
Tú pensabas que tu pandilla de amigos era perfecta. Hasta que los viste a ellos. Ellos sí eran una pandilla perfecta. Como una cajita de bombones en la que había de todo: tenías al pijo sensible, a la pija caprichosa, al pijo rebelde, a la pija promiscua, al pijo gracioso, a la pija empollona, al pijo DJ y a la pija tonta. Después repasabas tu propio grupo de amigos, en el que seguramente había rebeldes, graciosos, promiscuas (con suerte) y puede que hasta algún empollón acogido como mascota… pero cero DJ y absolutamente ningún pijo. Así descubrías que tu vida era incompleta, que tu entorno era un marasmo social de proletarios sin futuro cuyas casas no tenían piscina. Tu vida era como ir a Benidorm después de ver un capítulo de Los vigilantes de la playa.
Ellos eran mejores. No necesariamente más guapos —hasta que entró en la serie Tiffani Amber Thiessen, quiero decir— pero sí más polifacéticos, más ahítos de experiencias, más estilosos que tú y tu cochambrosa cohorte de colegas del barrio, o que tú y tu legión de perdedores outsider del colegio. Beverly Hills 90210 Sensación de vivir marcó a toda una generación de jóvenes telespectadoras y, por ende, a los jóvenes telespectadores que ejercían como hermanos pequeños o novios y tenían que tragarse el invento por narices.
Todas y todos aprendimos lo que era una Pandilla Perfecta. Y francamente, aquello daba náuseas. Nunca supimos muy bien cuál era el mensaje central de Sensación de vivir, excepto demostrarnos por enésima vez que los ricos lo hacen todo con más elegancia y gracejo que nosotros. Era un programa moralizante, sí, y pretendía orientar a la juventud por el buen camino… pero de manera más bien extraña. Por ejemplo, la moralina sobre la importancia de la pareja parecía un tanto superflua cuando al final nos dábamos cuenta de que todos los personajes se ha bían acostado con todos. Esta era la clase de lecciones morales que aprendimos allí. Prácticamente no había personaje que no hubiese tenido problemas de alcohol y drogas (cocaína sobre todo, nada de basura para pobres), ludopatía, trastornos alimentarios, suplantaciones de personalidad, muertes fingidas, y un largo etcétera de inconveniencias sociales. ¿La moraleja? Los ricos también son personas. Solo que mejores personas, que toman mejores drogas y tienen mejores problemas acompañados de mejores soluciones. Y todo sin despeinarse ni engordar. Y no, aunque estaban en los 90, de grunge había poco. ¡Piojos, los justos!
La serie produjo varios importantes iconos de su tiempo. Uno era Dylan, prototipo de pandillero rebelde de clase alta —que es como decir pijo intensito—, provisto de tupé y con las cejas en permanente vuelo de crucero, expresión de «soy un tipo duro y te miro así como con ausente desdén». Era el tuerto en el país de los ciegos, el malote en el instituto de weninos. Dicho de otro modo: el suelo del que ningún personaje podía descender sin convertirse en clase baja. También estaba Brenda, reina del baile de impar mirada pronto eclipsada por su intérprete Shannen Doherty y la fama de diva insoportable que alcanzó en la vida real. Convencida de que era la nueva Natalie Wood, abandonó la serie para impulsar su carrera en otras direcciones, y la humillación definitiva fue verse sustituida por una Tifanni Amber Thiessen en su máximo esplendor. ¿Moraleja para Shannen? Nunca des la espalda a tu pandilla pija porque siempre podremos encontrar a otra pija más guay y sobre todo más buenorra que tú. So pobre.
Quizá los personajes que mejor han aguantado el paso del tiempo son los más patéticos, porque si eras patético en 1990 nada impide que puedas seguir siéndolo bajo parámetros actuales (aunque si eras guay en 1990, descuida, es poco probable que continúes siéndolo en el 2025).
Por ejemplo Steve, el gracioso al que daban ganas de callar con ayuda de una pecera. O Donna, que pretendía mantenerse virgen debido a sus valores morales y que popularmente era conocida como «la tonta» (no dejó de ser tonta pero descuiden, sí dejó de ser virgen). Estaba interpretada por Tori Spelling, la hija del productor de la serie, en el enchufe más célebre de su tiempo y muy propio de una serie sobre pijos, claro. Aaron Spelling decía que sus series eran «caramelos para la mente». Pues bien, esta era un caramelo para su hija. Ah, los ricos.
En fin, una tópica galería de personajes producto del reaganismo tardío, cuando Estados Unidos tenía que guiar a la juventud descarriada del mundo, pero también aderezada con esas ínfulas de modernidad y corrección política que trajeron los 90. Por cierto, si se preguntan sobre la estupidísima traducción española del título, ¿en qué consiste la «sensación de vivir»? Pues es la sensación de que no estás muerto. Porque poco más que eso te queda después de haber visto este inefable hito en la historia de la televisión juvenil. Y ahora, ¿alguien tiene cambio de cien dólares?
Me gustaría saber por qué de un tiempo a esta parte los artículos de Jot Down son tan perezosos. No reconozco en ellos a los mismos autores que otrora firmaban piezas extensas y magníficas llenas de análisis y divulgación. Este parece escrito por una IA con un prompt más genérico que la marca de un supermercado. Es una pena, porque era fan absoluto de Emilio de Gorgot quien, por cierto, yerra estrepitosamente al decir al final del texto que los 90 trajeron la corrección política. Si por algo se caracterizó esa década fue por la absoluta falta de prejuicios y barra libre que trajo en todos los órdenes de la vida cultural. Corrección política (dictadura, censura y autocensura) es lo que estamos viviendo en los tiempos actuales desde la irrupción de las redes (a) sociales.
Concuerdo completamente, la mejor época de Jot Down se ha ido y parece no volver jamás de esos artículos extensos, bien documentados y sobre todo críticos e informativos, solo ha quedado el recuerdo, ahora todo es soso, hecho a la prisa y lo mas vacío posible, una pena que esta página esté teniendo este final tan mediocre.