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Tito Vivas: «El estudio de Egipto no es exclusivo de los eruditos. Pertenece a toda la humanidad y todos tienen el derecho de acercarse a él de la manera que prefieran»

Tito Vivas para Jot Down

En el mundo de la egiptología, pocas figuras resultan tan fascinantes y multifacéticas como Tito Vivas (Madrid, 1979). Con una carrera que trasciende los límites tradicionales de lo académico, Vivas se ha convertido en un puente entre el pasado faraónico y el presente curioso, llevando las maravillas del Antiguo Egipto a un público más amplio y diverso. Desde su temprana infancia, marcada por una crisis existencial y la influencia de su abuelo, hasta sus aventuras que parecen sacadas de una película de Indiana Jones, su vida es un testimonio de cómo la pasión y la curiosidad pueden transformar la tragedia personal en una búsqueda incesante de conocimiento.

Tito Vivas nos abre las puertas de su mundo, compartiendo no solo su trayectoria profesional como egiptólogo y arqueoastrónomo, sino también sus reflexiones sobre la muerte, el destino y la eterna fascinación por Egipto. Con él repasamos desde sus primeros pasos en la egiptología, impulsados por la pérdida de su abuelo y el impacto de las películas de Indiana Jones, hasta sus proyectos más recientes, como la Sociedad Histórica, que busca revolucionar la forma en que interactuamos con la historia.

Su enfoque único combina la rigurosidad académica con una innegable pasión por divulgar el conocimiento. Charlar con él es sumergirse en una conversación que trasciende el tiempo, donde la historia antigua y las historias personales se entrelazan, mostrando que, en el fondo, todos buscamos respuestas a las mismas preguntas fundamentales sobre nuestra existencia.

¿Qué dios egipcio fue tu abuelo?

Fíjate que eso fue una dedicatoria del primer libro y hay gente que casi diez años después todavía no lo ha pillado. Mi abuelo se llamaba Lorenzo, y a mí siempre me han contado desde pequeñito que el sol se llamaba Lorenzo, claro. Y entonces, bueno, ahí enlazaba directamente con el dios Ra, ¿no? Pues todavía hay gente que me pregunta si mi abuelo se llamaba Ramón.

Tu interés por la egiptología surge de una crisis existencial a los diez años. Cuéntanos qué te ocurrió.

Mi interés por la egiptología surgió por circunstancias de la vida que me condicionaron desde pequeño. Raramente encuentras a alguien que desde niño tenga una vocación definida, y si la tiene, generalmente es porque viene de familia. En mi caso, no fue así. Mi madre era decoradora y mi padre camionero, pero él tenía un sueño que era ver las pirámides, era su pasión. De hecho, mi padre siempre estuvo más inclinado hacia las teorías de los extraterrestres que hacia las explicaciones tradicionales sobre las pirámides.

Mi abuelo era un humanista que me enseñaba a dibujar y muchas otras cosas; jugó un papel crucial en mi crianza. Desafortunadamente, una negligencia médica se lo llevó cuando yo tenía nueve años. Eso me afectó profundamente; incluso intenté irme con él, lo que preocupó mucho a mis padres. Para ayudarme a superar el trauma, un psicólogo pediatra decidió que la forma de ayudarme era exponiéndome a las películas de Indiana Jones y leyendo Hamlet para analizar el ser o no ser. Las películas de Indiana Jones, en particular, fueron las que realmente cambiaron mi vida y despertaron el interés de mis padres por llevarme de aventuras por el mundo, pensando que eso podría ayudarme a encauzar mi vida.

Viajas a Egipto de casualidad cuando tienes diez años y allí te pica la oca de Meidum ¿Qué ocurrió?

Fue algo totalmente fortuito. Mis padres tenían planeado un viaje con dos parejas de amigos, pero uno de ellos no pudo asistir debido a un problema en su empresa, quedándose fuera justo días antes de la fecha prevista. Esto significaba perder una cantidad considerable de dinero ya invertido en el viaje. Ante esta situación, el amigo sugirió a mi padre que, si él cubría la diferencia económica, podría llevarme a mí, el pequeño Indiana Jones, en su lugar. Y sí, allí me pica la oca de Meidum, que es como llaman los egiptólogos a la curiosidad y el deseo de explorar.

Así fue como terminé yendo a Egipto, un lugar que siempre me ha fascinado, no solo por sus monumentos o el desierto, sino por su profunda conexión con la muerte. Esta fascinación probablemente se debió a mis propias experiencias personales, ya que había intentado suicidarme y me encontraba en un momento de mi vida donde estaba buscando respuestas a preguntas profundas. Egipto, con su enfoque en la muerte y el más allá, conectó profundamente conmigo y me ayudó a ver que mis preguntas y luchas eran universales, experimentadas por personas a lo largo de toda la historia. Esta revelación fue increíblemente liberadora y regresé de ese viaje profundamente emocionado y transformado.

Vuelves emocionado con tu aventura entre las pirámides y al tiempo descubres a un personaje de ficción que te acompaña desde entonces ¿Qué supuso para ti ver Indiana Jones y la última cruzada?

Recuerdo que nunca veía a Indiana Jones simplemente como un personaje de ficción; para mí, era una meta alcanzable. Esa convicción se fortaleció después de mi viaje a Egipto cuando tenía diez años. Al regresar, empecé a pedir a mis padres cosas bastante inusuales y específicas, porque mi deseo de ser arqueólogo era inmediato; no quería esperar hasta la universidad por temor a perder la pasión. A los doce años, insistí tanto en la universidad y en el departamento de arqueología del ayuntamiento de Alcalá de Henares que, para que dejara de insistir, me permitieron ir a los yacimientos romanos que tenían allí para aprender a excavar. Lejos de aburrirme, esa experiencia me fascinó completamente. Incluso comencé a ganarme mis primeros enemigos, ya que era un niño de doce años excavando tumbas, mientras que estudiantes de historia y arqueología a mi alrededor apenas sacaban vasijas. Me maravillaba con todo y aprendí muchísimo, y desde ese momento supe con claridad que quería dedicarme a la arqueología.

De ahí a la Universidad de Alcalá para estudiar Historia, luego a la Università degli Studi di Pisa a especializarte en Egiptología y finalmente, en la Autónoma de Barcelona, Arqueoastronomía. ¿De qué va tu especialidad?

Estudié Historia en la Universidad de Alcalá porque no existía una carrera específica de Egiptología. Posteriormente, me especialicé en Egiptología, que es el título necesario para profundizar en este campo. Al regresar de Italia, donde me especialicé, comencé a enfocarme en las religiones, y más concretamente en el aspecto funerario de estas y su relación con la astronomía.

La arqueoastronomía es una disciplina que busca entender cómo las civilizaciones antiguas interpretaban y utilizaban los movimientos celestes dentro de sus creencias religiosas y prácticas funerarias. En las ciudades modernas, a menudo tenemos que levantar la cabeza para ver el cielo debido a los altos edificios, pero en el mundo antiguo, el cielo era una extensión del paisaje que se integraba en la vida cotidiana y las creencias de las personas. La arqueoastronomía intenta responder preguntas que aún desconocemos sobre estas civilizaciones a través de la observación de los cielos.

¿Qué nos puedes contar de los cultos bovinos y sus vinculaciones celestes y astronómicas en el entorno de Deir el-Bahari?

Desde el comienzo de mi carrera en Egiptología, tuve la fortuna de trabajar en Deir el-Bahari, un sitio clave en la arqueología mundial y puerta al valle de los Reyes. Durante unos cinco años, me dediqué a investigar un monumento particularmente enigmático, cuyos misterios aún no han sido resueltos por los egiptólogos. En el transcurso de mi investigación, descubrí que este monumento tenía una conexión astronómica con la constelación de Tauro. Aunque no hay pruebas de que los antiguos egipcios asociaran esta constelación con un toro, el área alrededor de Deir el-Bahari es conocida por su culto bovino, lo que sugiere una posible relación entre estos cultos y las constelaciones observadas en el cielo.

Un astrónomo español del Instituto Astrofísico de Canarias, el doctor Juan Antonio Belmonte, me proporcionó datos astronómicos iniciales y señaló que el monumento que estaba estudiando apuntaba hacia Aldebarán, la estrella más brillante de la constelación de Tauro. A partir de esta información, continué la investigación, y aunque han pasado ocho años, todavía estamos encontrando respuestas y descubriendo nuevos misterios relacionados con este tema.

Tito Vivas para Jot Down

Mientras estudias en la universidad lees Mil millas Nilo arriba de Amelia Edwards. ¿Qué te aportan las historias de esta viajera victoriana?

En el libro descubrí que Egipto no es exclusivo de los eruditos, algo que creo que el mundo académico a veces gestiona mal. Me di cuenta de que Egipto pertenece a toda la humanidad y que todos tienen el derecho de acercarse a él de la manera que prefieran. Además, me reveló que hay muchas personas en el mundo cuyo interés por Egipto no es académico, sino puramente por ocio o entretenimiento. Esto me hizo ver que hay un mercado mucho más amplio fuera de las aulas que dentro, y que la divulgación no debe ser exclusiva de un círculo cerrado, sino accesible a todos. Aquellos de nosotros que tenemos el conocimiento debemos compartirlo y no podemos quejarnos de la falta de oportunidades si nosotros mismos nos negamos a ofrecerlas. Inspirado por Amelia Edwards y su transformación en egiptóloga tras su viaje, me planteé la idea de deconstruirme como erudito para organizar viajes similares a los de ella, para personas con sus mismas inquietudes, y así nació el proyecto de Sociedad Histórica.

También montas un programa de radio en la Universidad de Alcalá. ¿Es tu primer contacto con la divulgación?

Mi primer proyecto de divulgación fue en la Universidad de Alcalá, donde se creó la radio universitaria que necesitaba contenidos. Me propusieron hacer un programa sobre egiptología, el único tema sobre el que sabía hablar en aquel entonces. El programa se llamaba Mil millas Nilo arriba, igual que el libro de Amelia Edwards, y tuvo un éxito inesperado porque había una demanda de información y conocimiento sobre Egiptología que no se satisfacía con los documentales existentes. En el programa, intentaba explicar el trabajo de los egiptólogos españoles y cómo es el ámbito de la egiptología. Aunque el programa fue exitoso, al terminar mi etapa en la universidad, no pude continuar con el proyecto y los podcasts quedaron en el olvido. A veces pienso que me adelanté a mi tiempo, ya que, si ese programa se hiciera hoy, podría ser un podcast exitoso. En aquel entonces, el concepto de podcast ni siquiera existía.

¿Te produce nostalgia el turismo victoriano? 

Sí, definitivamente siento nostalgia por esa época. El hotel Mena House es un ejemplo perfecto de cómo era ese tiempo. Claramente, nací demasiado tarde para ser un egiptólogo de éxito en esa era dorada. Aunque nosotros hemos cambiado, Egipto no ha cambiado tanto. Si uno se deja llevar, puede encontrar ese Egipto un poco anquilosado, quizás no tanto de los años 20, pero sí como el que describen las novelas de Naguib Mahfouz de los años 50 y 60. Ese Egipto todavía está allí, un poco estancado en el tiempo.

Si no me equivoco, el jesuita Pedro Páez fue el primer occidental en contemplar las fuentes del Nilo Azul, en 1618, aunque la gloria se la llevara un británico dos siglos después. ¿Qué significó para ti descubrir a Javier Reverte? ¿Lo llegaste a conocer?

Conocí a Javier Reverte en los últimos años de su vida, y aunque ya estaba familiarizado con sus obras, nuestra relación se fortaleció debido a un proyecto en el que trabajaba como asesor de expediciones para una agencia de viajes, antes de formar parte de Sociedad Histórica. El jefe de la agencia me preguntó si podía replicar en otros lugares el éxito que estábamos teniendo en Egipto. Le expliqué que cualquier proyecto relacionado con la historia, la arqueología o la religión que yo conociera previamente, podríamos desarrollarlo. Me ofreció un cheque en blanco para emprender la aventura que quisiera, financiada por él. Inspirado por las aventuras de Indiana Jones, decidí que quería buscar el Arca de la Alianza en Etiopía, algo que había leído en varios libros. Durante este tiempo, Eduardo Riestra me presentó a Javier Reverte, y desde entonces solíamos quedar para comer en Madrid y compartir nuestras experiencias

Cuentas que su trilogía de África te dejó insatisfecho. ¿Por qué?

El punto de inflexión llegó durante mi cumpleaños, cuando estábamos comiendo en un restaurante de Madrid. Después de disfrutar de varias botellas de vino con Eduardo y Javier Reverte, aproveché la ocasión para expresar mi opinión sobre el libro Los caminos perdidos de África. Aunque me fascinaron las secciones sobre Etiopía y Sudán, me decepcionó que el libro apenas abordara Egipto. Le expresé a Javier Reverte que, al acercarse al final del libro, esperaba más contenido sobre Egipto y que sentí que solo lo mencionaba de pasada. Su respuesta fue directa: no era egiptólogo y si quería algo escrito sobre Egipto, debería hacerlo yo mismo. Eso me motivó a escribir El viaje de un egiptólogo ingenuo, seguido por el libro sobre Etiopía.

El título tiene algo de homenaje a El antrópologo inocente, de Nigel Barley.

El título El viaje de un egiptólogo ingenuo es un homenaje al libro El antropólogo inocente de Nigel Barley, sí. Aunque se considera un libro de viajes, realmente es la crónica de un investigador desarrollando su tesis doctoral en antropología, enfrentándose a numerosos desafíos. Me vi reflejado en esa experiencia, no como un periodista que viaja para escribir sobre sus experiencias, sino como un investigador que relata sus viajes con una perspectiva periodística. Un amigo solía decir que la diferencia entre un periodista y un historiador es que el periodista sabe poco de mucho, mientras que el historiador sabe mucho de poco, lo que permite desarrollar en profundidad ese conocimiento limitado. Y así comenzó todo.

Luego llega La entrada al inframundo. ¿Qué te lleva a interesarte por las puertas falsas?

Mi fascinación por las puertas falsas se originó durante mi tesina de un curso de doctorado, ya que la figura del máster no existía. Este trabajo académico, que quedó inconcluso y no se transformó en mi tesis doctoral debido a desacuerdos en el ámbito académico, exploraba el concepto funerario de cómo los egipcios concebían que los difuntos podían ir y volver para visitar a sus familiares. Esta idea me había cautivado desde niño y, por tanto, cuando tuve que elegir mi primer trabajo de investigación, decidí enfocarme en ese tema.

Sin embargo, ese estudio quedó relegado a un cajón, olvidado y sin expectativas de interesar a nadie, hasta que un día, en una feria y gracias a la intervención de terceros, conocí a Paco, el director de la Editorial Dilema. Paco, un apasionado de Egipto, quería deshacerse de la imagen esotérica de su editorial y comenzar a publicar obras egipcias de carácter académico. Al preguntarme si tenía algo para publicar, recordé mi trabajo sobre las puertas falsas, lo rescaté, lo actualicé y finalmente Paco decidió publicarlo. El libro resultante es un ensayo detallado, «puerta por puerta», que podría considerarse tedioso para algunos, incluido Paco si me escuchara decirlo.

¿Qué función tenían estas puertas, ricamente decoradas, en la comunicación de los muertos con los vivos?

Esta falsa puerta que también se denomina «estela de falsa puerta» es un elemento que se encuentra tallado en el interior de las tumbas egipcias, específicamente en la parte oeste, orientada hacia el poniente o la puesta del sol. Esta estela se define como un medio de comunicación espiritual entre el mundo de los muertos y el de los vivos, permitiendo que el alma del difunto pueda atravesarla para visitar este mundo. Mi interés en este concepto surgió porque consideraba que debía tener un origen, una razón de ser que se remontara a las creencias y prácticas religiosas del Antiguo Egipto.

Mi investigación se centró en explorar el origen de esta idea, que está estrechamente vinculada con el animismo y la creación de los primeros espacios sagrados en Egipto. Descubrí que la función de las puertas falsas no se limita a una sola dirección; es decir, no solo permiten al difunto visitar el mundo de los vivos, sino que también implican un proceso en el que se envían ofrendas al más allá para que el difunto pueda renacer allí y, posteriormente, regresar. Este intercambio crea un juego muy interesante que refleja cómo los antiguos egipcios concebían el inframundo.

Además, durante mi investigación, surgió una curiosidad sobre cómo los egipcios lograban orientar estructuras subterráneas hacia el oeste sin la ayuda de una brújula. La orientación se trazaba desde fuera de la tumba o pirámide con una precisión impresionante, utilizando los movimientos de las estrellas para alinear las estructuras. Incluso en pasadizos de gran profundidad, como los de ciento cincuenta o doscientos metros, se mantenía una orientación precisa. Si se desviaban, corregían el rumbo, lo que indica que había una orientación específica que querían mantener, probablemente relacionada con sus creencias sobre el cielo y el más allá.

Luego llega tu tercer libro, Historia fabulosa de un viaje a Etiopía, donde te propones desentrañar todos los misterios alrededor del mito del Arca de la Alianza. La historia te lleva a la isla sagrada de Tana Qirqos. ¿Por qué?

Fíjate, aquí hay un nexo muy grande precisamente con Indiana Jones. A través de otro personaje que jamás en la vida yo pensaría que podría estar relacionado conmigo o yo con él, que se llama Graham Hancock, autor del bestseller Símbolo y señal. A este Graham Hancock yo lo conozco personalmente porque hemos coincidido en algún congreso, pero obviamente estamos en las antípodas intelectuales. Este tipo es un personaje bastante peculiar que trabajaba asalariado en el gobierno de la dictadura de Mengistu, allí en Etiopía. O sea, el tío se dedicaba a hacer panfletos para el régimen, y por tanto tenía un poco de carta blanca para moverse por el territorio de Etiopía, de la Etiopía de aquel momento.

Y claro, cuando se estrena la película de Steven Spielberg e Indiana Jones se hace famoso junto con el Arca de la Alianza, él enseguida relaciona la posibilidad y la oportunidad con lo que había vivido en Etiopía, donde hay una fuerte creencia de que el Arca de la Alianza está allí, y publica el libro. El libro se convierte rápidamente en un bestseller, y aunque a mí me enganchó, carece, como la mayoría de libros del mundo del misterio, de evidencias. De hecho, cualquiera que se pone a ver un documental de este tipo, la mitad del guion son preguntas. ¿Y si ocurriera…? ¿Y si esto otro? ¿Y podría ser esto así? No obstante, el libro hablaba de un montón de lugares muy exóticos y de personas que seguían vivas. Y entonces ahí es donde se me plantea esta oportunidad y yo digo: pues me voy a buscar el Arca de la Alianza.

Y camino hacia la isla casi mueres…

En Etiopía, a lo largo de mis viajes, he estado a punto de morir tres veces. Una de ellas fue en el lago Tana, durante un terrible tormentón. Me encontraba en una barca en medio del lago, rodeado de hipopótamos y peces tigre, que me daban más miedo estos últimos. Los hipopótamos también son peligrosísimos, por supuesto. El peligro aumenta al llegar a la orilla, ya que en el lago Tana los hipopótamos están muy ubicados. Además, el agua es completamente marrón y opaca, por lo que no se sabe qué bichos puede haber debajo. La barca en la que navegaba era un cascarón metálico viejo y destartalado. Pensaba que, si zozobraba, nos hundiríamos sin remedio. Fue gracias a la destreza del piloto que pudimos sobrevivir. Enfrentó unas olas como nunca antes había visto, ni siquiera en el mar.

Cómo en muchas otras de tus aventuras, hay una conexión con un libro. ¿Qué es el Kebra Negast?

El Kebra Negast se puede describir como una especie de Biblia para los antiguos etíopes, que narra cómo el Arca fue guardada y custodiada en una isla en el lago Tana en Etiopía

En Aksum, el norte de Etiopía, llegas a la iglesia Santa María de Sión. ¿Qué te encuentras allí?

Sí, después de visitar el lago, continué mi viaje hacia el norte de Etiopía, específicamente a la iglesia de Santa María de Sion en Aksum, que es parte de un conjunto de tres iglesias mencionadas en el libro. Al llegar allí, lo que encontré fue bastante modesto en comparación con lo que uno podría esperar, algo similar a un Vaticano o una Jerusalén. En lugar de eso, vi cuatro cabañas, una iglesia construida de piedra y madera, y un pequeño almacén hecho de hormigón que supuestamente guarda el Arca de la Alianza. Esta vista podría parecer decepcionante ya que no se asemeja a las grandes estructuras religiosas conocidas mundialmente.

El Arca, según se cuenta, fue trasladada desde la isla en el lago Tana alrededor de los siglos X o XI por un rey llamado Ezanas, quien la llevó a Aksum, la capital del imperio en ese momento, donde ha sido custodiada desde entonces. El guardián del Arca, Gebra Mikael, quien ha fallecido, era el responsable de su custodia, y él mismo eligió a su sucesor antes de morir. Esta sucesión es peculiar porque los guardianes son considerados descendientes de los levitas, la tribu de Levi mencionada en el Antiguo Testamento, lo que les da el derecho de acercarse al Arca. Aunque son cristianos, mantienen una tradición que venera una reliquia judía, lo que constituye una situación bastante inusual. El Arca es, de hecho, una reliquia del Antiguo Testamento, asociada al rey Salomón.

En tus viajes por Egipto y Etiopía ¿has encontrado alguna rosa púrpura del Cairo? ¿Cómo te mueves entre lo mágico y lo real en tus investigaciones?

No, hasta ahora no. La verdad es que no creo en ello; no ha sido una intención mía, pero las apariciones públicas que he hecho han generado un personaje. No te das cuenta hasta que alguien te lo dice y entonces es como si te vieras a ti mismo. Se ha creado la idea de que soy el crítico de aquellos que se dedican al esoterismo y al misterio. Por lo tanto, cualquier cosa que huela a misterio o que no pueda explicar, si la menciono, resulta extraña. Hay un caso extraño que nunca he podido explicar y que relato con humor en mi primer libro, que es el famoso fantasma que teníamos en la casa donde vivíamos en Luxor. Cuando cuento eso, la gente que me conoce por ese personaje se sorprende y dice: «¿Cómo? Pero si tú eres el que no cree en nada, el que no cree en fantasmas. Tú eres el escéptico». No digo que no ocurra, simplemente no lo defiendo porque no puedo entenderlo, no a ese nivel.

En tus libros hablas muchos de los coptos. ¿Por qué son tan relevantes en tus investigaciones?

Los coptos son esenciales porque representan el vínculo directo que conecta a las sociedades actuales con las creencias de las antiguas civilizaciones. Muchas personas consideran que somos herederos del derecho romano o de la filosofía griega, pero en esencia somos descendientes de las creencias de las civilizaciones más antiguas, como las de Egipto y Mesopotamia. Los coptos son los herederos vivos de esas creencias. Incluso el idioma copto, que es el más cercano a las lenguas antiguas, proporcionó pistas clave para descifrar la escritura jeroglífica. El copto es como el cocodrilo para los dinosaurios; es el vestigio viviente que mantiene el nexo con esas culturas antiguas.

Y en 2023 llega tu último libro, Tutankhamon, Howard y yo. ¿Qué te motivó a elegir este tema?

En 2022 se celebró el centenario del descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Mi editor me sugirió escribir algo sobre el tema, pero inicialmente me resistí por varias razones: no tenía nada nuevo que aportar, dado que ya se había escrito mucho sobre el tema, sabía que se publicarían muchos libros sobre el centenario y no disponía de tiempo para escribir otro libro. Sin embargo, mi editor insistió y me propuso una idea interesante: hacer una retrospectiva de la historia de la tumba a través de tres personajes: Howard Carter, lord Carnarvon y Nicholas Reeves. La idea me atrajo, pero no me sentía autorizado a escribir sobre Reeves, ya que aún vive y debería ser él quien defendiera su legado.

Durante mi investigación, encontré una página web de los años 90 que sugería que Carter podría haber tenido autismo. Este dato captó mi atención, ya que no lo había visto mencionado en otras fuentes. Contacté con especialistas en autismo y, tras confirmar mis sospechas, decidí profundizar en el tema. Viajé a Inglaterra y conversé con personas relacionadas con Carter, incluyendo su tatarasobrina, los responsables del museo de Swaffham (donde vivió Carter), la familia Carnarvon y el autor de la teoría del autismo de Carter. También viajé hasta lugares históricos en Egipto como Beni Hassan, Amarna, Bab el Hossan, y el valle de los Reyes para entrevistar a personas que relacionadas de alguna forma con Carter. Este viaje me hizo darme cuenta de que la historia de la tumba de Tutankamón no solo se trataba de Carter y los demás personajes, sino también de mí mismo, ya que era yo quien estaba realizando este viaje en el año del centenario. Así, el libro se convirtió en un diálogo entre Howard Carter y yo, una reflexión sobre su vida y obra, y un homenaje a su legado.

El viaje culmina en el cementerio de Putney Vale. ¿Qué pasó?

Lo primero que sentí al entrar fue un gran enfado porque tenía muy poco tiempo para hacer todo lo que necesitaba, y creo que ese día ya debía marcharme de Londres. Y de repente, llego a un cementerio británico, que son monumentales, y justo delante de la tumba de Howard Carter hay un Hyundai blanco aparcado literalmente frente a la tumba. Claro, yo quería hacer mi foto y estar allí y el Hyundai blanco no se iba. De repente veo que la señora empieza a sacar flores del maletero, se pone unos guantes, y yo pensando «no me puedo creer que voy a tener la mala suerte de tener a una abuela aquí limpiando la tumba de su marido al lado para chafar la foto». Y claro, como no se iba, pues ya me acerqué para pedirle que quitara el coche o lo que fuera, y de repente me doy cuenta que está limpiando la tumba de Howard Carter. Y entonces claro, le pregunto si es familiar de Howard Carter o algo, y dice que no, que lo que pasa es que le da una pena tremenda ver que este señor hizo lo que hizo y nadie viene a cuidar su tumba. Al final el Hyundai blanco, en vez de estropearme la historia, lo que me dio fue un final tremendo porque la señora lleva razón, no se le hace justicia a Howard Carter.

Tito Vivas para Jot Down

¿Hay algún mito común sobre Egipto que le gustaría desmentir?

Algún día, y no dentro de mucho, aparecerá el segundo volumen de El viaje de un egiptólogo ingenuo, que narrará el regreso del egiptólogo a Egipto, esta vez con menos ingenuidad. Es un libro que está en proceso y se titulará Guía de Egipto para piramidiotas y marcianos. Este título es muy comercial, y la idea del libro es realizar un recorrido por Egipto, no para contar lo que los egiptólogos quieren que se sepa, sino para desmentir lo que no se debe saber. Y, efectivamente, hay material para cuatrocientas o quinientas páginas con la cantidad de mitos que hay que desmentir. Pero siempre digo lo mismo: la culpa es nuestra. No puedo culpar a los aficionados al misterio por haber creado una industria de misterios y haberse enriquecido vendiéndolos. La culpa es de los egiptólogos por haber pensado que el interés del público por estos temas debía ser cubierto por otros y no por nosotros mismos. Al final, nos han adelantado por la izquierda y nos han dejado atrás.

¿Qué te parece el nuevo Gran Museo Egipcio?

He tenido la oportunidad de visitar el museo hasta donde es posible actualmente y dos cosas me sorprendieron. La primera es que hay un hotel dentro del museo, lo cual ya dice mucho sobre el tipo de proyecto que se ha puesto en marcha. No sé si existirá en algún otro lugar del mundo un museo arqueológico que tenga un hotel dentro. La segunda es que, a diferencia de otros museos como el Louvre o el British, sí, todos los museos tienen restaurantes y cafeterías, pero aquí, para ir al Starbucks, tienes que bordear dos tumbas, o sea, dos estatuas de Ramsés II. Esto me hace pensar que es más un centro comercial que un museo, y eso me asusta. Arquitectónicamente, es impresionante, pero no queda rastro del espíritu victoriano. Me fascina que hayan decidido dejar algunas piezas en el Museo Antiguo de Tahrir, porque el edificio en sí es una pieza de museo. Esperemos a que abran las salas realmente expositivas para ver si cambiamos de opinión, pero lo que he visto hasta ahora es un centro comercial con hoteles.

¿Cuál es tu opinión sobre que grandes museos occidentales tengan patrimonio histórico de otros países? ¿Crees que tendrían que devolver obras importantes?

Es muy interesante que los museos occidentales tengan tanto patrimonio histórico de Egipto y de Babilonia. Siempre digo que hay cosas buenas y malas. Me encantaría que todo el patrimonio pudiera estar en sus países de origen. El problema es que esos países tienen que valorarlo y amarlo, no solo desearlo para explotarlo. Me preocupa más vivir en un mundo donde un egipcio no pueda ir a Berlín a ver la estatua de Nefertiti como un alemán puede ir a Egipto a ver las pirámides, que pelearnos por dónde deberían estar las piezas. Ojalá pudiera haber una pieza egipcia en cada país del mundo y que todos los egipcios tuvieran la libertad de visitarlas.

Es un tema complicado, pero creo que el problema radica en por qué Egipto quiere la piedra de Rosetta o el busto de Nefertiti. Son embajadores espectaculares de su cultura. Además, si hay algo que debería volver a Egipto, es el templo de Debod que tenemos en España, porque no lo valoramos ni lo cuidamos. Está ubicado al lado del Palacio de Oriente, en la montaña del cuartel del príncipe, y lo tenemos como un adorno de rotonda.

Desde 2013 desarrollas nuevos conceptos turísticos basados en tus investigaciones. ¿Qué es la Sociedad Histórica?

La Sociedad Histórica es una oportunidad para demostrar que las humanidades son necesarias, no solo desde un punto de vista social y cultural, sino que también pueden prosperar en el mundo empresarial. Me frustra ver a mis colegas mendigando subvenciones para realizar investigaciones, sin darse cuenta de que cada vez que se lanza una colección de fascículos coleccionables en los kioscos, el primer volumen siempre es sobre Egipto y Tutankamón. Esto demuestra que hay una demanda y que Egipto y Tutankamón son herramientas de marketing efectivas. Nosotros tenemos el producto que la sociedad demanda y no sabemos venderlo.

Por eso, me di cuenta de que tenía la oportunidad de organizar viajes desde una perspectiva diferente. La Sociedad Histórica es única en su enfoque porque no presenta sus productos por destino geográfico. No puedes simplemente entrar a la página web y seleccionar Egipto, Perú o Etiopía; en cambio, eliges la temática histórica que te gustaría explorar en tu expedición, ya sea sobre escritores o exploradores. Todos nuestros viajes están inspirados o basados en expediciones históricas.

¿Qué diferencia hay entre un viaje y una expedición?

En realidad, para mí, la diferencia principal entre un viaje y una expedición radica en quién lo financia. Un viaje generalmente lo pagas tú mismo, mientras que una expedición suele ser financiada por una empresa, asociación o sociedad que tiene detrás una propuesta privada y se organiza en grupo. Sin embargo, ambos conceptos difieren de lo que hoy en día entendemos por viaje, que comúnmente llamamos turismo. Este término proviene del francés tour o tournée, que significa «una vuelta». Este tipo de turismo te lleva de regreso al punto de partida, pero no necesariamente en el sentido geográfico.

Es obvio que todos nos vamos de vacaciones y tenemos que volver a casa, pero el concepto real de viaje implica que el que vuelve no debe ser nunca el mismo. Esto es lo que se conoce como viaje lineal, en contraposición a la tournée. Es la esencia de la Ítaca de Cavafis: cuando vuelvas a Ítaca, no será lo mismo, no por Ítaca, sino porque tú has cambiado en el camino. Eso es lo que pretende la Sociedad Histórica a través de lo que puedes aportar a los viajes. Lo bueno es que surge la oportunidad de que una infinidad de expertos en una materia temática decidan divulgar ese conocimiento a una sociedad que puede estar interesada en comprarlo, ofreciendo así un menú que nunca se acaba. Siempre la propuesta nace de un experto en cualquier cosa, y de ahí que podamos tirar de literatura, arqueología, antropología o paleontología, lo que cada uno proponga.

Sociedad Histórica tiene un canal de YouTube donde, entre otros temas, tienes una serie sobre los objetos reales que aparecen en las películas de Indiana Jones. ¿Disfrutas investigando y divulgando?

Sí, disfruto muchísimo. Este proyecto específico que mencionas se realizó para conmemorar el estreno de la última película de Indiana Jones. Es verdad que, a lo largo de nuestros viajes, me doy cuenta de que, cuando uno viaja con sombrero y chaleco, inmediatamente te asocian con la música de Indiana Jones, algo que siempre surge cada vez que me entrevistan en la radio y es algo de lo que no puedes escapar. Y sí, me gusta porque siempre estoy hablando de Indiana Jones y de lo que representa. Sin embargo, la última película no me gustó tanto; la cuarta fue muy criticada, pero la última es la que menos me gusta porque no veo a Indiana Jones en ella, ves más a Phoebe. Recuerdo ver a Indy en situaciones peligrosas sin inmutarse, como con tarántulas en los hombros, y en esta última, él sale corriendo por un ciempiés, lo cual me resulta discordante.

¿Qué te atrae más, el Arca de la Alianza o el mecanismo de Anticitera?

El mecanismo de Anticitera, fíjate, aunque pueda parecer que no, obviamente, he hecho muchísimas expediciones a Etiopía, y es un país que me ha cambiado y me fascina. Sin embargo, como pieza o reliquia, el mecanismo de Anticitera es mucho más fascinante. Posee un conocimiento del cielo que, a día de hoy, todavía nos asombra. En cambio, el Arca de la Alianza no deja de ser una reliquia cuya existencia no podemos confirmar, pero responde a una creencia religiosa. Es una caja donde había un libro, exacto, y al fin y al cabo, su valor reside en que un grupo de personas cree que eso tiene valor. Pero el mecanismo de Anticitera es ciencia, y es una ciencia avanzadísima, propia de un verdadero genio. El mecanismo de Anticitera es como la Gioconda o una revolución del conocimiento.

¿Qué objeto te gustaría encontrar si fueras Indiana Jones?

No sería un objeto, te lo digo así de claro. Sé dónde hay una tumba de la dinastía XVIII intacta, esperando a ser descubierta. Como Indiana Jones, tengo la X marcada en el mapa porque sé dónde está esa tumba. Ojalá pudiera excavar ese lugar donde sé que se encuentra. Está en Egipto. Es complicado, pero nada que merezca la pena se consigue por el camino fácil. Cuanto más complicado sea, significa que más importante y más interesante será el hallazgo. Ahí estamos, trabajando en ello.

¿Y si fueras Tadeo Jones? ¿Qué te parecen las películas de este intrépido aventurero?

Me encanta. Conozco a Enrique Gato porque es de Alcalá de Henares y él hizo un homenaje brutal al personaje de Indiana Jones. Luego, es verdad que su personaje ha cobrado vida propia y ha evolucionado bien, de hecho, no ha envejecido mal. Siempre me pareció discordante la nariz de Tadeo con el resto de los personajes, pero hay algo que no me gusta de Tadeo: me copió el outfit. La gente cree que llevo mi chaleco y mi camiseta beige por Tadeo Jones, pero yo lo usé primero (risas). Ya en 2003 estaba excavando en Egipto con mi chaleco, mi gorro y mi pañuelo naranja, y luego salió Tadeo Jones con su chaleco y su sombrero. Lo único que le falta a Tadeo es el pañuelo naranja. Le preguntaría a Enrique Gato en qué se basó para crear a Tadeo Jones

¿Qué consejos daría a los jóvenes interesados en la egiptología?

Mi consejo es que, si tienes una pasión, ese es el camino a seguir. Cuando te digan que esa pasión no tiene salidas laborales, recuerda que no hay carreras con salidas, hay personas con salidas. Si eres capaz de encontrar la forma de conectar lo que la sociedad quiere y demanda con lo que tú eres capaz de ofrecer, siempre vas a tener una oportunidad. Por lo tanto, deja que tu pasión te guíe.

Tito Vivas para Jot Down

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