Entrevistas Humor Ocio y Vicio Sociedad

Ariel Tarico: «El humor siempre surge de algo que incomoda, que duele, sale como respuesta a una situación trágica»

Ariel Tarico para Jot Down

El taxista baja la radio y gira la cabeza apenas, quiere hacer un comentario sobre el dólar pero no puede porque el que subió se quedó dormido un segundo después de saludar tímidamente e indicarle el destino. Sumergidas en esa siesta diaria, breve pero ineludible, las neuronas del pasajero —Ariel Tarico [Santa Fe, 1984]— se reorganizan para optimizar los circuitos. Según el día, el combo de información que por allí circula incluye la que tenemos todos los mortales más la vinculada con otras muchas decenas de personas a las que analiza, imita, dibuja, construye, deconstruye, hace dialogar entre sí o con otros y hasta predice [«Un caso digno de psiquiatra», dirá de sí mismo durante la charla que mantendrá con Jot Down más tarde]. Son personajes del mundo de la política pero también periodistas, conductores, actores, toda clase de «famosos» y gente común y corriente, de quienes toma la voz, los gestos, cadencias y modismos con una precisión pasmosa para hacerlos hablar y exponerlos con humor e irreverencia. 

El taxista echa un vistazo al espejo retrovisor. Está listo para despotricar contra algo o alguien, pero para su desgracia el pasajero aún duerme. Lo que el conductor no sabe es que ese que va atrás todavía no cumplió cuarenta y ya cuenta con una trayectoria larguísima en los medios, especialmente en radio. Que cuando era apenas un adolescente y todavía vivía en su Santa Fe natal, llegó con sus imitaciones a LT10 Radio Universidad Nacional del Litoral, para luego llevarlas a La 100, Radio Mitre y Radio El Mundo, entre muchas otras emisoras argentinas. Desconoce que ese que se durmió sentado en el asiento trasero también es un gran caricaturista, y que está trasladando al protagonista de «Tarico Fake News», una de las secciones más esperadas del noticiero de cable Solo una vuelta más, que sale por TN. No tiene idea de que ese es Tarico, el imitador que recibió varios Martín Fierro —el premio más importante de TV y radio en Argentina— por su labor como humorista. Ni sospecha que ese pasajero es quien hoy brilla junto a los periodistas Nelson Castro y Osvaldo Bazán en Crónica de una tarde anunciada, y en los pases entre los programas Pan y Circo y Esta mañana, en Radio Rivadavia, adonde justamente acaban de llegar. 

Desde la ventanilla, lo ve entrar al estudio de Freire al 900 y, mientras refunfuña por el tránsito, vuelve a subir la radio. Unas cuadras más allá, escuchará a «Quique, el taxista» gritar desde el parlante «¡despacito con la puerta, que no es giratoria!», y el conductor —que sabe todo y no sabe nada— se va a morir de risa con el personaje, que es él, es todos los tacheros y es también Ariel Tarico.

Cuando das notas, una pregunta recurrente tiene que ver con el armado de los personajes que encarnás, con cómo los buscás, cuánto tiempo te lleva sacarlos y entenderlos. Y, por lo general, tus respuestas son escuetas. ¿Te incomoda hablar de esa instancia de tu trabajo?

Lo que pasa es que es un proceso bastante desordenado. No es que tengo una especie de método por el cual diga «primero empiezo escuchándolo, luego tal cosa». Más bien es como que se me van pegando algunos tonos, los voy practicando, mando un whatsapp a un amigo, me corrige, empieza el diálogo y después se va viendo cómo crece el personaje. A veces, cosas que surgen improvisando y arrancan chiquititas en la mesa, llegan a lo más grande. Por ejemplo, en un pase entre Jonathan Viale y Nelson Castro me puse a hacer la voz de un cordobés enojado, estilo Alfredo Leuco [periodista político argentino]. No era la voz exacta de Leuco, pero tenía la gracia de que era un cordobés. Cada vez me lo pedían más y aparecía con más frecuencia en las interacciones con la mesa: siempre que había algún tema relacionado con la política alguien preguntaba «¿Y qué opina Alfredo?», así fue creciendo cada vez más. El muñeco que terminé armando no sé si es un personaje tan cercano a cómo habla Leuco sino que es una parodia, una caricatura, casi una exageración. En general, les entro bien por el tono. A veces entiendo que al personaje hay que hacerlo igual, pero hay otros que surgen desde la caricatura y que por ahí tienen más vuelo.

Y los que buscás sacar igual, ¿los elegís vos?

No sé si los elijo yo, me eligen a mí o me poseen. Es raro porque no es que me levanto con la idea de imitar o hacer algún personaje, más bien surgen con el desarrollo del laburo. También puede suceder que, ante una noticia, pienso que estaría bueno que responda algún personaje en particular. Voy armando como un tetris en mi cabeza y los voy acomodando.

Siendo este el modo en que elaborás los personajes, no existe la frustración de que alguno no salga…

No. Hay personajes que sé que van a crecer con el tiempo. A veces los tiro como borrador. Eso me pasó, por ejemplo, con Ricardo Fort [empresario y mediático argentino], que en su momento estaba muy en auge y en la radio todo el mundo me lo pedía. Fort nació como una cosa exagerada y de golpe el personaje tenía su sección, sus temas y su micro. En La 100 hacíamos «El Chocohoróscopo» o «El Fort de la noticia», como reemplazo del programa «El show de la noticia». Lo mismo pasó con Hugo Moyano [sindicalista y exdiputado argentino], que también tuvo su sección con la parodia de «La peña del camionero», un programa histórico de Radio Rivadavia. En definitiva, sé que empiezo haciendo un personaje pero no sé cuál va a ser el camino.

¿Y el speech de los personajes lo tenés más o menos delineado antes de salir al aire o se construye sobre la marcha?

Tenemos un armado previo. Para la radio hacemos algunas cosas con David Rotemberg [humorista y guionista argentino], más que nada son charlas y un peloteo de temas, muchas veces por Whatsapp. Luego plasmamos eso en la hoja, pero no es un guion estricto. Es una base sobre la cual voy improvisando. Hay otros momentos, como por ejemplo el pase de las cinco de la tarde, que no tiene principio ni fin. Se sabe más o menos cómo empieza pero no cómo termina. Eso es todo improvisación. Y lo que hago en TN, en Solo una vuelta más, es a partir de un guion base para dos o tres minutos al aire que luego se completa con lo que surja en el momento.

Ariel Tarico para Jot Down

Llama mucho la atención tu juventud y el conocimiento que tenés de la historia pasada de la Argentina, algo que se ve plasmado en las intervenciones de tus personajes. ¿Cuál es tu formación en ese sentido? 

Soy un lector curioso y me defino como un océano de conocimiento de un centímetro de profundidad. Trato de saber un poquito de cada cosa.

Lo que vemos y escuchamos no se condice con esto que decís, porque le sacás a los personajes cuestiones que tienen que ver hasta con la forma de ser y de pensar, con otros momentos de la historia argentina…

Es que me interesa. Hay imitadores que trabajan mucho con personajes del mundo del fútbol, les gusta y se enganchan. A mí no me pasa eso. En cambio con los personajes políticos sí, me gusta mucho indagar en el pasado y en revistas como Satiricón o Humor [revistas humorísticas y periodísticas emblemáticas de Argentina, de finales del siglo XX]. Soy de meterme en bibliotecas o en canjes de revistas para buscar notas, caricaturas y cosas que tengan que ver con nuestro pasado reciente.

¿En tu casa se hablaba de política cuando eras chico?

Sí, en mi casa se hablaba de política y se comentaban los programas políticos del momento. Cuando se separaron Bernardo Neustadt y Mariano Grondona [periodistas argentinos], veíamos Tiempo Nuevo y Hora Clave y sobre eso se debatía también. Y, luego, cuando ingresé en la radio, me vi obligado a profundizar la lectura y la charla con periodistas. Todo eso fue dándole contenido a los personajes y a los diálogos.

¿Hoy seguís dedicando parte de tu tiempo a hacer esas investigaciones?

Antes era más de método y, por ejemplo, dedicaba un tiempo a la lectura de los diarios. Hoy gracias a las redes sociales la información circula todo el tiempo y todo el tiempo uno puede acceder a archivos por YouTube o por Google.

Busco mucho material en las redes y también es una herramienta que me permite entrar en contacto con gente que trabaja en mi rubro. De hecho, mis últimos amigos, guionistas o ilustradores, los hice en Twitter. 

Las redes sociales también generan enemigos. ¿Te toca padecer trolls y haters?

Existen, pero no lo veo como un sufrimiento. Lo que le sucede hoy al famoso, al conocido o a los que trabajamos en medios es que podemos ver plasmados en una pantalla todos los comentarios que antes la gente hacía frente a la tele. Me acuerdo que mi viejo o mi abuela puteaban al televisor cuando algo no les gustaba. Ahora es lo mismo pero la diferencia es que lo ves. Se han acortado las distancias. Por ahí en una revista humorística, como Satiricón, cuando las notas eran muy polémicas o picantes, tenían correo de lectores en contra, y ellos se encargaban de contestarles, se reían, pero la participación era mínima y había una selección o un filtro porque no podían publicar todas las cartas que les llegaban. Eso desapareció, todo es masivo, la comunicación es más horizontal y me parece que no se podría regular. Es un hecho, tenemos que aprender a convivir con eso. Si subís algo a las redes siempre habrá alguien a quien no le guste y putee. Y listo.

El troll cuando sale a criticar lo hace desde el anonimato. Salvando las distancias —porque tu crítica busca hacer reír—, ¿estar detrás de un personaje no te sirve para decir ciertas cosas que Ariel Tarico no diría?

Las voces, los personajes y las caricaturas son un filtro gracioso. Es tomar pensamientos, almas, gente… Es como ir captando los demonios que todos tenemos, que van saliendo, para ponerlos a discutir. Eso es más divertido.

Desde ahí se pueden decir cosas más fuertes y jugadas que las que dicen periodistas que hacen política…

Esa es la licencia que tiene el humor, la caricatura o el monólogo. Una vez Antonio Gasalla invitó a Tato Bores [N de la R: dos capocómicos argentinos] a su programa. Gasalla le hizo un reportaje en serio y, ante una pregunta, Tato le dijo «para este tema necesito la peluca». Porque la peluca, el frac, los anteojos y esa forma veloz de hablar que tenía el personaje que usaba Tato para hacer humor era su forma de opinar, atacar y reírse. Necesitaba sí o sí de ese personaje para hacerlo.

¿Vos cuántos personajes tenés armados en tu cabeza?

Serán más de cincuenta.

O sea que, además de la voz, en tu cabeza tenés el léxico, los modismos y la forma de pensar de más de cincuenta personas. ¿No sentís a veces que estás un poco loco? 

Sí, casi para un psiquiatra… para internación. Hay una dosis de locura y otro poco tiene que ver con jugar. Eso es la actuación. Cuando iba a los talleres de teatro de Ana María Giunta [actriz, directora y dramaturga argentina], ella daba una charla antes de comenzar la clase en tono maternal y siempre aclaraba que era un juego, que cuando actuamos hacemos «de» otro o «como que» y que hay que saber diferenciar, porque cuando cae el telón se terminan la ficción y el personaje. 

¿Pero no quedás estresado después de salir al aire?

Sí. Es una dosis de energía importante. Eso es más fuerte con el teatro, donde ponés una enorme cantidad de energía durante una hora y media para mantener la atención, llevar el hilo de la conversación de los personajes y también generar energía en el público, creando estímulos. Cuando hacía teatro terminaba las funciones agotado.

Ariel Tarico para Jot Down

Ahora no estás haciendo teatro. ¿Estás explorando nuevas aristas en lo laboral?

Me llamaron para participar en la película Argentina, 1985 haciendo la voz de Raúl Alfonsín [expresidente argentino] cuando se encuentra con Julio Strassera [abogado, juez y fiscal argentino, estuvo a cargo de la fiscalía en el Juicio a las Juntas Militares]. Tenía que ser un Alfonsín serio, no exagerado sino algo más campechano y tenía que sonar sutil. Estar bajo la dirección de Santiago Mitre para esa película fue todo un desafío. Me dieron el texto, lo fuimos probando y la experiencia fue totalmente diferente a mi forma de trabajar habitual. Fue encarar algo que no estaba acostumbrado a hacer. A futuro me gustaría hacer algún que otro personaje histórico, mostrando no solamente la parte graciosa sino también el lado melancólico de ese personaje. 

Con esta participación en Argentina 1985 también me entusiasmé con el tema del doblaje. Me gustó estar con un director porque los cómicos, sobre todo los que surgimos hace poco, tenemos esto de autodirigirnos, todo es mandarnos y ver. Me interesa experimentar algo con un director que me diga qué hacer y cómo.

Con la película de Mitre hubo quienes salieron a criticarla porque algunos parlamentos, como el de Tróccoli, supuestamente no se ajustaban a lo que había dicho en la realidad. 

En una nota que le hicimos al hijo de Strassera con Nelson Castro le pregunté justamente si había algún problema puntual con Tróccoli y si se acordaba de la escena en la que puteaba al televisor. Y él me dijo que no recordaba ese momento, que de hecho tenían roto el televisor y que no tenía registro de que se lo puteara a Tróccoli.

¿Hace falta tal registro? ¿No debería verse como un recurso, una licencia que puede tomarse la ficción?

Obviamente que sí. En esto nunca se puede satisfacer a todos los sectores y siempre habrá gente que va a decir que uno está más tirado de un lado que del otro. Y lo cierto es que sí, en mi caso tengo mi lectura, mi formación, mi ideología y ese es mi sello.

Pero ahora resulta que también se le han puesto muchos límites al humor, y ciertas cosas con las que antes se podía bromear ahora no se pueden ni mencionar. ¿Cómo te llevás con esta realidad? ¿Le ponés un límite a tus personajes?

Depende más que nada del lugar, del medio, de la forma, del público que te ve… Hay un tipo de humor para el teatro y otro para la radio. Pero hay cosas que han pasado de moda y que no se hacen pero porque ya caducaron. Yo puedo tener un código con un compañero que conozco hace mucho y le puedo decir «mirá, engordaste», porque lo conozco de hace mucho y sé que eso no le va a caer mal, pero por ahí estar opinando del cuerpo de todos los integrantes del programa, cagándome de risa, no va. 

¿Pero entonces el límite está dado por el buen gusto y el criterio propio solamente?

Eso depende de cada humorista, de cada formación y de cada persona. A mí no me sale el humor negro. No me siento cómodo, si es algo fuerte me hace ruido, sé que lo voy a hacer mal, que no me va a salir. Pero sí lo veo en otros y por ahí me causa gracia y no me choca. En este sentido yo creo que también el humor forma parte de la vida. Porque venimos a este mundo no está claro cómo, por qué y para qué. La vida es jodida. Una vez Mateico [Juan Alberto, locutor y presentador argentino] le preguntó a Alberto Olmedo qué era la vida para él y le respondió «no fácil», una respuesta rara, ¿no? Y en Olmedo también se veía esa imagen de un dolor preexistente, de una infancia dolorosa. Él trataba de transformar ese dolor y hacerlo humor.

Tu padre, que también era imitador, falleció cuando vos apenas tenías 6 años. ¿Te reconocés en esta imagen que contás de Olmedo?

Sé que hay algún punto de contacto. El humor siempre surge de algo que te incomoda o te duele, o sale como respuesta a una situación trágica.

Según Freud el humor es emancipador…

Sí, así es. Y en algunas cosas me reconozco en lo que vivió Olmedo. Él tuvo la suerte de conocer al padre después, pero vivió una infancia sin padre porque había abandonado la casa. En mi caso, mi viejo se fue como un héroe pero no lo pude enfrentar después, no lo conozco del todo y sigue siendo un misterio para mí. Entonces ese será siempre un tema recurrente. Cuando me junto con David Rotemberg hacemos chistes sobre esto, porque a los dos se nos murió el padre de muy chicos y siendo ellos de corta edad, ninguno de los dos padres llegó a cumplir los cuarenta. Entonces ahora, que se va acercando esa edad para nosotros, decimos en broma «acá estamos para cumplir el destino de nuestros padres» y siempre surge algún chiste.

¡Eso sí que es humor negro!

Bueno, pero pasó el tiempo. Ahora en un show quizás se pueda hacer un chiste sobre las Torres Gemelas, y es algo lejano que ya pasó y no causa tanto dolor. Con el tiempo se van sanando las heridas y ese humor sirve para hacer memoria, no para burlarse de los que murieron ahí.

Sin embargo, aún hoy, puede haber quien se ofenda con un chiste de ese tenor.

Y sí. Hablábamos de los haters. Días pasados subí un sketch que habíamos hecho para el programa Periodismo para todos en el que Alberto Fernández tenía que hacer un spot hablándole a todas las provincias, parodiando a uno que había hecho Sergio Massa [político argentino, uno de los líderes del partido Frente de Todos]. La idea era que entre Massa y Máximo Kirchner [hijo de los expresidentes Cristina Fernández y Néstor Kirchner] lo convencían a Alberto de hacerlo pero para que quedara mal. En una parte, tenía que mandarle un saludo a los mendocinos y yo me pongo a hablar como chileno, como diciendo «son como los chilenos», siempre basándome en lo que había hecho con su spot Massa y en algunos dichos de Alberto Fernández sobre que los brasileros habían venido de la selva, etcétera. El contexto estaba. Y aparecieron un montón de mendocinos ofendidos diciendo «yo no soy chileno», «no hablo así». Y me pregunté: «¿pierdo tiempo explicándoles por qué lo hice de ese modo?». Me contesté que no, si me ponía a explicarlo ya no tenía sentido. Pero esto sucede muchas veces. Hay una generación que es muy literal hoy, que piensa de esa manera lineal: «vos estás diciendo que los mendocinos hablamos como los chilenos», y no ven que es una caricatura y que hay un contexto.

Nos hemos amargado, embrutecido, y esto no sucede solamente acá, sino que es algo mundial. Miremos lo que sucedió con Charlie Hebdo, con unos locos que vieron la caricatura y decidieron matar al caricaturista. El límite es ese: la violencia. Hoy no podés evitar que alguien se ofenda. Pero no voy a ponerme a explicar nada.

Ariel Tarico para Jot Down

Vos tenés un libro que se llama El humor en la era K. Así como se ven cambios en el humor vinculados con el paso del tiempo, ¿ves cambios que tengan que ver con los cambios de gobierno? 

Ese libro surgió a partir de la crisis de la 125 [N de la R: conflicto que llevó a cuatro organizaciones del sector empresario agroganadero a realizar un paro, lock out y bloqueo de rutas durante la presidencia de Cristina Fernández, en 2008]. El libro compilaba también caricaturas que había hecho, que tenía guardadas y quería publicar. Fue un resumen de los guiones que hacíamos en la radio en aquel momento y que eran muy particulares porque estaban «La peña del camionero», la columna de «La señora de Barrio Norte» —que era una supuesta oyente de Radio Mitre que pedía permiso para hablar— y chistes de apodos. Eran los comienzos de la grieta y el libro pasó desapercibido. Ahora sucede algo particular con las redes y puntualmente en Twitter, que se convirtió en un lugar de predominio anti-K o antipopulista, donde se combate con la frase ingeniosa o el meme al peronismo. Allí se generó una comunidad que encontró un canal de difusión. Sobre todo a partir del 2003, cuando algunos sectores del progresismo adhirieron al kirchnerismo, se hizo muy complicado el tema del humor, como que ese sector ya no se permitió reírse de lo que estaba apoyando. Este es un fenómeno muy extraño. 

Una vez, a la salida del teatro, le dije a un periodista que fuera a verme y, tras aclararme que me apreciaba, se disculpó diciendo que con su mujer estaban «un poquito kirchneristas». Yo no veo cuál es el problema pero entiendo que lo que quiso decir es que en ese momento no se permitía reírse de lo que antes sí, porque les generaba una incomodidad. Evidentemente el humor también es eso: algo que incomoda y que molesta. Es muy común que pase eso. Pero también me ha pasado que me han dicho en un bar «yo soy muy peroncho pero me río con vos», como diciéndome que eso sucedía muy a su pesar.

Hay un tema con los fanáticos de los distintos sectores políticos, que no se permiten reírse de sí mismos. Algo similar pasa con Trump en Estados Unidos también.

¿Y qué pasa con los personajes que son imitados por vos? ¿También vienen a quejarse?

No, porque hay algo que les gusta. No olvidemos que el político es cholulo, así que les gusta esa repercusión más popular. Recientemente leí un libro sobre la historia de la revista Satiricón, y en esa época también había divisiones en la redacción entre algunos que eran más peronistas y otros más críticos, y lo que terminó sucediendo fue un decreto de Isabel Perón clausurando la revista. En la época de Raúl Alfonsín a Tato Bores le costaba conseguir un canal porque él estaba peleado con Romay [Alejandro, locutor y empresario teatral, exdirector de Canal 9] y el resto de los canales estaba en manos del Estado. Hizo en teatro La jaula de las locas, hasta que perdió las elecciones el alfonsinismo y Héctor Ricardo García tomó Canal 2, ahí recién pudo volver Tato a la tele. El humor siempre ha estado para incomodar y en todos los gobiernos ocasionó ciertos problemas, fueran radicales o peronistas. Y esto es así cuando están en el poder, porque cuando están en la oposición es distinto.

¿Te imaginás haciendo política, representando a un partido?

La verdad que no porque soy bastante inorgánico y me cuesta hacerme a la idea de que tenemos que sostener todos la misma opinión por integrar el mismo partido.

¿Te pasa que podés reconocer ideas a las que adherís o compartís más allá del partido en el que surjan?

Me pasa que hoy estoy más cercano al liberalismo, pero no solo en lo económico sino como filosofía de vida. Me refiero a los postulados de Antonio Escohotado, por ejemplo. Veo políticos, como Ricardo López Murphy, que me parecen interesantes, que sostienen una coherencia y una honestidad, y que no cambiaron su patrimonio en estos últimos veinte años, de los cuales puedo decir que me agradan. Pero ser militante, ponerme la camiseta y estar para bancar todo los errores y no cuestionar, eso no, me generaría mucho estrés. Yo puedo decir que adhiero a ciertas ideas pero no digo que son incuestionables, no soy dogmático ni pretendo imponer nada. Tenemos que convivir y además puedo adherir a ciertas ideas hoy y a otras mañana. Me costaría mucho estar inserto en una estructura y tener que ir a los actos. Tampoco me imagino adhiriendo como artista para participar o aparecer con tal o cual, ni asesorar en la cultura. Si hay algo que detesto es la cultura en los ministerios, la cultura tiene que fluir y es del pueblo, no debería haber una bajada desde el Estado que diga cómo se debe educar o debe pensar la gente.

¿Te imaginás participando de un programa político pero no con tus personajes sino vos, Ariel Tarico, poniéndole el cuerpo?

Sí, pero eso lo va a determinar el tiempo. Falta todavía un desarrollo, crecimiento y experimentar. En esta etapa todos hacemos radio y tele a la vez, porque estamos en la radio pero con una cámara, y hay gente que lo mira por Youtube, de ahí surgen programas así, que se arman con los que pueden estar en una mesa. No soy de planificar de ese modo, y no me digo que a tal edad tengo que estar haciendo tal o cual cosa. Lo que creo es que si surge ese programa será porque hubo una serie de tropiezos o de fracasos en esta carrera con tantos altibajos, idas y vueltas y momentos de meseta, que me llevaron a ese modelo.

¿Cómo modificó tu vida la popularidad?

Al principio me costaba y me incomodaba, sobre todo cuando me empezaron a reconocer en la calle, porque yo había empezado en la radio. Lo sentía como invasivo. Soy tímido. Me cuesta el trato normal en la calle. Y si estoy en una reunión tampoco es que soy el alma de la fiesta; no es que me quede aburrido y sentado pero tampoco busco ser protagonista. Al principio cuando por la calle me decían «¿sos vos?» yo respondía que no, era algo que me costaba transitarlo. Ahora con las redes ya no puedo hacerlo.

Ariel Tarico para Jot Down

Cuando tu personaje de Victor Hugo Morales [periodista, conductor y locutor uruguayo, identificado con el kirchnerismo] se adelantó con un comentario que luego él efectivamente hizo, de algún modo quedaste vos como noticia. ¿Cómo fue ocupar ese espacio?

Eso fue muy loco porque también fue improvisación pura ante el «qué diría Victor Hugo», y qué sabía yo que después a la noche él iba a decir lo mismo. Estuvo bueno. Otras veces se han viralizado conversaciones con Nelson Castro en las que yo hacía de Mauricio Macri [expresidente argentino] y me enojaba con él, y gente que lo conoce íntimamente me decía que así tal cual es fuera de cámara, así se enoja. Eso se logra tratando de meterse en la cabeza del personaje y desde ahí improvisar y actuar, para que no sea solo imitar la voz.

Cuando hacés personaje contra personaje, ¿lo tenés más o menos pensado de antes?

A veces surge, pero trato de no mezclarlos mucho porque distrae un poco y porque además en la mesa hay más gente y llega un momento que son demasiadas voces. Pero por lo general es improvisado. Es como si fuera un taller de teatro de improvisación, donde uno crea un personaje conociendo algunos pocos datos y, nutriéndote de lo que viste y conocés, se van metiendo imágenes y vas incorporando y sintiendo cosas, algunas veces lográs profundizar más y otras es más superficial. Tiene que ver con eso, es un juego de ponerse y sacarse una peluca.

Imagino que como ciudadano también debés reírte de la política y los políticos… ¿Nunca te enganchás con la indignación o la mala sangre?

Siento que hay una gran distancia entre la vida que tienen ellos y sus preocupaciones y lo que le pasa a la gente en general o a la gran mayoría. Es muy loco que eso suceda porque estamos cada vez más comunicados pero se siente una distancia cada vez más grande. Pareciera que no aprendimos la lección del 2001, como que sucedió algo que quedó trunco. Porque parecía que había pasado algo que amenazaba con llevarse puesto a todo un sistema político y solo se fueron dos personas: De La Rúa [Fernando, expresidente argentino] y Cavallo [Domingo, exministro de Economía argentino]. El resto se puso otro trajecito y siguió, y empezó a decir cosas que no decía diez años antes y se acomodó. Noto que quedó una energía que está trabada, como si fuera una revolución inconclusa. No terminamos de cambiar del todo y nos quedamos a vivir en ese acostumbrarnos a que todo esté mal, porque estar mal ya se hizo un paisaje habitual. A las 8 o 9 de la mañana vemos gente revolviendo un tacho de basura y ya nos parece parte del ecosistema, se normalizó y lo tomamos como algo que no va a cambiar porque «ya sabemos cómo es acá», etcétera. Nos quedamos dando vueltas en ese círculo. Quizás sea el momento de que esa agenda de temas que está entre nosotros sea adoptada por alguien a la fuerza, por la presión de la gente y por estar atentos. También podemos ver que son muy pocos los políticos que sobreviven a lo que publican en redes: todo el mundo les marca que están equivocados o diciendo estupideces. O sea que la cuestión está sobre la mesa, solo falta que alguien lo tome.

¿Sos escéptico u optimista en relación con esa posibilidad?

Tengo esperanza en las nuevas generaciones, en los que son mucho más jóvenes que yo, que vienen con menos carga del siglo XX y con menos prejuicios, y en que vengan con esta idea que estamos viendo en muchos jóvenes que ya se sienten ciudadanos del mundo, que no están atados, que quieren aprender dos idiomas para comunicarse con el mundo, y que se preparan para una época en la que, si no les gusta el laburo, tienen los huevos para decir que se van. Ese es un gran cambio, porque para mi generación y para las anteriores lo que primaba era «cómo voy a dejar este trabajo», «debo valorar lo que tengo». Y teníamos esos mandatos porque habíamos visto a nuestros viejos o tíos desocupados o que, tras muchos años en una empresa, cuando los despidieron no sabían qué hacer o cómo seguir y se deprimieron. En este sentido, veo a las nuevas generaciones mucho más libres y con otras ganas y otra actitud, no están tan atados a un pasado.

Recibiste varios Martín Fierro. ¿Cómo te encontró el mismo premio en etapas tan distintas de tu vida laboral?

Para 2011 tuve el segundo de radio y en ese momento yo estaba un poco disconforme con lo que hacía en la radio, no estaba del todo cómodo con mi laburo y con el programa en el que estaba. No estaba contento pero me había empezado a enganchar con el teatro, que ocupaba mucho de mi vida porque implicaba planificar, incluso para los fines de semana, viajes y otras cuestiones, y tenía aplausos, me sentía reconocido, me sentía pleno, y de algún modo compensaba lo mal que estaba en la radio. Disfruté el premio de todos modos, pero estaba en un momento distinto al de hoy, este último premio lo vi como una coronación o la frutilla del postre de algo que hago contento y que disfruto todos los días porque me divierte. Son etapas… y no descarto que a futuro vengan etapas negativas o que esté desilusionado, porque soy géminis y a veces está el gemelo bueno y a veces, el malo. Y cuando está el malo soy duro conmigo. 

¿Aprendiste a callar a ese gemelo malo con el propio laburo?

No lo callo. Con el tiempo aprendí a no caretearlo ni taparlo. Ahora cuando estoy mal lo digo y lo planteo, y no es algo que sea traumático.

¿Hacés terapia?

Sí, desde hace mucho. Ahora dejamos por un tiempo, pero he atravesado todos esos momentos de tempestad que te cuento.

¿Tenés pensado volver al teatro, teniendo en cuenta todo lo que contabas sobre el reconocimiento y la plenitud?

No, porque no tengo esa energía que tenía antes. En ese momento era casi una adicción a sentirme aprobado todo el tiempo con la risa, el aplauso y las felicitaciones que recibía. Todo eso se vuelve un poco dañino para el ego. Los fines de semana los tomaba como para escaparme y disfrutar de algo que me hacía sentir poderoso: eran 500 personas en un teatro, aplaudiendo y festejando. Es jodido porque te empezás a creer que sos superior. También me sirvió cuando en el teatro metía menos gente, algo que pasa porque hay veces que la gente quiere consumir tal cosa y de golpe no. Ese bajón también hay que aprender a transitarlo. Pero hoy no tengo la energía para hacerlo ni tampoco es que tenga nada diferente para decir que no esté diciendo en los lugares en los que estoy. Si en algún momento llega, veremos. Es difícil admitir esto pero la verdad es que no me lo planteo. Trato de respetar lo que siento, no voy a hacer algo para hacerlo mal o para aburrir o dar un mensaje flojo a la gente que se empilcha para venir a verme.

¿Cómo es un día habitual tuyo?

Me levanto a las 6. Trato de desayunar con los chicos, mi mujer la lleva a mi hija a la escuela y yo a mi hijo, que va a una escuela más cercana. Luego vengo a la radio, a media mañana generalmente me junto a tomar un café con un amigo y al mediodía vuelvo a buscar a mi hijo al colegio, comemos juntos, trato de dormir alguna siesta; conservo esa cosa de Santa Fe que me acompaña y puedo dormir la siesta en cualquier lado, hasta en un taxi o en un sillón de la radio. Vuelvo a la radio y de acá ya nos vamos al canal hasta la noche. Termino alrededor de las 22. Hago algún zapping leve… Es difícil despegarse. El laburo sigue, siempre surgen cosas…

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