Opinión Portero delantero

Pepe Albert de Paco: A pie de obra

He seguido con el habitual interés que pongo en su obra los dos artículos que Arcadi Espada ha dedicado, en sendas entregas de su Correo catalán, a la película Recuerdos de una mañana, de José Luis Guerín, varada en los tribunales por la demanda de un particular. Espada, que ha tenido ocasión de ver la película, cuenta que ésta se nutre de las imágenes que el cineasta fue tomando del patio al que da la espalda su piso del Ensanche. Es probable (exonero a Espada de toda responsabilidad ante la idea que sigue) que Guerín se planteara la posibilidad de subvertir la procaz atonía que caracteriza a los patios traseros; o, por decirlo en fotogramas, que tratara de convertir el maullido de un gato o el chasquido de una pinza de tendedero en algo semejante a un acontecimiento. Más probable aún es que actuara movido por el principio fundacional del alpinismo; al fin y al cabo el vecindario, como el Everest, también «estaba ahí». Refiere Espada en su artículo que, en una de esas tomas vecinales sobre las que se yergue el film, aparece un hombre que toca el violín en calzones y con el torso desnudo. Días después de que se filmaran las imágenes, ese mismo hombre (del que nada conocemos salvo su efímera condición de violinista en calzones) se tiró por el balcón. Nadie que no fuera un prosista amanerado (tengo para mí que es precisamente este detalle lo que desmiente el supuesto voyeurismo de Guerín); nadie, en fin que no fuera un obsceno antológico rehuiría la evidencia de que, desde ese mismo instante, el asunto primordial del documental había de ser el suicidio del violinista. Ahora bien, dado que el cogollo temático del documental es el vecindario, Guerín resuelve que la mejor forma de encajar al violinista en el guión es ceder el micrófono a los vecinos para que ‘opinen’ del muerto. Lo que viene a continuación es la carta que Maurici Pla, hermano de la víctima, envió a La Vanguardia, y en la que denuncia que Guerín se valiera de imágenes robadas, así como  el uso narrativo que hizo Guerín del suicidio de su hermano: «Mi hermano fue filmado reiteradamente por este director de cine desde el otro lado de la calle, mientras tocaba el violín junto a la ventana, y además en ropa interior. Tras su suicidio, Guerín montó una auténtica lavandería vecinal para comentar lo que había ocurrido. Algunos vecinos que conocieron a mi hermano pudieron informarle sobre el suceso. Otros van soltando calamidades delante de la cámara: «Era un fracasado», «me cayó a medio metro», «tocaba fatal», «cada año brindamos por su muerte»… Todo el documental está hecho de mentiras y difamaciones sobre alguien a quien Guerín nunca conoció y a quien debería haber respetado desde el principio, sobre todo cuando violó su intimidad con su cámara digital sin pedir permiso». Con esto bastará. Espada, obviamente, no se limita a presentar la controversia (¡se limita, digo, como si las palabras que elige para presentarla no traslucieran un profundo sentido de la moralidad, como si la representación de esa controversia estuviera al alcance de cualquiera!), sino que clava la pértiga en ella para reflexionar sobre un tema capital en el oficio de periodista: hasta dónde se extienden los derechos que conciernen a la privacidad o, por mejor decirlo, a esa zona penumbrosa (perfectamente representada por un interior de manzana) en que lo privado y lo público retozan con relativo descaro. Retrocedamos unos años. En la película En construcción, Guerín ejecutó una pirueta semejante a la que ocupa a Espada y, por supuesto, a mí. El film trataba sobre la construcción de un edificio en el antiguo barrio Chino de Barcelona y, más que eso, sobre la humanísima polvareda que suscita entre el vecindario ese lifting urbano. También en esa filmación ocurrió un suceso inesperado: el hallazgo de unas tumbas romanas obligó a detener la obra, lo que a su vez llevó a Guerín a ‘detener’ su película, en un requiebro magistral que, básicamente, consistió en dirigir el foco hacia las osamentas, en iluminar los comentarios (por lo general, patéticos e indocumentados) de las gentes del barrio que acudían a admirar, con un punto de estremecimiento, los trabajos de arqueología. El azar ha querido que a Guerín le salga al paso otra noticia mortuoria. Hay, no obstante, dos diferencias sustanciales entre ambos sucesos, y no sé si la que más salta a la vista son los 2000 años que median entre uno y otro o el hecho de que un suicidio, en puridad, sea una ‘no noticia’. Vuelvo al artículo de Espada. A su juicio, el conflicto que enfrenta a Guerín y la familia del fallecido es, en cierto modo, el que arrastra consigo el periodismo. También las noticias constituyen un relato de carácter público que vincula nombres propios a hechos que, las más de las veces, no son sino privados. Y rara es la vez en que un periodista pregunta al protagonista de esos hechos si consiente o autoriza que su nombre figure en el corazón del relato. Bien es cierto, añado yo, que no se sabe de ningún muerto que consiente o autoriza pero la razón, digamos, periodística, para no pararse en barras no es estrictamente técnica; más bien concierne a los usos y costumbres del oficio. Sea como sea, lo que de veras es susceptible de pesaje a la hora de valorar una noticia no es la probable intromisión en el ámbito de lo privado, sino si aquello que un periódico saca a la luz es verdad o mentira. Es esta consideración la que lleva a Espada a afirmar que, a semejanza de cualquier noticia periodística, Guerín no hizo más que construir un relato público a partir de un hecho, el suicidio del violinista, cuyo carácter privado es, cuando menos, dudoso. Conociéndolo como lo conozco, es probable que a Espada se le hubiera ocurrido ilustrar ese mismo carácter dudoso con alguno de los versos de Construcción, el poema de Chico Buarque que cantó Nacha Guevara. Con este verso, concretamente: «Murió a contramano interrumpiendo al público«. O que haya previsto linkar a la Guevara tras estas palabras: «[…] tirándose por un balcón que da a una calle concurrida y a las dos de la tarde«. Ni siquiera hay que descartar la posibilidad de que haya rehuido la tentación del aderezo literario. Sobre todo, porque lo único que reprocha a Guerín es, precisamente, «la grava literaria sobre la que [la película] está asfaltada«.

La semana que viene completaré mi osadía. Sepan, hasta entonces, que eso que tanto molesta a Espada es el menor de los problemas que presenta el documental.

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7 Comentarios

  1. Le seguiré pronto con mi habitual interés pero, señor de Paco, emparrafe que así a bloque asusta a cualquiera.

  2. Muy bueno. Un saludo.

  3. Pingback: Jot Down Cultural Magazine | Pepe Albert de Paco: A pie de obra (II)

  4. Sabiondos… las imágenes no están tomadas en el patio interior, sino en la fachada de enfrente de la calle… El concepto del documental no es de Guerin, sino de dos conocidos lejanos de la familia de Manel que lo aprovechan para sus vendettas… En el documental se injuria a la madre de Manel, aunque ustedes no se hayan dado cuenta… Esta bazofia es peor que «La Noria»… Si ustedes quieren debate, debatan. Otros sentirán pura repugnancia por tanto bloguero metiéndose donde nadie les manda.

  5. Pingback: Extensiones Guerín

  6. En «La Vanguardia» del 22-08-2012, un tal Jesús Martínez Clará, para justificar lo injustificable, compara esta boñiga digital con «Blow-up». Viva la crítica, con retraso, en retraso y de retraso!

  7. mujer de la limpieza

    Antoni Marí, amigo personal de Manel Pla, acaba de publicar «Llibre d’absències», Tusquets Editors, Barcelona, 2012. Un gran libro! A ver si vamos aprendiendo, turistas con cámara, blogueros y demás…

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