Música

Vuelve la canción protesta (y ahora es funky)

Las bailarinas de Beyoncé en la Super Bowl 50. Fotografía de Beyoncé en Instagram.
Las bailarinas de Beyoncé en la Super Bowl 50. Fotografía de Beyoncé en Instagram.

Año 1939, Billie Holiday canta «Strange Fruit»: «Los árboles del sur tienen fruta extraña, sangre en las hojas y sangre en las raíces, cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña, fruta extraña colgada de los álamos».

Año 2016. A Tribe Called Quest en «The killing season»: «Debe ser temporada de asesinatos, en el menú, fruta extraña».

Más de setenta y cinco años después de que Billie Holiday elevara su ronca voz en contra de los linchamientos de negros en el sur de Estados Unidos, la música negra vuelva a alzar la voz contra un racismo que no ceja. Después del Movimiento de los Derechos Civiles, el Black Power, Rodney King y O. J. Simpson, el país que atesora la palabra libertad como si la hubiera inventado sigue envuelto en una creciente tensión racial y la victoria de Donald Trump no hace sino confirmarlo. Si Marvin Gaye, Sly & The Family Stone, Stevie Wonder o Curtis Mayfield fueron las voces que se preguntaron qué estaba pasando en la comunidad negra en los setenta y Public Enemy convirtió al rap en la «CNN de los negros» en los ochenta, ahora una nueva generación, alrededor del movimiento Black Lives Matters, con figuras como Kendrick Lamar, Beyoncé, Solange, D’Angelo o Common, hace lo propio a la vez que lidera el resurgimiento de la nueva música de protesta negra.

Todo comenzó cuando el 13 de julio de 2013 un jurado predominantemente blanco absolvió a George Zimmerman del asesinato de Trayvon Martin. Zimmerman era el encargado de la guardia vecinal de su barrio, administrada por la policía local, y había disparado a Martin, de diecisiete años y desarmado, al considerarle sospechoso. Black Lives Matters nació a partir de ese suceso como una campaña online y no tiene ninguna jerarquía, siendo un movimiento totalmente descentralizado que busca señalar que, en pleno siglo XXI, todavía no todos son iguales y hay que hacer ver que «las vidas negras importan». Pero fueron las muertes y posteriores protestas tras los asesinatos en 2014 de Michael Brown en Ferguson y Eric Garner en Nueva York los que dieron total visibilidad al movimiento, lo que hizo que el país y el mundo entero conocieran los numerosos casos de jóvenes negros asesinados por la policía, nombres como los de Jonathan Ferrell, John Crawford, Ezell Ford, Laquan McDonald, Akai Gurley, Tamir Rice, Eric Harris, Walter Scott, Freddie Gray, Sandra Bland, Samuel DuBose, Jeremy McDole, Alton Sterling o Philando Castile.

A partir de entonces muchos músicos comenzaron a entregar trabajos en sintonía con el movimiento. El primero fue D’Angelo, la cara visible de lo que se conoció como neo soul a finales de los noventa y principios del siglo XXI que volvía, tras catorce años de ausencia, con un disco llamado Black Messiah en el que se encontraba uno de los primeros himnos del movimiento, «The Charade», en el que se lamentaba «todo lo que queríamos era una oportunidad para hablar, a cambio solo conseguimos que dibujaran nuestra silueta con una tiza». Su explicación del título del disco, «Black Messiah» («Mesías negro»), durante su presentación dejaba bien claro su afiliación con Black Lives Matter: «El título se puede malinterpretar, muchos pensarán que trata sobre la religión. Otros llegaran a la conclusión de que me estoy llamando a mí mismo “Mesías negro”. Pero, para mí, el título es sobre todos nosotros, es sobre el mundo. Es sobre una idea en la que todos podemos aspirar a ser un mesías negro. Es sobre la gente que se está levantando en Ferguson y en Egipto, es sobre Occupy Wall Street! y sobre cualquier lugar en el que una comunidad ha decidido que ha tenido suficiente y decide que el cambio suceda. No es sobre un líder carismático sino celebrar a miles de ellos».

Su lanzamiento se adelantó a diciembre de 2014 porque, según el propio artista, era el momento adecuado. Con EE. UU. envuelto en un clima de tensión racial como hacía mucho tiempo que no conocía, con las muertes a manos de la policía de varios jóvenes negros, con disturbios por todos los lados y una tensión que recordaba a la de principios de los años setenta cuando Marvin Gaye se preguntaba What´s Going On («¿Qué está sucediendo?») y Sly & The Family Stone le respondían There´s a Riot Goin’ On («Un disturbio es lo que está sucediendo»), un artista afroamericano volvía a tomar el pulso de la realidad social de su comunidad.

Una enciclopedia de la música negra

El siguiente paso iría todavía más allá, Kendrick Lamar lanzaría To Pimp a Butterfly el 15 de marzo de 2015. El rapero de Compton, un conocido suburbio de Los Ángeles de mayoría afroamericana, ya tenía una obra maestra en su bolsillo, Good Kid, M.A.A.D City, pero To Pimp a Butterfly era un disco tan ambicioso que hizo parecer pequeña aquella maravilla. En él Kendrick amplió su paleta, su disco ya no era una película sobre Compton, sino una enciclopedia sobre la historia, la música y la lucha de los negros norteamericanos. Un disco «tan negro como el corazón de un ario», como dice en una de sus canciones, que toca todos los palos de la música negra de los últimos cien años, del jazz al funk, del soul al hip hop. Por momentos huele al  Bitches Brew de Miles Davis, por otros al We Insist! Freedom Now Suite de Max Roach, lo mismo recuerda a Parliament (no en vano aparece el mismísimo George «Dr. Funkenstein» Clinton) que a esa magistral revisión gangsta que hizo Dr. Dre en los noventa (otro que también aparece), también hay aromas a Prince, D’Angelo (con cuyo Black Messiah guarda cierta relación) y a los Outkast de Stankonia y The Love Below. Pero todo pertenece a Kendrick Lamar por los cuatro costados.

Entre las canciones más destacadas se encuentran «King Kunta» en la que Lamar se identifica con el personaje de Kunta Kinte de la novela del autor afroamericano Alex Haley Raíces, que tuvo una exitosa adaptación televisiva bastante popular en la España de finales de los setenta, y que era un esclavo africano que no quiere desprenderse de su nombre africano y al que tras varios intentos de fuga le cortaban un pie para prevenirlo. Más polémica fue «The Blacker the Berry», una canción en la que el rapero de Compton trata sobre el racismo en EE. UU. Cada verso comienza con «Soy el mayor hipócrita de 2015» y es una fuerte defensa de la negritud con frases como «vengo del fondo de la humanidad, mi pelo es en rastas, mi polla es grande y mi nariz ancha y aplastada. Me odias, ¿verdad? Odias a mi gente y tu plan es acabar con mi cultura». Pero el final deja abiertas muchas puertas, «¿por qué lloro cuando veo a Trayvon Martin tirado en el suelo, cuando una banda callejera me ha hecho asesinar a un negro mucho más oscuro que yo? ¡Hipócrita!». Lamar pone el dedo en la llaga de la hipocresía de muchos que ven la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio. «I», la canción que sirvió como primer single del disco, es un himno de empoderamiento negro y autorrespeto, pero la canción que más firmemente ha quedado asociada a Black Lives Matter fue «Alright», que se convirtió en el himno no oficial del movimiento en todas las protestas que siguieron al disco, lo que hizo que muchos llegaran a afirmar que estábamos ante el nuevo «We Shall Overcome» o «Blowin in the Wind» del siglo XXI.

A ello han ayudado dos actuaciones televisivas que han alcanzado la categoría de míticas, la primera se produjo el 28 de junio de 2015 en la 15.ª ceremonia de los BET Awards, en la que Lamar apareció sobre un coche de la policía lleno de grafitis, flanqueado por una gigantesca bandera estadounidense. Desde la conservadora cadena de televisión Fox la calificaron como «repugnante» y afirmaron que el hip hop había hecho más daño a los afroamericanos que el racismo. La siguiente interpretación de «Alright» fue en febrero de 2016 en la ceremonia de entrega de los Grammy, allí, junto a «The Blacker the Berry» y una canción inédita, Lamar ofreció la que Billboard calificó como «una de las mejores actuaciones en la historia de la televisión». Saliendo al escenario esposado, junto a otros prisioneros negros y con los miembros de su banda actuando detrás de rejas, Lamar improvisó unas nuevas rimas «el 26 de febrero (fecha de la muerte de Trayvon Martin) yo también perdí mi vida, es como si estuviera en una pesadilla oscura, hay gritos grabados, dicen que se oye distorsionado pero todos saben quién es». Al final de la actuación, la palabra «Compton» aparece sobreimpresionada sobre el continente africano. King Kendrick vuelve a los orígenes, utilizando la música negra como rompedora de cadenas y denunciando la encarcelación masiva de afroamericanos en EE. UU.

El día que Beyoncé se volvió negra

Pero si el movimiento de Lamar fue el más osado, el más sorpresivo fue el de Beyoncé. Y es que no es lo mismo que un rapero (por muy famoso que sea) se pronuncie sobre el racismo a que lo haga la mayor estrella de la música en Estados Unidos en estos momentos. Y no en cualquier sitio, sino durante la emisión televisiva más vista a nivel nacional, con más de ciento quince millones de estadounidenses viendo a la actual «reina del espectáculo» aparecer rodeada de varias bailarinas vestidas al estilo Pantera Negra y hacer una demostración de orgullo de sus raíces negras «me gusta mi nariz negra con sus fosas nasales a lo Jackson 5» (una referencia a la menguante nariz de Michael Jackson) que, incluso, tuvo una referencia en la coreografía a Malcolm X. Aunque pueda parecer increíble, la actuación creó una tremenda polémica solo por el hecho de que una artista negra hiciera gala de su herencia negra. Con la aparición del vídeo de la canción, que comenzaba con la cantante sobre un coche de policía hundido en el Nueva Orleans del Katrina, la histeria se desató. Tanto es así que en el Saturday Night Live hicieron una parodia sobre el día en el que «Beyoncé se volvió negra» con gente blanca perdiendo la cabeza al descubrir que su artista favorita es, y se proclama, negra.

Pero lo mejor estaba por llegar, «Formation» solo era un aperitivo del mejor disco de la carrera de Beyoncé. El 23 de abril de 2016 aparecía Lemonade, un disco acompañado por una especie de película que emitió la HBO, que demostraba que la artista que había dominado las listas de éxitos durante el siglo XXI se pasaba al formato del LP. Lemonade es un disco que se siente orgulloso de serlo, en el que se nota una unidad, no solo temática, sino musical y, lo que es más importante, una ambición de hacer algo más que singles pegadizos. Y es que en un momento en el que el disco como formato parecía algo devaluado está bien que alguien como Beyoncé saque un disco como este, porque como dijo el añoradísimo Prince en la entrega de los Grammy del año pasado: «Los discos, como los libros y las vidas de los negros (haciendo un homenaje al movimiento Black Lives Matter), todavía importan».

En Lemonade el nexo de unión parece ser la infidelidad de su marido, el rapero Jay Z, pero lo que se impone de verdad es una nueva versión de aquello que decía James Brown a finales de los sesenta, «soy negro y estoy orgulloso de serlo». Como en los discos de D’Angelo y Kendrick Lamar (que también colabora en Lemonade), Beyoncé hace un recorrido por muchos de los estilos de la música afroamericana y saca un discurso de positivismo sobre su raza que resuena alto. No en vano uno de los momentos más recordados de la película que lo acompaña es cuando Beyoncé saca a las madres de Michael Brown, Eric Garner y Trayvon Martin. Un gesto que luego repetiría cuando las invitó a la ceremonia de los premios MTV. En momentos en los que la comunidad negra sigue estando segregada, no por ley, sino por condición social y en el que las únicas opciones que les ofrece su país para salir del gueto son triunfar en los deportes o en el mundo del espectáculo, está bien que la mayor estrella del momento saque cosas como a Hattie White, la abuela de noventa años de Jay Z diciendo: «He tenido mis altos y bajos, pero siempre he encontrado la fuerza interior para levantarme. Me sirvieron limones pero yo hice limonada».

Un sitio en la mesa

Claro que, a pesar del gran disco que es, no sé seguro si es el mejor que la familia Knowles ha realizado en 2016. Y es que el 30 de septiembre de 2016, su hermana pequeña Solange sorprendía al mundo con el espléndido A Seat at the Table, su tercer disco de estudio. El disco que está más claramente apoyado en los principios de Black Lives Matter, desde su título, basado en un poema del poeta y activista social de mediados del siglo XX, Langston Hughes, que dice así:

Yo también canto a América.
Yo soy el hermano de piel oscura.
Ellos me mandan a comer a la cocina
cuando vienen las visitas.

Pero yo me río,
Y como bien,
Y crezco fuerte.

Mañana,
Yo me sentaré en la mesa
Cuando las visitas lleguen.

Entonces,
Nadie se atreverá
A decirme,
«Come en la cocina».

Además,
Ellos verán lo bello que soy
Y sentirán vergüenza-
Yo, también, soy América.

A Seat at the Table es un caramelo musical con unas canciones increíbles y una producción asombrosa, pero tan importante o más es lo que dice. Se trata de un disco en el que se nota el orgullo negro desde el primer momento, con canciones destinadas a su comunidad como la asombrosa «F. U. B. U.» (For us, by us; «Para nosotros, de nosotros»), en la que deja un mensaje muy claro: «No os sintáis mal si no podéis cantar esto con nosotros, sed felices con que tenéis el mundo entero, esto es para nosotros, este rollo es para nosotros, algo que no podéis tocar». Un mensaje que explica mejor la madre de Solange y Beyoncé, Tina, en uno de los momentos en los que aparece hablando durante el disco: «Hay tanta belleza en la gente negra y realmente me entristece cuando no nos dejan expresar el orgullo de ser negro y que, si lo haces, te traten de antiblanca. ¡No! Solo eres pronegra y eso está bien, esas dos cosas no van juntas». Parece que las hermanas han tomado buena nota de las lecciones de la madre. Otro gran momento llega con «Don’t Touch My Hair» en el que Solange dice basta a eso tan blanco de no poder resistirse a tocar el pelo afro, como si fuera lo más normal del mundo. También hay rabia, «Mad», y depresión, la increíble «Cranes in the Sky», pero todo está lleno de matices, compasión y respeto.

Claro que el disco, al igual que el movimiento, ha recibido críticas por parte de algunos medios conservadores que lo tildan de antiblanco y antipolicía, incluso se han creado movimientos similares bajo los nombres «All Lives Matter», «White Lives Matter» y «Blue Lives Matter» (por el color del uniforme de los policías estadounidenses), pero como dijo el presidente Obama «no es que estén sugiriendo que el resto de vidas no importan, sino que hay un problema específico que atañe a la comunidad afroamericana que no afecta a otras comunidades». Claro que el mismo hecho de que Barack Obama haya llegado a presidente de Estados Unidos hace que muchos medios conservadores opinen que el racismo es cosa del pasado. Algo a lo que han respondido con contundencia unos rockeros blancos, sureños para más inri, con la estupenda «What It Means»; en ella los Drive-By-Truckers lo dejan claro: «Si piensas que la raza no tiene nada que ver cuando les disparan por la espalda, supongo que quiere decir que no eres negro. Quiero decir que Barack Obama ganó y puedes elegir dónde comer, pero no se ven muchos chavales blancos sangrando tirados en la calle…».

¿Un nuevo O. J. Simpson?

Ahora ha ganado Trump y la cosa pinta muy mal, con el país dividido nuevamente por la cuestión racial, con el 58% de los blancos votando por Trump y el 90% de los negros haciéndolo por Clinton, el Ku Klux Klan montando demostraciones celebrando la victoria del multimillonario y los barrios negros de Los Ángeles, Oregon o Miami levantados en protesta. El clima recuerda mucho al que se vivió a mediados de los noventa con el juicio a O. J. Simpson, en el que, tras una larga historia de abuso policial sobre la población negra de Los Ángeles, un jurado popular de mayoría afroamericana decidió dejar en libertad por puro revanchismo al más que probable asesino de dos personas, pagando una injusticia con otra. No es de extrañar que la figura de Simpson esté en el candelero con una serie y un documental estrenados este mismo año (en el último, el magnífico O. J.: Made in America, se puede ver a un célebre líder del movimiento de los derechos civiles exclamar tras el veredicto: «¡Ahora sabéis lo que se siente!»). Lo curioso del caso es que Simpson siempre se apartó de su raza, renegando del Black Power y afirmando «yo no soy negro, soy O. J.». Algo que también parecen opinar algunos miembros ricos de la comunidad afroamericana actual, como el rapero Lil Wayne, colaborador de Solange en A Seat at the Table, que ha declarado que el movimiento Black Lives Matter no tiene nada que ver con él y que el hecho de ser un joven negro multimillonario demuestra que, en palabras textuales, «América entiende a los negros». Esperemos que no haga falta que mate a nadie para que se convierta en el siguiente O. J. Simpson.

Mientras tanto la música negra ha vuelto a su origen y se ha convertido en el canalizador de la opresión sistemática que sigue sufriendo esta minoría. Desde el surgimiento del góspel, como la música que cantaban los esclavos para aliviar su calvario, hasta la aparición del hip hop para reflejar la dura realidad de los guetos negros en las ciudades, la música negra, la que ha dado vida al rock y a la mayoría de la música popular de los últimos cien años, se ha basado de alguna forma en su manera de señalar las injusticias contra el pueblo negro. De la diatriba antilinchamientos de Billie Holiday al grito de «Combate al poder» de Public Enemy, pasando por la llamada a «prepararse» de Curtis Mayfield y los Impressions o las diatribas anti-Nixon y anti-Reagan de Stevie Wonder y Gil Scott-Heron, siempre ha habido un poso de rebeldía en la mejor música negra.

Es una buena noticia que esa llama vuelva a brillar de nuevo entre los artistas de color. Aquí solo he nombrado algunos ejemplos pero hay muchos más, del rap más político de gente como Run The Jewels, Vince Staples, YG (autor de «Fuck Donald Trump»), Vic Mensa o el espléndido regreso de los añorados A Tribe Called Quest, con el que empezaba este artículo, al r’n’b de Janelle Monae, Jamila Woods, Blood Orange, la renovada Lauryn Hill o la figura más importante del género en la actualidad, Frank Ocean, que en su esperado, y muy personal, Blond(e) ha tocado el tema de la brutalidad policial y la tensión racial de una manera sutil pero valiente.

Pero voy a terminar con una canción que mezcla ambos, hip hop y r’n’b. Se trata de «Glory», el tema que ganó el Óscar el año pasado como mejor canción original dentro de la película Selma, que trataba sobre el líder del Movimiento de los Derechos Civiles, Martin Luther King Jr. En esta canción de Common (que acaba de publicar el reivindicativo Black America Again) y John Legend se conecta aquel movimiento con el actual de Black Lives Matter, sacando a relucir a Rosa Parks, la mujer que en los años cincuenta se negó a ceder su asiento a un hombre blanco, como estaba previsto por ley, iniciando con su acción aquel movimiento: «Eso es por lo que Rosa se sentó en aquel autobús, eso es por lo que caminamos por las calles de Ferguson con nuestras manos arriba. Cuando ellos dicen agáchate, nosotros, hombres y mujeres, nos levantamos. Cuando nos dicen permanece agachado nos levantamos».

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13 Comentarios

  1. Pingback: Vuelve la canción protesta (y ahora es funky) – Jot Down Cultural Magazine | BRASIL S.A

  2. Magnífico artículo, con Trump en la Casa Blanca en cuanto se produzca un nuevo caso de la policía disparando y matando a un joven negro se va a montar muy gorda

  3. Carlos A.

    Lo he intentado con ‘Black Messiah’, y con ‘To Pimp a Butterfly’, y querría que me gustasen… Porque los he escuchado un par de veces, y me encanta esa mezcolanza de sonidos negros: free jazz, r’n’b, soul sesentero, funk a raudales… Influencias claras de Miles Davis, George Clinton, Marvin Gaye, Curtis Mayfield, John Coltrane, Ornette Coleman… Me gusta mucho, sí, mucho, pero solo hasta que llegan los momentos en que se cuela el hip-hop…. Y es que no puedo con el hip-hop. A pesar de que tengo un gusto bastante ecléctico (escucho desde The Carpenters hasta los Sex Pistols, desde Dinah Washington o Willie Nelson hasta Pearl Jam o Black Sabbath, pasando por mis amados Beatles y Bob Dylan, la música clásica y mucho blues y mucho soul), la verdad es que el hip-hop se me atragante. No sé porqué, pero no acaba de entrarme, de gustarme.

    Eso sí, como dice el artículo: es en este género, el del funk, el del soul y r’n’b más o menos moderno donde se encuentra la verdadera canción protesta de estos días.

  4. Pues hasta hace bien poco Beyoncé parecía que no quisiera que se notara su «negrura» : piel blanqueada, pelo liso y aclarado… ¿No será oportunismo?

  5. Pingback: La canción protesta ahora es funky

  6. Carlos A.

    Por cierto, ¿le vaís a dedicar algún artículo a la reciente y tristemente fallecida, grandiose Sharon Jones?

    DEP, Sharon.

  7. Pablito Aimar

    Carlos A., eres un intolerante musicalv nos das un repasito por tu cultureta muaical y obvias el hiphop ‘porque no puedes con el’…

    Ohhhhh, asi avanzo el rock, asi avanzo el punk, asi avanzo el trash metal, asi avanzo la electronica….en fin, todos los estilos diferentes a lo establecido.

    Mira, no es mi plato favorito el hiphop pero el ‘pimp a butterfly’ es un excelentisimo album, trabajadisimo, evitando lo rutinario y con mucha frescura y una produccion exquisita…..

    Espero que haya muchos otros estilos con los que ‘no puedas’…el resto los degustaremos si se nos presenta en este soberbio envoltorio sonoro

  8. Jordi_BCN

    Michael Kiwanuka. Lo mejor que le ha pasado a la musica, y no solo negra, en el Siglo XXI, y parte del XX, con permiso de Amy Winehouse.

  9. Dap Dipper

    Me uno a la petición de un artículo de Sharon Jones!

  10. Pingback: Óscares 2017 | Solo Ana

  11. Pingback: Futuro Imperfecto #23: La modificación genética humana ya ha empezado - Jot Down Cultural Magazine

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