
El 19 de septiembre de 2024 Netflix difundió el primer tráiler de la serie El Eternauta. Duraba un minuto quince segundos. En el segundo veintitrés la cámara muestra en un plano general la devastación de la avenida Maipú, nevada y vacía, en la que Juan Salvo toma contacto definitivo con la dimensión de la tragedia. Se me erizó la piel. Le mandé un whatsapp a mi hija mayor con el link en YouTube. Me contestó «No quiero ver nada. Tengo miedo de que lo arruinen». Yo tampoco quería que me arruinaran El Eternauta. Desde que lo leí por primera vez a los trece años soñé verlo algún día en el cine, y a la vez temía que si se filmaba no se lo hiciera con el respeto debido y resultase una decepción. Sin embargo, ese cubito concentrado Knorr que era el tráiler, con una vertiginosa selección de escenas, arrojaba esa posibilidad muy lejos.
Es que ya desde el principio, este canapé con que nos invitaban a segregar jugos gástricos hasta la llegada completa de la serie, contenía la imagen fundamental. Lo más difícil de traducir de la historieta estaba logrado en el segundo uno: el primer plano de la cara de Juan Salvo tras la máscara que lo protege de la muerte; la mirada inconfundible del Eternauta.
Lo hemos dicho en esta misma revista hace un tiempo: los superhéroes son recordados por algún rasgo característico o algún escorzo que los fija para siempre en la memoria. Superman vuela como si fuera lo más sencillo del mundo; Batman se mueve por la noche dibujando arabescos amenazadores con la capa; el Eternauta mira. Camina y mira. Recorre con los ojos lo que ha quedado del mundo y a través de su mirada capturamos de un solo golpe el sentimiento de desolación. Sí, por supuesto, después se trenza a balazos contra los invasores y hace todo tipo de cosas heroicas. Pero no por nada la tapa histórica del libro es el primer plano de Juan Salvo tras la máscara. Y ahora también el póster de Netflix, con los ojos de Ricardo Darín.
¿Es Ricardo Darín el Juan Salvo que dibujó Solano López? Tanto como Michael Keaton era parecido a Bruce Wayne hasta que Tim Burton lo eligió para que se pusiera el uniforme de Batman. Y lo que Burton vio traducida en la expresión de Keaton fue la furia contenida de un muchacho con problemas que decide vengar el asesinato de sus padres. En esa misma dirección, Darín es esa clase de actor al que mejor le calza el traje del hombre común. Como lo era James Stewart en Estados Unidos o lo es hasta hoy Tom Hanks. Juan Salvo es un argentino promedio al que le cambia el mundo de la noche a la mañana y tiene que adaptarse, resistir y por último organizarse para reconquistar la parte que le toca del planeta. Y todo a ponchazo limpio.
A partir de este punto empieza el terreno minado de SPOILERS. El que avisa no es traidor.
A los jóvenes de ayer
Se me dirá que este Juan Salvo tan argentino promedio no es. «Deje avanzar la trama, señor. Se va a enterar de que fue combatiente en Malvinas. Este no es el Eternauta que yo leí». Es verdad, en la historieta que leíste era solo un reservista luego de haber hecho, como casi todos los varones, el servicio militar. También es cierto que el servicio militar en Argentina no existe desde hace treinta años. Que haya estado en la guerra justifica que sepa manejar un arma. Y si no fuera por el trauma que todavía tenemos los argentinos con Malvinas, lo habríamos tomado con la misma naturalidad que un personaje cualquiera en el cine yanki de los 80 era alguien que había ido a Vietnam. O antes a Corea. O después a Irak.
Lo que sí nos dice Malvinas es que Juan Salvo es clase 63 o 64, como lo eran los muchachos de dieciocho años que estaban haciendo el servicio militar cuando a la Junta Militar se le ocurrió meterlos en un avión y llevarlos a Malvinas para tratar, mediante una guerra, de perpetuarse en el poder. Era la misma dictadura que secuestró y asesinó a Oesterheld mientras, por la demente historia argentina, El Eternauta se agotaba en kioscos y librerías, en fascículos o en un solo tomo. Y tras ese último manotazo de ahogado, que terminó en una guerra continental, exigieron a las radios restringir la transmisión de música en inglés, con lo cual hubo de golpe y porrazo un boom de la música nacional, sobre todo del rock. Que es justamente la banda de sonido de la serie. Stagnaro plantó a Juan Salvo en su juventud junto a los muchachos y chicas que descubrimos la historieta en las reediciones de los 70 tardíos y usó la música con un sentido generacional. Y a la vez le sacó el jugo (nunca mejor dicho: de tomate frío) a la ventaja de entender las letras. Le puso la música de «una que sepamos todos» a las imágenes de una que leímos todos. Con total libertad y sin complejos. La colocó con la ironía pop de Tarantino: un cascarudo arrastra un auto hasta destruirlo en el fondo de una zanja mientras en el reproductor de cassettes suena «despiértame / cuando pase el temblor» de Soda Stereo. Y la usó con la intensidad de Ken Russell para incendiar con Mercedes Sosa una iglesia llena de cascarudos.
Es que la invasión que imaginó Oesterheld tiene un costado grotesco. Parece un chiste: si invaden la Argentina nos van a tapar los cascarudos. ¿Cascarudos? Sí, pero gigantes. De la tierna época donde la ciencia ficción imaginaba peligros a través del ataque de especies de nuestro propio mundo, magnificadas a escalas temibles. Es verdad que los cascarudos son como los perros de los invasores, pero son perros acorazados del tamaño de un Volkswagen. Y si te agarran de a varios, no la contás. Bruno Stagnaro, el creador de la serie, los paró en ese fino borde entre lo caricaturesco y lo peligroso: los bichos son temibles y a la vez permiten que Darín desate su costado de comedia: «Estos bichos no vuelan naves», «¿bichos y hombres juntos? ¿Y en qué hablan?».
Así como cambio yo en estas tierras extrañas
Hay dos formas extremas de adaptar un libro o una historieta al cine o, como en este caso, a una serie. Una es la de Watchmen, en la que Zack Snyder calcó obsesivamente cada cuadro del cómic para trasladarlos a la pantalla. Durante meses circularon por internet las comparaciones de varias de las viñetas con su correspondiente plano con actores y escenografía. El resultado es el de un extraño déjà vu en el que uno ve por primera vez algo que siente que ya ha visto. Y luego está la de Ready Player One, en la que Spielberg tomó los elementos centrales de la trama y cambió casi todas las historias, de tal suerte que estás en presencia de lo que ya leíste pero lo estás viendo por primera vez.
Y es de esta forma en la que Stagnaro decidió, nunca mejor dicho, recrear El Eternauta. Tomó la columna vertebral del relato, mantuvo algunas de las historias y las recombinó con otras nuevas, en una especie dewhat if…? o What would Juan Salvo do?.
En 1977 Marvel publicó el primer número de la futura serie de comics What if…? En español, algo así como Qué hubiera pasado si…? El primer número se tituló «¿Qué hubiera pasado si Spider-Man se hubiera unido a los 4 fantásticos?» y exploraba un universo alternativo en el que eso hubiese acontecido. Algo así sucede con las microhistorias de El Eternauta de Stagnaro. Son anécdotas que podrían haber quedado tapadas por la elipsis narrativa de la historieta o actualizaciones necesarias para llevar la trama a nuestros días. ¿Qué habría pasado si en vez de haber estado jugando al truco en la casa de Juan Salvo hubiera sido en la de Favalli? ¿Qué tal si en vez de estar casado y con una hija chica, Salvo estuviera separado de su mujer y su hija adolescente hubiera pasado la noche de la nevada mortal afuera? ¿Qué otras cosas podría encontrar el Eternauta en su marcha por la ciudad arrasada?
De estas y otras cosas habla la serie. Con una ventaja sobre la historieta: Oesterheld fue contando el relato hacia adelante, porque la escribió a medida que la iba publicando en entregas semanales. Esto determinó que la aparición de las distintas etapas de la invasión fuera escalonada, un enemigo detrás de otro, como piezas de dominó alineadas que había que voltear de a una en fondo. Stagnaro ya conoce el tablero completo y por eso puede recombinarlo, manteniendo, eso sí, el esqueleto intacto. Y teniendo la foto general de la historia puede tomar decisiones que muevan la acción desde temprano.
Hay en la historieta original un punto de partida claustrofóbico que se extiende bastante: están encerrados en la casa y ven caer los copos que extienden la muerte por las calles. Pero no saben si hay algo tóxico en el aire que envenena cuando se respira o es la nieve que mata por contacto. Eso lleva a que la confección del traje aislante sea meticulosa y la decisión de quién se lo va a poner para salir a la calle sea muy pesada. Por otra parte, la nieve no es fría porque no es algo de este planeta: es una especie de ceniza fosforescente que mueve varias veces al Eternauta a reflexionar sobre la belleza de ese manto asesino que cubre la ciudad.
La serie lo resuelve rápido: mata por contacto y es nieve, fría, cayendo en pleno verano. Así que el traje aislante es ahora varias capas de ropa y, con una máscara que te cubra la cara, es suficiente, ya estás listo para salir. Y hasta te la podés sacar adentro de un auto. Y uno incluso puede exponerse en un espacio abierto siempre y cuando esté lejos de la nevada. Que es lo que sucede en una de las nuevas historias agregadas: la del tren. En medio de un Buenos Aires convertido en cementerio, el Eternauta se encuentra con un vagón lleno de gente que le pide ayuda. Es un vagón abierto, en el que los pasajeros hicieron barricadas para alejarse de la nieve. Salvo les promete que va a volver; solo no puede hacer nada. Cuando regrese, más adelante, encontrará el vagón vacío y arrasado por algo que todavía no conocemos. Un pequeño arco poético y desgarrador que bien podría haber formado parte de la historieta.
Pero hay otra pequeña historia que Oesterheld no se hubiera permitido. Luego de que le robasen el auto, el Eternauta ve a un tipo que carga de provisiones el suyo en la puerta de su casa y, desesperado, le apunta el rifle para matarlo y recuperar su movilidad. Elena se acerca por detrás y le agarra el brazo para que no lo haga. De la casa salen la esposa y los hijos del hombre, este ve al Eternauta y lo amenaza… con un palo de hockey. Finalmente sube al auto y se va. Oesterheld no hubiera dejado a Juan Salvo ni siquiera pararse en esa línea. Stagnaro nos recuerda que la condición humana en medio de una tragedia nos pone todo el tiempo al borde de naufragar.
Presente (el momento en que estás)
Gran parte del encanto de El Eternauta es que transcurre aquí y ahora.
Siempre. Y entre 1957 y 2025 pasaron cosas. No solo la ciudad es distinta, también los grupos humanos. La célula base de la que partía la historia era monolítica: Juan Salvo, su esposa, su hijita y tres amigos en su casa. Todo inamovible. A menos que ocurriera una invasión que destruyera el mundo. En 2025 el mundo ya está hecho pedazos. Y por ende el grupo con el que empieza la historia se va a reventar desde el principio.
Para empezar, ya lo dijimos, se juntan en la casa de Favalli. No llegamos a conocer la casa o el departamento de Juan Salvo. Que a su vez está separado de su esposa Elena. Junto a Juan y el Ruso (en la historieta era el malogrado Polsky) llevan a la partida de truco a su cuñado, que también se acaba de separar, es un tipo molesto y de entrada da señas de que va a traer problemas. Lucas, a su vez, le debe mucho dinero al Ruso. Y el Ruso no sabe cómo cobrárselo. Tampoco es una noche apacible: hay gente caceroleando por un corte de luz.
Pablo, el muchacho de la ferretería que Juan y Favalli encuentran encerrado en un cuarto del local, porque su tío lo maltrata, no sería verosímil en la Argentina de hoy, salvo que el ferretero apareciese esposado en la placa roja de un segmento policial. Por eso Pablo es ahora un adolescente víctima del bullying de sus compañeros, que lo dejan encerrado en un armario del colegio. En ambos casos, en una fina ironía, la maldad de otro le salva la vida. Y también por eso se les une temprano una delivery venezolana. Estos son los materiales de El Eternauta de hoy. El grupo férreo de la historia original es ahora un rejunte heterogéneo que se irá construyendo en la acción, que generará vínculos a lo largo de la tragedia. De un modo u otro modo, todo lleva a las claves del relato clásico.
Tus regalos deberían de llegar
Ya estrenaron la serie. En casa tratamos de hacerla durar pero es difícil. Cuando voy por el capítulo 4 recibo un whatsapp de mi hija mayor: «¿¿¿YA LA TERMINARON??? NECESITO QUE LA COMENTEMOS». Vio el primer capítulo, no la pudo largar y se la terminó en una noche. Mi nieta quedó extasiada y ya agarró la historieta. Lejos quedaron los whatsapps con miedo a que le arruinaran nuestra historieta querida. Aprovecho para preguntarle si Pablo, el adolescente chino, en una escena en la que se lo ve leyendo una historieta, no está leyendo justo El Eternauta. De ser así subo ya mismo la captura a Twitter junto al gif del trompito de Inception. «¿Viste a Ernie Pike?» me pregunta. «¿En una historieta en la escenografía?», «No, en un terrible easter egg. El soldado de nariz ganchuda al principio del capítulo 3». Me voy de raje a ver de nuevo el comienzo del capítulo. Mientras carga, aprovecho para aclarar que un easter egg es un «huevito de pascua», un guiño semiescondido como gratificación extra a los espectadores, si lo encuentran. Y Ernie Pike fue un personaje entrañable de Oesterheld, un cronista de la Segunda Guerra Mundial que ponía el ojo en las historias humanas, sin importar en qué bando sucedían. El dibujo es de Hugo Pratt, que decidió ponerle la cara del joven guionista con su inconfundible nariz de gancho bajo el casco.
Ahí está. Comienza el capítulo y vemos la cara de Juan Salvo mirando a su yo joven en Malvinas, el soldado de nariz ganchuda del que habla mi hija mayor. O en un extremo el Eternauta y en el otro Ernie Pike. Porque sí, es Ernie Pike. Un lujito más.
La mirada del adiós
«Yo ya estuve aquí antes», dirá Juan Salvo en un momento clave de la serie. Y, en la voz de Darín, traduce lo que sentimos muchos de los que nos enamoramos de esa historieta y la leímos varias veces a lo largo de nuestra vida. Ya estuvimos aquí. Y por algo volvemos. Por lo mismo que permanecen los clásicos: porque nos dicen algo nuevo cada vez, mientras nos están contando lo mismo. El derrotero de este Eternauta televisivo (que todavía no terminó) nos lleva al mismo lugar por el camino inverso: a través de otras historias de amistad, coraje y nobleza en las que se enfrenta, siempre en inferioridad de condiciones, contra un enemigo que revela detrás de cada cara, otra nueva y más terrible, nos dice lo mejor que alguien nos pueda decir: la aventura es interminable. Solo tiene fin cuando uno la abandona. Y siempre es hora de volver a volver.
Por fin alguien llama “cascarudos” a esos que son “bichos” para Darín. Empezaba a desconfiar de mi memoria. Sucede pues el tiempo huye, y no porque es cobarde, pues se va de frente y se sienta en el umbral del conventiyo con la historieta prestada, y ahi se queda embelesado esperando ver a Juan Salvo venir por Saenz Peña pa sumarse a la patriada, pues para aquel pibe con poca escuela los cascarudos, los manos y los ellos, eran los mismos que bombardearon la plaza en los cincuenta sin decir agua va ni agua viene, y sin quererlo dieron otro sentido a la palabra “basural”, al de José Leon Suarez me refiero, los primeros “terroristas” ante litteram que se la llevaron de chiripa, contentos por haber dado una lección inolvidable a esa especie de “aluvión zoológico” (la prensa de aquellos tiempos) que se lavó las patas en la fuente de la Plaza, para exigir otra esperanza social en una Argentina que siempre los tuvo relegados, y ahora lo intentan otra vez, con tomate frio en vez de sangre en las venas y con reloj de medio millón. Cuántos recuerdos, estimado. Gracias
Me encantó el lavado de cara para adecuar la historia a la actualidad. Solo un reproche: el tratamiento del personaje de Favalli.
Me encantó el lavado de cara para adecuar la historia a la actualidad. Solo un reproche: el tratamiento del personaje de Favalli.