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Todas las princesas mueren después de medianoche

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Un grupo de princesas se ahoga en el fondo de una piscina mientras, en la superficie, alguien entona aquella canción, popularizada por La bella durmiente, sobre soñar con el amor de un caballero de sangre azulada. Veinticuatro horas antes, en el interior de la vivienda anexa a la piscina, una mujer planchaba mientras sentía que una relación se apagaba y la televisión anunciaba la muerte de una princesa. En su cuarto, una adolescente se veía a escondidas con su príncipe y, tras la partida de aquel, canturreaba el «Freed from desire» que popularizó Gala durante los noventa.

Al borde de la piscina, un niño de ocho años llamado Lulu rescata a una de las muñecas, una princesa Disney, que se están ahogando en el agua, le pide perdón, la besa y le confiesa «En realidad no quería que murieras». Ese chico era la misma persona que entonaba la canción sobre anhelar el abrazo de un príncipe, una melodía famosa por una película animada. Veinticuatro horas antes, una mujer doblaba la ropa recién planchada escuchando las noticias del trágico accidente en el que falleció Lady Di. En su habitación, una chica llamada Cam apuraba un cigarrillo, ventilaba la estancia y bailoteaba el éxito del verano en Francia, un tema de eurodance firmado por una cantante italiana. Cam había decidido invitar al chico del que estaba enamorada a visitar su cama aquella misma noche. Pero, al carecer de experiencia previa en asuntos de sábanas, ni siquiera tenía claro si realmente estaba preparada para ello. Era un día de verano. El treinta y uno de agosto de 1997. El mismo día, en el que estas tres personas iban a morir un poco a la altura de la medianoche. 

princesaTodas las princesas mueren después de medianoche, la obra de Quentin Zuttion ganadora del Premio especial juvenil del gran jurado en el Festival de Angoulême 2023, es un cómic que contiene princesas, príncipes que se deslizan por la ventana de la amada, valerosos caballeros al rescate e incluso un dragón. Pero no es un cuento. En realidad, es el final de un cuento. Es el instante en el que el idealizado amor romántico se estrella de cara contra el mundo real para hacerse añicos. Un pequeño vistazo a la jornada donde las vidas de tres personas, un niño, su madre y su hermana, sufrirán un aparatoso accidente emocional.

Zuttion decide estructurar su relato utilizando un par de tretas muy inteligentes. Por una parte, sitúa el núcleo de la trama en un escenario acotado en el tiempo, un único día en el ocaso del verano a finales de los noventa. Por otro lado, utiliza a tres personajes de una misma familia en tres etapas distintas de la vida (la infantil, la adolescente y la adulta) para mostrar tres tipos diferentes de desengaño amoroso. El descubrimiento y aceptación de la propia sexualidad, la inestabilidad de la mente enamoradiza e insensata, y el final de una relación dolorosa. En el baño del hogar, el pequeño Lulu se pinta los labios con carmín a escondidas mientras sueña con besar a su vecino. En la terraza, la madre contempla cómo su marido regresa hastiado a la casa, junto a una familia a la que ya hace mucho tiempo que no ama, tras pasar la noche en alguna otra cama. En el jardín, Cam se emperra en tostarse bajo los rayos del sol para que un novio, que la supera en edad y experiencia, la vea atractiva cuando se reúnan por la noche. Son tres historias que están condenadas de antemano, como anuncia el propio título del libro. Y que funcionan tan bien sobre el papel como para que el recurso de trazar un paralelismo con la muerte de Lady Di acabe resultando meramente anecdótico.

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El cómic apuesta por apoyarse en lo cotidiano, en lo cercano y habitual, y sabe hacerlo con maña, tacto y gracia. Lulu recibe la visita de su vecino y ambos se enredan en juegos impulsados por la imaginación infante, aventuras en el jardín que permiten al autor elaborar viñetas sobrecargadas y fantasiosas. Cam y su madre se sientan a hablar en la terraza y ambas acaban confesándose mutuamente lo desordenado de sus corazones por motivos totalmente opuestos: la joven por no entender lo que le ocurre, y la mujer adulta por entender demasiado bien lo que le ha ocurrido. La trama se las apaña para desenvolverse de manera amable, pese a que orbita sobre temas tan amargos como el rechazo, un padre ausente o la inseguridad emocional. Todas las princesas mueren después de medianoche también funciona en segundo plano como una carta de amor a la infancia, como el alegato nostálgico, pero nada estruendoso, de un niño que en los noventa desayunaba chocapic con leche, jugaba con pistolas de balines y muñecas de princesas Disney, escuchaba en la radio el hit del verano o veía las películas de terror para adultos cubriéndose los ojos con ambas manos.  

En lo artístico, Zuttion demuestra una evolución evidente tras trabajos previos como Llamadme Nathan o La dame blanche. En las páginas de aquellos, el trazo era sencillo y los colores tímidos por decisiones estéticas. En Todas las princesas mueren después de medianoche, el dibujo es mucho más sólido, más coherente, y se presenta empapado de colores. A base de trazos que poseen la textura de las ceras con las que jugaría un niño, y ofreciendo tonalidades cálidas que evocan los días vagos veraniegos a base de perfilar los rayos de sol que se cuelan entre las rendijas de una ventana cerrada, el atardecer en el jardín o la sombras proyectadas por las hojas de los árboles.

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Todas las princesas mueren después de medianoche es un descubrimiento agradable y tierno, cotidiano y doloroso, bonito y agridulce. Un slice of life ligero pero certero. Y, sobre todo, es un tebeo consciente de que los cuentos en el mundo real no siempre acaban bien, pero eso no significa que no tengan derecho a gozar de un final feliz. La obra, además, esconde una diminuta (y hermosa) sorpresa en el sitio más inesperado, en la letra pequeña, en el margen de la historia relatada, en la mismísima página de agradecimientos. Porque ese es el lugar en donde el autor ha colocado, enterradas entre la ristra de menciones a las personas importantes de su vida, dos confesiones involuntarias que aclaran perfectamente cuál ha sido el germen de este cómic. La primera de ellas es un sentido abrazo a la nostalgia, a la infancia lejana: «Gracias a los tazos y las canicas de los recreos, las muñecas Barbie desmembradas, Meeko el mapache, la casas de Playmobil, la biblio del colegio, las prendas tejidas por la abuela, los Minikeums, los chocapic, los X-men Evolution de los domingos por la mañana, las rodillas peladas de revolcarme por la hierba, Sailor moon y las tardes con los chavales del barrio».

La segunda declaración inconsciente escondida entre los agradecimientos del cómic es algo bastante más breve, pero muchísimo más revelador sobre la naturaleza de esta obra : «Y muchas gracias a Yoyo. Perdóname por haberte robado tu primer beso».

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2 Comentarios

  1. Pingback: Todas las princesas mueren después de medianoche - Multiplode6.com

  2. Abel "el bedel"

    «Veinticuatro horas antes, una mujer doblaba la ropa recién planchada escuchando las noticias del trágico accidente en el que falleció Lady Di.»
    ¿Trágico?
    Cuando una gente que tiene una vida de la hostia y va camino de pasar otra noche de la hostia se da la hostia no es trágico. Es karma.

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