El último baile Opinión

Guillermo Ortiz: Paco Llorente o la última jugarreta de Ramón Mendoza a Vicente Calderón

Cuando Paco Llorente marcó el 2-0 ante el Zaragoza y lo celebró con su apatía habitual, la de los cracks de verdad, todo el mundo estaba ya convencido de que ese chico estaba llamado a ser uno de los hombres clave del futuro del fútbol español. No se equivocaban en absoluto, aunque desconocieran las razones. Campeón de Europa Sub 21 en pleno mes de octubre, primer título de esa categoría para España, Llorente era un extremo poco goleador pero con una capacidad para el regate y una velocidad explosiva que le asemejaban de alguna manera a su tío, Paco Gento.

La explosión de Llorente había sido tardía: canterano del Real Madrid, acabó fuera de la Ciudad Deportiva, como tantos otros, por no cumplir los objetivos fijados. La tradición familiar no se había parado con su tío sino que sus hermanos, Julio, José Luis y Toñín, luchaban con mayor o menor éxito por hacerse un sitio en las secciones de fútbol y baloncesto. En su caso, ningún enchufe valió y Paco empezó el clásico peregrinar del joven que no se rinde por el fútbol regional: Urbis, Móstoles, Atlético Madrileño, y, ya a los veinte años, algunos minutos insustanciales con el Atleti, cortesía de Luis Aragonés, principalmente en la extinta Copa de la Liga.

A partir de ahí, lo dicho: el éxito y los elogios. El campeonato de Europa junto a aquella generación de los Ablanedo, Sanchís, Eloy, Eusebio o Roberto… los primeros partidos como titular en el Atlético y la culminación en la exhibición contra el Zaragoza, doce de octubre de 1986, fiesta del Pilar, Llorente cayendo a banda derecha o a banda izquierda y desbordando una y otra vez sin que nadie pudiera pararle, combinando técnica con fuerza y esa sonrisa de pillo, del listo de la clase en un equipo que, por lo demás, vivía en el filo, como siempre: a Luis Aragonés le había sustituido Vicente Miera, y a las trece jornadas de liga, a Vicente Miera le sustituyó su segundo, Martínez Jayo, y posteriormente el propio Luis Aragonés.

Eran tiempos de Vicente Calderón. Los últimos tiempos, de hecho, previos al desembarco de los Gil al siguiente verano. El viejo presidente se frotaba las manos con esa joya imprevista después de la traumática venta de Hugo Sánchez apenas un año antes. El contrato del chaval era un chollo, además, uno de los jugadores peor pagados de la plantilla y que así lo sería durante las siguientes cuatro temporadas. Es lo que tiene fichar a gente desesperada. Lo único que le preocupaba a Calderón eran los asesores, los abogados de Dorna, empeñados en revisar cada detalle. Probablemente, Llorente fue de los primeros jugadores con una importante maquinaria legal y de asesoría detrás… y pronto se supo que el contrato no era tan chollo y que el chaval no estaba tan desesperado.

Todo surgió a la vuelta de la final contra Italia, en plena crisis del Atleti. Primeros de diciembre de 1986, víspera del partido en casa contra el Madrid. Llorente es titular pero cada vez que toca la bola le pitan. Ya no es el niño mimado, es el traidor. Dorna ha hecho público —y todos los medios han corrido a publicarlo que, según la legislación laboral en materia deportiva, su representado puede abandonar el Atlético por solo cincuenta millones de pesetas, una cantidad importante si se toma de manera aislada en el contexto de los 80 en España, pero un regalo para un jugador con un futuro aparentemente sin límites en tiempos donde los extranjeros apenas suponían el 10% de la plantilla y el talento patrio se buscaba por tierra, mar y aire.

El decreto que amparaba la filtración de Dorna y que de repente llenaba portadas y portadas era el 1006/1985, aprobado justo antes de la firma del contrato entre Llorente y Atlético de Madrid y que establecía que la «libre voluntad» del jugador ya era suficiente para rescindir el contrato… siempre que los tribunales fijaran una indemnización equivalente al daño creado al club de origen y relacionada con los emolumentos pagados al jugador. Era difícil para el Atleti demostrar la enorme importancia de Llorente en el equipo teniendo en cuenta que esa temporada 1986/87, el extremo cobraba un millón y medio de pesetas más primas.

No en vano, a cambio de ese sueldo tan bajo, los representantes se habían adelantado y habían fijado de antemano esa indemnización en los citados 50 millones, sin necesidad de que mediara juez alguno.

A partir de ahí surgió el pánico en el fútbol español. Legalmente, cualquier jugador podía abandonar su equipo e irse a cualquier otro con solo poner el caso en manos de la magistratura. Fueron tiempos de zozobra y acuerdos bajo mano entre los clubes para no pisarse la manguera. Sin embargo, lo de Llorente ya estaba hecho. Dorna había filtrado un supuesto interés del Barcelona mientras cerraba por completo el fichaje con el Real Madrid para la siguiente temporada. Ramón Mendoza se la volvía a jugar a Vicente Calderón, que fallecería pocos meses después de un ataque al corazón a punto de cumplir setenta y cinco años. Desde entonces tendría que dedicarse a tocarle las narices a Jesús Gil, cosa no demasiado complicada.

Por supuesto, Llorente no volvió a jugar aquella temporada con el Atlético. Su último encuentro fue en Sevilla, ante el Betis, un 2-1 que dejaba a los colchoneros aún más lejos de puestos europeos en lo que se consolidaba como una temporada horrible. Luis Aragonés intentó recuperarlo, como mínimo cara a la galería, con las clásicas declaraciones tipo «Si se gana un puesto en los entrenamientos, jugará» o «mientras sea jugador del Atlético de Madrid hay que apoyarle» para acabar reconociendo que Llorente no era Hugo Sánchez, que no soportaba la presión igual y que mejor era dejarlo en el banquillo o en la grada.

Calderón, directamente le dijo a Dorna: «Por mí os lo podéis llevar cuando os dé la gana».

Finalmente, el Real Madrid, como responsable subsidiario, abonó los cincuenta millones y todos los contratos profesionales se llenaron de las llamadas «cláusulas de rescisión», un fenómeno inaudito hasta la época pero que de la noche a la mañana se hizo indispensable, llegando a abusos, especialmente con jugadores jóvenes, difíciles de justificar legalmente y que requirieron un nuevo convenio colectivo para evitar que asalariados que no cobraban ni cien mil euros al año tuvieran una cláusula de rescisión cien veces mayor.

En cuanto a Paco Llorente, el hombre que abrió el melón, su carrera con el Real Madrid fue, en el mejor de los casos, errática. Empezó de manera fulgurante, superando defensas del Oporto en la Copa de Europa… pero pronto se cruzaron las lesiones y la competencia brutal en las bandas: no iba a quitarle a Gordillo la titularidad por la izquierda ni a Míchel por la derecha. Carecía de calidad y carisma para discutirle el puesto a Butragueño y no era goleador, así que no podía sustituir a Hugo Sánchez. En su primer año, jugó siete partidos como titular y otros veinte como suplente, entre ellos los dos ante el PSV Eindhoven en la nefanda eliminatoria de semifinales de la máxima competición europea.

El revulsivo había fracasado como tal y la eterna promesa nunca se convirtió del todo en realidad: en la 1988/89 fueron doce las titularidades, incluyendo el 5-0 en Milán, un resultado que acaba con la carrera de cualquiera. En los dos años siguientes, plagados de pequeñas y no tan pequeñas lesiones, especialmente un síndrome de Menière que le provocaba vértigos e inestabilidad, sumó seis titularidades más y un solo gol. Por intentarlo, lo intentó incluso brazo en cabestrillo, de nuevo ante el Milan al año siguiente, pero solo la llegada de Leo Beenhakker a mitad de la temporada 1991/92 pareció insuflarle algo de aire nuevo. El entrenador que le había traído del Atleti le volvió a colocar de extremo, le dio confianza, y con él, Llorente enlazó diez partidos consecutivos como titular en liga, algo que no había conseguido desde su primera temporada en el Atleti, antes de las zozobras, cuando llegó a once y dejó de contar.

La marcha de Beenhakker tras la debacle de Tenerife en la que Llorente no participó, lo hizo Alfonso, evitando así el enfrentamiento con su hermano Julio, hizo que «El lechuga» volviera a sentirse algo más solo en el vestuario madridista, un vestuario de egos, cochazos y urbanizaciones en La Moraleja que no encajaban demasiado bien con su forma de entender la vida. Finalmente, en 1994, tras dos años casi en blanco, se fue del Madrid. Benito Floro no había confiado en él y cuando lo había hecho, parecía que el pobre Llorente seguía con el gafe encima: dos derrotas en el Camp Nou, la última de ellas por 5-0 en su penúltimo partido como titular.

A partir de ahí su camino recuerda al que vivió de chaval, solo que en vez de Urbis y Móstoles tocó recorrerse España en busca de una oferta decente, que le llegó del Compostela. Los dos primeros años los pasó entre médicos, como le había pasado en Madrid. Ya entrado en la treintena y de nuevo en el lateral, volvió a reencontrarse como futbolista, coincidiendo con los mejores años de aquel Compos de Fernando Vázquez, con Fabiano, Ohen y Nacho como estrellas y Falagán en la portería. Fue precisamente su última temporada la que más minutos le vio sobre el campo: entre 1997 y 1998, Llorente jugó hasta veintinueve partidos, doce de ellos como titular… incluidos los dos de la promoción que su equipo perdió con el Villarreal. Nunca fue un héroe. Nunca volvió a Das Antas. Pasó a la historia y cambió el fútbol, sí, pero no como a él le habría gustado.

En total, tras trece temporadas en Primera División quedaban en su registro doscientos treinta y ocho partidos, ciento veintiuno como titular… y solo dieciséis goles. Toshack declaró una vez: «Es el jugador más rápido al que he entrenado nunca». Demasiado rápido, quizá. Tan rápido que llegó a las portadas cuando aún no estaba preparado y ya no supo volver.

A Dorna, al menos durante los 90, le fue muchísimo mejor.

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8 Comentarios

  1. No sabía yo de dónde habían salido las tristemente famosas cláusulas y resulta que fue Paco Llorente…Esta historia es digna de una pregunta de Trivial. Gran post, Guille, como siempre.

  2. Curioso como son jugadores poco mediaticos los que al final cambian la historia del futbol. Otro fue Bosman.

  3. Cuando Paco Llorente llegó al Compostela sus rodillas habían acumulaban muchas lesiones, y por encima, en su primera temporada en Santiago, volvió a padecer la temida «tríada». Pese a que jugó de forma intermitente, su rendimiento fue bueno y en lo personal dejó un excelente recuerdo.
    Otra cuestión, el Compostela no perdió ninguno de los dos partidos en aquella promoción contra el Villarreal; empató a cero en el Madrigal y a uno en San Lázaro.
    Guillermo, enhorabuena por el artículo. Bien está que se recuerde a futbolistas que, pese a tener un muy buen nivel, no alcanzaron la condición de estrellas.

    • mayerclick

      El artículo dice: «…incluidos los dos de la promoción que su equipo perdió con el Villarreal». Es decir, lo que perdió es la promoción y no los dos partidos. Que es lo que ocurrió. Está perfectamente escrito.

  4. Cuando Paco Llorente llegó al Compostela sus rodillas acumulaban muchas lesiones, y por encima, en su primera temporada en Santiago, volvió a padecer la temida “tríada”. Pese a que jugó de forma intermitente, su rendimiento fue bueno y en lo personal dejó un excelente recuerdo.
    Otra cuestión, el Compostela no perdió ninguno de los dos partidos en aquella promoción contra el Villarreal; empató a cero en el Madrigal y a uno en San Lázaro.
    Guillermo, enhorabuena por el artículo. Bien está que se recuerde a futbolistas que, pese a tener un muy buen nivel, no alcanzaron la condición de estrellas.

  5. En el PC Futbol tenia 97 de velocidad o asi. Una bala.

  6. Pingback: Toñín Llorente en Iniciador Burgos » Blog de Samuel Casado · Becario antes que empresario

  7. Pingback: La Quinta del Buitre: futuro, presente, pasado (II) | Ecos del Balón

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