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‘No te preocupes, querida’: Make America Great Again

Don't Worry Darling No te preocupes, querida
Don’t Worry Darling (No te preocupes, querida). Imagen: Warner Bros.

Hay una maniobra peligrosa al comentar las películas que consiste en bordear el spoiler. Una práctica imposible cuando los tráilerse y el ruido mediático jalean los estrenos, eliminando cualquier rastro de pureza con la que llegar a ellos. Dicho esto, y evitando entrar en polémicas que nada tienen que ver con la película: empecemos por el final. Por uno de los planos con los que termina No te preocupes, querida: un abrazo. En un vertiginoso y frenético último tramo, la cámara de Olivia Wilde pisa el freno y se detiene en un abrazo. Simple, sencillo, improbable, terrible. Un gesto que viene a confirmar que debajo de tanta cáscara vacía (al fin y a la cabo todo el film es un baile de máscaras) hay un trasfondo complicado, doloroso, terrible. 

Años cincuenta. Norteamérica vive su momento de esplendor: el del sueño americano. Las familias se van a las afueras para poder disfrutar de una vida perfecta donde prevalecen el orden y la tranquilidad. Es aquí donde comienza esta historia, en un barrio residencial durante el ritual matutino que comparten maridos y esposas: ellos se montan en sus coches y se van a trabajar; ellas les besan y les despiden desde el porche. Wilde filma estas secuencias como si se tratase de una coreografía: hay simetría, repetición, multiplicidad, combinación de colores, ritmo acompasado… Todo se mueve al unísono. La tesis estaba clara: hay belleza en la geometría. Por eso cuando un personaje lo verbaliza minutos después de haber empezado el film, quedan claras dos cuestiones: la primera, que esta es una historia sobre el control. La segunda, que quizá la cineasta no confía en el poder de unas imágenes que tan magistralmente ha sabido componer, y por ello decide explicitar su sentido, sin dejar espacio para el pensamiento propio del espectador. Porque en su segundo largometraje, la directora de Súper empollonas (aquella inteligente y personalísima high school movie que derribaba clichés del género a base de sutileza y sentido común) ha dado un giro en otra dirección encaminándose hacia la obviedad, al sitio donde nacen los discursos manidos y los alegatos simplones.

En el apartado visual, poco que objetar. Olivia Wilde hace aquí de lo geométrico y lo simétrico la esencia de su puesta en escena. Las secuencias de acciones captadas con planos cenitales corroboran esa idea de control que subyace (de manera más que evidente) durante todo el relato. Wilde mueve la cámara alrededor de sus personajes: cuando se trata de las esposas, la mayor parte de las veces lo hace aprisionándolas dentro del encuadre, produciendo una sensación de asfixia (falseada, eso sí, por el movimiento que no cesa). La distorsión —porque no hay Pleasantville en el que no haya gato encerrado— se manifiesta a partir de dos elementos. Uno visual: flashes y destellos fugaces que emergen en la consciencia de Alice (el personaje al que da vida Florence Pugh y el mayor mérito de esta película). Y otro discursivo, con las continuas referencias al papel que deben ocupar las esposas en este proyecto de suburbio misteriosamente clandestino, supeditado al trabajo ultrasecreto y superimportante que realizan allí sus maridos.

Y aquí es cuando resulta aún más complicado no arruinar las sorpresas. Porque si bien desde los primeros minutos de No te preocupes, querida es evidente que las cosas no son lo que parecen, aventurarse a exponer referentes (que son muchos) es también la forma más rápida de terminar con el misterio e incluso con la propuesta de Wilde, quien además ha declarado abiertamente el nombre de muchas de sus inspiraciones. Por acotar el asunto y sin rebasar la mitad de la cinta (al fin y al cabo, hay que empezar a poner límites a ese territorio del spoiler, y dos cuartas partes de metraje debería ser un lugar neutral en el que moverse), ya desde el principio hay una perturbadora sospecha que sobrevuela esta impecable comunidad. Algo similar a lo que sucedía en Las esposas de Stepford, la cinta de 1975 dirigida por Bryan Forbes a partir de la novela homónima de Ira Levin. Y es en este film (y no en su remake de 2004, la comedia dirigida por Frank Oz y protagonizada por Nicole Kidman) donde parece mirarse muy de cerca No te preocupes, querida: en su planteamiento, en su estructura, en el terror, en la intriga. 

Quizá resida ahí uno de los grandes problemas del film: en la forma en que asimila un presente desde los parámetros del pasado. Es decir, en cómo Wilde construye un relato aprisionado en la nostalgia para advertir de los peligros de la sociedad actual. Hasta aquí nada que discutir; el problema radica en que las distopías tan pegadas a la realidad, tan ingeniosas en lo que las separa de ella, imponen una distancia y pueden acabar relativizando precisamente aquello que intentan denunciar. Para cuando llega el gran acto final, el discurso machista de sumisión y control ya estaba más que evidenciado (y, una vez más, verbalizado literalmente por el personaje de Chris Pine) desde el momento en que el dispositivo del film hace una división por géneros que recluye en el hogar a las mujeres y regala la libertad a los maridos. 

A pesar de todas estas cuestiones, y de un final en el que Wilde parece perder el control (quizá como forma de alinearse con lo que critica), No te preocupes, querida supone una nueva constatación del talento visual de una realizadora con la capacidad de crear una estética muy personal, enérgica, magnética, coherente. Ahora falta por saber si terminará de creérselo y dejará que sean sus imágenes las que hablen de todo ello. 

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