Música

Por favor, censúrame: años de gore y grind

goregrind
Cuando tratas de explicar las letras del grindcore a la gente no metalera. (‘The Favorite’, de Omar Rayyan)

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Es un elefante en la habitación del que rara vez se habla, pero hubo un tiempo en el que el género gore cinematográfico era cool. La diferencia era que no se trataba de adornar la venganza tras una violación, como ha hecho recientemente Jean-Christophe Meurisse en la película Oranges sanguines (Bloody Oranges), sino de, prácticamente, lo contrario. Un episodio de una de las obras maestras de la época, la serie Ginī Piggu (Guinea pig), del japonés Hideshi Hino, iba de un samurái que secuestraba a una mujer y la drogaba con morfina para cortarla en trocitos, cacho a cacho, miembro por miembro, mientras ella estaba sedada pero consciente. Aquello era la quintaesencia, hoy tan solo comentar la sinopsis resulta estridente. En el mainstream, la película Henry: Portrait of a Serial Killer se jaleaba. Los socios del videoclub hacían chistes sobre Otis. Además, el propio desenlace de este film era una broma de humor negro. El asesino en serie ganaba, pero con un guiño al espectador, aunque la cinta se vendía como un viaje tenebroso a la mente de un asesino.

Musicalmente, si hubo un álbum que reflejó el Zeitgeist fue el Reek of Putrefaction, de Carcass. El disco en cedé fue censurado y en la portada se pusieron unos planos anatómicos de la musculatura de un ser humano. Algo completamente inofensivo, da más miedo el san Bartolomé desollado de la catedral de Milán, porque la portada del elepé original era una joya del asco nunca superada. Era un divertido collage realizado a partir de fotos de cadáveres reales. Las fotos habían salido de revistas de autopsias. Lo gracioso es que el sonido de este disco se considera uno de los paradigmáticos del género, un precursor, a medio camino entre el death y el grind —de hecho, se ha llamado goregrind—, pero llegó a esa distinción de casualidad. El ingeniero metió la pata en el estudio con la batería, el grupo no tenía tiempo ni dinero para rectificar y corregir las mezclas y así salió, sonando mal; tan mal que era una gozada. De esto iba todo esto. De que el mal estaba bien; del buen mal, de que lo malo, cuanto peor, mejor.

El tema que daba título a este álbum de Carcass iba sobre necrofilia. Algunos de sus versos son dignos de mención: 

Vísceras volátiles emanan humo y vapor

mientras son meticulosamente cortadas durante la disección. 

Lodos que se evaporan y pus burbujeante.

Una expiración gaseosa podrida.

No obstante, mi canción favorita de este disco era «Manifestation on Verrucose Urethra». Era breve, duraba solo un minuto, pero evocaba escenas realmente bellas:

Hipertrofia sanguinolenta de papilas que arrojan uretritis como urticaria.

Septicemia llena de dermis chamuscada por nocturia úrica ácida.

Uretra verrucosa.

Condiloma glúteo.

Ureteroceles excretando pénfigo quístico caliente, en descomposición,

mordiendo la carne con lujuria uraturiana rancia.

La precisión en los términos generó el rumor de que los miembros de Carcass eran estudiantes de Medicina, pero no es cierto, solo Ken Owen fue a la universidad y sus estudios estaban relacionados con el medioambiente. Sí que eran vegetarianos y veganos, y toda la casquería que representaban sobre los seres humanos aportaba simplemente un toque de humor inglés sobre cómo veían ellos, desde su posición, el hecho de que los demás fueran carnívoros. La terminología de las letras salió del diccionario de la hermana de Jeff Walker, que estudiaba Enfermería.

El propio Walker dijo hace poco que su intención inicial era grabar un disco ofensivo en grado máximo. De sonido execrable y portada vomitiva. Querían que fuese prohibido y se convirtiera en objeto de culto. Lograron que el disco marcase un antes y un después a la hora de aberrar, pero no lo censuró nadie y acabaron teniendo una carrera musical. Tiene gracia si lo piensas. No eran militantes de nada en cuestiones estéticas. En 1994, preguntados por sus gustos, citaban tecno, rap, Thin Lizzy, Therapy?, Neil Young, Kyuss, B-52’s, Björk, Redd Kross, Morrissey, Alice in Chains, Tygers of Pan Tang, Nirvana, Suzanne Vega… Lo último que te imaginas en los autores de uno de los discos capitales del grindcore. De hecho, su carrera siguió por unos derroteros cada vez más técnicos y cuidados hasta acabar en los riffs más fumetas de los años setenta.

En esta Inglaterra de finales de los ochenta, un género que ya existía, el doom, experimentó una revolución con grupos como Paradise Lost, Anathema o My Dying Bride. Su sello distintivo era tocar despacio, lo más lento posible, de forma, a veces, muy melancólica. Eran verdaderas letanías en sentido estricto. No obstante, en la materia que nos ocupa, si hubo un grupo de doom que bebía de estas fuentes con letras reseñables era Visceral Evisceration, naturales de Austria. 

Su música era un trasplante de los Paradise Lost del disco Gothic, pero lo particular estaba en que introducían una soprano. Ese metal lento y pesado, pero triste y evocador de miserias, penas y desgracias, estaba adornado con la voz de una Montserrat Caballé. Al escucharlo en inglés, sin enterarse del significado, parecía un grupo británico romántico como los citados, pero las letras decían esto nada más empezar el cedé: 

Mientras mea en su boca.

Orgía de perversión patológica.

Preparando las herramientas del oficio

para una lección de cirugía en las vísceras.

Por estas fechas, hubo una portada que nunca me quité de la cabeza desde que la vi. Urine Junkies, de Abscess, naturales de California. En ella, un hombre llenaba una jeringuilla de pis en un baño público. El álbum contenía una recopilación de sus primeros singles. Para mí, no eran especialmente llamativos, pero sí lo fue su primer disco entero, Seminal Vampires and Maggot Men, lanzado en 1996. Era música realmente desquiciada, cantada de forma caótica y enfermiza, pero, sin conformarse solo con el ruido, había una sofisticada concepción de lo abyecto en la estructura de cada tema. Si el grupo era más hardcore que grind, si era más punk, death metal o lo que fuera, lo dejo a la elección de los expertos, a mí siempre me pareció desquiciante y, por lo que fuera, me daba placer escucharlo en aquella época. También en esta, aunque ahora lo vivo menos. Tardaron veinticuatro horas en grabar este disco, eran dieciocho canciones en treinta y dos minutos. Humildemente, destacaría estos versos: 

Ella le chupa su culo arrugado de mierda

mientras él la folla en el coño y en el culo

con su muñón retorcido.

Monstruos babosos, en lujuria rabiosa.

Pelvis sin piernas goteando y follando.

Riendo mientras lo hacen.

Qué pena que ya no podamos conocer la opinión de Antonio Gala sobre las imágenes que recrea el inicio de este soneto. El sello que sacó esta joya era Relapse. Posiblemente, la discográfica más interesante de toda la década. Su catálogo es inmaculado, sin tacha. Todo va más allá, todo rompe los esquemas. Uno de sus grupos estrella de grindcore era Exit-13. Procedente de Pensilvania, después de sacar un disco como Ethos Musick, donde el grind tenía arreglos jazzísticos, en su tercer y último álbum, Smoking Songs, tiraron por letras que solo iban de fumar marihuana y las canciones eran jazz de los años veinte y treinta. Con esa disparidad de criterios vivíamos, porque todo esto convivía con un grupo como Mortician, posiblemente lo más pesado y sobre todo pasado de graves que yo jamás haya escuchado, aunque seguramente ya habrá sido superado. En su día había poca diferencia entre escuchar a este grupo y poner la oreja en el inodoro cuando tiras de la cadena. Sus letras eran versos de arte menor, y ellos seguramente también fuesen de pocas palabras, pero observen en su tema «Driller Killer» qué gracejo más salado tenían: 

Locura,

rabia desatada,

necesidad de matar,

derramar sangre,

perforar la cabeza.

Lujuria por la muerte.

Mutilar

el rostro de la víctima.

Forzar el taladro

en el cráneo.

Psicópata,

ahora se reirá.

Es hora de

matar de nuevo.

Eran de Nueva York, de Yonkers, más al norte que Harlem y el Bronx. Ignoro cómo personas que están en la capital mundial de lo molable pueden acabar creando música tan desagradable. Siempre se ha destacado de los noruegos del black metal que vivían muy aislados en el frío y, claro, les daba por darle al tambor con ansia, pero ¿al lado de Manhattan? Por el contrario, no extraña en absoluto que los padres del pornogrind vinieran de Alemania, tierra de gran talento y creatividad en estas lides. Son el grupo Gut, de Stuttgart. Sus miembros tenían simpáticos apodos: Organic Masturbator of 1000 Splatter Whores, a la batería; Torturer of Lacerated and Satanic Tits, a la guitarra; Spermsoaked Consumer of Pussy Barbecue, a las voces. 

La misoginia llegaba a tal extremo que los samples entre canción y canción procedían de películas gore en las que morían mujeres o porno en las que se les hacía sufrir. No creo que nadie presuma hoy de tener este disco en su estantería. Cantaban a lo Pimpinela, con una voz grave y otra aguda. Las letras no eran de género pastoril, precisamente, con títulos como «Perpetual Sperm Ejaculation» o «Embalmed in Pig Sperm». Decían en una entrevista: «Casi todo el mundo en Alemania nos odiaba o simplemente nos ignoraba». Su puesta en escena era extremadamente agresiva con el público. Hay fotos en directo en las que se puede apreciar que una mujer orinaba sobre ellos en el escenario. Su debut ya era una declaración de intenciones, Drowning in Female Excrements, se titulaba, una demo que prácticamente improvisaron sobre la marcha. ¿Sería posible explicarle a un chaval del siglo XXI que todo pertenecía al terreno de la ficción?, ¿que era una forma de exorcizar las facetas más terribles de la humanidad echándose unas risas? 

Lo veo imposible, yo no lo intentaría. Vaya por delante que ya ha habido polémica con la serie sobre Dahmer. A mí, esto me ha recordado que Macabre le dedicó un disco entero, aunque no era su obra maestra. Lo mejor que hicieron estos jóvenes de Chicago fue Sinister Slaughter, en 1993, un álbum que emulaba la portada del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles, pero quienes salían eran Richard Ramírez, Ted Bundy o el citado Jeffrey Dahmer. Especialmente escalofriante era la canción dedicada a Mary Bell, una niña de diez años que estranguló a dos niños en Newcastle. Decía así: 

En 1968,

una niña de once años llamada Mary Bell

asesinó a Martin Brown de cuatro años.

Dos meses después, estranguló a Brian Howe.

Mary Bell, niña del infierno,

¿dónde estás ahora?

¿Estás haciendo el bien?

No había metal en esta canción. La tocaban con una guitarra acústica, cantando a capela como concienciados cantautores. ¿Cómo definir esto? Era una risa, una risa inevitable, porque no te reías de la gracia o del chiste, sino de que fueran tan cafres de ser tan cafres, válgame la reiteración. Es lo que tienen los chistes de mal gusto, no daré ejemplos, tan habituales en España, que son odiosos, propios de mentes depravadas, pero se te escapa la risa al oírlos. Es inútil negarlo. En aquellos tiempos, se había vivido hacía poco el boom de los asesinos en serie en Estados Unidos, no de los criminales, sino de los medios que siguieron los sucesos babeando las noticias. El cine gore y este tipo de grupos que se hicieron tan populares pocos años después frivolizaban con humor sobre todo aquello. Era una forma de restarle la solemnidad que le habían dado los periodistas al fenómeno. También una forma de hacerse odioso. Igual que los punks de los setenta en Londres cuando iban con esvásticas por la calle. 

Estas situaciones o reacciones son propias de sociedades que, por otras vías, son represivas. Es conocido cómo fascinan los extremos, pero también, como escribió la filósofa francesa Élisabeth Roudinesco, la obsesión por una sociedad perfecta es muchas veces fruto de la perversión. Lo sublime y lo abyecto en no pocas ocasiones viene de la mano. En el terreno musical de los noventa, todos estos condicionantes a lo que nos llevaron fue a la risa. En los cincuenta, los tebeos de terror que consumían los niños, las historietas de Jack Davis en Tales From the Crypt, con su cadáveres putrefactos y sus jorobados purulentos, eran historias sobre todo llenas de humor. En la crueldad excesiva estaba la risa. Claro que ya sabemos cómo acabó aquel divertimento infantil del que luego surgieron toda la imaginería y los recursos narrativos del cine de terror: censurado. 

goregrind
Varias portadas de la discografía de Carcass. Imagen: Earache Records.

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Un comentario

  1. devilinside

    Como aportación personal, había un grupo canadiense de grindcore llamado Dahmer, y un grupo sueco de garage rock llamado Dahmers

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