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In your face: épica, abuso y leyenda del trash-talk (y II)

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Larry Bird. Imagen: NBA.

Versió en català aquí.

(Viene de la primera parte)

El trash-talk no es exclusivo del baloncesto. Se extiende a otros deportes y disciplinas. Solo hay que pensar en las declaraciones y bravuconadas de José Mourinho o Connor McGregor, las discusiones de la NFL o los duelos presuntuosos y anclados en la tradición que se viven anualmente en la carrera del Palio en Siena. Por no hablar de cómo se tiran los trastos a la cabeza las estrellas del póquer, las batallas de gallos en el freestyle rap o los efervescentes y lucrativos e-sports, donde hay auténticos y despiadados duelos verbales, a menudo a distancia, pero que son puro trash-talk. Merecen mucho más espacio, pero se alejan de aquello esencial que tan bien ofrece el baloncesto, una gran cantidad de duelos individuales que a menudo acaban provocando este fenómeno, duelos que reflejan la supervivencia de la calle, un tipo de selección natural basada en la fusión única e inextricable de juego y lenguaje.

Es imposible hablar de trash-talk y no hacerlo de las grandes estrellas de la NBA. Hay miles de historias y todas con dos razones dominantes: doblegar mentalmente al rival y aplacar, al mismo tiempo, una «necesidad narcisista, muy vinculada al individualismo de la cultura estadounidense, que simplemente busca soltar lastre, reivindicarse», asegura Gonzalo Vázquez. Eso lo hacía mucho Gary Payton, incluso en la derrota, un tirador de primera y la lengua más rápida de la liga, capaz de enfrentarse a cualquiera, sin excepciones. Llevaba el veneno tan adentro que incluso en los entrenamientos en solitario despotricaba en voz alta, como si tuviera un marcador imaginario a su lado.

La incontinencia verbal de Payton no tenía freno, y su trash-talk reflejaba una determinada manera de ser, como una extensión de su personalidad. A pesar de los estereotipos fijados al estilo in your face o you can’t guard me, cada gran jugador lo ha utilizado de modos diferentes. No se puede comparar la estudiada inocencia de Reggie Miller con los abusos verbales de Kevin Garnett, uno de los mejores ala-pívots de la historia, que aprovechó un duelo particular para desear un happy mother’s day, motherfucker al gran Tim Duncan, que perdió a su madre por un cáncer de pecho cuando tenía catorce años. ¿Os cae mal Garnett? Pues aún hay más. En un partido entre los Boston Celtics y los Knicks de Nueva York, cargó contra Carmelo Anthony diciéndole que su pareja, la actriz, presentadora de televisión y modelo La La Vasquez tenía gusto a honey nut cheerios, unos cereales muy populares en los Estados Unidos. Anthony no jugó nada bien y recibió un partido de sanción por perseguir a Garnett en el túnel de vestuarios. Vasquez, en cambio, se lo tomó con mucho más humor en twitter: Not for nothing, but we ALL deserve a check or some free cereal [for] all the publicity we’ve given Honey Nut Cheerios.

Llegados a este punto es necesario aclarar si cualquier forma de discriminación producida entre dos o más deportistas en el contexto de una competición deportiva es trash-talk. ¿Se pueden lesionar los derechos fundamentales o hay que considerarlos como delitos? En un partido reciente de la Primera División española de fútbol que enfrentaba al Valencia FC contra el Cádiz CF, el futbolista francés Mouctar Diakhaby se marchó del terreno de juego porque aseguró que el gaditano Juan Cala le había dicho «negro de mierda». Cala lo negó todo, pero más allá de la inutilidad de contrastar las «versiones» de los afectados, es muy difícil de creer que el jugador del Valencia se invente unos hechos tan graves, y más cuando no son aislados si no que vienen reproduciéndose desde hace muchos años con absoluta impunidad.

El machismo, el racismo y otras formas de violencia figuran al mismo tiempo como algunas de las más efectivas si de lo que se trata es de desestabilizar psicológicamente al rival por encima de cualquier otra consideración. A los ejemplos de Garnett y Cala también habría que añadir el episodio Zidane-Materazzi, seguramente el más conocido y relevante en el mundo del fútbol. En la final del Mundial 2006, cansado que el italiano lo agarrara de la camiseta, Zidane se burló de él diciéndole que ya se la regalaría más tarde. Preferisco la puttana di tua sorella, respondió Materazzi, y Zidane le propinó un cabezazo fulminante. El francés, que había marcado un gol, acabó expulsado e Italia ganó la final.

Ante casos como estos, tan reiterados en el mundo del fútbol, la psicóloga Alba Alfageme no cree que puedan desvincularse del entorno. «Las palabras nunca se utilizan en vano, y utilizar rasgos identitarios como la raza, el género o la orientación sexual para lesionar al otro es violencia, una violencia que resuena mucho porque es estructural», un uso de la fuerza que rechaza completamente: «¿la competencia necesita esto? ¿Hay que destrozar al adversario para ganar? El objetivo tendría que ser competir, no humillar», añade Alfageme, que aunque censura cualquier forma de trash-talk sí que reconoce que no es lo mismo lesionar derechos fundamentales que presionar al otro en ámbitos como el de las propias habilidades en el juego. I don’t talk [trash] about anybody’s mom, wife, kids, nothing like that; I just talk about that person and their game, explica el jugador de baloncesto Rasheed Wallace, conocido por su habilidad en el trash-talk, pero muy consciente a la hora de establecer unos límites en la competencia.

Dicho esto, es bueno observar que el trash-talk en la NBA y toda la coreografía propia del fenómeno in your face están penalizados con lo que se conoce como taunting, una falta de respeto hacia el adversario que se sanciona con una falta técnica e, incluso, con la expulsión. Por lo tanto, y tal y como señala Vázquez, «el buen trash-talk se mantiene en la esfera privada del duelo cara a cara con el rival y a salvo de los árbitros», una especie de anexo tolerado, como un pacto de caballeros o de malvados, según como se quiera ver. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas, que dicen los cuñados. Pero eso no es así siempre. Y si no, que se lo digan a Draymond Green, otro bocazas de categoría que vio como Lebron James revelaba públicamente que el entonces alero de Golden State Warriors le había llamado bitch en varias ocasiones después de un partido, calificativo que le había molestado como «padre de familia con tres hijos». El asunto fue a más porque se produjo durante el cuarto duelo de las finales de 2016, y Green fue sancionado con un partido de sanción. Trash-talking is part of the game, añadió posteriormente el base de los Golden State Warriors, Stephen Curry. You have to give it. You have to be able to take it. It’s just that you don’t want to see it ever cross the line and become personal, because the game of basketball is never that serious in regard to disrespecting people. So you have to leave it on the floor.

¿Por qué James rompió el «pacto de silencio»? ¿Tan herido se sentía en su amor propio? ¿Sintió cuestionado un determinado rol como hombre? ¿O es que su equipo estaba a un paso de perder el titulo? ¿Frustración, rabia, mala leche, masculinidad frágil o una reacción justificada? Visto en perspectiva, este episodio coincidió con el punto de inflexión de las finales, y del 3-1 favorable a los Warriors se pasó a un 4-3 definitivo para los Cavaliers de James en una de las remontadas más memorables que se recuerdan.

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Michael Jordan. Imagen: Netflix.

Esta voluntad de dominar psicológicamente a los otros, de demostrar que eres el más fuerte, el macho alfa, en definitiva, tiene en Michael Jordan a uno de sus máximos exponentes. El documental The Last Dance aireó la vida del mejor jugador de la historia, alguien a quién pedirías que hiciese el tiro para salvar a tu hijo, pero que no querrías ni como decimoctava opción de amigo, intereses crematísticos aparte. Su tiranía con los compañeros, cercana al sadismo, quedaba difusa, en cambio, cuando la violencia verbal se producía en los partidos y contra rivales de categoría a los que acababa ganando. «Se han mitificado grandes leyendas como Jordan o Bird, ejemplos salvajes de trash-talk, de cometer auténticas perrerías contra rivales y compañeros, pero como ganaron, y de la forma que lo hicieron, el trash-talk adquiere con ellos una simbología épica», añade Vázquez.

Shoot it, you fucking midget, le dijo a Mugsy Bogues en los momentos finales de un partido de play-off. Y Bogues, que solo medía 1,60 de altura, falló el tiro decisivo. Siempre ha reconocido que esas palabras le persiguieron el resto de su carrera. Es solo un ejemplo de la mala leche de Jordan, aunque su modus operandi fuera más reactivo que otra cosa. Solo necesitaba la mecha que encendiera la rabia interior, esa llave de paso mental profusamente reflejada en el documental. Es lo que le pasó a Magic Johnson en un entrenamiento del Dream Team, cuando su equipo estaba superando claramente al de Jordan y no se le ocurrió nada más que decirle al oído, a modo de provocación: Hey man, if you don’t turn into Air Jordan, we gonna blow you out today. No hay ni que explicar lo que pasó a continuación. 

El mejor de todos no ha sido Jordan, que conste. El rey indiscutible del trash-talk fue Larry Bird. Por locuacidad, sentido del humor, puesta en escena, capacidad propositiva… O quizás porque el mismo Jordan lo reconoció así: Larry Bird is the greatest trash talker and mind-game player of all time. He taught me everything I know about getting in folks’ heads.

Su aspecto de granjero de Indiana, redneck con bigote recortado y gorra de beisbol, era diametralmente opuesto al estereotipo de jugador negro y atlético que triunfaba en la NBA. Y eso inicialmente despistó a los otros jugadores. ¿Un blanco haciendo trash-talk? ¿Me está diciendo eso a mí? Sí, eso parece, y vete con cuidado. Bird se convirtió en el emblema ideal de los orgullosos Celtics de Boston, pero sus orígenes eran tan modestos como los de cualquier joven afroamericano. Y se crio jugando en la calle, por supuesto.

Bird saltaba más bien poco y no corría demasiado, pero era el más inteligente de la liga, y las pocas veces que hablaba (sin prácticamente mover los labios) lo dejaba bien claro. Which one of you is finishing second?, dijo a los rivales justo entrar en el vestuario antes de un concurso de triples del all star. Ganó, por supuesto. En tres ediciones seguidas, para ser exactos. No participó en las siguientes por lesión y cuando a su sucesor en el palmarés, Craig Hodges, se le preguntó si la victoria no era completa por la ausencia de Bird, quiso hacerse el interesante: he knows where to find me. Hodges, suplente habitual en los Bulls, se tuvo que tragar la réplica del alero de Boston: Yeah, at the end of the Bulls’ bench.

En un partido entre los Celtics y los bad boys de Detroit, Bird clavó cuatro canastas consecutivas ante el rookie Dennis Rodman y fue a pedir explicaciones al entrenador rival. Who’s guarding me, Chuck? Is anyone guarding me? You better get someone on me or I’m gonna go for 60. Rodman se esforzó aún más intensificando su marcaje, pero Bird seguía burlándose literalmente de él pidiendo que le pasasen el balón: I’m open! Hurry up before they notice nobody is guarding me.

Según el alero Tony Rice, marcar a Bird era como conducir con una «estaca clavada en el corazón». Cuando jugaba en una pista rival, a menudo preguntaba a su marcador por el récord de anotación del pabellón. Cuando le preguntaban por qué, iba de cara: Well, you’re guarding me, aren’t you?

Hay más anécdotas, pero la dimensión de Bird y todo el resto ha quedado suficientemente probada. Es un exceso que goza del prestigio del gran público, una forma de premiar la «condición depredadora, de admirar la fortaleza implacable de estas fieras y castigar al mismo tiempo la debilidad de la víctima. En el fondo, cierta admiración pública a todo esto explica buena parte de la cultura occidental», añade Vázquez, una ultracompetitividad sin límites que se ha instalado en otros ámbitos como la política o la empresa. Solo hay que recordar la discusión que tuvieron Donald Trump y Marco Rubio en las primarias republicanas del 2016, cuando Rubio, cansado que Trump lo llamara «Little Marco» insinuó que las manos del magnate eran pequeñas como su pene. Como no podía ser de otro modo tratándose de Trump, este respondió inmediatamente: Look at those hands, are they small hands? And, he referred to my hands — ‘if they’re small, something else must be small.’ I guarantee you there’s no problem. I guarantee.

¿Y las mujeres? ¿Dónde están? ¿No le dan al trash-talk? Es muy difícil encontrar testimonios tan ilustres como los anteriores, y la literatura científica que enfoque este tema desde una perspectiva de género vinculada al deporte es escasa. El amateurismo, la minorización y la invisibilización del deporte de élite femenino en los medios de comunicación también han jugado en contra, a pesar de los evidentes progresos realizados en los últimos años, pero la investigación científica, por escasa e incipiente que sea, podría confirmar la prevalencia del trash-talk entre los hombres por motivos más primarios.

Un estudio de 2018 realizado en la Universidad de Cornell (EE. UU.) entre 291 atletas universitarios de alto nivel (150 mujeres y 141 hombres), concluyó que las conversaciones «basura» eran «notablemente más frecuentes» entre los deportistas masculinos que entre las mujeres deportistas. Los autores definieron el trash-talk como una forma de «agresión verbal y de competencia intrasexual que había sobrevivido como convención competitiva porque daba ventaja a quién lo utiliza». Los hombres lideraron todos los indicadores utilizados en este estudio para desestabilizar al rival (habilidad en el juego, cualidades atléticas, pareja, apariencia física, comportamiento sexual, familia e institución), en una muestra realizada en deportes como la gimnasia, el hockey sobre hielo, lacrosse, remo, fútbol, squash, natación, atletismo, voleibol y lucha libre.

Alfageme, psicóloga y experta en feminismos, considera que hay unos valores consubstanciales y asociados a un sistema patriarcal que promueve y justifica la lucha y la violencia entre los niños desde pequeños, pero no así entre las niñas. «La violencia en el mundo femenino, en cambio, está mucho más penalizada», y advierte de los peligros de replicar el mismo modelo de competencia masculina. «El sistema promueve un espectáculo donde la confrontación genera mucha audiencia, y no deberíamos querer ser más visibles a cambio de aceptar esto. Al contrario, tenemos que ser capaces de construir un modelo que huya de las agresiones verbales tan presentes en las competiciones deportivas masculinas».

Faltan estudios en profundidad que analicen el impacto del trash-talk desde una perspectiva de género, aunque los pocos que existen apuntan hacia percepciones diferentes entre mujeres y hombres. Según la doctora Karen CP McDermott, el género del trash-talker no provoca efectos significativos en los destinatarios, pero sí que «hay evidencias que sugieren que hombres y mujeres experimentarían este tipo de conversaciones de un modo diferente». En un estudio pionero de la Universidad de Connecticut dirigido por esta investigadora, en el que se mostraban estadísticamente los efectos específicos del trash-talk en el rendimiento deportivo, McDermott probó que las mujeres percibían de un modo más fuerte los abusos verbales que sus compañeros masculinos. La doctora no utilizó varios deportes si no un popular videojuego de carreras de coches que probó que el lenguaje basura afectaba negativamente el rendimiento de juego de los competidores. Unas 200 personas participaron del estudio, y McDermott comprobó como la vergüenza y la rabia fueron las dos emociones principales que sintieron los afectados por el trash-talk, sentimientos que había percibido como contradictorios, pero que aquí iban de la mano. «Creemos que el deporte es algo muy físico, pero la verdad es que es absolutamente mental», añade McDermott.

Cuanto más se profundiza en este asunto más ambiguo se vuelve. ¿Existe un trash-talk tolerable o hay que considerarlo una forma de violencia verbal que se debe erradicar? ¿Es propio de tiempos pasados o también se da en las sociedades más igualitarias? ¿Podemos reducirlo a un asunto estrictamente masculino o las mujeres lo acabarán incorporando progresivamente? ¿Son los e-sports el escenario ideal del trash-talk del futuro? ¿Es este fenómeno una suma de casos aislados que se entrelazan en el tiempo o una constante soterrada que nos define como especie? Sí que queda más o menos claro que su uso y finalidad primigenios, originado de forma masiva en las comunidades afroamericanas como una muestra de reivindicación y de orgullo, ya tiene poco que ver con lo que pasa en la actualidad.

Falta ciencia y sobran anécdotas, toda la literatura épica que lleva consigo, como este reportaje que ya llega al final. Ni que sirva de anécdota, contraste o como forma extrema de justicia poética, es significativo recordar la reunión entre Muhammad Ali y Fidel Castro hace veinticinco años en La Habana. A pesar de encontrarse muy afectado por la enfermedad de Parkinson que venía arrastrando desde hacía tiempo, Ali sorprendió a todos los presentes, incluso al propio Castro, al trazar un intento de puñetazo a cámara lenta dirigido al líder cubano, que tuvo que buscar refugio y consejo en el gran Teófilo Stevenson, también presente en el encuentro. Prácticamente sin poder hablar y con la movilidad muy reducida, el que se había considerado a sí mismo como el más grande de todos los grandes campeones, el precursor del trash-talk, dibujó en un solo gesto una parábola perfecta de su situación y, al mismo tiempo, demostró que mantenía intacta toda su audacia. Si nos fiamos de lo que contó el escritor Gay Talese en un magnífico relato, el puñetazo no se llegó a producir nunca, y lo prueba el hecho de que Castro no murió hasta veinte años más tarde de ese encuentro. Eso sí, por causas que aún se desconocen.

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2 Comentarios

  1. El presunto insulto de Juan Cala creo que tiene poco que ver con el tono de trash taking del resto del artículo. Si el autor lo menciona, además de dar su opinión, lo suyo sería decir no solo que Cala negó el insulto, sino que se investigó y, en un partido sin público, no se encontraron pruebas de audio para culparlo.

  2. Comentarista Enmascarado

    Uno de los comentarios típicos de Larry Bird era cuando algún jugador blanco del otro equipo era el encargado de marcarle…
    «¿El blanco, en serio?
    ¿No creéis que soy lo suficientemente bueno?»

    Y es mítico también cuando les comentaba a los rivales las jugadas antes de hacerlas y les decía que aún así no le iban a poder parar…

    Humor, respeto y educación. Una cosa es el trash-talk ácido, el vacile y el compadreo y otra es la falta de respeto y mentar a fallecidos o familiares. Como en todo, hay límites.

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