Sociedad

Sangre española: breve paseo por las publicaciones de true crime patrio

Sangre española breve paseo por las publicaciones de true crime patrio
El true crime no es nada nuevo.

«La verdad es más emocionante que la imaginación», decía una editorial de Gran Proyector, una publicación española de los años 30 del siglo pasado que prometía «procesos, reportajes, detectivismo».

Como un espejo deformado, la publicación reflejaba un país sumergido en misterios y zozobras, enfrentado a una corriente de enigmas en forma de asesinatos, suicidios, robos, secuestros, muchas veces planificados en la más pura y placentera de las venganzas.

Gran Proyector fue en su época algo parecido a un gigantesco imán, pero no iluminaba nada nuevo bajo el sol. Las vísceras y las lágrimas han estado siempre entre nosotros; al fin y al cabo, uno de los relatos con más adeptos sobre la fundación de la humanidad se inicia con el asesinato de Abel a manos de su hermano.

Ahora también. Ha cambiado el formato, pero no el contenido. Esas ganas de conocer relatos de sangre es un tipo de hambre muy vieja, una apetencia que también se da hoy, en tiempos de pantallas gigantescas de pared y de minipantallas de bolsillo. Vivimos una época de esplendor del true crime, en la que relatos como The Breakthrough, Luz en la oscuridad, Sherwood o Historia de crímenes, sea en Netflix, Movistar Plus, Filmin o Amazon Prime llenan las horas de millones de personas. Especialmente cuando cae la noche. 

Un oscuro rastro

Antes de la infinita multiplicación de pantallas, Gran Proyector fue una de las muchas publicaciones que en España se dedicaron al negocio de la narración de historias de sucesos. ¿Pero cuál es la historia de esas publicaciones? Al rescate del conocimiento de nuestra propia casquería llega Rojo sangre. Prensa de sucesos en España. Antología ilustrada espeluznante (La Felguera, 2024) un libro que, a lo largo de casi siglo y medio, sigue el rastro de periódicos y revistas especializadas en desgracias, catástrofes y muerte.

Será por vergüenza propia o ajena, por cómo nos retrata, por dejadez o pereza, pero el caso es que es no es tan fácil seguirle la pista a las publicaciones históricas de sucesos en España. «Es cierto. Se da una suma de cosas. Para empezar, tenemos el déficit de cuarenta años de dictadura, y en la transición se fue a tope con muchas cosas, y no tanto en otras. En cualquier caso, lo que se conoce como «la cultura de las clases peligrosas» ha quedado marginada con respecto a otras», explica Servando Rocha, al frente de la banda de investigadores culturales de La Felguera.

Porque esa es un tipo de cultura específica que, frente a los relatos oficiales, a las historias más académicas o ejemplarizantes, apuesta, sin más, por las historias de la gente. «Cómo eran, cómo vivían. O cómo aún somos, pero explicado a partir de las historias de sucesos», revela Rocha.

Rojo sangre nos recuerda que antes del papel, antes de la negra tinta, por pueblos y aldeas ya circulaban los «romances de ciego», y que las historias más escabrosas corrían a cargo de los llamados «Tíos del crimen». Subidos a burros, encima de una mula o tirando de un carro de caballos llegaban a las aldeas explicando tétricos relatos de desapariciones, reyertas o profanaciones, también narrados en hojas volanderas, de avisos, en pliegos, octavillas o pequeñas publicaciones cosidas a cordel. 

Eran papeles que «hablaban de aparecidos, ahorcados o secuestro de niños y se fijaban en las paredes de ciudades y pueblos, todo extremo y exagerado, algo que imitará la prensa de sucesos», relata Rocha.

Edad dorada de lo negro

En España las publicaciones de sucesos de peso empezaron a aparecer a finales del siglo XIX y principios del siglo XX con cabeceras como Los Sucesos. Revista Ilustrada de Actualidades, Siniestros, Crímenes y Causas Célebres, que abrían con titulares como «Ladrones que cortan orejas a las señoras», «Tres hermanos muertos por sugestión religiosa», «El palacio de la muerte» u «Otra bomba en Barcelona».

Sangre española breve paseo por las publicaciones de true crime patrio

Pero los años dorados de la prensa especializada en el true crime patrio se dio sobre todo entre los años 1900 y 1910, cuando ciudades como Madrid y Barcelona alcanzaron un crecimiento desbocado, y los urbanitas bienpensantes empezaron a alimentar la imaginación con historias truculentas de los recién llegados. 

Muchas revistas se abonaron al terror al crecimiento urbano en forma de «barrios tenebrosos» —los barrios de aluvión que acogían a los más vulnerables y desarrapados—, retratados como espacios de aberración, enfermedad y crimen. «Se reflejaban como zonas penumbrosas, una metáfora de miedos más profundos, del otro, del que no es como tú», reflexiona Servando.

Porque al principio los consumidores de estos reportajes no era el vecindario de estos barrios ni la clase trabajadora —al fin y al cabo, durante el cambio de siglo, entre el XIX y el XX, uno de cada tres personas en España era analfabeta—, si no la burguesía, las pequeñas, medianas y grandes familias propietarias, oficinistas y comerciantes con posibles. Los que mandaban en un país provinciano, supersticioso y reaccionario como la España de entonces. 

Una de las historias de mayor impacto fue el crimen de la calle Fuencarral. Ocurrió el 2 de julio de 1888 en esa calle de Madrid, cuando apareció el cadáver de Luciana Boecino, una «viuda acaudalada» asesinada a puñaladas, rociada con petróleo y quemada. Las revistas explicaron con detalle las primeras sospechas sobre su hijo, hasta que se descubrió que culpable era Higinia Balaguer, criada de la fallecida.

Aquel crimen reunía todos los elementos para enganchar a los lectores. Era un asesinato a manos de una mujer contra otra mujer que incluía además una intrahistoria con marcadas diferencias de clase social. Una crónica negra tan perfecta que varios historiadores la consideran como el suceso que dio lugar al nacimiento profesionalizado de la prensa sensacionalista en España. 

Otro caso espectacular afianzó este tipo de crónicas. Fue el denominado «crimen del capitán Sánchez», y sucedió en 1913. Una noche de mayo, Rodrigo García Jalón, un empresario con mucho dinero, desapareció sin dejar rastro tras unas horas de juego en el Casino de Madrid. El misterio se extendió por todo el país hasta que se descubrió que había sido asesinado y descuartizado a manos de Manuel Sánchez López, un capitán de la reserva que había alentado a su hija adolescente a ejercer la prostitución.

«Una bella panadera asesinada»

Con el tiempo se fueron multiplicando las publicaciones especializadas en sucesos. Es el caso de La Linterna, que abría con titulares como «La mocita, el señorito chulo y el amor a navajazos», «Para robar a una camarera navarra simulan un suicidio», «Todavía una muerte romántica: una joven madrileña muere oyendo a Chopin y deja su piano a los artistas pobre», y con vistosos pies de foto retratando una fachada sobre la que se podía leer «Desde este balcón al de enfrente comenzó el idilio del intérprete negro y la señorita valenciana, que ahora ha terminado trágicamente». 

También triunfó la publicación Las Ocurrencias, que llevaba en portada titulares como «Terrible desesperación de un padre», «A tiros con su novio», «Terrible venganza de una asturiana», «Asesinato y crucifixión de una señora» o «Una bella panadera asesinada».

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Alentados por el éxito y las ventas de este tipo de revistas, muchos periódicos no especializados como La Vanguardia o el diario ABC introdujeron de forma permanente la sección de sucesos entre sus páginas. Poco a poco, el boom fue a más, y el reportero de sucesos, con sus pesquisas y sus constantes visitas a depósitos de cadáveres, hospitales, a manicomios, comisarias, cárceles y orfanatos, se convirtió en algo parecido a una estrella del periodismo. De hecho, en su edición del 7 de diciembre de 1929, la revista Stampa —una de las más importantes y más respetadas del momento— dedicó un reportaje a los trece redactores de nota roja más importantes del país, titulándolo «Vida, triunfos y aventuras del reportero de sucesos».

El caso de El Caso

Dentro de este tipo de publicaciones, la campeona en este país es probablemente El Caso. Semanario de sucesos. Después del espanto de la guerra civil y su terrorífica posguerra, los nuevos pasos de esa prensa especializada no fue fácil: la censura franquista tenía la obsesión de no generar alarma social, y el cualquier tipo de noticia sobre asesinatos, violaciones o suicidios estaba restringida. 

El Caso finalmente vio la luz en 1952 gracias a los buenos contactos de su director, Eugenio Suárez, con los jefazos de la Falange, y también gracias a que Suárez entendió que debía ofrecer las noticias de sucesos de forma moralizante, transmitiendo la idea de mantenimiento del orden público y la «normalidad». 

La publicación nació con una sincera advertencia: «Ante ti, lector, una nueva revista. Una revista más que busca llegar a complacer, a rellenar esa afición tan extendida en todas las clases sociales y que se llama curiosidad por la vida de los otros».

Empezó con una tirada de diez mil ejemplares y alcanzó los trescientos mil, pero nunca llegó a tener buena prensa. Muchos de sus lectores pedían en el quiosco tebeos, revistas del corazón o periódicos de información «seria» y después, en voz baja, señalaban también El Caso, que escondían entre las páginas de la otra publicación. Después, en casa, en el bar, o en la oficina se afanaban en leer reportajes bajo titulares como «Valencia: intolerable ambiente en el hospital psiquiátrico de Bétera. Un millar de enfermos incontrolados entran y salen a su antojo», «Buscando una ficha de parchís incendió su hogar», «Mató al padre de su antigua novia, luego agredió a esta y a la madre», o noticias de pequeño formato con reclamos como «Poker de puñaladas», «Familia de violadores» o «Niña de seis años detenida». 

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El Caso causaba furor, pero se veía con malos ojos. En los años 90 del siglo pasado, Francisco Umbral escribió: «Eugenio Suárez, que es un genio, se inventó en los cuarenta El Caso, que era una manera de dar España real, contra la España oficial de la dictadura. Los sucesos fueron una tercera vía para dar la verdad del país (como el Pascual Duarte de Cela, en muy diferente y altísimo nivel literario)». 

Al igual que otras publicaciones de ese tipo, seguirle la pista a El Caso es difícil. Rocha apunta que es probable que su impresionante fondo fotográfico se tirara —literalmente— a la basura. «Es un ejemplo de maltrato de nuestro propio pasado. Conocemos muy bien el true crime inglés o estadounidense, y muy poco el nuestro», reflexiona.

La publicación fue longeva. Duró hasta 1992, y las causas de su cese fueron varias: problemas económicos, de distribución, el aumento del precio del papel y, también, el impacto de los crímenes de las niñas de Alcásser por televisión. Aquello marcó una nueva era. A partir de entonces los más truculentos sucesos pasaron a transmitirse, con testimonios aterradores, entre el desayuno, la comida, la merienda y la cena, en la pantalla del comedor.

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