Editorial Política y Economía

J’accuse l’Europe…! La hipocresía de Europa ante los crímenes de guerra en Gaza

La guerra
Manuel Villegas Brieva (1871-1923), La guerra. Museo del Prado

Suenan tambores de guerra. Donald Tusk, el primer ministro de Polonia, asegura con entereza (y una pizca de aparente resignación) que, pese a que él no desea asustar a nadie, nos encontramos en un estado de «preguerra». Xi Jinping se aferra a la posibilidad de recurrir al uso de la fuerza para lograr la «reunificación nacional» con Taiwán. Y de Vladimir Putin y Benjamín Netanyahu mejor ni hablemos: ambos bombardean países vecinos como si la Carta de las Naciones Unidas fuese un cómic de Zipi y Zape. Mientras tanto, a Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, le llueven críticas por doquier, incluido de organizaciones ecuánimes y respetables, como Human Rights Watch, que la acusan de «hipocresía» en materia de derechos humanos. En un mundo cada vez más polarizado, con el derecho internacional en perenne cuestionamiento, vale la pena preguntarse qué puede hacer Europa —qué está haciendo, qué no está haciendo— para soslayar un retorno al salvajismo sin parangón de nuestro pasado común, o cuanto menos para lograr que, caso de que Tusk tenga razón, y suponiendo que nos veamos abocados a un conflicto de proporciones ignotas, las lecciones de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo el marco jurídico del que Europa ha sido adalid durante décadas, no caigan en saco roto.

Empecemos por el principio. El Tratado de Lisboa propugna en su artículo 2(1) que «la Unión tiene como finalidad promover la paz, sus valores y el bienestar de sus pueblos». Acto seguido, en el artículo 2(5), defiende que «en sus relaciones con el resto del mundo, la Unión [contribuirá a] la protección de los derechos humanos, especialmente los derechos del niño, así como al estricto respeto y al desarrollo del Derecho internacional, en particular (…) la Carta de las Naciones Unidas». Puede sonar grandilocuente, sin duda, pero, reproches al margen, lo cierto es que ningún continente ha hecho más que Europa por modelar e impulsar los principios que rigen nuestro actual orden internacional, quizás porque ningún continente atesora tamaño know-how en materia de tragedias bélicas. El ius publicum romano sembró la semilla que llevaría al español Francisco de Vitoria y al holandés Hugo Grotius a perfeccionar la invención desmesurada del derecho internacional público, dotándolo de reglas y fundamentos que pretendían promover la convivencia entre las naciones —al menos en su mejor exégesis— y establecer reglas de juego comunes para el rifirrafe de los monarcas absolutistas de la época. Desde entonces, y hasta el Tratado de Lisboa, juristas y políticos europeos han impulsado a destajo el derecho internacional de los derechos humanos, la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones internacionales —hoy consagrada en la Carta de las Naciones Unidas— y las propias leyes de la guerra. Viviendo como vivimos en la época de la saturación informativa, resulta fácil olvidarse de que Alemania, Francia y Rusia (sí, Rusia) fueron tres de los países que más vehementemente se opusieron a la agresión británico-estadounidense contra Irak, avalada por el ínclito expresidente Aznar. Para el eje franco-alemán, fue un caso de estudio en la aplicación de la política exterior que unos años después cuajaría en el artículo 2(5) del Tratado de Lisboa. ¿De dónde proceden, entonces, las actuales acusaciones de «hipocresía» a Ursula von der Leyen? ¿Es cierto que existe un doble rasero entre su respuesta a la invasión de Ucrania y su actitud ante la catástrofe humanitaria que se vive en Gaza?

Desde luego, nadie discute el celo con que la presidenta de la Comisión Europea ha plantado cara al creciente autoritarismo de Putin, defendido con uñas y dientes (o con tuits y discursos) la importancia de respetar el derecho internacional, y, lo que es aún más importante, alzando la voz ante cualquier indicio de crimen de guerra. Por ejemplo, el verano pasado, para conmemorar el día internacional de los niños, von der Leyen y el presidente Volodímir Zelenski publicaron un comunicado conjunto exigiendo que se protegiese a los menores de edad y «condenando vehementemente la transferencia y deportación ilegal de niños ucranianos, que se añade a la lista de crímenes de guerra de Rusia». Unos meses antes, la más alta funcionaria del continente alabó la decisión de la Corte Penal Internacional de emitir una orden de arresto contra el presidente Putin, que tildó de «completamente justificada», y defendió con ahínco la creación de un tribunal internacional para juzgar el crimen de agresión contra Ucrania —pese a que otras agresiones recientes, incluida la de Occidente en Irak, permanecen tristemente impunes. Como decíamos, von der Leyen tampoco ha escatimado señalamientos ante las violaciones de Rusia al derecho internacional humanitario, por ejemplo, tildando de crimen de guerra el trágico bombardeo de un hospital en Maripol, o haciendo lo propio cuando Putin decidió ensañarse con la infraestructura energética ucraniana, lo cual llevó a la presidenta de la Comisión Europea a afirmar, entre otras cosas, lo siguiente:

«Atacar la infraestructura civil con el claro objetivo de privar a hombres, mujeres y niños de agua, electricidad y calefacción en vísperas del invierno, son puros actos de terror y debemos llamarlos así … Esto marca otro episodio en una guerra de por sí cruel. El orden internacional es meridianamente claro. Se trata de crímenes de guerra».

Terror. Cruel. Crímenes de guerra. Resulta imposible oponerse al razonamiento. Lo insólito, lo que anda levantando ampollas en la opinión pública, es que uno podría cometer el error de pensar que los 10 500 civiles ucranianos que han muerto en los dos años transcurridos desde la invasión rusa importan mucho más que los 25 000 civiles (la mayoría menores de edad) que han perdido la vida en Gaza en menos de seis meses, y eso sin que von der Leyen haya alzado la voz ni una sola vez contra las fechorías que Israel está cometiendo —presuntamente— en contra el pueblo palestino.

Para no dar pie a confusiones de ninguna índole, es preciso continuar por otro principio, así sea a modo de tópico. Los ataques terroristas de Hamás contra Israel fueron una muestra absoluta de barbarie y, por supuesto, nadie pone en duda (o nadie debería poner en duda) que constituyeron crímenes de guerra de la peor ralea. Como todos sabemos, cientos de personas inocentes perdieron la vida en aquella orgía de sangre y crueldad. Adolescentes abatidos como perdices durante un concierto, ancianos maltratados en sus propios hogares, bebes ejecutados. Además, unos doscientos cincuenta israelíes fueron víctimas de un secuestro masivo y, en flagrante violación al derecho internacional, más de un centenar continúan aún en manos de Hamás. A riesgo de ser repetitivos, resulta ineludible solidarizarse inquebrantablemente con todas las víctimas del ataque terrorista del pasado 7 de octubre y, de conformidad con la reciente resolución 2728 del Consejo de Seguridad de la ONU, exigir la liberación incondicional de los 130 rehenes en poder de Hamás u otros grupos islamistas. Ni que decir tiene que, al igual que hizo la presidenta de la Comisión Europea, también ha de reconocerse el derecho a la legítima defensa del Estado de Israel, consagrado en el Artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas.

Sin embargo, las guerras tienen límites. Morales y políticos, sí, pero también jurídicos. Y si uno de los propósitos de la Unión Europea es contribuir «en sus relaciones con el resto del mundo» al «estricto respeto» del derecho internacional, y «especialmente los derechos del niño», vale la pena recordar qué dice ese marco normativo sobre lo que lleva meses ocurriendo en Gaza.

Recalquemos en primer lugar que todos los conflictos armados se rigen por el derecho internacional humanitario (DIH) o leyes de la guerra, una rama del derecho internacional público que busca proteger a quienes no participan en las hostilidades, es decir, los civiles, y a quienes ya no participan en ellas, incluidos los prisioneros de guerra y los heridos o enfermos en el campo de batalla. El DIH posee dos cualidades primordiales. La primera es que rige la conducta de las partes a cualquier conflicto armado, en todo momento, independientemente del casus belli. No importa si se trata de una agresión ilegal, como la de Rusia en Ucrania o la de los países occidentales en Irak, o bien de un acto de legítima defensa, como la invasión de Afganistán en 2001, respaldada por el Consejo de Seguridad de la ONU. Toda parte en liza en un conflicto armado ha de acatar las reglas del DIH, consagradas en los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, sus protocolos adicionales y el derecho internacional consuetudinario. Estas normas no son derogables bajo ninguna circunstancia. Además, las leyes de la guerra no imponen obligaciones sinalagmáticas o recíprocas. En otras palabras: el incumplimiento por una parte, sea un Estado o un grupo armado organizado, no exime a la otra de sus deberes. El terrorismo islamista no da carta blanca a Israel, del mismo modo que los crímenes de Rusia no dan carta blanca a Ucrania.

De modo que, pese a que las barbaries de Hamás del pasado 7 de octubre justifican que Israel se defienda, todo conflicto armado debe regirse por el respeto al derecho internacional humanitario. Ningún crimen de guerra por parte de Hamás puede excusar que se cometan crímenes de guerra contra los palestinos de Gaza y Cisjordania. Sin embargo, pareciera que eso es precisamente lo que está sucediendo, hasta el punto de que el profesor británico-israelí Avi Schlaim, de la Universidad de Oxford, ha calificado la respuesta de Netanyahu como un ejemplo de «terrorismo estatal». ¿Cómo ha reaccionado la Unión Europea ante estos desmanes? ¿Acusando a Netanyahu de cometer crímenes de guerra, igual que acusó a Putin en su momento? ¿Cortando las relaciones diplomáticas con Israel, como se cortaron las relaciones diplomáticas con la Federación Rusa? ¿Suspendiendo vuelos, imponiendo sanciones económicas, cuestionando los eventos de cooperación? Nada de todo lo anterior. Israel, ya lo saben, piensa incluso participar en Eurovisión, pese a la disconformidad de los civilizadísimos artistas escandinavos. Entretanto, Ursula von der Leyen aún no ha proferido ni una sola acusación de crímenes de guerra, y eso que los ejemplos parecen ser tristemente abundantes. Repasemos algunos de ellos.

Como todo el mundo sabe, o debiera saber, las violaciones al derecho internacional humanitario por parte de Israel anteceden a los ataques terroristas del 7 de octubre. El ejemplo arquetípico es la construcción de asentamientos de judíos israelíes en Cisjordania, en contravención a una caterva de resoluciones de la ONU y de fallos de la Corte Internacional de Justicia, práctica que suele venir acompañada del desplazamiento forzado de la población autóctona palestina, incurriendo así en un crimen de guerra tipificado por el Artículo 8(2)(b)(viii) del Estatuto de Roma. Además, Israel lleva años imponiendo castigos colectivos a los palestinos, demoliendo las casas de familias inocentes, derogando los permisos de residencia de madres ajenas al comportamiento violento de sus hijos o perpetuando el bloqueo punitivo de Gaza, una prisión al aire libre donde dos millones de personas malvivían en condiciones lamentables incluso con anterioridad a los bombardeos de los últimos meses, todo ello en flagrante incumplimiento del Artículo 33 del Cuarto Convenio de Ginebra. Para muestra un botón: el informe producido en 2020 por el relator especial de la ONU para el respeto de los derechos humanos de los palestinos dibuja un panorama escalofriante de la política estatal de «la única democracia en Oriente Próximo», un comportamiento que difícilmente se habría perpetuado hasta nuestros días sin la cobertura diplomática, financiera y armamentística de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea.

Pero centrémonos en la guerra de Gaza. Como apuntamos más arriba, cuando las fuerzas armadas de la Federación Rusa iniciaron sus bombardeos periódicos a plantas hidroeléctricas en Ucrania, von der Leyen salió a la palestra defendiendo que «atacar la infraestructura civil con el claro objetivo de privar a hombres, mujeres y niños de agua, electricidad y calefacción … son puros actos de terror y debemos llamarlos así», y añadió que «se trata[ba] de crímenes de guerra». En cambio, cualquier pronunciamiento similar en relación a Israel brilla por su ausencia, ni siquiera tras las declaraciones del ministro de Defensa Israelí, el señor Yoav Gallant, quien alegó que Israel estaba «luchando contra animales humanos» y que impondría un «asedio total» a la Franja. ¿Si von der Leyen denunció a Rusia por bombardear unas cuantas centrales hidroeléctricas en Ucrania, no debería pronunciarse también sobre la amenaza de Gallant (ya cumplida) de dejar Gaza «sin electricidad, sin comida, sin agua, sin gasolina»? Desde luego, es difícil ignorar la incompatibilidad palpable y absoluta entre esta retórica (por no hablar su innoble materialización) y los postulados del derecho internacional. El Artículo 8(2)(b)(xxv) del Estatuto de Roma establece que es un crimen de guerra «hacer padecer intencionalmente hambre a la población civil como método de hacer la guerra, privándola de los objetos indispensables para su supervivencia, incluido el hecho de obstaculizar intencionalmente los suministros de socorro de conformidad con los Convenios de Ginebra». Gaza se encuentra al borde de la hambruna, no por hallarse en una región inaccesible o desértica —los cientos de supermercados de la modernísima Tel Aviv se sitúan a poco más de setenta kilómetros; han leído bien: Gaza se encuentra a unos setenta kilómetros de la modernidad más despampanante—, sino porque el bloqueo israelí impide la entrada de suministros, en un acto difícilmente reconciliable con las leyes de la guerra. En palabras del director general de la Organización Mundial de la Salud, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus: «La gente se está muriendo y muchos más están enfermo. Se prevé que más de un millón de personas sufrirán una hambruna catastrófica a menos que se permita la entrada en Gaza de una cantidad significativamente mayor de alimentos». Ursula von der Leyen, por el momento, tampoco parece haber visto crimen de guerra alguno en este comportamiento. La situación es alarmante. Los socios del gobierno ultraderechista de Netanyahu llevan años despotricando contra el riesgo de paridad demográfica entre judíos y musulmanes, y del miedo a un sorpasso. Resulta difícil creer que la muerte por inanición de otros cuantos miles de palestinos, o las secuelas físicas que la hambruna inminente dejará durante décadas en la población civil, les quite realmente el sueño.

A partir de aquí, la lista de desmanes es cuasi infinita. Israel parece ignorar incluso las normas de la guerra más elementales, no solo en Gaza, sino también en Cisjordania, donde hace tan solo un par de meses sus fuerzas especiales se disfrazaron de civiles para entrar en un hospital de Jenin y asesinar a sangre fría a tres palestinos enfermos. Las imágenes de esta ejecución extrajudicial muestran claramente la sangre empapando la almohada y el agujero de bala hundiéndose en la inmensidad del colchón, un acto que posiblemente dé lugar a varios crímenes de guerra simultáneamente, tanto por la ejecución de personas fuera de combate como por el hecho de recurrir a un acto de perfidia para matar al enemigo, engañifa prohibida por las leyes de la guerra. Otro tanto podría decirse sobre el deber de respetar la vida de civiles inocentes con las manos en alto, en señal de rendición, algo que al parecer las Fuerzas de Defensa de Israel ni siquiera son capaces de hacer cuando los que alzan los brazos son rehenes israelíes recién huidos de su cautiverio; o sobre los crímenes contra los más de cien civiles palestinos acribillados a balazos mientras recogían harina frente a un convoy humanitario; o sobre los siete empleados de World Central Kitchen a quienes despacharon esta semana con una lluvia de misiles concatenados, pese a que habían cumplido con todos los protocolos de seguridad al uso, incluida la preceptiva notificación al ejército israelí. La consecuencia de este último acto, completamente previsible para cualquiera que haya puesto un pie en una zona de conflicto, es que la ONG ha suspendido todas sus actividades en Gaza, porque el principio cardinal de cualquier organización humanitaria es que resulta imposible trabajar allí donde la vida de los civiles pende siempre de un hilo. (Por supuesto, la decisión de World Central Kitchen exacerbará la ya de por sí inquietante crisis alimentaria en la Franja). Ursula von der Leyen, entretanto, se aferra a su mutismo.

Sería mejor que ni hablásemos de los bombardeos. No nos referimos siquiera a la flagrante falta de proporcionalidad, sino al hecho de que el derecho internacional humanitario prohíba categóricamente los ataques indiscriminados, y que en tales casos no haya proporcionalidad que valga. La definición de ataque indiscriminado incluye el uso de métodos o medios de combate cuyos efectos no puedan limitarse en línea con las leyes de la guerra y que, en consecuencia, «son de una naturaleza tal que golpean sin distinción objetivos militares o civiles y bienes civiles». Desde luego, a Israel tampoco parece preocuparle esta otra violación a las leyes de la guerra. El señor Daniel Hagari, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel, tuvo la candidez de reconocer que el énfasis de los bombardeos está en hacer daño, no en ser precisos, y otro portavoz gubernamental nos advirtió desde el mes de octubre que «al final, Gaza se convertiría en una ciudad de tiendas de campaña». Van camino de lograrlo, por supuesto. El 55% de los edificios en Gaza han sufrido daños estructurales y a menudo han sido arrasados por completo.

Pero más allá de estos pronunciamientos, que, como advertimos, no parecen tener nada de retóricos, es innegable que las leyes de la guerra difícilmente pueden reconciliarse con una política de bombardeos masivos en zonas densamente pobladas. El señor Avichai Mandelblit, que sirvió como director jurídico del ejército israelí entre 2004 y 2011, y como fiscal general de Israel entre 2016 y 2022, reconoció que en Gaza «hay miles de objetivos militares legítimos dentro de los vecindarios [y] no hay manera de distinguirlos». ¿Cómo podríamos siquiera pretender que los bombardeos de Gaza son legales, cuando el DIH prohíbe los ataques indiscriminados, que incluyen ataques donde no se puede distinguir entre objetivos militares y civiles o bienes civiles, y el propio ex fiscal general de Israel, uno de los mayores expertos nacionales en leyes de la guerra, ha admitido que en Gaza no se puede distinguir entre unos y otros? En estos casos, el derecho internacional no autoriza la comisión de crímenes de guerra. (Repetimos: el derecho internacional nunca autoriza la comisión de crímenes de guerra). La solución para vencer a un enemigo en una zona densamente poblada no es bombardear a sus civiles a mansalva, sino enviar a la infantería o recurrir a otra clase de operativos militares que respeten las llamadas «reglas de la conducción de hostilidades», incluido el principio de distinción entre civiles y objetivos militares.

Podríamos seguir, pero para qué. Sea por el desplazamiento forzado de palestinos a lo largo de décadas, sea por la inexorable construcción de asentamientos en territorio ocupado, o por la imposición de castigos colectivos a familias inocentes, o por la ejecución extrajudicial de pacientes en las camas de un hospital, o por el asesinato de civiles con las manos en alto, o por la destrucción de bienes esenciales para la supervivencia de la población civil, o por el hambre, o por las trabas a la ayuda humanitaria, o por la muerte de trabajadores humanitarios, o por los ataques indiscriminados, el caso es que, si quisiese, Ursula von der Leyen tendría una buena lista de presuntos crímenes de guerra entre los que elegir. Eso sin abordar en profundidad el tema de los niños, esa categoría de individuos a cuya protección, según el artículo 2(5) del Tratado de Lisboa, la Unión Europea dedicará «especialmente» su acción exterior. Como todos sabemos a estas alturas, la lista de niños muertos en Gaza es abrumadora. ¿De qué forma puede explicarse el ahínco con que Ursula von der Leyen ha defendido la devolución de los 16 000 niños y niñas ucranianos presuntamente secuestrados por Rusia, tildándolo de crimen de guerra, y alabando la decisión de la Corte Penal Internacional de emitir una orden de arresto contra Putin, a la vez que perpetua su silencio frente a los más de 13 000 niños y niñas que, según UNICEF, ya han sido asesinados en Gaza? ¿No es el rostro del pequeño Yazan Al-Kafarneh, demacrado por la enfermedad y la desnutrición, con los ojos hundidos y la piel pegada a los huesos por el hambre, la definición misma de crimen de guerra? ¿Quién puede mirar la imagen de Yazan Al-Kafarneh o leer su historia sin sentir nauseas, rabia e impotencia, sin cuestionar alianzas geoestratégicas que erosionan los propios cimientos de la construcción de Europa? Si Joseph Conrad viviese, habría podido resumir todo esto con cuatro sencillas palabras: «El horror, el horror».

Tras las secuelas de la Segunda Guerra Mundial, Europa abordó con ímpetu renovado su rol como adalid del derecho internacional. Los cuatro Convenios de Ginebra de 1949 son los únicos tratados del mundo que han sido ratificados universalmente. En su primer artículo, los Convenios de Ginebra imponen a todos los Estados parte la obligación de «respetar y hacer respetar» el derecho internacional humanitario. La idea de quienes redactaron los Convenios de Ginebra era sencilla y loable a partes iguales:  los crímenes de guerra son tan odiosos/nefastos/abominables, que toda la comunidad internacional ha de trabajar para atajarlos. De conformidad con el propio derecho internacional, la obligación de prevenir o frenar violaciones a los Convenios de Ginebra es tanto mayor cuanto mayor es la capacidad de influencia que un Estado puede ejercer sobre el supuesto perpetrador. La Unión Europea suministra armas a Israel y es su mayor socio comercial. Por ende, la capacidad de influencia de Ursula von der Leyen —y la de todos nuestros políticos— es inmensa. También es inmensa su responsabilidad.

Si la Unión Europea pretende recobrar aunque sea un tris de su credibilidad, debería regirse por las disposiciones del Tratado de Lisboa, uno de sus «acuerdos fundacionales», y acatar asimismo las obligaciones impuestas por los Convenios de Ginebra, incluidas aquellas que afectan a quienes no participan en una guerra concreta. Una posible primera medida sería el embargo total e inmediato de armas europeas hacia Israel, según lo dispuesto por el Tratado sobre el Comercio de Armas, que prohíbe la exportación de material bélico hacia países donde pueda utilizarse en violación al derecho internacional, tal y como han pedido, por cierto, el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos y Human Rights Watch. Otra estrategia, claro está, pasa por la suspensión del acuerdo comercial con Israel hasta que cese la discriminación de los millones de palestinos sometidos a la ley militar israelí desde hace décadas, dado que el respeto a los derechos humanos y a los principios democráticos son elementos centrales de dicho acuerdo.

A decir verdad, incluso si no le importasen ni el derecho internacional ni los niños palestinos, Ursula von der Leyen debería alzar la voz por el bienestar de su propio continente. En efecto, Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea se hallan cada vez más aislados en su apoyo a ultranza al Estado de Israel. La indecencia de este apoyo está mermando la capacidad de influencia europea en un mundo cada vez más multipolar. Basta observar la flema con que, hace apenas dos semanas, el primer ministro de Malasia le dio una lección de derecho internacional a Olaf Scholz, el canciller de Alemania. ¿Qué credibilidad va a quedarle a Europa como legado de las flagrantes contradicciones entre su discurso frente a Putin y su discurso ante Netanyahu? Por mor de este doble rasero, y mediante la erosión continua de los tabúes a las leyes de la guerra, la Unión Europea se empeña en sembrar la semilla de su propia caída en desgracia. Sí: mediante su aquiescencia o su silencio, Europa contribuye cada día a erosionar para siempre el régimen jurídico que durante más de tres cuartos de siglo nos aisló de las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial. ¿Acaso alguien cree que es una coincidencia que Putin decidiese invadir Georgia en 2008 y Ucrania en 2014, después de ver cómo Bush se fue de rositas tras invadir Irak? ¿Alguien cree que, confrontado con los ejemplos de Bush y Putin, Xi Jinping jamás se atrevería a invadir Taiwán, un territorio que ni siquiera cuenta con un unánime reconocimiento estatal? ¿Y qué hay de los crímenes que Europa está tolerando contra el pueblo palestino? ¿Si nos cae encima la guerra que prevé Donald Tusk, nos quedará alguna credibilidad para exigir el respeto de estas normas que estamos permitiendo que se violen sistemáticamente en Gaza? Lógicamente, el momento de actuar es ahora, no cuando China invada Taiwán y el Tito Sam nos arrastre a otra cruzada en defensa de la democracia, ni cuando al presidente Putin le dé por poner un pie en los países bálticos. Para entonces será demasiado tarde para que Ursula von der Leyen o uno de sus sucesores venga a hablarnos de crímenes de guerra o de derecho internacional humanitario.

Será demasiado tarde para proteger a los niños.

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32 Comentarios

  1. Desde las manifestaciones masivas del No a la guerra de hace 20 años por todas las capitales europeas hasta esta ola de conservadurismo decimonónico que domina Europa ha pasado una crisis económica con el objetivo de disciplinarnos, y lo ha conseguido. ¡Vaya que si lo ha hecho!. No hay diferencia entre Biden y Trump, Macron o Marine Le Pen. Putin, Meloni, Tusk, Trudeau, y aquí Margarita Robles y el resto de dirigentes y sus agentes mediáticos preparando la próxima guerra del Imperialismo y la colonización. «El horror, el horror» sí. Siglo XXI y
    seguimos viendo víctimas según el color de la piel. Ante el horror y el dolor de un brutal atentado, un mediático y filantrocapitalista chef clama :»Estás víctimas tienen rostro y nombre». Se ha de entender que las más de 30.000 palestinas hasta ahora no, son números y abstracciones, excusas para repartir comidas»humanitarias». Hasta ahí llega la empatía de un triunfador del sistema que hemos aceptado, el síntoma de los valores liberales yankies. Horror y asco. Más nos valdría reflexionar y seguir el rumbo que propones.

  2. Vigasito

    Pues hasta que los mafiosos religiosos de Hamás y el círculo de Putin que controla Rusia sigan en el poder, habrá guerra.

    Los primeros, sedientos se guerra y sangre, se gastan el dinero en túneles, misiles, proteger sus arsenales entre Hospitales y colegios que se caen de decrepitud por falta de mantenimiento, planear asesinatos y violaciones que saben que requerirán una respuesta por cualquier nación con un mínimo de dignidad. Ahh y la propaganda antijudía que no falte ni en los programas infantiles. Si hasta Egipto les tiene cerrada la frontera, por Dios.

    Y los segundos son la camarilla de un país, el primero que ha invadido otro país europeo desde la segunda guerra mundial. Y cuyas acciones (declaraciones políticas, actos propagandísticos en estadios y TV, recortes en libertades) recuerdan cada vez más, irónicamente, a la Alemania de Hitler.

    Pero claro, la culpa y la responsabilidad es siempre de otros. Los hipócritas siempre en Occidente. No lo olvidéis.

    • Samuel S.

      Prefiero mil veces ser un hipócrita europeo que un asesino putinista, de Hamas o de las IDF israelitas. No pasa nada por aceptar que en base a nuestros intereses actuamos de forma hipócrita, como tampoco pasa nada señalar que de seguir así vamos directamente a la tercera guerra mundial.

      Gracias Jot Down por publicar un artículo tan detallado, riguroso y objetivo. Un artículo que sin duda deberían haber publicado ya en El País o en La Vanguardia.

    • Pues hasta que Israel no deje de expulsar palestinos de sus tierras, y de imponer castigos colectivos a civiles inocentes, y de mantener a millones de palestinos sin derechos políticos y sometidos a un régimen militar, y de usar mano de obra barata de palestinos que viven en guetos (al más puro estilo Oskar Schindler), hasta que eso no deje de ocurrir, el radicalismo islámico y el antisemitismo no hará más que crecer exponencialmente, en Oriente Próximo y en el resto del mundo.

      • En Israel viven casi 2 millones de árabes, la mayoría musulmanes. Son los árabes que tienen los mayores derechos individuales y políticos de Oriente Medio (ya ni hablar de los países musulmanes en general). Ya les gustaría a los árabes de Gaza, Cisjordania, Siria o Arabia tener siquiera una fracción de las libertades de los que disfrutan ese 17% de la población de Israel.

        • ¿Habla usted de los árabes que no lograron echar durante la Nakba? ¿Los que viven sin poder ocupar puestos claves en el ejército, porque no son de fiar? ¿Los árabes de Jerusalén Este, que viven en barriadas llenas de basura, sin aceras, sin transporte público, en una ciudad donde el propio alcalde reconoce ante los micrófonos que la políticas públicas se conciben para perpetuar su discriminación? Léase el informe de Human Rights Watch sobre la situación de apartheid de los palestinos, los de Cisjordania, pero también los que viven en Israel, y luego hablamos.

        • Además, ¿qué demonios tienen que ver los árabes de Israel con los crímenes de guerra que Israel está cometiendo en Gaza? ¿Cómo en España viven muchos musulmanes con derechos políticos, puede España cometer crímenes de guerra en un país musulman y matar a musulmanes de hambre, violando las leyes de la guerra? Hombre-por-favor.

        • Israel es un estado racial, si no eres judío estas en desventaja ( fascismo puro ) , en asuntos civiles, pénales , mercantiles ; Israel asesina, tortura, viola , roba sistemáticamente a seres humanos por el mismo motivo que los nazis. Los israelíes son groseros, agresivos , aburridos, misóginos, tristes y sobre todo despreciables. Han perdido , no se puede ser igual que lo que más se odia, ese injerto nazi en su alma es horrible , se regocijan con la muerte de miles de niños y les parecen pocos, en fin , encima los Askenazis tiene de judíos lo mismo que un murciélago.

    • Vigasito, este 6 de abril apareció en Jacobin un artículo muy bueno del historiador italiano Enzo Traverso sobre la hipocresía y doble moral del racismo orientalista occidental. Seguro que puedes aprender mucho de él. Saludos.

  3. Hipócrita tú

    Es todo más sencillo.

    Que Hamás y su fundamentalismo devuelvan a los rehenes, se entreguen sus líderes y acepten la solución de los dos Estados que siempre han boicoteado.

    La única responsabilidad de todo lo que está pasando proviene de los crímenes del 7 de octubre, aunque supongo que los niños judíos apuñalados y sus madres violadas valen mucho menos para el autor del artículo.

    • Usted renunció a pensar hace mucho. Ya sé que está siempre de moda el «y tu más», que es más sencillo, como lo es el automatismo del ojo por ojo y diente por diente, aunque de 1.000 dientes y ojos a 30.000 dientes y ojos va un buen trecho. Ése automatismo es suicida.

    • Abel "el bedel"

      Deberías dejar de pensar y sentarte con la misma parte de tu anatomía.

  4. Si nos vamos a poner a justificar atrocidades, vale la pena recordar que, como bien explican los mejores ensayos en la materia (léase “The Looming Tower” de Lawrence Wright o “Black flags” de Joby Warrick, ambas ganadoras del premio Pulitzer”), el radicalismo islámico como lo conocemos ni siquiera existiría si Israel no llevase décadas oprimiendo al pueblo palestino. Pero claro, usted debe saber más que dos premios Pulitzer.

  5. Lucio Anneo

    Aquí la cuestión es si queremos seguir siendo lo que somos. Seguimos igual, siendo los títeres (España) de los títeres (Unión Europea) de los títeres (OTAN) del amigo americano; o bien, nos atrevemos a ser y a pensar de manera autónoma de una p… vez?

    • Ramsey Ferrerons

      ¡Sí, hombre…! ¿Tú qué quieres? ¿Que nos suicidemos? ¡Ay, no seáis tontos, tanto discutir y discutir…! ¡Haced como yo, que estoy ahora mismo escuchando a Mecano y a Alaska, bailando, me paso el día bailando y diciéndole a la gente todo lo que tiene que hacer! ¡¡Ay qué dolor, ay qué dolor…!!

  6. Abel "el bedel"

    Me refiero a «Hipócrita tú», no a Arryn.

  7. Luis Miguel

    Así que Israel tiene derecho a defenderse tras lo que hizo Hamas el 7 de Octubre…. Ya, claro. ¿Entonces dónde queda el derecho de los palestinos a defenderse tras décadas de ocupación colonial? Aunque no nos gusten algunas cosas que hace Hamas, no podemos negar que son una parte esencial de la legítima resistencia del pueblo palestino ¿o a caso pretendemos que se queden calladitos y obedientes detrás del muro mientras les quitan cada vez más territorios?

    • El derecho internacional público reconoce que, como parte a su derecho a la autodeterminación, los palestinos pueden oponer resistencia armada a la Potencia Ocupante (Israel). Sin embargo, igual que Israel, Hamas tiene que respetar el derecho internacional humanitario en su lucha. Matar militares israelíes o atacar objetivos militares israelíes no viola las leyes de la guerra. Asesinar a civiles inocentes sí. En general, la prensa no ha distinguido entre unos y otros. Muchos de los israelíes que murieron el 7 de octubre eran militares (y matarlos no viola el derecho internacional y, al menos desde la perspectiva del derecho internacional público, no puede considerarse un acto de terrorismo), pero la mayoría de las víctimas fueron civiles.

      • Luis Miguel

        ¿Un colono armado cuenta como civil? ¿Las víctimas israelis por fuego de su ejército cuentan como víctimas de la resistencia palestina? La versión israelí de lo que pasó el 7 de octubre hay que cogerla con pinzas.

    • Si lo el 7 de octubre fue legítima defensa, no cabe escandalizarse con lo de ahora.
      Y Hamas no tiene solo ciento y pico rehenes. Esos son los israelíes. Tiene a más de de dos millones de palestinos que usa como escudos humanos.

  8. No quiero ser desagradable ni tachar de inculto a nadie, pero aunque el autor del artículo parece saber algo de Derecho no parece saber demasiado de Historia (esto último es especialmente cierto para varios de los comentaristas). Así que antes de opinar yo recomendaría la lectura de varios libros, entre ellos todos los de Ilan Pappé, el más famoso de Shlomo Sand, el último de Rashid Khalidi y, para los que quieran ser un poco más exhaustivos, el famoso de Israel Finkelstein y Neil Asher Silberman. Excepto Khalidi, que es un historiador palestino, los demás son todos historiadores judíos israelíes. Y todos están en castellano. En mi modestísima opinión, para la correcta comprensión de este asunto también es útil estar familiarizado con el concepto de colonialismo de asentamiento (settler colonialism), creado por el historiador australiano Patrick Wolfe. También es interesante la lectura de los informes de los relatores especiales de Naciones Unidas sobre los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados. Algunos de esos informes (los de Richard Falk, por ejemplo, un jurista judío estadounidense) son especialmente duros, en todos los sentidos. Es divertido ver también cómo los informes de otro de esos relatores, John Dugard (un jurista sudafricano blanco experto en el apartheid), se van haciendo con el tiempo cada vez más duros con el trato hacia los palestinos por parte de la entidad sionista.

    El artículo no está muy mal del todo, pero hay que recordar que no existen los sionistas buenos. Al igual que otros proyectos coloniales de asentamiento, de Estados Unidos a la Alemania nazi, el proyecto sionista ha buscado siempre el control de toda la Palestina del antiguo mandato para crear allí una sociedad lo más étnicamente pura posible a través de la masacre, la limpieza étnica, el robo, el racismo, la colonización y el apartheid, con el apoyo de una gran potencia imperial amiga (primero el imperio británico y ahora el estadounidense). Unos serán más desagradables en ese propósito, como la gente del Likud (de Beguin a Netanyahu), y otros más suaves, como el laborista Yitzhak Rabin, pero no hay que olvidar nunca que todos buscan exactamente lo mismo por la sencilla razón de que todos son sionistas. Vamos, que ni Netanyahu se ha vuelto loco ni unas elecciones solucionarán nada. La única solución real sostenible a largo plazo es la desaparición de la entidad sionista y su sustitución por un estado único y democrático para todos sus habitantes. El paralelismo con la Sudáfrica racista es aquí más que obvio.

    Y, por supuesto, jamás hay que olvidar que la resistencia a la ocupación, incluida la violenta, es siempre legítima y es además un deber político y hasta moral. Siempre y cuando, evidentemente, esta resistencia siga unos estándares legales mínimos y no caiga en crímenes de guerra, de lesa humanidad o de genocidio. Lo que hizo Hamás el 7 de octubre de 2023 fue un honorable acto de resistencia en el que hubo algunos crímenes de guerra, como ataques a población civil y bienes civiles y toma de rehenes (art. 8.2 Estatuto de Roma). Como ya es habitual, la respuesta sionista, entreverada de racismo, ha sido aun más brutal en cuanto a la violación de la legislación humanitaria internacional, con crímenes de guerra de todo tipo que parecen no tener fin en variedad y escala. En este sentido, la racista doble moral occidental con respecto a lo que hace uno de sus miembros es realmente nauseabunda. ¿Alguien puede dudar de lo que se diría en Occidente si hubiesen sido Putin o Xi lo que hubiera asesinado a más de 10 000 niños? En cuanto a esto, por cierto, es casi divertido el silencio prácticamente total en este asunto de Gaza por parte de algunos de los intelectuales occidentales más activos en el tema ucraniano, como Timothy Snyder y Anne Applebaum. Es totalmente intolerable lo que los gobiernos occidentales están permitiendo con sus acciones y omisiones, algo que, indudablemente, antes o después acabará pasando factura a Occidente. Y entonces llegarán los lloros y las incomprensiones («¿por qué nos odian?»). Pero esto ya lo avisó gente como Michael Moore hace muchos años.

    • Ayquéloca!

      ¡Ay, Luisito, pero que pesado! Ahora si te parece nos vamos a poner todos a leer esos libracos que dices para algo que ni nos va ni nos viene, hombre. Además, tú a tu edad tendrías que estar buscando porno en internet y jugando a esos juegos con los móviles de tus papás.

    • Plenamente de acuerdo, Luis.

    • Gutiérrez del Vasto

      Estoy en general de acuerdo con esta intervención, brillante por otra parte.
      No obstante, me parece un desliz o un exceso de provocación retórica este pasaje:
      «honorable acto de resistencia en el que hubo algunos crímenes de guerra, como ataques a población civil y bienes civiles y toma de rehenes».
      La acción de Hamás adoptó con los asesinatos masivos de civiles y las violaciones del 7 de octubre un aspecto más de pogromo que de acción militar de resistencia.
      Aparte de la iniquidad moral de esos crímenes, quizás (y sólo digo quizás) si no hubieran tenido lugar, Israel lo hubiera tenido algo más difícil para actuar de la manera desaforada en que lo está haciendo.

      • Luis Miguel

        No creas, si no había crímenes, se los inventaban ellos. Como lo de los 40 bebés degollados en un kibutz.

  9. Innerweltlicher

    Leo mucha justificación —que no explicación— de los atentados de Hamás del 7 de octubre. Mucha palabrería sobre el derecho de defensa y sobre la colonización. Bien. Solo me atrevo a hacer una afirmación que creo que puede compartir casi cualquiera. Si Hamás quiere defenderse militarmente de la ocupación, que lo haga. ¿Sería mucho pedir que sus objetivos fueran exclusivamente militares o político-ejecutivos? Si entre los rehenes hay «gente normal», ¿es tan difícil entender que a esa gente habría que haberla liberado el 7 de octubre por la tarde-noche? Una acción así —excluir a los civiles del conflicto— eliminaría ipso facto cualquier justificación y apoyo a Israel por lo que está haciendo. Que no se haga solo puede ser entendido como una estrategia de Hamás, que está DESEANDO que siga la sangre. Y nosotros aplaudiendo.

    Y si a alguien le parece bien que se secuestre a civiles inocentes (por cualquier razón), le agradecería que no me contestara, porque con talibanes no hablo; yo sí tengo muy claro que Israel está asesinando injustificadamente (valga la redundancia) a personas inocentes, al igual que Hamás ha asesinado y retiene injustificadamente (ídem) a personas inocentes. Que no podamos partir de esa base, exigir la liberación de los rehenes y sentar a Israel en el banquillo creo que define hasta qué punto la polarización ha dado al traste con la racionalidad política, espero que no para siempre.

    • El criterio de Hamás y de otros grupos en inferioridad de medios es «cuanto peor, mejor». Buscan matar o torturar horriblemente a los civiles para que el enemigo les haga cosas iguales o peores. Netanyahu está encantado, por supuesto. La apuesta de Hamás es el genocidio de los palestinos para que Israel pierda en el largo plazo en el terreno diplomático y comunicacional y se llegue a los dos estados o algo similar. Yo creo que a) es absolutamente diabólico b) no cuentan con la hipocresía de la «comunidad internacional». Pudiera ser que tras el genocidio de esta guerra, después de todo Israel no pierda tantos apoyos y se les permita quedarse con toda Palestina y siga con un genocidio lento mediante limpiezas étnicas periódicas.

  10. Por desgracia, con el DIH y de los conflictos armados no se llega muy lejos, o si no, que me expliquen la legitimidad de las bombas sobre Japón, el bombardeo de Dresde o la falacia de que los japos no se rendían nunca y por eso había que matarlos como fuera. Al final, es el vencedor el que impone su relato y poco importa la ley.

    En el caso de Hamas, al igual que Hezbollah en Líbano, es imposible distinguir un objetivo legítimo (es decir, el que aporta una ventaja militar y no está especialmente protegido) de uno ilegítimo (se deslegitima un objetivo cuando se emplea con fines militares. Por ejemplo, Montecasino, o, mejor, el puente sobre el río Kwai). Es decir, es Hamas quien ha creado una situación en la que es imposible distinguir un hospital legítimo de una deslegitimado, y un campo de refugiados de un campo de terroristas, lo que imposibilita que las IDF puedan aplicar el derecho internacional, incluso si quisieran. La población, por su parte, participa bastante de todo esto, en buena medida porque, o eres de la órbita de Hamas o te puedes despedir de ayuda o trabajo alguno. Son los primeros rehenes de todos, pero también cómplices voluntarios o no.

    No se puede decir nada de un crimen falaz como el del hospital con los milicianos ni del absurdo bombardeó sobre WCK, entre otros. Esto último me tiene verdaderamente intrigado porque hay un proceso de targeting que debería dificultar mucho esta acción. También estoy esperando una foto de un miliciano hambriento, no la del niño al que le han quitado la comida para dárselo a los combatientes.

    En definitiva, estamos ante dos bandos que no respetan la legalidad de los conflictos armados, nada nuevo bajo el sol, pero en el que la retórica parece ser el argumento principal. No se signifiquen tanto, aquí no hay buenos, solo malos y más malos que hacen mejores a los malos. Apoyar a Hamas es un error, y a Israel, otro.

    • Maestro Ciruela

      Si me lo permite, paso a felicitarle por su lúcido comentario. Cuánta gente arreglando el mundo cuando la mayoría no sabe ni hacerlo con sus propios asuntos del día a día.

    • Matsumoto

      Lo curioso no es que haya dos bandos que no respetan la legalidad internacional. Lo curioso es que nos digan que uno de los bandos es una organización terrorista y el otro un Estado democrático. Israel es un estado racista, lleno de criminales de guerra y donde impera un régimen de apartheid, lo opuesto a la democracia. Ese es el discurso que falta en la UE.

      • No falta en la UE. Ni siquiera en UK. Lo que se muestra es que hay un divorcio entre los ciudadanos (mucho más espantados por el genocidio israelí que por la barbarie de Hamas) y su representantes que representan… ¿a quién? Europa se descubre como una sucesión de democracias iliberales.

      • Señor: de acuerdo con el derecho de la guerra Hamas no cumple con ninguna de la premisas para hacerles ver como combatientes, por ejemplo, ir identificados como una de las partes. Permítame una comparación; en Libia los chicos de Haftar se uniformaron rápidamente precisamente para no ser identificados como terroristas.

        Por otra parte, no puede comparar la la forma indiscriminada de combatir de Hamas con la de Israel. Como ya apunté, hay un riguroso proceso de targeting que intenta ajustar el nivel de violencia con la legalidad. Por eso no comprendo la estulticia de atacar a WCK o el asesinato (sí, esto sí que es un asesinato) de los milicianos en el hospital. Por el contrario, Hamas se maneja con tácticas terroristas, que no dejan de ser un delito común no amparado por los convenios de Ginebra y La Haya, entre otros. Es decir, mientras Israel podría estar cometiendo que deben ser juzgados por un tribunal internacional, Hamas es un grupo de criminales comunes que juzgan juzgados ordinarios nacionales. Por eso son terroristas.

        Pero, le repito, apoyar a uno de los malos no lo hace mejor. Si eso es lo que le gusta, siga así; yo no tengo favorito pero le aseguro que yo no apoyo a los terroristas incluso si les llaman freedom fighters.

        Le recomiendo ver La Batalla de Argel donde Bouteflika dice ante la ONU eso de que les den los tanques y aviones y ellos les dan las cestas con bombas. Mire, eso se llama terrorismo.

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