Música

La música mató a Rory Gallagher

Rory Gallagher, 1970. Fotografía: Fin Costello / Getty.
Rory Gallagher, 1970. Fotografía: Fin Costello / Getty.

Fueron muchos años escuchando a Rory Gallagher. Tumbado en la cama, inerte, mirando al techo, recorriendo de hito en hito el gotelé con su discografía. Una colección de discos que palidece ante su legado de piratas. El de Roslyn, Nueva York, en My Father’s Place, del domingo 8 de septiembre de 1974, también conocido como Denim & A Strat, siempre ha sido para mí la expresión más brutal y genuina del rock de los setenta. Desde el momento en que me entró, he vuelto a ese disco una y otra vez durante décadas como si fuese el hogar paterno. Podríamos citar todos los géneros y subgéneros del rock que trasciende esa actuación, pero el secreto es algo mucho más simple: ese disco es eterno porque en él está la verdad

Es muy osado hablar en estos términos de música popular, pero, sin necesidad de consumir LSD o mezclarse con sectas new age, en Rory Gallagher había algo, unos trances que impregnaban sus apariciones de un carácter religioso. Cabría citar el fenómeno de Grateful Dead y sus fans, o las sesiones de música electrónica, espectáculos marcados por la marihuana y las drogas recreativas de toda clase, pero aquí lo que alteraba la conciencia era un power trio o, según la época, un cuarteto de blues rock. Había un pirata del 82 en Offenbach del Meno, Alemania, titulado Hard Drinking-Great Player, pero es lo más lejos que pudo llegar la asociación con una sustancia. Aquí, la sustancia era la música.

Rory era católico, pero no tenía nada que ver con eso. Era algo que él mismo creó y por lo que murió. Algo que buscó, que nunca llegó a dominar del todo y que le consumió. Era solo música, sí, pero un ser humano dio la vida por ella. Siendo consciente de su historia, cuando se escuchan sus álbumes sublimes, llega a acojonar la comunión que se puede sentir, y que a él crear esa música se lo llevara por delante.

Su hermano y mánager, Donal Gallagher, dijo que Rory era dos personas completamente distintas: el que estaba dentro y el que estaba fuera del escenario. No tenían nada que ver. Ni siquiera Rory sabía quién era cuando se encendían los focos. «No me reconozco ahí arriba», decía. «Si estuviera tan loco fuera del escenario como lo estoy sobre él, me encerrarían». La analogía socorrida era el doctor Jekyll y Mr. Hyde. Él mismo la incluyó en una de sus canciones más populares, «Shadow Play».

Sin embargo, el Rory más conocido era el de la faceta de Mr. Hyde, el que actuaba, mientras que el que se ocultaba con nocturnidad era el Rory real, el que se bajaba del escenario. A ese Rory, fuera de los focos, le gustaba vivir solo, y su pasatiempo favorito era dar largos paseos… solo. En las giras nunca vivió el rock and roll way of life, no se acostó con los centenares de chicas que se le ponían a tiro en los camerinos. Tampoco fue un drogadicto. En el libro The Man Behind the Guitar, de Julian Vignoles, un amigo de Gerry McAvoy, su inseparable bajista, dice que Rory no hablaba de mujeres, no hablaba de fútbol, no hablaba de alcohol, solo hablaba de música, que era como hablar con una monja. 

Pasó toda una vida tocando en directo, prácticamente treinta años de gira. Cuando se acababan los tours, se refugiaba en sí mismo. Se concentraba en componer y se aislaba de todo el mundo. No tenía prácticamente aficiones más allá de la guitarra. Por no tener, no tenía amigos. Sus amigos era la gente con la que se iba de gira. Si no estaba de gira, se deprimía mucho.

Ya era depresivo de niño, pero la pasión por la guitarra la traía dentro. Se construyó su primera guitarra con una caja de queso, una regla y unas gomas. Después sus padres le compraron un ukelele a plazos y el monstruo ya estaba creado. Con doce años ganó un concurso y con el dinero se compró su primera eléctrica. Con quince años pudo hacerse con una Fender Stratocaster y no dejó de exprimirla hasta su muerte. 

En esa personalidad pudo influir que su familia era un hogar quebrado. Su padre, exmilitar, era alcohólico y su madre se separó de él. Estaban en Derry, en el norte, y ella cogió a los niños y se los llevó al sur, a Cork, a vivir en una taberna, la que regentaban los abuelos del futuro músico. Su padre acabó pidiendo en la calle. Quizá de ahí la costumbre posterior de Rory de salir del hotel en cada escala de sus tours para dar dinero a los músicos callejeros que se encontrase. 

Se ha especulado con qué emisoras escuchaba, cuáles fueron sus primeras influencias, pero la fundamental fue su gente. Como un pueblo culto de verdad, el irlandés no había perdido la costumbre de cantar en familia, en casa. Al chaval le fascinaban el rock, el blues y el country, pero la herencia del folclore irlandés impregnó todo lo que compuso de forma natural. Aunque nadie lo explicó mejor que él: «Hay que tener la mente abierta en lo que escuchas y absorbes, pero estrecha en lo que haces». Muchos también han querido especular con la tradición pagana irlandesa y la suerte que corrió el músico, que de algún modo se sentía maldecido. Lo dijo tal cual una vez: «Es parte de la herencia celta, sentir que estás inmerso en la mala suerte y que la muerte será la única salida, sea cual sea la causa». 

Aquel niño introvertido y de pocas palabras solo vivía para tocar. Lo hacía donde le dejasen. Con doce y trece años se escapaba para actuar ante los pacientes del manicomio del barrio de Sunday’s Well, a las afueras de Cork. Aunque cueste creerlo, el rock en aquella época era una música proscrita. Al menos en la católica Irlanda. Se asociaba al sexo y a la vida licenciosa. Una vez, Rory estaba tocando wésterns para entretener a los alumnos del colegio North Monastery y se estropeó el amplificador. Los curas le pidieron que tocara lo que fuese mientras lo arreglaban, como ya había agotado su repertorio, rompió con rock and roll, los niños enloquecieron y lo echaron. Esa era la música del diablo.

También se encontró con líneas rojas cuando tocaba en bandas para salas de baile. Estuvo en The Fontana, que luego se llamó The Impact, y giraron por Europa, sobre todo por Alemania, donde, como es sabido, en Hamburgo había una espectacular escena de directos. Sin embargo, tenía prohibido por los mánager y los dueños de las salas hacerse un solo. Cada vez que lo hacía, el público dejaba de bailar y se dedicaba a mirarlo. Eso rompía el clímax, aunque pocos años después, en todo el mundo, fuese el modelo de negocio y la máquina de hacer dinero. Los primeros en romper los grilletes fueron The Beatles. Venían del mismo circuito de salas de baile, pero Rory los admiraba porque habían salido de ahí para tocar sus propias canciones. 

En esos años de catarsis hubo dos ciudades que marcaron el destino de Rory. Una fue, paradójicamente, Madrid. La capital de una dictadura de origen fascista, en los sesenta transmutada en un engendro institucional que trataba de blanquearla con el nombre de democracia orgánica, no era el lugar más apropiado para abrir el espíritu. Pero Rory no aterrizó exactamente en Madrid, sino en Torrejón. La base militar estadounidense se regía con sus propias reglas. Fueron solo seis semanas, pero los soldados de la fuerza aérea demandaban justo lo que no les dejaban hacer en Europa. Volumen, desenfreno, locura, solos… sudor, R&B. Había un policía militar que se subía al escenario para cantar «Great Balls of Fire» cada noche. Eso era muy distinto a un baile de salón con parejitas.

La segunda ciudad fue Belfast, como se narra en Rory Gallagher: His Life and Times, de Marcus Connaughton. En 1965, tras la experiencia madrileña, había dejado atrás las salas de baile, ahora su grupo era un power trio de nombre Taste. La banda tenía dificultades para ser contratada porque los promotores pensaban que pagar para que tocaran solo tres músicos era un timo. Eso valía para un bar esquinero, no para una sala con nivel y glamur. Mandaba la cantidad sobre el concepto y la calidad. En Irlanda se llegaba al límite de que la Federación de Músicos Irlandeses fijaba un mínimo obligatorio de artistas sobre un escenario. En cambio, todo era distinto en Belfast. Allí los Them de Van Morrison habían plantado la semilla del R&B. Desde ahí fue fácil saltar a Londres y enredarse en una tormentosa relación con la música de la que nunca fue capaz de separase.

Lo que buscaba no se puede definir exactamente. No era nivel tocando. Rory dejó claro en entrevistas que el blues era un género musical en el que la destreza o la técnica son importantes, pero no valen para nada si no puedes expresar un sentimiento. Porque la calidad está en el sentimiento, no en la velocidad de los dedos. Explicó que el blues es uno de los estilos más difíciles de tocar porque, al ser una música tan emotiva, si no eres capaz de evocar esos sentimientos, todo sonará falso y vacío. El rock se puede interpretar, es ritmo y energía, pero el blues no, significa crear una atmósfera, eso no se puede imitar, hay que transmitirlo. En la gestación de esa expresión, en su caso, además de un tono melancólico y romántico, inseparable de su acervo irlandés, en sus letras destacaron dos conceptos: la depresión y… los agentes secretos.

Si se analizan las letras de sus once álbumes de estudio en solitario, cualquier psiquiatra encontraría síntomas evidentes de depresión. La figura más recurrente aludía a la sensación de no encontrarse presente en este mundo. En «A Million Miles Away» lo dice expresamente. Habla de que la gente es feliz pasándose el porro, pero él, mientras eso sucede, mientras escucha las risas, está muy lejos de allí. Dio vueltas a esta idea de muchas maneras diferentes, numerosas veces jugando con el concepto de la vida errante, gitana, la del músico trovador, siempre en movimiento. Una forma de vida que no deja de ser también una manera de huir de uno mismo. Pidió auxilio en esas letras, confesó que no podía dormir por las noches, que el éxito no le hacía feliz, que sentía angustia…

Ciertamente, hubo desamor en la vida de Rory. Se ha especulado muchas veces con la posibilidad de que fuera gay o la clase de persona que estaba por encima de las pasiones mundanas, incluso se ha llegado a afirmar que tal vez, de no haber sido músico, se hubiera metido a cura. Sin embargo, hubo una mujer en su vida, la fotógrafa belga Catherine Mattelaer. Para eludir el pago de impuestos, los hermanos Gallagher vivieron en Sint-Martens-Latem, en Gante, en casa de un bluesman local del que eran amigos, Roland van Campenhout (toca la guitarra en dos temas de Wheels Within Wheels, el directo de Montreux en 1975 que salió oficialmente en 2003), y Catherine era su compañera de piso. Allí se inició un romance, pero no llegó a término por motivos desconocidos. Gerry McAvoy comentó que aquella era la mujer con la que debió casarse. Ted McKenna, batería de su etapa más heavy (a partir del LP Photo-Finish), reveló que, al unirse al grupo en 1978, una mujer acababa de «romper el corazón» de Rory.

Se sabe que tuvo varios reencuentros con ella, y, según contó el propio Rory, en una ocasión, Catherine le presentó a su pareja, el cantante Johan Verminnen, y este le enseñó las fotos de la hija que habían tenido juntos. Esto sucedería a finales de los ochenta. Ese breve intercambio le dejó devastado durante dos años. Poco se sabe del triángulo amoroso compuesto por Van Campenhout, Verminnen y Rory. Algunas fuentes afirman que la fotógrafa estuvo ocho años con Van Campenhout y que, además de con Rory, tuvo algo con Van Morrison, Tim Hardin y Boz Scaggs. Ciertamente, además de sacar fotos, era modelo y desfilaba en pasarelas importantes. Cuando se casó con Verminnen, se retiró. Siguió en el mundo de la moda, pero desde la oficina de una consultora.

Años después, en 1993, cuando Rory era consciente de que su final estaba cerca, volvieron a coincidir y estuvieron hablando durante horas. Era evidente que estaban discutiendo. Jean-Noël Coghe, periodista en Rock & Folk, contó en su libro Rory Gallagher: A Biography que tuvieron un intercambio de palabras de mucha intensidad. Mattelaer confesó que Rory se había dirigido a ella «como nunca lo había hecho antes», le habló de «sus sentimientos más íntimos», y lo hizo «sintiendo que sus días estaban contados». Un vendedor ambulante pasaba por allí y Rory le compró todas las flores que llevaba para dárselas a Catherine, y así terminó la conversación. En 2019, ella asistió al Rory Gallagher Festival de Ballyshannon (su localidad natal, en el norte de Irlanda), lo que demuestra que el vínculo existió y de alguna manera prevalece. 

No se le conocieron otras mujeres, aparte de su madre, a quien escribía con profusión. Rory le compró un casoplón en Cork cuando él vivía en un apartamento diminuto y, en la última etapa de su vida, en una habitación de hotel. El desgarro por esta relación de amor fallida también estaba presente en sus letras. En «Fuel to the Fire», de Photo-Finish, decía que el recuerdo solo añadía «más leña al fuego». En «Edged in Blue», de Calling Card (un disco en el que la mitad de los temas son depresivos), una de sus canciones más bonitas, más que una letra, encontramos una carta dedicada a esa mujer: «He llorado suficientes lágrimas como para llenar un océano, mi mundo se ha roto, tomaste una decisión y nada puede cambiarla, estoy destrozado…». 

Lo que no sabemos, en un hombre que ni siquiera era extrovertido cuando bebía, es por qué esa relación no fue a más. ¿Sería por su ansia de vivir on the road? Nadie quiere tener una relación estable con alguien que no está en casa la mayor parte del año. Esta puede ser la explicación más probable. «Edged in Blue» es un tema tan lleno de belleza que es imposible no experimentar placer al escucharlo, a pesar de sentir cierta culpabilidad al saber que Gallagher vomitaba en esa letra toda su ansiedad. El final de la cara A de ese mismo disco, «I’ll Admit You’re Gone», es otra carta a ese amor en la que se muestra todavía más roto por dentro: «Ahora sé que estoy equivocado, la vida es difícil de soportar, no duraré mucho».

El otro gran tema de sus canciones fueron los espías. Cuando murió, sacaron de sus armarios toneladas de libros de Patricia Highsmith, Raymond Chandler y Dashiell Hammett, además de cintas de VHS de cine negro y clásicos. A su hermano, cuando estaban de gira, le llegó a sobrecoger la afición de Rory a la lectura. Si tenían unos días libres, él se encerraba a leer hasta que había que volver al trabajo. «Llegaba a ser angustioso», confesó. El género negro aparece en sus letras de forma obsesiva. Le fascinaba la forma de vivir al límite de los criminales y los espías. Sobre todo, de este último gremio, la provisionalidad de sus vidas, algo que podía encajar con su perfil psiquiátrico. El caso real de Kim Philby, espía del MI6 que pasaba información a los soviéticos y tuvo que escapar por Albania, le interesaba especialmente. Salvando las distancias, Rory se sentía identificado, solo que él no tenía siquiera un Estado enemigo al que huir tras descubrirse que no era quien decía ser. Estas letras fueron desplazando a las sentimentales y existenciales hasta el punto de que en su disco Defender, su regreso a finales de los ochenta, todas las canciones iban sobre estos asuntos. 

Los estudiosos han relacionado su interés por el género negro por la rama del outlaw-blues. Hay que entender que Rory era muy consciente de lo que significaba ser un bluesman. De hecho, manifestó en una ocasión que si de algo se sentía orgulloso era de haber hecho evolucionar el blues eliminando las referencias a la misoginia e incluso a la violencia contra las mujeres. Todo ello dicho en una época en la que un discurso cercano al feminismo no suponía colgarse ninguna medalla. Explicó que el blues tradicional había que entenderlo en su contexto cultural, pero que ahora este era otro. 

Efectivamente, el tiempo pasa y también pasó el suyo. Nunca dejaron de aparecer figuras del blues. Ahí estuvo la fulgurante carrera, desgraciadamente truncada, de Stevie Ray Vaughan en los años ochenta. Pero Rory no reunió las condiciones necesarias para que la industria musical y los medios se siguieran fijando en él de la misma manera. Esto fue agriando aún más su carácter. Arremetió contra los videoclips y otras concesiones que el artista tenía que realizar para estar presente en las dinámicas del mercado. Ya antes, en los setenta, se había quejado del formato single, donde los sellos siempre acababan editando las canciones para que durasen menos y pudiesen sonar en la radio. «Tattoo’d Lady» o «Cradle Rock», canciones brillantes de 1974, igual no son muy conocidas por el gran público que sí sabe quiénes son Free o Led Zeppelin porque Rory se negó a lanzarlas en single. Se quejaba de que, desde las oficinas de Los Ángeles, Londres y Nueva York, se había «impuesto un sistema» a todo el mundo. 

Aunque donde más se notó su preocupación fue en la inseguridad. Empezó a obsesionarse con su propia música, a corregir y reescribir sin parar, demorando la salida de nuevo material. No se fiaba de los consejos de nadie. En el libro de Julian Vignoles se cita una entrevista de 1991 en la que Stephen Roche, de la revista Seconds, le pregunta directamente: «Hay muchos fans de la música que no saben quién es Rory Gallagher? ¿Cómo te hace sentir?». Su respuesta trató de ser realista: «Nunca me he esforzado por ser un artista pop. No soy el dueño de una compañía discográfica. No vendo una imagen». De hecho, abandonó su imagen característica, con pantalones vaqueros y camisas de leñador, para empezar a vestir solamente de negro. Es gracioso que precisamente ese año, a principios de los noventa, en Estados Unidos, de manera repentina y absurda, se pusiera de moda esa forma de vestir, la de la clase trabajadora de Seattle. 

Van Morrison, al verlo tan hundido, le recomendó que se separara de la música, que se tomase unas vacaciones, que se airease, pero Rory nunca supo hacer eso. Se encerraba en el estudio a trabajar en sus canciones una y otra vez y se olvidaba de cosas tan básicas como comer. Si por inclinación personal, por su carácter y sus vivencias, Rory tenía facilidad para hundirse en un pozo negro, apareció un nuevo factor que tiró de él hacia abajo: las pastillas. 

Esta revelación apareció por primera vez en Gallagher, Marriott, Derringer & Trower: Their Lives and Music, un libro de Dan Muise. En la época de las grandes giras, los años setenta, Rory empezó a desarrollar hipocondría y otros síntomas relacionados con la ansiedad, como miedo a volar. Un médico le recetó un cóctel de pastillas, seguramente barbitúricos, que, según comenta su hermano Donal en el libro, en ese momento ya estaban prohibidos. Rory, que durante toda su vida fue antidroga, que montaba pollos cuando descubría a alguien drogándose, se enganchó a un medicamento, en definitiva, una droga, pues en inglés comparten incluso la misma palabra. En una ocasión, durante la última etapa, Donal entró en su piso de Londres y encontró una caja de zapatos llena de pastillas. Ahí comprendió que la situación era preocupante. 

Fue en ese momento, por el estado mental al que le había llevado la depresión y la adicción a las pastillas, cuando empezó a beber en serio. Hasta entonces, era un irlandés. Esto es, un señor que bebe pintas de cerveza de forma cotidiana. Pero con las pastillas se adormecía. Así no podía subir a un escenario y empezó a recurrir a los lingotazos de whisky o coñac antes de salir a tocar en directo. Le iba bien durante las primeras canciones, era todo energía, pero, a la media hora o cuarenta minutos, el alcohol potenciaba los efectos de las pastillas y se venía abajo súbitamente. Lo que jamás le había ocurrido durante los años más locos del rock empezó a pasarle en el último tramo de su carrera. 

Cuando los medios le dedicaban alguna noticia siempre incluían comentarios sobre su notable aumento de peso. Rory llegó a poner poses imposibles en las fotos para ocultar su papada. Llamaba a las revistas para protestar por el tono sumamente ofensivo de estos comentarios, pero la trituradora de carne ya estaba en marcha. David Sinclair escribió en Q: «Está en malas condiciones, tiene la cara hinchada como un balón de fútbol». Eric Bell, de la última formación de Them y primera de Thin Lizzy, se lo encontró en una ocasión en Londres y dio una vuelta con él. Al guitarrista de Phil Lynott le sorprendió que pidiera vino a esas horas. Al salir del bar se dirigieron a una tienda de guitarras, caminaron unos metros y Rory empezó a parecer desorientado. Eso preocupó a Bell. Cuando después Rory le contó que le dolían los brazos, Bell le explicó que él ya había pasado por esos síntomas, una señal de alcoholismo, y que por eso dejó Thin Lizzy. Cuando se despidieron, Bell le pidió que le llamase al llegar a casa, como se haría con un anciano o con un niño. Gary Moore también coincidió con él por estas fechas y, cuando murió, dijo que hubiera sido imposible detectarle la enfermedad: «Lo que más habla de cómo era Rory es que nunca me dijo nada de sus problemas, estaba más interesado en mis problemas». 

En 1995 tuvo que cancelar una gira por Holanda por unos dolores abdominales. Si un médico le había jodido la vida con las pastillas que le recetó en los setenta, ahora prácticamente lo ejecutaron. Con el cuadro de dolores que presentó, le recetaron paracetamol. En realidad, lo que tenía era un problema hepático. Esa medicación era la más contraindicada posible: lo enviaron directamente al Hospital Cromwell de Londres. De ahí fue trasladado al King’s College, donde se le sometió a un trasplante de hígado. Estuvo dos meses en la UCI, pero, con el sistema inmunitario bajo mínimos por el tipo de intervención, cogió una infección. Le metieron antibióticos en cantidades industriales, pero no sirvió de nada. Entró en coma. A su hermano, desesperado, solo se le ocurrió llamar a Mark Feltham (armonicista y músico de sesión con el que había colaborado) para que tocase country y blues a ver si eso le devolvía la consciencia. Esa idea excéntrica, desesperada, habla de quién era Rory. Quisieron realmente resucitarlo con su música. Mark estuvo tocando una hora, pero no sirvió de nada. Rory murió el 14 de junio de 1995 con cuarenta y siete años.

Una de sus últimas declaraciones al canal ARTE servía perfectamente de epitafio: «He mejorado como compositor, cada vez toco mejor. Actualmente, soy mucho más feliz como músico. No soy feliz como persona, pero sí como músico». Y ese fue su legado, que todo era verdad.

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13 Comentarios

  1. Gracias por el magnífico artículo. Siempre me ha parecido extraño que este grandísimo guitarrista, intérprete y compositor esté tan olvidado. A mi su música me sigue pareciendo muy viva y debería de ser escuchado mucho más. Gracias de nuevo por ayudar a traer su figura a un primer plano.

  2. Gracias por este artículo. Me parece injusto que el gran Rory y su legado tenga que estar como en segundo plano, como detrás de los grandes, cuando (en mi modesta opinión) deberia de estar presente entre ellos
    Y no son pocos los guitarristas que le citan como influencia.
    Se merece más.

  3. Si hay algo que nadie puede negarle es lo que comentas, una sinceridad y honestidad brutales. Sin poses ni tonterías. Larga vida al legado de Rory

  4. Al mismísimo Jimi Hendrix le preguntaron quién consideraba mejor guitarrista que el, y dijo que le preguntaran a Rory Gallagher. Rosendo Mercado ha dicho muchas veces que Rory era su alter ego y que le influyó en su manera de tocar la guitarra. Tengo la mayoría de su discografia y no hay absolutamente ningún disco malo. Para mí el sublime directo Irish Tour debería ser un MUST para todo amante del ROCK…

  5. ALEJANDRO

    GRAN ARTICULO.RORY ESTA ENTRE LOS 5 MEJORES GUITARRISTAS DE LA HISTORIA. HAY UN DATO DE SU TRISTE FINAL QUE NO ESTA CLARO,HE LEIDO QUE DESPUES DEL TRASPLANTE DE HIGADO, RORY SE QUEDO CASI PARALITICO Y PIDIO A SU MADRE TERMINAR CON EL SUFRIMIENTO.RORY FUE UNICO,HONRADO,SALVAJE EN EL ESCENARIO Y NUNCA TRAGO CON LAS MODAS,SIEMPRE CAMISA A CUADROS. DONDE ESTES BLUES Y ROCK PARA RORY.

  6. es la demostracion de que la industria tritura a quien no esta de su lado para exprimir al maximo las ganancias. para mi es uno de los cinco mejores de la historia. escuchar una misma cancion a lo largo de su carrera demuestra como cambiaba a lo largo del tiempo , nunca se tocaban con la misma estructura e incluso solos de guitarra con un misma base, logico, pero para nada igual en notas e incluso ritmos. solo puedo decir que raro es el dia que no escucho algo de su musica

  7. Antonio Bedmar Fernández

    No conocía a este músico pero me he leído el artículo intrigado por el título: que a este músico le mató la música.

    Yo creo que efectivamente el rock está maldito, a pesar de que reconozco que me gusta. Ha matado a muchos músicos y ha pervertido a mucha gente, a veces también con consecuencias fatales. Habría que tener mucho cuidado a la hora de escuchar esta música, del mismo modo que hay que tener cuidado al beber alcohol. A lo mejor es incluso más peligrosa que las bebidas alcohólicas.
    Y sin embargo está en todas partes y casi todo el mundo la escucha. Hay que reconocer que atrae.

  8. Sin duda, uno de los mejores intérpretes de Blues y Rock and Roll que han existido. Impecable en la ejecución y soberbio transmitiendo sentimiento. Y con una actitud sólo superada por su aptitud: renunció al éxito de masas, fue un músico honesto que prefirió la honradez de su música a la fama.
    Me enganché a su música hace muchos años ya y sigo siendo un adicto absoluto.

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  10. Abel "El Bedel"

    Toi llorando. Lo clavaste chaval. Me has hecho recordar al Genarín, que dio su vida limpiando el instituto y cayó víctima de la Bonifacia, el camión municipal de recogida de residuos. ¿Para cuándo una pensión para la Moncha? Héroes seculares del mundo, ¡uníos!

  11. jose maria

    Hola. Tenía yo como 15 o 16 años cuando lo vi en el Monumental de Madrid. Era mi primer concierto grande, (antes había visto a Granada en la discoteca M&M) y el impacto fué brutal. Su talento y una capacidad para transmitir ese estado de alteración dionisiaca, de pura energía y verdad, sin trampa ni carton, austeridad en el escenario y a tope la pasión. Un músico entregado y mostrandose al desnudo dandolo todo.
    En un festival de «nuevas músicas» o algo asi presencié una actuacion de Suso Saiz en la que a pesar de la retirada de gran parte del público,periodistas incluidos, tambien vi a un musico mostrandose íntegro e integral. Otra música, otra enrgía y la misma verdad.
    Pienso tambien en otro guitarrista que tambien me gusta muchisimo y me parece de una honestidad total amen de excelente en la técnica, que es Richard Thompson.
    Gracias por el artículo y los comentarios.

  12. Por supuesto que dejaba ver cosas en sus letras.
    «Too many sleepless nights, put my soul on edge, And so many restless moods, lay heavy in my head.» (Overnight Bag). Maravillosa canción que tiene uno de los mejores y más emotivos solos de guitarra de la historia.

  13. Carlos Pina

    Articulo maravilloso. Gracias. Rory sonaba en El Rastro y yo ratificaba mis gustos por El Rock. Fue otra etapa nueva para mi, cada nuevo descubrimiento era un sedimento indispensable en mi vida. Descubrí que había otra manera de transmitir sentimientos con el pelo largo y la pasión por la música. Su sonido impregnó las vivencias de una época de transición en lo personal. Mi adolescencia.
    Cuando el sentimiento por la música te atrapa, eres feliz. No se necesita nada más.
    Abrazos
    C.P.’24

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