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«Querida Hannah Arendt, escríbeme. Necesito estímulo mental»

Mary McCarthy y Hannah Arendt
Mary McCarthy, 1980. Fotografía: Susan Wood / Getty.

Este texto es un adelanto de nuestra trimestral Jot Down  nº 46 «Rupturas»

Todavía no había terminado la Segunda Guerra Mundial cuando se conocieron en el legendario Murray Hill Bar, en Manhattan. Hannah Arendt tendría alrededor de treinta y ocho años y hacía poco más de tres que había llegado procedente de Europa, tras lograr huir del campo de internamiento de Gurs, reencontrarse con su madre y su marido Heinrich Blücher, resolver el infame papeleo burocrático de visados y pasaportes, superado gracias a la intervención de Varian Fry, y, finalmente, atravesar España dirección Lisboa para cruzar el Atlántico durante el invierno de 1941. Cómo fue el tránsito de una mujer judía con actividad política antinazi y de un antiguo militante comunista alemán es un episodio incierto que trata con rigor Agustín Serrano de Haro en Arendt y España. Lo cierto es que, como bien señala De Haro, los sucesivos trenes españoles que tomaron corrían en dirección contraria a los transportes de la muerte. 

Mary McCarthy era seis años más joven que su amiga. Huérfana de padre y madre desde los seis años, pues ambos habían fallecido por la epidemia de gripe de 1918. Tenía tres hermanos y juntos vivieron acogidos por familiares del padre. Durante años padecieron los rigores de una educación férrea, de trato duro y abuso. Cuando se hizo insoportable, pasaron a vivir con los abuelos maternos y su situación mejoró. La joven McCarthy logró graduarse en 1933 en la universidad privada, y por entonces solo para mujeres, Vassar College. Cuando ambas amigas se conocieron, la escritora estadounidense ya había debutado con una novela autobiográfica, The Company She Keeps (1942), que anunciaba su talante contestatario, inteligente, fresco y nada convencional. 

Hannah Arendt no había escrito todavía las obras sobre el totalitarismo y la condición humana que más adelante le dieron autoridad y celebridad, pero ya era un referente intelectual por su compromiso político y su brillante formación filosófica y humanística. Su modo de abordar la reflexión había impactado a tres maestros de su época universitaria: Martin Heidegger (Marburgo), Edmund Husserl (Friburgo) y Karl Jaspers, su director de tesis en la Universidad de Heidelberg, que publicará en 1929 con el título El concepto de amor en san Agustín. Intento de interpretación filosófica. Al llegar a Nueva York en mayo de 1941, había recibido una beca de la organización de refugiados sionista, realizaba colaboraciones en revistas judeo-alemanas y era muy activa en su compromiso por conservar el legado judío europeo. Su notable artículo «Nosotros, los refugiados» (1943) refleja su posición y proceder intelectual: expresiva y reflexiva a partes iguales, incisiva, segura de sí misma, centrada en los «fenómenos» políticos de su tiempo, defensora de la esfera pública, de la pluralidad, del debate y de la acción. 

Era inevitable que Mary McCarthy y Hannah Arendt conectaran intelectualmente y también personalmente. La correspondencia que mantienen durante décadas manifiesta una amistad construida a partir de un profundo amor filial: «Escríbeme pronto, por favor. Te echo de menos y estoy impaciente por verte». «Oh, querida, me hubiera gustado tanto volver al país, verte, te extraño tanto». «Mary, querida mía, ¡cómo te añoro!». « Te quiero profundamente y te abrazo fuerte». «Mi más tierno afecto para ti, querida mía». «¡Mary, querida mía, te extraño! Te quiero mucho y te deseo la mejor de las suertes». «Querida Hannah, te echo terriblemente de menos. Por ti, añoro el país, realmente». «Hoy hace un día precioso, casi primaveral. Acabo de enviarte unas flores de primavera para festejar al sol como corresponde». «Queridísima Mary: poco a poco me he ido acostumbrando a no tenerte aquí, cerca de mí, pero te añoro siempre». «Recibe toda mi ternura, mi muy querida Hannah». «Muchísimos cariños para ti, querida mía. El dolor me hace pensar doblemente, acaso triplemente, en ti. Tú lo podrás entender».

Las cartas de los primeros años son cordiales, correctas, probablemente porque se ven con frecuencia y conversan. Todo empieza a cambiar cuando McCarthy se instala en Europa y el teléfono se hace insuficiente. Como si fuera una premonición, la escritora escribe a Arendt a principios de noviembre de 1959: «Querida Hannah, escríbeme. Necesito estímulo mental». Desde entonces y durante los próximos quince años, hasta la muerte de la pensadora en 1975, la relación epistolar se hace intensa, atractiva, vibrante. Ambas caminan de la mano hacia una madurez intelectual desacomplejada. Son punzantes, irónicas, agudas, están atentas a los fenómenos sociales y políticos en unos años marcados por la carrera armamentística, el peligro nuclear y las guerras. 

Las dos están muy conectadas con otros intelectuales, con activistas y diplomáticos. Se implican en el Comité de Ayuda a los Refugiados Españoles (SRA), que ambas presiden de forma sucesiva, con los demócratas en Chile y se oponen a la guerra de Vietnam. La Segunda Guerra Mundial queda atrás, pero el mundo se ha tornado muy peligroso. La geopolítica con China y Rusia es delicada. «Si en nuestra locura consiguiéramos reconciliarlas… —escribe Arendt—, bueno, más vale que no termine la frase».

En Estados Unidos hay movimientos sociales que empujan a romper con las prácticas políticas heredadas del pasado. Colisionan los procesos antagónicos de involución conservadora y de evolución progresista. Es plena Guerra Fría, y Estados Unidos realiza numerosas pruebas atómicas en Nevada; pero, a la vez, el movimiento por los derechos civiles y pacifistas avanza con determinación en un país marcado por la decadencia política.

Hacia finales de 1962, Mary McCarthy escribe a Arendt en referencia al suicidio de Marilyn Monroe y las interferencias de la Casa Blanca: «Nuestra época empieza a parecerse a una de esas horribles películas en cinemascope sobre los últimos emperadores romanos, sus Mesalinas y sus Popeas. La piscina de Bobby Kennedy representaría el baño con leche de burra». La decadencia del joven imperio se cobraría una víctima meses después. En noviembre de 1963, el presidente de los Estados Unidos de América, John F. Kennedy, es asesinado. Pocos meses antes, Martin Luther King pronunciaba su célebre frase. «I have a dream». Las radios del país difunden la música de un jovencísimo Bob Dylan, «the answer, my friend, is blowin’ in the wind…». La contracultura comienza a abrirse camino. 

Este mismo año del magnicidio, Mary McCarthy y Hannah Arendt son sometidas a campañas de insulto y desprestigio. La novelista, por su libro El grupo, y la pensadora política, por El Informe Eichmann. Para sus contemporáneos, ambas habían llevado demasiado lejos su estímulo mental, habían trasgredido algo más que el decoro de su tiempo: destacaban, eran valientes y no se dejaban amilanar. Muchos compañeros intelectuales no lo soportaron. Dos hombres se pusieron al frente de esta «quema de brujas»: Lionel Abel y Norman Mailer

Lo paradójico del caso es que, cuando todavía trabajaba sobre el Informe, Arendt le había escrito a McCarthy sobre un nuevo fenómeno que iba incrementando su intensidad: «El mundo literario e intelectual se está volviendo una sucesión de happenings […], los directores de revistas se han transformado en profesionales del espectáculo y el lector es un espectador en la arena de un circo». Lo que entonces no intuía es que ellas serían las próximas gladiadoras.

La primera en saltar a la arena fue Arendt. Sobre ella se lanzó la «turba», término que ella misma emplea para designar a personas influyentes e intelectuales especializados en lanzar campañas para denigrar a disidentes políticos o culturales. Piensa que el artículo de Lionel Abel en el Partisan Review, responsable de poner en marcha la maquinaria de odio, forma parte de una campaña que nada tiene que ver con su Informe. La cuestión es harto compleja porque afecta a la «narrativa sionista», como posteriormente argumentó el historiador Tony Judt durante el duelo que él mismo mantendrá con Lionel Abel a través de las páginas de The New York Review of Books en 1995. Con todo, y aunque el acoso sistemático tuvo un efecto sobre su moral, la bien conocida tozudez reflexiva de la filósofa no fue permeable a las influencias. Más bien, gracias a las críticas, Arendt admitió que había descubierto nuevas ideas sobre la verdad y la política. 

Tras Arendt, le tocó el turno a McCarthy, primero por defender a su amiga (con escaso éxito) y luego tras publicar El grupo, una novela coral que recoge experiencias vitales de ocho mujeres recién graduadas en el Vassar College. El libro aborda el amor libre, la violencia de género, la anticoncepción, el aborto, el socialismo, el activismo, el lesbianismo y la experiencia transgénero en los Estados Unidos de entreguerras, los del New Deal. Rápidamente los setenta mil ejemplares de la primera edición se esfuman y en poco tiempo se venden cinco millones de ejemplares.

Los ataques del escritor Norman Mailer, probablemente envalentonado por sus «palmeros», fueron sarcásticos, sucios, groseros, agresivos. En un artículo de cuatro mil palabras para The New York Review of Books, la bilis del escritor se desata con un desprecio y un machismo insoportable. Para Hannah Arendt, el ataque a su amiga no se debe a motivos políticos, o incluso morales, sino sencillamente a que el libro es un best seller. El desprecio y la desaprobación de los intelectuales hacia el libro, los pocos amigos que ayudaron a Mary McCarthy revelaban celos y envidias mal digeridos.

En ambos casos, las críticas llegaron de sus colegas. Pero entre ellas nunca se fallaron. El respeto y la admiración fueron sinceros, sólidos, sin concesiones ni condiciones. La amistad entre estas dos mujeres favoreció en cada una la autoconfianza necesaria para ejercitarse en lo intelectual mediante un pensamiento original, vital, penetrante, lúcido, libre. Su estímulo es savia necesaria para nuestro presente.

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7 Comentarios

  1. Otro artículo desangelado. Parece que al escribir le entrara la prisa. Faltan multitud de detalles como, por ejemplo, el «affaire» habido entre Arendt y Heidegger que no dejó precisamente buen sabor de boca en aquélla y que fue la razón principal de su acercamiento a Jaspers, quien fue un metafísico de bastante menor calado que el citado Heidegger. Tampoco alude a la disputa con Lilian Hellman, que tiene su enjundia por la idea pueril que McCarthy y la otra mantenían de los soviéticos. McCarthy se posicionó en los juicios de Moscú a favor de los reos, mientras que Hellman lo hizo a favor de Stalin. Ninguna de ellas basaba su opinión en otra cosa que la intuición, pero aprovecharon para tirarse de los pelos durante casi medio siglo, terminando en una demanda a propósito de la afirmación vertida por la McCarthy en una cadena televisiva a propósito de la Hellman: «cada palabra que escribe [Hellman] es una mentira, incluidas ‘y’ y ‘el'». Algún estímulo mental parece que sí encontraba fuera de la Arendt.
    El último párrafo del artículo es como ir a un restaurante con un amigo, que vaya al servicio y aproveche para largarse por la puerta de las cocinas.

    • Pero, ¿eres tonto? ¿No sabes leer que es un adelanto de otro contenido?

      • Para tonto o tonta, cómprate un espejo.
        No es la primera vez que la citada Berta alega lo del adelanto de un contenido que después no aparece.
        Si es una manera de que el lector pique, es un recurso penoso.
        En este caso cita Norman Mailer, pero se olvida de la némesis durante décadas de la McCarthy, Lilian Hellman. A lo mejor hay que reescribir la historia de los piques entre féminas por eso de imputar la violencia dialéctica a los hombres. «Eppur si muove».

  2. Jairo RP

    Yo creo que es cuestión de agenda…para la autora es más importante reseñar la profunda amistad entre dos mujeres famosas, y no la enemistad entre dos mujeres famosas…

  3. Pingback: Jot Down News #15 2024 - Jot Down Cultural Magazine

  4. Berta Ares

    Hola,
    aquí la autora. Gracias, Jairo, efectivamente, he querido reseñar la profunda amistad entre estas dos mujeres; lo cual no quiere decir ni mucho menos que cada pueda tener o no sus enemistades con otras mujeres, ni tampoco quiere decir que la amistad profunda sea sólo cosa de mujeres (la poco conocida amistad entre Joseph Roth y Pierre Bertaux bien hubiera podido centrar también este artículo),
    Por otro lado, me parece interesante leer los comentarios de javibaz, de quien siempre aprendo porque tiene muchas lecturas y se nota que sabe. A ti, Javibaz, si me lees, solo quiero comentarte que en estos pequeños ejercicios de redacción muchas veces evito las autopistas y me encamino por callejuelas secundarias. Me gusta pensar que el saber está hecho de muchísimos caminos y no necesariamente voy por los más transitados. Gracias siempre.

  5. Berta Ares

    Hola,
    aquí la autora. Gracias, Jairo, efectivamente, he querido reseñar la profunda amistad entre estas dos mujeres; lo cual no quiere decir ni mucho menos que cada una de ellas pueda tener o no sus enemistades con otras mujeres, ni tampoco quiere decir que la amistad profunda sea sólo cosa de mujeres (la poco conocida amistad entre Joseph Roth y Pierre Bertaux bien hubiera podido centrar también este artículo),
    Por otro lado, me parece interesante leer los comentarios de javibaz, de quien siempre aprendo porque tiene muchas lecturas y se nota que sabe. A ti, Javibaz, si me lees, solo quiero comentarte que en estos pequeños ejercicios de redacción muchas veces evito las autopistas y me encamino por callejuelas secundarias. Me gusta pensar que el saber está hecho de muchísimos caminos y no necesariamente voy por los más transitados. Gracias siempre.

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