Sociedad

De sugar daddies, viudas negras y relaciones desiguales

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Retrato del escritor Jorge Luis Borges, con su asistente Maria Kodama, el 21 abril de 1977 en París. Foto: Getty.

Dentro del inagotable universo de las relaciones sentimentales, si hay un estereotipo controvertido es la pareja formada por el hombre maduro de reconocido estatus con una mujer bastante más joven que él. Este tipo concreto de uniones tiene todos los números para convertirse en el blanco de comentarios críticos desde las más diversas posiciones. Como ejemplo más reciente, la relación entre amantes o cónyuges de diferente edad fue puesta en cuestión por el poeta Luis García Montero desde las páginas de El País. Aludiendo al libro de memorias de María Asunción Mateo, viuda de Rafael Alberti, el actual director del Instituto Cervantes declaró en su artículo que «si me echase una novia de 23 años a estas alturas de mi existencia, ya con 65, me sentiría violento y culpable de abuso por varios motivos. Y si a los 88 años una mujer con 42 se quisiera casar conmigo, me consideraría vanidoso, tonto y en peligro de manipulación».sugar daddies

Es recurrente encontrarse con este tipo de comentarios en redes, prensa y medios de comunicación diversos, en primer lugar, por tratarse de parejas con un alto nivel de exposición pública: es frecuente encontrarse en redes sociales a la enésima dupla «actor famoso cuarentón o cincuentón, o… y chica guapísima con aspecto de haberse graduado hace muy poco» exhibiendo su recién estrenado amor. También es un recurso artístico y cinematográfico muy socorrido, cuyo paradigma es sin duda Lolita, esa novela que solo quienes la han leído saben que trata precisamente de ridiculizar este tópico literario y no de morbo con púberes como comúnmente se cree. En segundo lugar, existe toda una tradición histórica cimentada en los matrimonios pactados de las clases más pudientes, desde la Antigüedad clásica los romanos aportan abundante material en este aspecto hasta los tiempos victorianos, donde la conveniencia en cuanto a ascenso social respecta dictaba el matrimonio del noble avejentado con la jovencita de familia burguesa aspirante a prosperar.

Es esta persistencia en el tiempo la que nos coloca en el campo de batalla interpretativo que sigue acompañando al fenómeno. Desde una perspectiva feminista se argumenta que se trata de una unión desigual que perpetúa hábitos patriarcales de dominancia, donde el poder psicológico, material y social lo detenta el varón. Esta visión contrasta con otras en las que se aduce que, si el emparejamiento es libremente escogido por la mujer, no habría nada que objetar en ello. En el extremo opuesto, desde las trincheras más tradicionalistas o cercanas al movimiento incel, tampoco se encuentra la unanimidad que en principio se podría esperar: si bien se acepta como la exhibición de poder masculino que señalan las corrientes feministas, no siempre es el motivo de celebración que se supondría. En la típica dicotomía misógina incel, que no termina de resolver satisfactoriamente el hecho de que la mujer sea a la vez objeto de su deseo y de su odio, a ella se la suele despreciar por arribista, buscona, interesada y puta, a pesar de que según sus teorías estén operando aquí mecanismos que consideran biológicos, naturales y evolutivos. Cumplir con las teorías economicistas del amor el famoso «mercado sexual» tampoco las libra de sus iras: aunque se trata de un hombre de «alto valor», si es de edad considerable, genera cierto escozor en las filas más jóvenes de aspirantes a macho alfa.

En el apartado de sectores afectados por este tipo de relaciones no podemos olvidar, más allá de las creencias de cada observador casual, que la irrupción de un elemento extraño en un ecosistema bien establecido de familiares o amistades puede provocar un terremoto que altere el paisaje habitual. Sobre todo, entre aquellos con aspiraciones a capitalizar de alguna manera el patrimonio del gran hombre, sea este material o intangible, una vez llegado el protagonista a ciertas edades. La opinión de los allegados sobre la relación puede llegar a ser terriblemente estigmatizadora, y se suele aceptar su veracidad sin demasiados matices, a pesar del evidente conflicto de intereses. Se analice por donde se analice, parece que estas parejas están destinadas a recibir fuego cruzado. La pregunta obvia sería si realmente es para tanto, si es un fenómeno tan común como parece a primera vista y, por supuesto, averiguar cómo se forman y se sostienen este tipo de relaciones.

Psicología evolucionista

¿Qué tiene que decir la psicología sobre este polémico asunto? ¿Hay algún mecanismo especial o distinto que fomente estas uniones? ¿Es naturaleza o cultura? Cuando se acude a la literatura científica es prácticamente inevitable tropezarse con la ubicua teoría de la estrategia sexual sexual strategy theory en alguna de sus variantes, procedente de modelos biológicos-evolucionistas y mezclada con perspectivas economicistas inspiradas en una interpretación de las relaciones sentimentales como una decisión racional (Gustafson y Fransson, 2015). Según ellas, la diferencia de edad deriva de un intercambio donde el hombre provee recursos económicos seguridad material asociada a la edad avanzada y en retorno recibe aquellas ventajas que se identifican con la juventud: belleza estética y capacidad reproductiva.

De entrada, esta explicación es sospechosamente parecida a las razones tradicionales que se aducen para casar a un señor mayor con una niña en determinadas sociedades y épocas históricas, por lo que se podría sospechar que nos encontramos ante una situación típica huevo-gallina. Podría tratarse de un sesgo del teórico que la propone, basado en la costumbre. Pero si profundizamos, se encuentran objeciones bastante serias a un modelo que aspira a explicar cómo los seres humanos se emparejan: aunque obviáramos el hecho de que hace mucho tiempo que se desestimó la figura del «comprador racional» en modelos económicos aplicados al marketing, dado que se trataba de un unicornio inventado e inservible, nos quedaría todavía otro problema de imposible resolución. Las teorías evopsych no sirven para explicar cómo se forman las parejas homosexuales. Acudir a explicaciones basadas en otras especies argumentando para ello razones biológicas basadas en la reproductividad tiene el paradójico efecto de aproximar más la conducta de un Homo sapiens heterosexual a una rata o una langosta en sus patrones de emparejamiento que a un congénere homosexual de la misma especie.

Pero a pesar del sinsentido que esto ya plantea, defectos que lastrarían cualquier teoría explicativa del comportamiento humano, como quiera que muchas personas seguirán necesitando pruebas de ello, es necesario acudir a la cuantificación de datos disponibles. ¿Con qué frecuencia aparecen parejas con diferencias de edad apreciables? Los estudios disponibles en el primer mundo son unánimes en este aspecto: las relaciones en las que el hombre es más de diez años mayor que la mujer es de un 7 % en Francia (Bouchet-Valat 2015) y en Suecia (Gustafson y Fransson, 2015). Para Australia se encontró apenas un 9 % de parejas en las que el hombre le saca siete años o más a su mujer (Lee y McKinnish, 2017), mientras que en Estados Unidos la encuesta de población de 2017 cifraba también en un 7 % esta frecuencia (US Census Bureau). Estamos por tanto ante un dato consistente para todo el mundo occidental, que indica que se trata de un fenómeno marginal, por lo que las teorías biologicistas se tambalean. Es más, los escasos datos sobre uniones homosexuales arrojan un resultado curioso: la hipergamia por edad es incluso mayor que entre sus homólogos heteros. Esto significa que el argumento reproductivo queda en entredicho, lo que cuestiona el modelo evolucionista y nos coloca en un escenario más favorable a otro tipo de interpretaciones más relacionadas con el contexto social, histórico y cultural en el que se desenvuelven las relaciones de pareja.

La perspectiva psicosocial

Hay un hecho consistente también en los estudios de población, y es que el promedio de la diferencia suele oscilar entre 2-4 años en favor del hombre para los estudios consultados, con un rango habitual entre 0 y 5 años mayor (McKenzie, 2021). Es decir, hay una tendencia a que el hombre sea algo mayor, pero no excesivamente. Este dato podría conducirnos de vuelta a explicaciones evolucionistas, si no fuera porque hay otras variables implicadas que complican la cuestión. Al parecer, la diferencia de edad aumenta cuanto mayor es la edad del varón al emparejarse, y es más frecuente que aparezca en segundos o sucesivos matrimonios, más que en primeras uniones, pero tanto en un sentido como en el otro mujeres mayores que hombres y viceversa (Gustafson y Fransson, 2015). En otras palabras, cuando estamos en un escenario de segundas oportunidades que con frecuencia implican que el miembro de mayor edad se ha reproducido ya, se da un mismo patrón que en uniones homosexuales, donde de entrada se presume que la presión social por tener descendencia es menor. Cabe preguntarse cuánta urgencia reproductiva experimenta una persona de más de sesenta años que ya tiene hijos de relaciones anteriores a la hora de elegir pareja, si es que tal cosa se elige o nos la vamos tropezando.

Aun así, es necesario valorar de dónde venimos para analizar otras variables. La extracción social influye en las elecciones de pareja: las diferencias de edad son más frecuentes en población de estratos socioeconómicos precarios o niveles bajos de educación. Históricamente, en las sociedades desarrolladas se detecta un decrecimiento en la media de la diferencia. El efecto encontrado por Kolk para Suecia (2015), se ha detectado también en Bélgica, Holanda, España y los EE. UU. desde el siglo XIX hasta hoy. En China hay un aumento, debido a presión económica, desigualdad y desempleo femenino creciente (McKenzie, 2021). Parece haber una relación entre la transición demográfica del mundo antiguo a las sociedades modernas con el porcentaje de parejas en que el varón es mucho mayor. En general, los estudios que han valorado la hipergamia coinciden en apuntar a que, a mayor desarrollo económico social y empoderamiento de la mujer capacidad para obtener sus propios recursos, menor tasa de emparejamiento con hombres mayores (Giuliani, 2020).

Un fenómeno interesante que apuntala la explicación sociocultural sobre cómo elegimos pareja lo introduce Marie Bergstrom (2022) cuando señala que en épocas en que coyunturalmente la disponibilidad de varones es menor, como pueda ser tras una guerra, la preferencia de emparejamiento prescinde de cuestiones de edad y ellas se unen a varones más jóvenes sin mayor inconveniente. Exactamente igual que cuando su supervivencia material no está amenazada. Por lo tanto, la perspectiva feminista cuenta con sólida evidencia detrás: cuanto más pobre, más ignorante y menos desarrollada sea una sociedad o un grupo social, con mayor frecuencia aparece la desigualdad entre hombres y mujeres, y mayor es la tasa de diferencia de edad en los emparejamientos. Si ellas pueden elegir, eligen hombres de edades similares a las propias en promedio. Parece evidente que emparejarse es una conducta mediada por el ambiente sociocultural más que por tendencias biológicas, al menos en los humanos.

De todas formas, y aceptando esta perspectiva feminista, ¿cuáles serían las explicaciones posibles a que existan este tipo de relaciones? ¿Y qué pasa cuando se producen en ambientes privilegiados? Lee y McKinnish (2017) nos ponen en una pista muy interesante, cuando afirma que tanto hombres como mujeres en edades prudenciales reportan una mayor satisfacción con parejas más jóvenes. Para profundizar en esta cuestión necesitamos descender a niveles de análisis menos globales y más centrados en las dinámicas de una pareja: el contexto de cada uno de sus componentes y la naturaleza de la propia relación.

Modelos sistémicos y poder en la pareja

Gregory Bateson, biólogo, antropólogo y científico social, esposo de Margaret Mead y relacionado con la familia Darwin, fundó en 1951 un proyecto de investigación sobre la comunicación humana tras años de exploración en sociedades muy diversas. Este movimiento supuso la aparición de la Escuela de Palo Alto y el desarrollo del modelo sistémico para explicarse las interacciones entre las personas.

Según Bateson, las interacciones complementarias se basan en una aceptación y disfrute de la diferencia entre una posición desigual de los miembros de una pareja. En las relaciones complementarias, una de las partes ocupa una posición superior en términos de poder que no necesariamente ha de ser perjudicial para el otro miembro. Ejemplos de relaciones de este estilo son las de madre-hijo, profesor-alumno, o médico-enfermo. El otro tipo de pareja es la simétrica, donde los participantes se sitúan en el mismo nivel de igualdad: mismos derechos, voz y voto, misma capacidad de tomar iniciativas y decisiones, etcétera. Intuitivamente se tiende a señalar las simétricas como ideales, pero una relación complementaria puede funcionar muy bien y resultar muy satisfactoria y duradera. Todo depende de si existe aceptación de sus miembros.

¿Son las uniones hombre mayor-mujer joven de tipo complementario? ¿Qué quiere decir eso del poder? ¿Por qué hay menos relaciones en que la mujer es mucho mayor que él, como pueda ser la de Emmanuel y Brigitte Macron como ejemplo paradigmático? En principio, se puede considerar el vínculo entre dos personas de más de diez años de diferencia de edad como complementario si atendemos a que la experiencia vital de uno de ellos es mayor, ha tenido más tiempo de cimentar un estatus material y social superior y ha cubierto etapas del desarrollo que la otra parte aún desconoce. Si además hay diferencias de extracción o relevancia social, el fenómeno se amplifica, sobre todo en el ámbito público: el efecto halo de Leonardo DiCaprio resulta muchísimo más poderoso que cualquier argumento que pudiera esgrimir alguna de sus parejas menores de veinticinco años.

Este concepto del poder es muy ambiguo, pero a la hora de vernos atraídos por otra persona lo podemos caracterizar como aquellas señales que nos indican que el objeto de nuestras atenciones es alguien confiable, sabe lo que se hace y al menos aparenta una seguridad que nos reconforta. Los humanos nos pasamos la vida preguntándonos si estamos haciendo bien esto de vivir y cuando detectamos un semejante que parece saberlo, nos vemos atraídos irremisiblemente. En nuestra búsqueda de afecto, seguridad y acompañamiento, somos vulnerables a diversas dimensiones en las que se expresa esta confianza básica: el aspecto físico es el campo más sencillo donde proyectar seguridad casi todo el mundo adora a los guapos, como el caso de David Sancho está demostrando, pero también tienen gran peso la capacidad intelectual, el estatus económico y social, las habilidades relacionales incluida la sensibilidad y la empatía, y la prestación de cuidados. Muchas personas resumen este sentimiento de confianza como admiración por su pareja. La diferencia entre la hipergamia femenina (el 8 %) y la hipergamia masculina (2-3 %) podría explicarse entonces por las trabas culturales experimentadas por las mujeres a la hora de acceder a ciertos ámbitos de expresión de poder, especialmente la demostración de capacidad intelectual y el ejercer poder económico y social de forma pública.

¿Cuál es el tipo de interacción que se da, existe simplemente un interés material o hay algo más? Escuchamos a diario historias de sugar daddies, mujeres que buscan proveedores materiales, viudas negras que encadenan maridos difuntos y buscafortunas que engatusan al «pobrecito» abuelo solvente con sexo y cariño para hacerse merecedoras de un estatus superior, aunque como se ha visto, se trate de casos residuales, valoraciones éticas aparte. En las interpretaciones materialistas se suele pasar por alto que son los dos miembros de la pareja los que deciden el mantenimiento de esta unión, supeditado a su satisfacción como en todas las relaciones, que se trata de un intercambio voluntario y que, en última instancia, se pasa por alto la propia evolución de la pareja. Una relación complementaria estable puede durar toda una vida.

Un prestigioso escritor, un actor millonario o un empresario provecto puede sentirse más querido por una chica mucho más joven que él que por los miembros de su propia familia, y obtener una mayor satisfacción íntima y personal que en relaciones anteriores. Cuanto mayores nos hacemos, más parece buscarse y valorarse la posibilidad de estar con alguien menor, tanto en hombres como en mujeres (Bergstrom, 2022). Es posible que esté pesando la conciencia del peso de la propia edad, y que este tipo de relaciones contribuyan a reverdecer sensaciones pretéritas. Si así fuera, ¿qué tendría de reprochable? Parece que atribuimos mayor valor a cuestiones emocionales que a las materiales, pero se tiende a prejuzgar que en estas relaciones no existen las primeras. Parece que una mujer no pueda sentirse valorada, respetada o querida si no es con alguien de su edad, cuando una experiencia madurativa mayor por parte de su pareja le puede proporcionar este marco de referencia. En última instancia, los únicos que saben si esa relación les aporta lo que necesitan son sus propios miembros, todo lo demás son proyecciones de creencias ajenas, en las que predominan estereotipos machistas y materialistas, criticados tanto por defensores como detractores. Nada sorprendente, pues somos herederos de sociedades construidas sobre filosofías del abuso de poder económico y social, reservado tradicionalmente para los hombres.


Bibliografía

  • Marie Bergström. What is Behind the Age Gap between Spouses? The Contribution of Big Data to the Study of Age Differences in Couples. Revue française de sociologie, 2018, 59 (3), pp.395-422.
  • Angela Carollo, Anna Oksuzyan, Sven Drefahl, Carlo Giovanni Camarda, Linda Juel Ahrenfeldt, Kaare Christensen and Alyson van Raalte. Is the age difference between partners related to women’s earnings? Demographic Research, JULY – DECEMBER 2019, Vol. 41 (JULY – DECEMBER 2019), pp. 425-460
  • Giuliana Giuliani (2020) Who is older? Gender and age differences in heterosexual couples. European University Institute. Tesis doctoral
  • Per Gustafson & Urban Fransson (2015) Age Differences Between Spouses: Sociodemographic Variation and Selection. Marriage & Family Review, 51:7, 610-632
  • Martin Kolk (2015). Age Differences in Unions: Continuity and Divergence Among Swedish Couples Between 1932 and 2007. European Journal of Population (2015) 31:365–382
  • Wang-Sheng Lee & Terra McKinnish. The marital satisfaction of differently aged couples. Journal of Popular Economy (2017)
  • Lara McKenzie (2021). Age-dissimilar couple relationships: 25 years in review. Journal of Familiy Theory & Review 2021;1–19
  • Volpe EM, Hardie TL, Cerulli C, Sommers MS, Morrison-Beedy D. What’s age got to do with it? Partner age difference, power, intimate partner violence, and sexual risk in urban adolescents. Journal of Interpersonal Violence. 2013 Jul;28(10):2068-87.

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2 Comentarios

  1. Resulta enternecedor el esfuerzo del Sr. García por otorgar una pátina «ciencítico-antropológica» a una cuestión mucho más prosaica: que somos mortales, que según cumplimos años perdemos facultades, seres queridos, afectos…y que se sobrelleva mejor ese angustioso escenario cuando nos acompaña alguien más joven, con ilusiones intactas, que están yendo todavía en lugar de volviendo.

    La opinión que de esta circunstancia tenga cada cuál vendrá dada por criterios estéticos, éticos y morales, por cuestiones que afecten a la propia experiencia personal de cada cuál.

    Yo personalmente podría suscribir la frase del Sr. García Montero: «si me echase una novia de 23 años a estas alturas de mi existencia, ya con 65, me sentiría violento y culpable de abuso por varios motivos. Y si a los 88 años una mujer con 42 se quisiera casar conmigo, me consideraría vanidoso, tonto y en peligro de manipulación».

    A partir de aquí, lo que dos personas mayores de edad, en pleno uso de sus facultades mentales (esto es importante, claro) decidan libremente hacer, solo les concierne a ellos: a fin de cuentas, el dinero está para gastarlo.

  2. Mar Flowers

    Muchos hombres gustarian de yacer con parejas mas jovenes, pero por lo general a ellas no les gustan los viejos que tienen 30 años mas que ellas.
    La variable de que los hombres quieren parejas mas jovenes es invariable, siempre está ahi.
    Lo que cambia es la variable de que ellas acepten a hombres 30 años mayores que ellas. ¿En que momento ellas aceptan que su pareja sea un viejo con 30 años mas?
    He aqui que llegamos al huevo de la gallina. Esta aceptacion se produce en el momento que la hembra constata, que la cuenta corriente del viejo, da para mantenerla y quitarla de trabajar, enfundarla en visones y vivir en un pisazo en invierno y en la casita de la playa en verano.
    Para que no haya duda, es la mujer quien acepta, quien consiente, y quien deshoja la margarita.
    Ella saca la calculadora, echa cuentas de los años que le quedan y cuanto le van a rendir aguantar esos años y si le sale a devolver , da el si quiero al vejestorio.
    Cualquiera que piense que es al reves , estaria diciendo que el vejete obliga a la mujer a pasar por el aro. Y mucho me temo que es ella la que echa las cuentas y decide si le renta.

    DEP Fernando Fernandez Tapias

    Bien pagá’, si tú eres la bien pagá’
    Porque tus besos compré
    Y a mí te supi’te dar por un puñao de parné
    Bien pagá’, bien pagá’
    Bien pagá’ fui’te mujer

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