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Andrés Calamaro: «El nuevo rock and roll debería ser Morante»

Andrés Calamaro para JD 0

«Tómate una tila», fue una de las frases que nos dijeron cuando le preguntamos en qué onda estaba Andrés Calamaro a gente que había trabajado con él recientemente. Nuestro encuentro, sin embargo, no fue accidentado, como muchos preveían. Es un tipo que intenta hablar como si estuviera escribiendo y que escribe como no debería hablar, pero la impresión es que todo esto al final le viene de raza y profesión. Detrás del acento argentino, de las gafas de sol y de las pausas dramáticas, había un discurso más sincero de lo habitual en un gremio que suele defenderse como gato panza arriba ante la más mínima duda sobre su trayectoria. El periodista Darío Manrique nos comentó que tenía la impresión de que Calamaro hacía varios discos que había decidido dejar de sufrir por el arte para no poner en peligro su vida en el proceso creativo. Nosotros no queremos invadir el terreno de los críticos y expertos musicales, pero no hemos podido resistirnos a preguntarle por los grupos de su adolescencia. No los Rolling Stones, no. Queríamos saber sobre aquellos héroes de la psicodelia argentina. Un fan de Almendra o Manal ha escrito varias de las canciones más bonitas del pop español, ¿tendrá esto algo que ver?

¿Cómo era el Buenos Aires en el que te criaste?

Me crié en un ambiente cultural muy interesante. En mi casa había buen tránsito intelectual. Crecí rodeado de buenos cuadros, escuchando las conversaciones de mi padre con el poeta Alberto Girri. Por aquel entonces servidor era cuñado de uno de los históricos Les Luthiers, Carlos Núñez Cortez. Ensayaron eventualmente en mi casa y les vi actuar cientos de veces. Tengo recuerdos infantiles de estar en su backstage en los locales donde tocaban. En verano iba con ellos a sus actuaciones en Mar del Plata o Punta del Este, en Uruguay. A veces les acompañaban artistas como Facundo Cabral o Nacha Guevara.

Mi barrio era un barrio que no era un barrio. Vivíamos en una avenida ancha, frente a la Estación Retiro, una terminal ferroviaria, y no había ecosistema de barrio. Entiendo por ecosistema de barrio a los amigos, las pandillas, las esquinas. Lo que sí que hacíamos mucho era ir al cine. Al Electric a ver wésterns en sesión doble. Eran películas italianas, spaghetti western y wéstern comedia como Trinity. Mi cowboy favorito era Ringo Wood, lo interpretaba Giuliano Gemma. Para los estrenos del agente 007 íbamos con toda la familia a cines más grandes. Antes había muchos cines, lo que pasa es que los barrios se reciclan y los cines desaparecen.

De adolescente empecé transitar la calle Corrientes. Allí estaban las librerías, las tiendas de discos raros y los bares frecuentados por intelectuales, como el bar La Paz o La Giralda. Mi gran amigo era Charlie Feiling. Íbamos con frecuencia al Cine Arte, donde ponían películas buenas. O al Cosmos 70, donde solo daban cine soviético y con el tiempo cerró para reconvertirse en un templo evangelista. Esto ocurrió con muchos cines, que han pasado a ser iglesias, discotecas o verdulerías. Pero lo que más, templos evangelistas. Será porque tenían el espacio y el escenario.

También recuerdo perfectamente El Agujerito, una tienda de discos importados muy bien elegidos. Era una delicia pararse del otro lado del vidrio a ver los discos con deseo. En la Galería del Este, ahí estaba la tienda de ropa Little Stone. Nos quedábamos parados en el escaparate viendo esas botas tejanas de colores, esos chalecos estampados con lenguas, los zuecos. Y al lado había un bar pequeñito donde podías ver a Borges o a Facundo Cabral tomando un café.

Tu adolescencia transcurre en una época de convulsión política.

No sé cómo habrá sido en España vivir la dictadura, pero puedo suponerlo. La gente también estaba indignada y casi nadie era partidario de la dictadura, pero al final con la indignación las personas terminan partidarias de cualquier cosa. Ya sea de forma directa o indirecta. Aquella fue una época peligrosa, injusta, muy complicada… No era el mejor lugar en el mundo para ser adolescente.

Nunca fui un auténtico militante ni un militante precoz. Soy del 61, para nosotros la libertad llegó en forma de porros y rock. Fue esa clase de liberación. Estaba disperso entre la música y el cine, o ir a comprar cosas viejas al barrio de San Telmo. Con la incipiente democracia de Cámpora, mi padre me llevaba a la plaza de Mayo a vivir los momentos históricos del país… y respirar un poco de gases lacrimógenos.

Estábamos en la plaza cuando Perón rompió en público con los Montoneros, los llamó «imberbes» y los echó de la plaza. Los «Montos» estaban llamando «hijo de puta» a José López Rega, El brujo; un antiguo policía y secretario de Perón que fue ganando poder y ya se había convertido en el auténtico operador en la sombra y practicaba ciencias ocultas además de perseguir a militantes de izquierda. Estuvimos aquel día en la plaza, sí, llegamos caminando por la avenida de Leandro N. Além, entramos en la plaza por el norte, donde estaba la columna de Montoneros debajo del balcón. Tenían razón, porque López Rega fue el mentor de la Triple A, que antes del golpe militar estaban reprimiendo y secuestrando con parapoliciales delictivos. Los primeros desaparecidos son de los años anteriores al dictador Videla.

Por edad, yo en esta época estaría más pendiente del precio de la Coca-Cola tal vez, pero eso fue lo que ocurrió. Perón no llegó a durar tres meses en el cargo. Cuando volvió se dejaron ver los ultras y la contradicción violenta entre diferentes grupos bajo el ala del peronismo. Pero él dijo: «El peronismo no es ni derecha ni izquierda, sino todo lo contrario». Al final, llegó prácticamente para morir y quedó su viuda, Isabel, que se supone que todavía vive en Madrid, aunque no creo que la veamos ahora pasear por este barrio. [La Latina]

La realidad también afectaba en forma de dominación policial, cuando empezaron a intimidar en los conciertos de rock. Tuve que dejar de ir a conciertos durante unos meses. La policía te pegaba al salir y al entrar.

Cumplí diecisiete años en el estudio grabando primer disco, con Raíces. Cuando volvíamos de celebrar la firma del contrato nos detuvo la policía de toxicomanía. Iban armados. Nos llevaron a la comisaría de narcóticos en la avenida Huergo, en el actual barrio exclusivo de Puerto Madero, que en aquel momento era los puertos, los docks y… toxicomanía.

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Violeta Gainza fue tu profesora de piano de niño, dijiste que enseñaba de forma revolucionaria.

Ella era una gran profesora y yo era un pequeño alumno. Nos encontramos hace pocos años en casa de mis viejos y dimos un paseo conversando un poco, era casi medianoche. Ella recordaba algunas composiciones mías precoces, que había conservado escritas en su libro de música. No solo las recordaba, sino que me las solfeó. Aunque yo no fui un gran alumno de piano. No soy un músico de generación espontánea, estaba preparado para esto por el ambiente familiar. En mi casa se escuchaba mucha música y me mandaron a tomar clases especiales de piano, pero el rock se cruzó en mi vida, como en la vida de tantos de nosotros.

Almendra, Manal, Pescado Rabioso, Sui Generis… los grupos argentinos de tu época son ahora todos joyas desgraciadamente muy desconocidas en España.

Cuando empecé a escuchar a Manal y Almendra eran grupos que ya no existían. Tenían el estatus de míticos. Escuchabas sus discos, pero sabías que no ibas a poder verlos en directo. Igual que sabíamos que —lo más probable— era que nunca fuésemos a ver a Led Zeppelin, en este caso porque eran grupos que nunca iban a hacer giras a Argentina. A Manal los escuchábamos con esa perspectiva, que les da una categoría de leyenda; una categoría que siguen teniendo, no estábamos equivocados. Habían grabado dos discos, pero cuando empecé a escucharlos sus integrantes estaban dispersos por el mundo. Claudio Gabis vive en Madrid, pero en aquella época vivía en Río de Janeiro y era vecino de Tom Jobim. Y Javier Martínez, el autor de las letras, batería y cantante del grupo, había desaparecido por Europa. Les pasó igual que a Miguel Abuelo, mi mentor, en los setenta desaparecen y no volvemos a saber de ellos por diez años. Inclusive, en los años que toqué con Miguel ni siquiera le preguntábamos por aquella «década improbable». Sabemos que grabó un formidable disco en Francia, Miguel Abuelo et Nada. Un LP fantástico grabado en el año 72, de heavy psicodelia. En Melocotón [desaparecida tienda de coleccionistas en Madrid] los Freak Brothers (los patrones de Melocotón) me dijeron que un original se valoraba mucho en Europa, tanto en dinero como en rigor histórico.

A Sui Generis los llegué a ver en su último concierto. Habían grabado su último disco, Instituciones, el primero con sintetizadores. La aparición del sintetizador es el fin de la psicodelia, en los años 73 y 74. Charly García —en esos años— hacía canciones que los adolescentes saboreamos. Y Luis Alberto Spinetta había grabado discos brillantes con Almendra y Pescado Rabioso. Yo era contemporáneo de Invisible, un trío extraordinario liderado por Luis Alberto.

Si por algo se caracterizan Almendra y Sui Generis es por la delicadeza de sus melodías. ¿Crees que ese estilo tan dulce, a veces casi naif, te ha influido en tu forma de componer?

Cuidado, porque Charlie y El Flaco, Luis Alberto Spinetta, no usaban melodías vulgares, los dos tienen una complejidad armónica interesante. Charlie resulta más melodista y El Flaco un poeta críptico. Artaud, su disco de 1973, con una portada irregular que no era cuadrada, es una biblia del rock nuestro… Alto nivel de armonías acústicas y poesía cerrada, pero luminosa.

El primer bar punk de Buenos Aires fue Le Chevalet.

Era un restaurante francés, por eso se llamaba así, y después de las once de la noche se convertía en bar punk. Yo era de la misma generación que los punks, pero para ellos nosotros éramos rockeros. En realidad, no éramos más de cien personas dentro del bar. Alguien vino de Europa y trajo «God Save the Queen». Me gustó mucho, y no deja de ser rock and roll. Chris Spedding llevó los Marshall y las Gibson para que las guitarras sonaran bien. Para mí no dejaba de ser rock fuerte, un disco de rock muy bien hecho. Pero el punk venía a romper con lo establecido, aunque muchos punks británicos seguramente estaban escuchando rock progresivo antes de «convertirse».

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El coleccionista, o más bien arqueólogo, Kike Túrmix…

Éramos vecinos en Malasaña… y buenos vecinos. Nos cruzábamos día por medio…

… decía que los grupos de punk buenos de verdad eran los que en el 77 eran tan paletos y tan brutos que todavía llevaban pantalones de pata de campana.

Si lo dijo Túrmix, va a misa. En Argentina lo que pasó con el punk fue que las figuras, los líderes del rock adulto, no reaccionaron a su aparición. No sé cómo serían los años antes de los ochenta en España, o cómo lo recordarán los rockeros españoles, pero en Argentina la escena estaba difícil. En España hubo excepciones, como La Banda Trapera o Burning. En Argentina el año 80 es un intermedio entre el polvo progresivo y lo próximo. Hay pocos asistentes, es un público tardo-hippie que rechaza cualquier novedad o cualquier gesto de modernidad, dos aspectos característicos de esa década que está empezando. Artistas con propuestas renovables son rechazados en los festivales… Ocurre con Punch y con Los Encargados.

Eso pasó en todas partes.

A los Tequila les tiraron con un fémur de vaca en Barcelona. Creo que tocaban el mismo día que Ian Dury y el público estaba impaciente. Ahora te increpan en internet. Nada comparado con contrincantes capaces de presentarse en un concierto con un hueso de vaca [risas]. Supongo que Tequila sufrió el rechazo de los antiguos, por ser modernos, y luego el de la movida, que no los tomó en cuenta porque no tenían suficiente disfraz punk.

En Buenos Aires había bastantes clubes, pero el peso histórico lo tienen Le Chevalet y el Einstein. Del primero salieron Los Violadores y del segundo, Sumo. Todavía había Gobiernos militares cuando surgen. De aquel año 80 en adelante la gente se atreve a volver y a opinar.

Luca Prodan, el líder de Sumo, llegó en el año 80 buscando una vida más saludable de la que tenía en Inglaterra. Fue a recuperarse a la serranía de la provincia de Córdoba y terminó formando un grupo. Yo seguía siendo un aspirante a músico. Además de fumar canutos y rascarme los huevos, escribía canciones. Pero me preparaba para cualquier cosa que me pudieran ofrecer. Esto podía ser tocar el repertorio de los Platters o rock progresivo. Fue muy buena experiencia tocar con una versión bootleg de Los Plateros, un repertorio dorado. Tocábamos fuera de la provincia de Buenos Aires, donde tenían un tema judicial. Principalmente en la provincia de La Pampa y un poco en el sur de Córdoba y Río Negro. El único estadounidense era Ernie, un veterano de Vietnam. Cuando teníamos una buena noche, o una suficiente borrachera, me decía que «era el hermano que nunca había tenido».

Hice más bolos en boites de Buenos Aires: Afrika y Mau Mau… Con chicos de una secta religiosa y con el moreno de Santa Bárbara… Buen repertorio.

¿Echas de menos a Pappo? [Otro músico legendario argentino, falleció en 2005]

Fue un buen amigo, lo echamos mucho de menos. Él hubiera participado en todas mis grabaciones y nos hubiéramos visto mucho. Aparte, era esa clase especial de amigo que nunca falta en los momentos complicados. Cuando las cosas van bien, él te deja tranquilo, pero cuando hace falta, él está contigo. Mi madre lo recuerda porque en épocas complicadas la llamaba para interesarse por mí. Además. era un guitarrista y un artista de gran talento, dio la pauta de que se podía cantar el blues en castellano.

Miguel Abuelo fue quien te reclutó para Los Abuelos de la Nada.

Era muy especial. Él estaba en su propia revolución. Llevaba toda la vida así y nos contagió. Era una persona dulce con mal carácter. Creo que es un buen perfil para un cantante de rock. Y un nivel poético alto. A nosotros nos propuso, según sus propias palabras, ser «una estrella de seis puntas». Brillar todos al mismo tiempo y en conjunto. Fue generoso por su parte, pero creo que tampoco había otro remedio, pues había personalidades fuertes en el grupo. Gustavo Bazterrica era un guitarrista con dominio técnico del instrumento, con mucho carácter personal y buen letrista. Venía de tocar con los dos grandes, con Charly García (en La Máquina de Hacer Pájaros) y con Spinetta (en el disco que grabó en Estados Unidos). Bazterrica y Cachorro López, actual gran productor de éxitos, eran tíos grandes. El batería, Polo Corbella, era taxista. Dejaba el taxi para ir a ensayar. Y el sexto hombre era Daniel Melingo, ahora es revolucionario del tango con lenguaje propio. Estuvo aquí en España con los Lions in Love y ahora recorre el mundo tocando sus propios tangos. Miguel y Polo ya murieron. Un periodista que vio nuestro primer concierto dijo que éramos «exconvictos de la vida».

En estos años, en Argentina, no se habla de transición. Después de varios años de dictadura ininterrumpida, pasamos a votar la Constitución y al presidente, pero sin un periodo que la gente considere un «colchón», como pasó en España.

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Con Los Abuelos de la Nada viajaste a Ibiza a grabar. A principios de los ochenta, ¿cómo estaba la isla?

Miguel y Cachorro habían pasado una temporada en Ibiza, ellos eran los hippies que había en Ibiza. Tocaban por la calle, esas cosas… Nosotros fuimos a grabar a unos famosos estudios de grabación que eran propiedad de uno de los Judas Priest. Nos llevó Mariscal Vicente Romero, con quien viajamos de Madrid a Ibiza. En Madrid dimos una vuelta, intentamos ver el Museo del Prado, pero estaba cerrado. Pillamos en un bar y al aeropuerto. Al llegar a la isla iban a nuestro mismo estudio. Nosotros lo teníamos reservado, pero ellos iban solo a verlo para ver si les convencía para grabar. Les ofrecimos nuestros porros y nuestra comida, pero ni fumaban ni comían carne. La buena química, en aquella grabación, la tuvimos con Nina Hagen y su banda. Mucho más interesante que los Thompson Twins por su personalidad, su forma de cantar. Era un talento genuino. Cuando llegó Nina nosotros ya habíamos controlado hachís para vendérselo a sus músicos y, un día que nos comimos una paella todos juntos, inmortalizamos el momento en una foto con Miguel sentado en los muslos de Nina Hagen como si fuera un niño.

Otro día hicimos un concierto en Cala Llonga, o en San Lorenzo… Lo gracioso fue que en ese sitio habían detenido antes a Miguel alguna vez. Había estado preso en el mismo lugar donde tocamos. El Ayuntamiento nos regaló una placa, que por supuesto se quedó él. Había vuelto de ilustre al mismo lugar donde le habían tratado como a un vagabundo.

No puedo olvidar a Mariscal Romero haciendo chistes todo el rato sobre el tamaño de la polla propia. Era muy gracioso. Y un tío que tuvo razón. A principios de los años ochenta nosotros nos reíamos del heavy. No vimos que apenas estaba volviendo. Era la época de la New Wave of British Heavy Metal. Luego estalló.

Todo esto fue en 1984. Sobre Buenos Aires llovía cocaína. Nosotros consumíamos y ensayábamos felices en la primavera del regreso a la democracia. Nuestro «destape».

Los Abuelos de la Nada teníais relación con Charly García, con quien terminaste colaborando.

Era un héroe. Tocar con él era consagrarse. Grabó el primer disco de Los Abuelos en el 81 o el 82. Ir juntos al estudio de grabación para mí era… good trip! Los Abuelos usamos un poco a Charly para despegar. Teníamos amistades en común. Y a Gustavo, que había estado en La Máquina de Hacer Pájaros. Pero Charly y Miguel nunca llegaron a quererse o entenderse. No, nunca se quisieron ni se quisieron entender. El caso es que la relación tuvo su punto «culminante» el día en que Miguel le pega una hostia a Charly en Mar del Plata, después de un concierto.

Charly le dijo a Bruce Springsteen que en Argentina «el jefe» era él.

Eso fue en el festival Amnesty International del 88. No es un episodio glorioso para Charly. Organizaron un Amnesty en la provincia de Mendoza, que es la más cercana a Chile, porque allí todavía tenían dictadura militar y no se podía montar ese show. Viajaron doce mil chilenos. Un festival en Mendoza y otro en Buenos Aires. Estaban Bruce, Peter Gabriel y Sting junto a Tracy Chapman y Youssou N´Dour como figuras centrales, y los invitados locales: León Gieco, que entiende perfectamente la situación y se siente honrado de que le haya convocado Amnesty, y Charly, que no se encuentra a gusto con las condiciones técnicas que le ofrece la organización.

Charly siempre fue un artista virtuoso, se podía haber acomodado a las circunstancias, pero es fácil decirlo veinticinco años después. No fue agradable la situación en aquel backstage. La frase de marras es buena, pero en otras circunstancias podría haber sido más graciosa. Charly estaba incómodo porque le daban pocas líneas directas, pocos micrófonos y poco tiempo para probar sonidos. Podría haber tocado con el piano sus canciones bonitas, poderosas, y haber gustado a la gente. Sin embargo, recuerdo más el escándalo que montó en los camerinos que el concierto que ofreció.

Con Los Rodríguez aterrizas en Malasaña, un barrio cuyos años noventa aquí empiezan poco a poco a verse como legendarios. Vuestros primeros conciertos fueron en el Al´Laboratorio y el Siroco, los lugares habituales de cualquier grupo que empieza de cero.

El primer día en Madrid lo terminé a las once de la mañana, arrepentido, saliendo del Voltereta. Malasaña entonces era el Ya’sta, los últimos años del Agapo. El Stella, el Morocco… una muy buena época para el clubbing. Con Corcobado haciendo versiones de Jesucristo Superstar los miércoles, ese lado B que tenía con Los Chatarreros de Sangre y Fuego. Fue una época buena los noventa. Quizás la historia recupere los años noventa como época interesante.

Luego me fui tres años del barrio y cuando volví encontré una fisonomía completamente distinta. En El Palentino eran todos magrebíes, parecían una célula de Al Qaeda, ¡todos tenían cicatrices en la cara o vendajes de heridas recientes! ¡Todos! Pero lo bonito de El Palentino eran los zumos de naranjas exprimidas, los sándwiches mixtos, el sol y sombra y el café con leche. Un bar que lleva años sin cerrar. En mi época tenía a la gente del teatro Alfil y a los del barrio, que bajábamos a desayunar o leer el periódico a cualquier hora. Luego, de noche, llegaban los proxenetas y esas prostitutas inexplicables que venían de la parte de atrás de Gran Vía, de la calle Desengaño, Ballesta. De noche todos los gatos son pardos, pero por el día era un barrio encantador.

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En el Ruta 66 dijiste por aquel entonces que en España el rock era «como el sexo, poco y mal».

No sé por qué tenía esa opinión tan pobre sobre el sexo. Era una persona satisfecha. Pero el rock estaba algo melancólico, quizás echando de menos algo perdido en los años ochenta. En los noventa al rock le costaba arrastrar la leyenda de la movida de la década anterior. Aunque para mí era una aventura llegar a los locales de ensayo de Tablada 25 y encontrarme con Gabinete Caligari. Como eran más bien tímidos y se prodigaban más bien poco, los músicos que ensayábamos allí teníamos una teoría: los Gabinete tenían una puerta secreta para entrar y salir sin ser vistos y no tener que saludar a nadie. Sin embargo, hicimos amistad con Jaime [Urrutia], y seguimos siendo amigos. Él fue el primer músico con el que hablé de sonidos auténticos y de toros. Fue el primero que me invitó a San Isidro y empezó a explicarme las cosas como son.

Antonio Flores colaboró con vosotros en «Engánchate conmigo».

Era amigo nuestro. Antonio intentaba explicarnos cómo era el compás y la bulería. Nos llevó a ver a Ray Heredia y La Barbería del Sur en Revólver. Fue un buen amigo. Le vi por última vez caminando en la calle del Pez.

Los Rodríguez viajasteis a Nueva York con Barricada.

Cierto, lo tenía casi olvidado. Fue curioso, porque esa fue una época bastante dorada para el rock latinoamericano por la aparición de la MTV latina y todo eso. Sin embargo, no formamos parte con Los Rodríguez de toda esa movida, seguíamos encapsulados entre España y Argentina. Con los Barricada todo bien, a todos los músicos los considero mis amigos y mis compañeros. Así los quiero.

Estaban en otro universo distinto al vuestro.

Personalmente no. Incluso grabé una canción en un tributo a Barricada. Conmigo cantando y ellos tocando [La canción es «Mañana será igual», Barricada se hicieron llamar Las Pendejas].

¿Crees que Los Rodríguez pudieron llegar a más?

Nunca llegamos a explotar del todo. Nunca fuimos Pink Floyd. Sin embargo, vimos ascender a varios colegas. Entonces, cualquier cosa era más importante que el rock n roll. Habían desaparecido las críticas de discos de los periódicos, ninguno dedicaba ni un centímetro de papel al rock. Ni las televisiones ni las radios prácticamente tampoco. Ahora igual parece una obviedad, pero no lo era hace veinte años.

Vimos pasar todo. La «Sangre española» de Manolo Tena. A Rosario, todos eran más importantes que nosotros. Nosotros, no digo que no haya sido justo, al principio éramos demasiado viejos y demasiado yonquis para cualquier compañía de discos, así nos informaron, y nadie nos quería fichar. Grabamos con Paco Martín, que fundó el sello Pasión y fichó a Vicente Amigo, a Antonio Vega, a Extremoduro y a nosotros.

Después entramos en tratos con el sello de Televisión Española y decidimos inventarnos un disco sin tenerlo porque el deal con RTVE estaba poco claro y preferimos hacer un álbum en directo, aunque solo tuviéramos un LP publicado. Para no comprometer material original. RTVE como sello discográfico nunca fue nada ni antes, ni durante, ni después. Pudiendo serlo.

No lo tuvimos nada fácil Los Rodríguez. Veíamos que el pop rock juvenil prefabricado tenía más oportunidades que nosotros. O Los Héroes del Silencio, que eran los únicos que veías en las camisetas de los jóvenes en el metro. Un grupo muy resistido por la crítica. Y francamente grandes.

En España gusta el rock, pero algo ocurre que no funciona del todo. Con excepciones, por ejemplo, el Loco está resistiendo y en España el que resiste, gana. Otra excepción es Extremoduro. Robe es honesto, el poeta. Todo lo que no les ocurre a los demás grupos le ocurre a Extremoduro. Sus discos siempre movilizan. Hace pocos años vendieron treinta y nueve mil entradas en Barcelona y The Who suspendía en el Saint Jordi porque solo habían colocado doscientos tickets. Un dato para contrastar. Tal vez en Extremoduro son las letras, la honestidad, una actitud, cierta autenticidad, o todo al mismo tiempo.

En fin, la verdad es que Los Rodríguez nunca llegamos a ser unos, digamos, dominadores de la escena. Nuestros conciertos más grandes los hicimos como invitados de Sabina.

¿Cómo fue esa gira?

Esa gira fue muy profesional. Por supuesto que hubo noches largas, y alguna anécdota de alguien que se queda en Canarias porque no quiere salir del hotel, pero la disfrutamos. Había un poco de tensión en el grupo. Sabina veía que estábamos disolviéndonos y lo lamentaba. Pero fue muy generoso, siempre nos invitaba a cantar. Cuando acabábamos yo me quedaba a verle. Le pedí cantar con él mis canciones favoritas: «Princesa» y «Con la frente marchita». Y lo hicimos. Tengo el privilegio de la amistad de Joaquín Sabina.

Los Rodríguez teníais una cinta donde grababais todos vuestros pedos, vuestras ventosidades.

La «hucha de pedos», sí. Formaba parte de una serie de trucos que tenía el grupo para diluir las tensiones. Si íbamos a salir de gira pronto por la mañana, todos apretados en la furgoneta, solo por la hora a la que salíamos era muy probable que cualquier cosa se convirtiera en una discusión y alguien mandase a tomar por culo a otro. Y había que salir a por él a convencerle de que volviera a la furgo. Por eso, lo que hacíamos cada una de aquellas mañanas era abrir la furgoneta y tirar en el asiento el As y el Marca. Porque no había rivalidades en ese sentido y así podíamos hablar un poco de fútbol. Nos gustaba hablar de fútbol, pero jamás nos hubiéramos peleado por cuestiones balompédicas.

La «hucha de pedos» funcionaba más cuando grabábamos Palabras más, palabras menos en El Cortijo. También hacíamos mímica de pedos, y podíamos distinguir los distintos tipos de pedos. Apelábamos a nuestro sentido del humor sin demasiada elegancia, pero era algo privado.

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¿Tuviste la expectativa de colocar medio millón de discos en solitario, cuando sacas Alta Suciedad?

Bueno, nunca soy demasiado optimista. Comencé a escribir algunas canciones antes de la gira con Sabina. Luego instalé un estudio doméstico donde seguí escribiendo las demás canciones. Con el fax planeamos lo que sería la grabación perfecta. La idea era que Joe Blaney [el productor ingeniero histórico] pudiera organizar todo en su ambiente, en Nueva York, con músicos de la escena local. Fue un instante en el que por un momento pude tener apoyo multinacional, pero posiblemente me encargué de desperdiciar mi oportunidad. Fui a Estados Unidos a tener una reunión con la élite ejecutiva de Warner y cuenta la leyenda que no me presenté porque «no tenía zapatos» para ir a una reunión así. No estoy seguro de lo que pasó. Sé que llegué, no me gustó el hotel y… Supongo que fui demasiado bohemio para aprovechar mi momento de expansión transnacional. Alta Suciedad fue «apogeo y caída».

Con Honestidad brutal en la Rolling Stone criticaron tus rimas.

En Argentina todavía me persigue ese fantasma. Pero… qué sé yo… Gardel cantaba con rimas, Dylan también canta con rimas. Tuve muy buenas críticas de la Rockdelux, donde creo que hasta llegué a ser portada. Honestidad brutal en su momento gustó más en España que en Argentina, pero esa grabación fue bastante accidentada y divertida. Decidimos encerrarnos en el estudio, cuando los músicos muchas veces, en la parte creativa, solemos escribir las canciones mano a mano con nuestro propio infierno. Llevar eso al estudio en una grabación larguísima, de nueve meses, casi un año, fue bastante heavy para todos. Y al mismo tiempo una fiesta permanente. ¡Fue tragicómico! Me gustaba escribir en el estudio y grabar la canción inmediatamente. Al final pude sostener el legado y el principio de éxito masivo que teníamos con Los Rodríguez, incluso en calidad y cantidad de canciones, pero Honestidad brutal ya fue una grabación excesiva, en una vida excesiva y descarriada. Terminé cinco años retirado de los conciertos.

A Jesús Quintero le dijiste que lo dejaste por «motivos bohemios y antirrománticos». ¿Eso qué es?

Suena un poco extraño decirlo ahora, pero no quería empezar el año. Estaba conmovido por la fecha, el fin del milenio. Nunca había vivido un fin de siglo. Probablemente no conozca tampoco el fin de este milenio. Pero, bueno, en realidad mi excusa fue que no quería empezar un año con un fax lleno de compromisos, quería empezar a mi aire, y pensaba que sin giras ni conciertos iba a seguir al lado de la música, incluso más cerca. Ya lo dijo Paco de Lucia: «A mí lo que me gusta es echarme»… A mi aire. Pero no paré de grabar en plan «dinamitero» durante todos aquellos años de «silencio».

Nunca pensé que estaba sacrificando algo en materia de aplausos, éxito o posibilidades, aunque probablemente, si hubiera seguido tocando… no sé yo, es difícil saberlo, pero seguramente me perdí la posibilidad de ir a tocar años antes por Latinoamérica. Ahora lo hacemos con frecuencia y nos gusta, tenemos un público fantástico. Viajar y tocar lejos de casa es emocionante. Pero, bueno, me pasé cinco años internado en mi propia clínica de toxicidad. Así fue.

El último concierto que dimos fue en diciembre del 99. Nos juntamos con todos los técnicos y toda la banda a escuchar lo que habíamos tocado. En mi domicilio. Ese mismo día, antes de ir al concierto, escribí una canción de despedida para los pipas y los demás músicos. Fue mi último bolo del siglo. Una lástima porque era una banda muy buena que estaba sonando muy bien, pero yo estaba teniendo una conducta errática y de no querer asumir esas responsabilidades; quizá fue responsable de mi parte.

En la gira con Dylan no quisiste cobrar.

Me enteré de que Dylan iba a hacer una gira de muchos conciertos por aquí. Yo le había visto antes y sabía la clase de invitados que llevaba, todos acústicos que no afectaban al montaje de sonido de la banda de Bob Dylan. Yo tenía a punto de salir el disco de Honestidad brutal y le dije a Alfonso Pérez, de DRO, que hiciéramos la gira en lugar de la promoción tradicional.

Desde un primer momento entendí que para tocar con Dylan tenía que renunciar a exigencias técnicas o económicas, con los micrófonos que me dieran, con las «líneas directas» que hubiera. Ensayamos en dos días, con Candi y con Guille, un repertorio a tres guitarras acústicas y así salimos a tocar. Ocurre que el tema de los vicios era ingobernable e hice la gira como pude. Una gira acústica pero bastante salvaje por mi parte. Pero fueron ocho conciertos y fue importante. Bob Dylan fue amable, fue muy atento. Me dijo que viera su concierto desde delante del escenario con un amigo, que dejase pasar unos temas y me subiera para ver el resto del concierto desde un costado en el escenario. Cuando yo terminaba, antes de que él tocara, hablábamos, nos saludábamos y nos quedábamos a ver su concierto siempre.

Comíamos con los técnicos y músicos de Dylan, de su catering. Ese tour lo podría haber disfrutado más y lo podría haber cantado mejor, pero no cobré porque pensé que así es como tenía que hacer las cosas, sin pedir un micrófono más ni una peseta más, no había que pedir nada.

Tiempo después, un día tuve una conversación telefónica con Gay Mercader y me dijo que él había movido los hilos para que me fuera de gira con Dylan. Es posible que alguien haya ayudado, la producción de Dylan solo quiso escuchar un disco, aunque después él me pidió Honestidad brutal, que todavía no tenía portada, y se lo llevó. Con Guille veía los conciertos de Dylan desde primera fila y me decía: «Es igual que nosotros pero más joven». Así estábamos.

En directo rescataste a Ciro Flogiata de otro grupo argentino legendario, Los Gatos.

Él es el primero que grabó un teclado rock en Argentina. Llevaba diecinueve años sin volver a Argentina y me costó convencerlo, pero se vino a tocar con nosotros. Volvió a Rosario veinte años después y presentarlo de vuelta en su ciudad fue uno de los momentos más emocionantes que he tenido sobre un escenario. También estaba Gringui Herrera, mi compañero de veinte años de amistad, nos conocimos en el colegio. Gringui tocaba tan bien que en a mitad de los conciertos venía Guille y me decía en el oído: «La gente se pregunta qué hacen los dos “boludos” de pelo largo que están en medio del escenario». Me lo comentaba en voz baja dando a entender que los de los costados sí eran músicos de verdad [risas]. Ciro y Gringui.

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Hace unos pocos años protagonizaste una anécdota bastante divertida. Es parecida a la del batería de Derribos Arias, que en mitad de un concierto se bajó entre el público porque decía que nunca había visto a Derribos en directo. Tú, el 8 de septiembre de 2010, en la Sala Razzmatazz, Barcelona, estás en el camerino y no han abierto las puertas. He hablado con una persona que estaba en ese camerino. Me ha dicho que dijiste textualmente: «Coño, yo nunca he sido telonero de Andrés Calamaro». Entonces cogiste la guitarra y te fuiste directo para el escenario media hora antes y se lio la de dios, porque el público que estaba fuera empezó a escucharte.

En esa gira estaba experimentando con esa nueva psicodelia, el MDMA, que todavía seguramente se sigue tragando. Pensaba: «Hendrix lo hubiera hecho, ¡pues vamos!». A veces no controlaba las dosis y sentía que si no salía al escenario a tocar en el acto iba a necesitar un balde de hielo para poner mi cerebro dentro. Sencillamente subí a improvisar antes de la hora del concierto. También ofrecía parlamentos impertinentes. El MDMA tiene un momento de comunicación locuaz.

También querías dejarlo todo y reconvertirte en fotógrafo de toros.

El nuevo rock and roll debería ser Morante. Y quizás lo sea. No encuentro más interés, más historia y más «forma de hacer las cosas» que en los toros. Fuera de los toros y el flamenco, el resto de las manifestaciones culturales resultan superfluas.

Con las fotos, tan solo pensé que tenía que encontrar mi lugar en aquel mundo. Un día fui a ver toros a la gran Plaza de México y me gustó el reportaje que hice, con detalles del tendido, del callejón. Además, me trataron muy bien, nos invitaron a comer, nos enseñaron todo; mi reportaje tenía mucho color local, primeros planos. Entonces decidí continuar y llevar la cámara de fotos a los toros y lo hago todavía. Tal vez algún día prefiera dejarla en el hotel o en casa e irme sin la cámara a la plaza, pero por ahora me gusta la fotografía desde el callejón. Me gusta mucho contemplar un instante congelado en una fotografía. Ver los detalles. Un segundo, una décima de segundo. En algún momento me gustaría hacer una exposición o un libro de mi experiencia detrás de la lente.

Mi generación nunca discutió la existencia de las corridas de toros. Este debate no existía ni en Argentina ni en Madrid, no había casi abolicionistas. En realidad, el debate interno en la tauromaquia es otro. Y tampoco quiero participar en ese debate. Los toros no son para advenedizos, igual te puede llevar quince años sentir algo. Sería diferente para mí si hubiera nacido en el barrio de Triana, pero yo de repente me encontré de embajador de la tauromaquia en un mundo hostil y recibo gratitud, mucho respeto en los callejones, en los tendidos y en los burladeros.

Ahora creo que hemos vivido un momento de la historia del toreo muy especial con el contrapunto de José Tomás y Morante. Más que figuras. Por ejemplo, en la época de Los Rodríguez, la figura era Jesulín de Ubrique, que también llevó afición a las plazas de toros. Aunque quien rompió fue el colombiano César Rincón, se recuerda a Jesulín por llenar una plaza de toros solo con mujeres que le tiraban sujetadores y bragas…

Con los toreros tenemos amistad. Siempre estoy en contacto con Morante y me considero amigo de otros maestros como Alejandro Talavnte y José María Manzanares. Viajamos con Morante y Fernando Sánchez Dragó a Marsella para ir a Nimes, al Coliseo, a ver a José Tomás. Morante me regaló el libro Qué es torear, de Corrochano. Cuando nos vemos hablamos de muchas cosas; hablamos con seriedad de flamenco. Me recomendó la conferencia de Federico García Lorca sobre el duende. La amistad de Antonio Corbacho, de Talavante, de Morante, los tentaderos, ser permanente invitado en los callejones, la cordialidad y el saludo de las cuadrillas es una autentica experiencia de respeto y gratitud. Un privilegio.

Es un poco reality show eso de que desnudes completamente tu proceso creativo como has hecho muchas veces, colgando en internet todas tus creaciones.

La pregunta es: ¿por qué los creadores quieren mostrar su creación? Esto es más que un trabajo… ¿Por qué queremos mostrar las canciones que componemos, las fotografías que sacamos, lo que vamos a escribir? Yo no tengo una respuesta para eso, pero Soundcloud me pareció una forma interesante de terminar con esa discusión. Aquí tienen: y son dos mil. Además, me di el gusto de juntar a los Beatles con Jay-Z y funcionó muy bien. Los Beatles necesitaban un poco de sangre negra. Tengo muchas versiones de los Black Beatles… demasiado material.

Dijiste que te daba rabia que Camarón o Coltrane ahora iban a tener que colgar sus canciones en Myspace.

Me daba un poco de lástima más que rabia. Y Myspace ya nadie sabe lo que es, en su momento tenía sentido. Cuando dije aquello fue en la época de debate muy agrio, el del copyright, cuando se puso en duda el valor de la obra intelectual y el derecho de autor; cuando se nos acusó a los creadores de «vagos que queremos vivir del aire» y se nos exigieron soluciones. Lo que quise decir es que, si no fuera por la industria discográfica, ¿cómo hubiéramos escuchado a Miles Davis? Si no hubiera habido alguien en la industria al que se le ocurrió que se podía grabar Miles, o a Camarón de la Isla o a Paco de Lucía. Si no es a través de los discos, ¿cómo hubiéramos escuchado la música?

Antes has hablado de que Pappo demostró que se podía cantar blues en español. ¿Qué piensas de la gran cantidad de grupos de rock que hay en España cantando en inglés?

Escribir en inglés es aferrarse a una estética que funciona. Probablemente te sientas un auténtico rockero si estás copiando al pie de la letra la pose de otros grupos gringos, ingleses o americanos. Y es cierto que se nos va a juzgar más severamente entendiendo nuestras letras, pero al mismo tiempo se valoran mucho las canciones que el público puede entender palabra por palabra. Siento inclusive que, ahora que estoy presentando un disco, me preguntan mucho por las letras y poco por la música. Este público regenerado que tenemos nosotros, que parece que nunca cumple años, la mayoría dicen «te voy a ver», no «te voy a escuchar». Y quieren escuchar sus canciones preferidas, cantarlas y escucharlas al mismo tiempo. Las orejas y la boca están en lugares diferentes de la cara, pero el público consigue seguir cantando y escuchando al mismo tiempo. No sé si eso es posible, pero lo siguen intentando. Está claro que la gente espera «su canción» para cantarla. Y a veces pienso que no saben qué hacer durante los solos de guitarra, que son tan importantes para nosotros; nosotros que crecimos escuchando música en inglés, que no sabíamos lo que decían, estábamos muy conectados con las guitarras.

Andrés Calamaro para JD 6

En un libro, Tirados en el pasto, comentas que Antonio Escohotado te pidió que le grabases death metal.

¿Sí? No lo recuerdo. Lo conocí a través de Ajo, la micropoetisa que en aquel momento tenía Mil Dolores Pequeños. En la movida de Malasaña de la época, ella trabajaba en las taquillas del teatro Alfil y publicó este libro de fotografía de retratos tomados de la gente que iba a comprar las entradas. Ellos, con ese grupo, publicaron un disco que se llamaba De la piel para dentro mando yo, con la colaboración de Antonio, y cada disco venía con una china. Cosas lindas de los años noventa en Malasaña. Nos hicimos buenos amigos. Un día le acompañé a una conferencia en Barcelona y me presentó al descubridor del ácido, Albert Hoffman. Su legado está perfectamente claro [risas].

En Diario 16 escribiste una columna con Andy Chango, «Findelmundo», que nunca nadie ha superado. En el sentido de que, por ejemplo, un día narrasteis las delicias y comodidades de la Celsa, donde se podía uno drogar custodiado por la policía.

Yo vi la clausura de la Celsa, que luego se recicló en el Vertedero. El «único recuerdo» que tengo de allí es un perro muerto y escribir algunos versos apropiados. Resumiendo un poco. Aquella columna… fue una linda época terrible. El Diario 16 estaba controlado por elementos humanos del periodismo gallego y nos dieron una página para hacerla con libertad. Había un buen ilustrador en el periódico y estuvimos ahí un tiempo, una época verdaderamente «findelmundista». Luego algo ocurrió con mi vida, ya estaba abandonado en mis lugares habituales en Madrid.

¿Nunca os dieron el toque?

No, al contrario. Teníamos buena relación con todo el mundo en el periódico. A veces nos invitaban a ver el cierre del periódico con los directores de cada sección, también teníamos buena conexión con la sección deportiva… y sigo manteniendo amistad con Luis Ventoso, que era el director del D16 y ahora está en el ABC.

Con respecto a tus gustos musicales, es difícil encontrar un músico tan mitómano como tú, que se compre y guarde las revistas, que no pare de pillar discos.

Ariel dijo que le hubiera gustado ser dibujante para poder trabajar escuchando música. Yo ahora escucho música todo el día, tengo muy buenos sistemas de sonido y buenos discos, tanto en Madrid como en Buenos Aires… A veces me aburro un poco del «universo del rock», pero me gusta viajar con las revistas británicas.

Me han dicho que estás comprando compulsivamente discos de Sun Ra.

Tengo una buena colección incompleta de Sun Ra, pero ahora busco ediciones originales y las de Sun Ra son inconseguibles. Estoy en mi época de Fania y Héctor Lavoe.

Se comenta que en el estudio de tatuajes de Oscar Möon, en Barcelona, cuando vas a hacerte uno terminas haciéndote cinco y te tienen que echar porque les da cosa hacerte más.

Eso fue una vez… Nos pasamos el día tatuando a servidor. Empezamos con un toro de Osborne, después hicimos una frase alegórica de Luis Alberto Spinetta, un tatuaje a mano alzada y, a última hora, un casete con el boli rebobinando la cinta… Muy buena gente, no me querían cobrar.

Eres muy amigo de Daniel Rojo, también se dice que sientes fascinación por los delincuentes.

Y ellos por mí. Soy como su poeta portátil. Les encanta a los bandidos tenerme cerca. En Buenos Aires nos vemos muy seguido en cumpleaños, en reuniones…

¿Con qué clase de delincuentes?

Ladrones con códigos.

¿Qué opinas de tu compatriota, el papa?

Es difícil creerle a un papa. La Iglesia venía de la crisis de la pederastia sistemática, era lógico suponer que la del papa Francisco fuese una operación de marketing. No quiero ser demasiado escéptico, pero por qué tengo que empezar a confiar en El Vaticano de un día para otro. Este señor fue antes obispo en Argentina. Tuvo un arranque muy bueno… Con portadas en la TIME. Todos los argentinos que viajan a Italia quieren una foto con el papa… Están locos. Aunque papa hay uno solo.

En una ocasión comentaste que cuando llegaste a Madrid viste que aquí se bebía para celebrar la vida, no por pena ni por frío ni por otros motivos. Ese día, dijiste, ibas borracho por la calle y nadie que te cruzases iba menos bebido que tú, de modo que measte en el kilómetro cero de la Puerta del Sol y te dijiste: este es mi sitio.

Ni idea. Pero Madrid cambió mucho. Quién hubiera dicho hace veinticinco años que esta iba a ser una capital gay y cosmopolita. Se han reciclado los barrios y Madrid parece querer conservar su estilo de vida, su pulso, que nunca falte una próxima cerveza. La gente ha estado indignada, pero contenta. Al final la situación que estamos atravesando va con el espíritu. Los que nunca tuvimos una nómina o un sueldo fijo no sufrimos tanto con la crisis financiera. Si nunca cobramos un sueldo, si no tenemos un duro asegurado para el mes que viene… Pero esta ciudad está más linda que nunca. Me gustaría poder decir que el fútbol y la música mantienen unido este país. Mientras aguante.

España… ¡No saben lo que tienen! No se dan una idea completa de lo bien que se vive aquí. Sin peligrosidad ni miseria espantosa, con infraestructuras… Y no es que viva en una burbuja desconociendo el desempleo y los problemas severos de los hipotecados. Como es lógico, tampoco existe identificación con el Gobierno, pero eso es inevitable. Prefiero no meterme en barullos. Las manos del destino nunca están perfectamente limpias.

Andrés Calamaro para JD 8

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6 Comentarios

  1. Dani Cala

    Me ha encantado la entrevista. He leido muchas sobre Calamaro pero aqui recuerda, se sincera y cuenta cosas que nunca lei. El entrevistador es muy directo, y pasa de un tema a otro sin mas, una entrevista muy larga pero que no aburre, mis felicitaciones.

  2. David Fdez.

    Estuve en aquel concierto de Dylan en el Palacio de los deportes, con AC de telonero; recuerdo la buena sensación que me produjeron aquellas joyitas, aún no editadas, de Honestidad brutal en formato acústico, y la humareda que estuvo saliendo permanentemente desde el costado del escenario durante la actuación de Dylan, señal de que Calamaro tenía el permiso al que alude en la entrevista

  3. «Con respecto a tus gustos musicales, es difícil encontrar un músico tan mitómano como tú, que se compre y guarde las revistas, que no pare de pillar discos.»

    Supongo que quiso decir melómalo. Buena entrevista, aunque hubiese querido que le pregunten su opiniòn sobre los que lo consideran que exagera en su intento de parecer una copia de Bob Dylan. Me gusta su música, pero su repetitiva mención a las drogas (nada de mojigatería de mi parte, cada quien es libre de hacer lo que le guste) me parece exagerada, al punto que pareciera querer hacer girar a la entrevista alrededor de los estupefacientes, eso o se lo devoró el personaje.

    En fin, «Primero sé que voy camino a nada, pero a veces no me importa y naufragás
    Permite que te rinda un homenaje en mi permanente raje, libertad»

  4. Uff, no aguanto a la mayoría de esta generación. Casi todo lo que opina es que todo los que les rodearon fueron unos genios (quizás porque esperan la reciprocidad) y son incapaces de pasar de 4 mitos («lo hice porque lo hubiera hecho Hendrix»). Da la impresión de que están de promoción constantemente (por mucho que pasara de ella en su día). He aguantado, bostezo en ristre, hasta ver el nombre de Sánchez Dragó y algunos toreros. Seguramente el tipo en persona sea un encanto y de conversación cautivadora, pero por escrito es infumable. Zzz…

  5. Pingback: Contra la democrática decadencia del espectacular debate público – Colectivo Perrotrespatas

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