Entrevistas

Magda Tagtachian: «Mi literatura es orgullosamente comercial. Yo no escribo para el nicho, escribo para que me lean»

Magda Tagtachian para Jot Down

Magda Tagtachian (Buenos Aires, 1967) se define como tercera generación de armenios y escritora. Durante gran parte de su vida fue periodista. Trabajó en las revistas Gente y Para Ti, después en Viva y en el diario Clarín. Un día contó la historia de su abuela armenia y todo cambió. La nota se transformó en libro —Nomeolvides Armenuhi. La historia de mi abuela armenia—, dejó la redacción y se dedicó de lleno a la literatura. Sus libros siguientes son dos novelas románticas: Alma armenia y Rojava. Todos son éxitos de ventas. 

Nos recibe en su casa del barrio porteño de Colegiales, un departamento en el que conviven varios espacios y tiempos: muebles familiares, reproducciones de Matisse, un padrenuestro armenio, collares, muñecos de trapo, una pelota de esferodinamia, lámparas de sal, piedras que son amuletos, chucherías, una manta tejida al croché, alfombras, flores y la biblioteca armenia que fue armando en los últimos años con mapa incluido. Cuando habla, Magda parece ser todo eso a la vez. Se entusiasma, se interrumpe, se emociona, llora, se ríe, polemiza, levanta la voz, pasa de un tema a otro y dice que está todo conectado. A veces se detiene a pensar en lo que va a decir y otras se lanza sin filtro: el machismo, los encasillamientos, el feminismo y las feministas, la política, la grieta, la literatura comercial.

Los puntos suspensivos, que abundan en la entrevista, intentan reflejar todas esas variantes de tono y clima que hubo en más de dos horas de charla con dulces armenios, café oriental y lectura de la borra.

¿Vas a leer la borra del café?

No, no, no, yo no sé. La que sabe es mi tía Alicia. Yo igual algo te pispeo porque lo estudié para las novelas. Te leo la mano, te leo la borra. Poné lo que quieras, pero a mí me da miedo la lecturomancia. 

¿Te da miedo que te lo hagan a vos?

No me gusta. Nunca me gustó, desde chica, porque todo esto de leer la borra está muy mezclado con la cultura. Hay cierta superstición mezclada con la cultura, como pasa en todo Oriente Medio. Vos vas a Armenia y tenés el hatch, que es el ojo. A mí también me daba terror de chica y ahora lo amo.

¿Qué es el ojo?

El ojito. Que también le dicen el «ojo turco». Como acá, que te subís a cualquier bondi [autobús] y está el Gauchito Gil, en Oriente tenés el hatch colgado con la cinta roja para que te proteja. Muchos también usan la piedra turquesa, que también la tengo. Tengo todo. La turquesa la usan más los armenios de Grecia. Ahora me encantan todas esas cosas.

¿Y eso lo conociste de grande, o estaba en tu familia cuando eras chica? 

Estaba y era natural, no me llamaba la atención. Era la casa de los abuelos y nunca me lo cuestioné. Después, cuando empecé a crecer, iba a ver todas las películas iraníes, me vi todas las de Abbas Kiarostami. Y siempre tuve una atracción enorme con la India, mucho antes de revisitar o revisionar mis orígenes armenios. Me acuerdo que los domingos me iba sola al Abasto y me quedaba desde las doce del mediodía hasta las siete de la tarde. Y ahí ya…, había algo en la manera de hablar, en el sonido de la lengua, que no era el armenio, pero era parecido. Me gustaba todo: los zapatos, la forma de moverse, de vestirse, como de campesina. Después entendí que todo eso es mi origen también, porque yo no vengo de Irán, pero toda esa zona, en algún momento, fue el reino de Armenia.

¿Encontrabas algo que te sonaba familiar?

Claro, me sentía atraída pero no lo relacionaba con mi familia. En algún lado me resonaba la casa de mis dos abuelas. Sabía que no era lo mismo porque no era la lengua armenia, pero los escuchaba hablar y me encantaba. Veía las chancletitas de las chicas, las tengo presentes como si fuera hoy, todo lo armenio estaba ahí. Yo no lo sabía.

Ser armenia, para vos, ¿es una cuestión de genes, de cultura, de tradición…? 

Creo que en ese momento me tiraba cierta intuición, algo que no pasaba por la razón. No, no pasaba por la razón. Yo me sentía bien ahí. Sentía que conectaba algo mío muy emocional, muy profundo, muy difícil de explicar. Y lo mismo me pasaba con la India, sentía como una atracción especial con ese lado del mapa… [Mirando el café] No te lo tomes hasta el final, cuando veas la borra, pará. La idea es que no se te vaya al paladar. 

No me dijiste por qué te da miedo lo de la borra y leer el futuro.

Mirá, mi abuela Armenuhi decía, y esto lo revisioné de grande: «La suerte no existe, la hacés vos con tus manos». Yo estoy de acuerdo. Si bien me parece que hay toda una mística, me van a matar por esto que estoy diciendo…, pero no creo en la lectura de la borra. Es como el que te dice no creo en el horóscopo, pero lo lee. No creo, pero le presto atención. Soy contradictoria y complementaria. Le presto atención al tercer ojo, si querés. El tercer ojo indio es el chacra de la intuición… ¿Ves? Ahora incliná el pocillo por el lado donde lo tomaste y le das vuelta sobre el plato. Se tiene que quedar ahí, mínimo veinte minutos, y después se puede leer. 

Entonces sí sabés leer… 

No soy analfabeta, tampoco soy para nada experta. Bueno, lo he visto toda mi infancia. Y la única que me puede llegar a leer la borra, a la única que se lo permito, es a mi tía Alicia. A la única. Y, aun así, con miedo.

Cuando eras chica, ¿vivías en el barrio armenio?

No. No solo no vivíamos en el barrio armenio, sino que a mí no me mandaron a la escuela armenia ni me mandaron a aprender armenio. La armenidad que yo tenía era la casa de mis abuelos, de mis dos abuelas. A mi abuelo materno no lo conocí, falleció cuando mamá tenía seis años, y el otro cuando yo tenía doce o trece años. Dijo cinco oraciones en toda su vida. Y de estas cosas me doy cuenta ahora. Es más, creo que, si me hubiera dado cuenta antes, lo hubiera metido en Nomeolvides. Ni siquiera lo puse en el prólogo. ¡Ay! todavía me siguen cayendo fichas… En mi casa nadie hablaba del genocidio. Mamá lo sabía, papá también, pero nadie hablaba. 

Magda Tagtachian para Jot Down

En relación con el genocidio, en alguna entrevista dijiste que la primera generación lo vive, la segunda calla y la tercera es la que habla. Pero en el caso del Holocausto, los judíos sobrevivientes lo contaron en el momento, es decir, no hubo una generación que lo calló. ¿Vos considerás que eso es propio de la situación armenia? 

Sí, porque fue el primer genocidio. Y porque estamos hablando de 1915, y el Holocausto fue en los años cuarenta. Las primeras matanzas son algo terriblemente profundo, es una marca muy muy grande. Las matanzas empezaron en 1890 contra el pueblo armenio en toda la zona de Anatolia, en Turquía, que ya era el Imperio otomano, por orden del Sultán Rojo. Y todo eso no fue hablado, porque no tenía palabra. De hecho, la palabra genocidio no existía.

¿Y en eso hay algo cultural del pueblo armenio, quizá un pueblo más reservado?

Me pregunté muchas veces con qué tenía que ver. Me lo pregunté cuando terminaba de escribir Nomeolvides, y un día, me acuerdo que con mucha vergüenza o pudor o cuidado, les pregunté a mis primos: «¿Por qué los abuelos y los tíos abuelos se callaron, no dijeron durante tanto tiempo lo que les habían hecho?, ¿no contribuyeron ellos también al negacionismo?». Lo pregunté así, brutal, bestialmente. Pero yo necesitaba entender, y empecé a entender lo que significa vivir un trauma, ser vejado y no poder expresarlo con palabras. Cuando mi abuela Armenuhi, que había ido al cine con mi tía Alicia, y viendo Los unos y los otros, empezó a llorar, era 1980 y tenía sesenta y cinco. Recién ahí contó lo que les había pasado a los siete años. Y yo desconfiaba.

¿No le creías?

No le creí a mi tía cuando me lo contó. Yo decía: «Estará exagerando». Hasta ahí llega el nivel de negación: «Estará exagerando». Además, mi tía Alicia es una gran contadora, es una gran narradora, es la que lee la borra del café. Es mi tía que nunca se casó, lo digo con orgullo.

¿Por qué?

Yo tengo dos tías que no se casaron, y en aquel momento eran señaladas como las tías solteras. Yo tampoco me casé nunca. Me acuerdo de que cuando tenía doce o trece años me iba los fines de semana a casa de mi abuela, me quedaba a dormir y veía a Alicia los sábados a la noche que salía y tenía un novio y se ponía todos los perfumes, se vestía divino, se ponía toda enjoyada, se iba y volvía a las dos de la mañana. Y yo me quedaba con Armenuhi tejiendo, haciendo cadenita… Yo a mi abuela solo la vi vestida sin delantal de cocina algún día de su cumpleaños, en Navidad o Año Nuevo. Todos los otros días de su vida estaba con un delantal de cocina. Siempre. Mi tía Alicia, igual. El delantal de cocina de Armenuhi y de Alicia no solo era una herramienta de trabajo, creo que era una herramienta de lucha. Lo es. Lo sigue siendo.

Hablás del delantal de cocina como herramienta de lucha, pero ¿no puede ser también símbolo de opresión? 

No, no, no, no. Lo usaban con orgullo. Siempre. Pero sí creo que todo cierra con el tema del negacionismo, el silencio y el trauma. Me parece que la opresión no es tal. Uno no se da cuenta de por qué lo usa o de por qué calla o de por qué no le pone palabras. Existió violencia sobre el pueblo armenio, sigue existiendo. Yo vengo de una familia en la que, sobre mis cuatro abuelos y mis ocho bisabuelos, se ejerció violencia. Violencia de verdad. Y donde las generaciones posteriores no hablaron. Es más, la única que habla de esto en la familia soy yo. Y también Alicia. Cuando decidí en 2015 empezar a preguntar, le pregunté a Alicia.

Ese año, cuando se cumplía el centenario del genocidio armenio, escribiste una nota en la revista Viva en la que contás la historia de tus abuelas, pero sobre todo la de tu abuela paterna, Armenuhi. Esa es una historia que llegó a vos a través de su hija, tu tía Alicia, ¿no?

Íbamos todos los viernes a comer lehmeyún a la casa de mi tía. Fui a su casa y justo yo había escrito una nota para la revista Viva sobre el genocidio. En ese momento escribí lo que yo recordaba de cómo mi abuela se había salvado cuando era muy chica y huyeron de Armenia en la alforja de un burro. Era la primera vez que escribía una nota en primera persona, nombrando a toda la familia, y le leí la nota a Alicia por si me estaba mandando alguna macana. «Te lo leo a ver si está bien, si estás de acuerdo. Te estoy nombrando, estoy nombrando a la abuela». A todos estaba nombrando, en realidad. Y Alicia me dijo: «Sí, pero la abuela tuvo un segundo escape, mucho peor que el de la huida en el burro, que vos no sabés». Y ahí contó la historia del tren. 

Magda Tagtachian para Jot Down

Ese es el relato de un momento de la huida de tus antepasados de Armenia que contás en la nota de revista Viva y después en tu primer libro. ¿Hasta entonces vos no conocías la historia de tu familia?

No. Nosotros no hablábamos. Cuando Alicia contó lo del tren, a mí, literal, en ese momento primero me agarró una bronca, me agarró como una especie de fuego. Ahí sí. Ahí sentí yo misma la opresión. Ahí me cambió la cara y sentí bronca, todavía la siento. Tenía ganas de tenerla a mi abuela adelante, porque mi abuela había fallecido en 2004, para abrazarla, para…, no sé, ¿viste cuando vos sabés que una persona sufrió un trauma? No hace falta hablar, hace falta estar. Muchas veces me pregunto eso, pienso que me hubiera gustado saberlo antes. Y me pasa con mi viejo también…, que no vio todo esto que yo hice. 

¿Él nunca habló de eso?

No. En casa había una gran exigencia profesional, todo era estudiar, ser los mejores, sacarse diez. Había que recibirse, había que tener un título universitario. Mamá era socióloga, llegó a ser vicerrectora de la Universidad Católica Argentina, fue doctora en Sociología, hizo toda su vida en la UCA. Papá era arquitecto. Y yo no me recibí de nada. Es más, colgué. Yo estudié Meteorología.

¿Vos no estudiaste periodismo?

Sí, también, pero antes estudié Meteorología porque una carrera universitaria era el deber ser. Y en realidad me gustaba y me sigue gustando. Hice seis años en Ciencias Exactas, me faltaban seis finales para recibirme. Hice todas las materias, las más difíciles, hasta Física 3, Análisis 3, Álgebra Lineal, que no las aprobaba nadie… Hubo varios momentos en mi vida en los que el timón fue haciendo así: tac, tac, tac, tac, tac. Yo lo veo, ahora lo veo.

Con el periodismo no seguiste el mandato de tu papá ni tu mamá.

Claro, seguí el mío. Yo tuve las mil vidas. Estaba por recibirme en Exactas, ya había cursado todo y tenía una beca de investigación, estudiaba la ciclogénesis en Argentina. Amaba a mi jefa de tesis, la doctora María Elena Saluzzi, la amaba. Era… Hoy no se puede decir, pero era gorda, una señora gorda, que me decía: «Nena, vos, antes de los exámenes te comés tres barras de chocolate y te tomás una bayaspirina y así te sentás a hacer el examen final». Ese era su consejo. Los exámenes duraban seis horas. Cursaba en la UBA y recibirse en Exactas estaba difícil porque había muchos paros, a veces ibas a la facultad y no te tomaban examen. Y ahí fue mamá la que me dijo… ¡Ay, no quiero llorar! Perdón… Es que yo creo que todo lo que ellos negaron me lo dieron servido para que lo hiciera yo. Fue mamá la que me dijo: «Está el curso de Periodismo en la UCA, ¿no querés ir?». Y le dije: «Sí, voy…». Yo tenía a todas mis amigas recibidas. O sea, yo crecí en el patriarcado y pensaba que a los veintitrés años me tenía que recibir, ponerme de novia y casarme. No hice nada de todo eso. Siempre me sentí como sapo de otro pozo. Y cuando mi vieja veía que todas mis amigas se recibían, y yo mientras comiendo las tres barras de chocolate y la aspirina, después de haber estado quemándome las pestañas todo el verano y no me tomaban examen, ahí mamá me dijo, casi inocentemente, lo del curso de periodismo. 

Entonces, vos querías ser científica. No había algo anterior, una vocación por el periodismo. 

Me gusta estudiar. Yo escuchaba la radio, fui al [colegio] Lenguas Vivas y no hice la especialidad en lenguas, sino la de físicomatemática. Es que me gustaba, y de hecho era buena. No hice literatura, no me interesaban la literatura ni la lengua. No. Creía que era mala. Peor, creía que yo no era para las humanidades y, bueno, fui a la UCA y ahí ya empecé a laburar en primer año. Yo nunca había escrito nada, tenía veintidós años y nunca había escrito nada. Escribí una nota para una materia, y al profesor, Luis Pazos, le encantó e incluso la puso de ejemplo. Hice una pasantía en Gente y después empecé a trabajar en Para Ti.

¿En la revista Gente qué hacías?

Era pasante, me mandaban a cualquier lado. Por ejemplo, salía un remis [servicio de coche con conductor] para la morgue, iba con el redactor y miraba lo que pasaba en la morgue. No sé, veía la vida pasar y veía un mundo que me parecía rarísimo y fascinante, en el cual tampoco podía entrar. En el segundo año me ofrecieron ir a Para Ti, a una prueba. «El Pingüino», Alfredo Serra, me llevó. Eso fue en 1991 y ahí le dije a mi vieja, y también a mi profesora, que dejaba Meteorología.

Ah, ¿vos no habías dejado la facultad?

No, yo iba a la mañana a la UCA, a la tarde a Exactas y a la noche también. Y en Para Ti, después de estar treinta días a prueba, me tomaron. «¡¿Para Ti?!» Para mi vieja era un horror, imaginate, una socióloga… Llamaba por teléfono a mis amigas, a mis compañeras de para decirles: «Que se reciba». Pero después, cuando firmé mi primera nota y empezó a ver mi nombre en la revista, ya fue otra cosa. Me cambié la firma en 2015 y esto tiene que ver con la deconstrucción. Yo firmaba Magdalena Tagtachian. Cuando entendí mi origen, dije: «Basta, soy Magda».

¿Qué escribías en Para Ti?

Al principio, cualquier cosa. Después empecé a hacer muchos personajes, los personajes difíciles. Eran los años noventa. Me hice famosa en Para Ti porque conseguía las notas imposibles, de testaruda que soy. Conseguía a todos los personajes difíciles. El primero fue la mujer de Domingo Cavallo, Sonia Abrazián, que era armenia. Me dicen: «Hay que conseguir una nota con la mujer de Cavallo», porque era Para Ti y no les interesaba el ministro de, sino «la mujer de». Entonces me fui a hacer guardia enfrente de la casa de Cavallo y esperé. Don Domingo venía al mediodía, se iba a dormir la siesta a la casa desde el Ministerio, y yo me iba preparada para acampar, porque no podías volver a la redacción si no tenías la nota. Me quedo ahí y lo veo venir, me acerco y le digo: «Soy Magda Tagtachian, de Para Ti, quería hacer una nota con su mujer». «¿Tagtachian, armenia?». «Sí», le dije yo. «No se quede acá esperando. Vuelva a la redacción. Yo le voy a decir a mi mujer que la llame». Listo. En quince minutos estaba de vuelta en la redacción, al lado del teléfono y esperando que sonara. Al rato llamó Sonia y fuimos a hacer la nota. Me mandaron con una editora porque yo era muy nueva y tenían miedo de que no supiera hacerla. Me acuerdo del título: «En mi casa no vuela una mosca sin que yo no me entere». Y después no sé qué dijo de Menem y qué sé yo, pero la nota la levantaron todos los diarios, se armó un lío terrible y ella se quedó enojada con nosotras. Yo había ido con Marcela Luza, mi jefa en Para Ti, y después terminó siendo la persona que me llamó para escribir Alma armenia. Yo no la había visto nunca más porque después entró a trabajar en VR Editoras. Ella leía las crónicas de amor que yo hacía en las contratapas de Clarín en 2018. Me llamó y me dijo: «Quiero que escribas una novela de amor en Armenia». 

Magda Tagtachian para Jot Down

Trabajaste en Para Ti, la revista para mujeres de Editorial Atlántida, en Clarín y en Viva también hacías notas para el público femenino, y ahora estás referenciada como escritora de novela romántica. ¿Cómo te llevás con ese target de «escritura para mujeres»?

Me parece que ahí hay un lastre patriarcal espantoso. En los años noventa no se hablaba de esto. Yo he llegado a hacer una nota de instrucciones para llamar a un plomero, todavía la tengo. Te diría que siempre fui encasillada por venir de Para Ti y por hacer personajes de la farándula. Porque hice a Sonia, a Zulema Yoma, pero también a Carlín Calvo, a Ricardo Darín. Hice todos los famosos, me sacaba fotos con ellos, me gustaba la farándula, tenía veinte años. Y me encasillaron, ¡obvio que me encasillaron! Mirá, trabajé siete años en Editorial Atlántida, de 1991 a 1998, el último medio año en la revista Gente, y en un momento empezaron a reducir personal. Un día iba en el [autobús] 130 a la editorial, me llamó una amiga y me dijo: «Bajate del colectivo, porque cuando llegues te van a echar, te paso ya el teléfono del abogado, fijate cuánta plata te corresponde». Yo alquilaba, tenía un crédito… Y me puse a llorar; ante todo, el llanto, porque yo te lloro. El abogado me hizo la cuenta de cuánto me correspondía y después estuve toda la tarde en la editorial esperando a que me llamaran. Iban entrando de a uno a la oficina de Luján Gutiérrez [director de Gente] y los echaban a todos. Iban echando, echando, echando. Entré llorando, él me da su pañuelo y yo lloraba a moco tendido. Cuando veo el número, era más de lo que me había calculado el abogado. Listo, dejé de llorar, agarré la lapicera, firmé y me fui con la plata. Listo. ¡Ah, pará! y me dijeron esto: «Te echamos a vos porque sos sola y no tenés familia». Me puse a llorar más porque me acababa de separar, ¡me había dejado mi novio y se había ido con otra! Y a los que estaban sentados a mi lado, que eran casados, varones y tenían hijos, ¡no los habían echado por eso! Perdón, mirá como me pongo. Imaginate eso hoy en un tuit, lo que sería. ¡Me echaron de la editorial por ser sola y no tener hijos, no por no laburar! Imaginate, me puse loca. Me hicieron un favor, obviamente. Pero no me olvidé del hilo, te estaba hablando del patriarcado.

Pero no se hablaba de patriarcado en esa época.

Claro. No.

¿Y qué era lo que sentías?

Machismo. Machismo. Y, es más, te voy a decir algo políticamente incorrecto. Si eras… A ver… Yo sé que el concepto de linda hoy… Yo pagué derecho de piso por tener una cara… No es que me crea Valeria Mazza, ¿entendés? Y también por venir de una revista femenina, porque después entré a Clarín, donde no había baño de mujeres. Los baños eran todos de hombres. Para ir al baño de mujeres tenía que cruzar toda la redacción. Eran todos hombres. Cuando yo entré en 1998, automáticamente entré a la sección de countries porque yo lo resolvía todo y al toque me hicieron editora. Pero estuve siempre en el sector femenino. En el periodismo, si sos linda, estás para hacer countries, las expensas, los personajes famosos… Y yo sufrí ese mote.

¿Hasta cuándo?

Hasta que me fui de Clarín… No lo podían creer… Yo soy también bastante peleadora, de armas tomar. En realidad, me empecé a pelear cuando me mandaron a la revista Viva. Yo estaba contenta pensando que iba a hacer notas y me mandaron a la sección de Cocina. No te miento. Moda y Cocina. Me recontraenojé. Entonces, ¿qué hice? Trabajaba el doble. Hacía los epígrafes de moda, como cuando empecé en Para Ti, y las recetas. Escribía: «Quinientos gramos de azúcar, un kilo de tomate…». No te miento. ¡Año 2015! Me peleaba con mi jefa porque yo no lo quería hacer, y cuando se reunían para el sumario de notas todos mis compañeros periodistas, la mayoría varones, yo me sentaba en la mesa y Horacio Convertini, que era mi jefe y no es ningún tonto, me dejaba sentarme y me daba ese lugar porque lo entendía. 

¿Y empezaste también a escribir notas?

Propuse una primera nota sobre el velero El Tunante, que se perdió en el océano, y fue un golazo. La primera nota que metí fue portada y la levantaron en todos lados. Horacio veía que las notas que proponía pegaban. Yo le hacía la receta de cocina y los epígrafes de Moda, y en el tiempo extra o los fines de semana hacía las notas de actualidad, que eran las que a mí me gustaban. Hice un montón. Después me peleé y quedé en la parte de actualidad, pero por poco tiempo, porque me daban pocas notas y yo siempre pedía más.

Contra eso que vos ahora llamás patriarcado y que antes calificabas de machismo, ¿te peleabas en ese momento, o es algo que apareció después con el proceso de recuperación de la historia familiar?

Me quedó reclaro cuando recuperé mi historia familiar. Pero antes no…, me daban las notas de moda y cocina y…, yo puedo, te puedo hacer todas las notas…

¿No te generaba inseguridades?

No, no, no, no… Siempre fui más bien peleadora, más que insegura. No, no, inseguridad no. Yo peleaba. Con mi jefa de los tomates, obviamente que me peleaba. Fui tratando de sacarme esas ataduras, esos lugares donde te van encasillando. Claro que mi origen me recontraayudó, y creo que eso no es casual. Cuando me encontré finalmente con mi origen en 2015, en una de esas reuniones de sumario mientras pasaba las recetas de cocina, dije: «Se cumple el centenario del genocidio y a mí me gustaría hacer una nota contando quiénes son los armenios». Y entonces ahí conté la historia de mi abuela. 

Lo contaste en la mesa de redacción, ¿y qué pasó?

Conté cuando a mi abuela la metieron en la alforja de un burro y huyeron sin agua y sin comida, y cómo ella un día me obligó a terminar el plato de comida cuando le dije que no iba a comer. Entonces, cuando me escucharon en la mesa, me dijeron: «Magda, vos tendrías que escribir tu propia historia, ¿te animás?». Era rarísimo, porque yo no proponía escribir sobre mí, yo propuse hablar de los armenios y conté lo de mi abuela como un ejemplo porque así son todas las historias. O peores.

Entonces volvemos a ese momento en que escribiste la nota con lo que recordabas, se la leíste a tu tía y te contó toda la historia familiar.

Ahí rompí la nota y la volví a escribir. Es como si se me hubiera descorrido un velo, todo lo que se había naturalizado en mi familia. Dije: yo ahora quiero saber todo, quiero que me expliquen cada detalle y voy a hacer de esto un libro. Vos me preguntabas si soy insegura; yo no era insegura, pero me tenía que probar a mí misma que lo podía hacer, y creo que me fui de Clarín para probármelo. Y haber escrito Nomeolvides, más allá de la historia familiar y haberme metido con la política y con la historia armenia…, todo eso lo hice sola, no le dije a nadie. Yo no fui a una institución armenia, no sabía lo que era el Centro Armenio. Lo hice sola. 

Pero antes de renunciar a Clarín y dedicarte de lleno a la literatura con los dos libros de ficción, escribías en la sección Pasiones Argentinas. Hubo una columna de octubre de 2017 que generó muchas repercusiones.

El tema con el feminismo y la deconstrucción, y todo, empezó con una nota que escribí: «Manual ideal de una mina copada [mujer independiente y liberada]». El título lo puso el editor. Me parece que estaba bien el título, porque era canchero. Hoy no me arrepiento de nada de lo que escribí. Copada es un personaje, de hecho, después creé otro que es la prima hermana de Copada, que se llama Encendida. Copada es una mina que va en búsqueda de su deseo.

¿No son notas de opinión?

No, era un personaje; de hecho, Copada estaba con mayúscula. Cuando estaba en Viva empecé a escribir en la contratapa de Clarín en Pasiones Argentinas, donde cada uno escribía lo que quería. Y ahí empezó a salir mi… creo que mi veta más de escritora, ponele. Ahí escribía muchas columnas de amor de alto voltaje, incómodas, realmente bastante incómodas. Políticamente incorrectas.

¿Cómo es eso?

Hablaba de amores prohibidos, de una mina que sale con tipos casados, todo dicho con arte y poesía. Te cuento cómo fue que escribí el «Manual ideal de la mina copada». Me fui de viaje a Nueva York con una amiga; queríamos salir, estar con alguien y no encontrábamos. Nos habíamos ido a comer con un argentino, y a mi amiga, que sabe mucho de vinos, le dije: «Si querés que el pibe se quede a dormir y si querés coger, escondé la cava». Vos no podés ser joven, divina, una empresaria exitosa como mi amiga, porque el tipo va a salir huyendo, no se lo bancan. Una noche que volvíamos solas a la habitación, dijimos: «Qué bárbaro, qué desgracia, estamos bien todavía, somos inteligentes, tenemos trabajo, cómo puede ser que no consigamos un tipo. Es que somos muy copadas». Ella lo dijo. Y recuerdo que le contesté: «Esto lo voy a escribir». Volví y escribí ese relato.

Entonces sería algo entre el relato y la opinión, una especie de autoficción.

No, no. Yo me esforzaba… Después fui creando varios personajes y los ponía en mayúsculas, a propósito.

¿Son arquetipos?

Exacto, eso es lo que te iba a decir, son arquetipos. No es que sea yo. Aparecían todas las cosas que hace Copada. Copada se la banca. Ustedes hoy vinieron a casa porque yo estuve desde la mañana limpiando y lo hago contenta. Limpio los vidrios, cocino, me encanta hacerlo, ¿cuál es el problema? Paso la aspiradora, barro. Me criticaron porque en la columna decía que Copada pasa la aspiradora en calzones. Y eso fue antes de que se empezara a hablar de feminismo, justo antes. Copada es un toque feminista, puse yo. Creo que les molestó lo del toque.

¿A quién le molestó?

Me hicieron un favor, en realidad. La agarró Malena Pichot. Yo me estaba yendo a Miami con una amiga, en ese momento viajaba mucho, ya había salido el libro, había dejado la nota y, cuando aterricé en Miami, prendí el celular y me explotaba de mensajes. «¿Estás bien?», me preguntaban mis amigas. Claro, me estaban insultando por cadena nacional, por lo de Copada. Me saltó todo el feminismo a decir que qué barbaridad. Yo me la pasé llorando todo el viaje, pensé que me iban a echar del diario.

Magda Tagtachian para Jot Down

¿Cuáles fueron las críticas?

Ojo, cierto sector del feminismo, porque yo soy recontrafeminista. Cierto sector del feminismo, arriado por Malena Pichot, creo que se llama así, yo no la conocía… Y también había una cosa contra Clarín… El título se lo había puesto el editor; yo le había puesto «Cómo conseguir un novio y fracasar», y el editor puso «Manual ideal de una mina copada». Era una columna muy irónica, yo soy muy ácida e irónica. Sigo sosteniendo, y te lo puedo decir hoy, que los tipos no se bancan una mina con voz propia, con nombre, con identidad, con cojones y con ganas de coger. No se lo bancan, y, bueno…, somos demasiado copadas. No lo entendieron.

¿Al feminismo le falta humor?

En realidad, tergiversaron todo, ellas lo tomaron como que lo que yo decía era lo que había que hacer, y la columna decía que Copada siempre termina sola. Vos me preguntás si no tienen humor. Creo que, si uno está alterado, no puede leer. O peor aún, utiliza una visión política. Porque el hecho de que yo trabajara en Clarín no quiere decir que mi pensamiento fuera el del medio hegemónico. Yo no soy Magnetto [Héctor Magnetto, CEO de Clarín], nunca lo fui. Yo era una empleada. Creo que mezclaron todo. No es que les falte humor, sino que me parece que fue muy manipulado, muy utilizado, hasta te diría políticamente. También me escribió gente como Luciana Peker, que fue mi compañera en Para Ti. Es más, escribió un tuit y se lo agradecí porque tuvo los huevos, dijo: «Magdalena es una mina trabajadora». Después vi que yo había puesto el dedo en la llaga, sin intención, porque no lo hice a propósito. Y dije: bueno, acá hay un tema para explorar. Y sí, me hago cargo de que yo usé y uso un lenguaje políticamente incorrecto. Metí el dedo en la llaga. No me voy de tema, te lo cierro con esto. Hay una nota sobre Alma armenia en un diario de Brasil, la leí sin ver quién la había firmado. La nota es muy elogiosa sobre el libro, pero dice que tiene un punto débil: no se entiende cómo a la protagonista le gusta tanto un tipo con una espalda triangular, que una mina que busca sus orígenes hace demasiada mención a la espalda de un hombre, y cómo puede ser, que no se entiende… La terminé de leer y dije: esta nota la escribió un tipo, seguro. Volví, miré arriba y era un señor.

Pero esa también podría ser una crítica hecha por una mujer. 

No importa, hombre o mujer, es verdad. Lo que quiero decir es que te puede calentar un tipo que es un gran hijo de puta con la espalda triangular, como el personaje de Alma armenia. En realidad, a mí me contrató un sello que publica novelas románticas. 

Lo de novela romántica ¿es un encasillamiento? 

Sí, es un encasillamiento. Es más, es una traición para el lector. Porque la lectora que quiere la novela rosa… Y no, a la armenia no se la compre, señora.

En 2020 salió en Clarín una nota, «El boom de la novela romántica en tiempos de feminismo», donde están Florencia Bonelli, Cristina Bajo, Gloria V. Casañas, Viviana Rivero, Mirta Pérez Rey y vos. ¿Ese agrupamiento te sienta cómodo?

Sí y no. Yo les superagradezco esa nota, la hicieron cuando salió mi primera ficción y me pusieron al lado de Florencia Bonelli, que es la que más vende. Yo creo que los libros son libros. No me animo a decir «literatura», porque hay gente que «a lo que hacen estas minas», donde estoy yo también, no lo llama literatura. Pero no me voy a poner a discutir eso porque ya sería demasiado. ¿Sabés por qué no lo llaman literatura? Porque es comercial. Y esto sí lo voy a decir, yo escribo sobre temas… sobre derechos humanos, siendo yo militante de la causa, no porque me inscriba en algunas instituciones armenias, porque no pertenezco a ninguna institución armenia. Por mi sangre, porque busco justicia, por mi propia historia, por la de mis abuelos y mis bisabuelos y todos mis ancestros. Y mi literatura es orgullosamente comercial. No escribo para el nicho. Escribo para que me lean. Por eso creé un personaje como el tipo con la espalda triangular. Porque me parece que es lo transversal. Es lo mismo que la telenovela turca. 

Vos encontraste que la novela romántica…

¡Me era funcional! Yo las usé a ellas, perdón. Pero eso hice toda mi vida, como cuando me metieron a pasar el precio de los tomates y yo propuse la nota del genocidio armenio, ¿me entendés? Donde me tocó estar, y creo que eso sí lo traigo de nacimiento, trato de sacar lo mejor. OK, me toca estar acá, haciendo una receta de cocina, pero en realidad quiero hacer una nota sobre cómo se vive una semana en el Hospital Gutiérrez, y la hice. Pero me mandaron a Moda y Cocina, teniendo ya veintipico de años de carrera en periodismo, tampoco era una pendeja como cuando empecé en Para Ti, pero me la tuve que fumar. Y me los fumé a todos en la contratapa del diario, hasta que en un momento me empezaron a decir: «Bajá el tono».

¿El tono de alto voltaje?

¡Sí! Porque ¿sabés qué pasa? Yo entraba al diario y todos, desde el mozo hasta el que me daba el diario cuando entraba, me saludaban y me hablaban de las columnas. Una vez escribí sobre los distintos tipos de besos, eran quince líneas. Y entonces ahí me empecé a dar cuenta de esto, de lo transversal. Se calentaban con las columnas, se ca-len-ta-ban. ¿Cuál es el problema de calentarse y ser feminista? Ninguno. ¿Cuál es el problema de maquillarse? Si no te querés maquillar y no te querés depilar o te querés dejar las canas, está perfecto. ¿Entendés? Yo, si no consigo el color seis de tintura, me desespero. ¡Y cuál es el problema! No son sororas. Somos sororas si nos acompañamos entre todas: con pelo, sin pelo, con el color seis, con las canas, la rubia, la morocha, la no sé qué y la que no quiere ningún género, ¿entendés? Esa soy yo. Creo que me hicieron un favor porque se empezó a hablar, porque fui viral. Antes de esa columna de la Copada, nunca había sido viral. Me agarró terror.

¿Y cómo te llevaste con esa exposición negativa?

Me llamaban de todas las radios. Yo estaba en Miami y les decía: «No digas que estoy en Miami». Y tuve que escribir una nota, una página. 

¿Qué escribiste?, ¿disculpas?

¡Noooo!, todo lo contrario. Recargada. Algo como: mírense en el espejo, miren lo que están criticando. Leyeron mal. Habré escrito algo como «aprendan a leer». Encima fui a acompañar a una amiga que cumplía años, ella tenía sobrepeso y había logrado bajar mucho de peso y estábamos en Levi’s y ella probándose los jeans, ¿entendés? Que por primera vez le entraban. Es una chica que se encontró a ella misma, habíamos ido a Miami porque nos llevábamos bien y porque a mí me divierte también, parece que, si sos feminista, no te puede gustar el shopping, pero ese es otro tema. Es incómodo. Y, además, si me preguntás de política, también puedo contestar. Me parece bárbaro que hayan suprimido las doce cuotas para pagarse los pasajes a Miami. Te lo firmo al pie. Me parece bárbaro. ¡Pagalo, no tenés por qué estar subvencionando las doce cuotas o las dieciocho, pagalo! Igual antes que irme a Miami me voy a ir a Armenia, a la India, tengo que ir a un montón de lugares, no me alcanza el tiempo para ir a todo el mundo. Además, con la [vacuna] Sputnik no entro. Y estoy orgullosísima de tener la Sputnik. Orgullosísima. Perdón si te hice toda una mezcla… Y bueno, con mi amiga me peleé en Miami. ¿Y sabés lo que me dijo? Mirá a qué nivel llega el tema del feminismo y el patriarcado. Me dijo que yo podía escribir así porque era soltera y sin hijos. Mi amiga es casada y con hijos. Entonces fue todo un operativo pedirle permiso al marido para viajar, y encima con una copada. La copada te lleva por mal camino. ¿Sabés por qué te lleva por mal camino? Porque te puede hacer entrar a un probador, mirate el culo con el jean Levi’s, que te queda divino y te curtís un pibe, un negro en la esquina, que coge mejor que tu marido. Pasala bien y después te lo vas a fumar más a tu marido, que encima tiene la clave de tu computadora. Decime qué más feminismo hay que ese. Esa es Copada. Y por eso te digo que entendieron todo mal. 

Magda Tagtachian para Jot Down

Vos contaste tu historia familiar. En tu libro mostrás cómo tus dos abuelas fueron enviadas a Argentina y entregadas en matrimonio con hombres a los que no conocían, a los trece o catorce años. ¿La sociedad armenia sigue siendo tan patriarcal como entonces?

Sí. Muy. Mirá, mis abuelas querían que yo buscara un armenio: «Buscate un novio armenio y contador». Para mis viejos había que tener un diploma de ciencias, y para la generación de mis abuelas, ser contador. Ese era el mandato. Ellas, pobrecitas, no se deconstruyeron. Creo que hicieron lo que pudieron, porque fueron la generación que sufrió la violencia, las pérdidas familiares. Hoy en Armenia hay incipientes movimientos de género, no son muchos, les está costando abrirse paso. En Armenia hay que llegar virgen al matrimonio. Hoy. Y hay operaciones de reconstrucción del himen. Yo espero que se vaya abriendo y que se vaya reeducando y que exista esa lucha feminista, para ponerle un nombre, como existe en Occidente o como existe acá. Creo que va a llegar, creo que está llegando. Mi decisión de visibilizarlo, de manera transversal con la novela comercial, tiene que ver con eso. A los armenios no les gusta. 

¿Tus novelas? 

No, no. Las novelas sí. Lo que a algunos no les gusta es que les digas: «Pero mirá que la mujer tiene que llegar virgen al matrimonio, cómo es eso, atrasa». No les gusta. Es difícil de conversar, es como que vienen atrasados en el tiempo…, de nuestra lucha, de la lucha feminista. Fijate cuánto se avanzó en estos últimos tres años, cuatro años. Muchísimo. Pero me parece que eso viene mucho más lento allá. Creo que hay un contexto cultural también. En una charla mencioné que el hombre armenio es machista. Sí, es machista. Acá también es machista, es recontramachista y está recontramaquillado. Los tipos son remachistas. Ahora escuchamos mucho lo del varón deconstruido porque es políticamente correcto. Creo también que, hoy por hoy, el tema de la lucha feminista está muy manipulado por el color político o la grieta, y eso es un problema, porque no nos permite discutir lo que verdaderamente es importante. Entonces, si sos de un lado, está mal ser feminista. Si sos del otro, está bien. Pero eso es dentro de algún sector del feminismo, no todo. Y también, si te asocian con Clarín y escribís una novela feminista, no te la van a divulgar, ¿me explico lo que te digo? Te siguen asociando con Clarín, y yo no soy Clarín. Yo no soy Magnetto. Es una porquería lo de la grieta.

¿Pero existe o no existe la grieta? 

Yo creo que es un invento. La grieta es un invento de un periodista [silencio].

Lanata.

Jorge Lanata lo inventó, le puso ese nombre, pero no digo que él sea el culpable de la grieta. 

¿No le puso palabra a algo que ya existía? 

Cuando vos tirás un fósforo y se prende es porque hay pólvora para que prenda, entonces todos nos tenemos que hacer un poco responsables. ¿No? Además, ahí te metes en otro tema, que es de los medios hegemónicos. Es la lucha por el poder. Vos ponés una cadena de noticias y te dicen una cosa, ponés la otra y te dicen exactamente la contraria. Pero una cosa es ser empleado en un medio y otra ser la encarnación de ese medio.

¿En el ambiente cultural también está presente la grieta? 

Sí, está en todos lados.

Y en la novela romántica ¿eso está por fuera? ¿Tiene que ver con lo comercial, como vos lo llamás? 

A ver…, en mis novelas, como estoy situada en Oriente Medio, yo trato… Yo tengo mi idea política. Y creo que mis lectores, mis lectoras, se dan perfectamente cuenta de cuáles son mis ideas, más de izquierda, menos de izquierda, más revolucionaria, menos revolucionaria, maquillada o no maquillada, con el color de pelo que se te cante o lo que sea. Entonces, colarle a eso un tinte político, que ni siquiera es político… es minimizar la discusión.

Hace dos horas que estamos hablando, así que pasaron mucho más que los veinte minutos mínimos, ¿vas a leer la borra del café? 

Yo no soy especialista, para nada… A ver qué me tocó. Qué miedo que me da esto. ¡A la mierda! ¡Uf! Mirá, mirá, mirá la base. Mirá de lo que estamos hablando. Es creer o reventar. Es tremendo. No hace falta ni que le ponga palabras. ¿Te das cuenta? Mirá.

No sé qué significa.

Algo para desentramar. Todo negro. Algo para limpiar. Y estoy en eso… Desandar el origen es un laburo.

Hablás de desandar el origen como un laburo y pienso que eso se convirtió en tu trabajo. Trabajás con el pasado.

Creo que estoy volviendo al origen. Voy a seguir volviendo siempre.

¿No vas a poder volver a escribir nada que no sea de Armenia? 

¡Sí! Tengo pensado. Igual nunca sabes para dónde te lleva.

Magda Tagtachian para Jot Down

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