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El hombre que quiso ser Monte Melkonián (y 2)

Monte Melkonián 2
Una imagen de Monte Melkonián a la entrada de Martuni, Nagorno Karabaj. Fotografía: Gilad Sade.

Viene de «El hombre que quiso ser Monte Melkonián (1)»

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«Ejército Secreto Armenio para la Liberación de Armenia» es un nombre que Monte Melkonián llegará a calificar de «tontorrón». En cuanto a la inclusión en el mapa político de ese pedazo de Anatolia oriental, bastaba con fijarse en la lucha armada de los insurgentes kurdos: mucho más numerosos y mejor organizados que los armenios, no habían conseguido nada. En The Right to Struggle —una recopilación de cartas y artículos escritos por el de California entre 1981 y 1991—, un Monte con los pies en la tierra descarta la idea de la «gran Armenia» para conformarse con que cada descendiente de los masacrados en Anatolia pueda vivir en la tierra de sus antepasados y tener los mismos derechos que el resto de los habitantes de la zona. 

Se cree que ASALA nunca llegó a tener más de cien miembros de forma simultánea, pero fueron los responsables de cuatrocientos atentados que provocaron cuarenta y seis víctimas mortales y en torno a trescientos heridos. La mayoría fueron oficiales del Gobierno turco, pero operaciones indiscriminadas como la del aeropuerto de Esenboğa (Ankara) o la de Orly (París) marcan el principio del fin de la organización. La primera se saldó con nueve muertos y ochenta y dos heridos; «el enemigo turco, un objetivo claro», esgrime Sislián. En cuanto a las ocho víctimas de Orly, «son el resultado de la injusticia hacia los armenios». 

Orly supone la ruptura del acuerdo secreto entre París y ASALA para que esta pudiera establecerse en suelo francés a condición de que no atacara allí. Dicha predisposición favorable de los galos había sido confirmada no solo por las pequeñas penas de prisión impuestas a Sislián y su comando: el mismo ministro de Interior francés, Gaston Defferre, había llegado a definir como «justa» la causa de la organización. Orly fue también la espita que acaba provocando una escisión en el grupo. Mientras que Melkonián y los suyos insisten en restringir los ataques a miembros del Gobierno turco, Hagopián no hace ascos a ningún objetivo. 

ASALA se pudre desde dentro. Hagopián y Monte se buscan el uno al otro para matarse y muchos veteranos se distancian cada vez más del líder de la organización. Aun así, jóvenes voluntarios siguen presentándose en el piso franco que el grupo tiene ahora en Damasco. Desde allí se distribuye una cinta magnetofónica en la que se escucha al mismo Hagopián acusar a Monte de traición tras denunciar este atentado como el de Orly. «¿Qué lecciones puede darnos Melkonián? ¿Acaso no mató a tiros a aquella niña en Atenas?». Hagopián le da donde más le duele. 

En la mañana del 4 de mayo de 1985, tras pasar veintiún meses escondido, Monte pone su foto en el pasaporte robado a un francés, se dirige al aeropuerto de Damasco y abandona Oriente Medio para no volver jamás. En cuanto a Hagopián, será asesinado tres años más tarde en Atenas con una escopeta recortada. Nadie reivindicó el asesinato, pero se apuntó a los turcos, a los sirios y su viuda incluso acusó a los propios lugartenientes de su marido dentro de la organización. Se había ganado demasiados enemigos.

***

Es julio de 1985 y Monte acaba de alquilar una pequeña habitación de baño comunitario en Montparnasse. París está en alerta máxima tras una cadena de atentados y no puede dejarse ver demasiado, porque corre el riesgo de que alguien lo reconozca por la foto que se distribuyó de él en 1981 (Gurriarán lo hizo). Hace flexiones y sentadillas en aquella habitación en la que se reúne con otros colegas disidentes y sale únicamente para establecer contacto con representantes del PKK en las afueras de París o separatistas corsos y vascos en los Alpes. ¿Qué hacer ahora? Sentar los cimientos de un sucesor digno tras la muerte del Ejército Secreto. 

Durante una visita a Marsella, sospecha que un buque turco atracado en el puerto transporta equipamiento militar. Hay que volarlo. Es un buen nadador y está dispuesto a hacerlo él mismo colocando explosivos en el casco. Pero no será pronto, porque la policía está en alerta máxima por la inminente visita a Francia de Turgut Özal, el primer ministro turco. En realidad, no será nunca: Monte es detenido en la terraza de un restaurante tras citarse con un periodista armenio que le quiere entrevistar. La policía registra su habitación y encuentra cientos de notas con listas de nombres del personal diplomático turco en París y una lista de la compra que incluye cien kilos de explosivos, además de lanzagranadas y morteros. También hay un mapa del puerto de Marsella y varias fotos del Mohac. Es el mercante turco.

Serán seis años de prisión por posesión de documentos falsos y una pistola, y planear hacer exactamente lo mismo que los servicios secretos franceses habían hecho con éxito en Nueva Zelanda con el Rainbow Warrior de Greenpeace: volar un barco. Queda libre a principios de 1989 y se reúne con Seta, su novia, en el Yemen del Sur. De ahí al este de Europa, donde sobrevivirán en la clandestinidad —a menudo en la indigencia—, mientras contemplan cómo el bloque comunista se desmorona a su alrededor. Armenia está más cerca que nunca.

País viejo

Es en la embajada de la URSS en Sofía donde la pareja consigue su visado para poder pisar Armenia. El 6 de octubre de 1990, Monte pisa finalmente y, por primera vez, su «patria» nada más aterrizar en el aeropuerto de Ereván. «Nada como volver al hogar, aunque nunca hayas estado en él antes», escribe su hermano Markar. Durante los primeros ocho meses trabaja en la Academia Armenia de las Ciencias, donde prepara una investigación arqueológica monográfica sobre cuevas urartias. Se publicará de forma póstuma en 1995 porque la ansiada vida en la patria no será un retiro apacible. El «país viejo» del que le hablaron sus padres es también un país roto por el desastre económico y un terremoto (en 1988) que dejó decenas de miles de muertos y el país a oscuras. Nadie se atrevía a reiniciar los reactores de la central nuclear de Metsamor. 

La URSS ya solo existe sobre el papel y el caos se apodera inexorablemente de lo que queda del imperio. Mientras decenas de urbanitas de la capital venden todo lo que tienen para emigrar a Los Ángeles, Monte lucha por no ser deportado. El visado que consiguió en Bulgaria un año antes ha caducado y vive bajo la amenaza constante de ser expulsado por el KGB. Finalmente, es un oportuno permiso de residencia como investigador en el Instituto Etnológico de Ereván el que le permite quedarse. Y es importante, porque los armenios se juegan su existencia como pueblo en las montañas de Nagorno Karabaj.

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Es verano de 1991, Armenia está a punto de estrenar su recuperada independencia y Monte se presenta voluntario para defender la patria en Nagorno Karabaj. «El único futuro para Artsaj (nombre que usan los armenios para el enclave) es su reunificación con Armenia», dice el guerrillero, dispuesto a compartir sus años de experiencia militar. La tropa usa nombres de guerra y Monte elige «Avo» para sí mismo. Es muy común y fácil de reconocer por el walkie-talkie. 

Sus años en la clandestinidad le han enseñado a ser espartano, metódico y disciplinado, y da instrucciones muy precisas a sus hombres: no perder nunca de vista las armas y la munición; no abrir fuego primero; no disparar si no se ve nada o a un blanco a más de doscientos metros, o alguien desarmado… 

«Analiza mapas constantemente y no deja de mirar su reloj. Duerme en el suelo dentro de su saco, incluso cuando lo puede hacer en una cama. Nada más abrir los ojos, sintoniza la BBC en la radio y no dice una sola palabra antes de haberse lavado y desayunado», escribe Myriam Gaume, una periodista francesa a la que conoció pocos días antes de abandonar Francia en 1989. Hoy ha aceptado la invitación de Monte para cubrir la guerra. 

Durante la mayor parte de su vida adulta, Monte había estado siempre en el lado del perdedor, fuera en Teherán, Kurdistán, el Líbano, Palestina o las prisiones por las que pasó. Pero en Karabaj es distinto: monta un caballo ganador por primera vez y no está dispuesto a descabalgarse. Pero ¿cómo puede un país pequeño como Armenia enfrentarse a otro que le dobla en territorio y población y cuenta con el apoyo de Turquía

«Muchos armenios no se creen que podemos ganar, pero los karabajíes solo pueden elegir entre luchar o ser masacrados, y eligen luchar», dijo en una de las muchas entrevistas que dio a medios extranjeros. Su celo obsesivo se suma a la fama que le precede, y pronto será ascendido a comandante de la región de Martuni. Karabaj no es Ereván, ni mucho menos su Visalia natal. Ganarse el respeto de la población pasa por combatir, sí, pero también por administrar justicia en valles donde rigen las lealtades tribales. Monte pone a raya a los que trafican con el combustible que deja de llegar a vehículos militares, los que plantan marihuana, los que saquean las casas de sus vecinos, los que maltratan a los prisioneros o, simplemente, los que beben sin control (solo se ha emborrachado una vez en su vida y fue con sangría, en Castellón). Uno de aquellos hombres a su mando compartía esta anécdota: 

Llevábamos muchísimas horas de marcha, estábamos agotados y se hacía de noche cuando nos dimos cuenta de que estábamos rodeados de cientos de ranas que agonizaban por la falta de agua. Monte nos ordenó que las trajéramos de un riachuelo cercano, y a eso nos dedicamos hasta la madrugada.

Circulan muchas historias similares sobre la obsesión de Monte por los animales, algo que contrasta con las atrocidades cometidas por dos milicias armenias a las que se atribuyen todo tipo de ellas. Enfundados en uniformes negros y casi siempre embozados, los hombres de los batallones Arabo y Aramo no toman prisioneros: disparan contra los civiles, violan, saquean, arrancan los dientes de oro a los cadáveres… Cada crimen es una «venganza», sea por un compañero caído el día anterior, por los armenios muertos en este o aquel pogromo años atrás, por el genocidio… Da igual. Fueron estos escuadrones de la muerte los que asesinaron a cientos de refugiados azeríes que intentaban huir de la localidad de Jóyali. Cuando se les acabó la munición, sacaron los cuchillos. Monte convence al mando de que los expulse de Martuni, pero no conseguirá que desmantelen los batallones antes de que vuelvan a matar. Todos saben que los hombres de Arabo y Aramo son crueles, pero también combatientes feroces. Se mira hacia otro lado. 

Se planta cara a un enemigo tan poderoso como desorganizado. El 12 de junio de 1993, con los azeríes en retirada y los armenios controlando más territorio del que pueden gestionar, el ambiente se relaja en aquel checkpoint de Martuni: ese tanque ligero a veinte metros solo puede ser una unidad de refuerzo que llega desde Askerán. «¡Son turcos!», grita alguien. Pero ya es muy tarde. No hay rifle que pueda contra ese cañón de 73 mm. Monte tiene treinta y cinco años cuando su corazón se para. 

Memoria

Es 2 de noviembre de 2020 y las bombas azeríes llueven sobre Nagorno Karabaj. Hacemos una breve parada en la localidad de Martuni para corroborar que, además de un enorme cartel con el rostro de Monte a la entrada del pueblo, también hay una estatua erigida a su memoria en la plaza principal. Pero no es el Martuni que conoció el de California. Los civiles han huido y los soldados armenios se refugian en sótanos a la luz de las velas.

«Conozco a alguien que luchó con él, ¿os gustaría conocerlo?», escucharemos más de una vez durante aquellos días en los que el cielo cayó sobre las cabezas de los armenios del enclave. Acabarán perdiendo todo lo que ganaron en la guerra anterior. 

De vuelta en Ereván, volvemos a ver el rostro de Monte en una sencilla lápida en el cementerio militar de Yerablur, reservado hoy a los caídos en Nagorno Karabaj. Luego es él quien nos mira desde camisetas que se venden en el mercado al aire libre de Vernissage en Ereván, de la luna trasera de un Lada o desde un hombro tatuado. Podría haber sido un gran arqueólogo, un investigador laureado sin apenas tiempo para instalar un plasma en su casa de verano. Pero escogió ser «Monte», a secas. Todos los armenios lo conocen.

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