día de hoy, hay cosas que no puedo contar ¿entendés? Y hacíamos mega notas, mega informes, informes que podrían ser documentales que se ven en Netflix, más cortos, por supuesto. Ese fue un programa de investigación que ha llegado a medir cuarenta puntos de rating; estamos hablando de un interés del público por ver buenas investigaciones periodísticas. Estábamos divididos en equipos y yo hacía los guiones de mis investigaciones. Entonces ahí yo escribía, pero no es que escribía narrativa o ficción o que por las noches en la intimidad era una pobre, tipo la de Harry Potter que escribía en el bar con el niñito. No, toda esa épica nunca existió, nunca existió, nunca dije «yo el día de mañana seré novelista». No.

¿Y entonces qué pasó?

Pasó que en el año 2010 yo ya lo conocía a Nacho Iraola, que estaba a cargo de Planeta [Ignacio Iraola, exdirector editorial], estábamos charlando y me dice «Che, ¿no querés escribir un libro?». Obviamente me hablaba un libro periodístico, ¿no? Si a mí viene un editor y me dice «querés escribir un libro» y yo soy periodista, obviamente me está hablando de un libro periodístico. Y la verdad es que en ese momento yo ya venía de cubrir muchos casos policiales muy resonantes, uno tras otro, o sea que se me daban bien los casos policiales, eran mini novelas. La verdad es que cuando yo hacía los guiones para las notas de Telenoche, ahí me salía la narrativa distinta, la del nuevo periodismo, la de poner al narrador en algún lugar de la historia, ¿no? A pesar de que uno está trabajando con la realidad y no con la ficción, cuando Nacho me dijo eso empecé a pensar y no había ningún caso para mí que en ese momento ameritara un libro. No, o por lo menos a mí no se me ocurría nada. No había nada que me diera ganas, porque cuando vos tenés ganas, vas a encontrar una punta y hacés un librazo. No. Y me dijo «¿y una novela policial?».

Lo que me pasó en ese momento fue pensar «nunca más en la vida a mí nadie me va a proponer escribir una novela policial, si yo no me subo a este tren ahora, este tren no va a volver a pasar». Una cosa ridícula, ¿entendés? No es que yo dije «¡Oh, ha llegado la propuesta con la que soñé toda mi vida!», pero cuando me lo dice yo me di cuenta de que era una mega propuesta, que nunca la había imaginado, pero sentía que la tenía que agarrar. Entonces yo, caradurísima, le dije «Dale, sí, sí». Y ahí me quería matar, convencida de que, porque leía un montón, podía escribir un montón. ¡Una tarada! 

Florencia Etcheves para Jot Down

¿Leías policiales? 

Sí, claro, obvio. Si no tengo un muerto sobre la mesa me aburro.

¿Y qué te gusta?

Stephen King, todo lo que se te ocurra. Los policiales clásicos, thrillers… Todo lo que sea chico chica investigan caso a mí me tenés ahí. El policial clásico, ¿viste The Killing? Bueno, eso. El clásico «ella y él juntos buscando el mal», ahí me tenés porque me parece que nada funciona mejor que eso. Vos fijate que cada uno de ellos tiene su propia mochila personal, que a veces se torna más o menos pesada, y en paralelo va el muertito del momento. No puede fallar, es como en el género de terror. Si vos ves que hay un niño, viste que el niño es inquietante, si el niño está durmiendo y hay musiquita, decís «abajo de la cama, va a aparecer algo» y te van a enfocar abajo de la cama. ¡Y no falla nunca!, te vas a morir de miedo.

Aunque sepas la fórmula.

Aunque sepas la fórmula. Te vas a morir de miedo y si el niño mira el placard, te morís. Aunque después no suceda nada con ese placard y abajo de la cama no haya absolutamente nada, vos te morís de miedo porque tiene que ver con tu miedo de niño. No falla nunca. Podés ver ochenta veces esa escena y las ochenta veces va a ser efectiva. Bueno, chico chica que pelean contra el mal es sumamente efectivo y ¿por qué digo chico chica?, básicamente porque cada uno aporta, como hombre y como mujer, una mirada diferente a esa situación. Te diría que está la humanidad toda puesta ahí. 

Entonces, vos dijiste «ahí tengo una fórmula que conozco…»

Yo dije «voy a hacer un caso policial, voy a hacer una novela». Entonces ahí, no tan caradura, empecé a trabajar con Adriana Fernández (directora editorial Planeta) y puso a trabajar conmigo a una editora, que sigue siendo mi editora. Yo sin ella no escribo nada.

No encarnás la imagen del escritor que escribe solo.

No… Sí, soy el escritor que escribe solo pero no la cosa romántica de estar a la noche, tomando whisky, la musa inspiradora… Yo de noche duermo, pues soy una señora. De noche yo no puedo trabajar, las señoras trabajamos temprano porque después nos acaloramos. No, la pasamos bien. Y ahí empecé a trabajar con Graciela Gliemmo, que es mi editora desde el minuto uno, y si no edito con ella… Si ella decide jubilarse, se terminó mi carrera de escritora. Yo le dije «dependo de vos». Es tanto lo que nos conocemos, lo que ella sabe y lo que conoce de lo que yo escribo que me dice «acá te estás repitiendo de tu segunda novela» y tiene razón. A veces uno tiene tropos que tienen que ver con uno, los volcás y te olvidás o no te das cuenta porque están muy en vos. Bueno, ella me lo marca y se acuerda de memoria.

Cuando te preguntaba por la imagen del escritor en soledad me refería a esto. Vos no armás el manuscrito y lo mandás a la editorial, el proceso de trabajo es distinto.

Lo voy mandando de a partes, no a la editorial, solo a ella. Ella es la única que lee, ella es la única, es la única mujer que me ve en bolas, porque cuando estás escribiendo es como que estás en bolas, expuesto todo el tiempo, porque aparte a veces estás tan concentrado que una ve corta [uve] y una be larga es lo mismo y no me da vergüenza, ¿entendés? Y yo tengo un tema, por ejemplo con el verbo abrir para mí el verbo abrir es con hache. Abrir me pide hache, y yo leo abrir sin hache y siento que está mal escrito, entonces cada vez que escribo abrir es un segundo de pensar «le tengo que sacar la hache». Bueno, en los textos muchos abrir van con hache y ella ya sabe que yo tengo este problema con el verbo abrir. Voy a escribir una novela que se llama «Abrir debería ser con hache». Y bueno, empecé a trabajar con ella y fue una pesadilla, no por ella, al contrario. Porque yo creí que era una tarea fácil y es dificilísimo, porque yo era periodista y estaba sumamente agarrada de la realidad. Me parecía un exceso de libertad esto de poder cambiar todo en un crimen; incluso que esa persona no sea la muerta. Y ella me fue como aliviando en eso. Yo iba escribiendo esa primera novela y dije «esta es la primera y la última, voy a cumplir con este contrato, lo voy a hacer, pero ya está esto de pasarla tan horrible, ¿por qué? No necesito, además estoy haciendo algo que no fue nunca mi sueño. Tengo trabajo, ¿por qué me estoy haciendo esto?» 

¿Hubo un momento durante esa primera novela en que empezaste a disfrutarlo?

Jamás. Sí, el momento que disfruté fue cuando me mandaron la caja con los libros, la abrí y no podía creer que había un libro con mi nombre. Me parecía como una cosa increíble y me senté en el sillón y me quedé como tres o cuatro horas y la leí otra vez, porque no es lo mismo leerla en el papel. Realmente ahí se convirtió en un libro.

¿Y te gustó? 

Sí, claro, hoy la leo y me quiero matar. La tuve que volver a leer para la adaptación de Netflix (La corazonada, adaptación de La virgen en tus ojos) y yo dije «no puedo creer que esto salió publicado». Y bueno, salió esa novela y le fue tan bien.

¿Por qué creés que le fue tan bien?

Yo creo que le fue muy bien a esa novela porque tiene que ver con la tele, sin dudas. 

Tu nombre y tu cara eran la apuesta de la editorial. 

Sin lugar a dudas, yo creo que la primera venta fuerte tuvo que ver con eso, porque aparte yo era la que hacía policiales, no era la chica que hace espectáculos y escribió una novela policial, «la chica que hace policiales escribe una novela policial, sabe». Ahí hubo una suerte de falacia de autoridad, pero bueno, la verdad es que se vendió muchísimo.

¿Y ahí se te fue el síndrome del impostor?

Nunca tuve síndrome del impostor. Yo soy un descaro total, yo te diagnostico de la muñeca creyéndome médica sin que se me mueva un pelo. No no no, no tengo síndrome del impostor, para nada. Si lo estoy haciendo yo y funciona, lo hice yo, no soy ninguna impostora de nada.

Pensé que algo de eso había cuando contabas del proceso de la primera novela, lo de haberla pasado tan mal.

La pasaba mal, no por síndrome del impostor sino porque me había puesto yo misma ahí, me sentí una tarada porque había valorado mal lo que es el trabajo de escribir una novela. Para mí era una pavada y me di cuenta que no. No es ninguna pavada, o sea, pequé de soberbia, de ignorante, y eso me hizo sentir muy mal. Yo podía, tranquilamente, haber devuelto el anticipo y estaba todo bien. Pero yo quería, a mí también me gusta, cuando empiezo algo, terminarlo. Yo me metí en esto, yo voy a salir de esto, pero voy a salir, no por arriba, voy a salir por la puerta de salida, también hay un poco de orgullo, viste. Además me di cuenta de que Graciela, mi editora, es una profesional que no me iba a dejar hacer papelones, que me estaba cuidando mucho en esa novela, estuvo muy encima mío y fue genial. Pero yo dije «me encantó, fue lindo, fue algo distinto, tengo el librito en la biblioteca»… Mi mamá iba por la vida con el libro. Y me empezó a pasar una cosa espantosa que es que al poco tiempo me empezaron a aparecer ideas en la cabeza «esto puede ser lindo para una novela, ¿y si a este personaje…?». Hoy lo veo a la distancia, ya con un montón más de novelas, como el ejercicio del novelista y ya empecé en esa clave. 

Florencia Etcheves para Jot Down

¿Y también sentías que los dos personajes principales de la novela merecían algo más?

Sí, yo tenía ganas de seguir escribiéndolos, tenía ganas de seguir y seguí. Seguí con La hija del campeón y con Cornelia y bueno, compartía con el trabajo de la tele, le ganaba horas al día. 

¿Cómo era esa rutina?

Era bastante pesado, en ese sentido tuve que dormir menos y tener menos fines de semana, además cuando vos estás escribiendo una novela, a mí me pasa que estoy absolutamente coptada por eso, todo el tiempo estoy pensando en los diálogos, en que diría el personaje, qué ropa se pondría, qué comería… O también pesco algo por la calle y digo «ay, esto me gustó para meterlo», todo el tiempo estoy muy pensando en eso. Pero por otro lado estaba en la tele donde también tenía que estar con la cabeza muy puesta, sobre todo cuando estás en pantalla, con la exposición y en vivo no hay tiempo de volver a grabar. Pero lo hice durante bastante tiempo. Empecé en el 2010 y me fui en el 2018. Me fui cuando salió Errantes.

Justamente la novela que tiene una protagonista periodista.  

Bueno, eso fue una cosa que si me agarra un psicólogo se hace un festín. Vos sabés que esa novela no era de una periodista sino de una actriz, en todo lo que tenía escrito, ella era actriz y un día, ya tenía la novela bastante escrita, un día me levanté a la mañana y dije «tiene que ser periodista». Me servía porque tenía la motivación de la búsqueda. La verdad es que actriz funcionaba genial, pero hubo algo ahí. Yo me estaba despidiendo. Yo creo que tenía ganas de estar un poquito más en ese mundo. Cuando uno está escribiendo está en el universo de los personajes y el universo de mi protagonista fue la tele. Podía haber sido periodista gráfica, ¿no? Bueno, todo eso no fue consciente, me di cuenta después. Evidentemente yo quería prolongar, estar un poco más en ese universo del que ya me había despedido y esa fue la manera que encontré. Y me funcionó, me ayudó a la despedida.

La escritura fue primero un sufrimiento, después se empezó a imponer y después fue ganando cada vez más espacio en tu cabeza.

En mi cabeza y en el deseo.

En un momento te dijiste «soy escritora».

No, yo soy periodista. Cuando lleno los formularios: «periodista». Voy a seguir poniendo periodista siempre.

¿Dónde trabaja, señora?

Y… periodisteo en casa, en Instagram [risas]. Igual, cuando escribo hago mucha tarea periodística, me lleva más tiempo toda la investigación que escribir.

Y con el trabajo en el canal, sobre todo en casos policiales, fuiste teniendo una expertise de la que tomás detalles, escenas.

Sí, claro. Cómo huele una escena del crimen, una morgue, cómo son los pasillos; sé lo que hay y lo que no hay, cómo son los protocolos para actuar en determinadas situaciones porque los vi, los averigüé porque los tuve que contar al aire. A veces sí pego unos llamaditos para refrescar o ver si hago algún cambio, pero ahí me siento  muy cómoda.

¿Y nunca se te dio por escribir una crónica sobre un caso periodístico, algo de no ficción? 

Nunca me surgió, pero estoy abierta a que me surja. Yo no tengo problema… Extraño la redacción, las redacciones son una cosa espectacular, el laburo con otros también es lindo, pero ahora no volvería a la relación de dependencia. Siempre y cuando uno pueda, si tiene que suceder que suceda. Me han ofrecido radio, me han ofrecido cosas pero no tengo ganas, no tengo ganas de cumplir un horario, no tengo ganas de que, si me quiero ir, no me puedo ir. No tengo ganas, fueron muchos años. 

¿Cómo es tu proceso de escritura, revisión, corrección? 

Yo te escribo, te dibujo, te hago los diálogos, actúo. Yo funciono a la mañana, a la mañana es cuando estoy como más encendida, a partir de las cuatro o cinco de la tarde me voy apagando como una velita. Escribir de noche, nunca me pasó. Estudiar de noche, no no no no. No hay chance de que yo pueda hacer eso. Soy un ser diurno, me levanto a la mañana, voy al gimnasio, vengo, me ducho, me preparo el mate y me pongo a escribir. Yo ya sé que a la tarde no voy a poder ir para adelante, entonces lo que trato de hacer a la tarde es corregir lo de la mañana, leerlo con lo anterior para ver si funciona, si queda bien y armarme un par de to do para el día siguiente. Cuando estás más jugada con las entregas, bueno, le tengo que pegar derecho y almuerzo en la computadora y no voy al gimnasio. Pero no es siempre así, a veces depende de los tiempos. Yo funciono con deadline porque así me entrené, entonces a mí me decís dentro de un año tenés que publicar y yo me tiré a ver Netflix y dos meses antes le pongo como una pila porque estoy acostumbrada a trabajar con deadline. La cabeza me brilla más. Yo sé que generalmente publico en octubre y que a fines de agosto tengo que entregar el material que ya tiene que estar editado, hay que entregarlo a la editorial para que se hagan las galeras y después se imprima. Entonces sé que mi deadline es mediados de agosto y trabajo para mediados de agosto; cuando en octubre sale el libro en las librerías yo no tengo más nada que hacer ahí, más que sonreír. 

¿Y no estás pensando en el nuevo libro?

¡Noooo! [risas] Cuanto menos falta, empiezo a meterle mucha pata, sí. Trabajo más con deadline. Sí, no soy tan ordenada. Trato, cuando tengo mucho tiempo, y no funciona. Entonces ya le dije a mi editora «poneme vos los deadline», entonces ella me pone deadlines «el martes mandame», le digo que tengo 60 páginas y mentira, yo no tengo 60, tengo 80, pero le mando 60 porque me guardo 20 para el próximo, claro. Así trabajamos y ella lo sabe. Entonces cuando me vienen las correcciones: «esto no lo entendí, este final, fijate si funciona, cortá el capítulo acá» y tengo que agregar esas correcciones. Cada vez que ella me dice «cortá este capítulo acá» yo digo «no tiene sentido que lo corte ahí». Pero ya aprendí, entonces voy al borrador, lo corto donde ella me dice y cuando vuelvo a leer todo, digo «¡ay, claro!». 

Bueno, no tenés ego de escritora.

Soy su esclava. Yo soy su esclava, no hubo una puta vez que ella no me hiciera una observación que no terminara siendo la adecuada. Te das cuenta cuando lo cambiás, porque cuando te lo dicen no lo ves, lo tenés que cambiar. Cuando lo vuelvo a ver, digo sí, veo que resalta todo lo otro. Ella hace que me brille todo, es como que me lustra, viste, es una cosa espectacular y nos conocemos mucho, ella me conoce mucho. «¿Acá vos estás queriendo decir ta ta ta…?, porque no lo estás diciendo y los lectores no te conocen hace tanto, así que dale». Y claro, cuando lo miro con distancia digo «¡Dios, claro!, no se entiende lo que yo quise decir».

Florencia Etcheves para Jot Down

¿Saben qué tipo de lectores tenés?

Tengo más mujeres que varones, hay muchos varones también pero más mujeres en un rango de veintipico a señoras. A mí me encanta la nieta que compra los libros y se los presta a la abuela. Ese es más o menos mi público y muchos varones, que me encanta que me lean varones porque siempre está esa cosa de que a los autores varones los lee todo el mundo y que a las autoras mujeres sólo las leen las mujeres y la verdad es que no, tal vez en un momento fue así, puede ser. A mí me encanta, y de hecho la novela que saqué ahora La cocinera de Frida, que es un culebrón argento mexicano, es como un híbrido, hasta por la portada tan mexicana… ¡me escriben varones! y es una cosa que pareciera de mujer, la cocinera y la tapa rosa… 

¿Y creés que hay un modo femenino de escribir? Si tus libros estuvieran firmados por un Juan Pirulo, ¿creés que los lectores dirían «no, esto lo escribió una mujer»?

Yo creo que no hay un modo. A ver, Victoria [Ocampo] siempre decía que ella no puede dejar de escribir como argentina y como mujer… (pausa) Yo creo que depende de cuál. La cocinera de Frida no sé si pasaría por un varón porque hay una mirada sobre cuestiones que nos importan a nosotros, a las mujeres, que nos interpelan desde nuestro lugar de mujeres. Las otras sí. Bueno, a mí, por ejemplo, Elena Ferrante, ¿viste cuando se decía si era un hombre?, mi convencimiento es que es una mujer porque de verdad toca temas que nos interpelan a las mujeres, que no significa que un varón no sepa de ese tema o no pueda escribir de ese tema, pero ¿cómo va a escribir un varón sobre la maternidad? Complejo. O sobre la menopausia, es como que nosotras escribamos sobre la paternidad. No lo podríamos hacer y Elena se mete mucho con esos temas que nos interpelan y que son temas de conversación entre nosotras. En ese punto sí.

Entonces no tiene que ver con la escritura sino con los temas.

Creo que tiene que ver con los temas y con la profundidad o con la hondura de los temas. Y cuando hay personajes femeninos escritos por varones, muchas veces noto que es la mujer que a ellos les gustaría que existiera. Probablemente cuando nosotras escribimos varones también, es el señor que nos gustaría que existiera. No lo digo como crítica. Es la mujer ideal para un señor, ¿no? No voy a dar nombres porque suena como crítica y la verdad que no lo es, hay varios. Pero es la mujer ideal, la que es sumamente libre, la que no rompe las pelotas, la que no pide ningún tipo de demostración de afecto… ¡Divina mina, me encantaría! pero me parece que a ellos les gustaría más. Y son súper atractivas y me encantan, me encantan, pero uno se da cuenta cuando un varón escribe una mujer y creo que lo mismo pasa con nosotras. Bueno, mis personajes masculinos… Yo me pongo ahora a analizarlo, y son los señores que me encantaría, ¡Dios, me enamoraría un poco de todos!, es inevitable. Cuando escribo personajes masculinos lo que trato de hacer es hablar mucho con los varones que conozco, qué dirían, cómo reaccionarían, y te puedo asegurar que lo que me dicen es algo que nunca se me hubiese ocurrido y me divierte horrores porque está tan alejado a lo que yo imagino que haría el personaje. Y mirá que trato de ponerle mucha pila a eso, pero estoy segura, que los lee un varón y va a decir «es el varón que a vos te gustaría».

Cuando adaptaron Cornelia al cine sacaron de la historia al protagonista masculino. ¿Qué te pareció?

Yo no tengo ningún problema. 

Cero apego.

Cero, cero. En realidad ellos estaban queriendo hacer era una película de mujeres y querían que la protagonista, la policía que se morfara todo [que se comiera todo], fuera una mujer, y a mí me pareció bien. Cómo me va a parecer mal una cosa así. Estaba esta nueva apertura en el cine de que las minas [las mujeres] no estuviesen en la pantalla solo para llorar o ser lloradas, sino también para tomar las riendas y para equivocarse, para hacer las cosas mal y que no por eso deje de ser la heroína. A mí me pareció genial, ningún problema.

Florencia Etcheves para Jot Down

En las siguientes películas sobre tus libros ya trabajaste como guionista. 

En La corazonada sí y en Pipa también. La primera, Perdida, no fue original de Netflix sino que la compró después y la película les funcionó muy bien, les gustó mucho el personaje y ellos mismos dijeron «queremos que sea una trilogía». 

Y el mismo universo narrativo lo retomaste más adelante con un personaje, la Sirena. 

La sirena es un spin off de Cornelia.

¿Se va a hacer una película sobre ese libro?

Puede ser, puede ser. Sí, en España probablemente. Latinoamérica pisa muy fuerte en todo lo que es contenido. El rey y la reina son México y Colombia, en contenido audiovisual latinoamericano son monstruos, monstruos de generar historias de cuanto género se te ocurra. Latinoamérica tiene un pie muy fuerte en esos dos mercados que son mercados importantísimos.,, Y en La sirena hice toda la locación en Barcelona pero la podés hacer en el Distrito Federal claro, la podés hacer en Bogotá, en San Pablo o en Santiago de Chile, la podés hacer en Lima. 

¿Estuviste en España para escribirla? 

Allá la empecé a escribir. En realidad fue muy loco; yo estaba escribiendo otra cosa, una novela de actores -otra vez los actores, en algún momento va a aparecer eso porque lo tengo súper investigado-, y me habían invitado a la Barcelona Negra, había viajado por eso y me quedé, me fui a hacer los pueblitos que están en los Pirineos, en la frontera con Francia. Y hay un pueblito muy lindo que se llama Besalú, un pueblito que no tiene internet, en medio de la nada, viven todos viejos porque los jóvenes se van y es como el pueblo de los abuelos, una cosa increíble. No hay señal de celular, estás perdido ahí. 

Un buen lugar para esconderse.

Es un lugar para esconderse porque, hoy por hoy, los mejores lugares para esconderse son donde no hay señal, donde no te puedan rastrear el teléfono y en donde no puedas tentarte. Yo dije, qué buen lugar para esconderse, porque siempre estoy pensando en clave de horror. Dije acá te escondés y quién te ve. Mientras caminaba, cagada de frío, en un momento paso por un tunelcito y veo algo que me puso la piel de gallina y le saqué una foto: sobre una madera alguien había escrito Nadine, que es el nombre del personaje. Y dije ya mismo voy a llamar a mi editora para decirle «vamos con un spin-off de la Sirena». No tenía señal. Ya estaba desesperada y bueno, tuve que hacer todos los pueblitos que ya estaban programados y volví a Barcelona a 1000 kilómetros por hora porque lo único que yo quería era la señal de celular, estaba con una ansiedad que no podía más. Y a partir de ahí mi viaje cambió, me dediqué a hacer todo el tour barcelonense de lo que realmente me interesaba para la novela porque en la cabeza ya se me había aparecido todo lo que necesitaba. Tengo una amiga argentina que vive en Barcelona hace años y le iba whatsapeando y le decía «dame los barrios más marginales, dame los barrios con problemas, que sean picantes, dame barrios con conflictos sociales» y me fui a los barrios de los desalojos, y en transporte público para ver cómo era. Ahí empecé a hacer todo mi trabajo de campo. 

Te quiero preguntar sobre algo que te escuché decir muchas veces: que el feminismo te cambió la vida. 

Sí, el feminismo me cambió la vida. Cuando digo que me cambió la vida es que me cambió la percepción, darme cuenta de que un montón de cosas que a mí me habían pasado… Cosas que nunca fueron tan graves, no muchas hemos tenido esa suerte, porque la verdad es esa, ¿no? Hemos tenido suerte porque las cosas que hacíamos de jovencitas, nos íbamos a cualquier lado sin celular y no avisabas. Nosotras hemos sido sobrevivientes. Me cambió mucho la percepción sobre muchísimas cosas que yo creí que tenían que ver conmigo y en realidad no tenían que ver conmigo, tenían que ver con mi condición de mujer. Muchas situaciones en las que me empecé a dar cuenta de que efectivamente la única que está del otro lado y que te entiende cabalmente es otra mujer. No porque un varón no pueda hacerlo, pero empecé a entender que muchas de las cosas que a mí me sucedían por ser mujer también le sucedían a otras y en eso me sentí hermanada con muchas mujeres. Y también me cambió mucho el tema de ser madre de una mujer, de una mujer de hoy, y que todo esto que a mí me llevó un montón de análisis. A veces hasta me cuesta ponerlo en palabras, para mi hija que tiene veintitrés años es de una obviedad pasmosa: «Sí, sí, mamá, obvio». Y vos decís ¡guau! Todo lo que tiene que ver con la libertad sexual, la relación con el cuerpo, la relación con el sexo, con los géneros, mi hija lo maneja, las amigas y amigos de mi hija lo manejan con una naturalidad que no existía en mi época. Yo fui a una escuela de mujeres, primario y secundario, todas mujeres. ¿Todas eran heterosexuales? ¿Todas? Para mí sí, en ese momento sí, nadie decía otra cosa y seguramente no lo eran y lo que pasa es que muchas de mis compañeras tuvieron que quedarse en el closet -y no te estoy hablando de la época de mi abuela, te estoy hablando de mi época- porque podían ser discriminadas, burladas, señaladas, dejadas de lado por mí o por chicas como yo. No me estoy poniendo por fuera de eso. Hoy veo a mi hija, ahora tiene es grande, pero en el colegio había chicas lesbianas, había chicos gays y podían salir del closet, podían tranquilamente hablar de su sexualidad, de su orientación sexual sin que eso fuera un motivo de señalamiento o de discriminación. Ojo, ¿esto pasa en todos lados de nuestro país? No, porque eso también hay que decirlo, pasa en determinadas ciudades, generalmente en las partes más céntricas, en determinados ambientes, pero todavía siguen existiendo en nuestro país muchas chicas y muchos chicos, infancias trans, que tienen que estar escondidos porque son señalados, porque son bulleados y porque no les queda otra que irse de sus pueblos, tal vez para poder ser felices, irse a las grandes ciudades en donde de a poco las cosas van siendo como tienen que ser. Entonces se ha recorrido un camino, sí, y creo que las militancias LGTB y las militancias feministas han ayudado mucho a que ese recorrido vaya tomando más carrera.

¿Y vos tenés militancia feminista? 

He militado temas… A ver, me considero feminista, soy feminista, trato en mis acciones cotidianas de aplicar el feminismo. No siempre me sale. Yo he sido criada en una sociedad absolutamente patriarcal y eso no es excusa, no, pero no significa que a veces no me sale. Quiero, en mi cotidiano, tener acciones… No juzgar a otras mujeres con parámetros machistas, que es un poco eso de la sororidad, ¿no? Porque  pareciera que la sororidad es que todas somos como Los Parchís y todas nos queremos y todas nos caemos bien. No, no significa eso. El tema es no juzgar con parámetros machistas a la que te cae mal, porque a la que te cae bien es fácil, el problema es la otra, y está bien que te caiga mal. Hay un montón de maneras de cuestionar a una mujer que no sean por su ropa, su cuerpo, su vida sexual o lo que uno imagina que es su vida sexual. Y eso a mí me costó un montón, me costó muchísimo. Yo era así, un monstruo, una machirula total. Sí, súper machista, súper machista de las que decía «ay, bueno, a mí nadie me acosó». Como que si a mí nadie me acosó, el acoso no existe. Y esto es un camino, es un camino.

Florencia Etcheves para Jot Down

En 2015, cuando apareció el cuerpo de una chica asesinada por su novio y enterrada en el patio de su casa, la periodista Marcela Ojeda escribió un tuit que, resumiendo, decía «Nos están matando. ¿No vamos a levantar la voz?». Como un llamado al que respondieron otras periodistas, algunas escritoras, y ese fue el origen de la marcha Ni Una Menos. Contanos qué pasó.

Algunas periodistas y escritoras nos conocíamos entre sí, otras no. Y sí, nos subimos a ese tuit de Marcela y creo que a todas, desde lo personal, en ese momento nos estaba pasando algo con la violencia machista y eso que nos estaba pasando a nosotras también le estaba pasando a mucha gente. Si hay algo que tengo como mi máximo capital es la memoria, yo me acuerdo los casos policiales de atrás para adelante, de adelante para atrás, hasta me acuerdo textuales de determinados casos, las declaraciones en los juicios te las puedo repetir. Y en ese momento me empezó a pasar que me confundía las chicas que iban apareciendo muertas. Confundía los nombres, tenía que fijarme en los archivos: «son tantas que no llego a incorporar la información. Esto es una es una masacre, estamos viendo una masacre de mujeres todos los días.» No llegábamos con las coberturas. Había días, en el noticiero, que veías la pauta y eran femicidios, la mayoría, o ataques sexuales, y evidentemente esto que a mí me pasaba le pasó un montón de gente. Por eso el Ni una Menos prendió como prendió, no podría haber sido un tuit más de un caso más o una marcha más. Nos parecía que estaba bien salir a la calle y marchar y reclamar y, si éramos diez locas, ser diez locas y si éramos veinte, éramos veinte. Lo replicamos por las redes sociales y fue una locura, una locura. Y ahí fue el momento en el que tuve la posibilidad de conocer a muchas mujeres feministas, porque por otro lado yo era de las que decía «no, ni feminismo ni machismo, acá somos todos iguales». Pero yo sí tenía mucha conciencia del tema femicidios cuando los cubría, porque a mí me decían «Pará un poco, es un problema de la pareja». Y yo decía «Es un problema de esta pareja, de la otra pareja, de la de enfrente, de la del costado, si es un problema de tantas, no es un problema de pareja, es un problema social». En mi cabeza se armaba algo pero al toque decía «no soy feminista, ¿entendés?», necesitaba urgentemente aclarar que yo no era feminista.

¿Por qué?

¡No sé por qué! No lo sé, de la ignorancia venía esa necesidad, de no querer encasillarme en algo que me parecía… A ver, desde el momento en el que yo equiparaba el feminismo con el machismo como una cosa contraria a la otra, claramente no tenía ni idea del concepto y de lo que significan ambos términos, por empezar. Error para alguien que trabaja con las palabras, ¿no? Y cuando en el 2015 empiezo a conocer a un montón de mujeres que sí militaban en el feminismo durante añares y que iban al Encuentro [Encuentro Nacional de Mujeres, que se realiza anualmente en Argentina] y empiezo a hablar con ellas, lo que me pasó es que yo las escuchaba y sentía que le estaban poniendo palabras a algo que a mí me pasaba por dentro pero que no tenía las palabras ni el marco teórico para describirlo y ahí es donde sentí una identificación. Y por eso lo digo, porque el conocimiento a todos nos cambia la vida, en cualquier ámbito, cuando algo que vos no conocías de repente se te devela. A mí en esto me cambió la vida porque se me develó un mundo, un mundo nuevo, distinto, un mundo que para mí es el mundo del futuro, un mundo en el que los hombres y las mujeres tengan absolutamente los mismos derechos y oportunidades, que no por ser hombre o por ser mujer sos peor o mejor. Sos peor o mejor por ser una persona que podés hacer las cosas bien o hacerlas mal, tu género nada tiene que ver con eso, tu orientación sexual nada tiene que ver con eso. A mí no me interesa el rol de la damisela en apuros, la mujercita víctima permanente. No me parece que, como dice una amiga, mientras nosotras estamos «te abrazo hermana» ellos siguen dominando el mundo, ¿no? Abracemos a la hermana pero también vayamos a los lugares de poder. ¿Dónde está el poder?, cuando uno habla del poder parece una cosa enorme pero hay poderes pequeñitos en los lugares de trabajo, tengamos confianza en que nosotras podemos estar en esos lugares.

Desde que surgieron las primeras luchas feministas ese fue el reclamo, por igualdad de derechos y oportunidades.

¿Viste que las oleadas como que van cambiando, no? Que en un momento, al principio era prácticamente por el reconocimiento como ser, te diría. Después por el reconocimiento dentro de la sociedad, votar, participar en política… Por supuesto que hemos avanzado un montón y hoy muchas mujeres tienen acceso al poder político, al poder dentro de las empresas pero a qué costo. Porque a veces yo me pongo a pensar eso, ¿el costo es el mismo que pagan los varones? No sé, estoy preguntando en voz alta. A qué costo porque muchas mujeres que llegan a lugares de poder han tenido que tomar una decisión: ¿este lugar de poder por el que tanto me esforcé y por el que tanto trabajé o mi familia? Los varones no tienen esas disyuntivas y no estoy diciendo que ellos son unos malditos por esto no, yo no quiero que ellos tengan esa disyuntiva, quiero que ninguno la tengamos, porque si vamos a compartir la crianza y vamos a compartir los costos, el costo es menor. 

Nadie le pregunta a un hombre que está trabajando dónde dejó a los hijos.

No se lo preguntan. Lo ves en cosas chiquititas, como a las chicas famosas, las modelos que se van de viaje y le dicen «¿Y los nenes, con quién los dejaste?». Cuando los papás de esos niños, que también son famosos, están de viaje nadie les pregunta «¿Y los nenes, con quién los dejaste?» Y la gente que hace esas preguntas no las hace con maldad, porque antes del 2015 yo también preguntaba esas cosas. Y también nosotras, el re vernos a nosotras mismas… El peor mote que nos pueden poner a las mujeres que hemos sido madres es el de «mala madre». El «mala madre» te parte en dos y «mala madre» es porque te fuiste de vacaciones con tus amigas o te quedás todos los días dos horas más en el trabajo y no llegás a buscar al nene al jardín. 

Florencia Etcheves para Jot Down

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