Arte y Letras Historia

Los 300 de Guadalajara: tan tiranos como los espartanos de las Termópilas

El último día de Numancia, de Alejo Vera y Estaca. 300
El último día de Numancia, de Alejo Vera y Estaca.

Cuando Frank Miller, primero, y Zack Snyder después, reflejaron la batalla de las Termópilas en 300 demostraron lo mucho que debían a la cultura de los superhéroes. Cómic y película sacaron el máximo partido a la fuerza y combatividad del guerrero, dejando en un lugar secundario la idea de que Leónidas y los suyos combatieron por su libertad frente al tirano persa. Esta era la parte sustancial del relato hecho por los griegos que vivieron aquel momento, y que ha llegado hasta nuestros días como ejemplo de la defensa del ideal europeo, libre y democrático. Una afirmación que no puede ser más sesgada. La libertad que defendían los espartanos era la de seguir manteniendo esclava a la mayor parte de su población, los ilotas. Les obligaban a vestirse de determinada manera para reconocerlos, dándoles caza una vez al año como a animales salvajes porque eso formaba parte del entrenamiento militar de sus jóvenes. La de Esparta fue una sociedad militarizada y racista que anticipó en dos milenios la idea de la pureza aria de los nazis. Ese purismo acabaría pasándoles factura debido a la endogamia y a la práctica de la eugenesia —eliminaban a los niños débiles— hasta su decadencia total en la batalla de Selasia, 222. a.C., donde murieron los últimos guerreros espartanos. Lo que quedó de ellos fue un chiste, convertidos en recurso turístico cuando fueron provincia de Roma se complacían en mostrar la crueldad con que se trataba a unos niños supuestamente militarizados en un decadente espectáculo público.

Pero los espartanos fueron la norma, y no la excepción, entre unos pueblos de la Antigüedad que destacaron por crear aristocracias guerreras que se reservaban el ejercicio de la guerra, dominando a una población a la que mantenían en la condición de esclavos y siervos. Así que no puede extrañarnos que encontremos otros 300, muy parecidos a los espartanos, en nuestra península. Un grupo de guerreros celtíberos asociados a un relato de resistencia tan heroica como las Termópilas, y donde también murieron todos: Numancia. Es posible que aquella ciudad que fue el último foco de resistencia a la conquista romana hubiera podido vencer a las legiones de haber recibido la ayuda de los trescientos guerreros lusones que se pusieron en marcha para ayudar a los numantinos. Pero nunca llegaron, y a diferencia de los griegos, que vencieron a los persas, los pueblos celtíberos se vieron derrotados definitivamente por Roma. Es un mal punto de partida para ser recordado, y peor aún si los romanos quedan como los únicos narradores de tu historia.

Nuestras mejores fuentes escritas para conocer a los celtíberos son las crónicas de Estrabón y Apiano, en ellas podemos apreciar que tenían cierto grado de civilización. No comparable a la de griegos y romanos, pero sí organizados en protoestados con un gobierno, una ciudad capital, y territorios bajo su dominio vertebrados por una red de caminos. Su economía agrícola era poco productiva, las variedades de trigo y cebada que cultivaban les obligaba a mezclar su harina con harina de bellotas para hacer el pan más nutritivo. El estudio arqueológico de sus yacimientos ha demostrado que no podían cubrir su dieta proteica con su ganadería de cabras y ovejas, por lo que cazaban y pescaban de forma habitual para alimentarse. Estas carencias materiales les hicieron desarrollar un carácter parecido al espartano, capaz de sobrevivir con poco y aguantar mucho. Su austeridad, resistencia y disciplina fue fruto de la necesidad, y en estas condiciones la guerra les supuso una fuente adicional de ingresos en épocas de escasez.

Los celtíberos emprendían guerras de saqueo contra los territorios vecinos y se contrataban como mercenarios. Cartagineses y romanos se sirvieron de ellos como ejércitos auxiliares por su habilidad para montar emboscadas y dar rápidos golpes de mano. Los romanos afirman que sus espadas eran capaces de atravesar la lorica hamata, la armadura de cota de malla del legionario, cortando limpiamente la carne y llegando al hueso con un solo golpe. Pero no nos tomemos a los cronistas de Roma al pie de la letra, no hay cosa que les gustara más que exaltar las cualidades de sus enemigos una vez les habían vencido para darse importancia. Lo que hay de cierto en su afirmación es que los celtíberos empleaban una técnica metalúrgica consistente en enterrar el mineral de hierro, dejarlo oxidar, y aprovechar luego solo el núcleo retirando el óxido, lo que daba al metal una gran resistencia. Los romanos acabaron incorporando esa fabricación a sus gladios, la espada legionaria, y por eso se afirma, equivocadamente, que adoptaron la espada celtíbera. La espada no, la forma de hacerla.

Estas eran, a grandes rasgos, las características de aquellos 300 guerreros lusones que se reunieron en Lutia, capital de su territorio, para asistir a Numancia. Fueron los únicos en responder a la llamada de auxilio de Retógenes Caraunio, un guerrero arévaco que había logrado burlar el cerco a que tenían sometida su ciudad las legiones romanas para hacer llegar una petición de ayuda a las otras naciones celtíberas. Tan solo los lusones la atendieron, reuniendo a sus guerreros en Lutia, su capital en el Alto Tajuña donde hoy encontramos Luzaga, en Guadalajara. La antigua ruta celtíbera aún la atraviesa, conectando el curso alto y bajo del río, y se mantiene en la mayor parte de su tramo como camino de tierra pisada. Un pequeño tramo asfaltado de cuatro kilómetros discurre entre Cortes de Tajuña y Luzaga, y una parte de la ruta coincide con el Camino del Cid, porque Rodrigo Díaz de Vivar lo usó en la Edad Media para pasar a su destierro en Valencia desde Luzón. Otra de las poblaciones celtíberas de los lusones que todavía existe, ubicada también en Guadalajara. Con una bicicleta de montaña se puede tener una idea clara del alcance de esta red de comunicación lusona, porque bicicleta y caballo se desplazan a una velocidad muy similar. Y de los tiempos que les llevó responder a la llamada de Retógenes.

El guerrero numantino abandonó su ciudad acompañado de diez hombres, lo que implica que no tuvo que llegar en persona a Lutia, de la que le separaban cien kilómetros. Pudo hacer llegar su mensaje a la ciudad arévaca de Segontia, la actual Sigüenza. Desde allí a Luzaga apenas se tardan tres horas en bicicleta —o a caballo— por las antiguas rutas celtíberas, y un mensajero habría alcanzado Luzón y las aldeas intermedias en dos horas y media, extendiendo la llamada de auxilio. Aproximadamente en la mitad de este camino por el territorio lusón, cuando se rebasa Aguilar de Anguita, encontramos sobre una loma la cerca de piedra de un campamento romano, que se conserva íntegra. La dimensión del mismo da idea del número de efectivos que acampó allí, y el protagonismo que tuvieron los lusones en las primeras guerras celtíberas.

Tenemos por tanto una Numancia cercada en desesperada petición de ayuda, y un contingente de guerreros lusones a punto de ir en su ayuda. Pero aquí es donde el relato empieza a torcerse. Primero, porque ninguna fuente romana, únicos que nos hablan de estos guerreros, especifica su número exacto. La cifra de 300 es una invención de Juan de Mariana, teólogo e historiador del siglo XVI, y un propagandista de tomo y lomo que sin duda fue pionero en intentar añadir grandeza a un país narrando sus hechos históricos de manera épica. Un nacionalista de antes de que se inventara el nacionalismo. Pocas dudas caben de que copió el número de guerreros de las Termópilas para dotar de prestigio a la acción de los lusones y engrandecer el cerco de Numancia, al que añadió también muchos detalles que hoy se continúan contando como si realmente fueran históricos, cuando son invenciones del propio Mariana.

Los guerreros lusones, y esto sí es histórico, no corrieron mejor suerte que los de Leónidas, aunque su final fue menos épico. El consejo de ancianos de Lutia no estaba muy conforme con que se combatiera a los romanos, que habían prometido mantenerlos en el poder si les pagaban tributo. Denunciaron la movilización de los suyos para mantener sus privilegios, y el general Escipión Emiliano, o un destacamento enviado por él llegó a Lutia, cogió desprevenidos a los guerreros, los hizo prisioneros sin lucha, y luego mandó que les cortaran ambas manos. Debemos suponer que haría llegar la noticia a Numancia, esperando que sus defensores se desmoralizaran y rindiesen. Pero los numantinos eligieron suicidarse en masa en lugar de rendirse cuando supieron que no iban a recibir refuerzos.

Podemos suponer que cuando los últimos defensores de Numancia supieron que los lusones no llegarían para asistirles, eligieron ser fieles a la devotio, un vínculo que los unía a su líder hasta la muerte. O podemos copiar a los propagandistas griegos y a Juan de Mariana y afirmar que, como Leónidas, defendieron la libertad de las naciones celtíberas y su derecho a gobernarse a sí mismas frente al invasor romano. Sería una mentira no muy distinta que la difundida por los contemporáneos de Leónidas, y que dejaron como secundaria de su historia Miller en su cómic y Snyder en su peli.

Lo cierto es que igual bajo los guerreros celtíberos, que bajo los espartanos, sobrevivió un pueblo de campesinos y ganaderos, esclavos y siervos sometidos a la aristocracia guerrera. Cuando Numancia fue vencida, Escipión Emiliano impuso como tributo a la ciudad entregar nueve mil sagum anuales. Nueve mil capas de lana celtíberas para vestir a las legiones que desde luego no tejieron los numantinos que se suicidaron, ni los lusones mancos, pero tampoco los consejos de ancianos que traicionaron a sus propios guerreros. Fue el pueblo común, siervo y esclavo, que seguramente no encontró diferencia entre tejer para un tirano celtíbero o para uno romano. Los 300 de Guadalajara no eran trescientos, y ni siquiera eran de allí porque esa provincia no estaba ni cerca de existir. Tampoco eran 300 en las Termópilas, sino entre siete o diez mil combatientes de diferentes procedencias, más todos los ilotas que preparaban la comida, lavaban la ropa y realizaban las tareas cotidianas para los combatientes. Los admirados héroes eran tiranos, el pueblo bajo su gobierno esclavo.

Pero qué difícil se hace hoy pensar en los numantinos, en los lusones o en los espartanos como tiranos. Qué complicado entender que la épica de las Termópilas, la de Numancia, no es más que la propaganda de unas élites no muy distintas a las actuales, representadas por ricos como Donald Trump o por los partidos de extrema derecha europea. Hoy vuelven a presentarnos la condición nacional, la fuerza física, y la pureza de la raza blanca como condiciones a admirar. El superhéroe, el superhombre, el de los burpees. Es cuento viejo que nos resulta fácil creer porque llevamos milenios creyendo que nosotros los ciudadanos comunes fuimos de los 300, y no de los ilotas que los servían, y que no alcanzaron la gloria de ser recordados. Nosotros los tejedores de capas que nunca empuñaron una espada. Nuestra historia, que aún debería pertenecernos, tiene que leerse despojada del discurso con el que la adornaron propagandistas al servicio del poder como Juan de Mariana, y volver a leerla con mirada crítica y objetiva. Porque si no lo hacemos pronto volveremos a estar bajo el poder de los tiranos y les llamaremos de nuevo libertadores.

SUSCRIPCIÓN MENSUAL

5mes
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL

35año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 
 

SUSCRIPCIÓN ANUAL + FILMIN

105año
Ayudas a mantener Jot Down independiente
1 AÑO DE FILMIN
Acceso gratuito a libros y revistas en PDF
Descarga los artículos en PDF
Guarda tus artículos favoritos
Navegación rápida y sin publicidad
 

9 Comentarios

  1. La historia consiste en juzgar los hechos en su contexto. En la antigüedad existía la esclavitud, igual en el Imperio Persa, que tenía muchas cualidades admirables, por otro lado, que en las polis griegas. Pues sí, es verdad. Y el trato que daban los espartanos a los ilotas era particularmente brutal. Pero la civilización que dio lugar a los derechos del hombre, a la democracia moderna, nació en Grecia, no en el Imperio Persa que pretendía conquistarla. Y las leyes en las que se codificó la abolición de la esclavitud y el sufragio universal descienden del derecho romano.

    • Los nacionalistas no juzgan la historia, se la inventan para que tenga influencia en el presente. Por eso el articulo es tan bueno, porque no es que juzgue el pasado sin contexto, sino que critica su uso fraudulento por los supremacistas. No está cuestionando tanto a los espartanos sino a Miller, Snyder, Mariana, Llados o Trump.

    • siso Oubi

      La abolición de la esclavitud, el sufragio universal y la democracia tienen tanto que ver con Esparta, Grecia y Roma como el culo con las témporas. Pareces insinuar que estos derechos aparecían como un germen misterioso en esas antiguas sociedades, oculto y preparado para en el futuro parir la democracia. Como si la «cultura occidental» tuviera un ADN especialmente humanitario y democrático, como si fuera superior a las demás civilizaciones. Muy al contrario, la brutalidad imperó tanto o más en Occidente que en el resto del mundo. Si hoy gozamos de un bienestar bastante envidiable no es por misteriosos influjos del pasado, si no por factores como el enriquecimiento proporcionado por la esclavitud y el colonialismo, que permitieron el desarrollo de la industria, que a su vez trajo el nacimiento y fortalecimiento de la clase obrera; fueron las luchas de esta clase obrera las que mejoraron la vida y las leyes para la mayoría social.

      • No tienen un germen misterioso, tienen un germen evidente, como sabe cualquier persona que haya estudiado historia o sea mínimamente ilustrada, cosa que entiendo que no es su caso.
        El redescubrimiento del derecho romano, a finales del Medievo, fue básico para la construcción de los estados modernos de Europa, y la base para la separación entre las leyes civiles y religiosas. Sin derecho romano, lo siento, no habría habido Declaración de los derechos del hombre. No me voy a extender sobre la igual relevancia de Grecia y Roma en la eclosión cultural del Renacimiento, en el humanismo y en cómo eso impulsó una nueva concepción de la dignidad humana que, a la larga, impulso el abolicionismo de la esclavitud o la vindicación de los derechos femeninos. No se lo voy explicar aquí, porque sería muy largo y, francamente, lo tendría que haber aprendido en el instituto.

        • siso Oubi

          Por supuesto, es muy creíble: la civilización europea, la del señor Roberto y casualmente la mejor, contenía ese germen evidente de amor por la humanidad y por la libertad. Eso sí, lo tuvo bien oculto durante milenios, mientras se arrastraba por el feudalismo, las guerras de religión, las persecuciones religiosas, las conquistas genocidas, el colonialismo depredador, la esclavitud y la brutalidad de la era industrial. Afortunadamente, en el s. XVIII se puso de moda releer a los clásicos y la gente se dijo: «vaya, debemos ser más humanitarios e igualitarios, como en la Antigua Roma y en la Antigua Grecia». Gracias a eso se prohibió la esclavitud, inexistente como sabemos en nuestra gloriosa Antigüedad, y se reconocieron los derechos humanos. Básicamente, esa es su postura, Roberto; le felicito por haber asistido al instituto y haber memorizado las enseñanzas de la época, pero no debería quedarse usted ahí: un adulto necesita ser una persona crítica, razonar sobre lo que ha aprendido, incorporar nuevos datos y, sobre todo, asimilar que quizá estas descripciones grandiosas y eurocéntricas son un tanto sospechosas. Recuerdan un poco a la España franquista con un destino en lo universal. Las conquistas sociales y la mejora de las condiciones de vida de los desfavorecidos no se produjeron por un misterioso influjo humanista, no las trajo ningún presunto espíritu primigenio europeo amante de la justicia: se consiguieron gracias a la lucha de las personas trabajadoras. Estos nuevos derechos se escribieron utilizando las formas del derecho romano porque son las conocidas en nuestra cultura, pero si la revolución industrial y las luchas obreras se hubieran dado en China se hubieran escrito en un código confuciano. Y con la democracia lo mismo: suponer que para su aparición en Europa tuvo más importancia la existencia de un sistema similar en una polis griega hace dos milenios que las luchas por el poder de las nuevas clases sociales, es ridículo.

    • E.Roberto

      El imperio persa no se despertó de un día para otro con las ganas de conquistar Grecia; fue la respuesta violenta a otra violencia por parte de nuestros amadísimos y civilizados griegos: la represión contra dos ciudades, sólo dos dentro de tantas otras con idioma común en Asia Menor que hoy es parte de la Turquía. (Se me escapan los nombres, tal vez Efeso fuese una). La Historia nos llegó como dos ciudades jónicas que querían ser “libres”, con todo lo que este concepto conlleva y comenzaron matando a los persas que gobernaban esas dos polis jónicas, con las otras por lo visto en paz hasta ese momento. La jonia asiática era un enclave cultural distinto, ya que estaba en territorio persa, y acá habría que tener en cuenta que así como los rios o montañas, los mares delimitaban la posesión de un imperio milenario, sin importar que idioma hablaban o que costumbres tenían, solo bastaba que fueran pacíficas y pagaran los impuestos como lo seguimos haciendo hoy, un imperio del cual poco sabemos gracias al otro heleno amadísimo, Alejandro Magno que no dejó piedra sobre piedra de ciudades milenarias, un joven hiper activo, violento y probablemente alcoholizado que terminó para mayor ironia orientalizado, un griego de perifería que habrá leído, ademas de las reflexiones de su tutor Aristóteles, Tucidides, que nos dejó un retrato de los “orientales” más que problemático: personas de poco fiar, ignorantes, atrasados, amorales, traidores, homosexuales, falsos etc. etc. Estos amantes de la “libertad” pidieron ayuda a sus parientes de la costa de enfrente, lo que me hace sospechar (La Historia no lo dice) que sus consaguineos en tierras persas no estaban de acuerdo con tal revolución… y se armó la gran bola de nieve con los resultados geopolíticos que todavia hoy seguimos pagando: los problemas con el Medio y Lejano oriente. La apoteósis de mi Occidente representado en esa película, Los 300, me causa vergüenza ajena.

      • Bueno, imperio milenario no era: el imperio persa era relativamente “nuevo” en la época de las guerras médicas, y se había asentado sobre las ruinas de otros imperios que había conquistado: el egipcio, el neobabilonio y el asirio. Es verdad que los persas fueron unos conquistadores bastante benévolos, para su periodo, y que no se metían en exceso en las costumbres de sus súbditos. Heredoto, un señor griego, escribió con bastante admiración sobre Ciro el grande. Me parece bastante pintoresco, la verdad, aplicar criterios morales contemporáneos a hechos históricos de tal antigüedad, me parece un simpático ejercicio de anacronismo. Pero si a usted le place llorar sobre los muy impresionantes, por otro lado, restos de Persépolis, no voy a ser yo quien le diga que no lo haga.
        300 de Frank Miller es un tebeo, no una obra de un historiador; un tebeo muy bien dibujado y muy chulo, por cierto. Y la película, un péplum actualizado entretenido. Si alguien lo ve como algo más, en fin, es que ese alguien es probablemente víctima de la deficiente educación humanística que se recibe en nuestra época.

        • E.Roberto

          Es esto lo lindo de los comentarios a los comentarios. Dentro de los dirigidos al artículo en cuestión, surgen facetas que te hacen sospechar que los propios carguen las tintas sobre un inconsciente que, como tal es misterioso. No es usted, estimado tocayo el primero que ve en los míos problemas emotivos (aqui ya entramos en el ámbito de la psicología, con su inevitable identificación segun los síntomas). Su simpático (sin sarcasmo por favor) y anterior emulador o iniciador me hizo sospechar por un tiempo que yo fuese uno que se ensañaba consigo mismo; arduas reflexiones me llevaron a la conclusión de que tomaba el uno por el todo, pues mi ensañamiento es contra mi género, el dueño de la Historia; usted dice que si me gusta llorar… o que soy un producto de mi deficiente educación occidental. Bueno, allá usted. Tendrá sus motivos (sin quererlo me meto también a psicólogo diletante), pero qué quiere que le diga, es una liberación más que feliz poder escribir sobre una utopia, como es aquella de que otro podría haber sido nuestro Occidente si reflexionáramos con mayor criticidad sobre su pasado, con sus errores y aciertos. La otra absurdidad es imaginar un planeta gobernado solo por mujeres, pues nuestro género sospecho que es autodestructivo. Con respecto a la moral que tendría que ser distinta según los tiempos según su parecer, me resisto a creerlo, pues en el fondo es una visión sobre absolutos como son el bien y el mal. Con respecto al film, la vergüenza se debió a cómo representaban a espartanos y a Jerje; aquellos más espartanos que nunca, casi en cueros y apolíneos, al otro con rasgos casi femeninos, llenos de joyas y crueldad sobre un trono rodante que lindaba en la ridiculez, una percepción debido a mi humanidad que se contempla en las Humanidades.

          • Hombre, no soy historiador, sino un mero aficionado a la Historia, la de verdad, la que aplica el métido científico, y no la que se basa en mitos y leyendas, que es la que muchos «cuñados/as» pretenden hacernos tragar; y lamento ser escéptico y no creer en paraísos perdidos ni edades de oro, ni en géneros malditos. Un breve vistazo a las biografías de gobernantes como Isabel I de Castilla, Catalina II o Isabel I de Rusia, o María Teresa I de Austria (por poner unos cuantos ejemplos eurocéntricos, pero podríamos buscarlos en otros lugares del mundo) nos muestran que ni la ambición, ni la agresividad, ni las ansias de grandeza son exclusivas de los varones. Las mujeres no han tenido tantas oportunidades, en la Historia, como los hombres para desarrollar sus instintos agresivos, pero no le quepa duda de que los tienen, y que, cuando pueden ejercerlos, lo hacen. Al fin y al cabo, solo nos diferenciamos en un único, y ridículo, cromosoma.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*