
El humo blanco no solo anuncia un nuevo pontificado, también señala una nueva fase en la estrategia global de la Iglesia católica. La elección de Robert Francis Prevost, ahora León XIV, ha sorprendido por su simbolismo y por la urgencia de su contexto. En un continente latinoamericano donde el catolicismo pierde terreno frente al avance incontenible de las iglesias evangélicas, este nombramiento suena más a defensa geopolítica que a simple transición eclesial. Detrás de la elección del nombre —una evocación directa al León XIII de Rerum Novarum, padre de la doctrina social de la Iglesia— hay una advertencia y un propósito: recuperar el rostro ilustrado y popular del catolicismo frente a un cristianismo evangélico que se expande con una eficacia digna del marketing corporativo.
América Latina ha sido históricamente el bastión católico por excelencia, pero las últimas décadas han invertido esa tendencia. Según el Latinobarómetro de 2021, en países como Honduras o Brasil, el número de evangélicos ya rivaliza con el de católicos. Este crecimiento no ha sido espontáneo: ha venido impulsado por redes mediáticas, apoyo político y una retórica emocionalmente poderosa que promete salvación, pertenencia y prosperidad inmediata. Frente a esta oferta, la Iglesia católica tradicional ha parecido lenta, rígida, elitista. León XIV, sin embargo, llega con un perfil inesperado.
Prevost no es un outsider, pero su biografía aporta elementos nuevos: estadounidense de nacimiento, fue misionero en Perú durante años, donde dirigió el seminario de Trujillo. Conoce América Latina desde abajo, no desde Roma. Habla castellano, ha vivido en villas miseria y ha enfrentado el desafío de evangelizar en un contexto de pobreza y fragmentación. No es casual que en su primera alocución como papa hablara del “derecho a la esperanza” y de la necesidad de que la Iglesia “salga de sus palacios y camine entre los que sufren”. No hay todavía una encíclica suya —apenas lleva días en el cargo—, pero sus palabras apuntan a un regreso a las raíces sociales del catolicismo.
La elección del nombre León XIV fue interpretada de inmediato como una señal clara de continuidad con la línea social de Francisco, y de recuperación del espíritu reformista de León XIII. En el siglo XIX, Rerum Novarum fue la respuesta católica a la cuestión obrera. Hoy, León XIV parece querer ofrecer una respuesta a la cuestión espiritual y cultural que plantea el evangelismo pentecostal.
Las iglesias evangélicas, especialmente las neopentecostales, se han expandido con extraordinaria rapidez gracias a su simplicidad doctrinal, su estructura flexible y su mensaje de éxito individual. La llamada “teología de la prosperidad” no solo promete salud y riqueza, sino que las presenta como signos inequívocos del favor divino. Este cristianismo empresarial, que mezcla autoayuda con liturgia, ha colonizado la política en países como Brasil, donde Jair Bolsonaro contó con el apoyo ferviente de líderes evangélicos, como Edir Macedo, fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios.
El sociólogo Paul Freston lo advirtió en su obra Evangelicals and Politics in Asia, Africa and Latin America: «el crecimiento evangélico está relacionado con el conservadurismo social y con una presencia creciente en estructuras de poder político». Es destacable el carácter conservador y apolítico de muchas de estas comunidades, que en momentos clave se convierten en aliados fundamentales del populismo antesala del autoritarismo. El auge evangélico se produce, además, en barrios marginales, allí donde el Estado se retira y las redes católicas se debilitan. Las iglesias pentecostales, a menudo, suplen la ausencia del Estado y el abandono de las parroquias. Ofrecen ayuda concreta, alimentos, empleo informal, contención emocional. Todo, eso sí, enmarcado en una visión literalista de la Biblia, con fuerte rechazo a la ciencia, a los derechos reproductivos, a la diversidad sexual y a cualquier forma de disidencia.
Frente a esta ola, el catolicismo no tiene muchas cartas. Pero sí tiene historia. Y en esa historia están figuras como Bartolomé de las Casas, defensor de los indígenas frente al poder colonial; Simone Weil, mística y filósofa que entendía el sufrimiento como una forma radical de conocimiento; Henri de Lubac, teólogo del Concilio Vaticano II que recuperó la relación entre fe y razón; y Gustavo Gutiérrez, el dominico peruano que formuló la teología de la liberación con su célebre consigna: “No se puede hablar de Dios sin hablar del pobre”.
Aunque León XIV no ha citado explícitamente a ninguno de estos autores en sus primeras intervenciones, su elección parece alinearse con ese legado. Su trayectoria en América Latina lo vincula con sectores eclesiales que han resistido tanto al neoliberalismo como al literalismo evangélico. No es casual que haya trabajado en zonas donde la presencia de los pastores pentecostales es dominante. Conoce el lenguaje, la eficacia, pero también las grietas del modelo evangélico: su dependencia del carisma individual, su fragilidad institucional, su rechazo a la tradición intelectual.
La intelectual brasileña Ivone Gebara ha sido una de las voces más lúcidas en denunciar el carácter regresivo de muchas iglesias evangélicas En su artículo «¿Es posible eliminar la violencia? (Parte I)», Gebara afirma: «El dualismo es una forma cognitiva violenta, porque siempre acaba excluyendo y declarando la victoria de uno sobre el otro. Determina culpables e inocentes».. En contraste, su teología ecofeminista, perseguida por el Vaticano durante el papado de Juan Pablo II, es hoy recuperada en seminarios y movimientos sociales. El nuevo papa no ha hecho alusiones a ella, pero su discurso de apertura incluyó términos como “cuidado”, “escucha” y “relación”, claves del pensamiento contemporáneo que Gebara representa.
Otro que ha reflexionado sobre la espiritualidad y el pensamiento crítico es el filósofo argentino Darío Sztajnszrajber. En una entrevista publicada por CONADU, señala: «La única manera que nos queda es salir a desenmascarar a todos aquellos que […] te hablan en nombre de la verdad y terminan estructurando una sociedad en función de esos supuestos que son siempre funcionales a los que tienen el poder». En una época en que las iglesias evangélicas ofrecen certidumbre absoluta, el desafío católico pasa por recuperar la dimensión misteriosa de la fe. No una fe como dogma, sino como pregunta abierta, como búsqueda de sentido en medio de la fragilidad.
Juan Villoro en su libro No soy un robot. La lectura y la sociedad digital, afirma: «Las tradiciones que perduran no son las que se aferran al pasado, sino las que no olvidan su futuro». Esta máxima parece pensada para una Iglesia que, como la católica, ha oscilado entre la nostalgia por la Cristiandad y la aspiración de aggiornamento. León XIV no representa una ruptura, pero sí una reorientación: no una vuelta a Trento, sino una reivindicación de Medellín y Puebla, las grandes conferencias episcopales latinoamericanas que en los años 60 y 70 formularon una Iglesia comprometida con la justicia social.
Lo que está en juego no es solo el número de fieles, sino el modelo de cristianismo que se impone en el siglo XXI. Uno, el evangélico, conectado con el neoliberalismo, con el poder masculino, con el éxito individual, con la literalidad bíblica, con una retórica de salvación inmediata y un desprecio por la cultura crítica. Otro, el católico —al menos en su vertiente más ilustrada—, vinculado a la tradición, al pensamiento, a la justicia estructural, a la ciencia, a la duda. Uno reduce la fe a obediencia; el otro la amplía como espacio de reflexión.
León XIV no podrá detener la expansión evangélica, pero sí puede ofrecer una alternativa. No con marketing, sino con profundidad. No con carisma, sino con legado. No con promesas vacías, sino con palabras que cobren sentido en los márgenes, donde la fe se juega cada día entre la necesidad y la esperanza. El reto está en lograr que esas palabras vuelvan a tener cuerpo, comunidad y carne.
Estoy totalmente de acuerdo con la tesis de este artículo. Poco se habla de la relación entre el fascismo y los evangelistas.
Y menos aun del auge del neofascismo entre la población marginal, mayormente racista y homófoba (por razones de incultura que todos asumimos), que es «integrada en la sociedad» por el culto evangélico.
Muy buen artículo.
Pingback: El Papa León XIV y el desafío evangélico en América Latina - Hemeroteca KillBait
El listón está muy bajo-
Después de un Papa comunista, jesuita-masón-globalista-woke como Francisco, es imposible hacerlo peor.
En cuanto a la relación con nuestro país, León XIV es un gran conocedor de España y es consciente de lo que el Catolicismo debe a la Hispanidad (cuyo eje angular fue España); por el contrario, Bergoglio fue un reconocido odiador de España, negrolegendario y con un resentimiento típico jesuita-masón hacia España.
No son de extrañar los laudatorios y sollozos de la izquierda española mediática (e hispanófoba) ante la defunción de Francisco y la típica cobardía de la Conferencia Episcopal Española.
Deje de escuchar tanto a Jimenez Losantos, por favor.
en lo único que acierta ud. es en que el listón (de comentarios) está muy bajo; vaya, es que lo ha dejado por los suelos
j