Deportes

El Guadalquivir, desde las carabelas hasta la Copa del Mundo de Remo

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Imagen promocional del IMD de Sevilla

Hubo un tiempo en que el Guadalquivir fue frontera, camino, teatro de conquistas y cementerio de barcos. Lo llamaron el río grande, el Betis de los romanos, el Wadi al-Kabir de los árabes, el espejo de Sevilla cuando aún el mar llegaba a sus pies. A lo largo de la historia, el Guadalquivir ha sido muchas cosas menos un simple curso de agua. Fue la arteria por la que circularon las riquezas de América, los sueños del Renacimiento, los primeros pasos de la ciencia náutica. Hoy, en una suerte de segunda vida más plácida pero no menos digna, el Guadalquivir se ha convertido en un escenario de excelencia para los deportes acuáticos.

La Sevilla fluvial del siglo XVI era un hervidero de actividad portuaria. Las Atarazanas producían navíos como si fueran hogazas de pan. El río no era una postal, sino una herramienta de poder, una autopista de ida y vuelta con las Indias. Con el paso del tiempo, las necesidades de la navegación comercial se desplazaron hacia aguas más profundas, y el puerto se mudó a la bocana. El Guadalquivir quedó en Sevilla como un testigo fluvial de su propia historia, fluyendo con la melancolía de los ríos que lo han visto todo.

Aunque el Guadalquivir parecía condenado a ser una reliquia melancólica, Sevilla encontró cómo hacer las paces con él. No fue un acto poético, sino algo bastante concreto: en 1993, aprovechando el tirón de la Expo, pusieron en marcha en La Cartuja un centro de alto rendimiento deportivo que no tenía nada que envidiar a los suizos. Hasta entonces, los remeros se apañaban como podían, entre chapuzas y voluntarismo. De pronto, el río dejó de ser una nostalgia con corriente y pasó a ser un estadio. Uno con carriles de agua y bruma de fondo, sí, pero estadio al fin.

Desde entonces, La Cartuja ha sido cantera y trampolín. Los remeros andaluces, antes invisibles para el resto del país, comenzaron a aparecer en campeonatos nacionales e internacionales. El río dejó de ser sólo paisaje para convertirse en herramienta de trabajo. En sus aguas entrenaron campeones olímpicos, selecciones enteras, equipos universitarios y escolares. La democratización del remo y del piragüismo tuvo aquí un escenario privilegiado. Se entrenaba bajo el Puente del Alamillo, se corrían regatas con la Giralda como telón de fondo. Y en esos momentos, Sevilla dejaba de ser tierra para ser agua.

No se trata sólo de deporte. Hay una poética insoslayable en ver a un remero deslizarse por el Guadalquivir al amanecer, con la bruma aún abrazando los naranjos de Triana. Hay una nobleza antigua en el gesto repetido del que rema sin aspavientos, con la humildad de quien sabe que sólo el esfuerzo constante le hará avanzar. Sevilla, que ha tenido la tentación de explotar sus símbolos hasta vaciarlos, ha encontrado en este deporte una forma de autenticidad. Aquí no hay folclore. Aquí hay sudor, coordinación, y una liturgia que se repite a diario sin necesidad de aplauso.

La historia reciente del remo sevillano no es sólo esfuerzo, también es estrategia. La federación andaluza, en colaboración con el Ayuntamiento y la Junta, ha sabido colocar a Sevilla en el mapa internacional del remo con una visión a largo plazo. No es casual que La Cartuja fuera sede del Mundial en 2002. Tampoco lo fue que en 2013 se celebrara allí el Europeo Sub23. Sevilla ha entendido que su río es más que una postal para turistas; es una instalación olímpica al aire libre.

Y en esta lógica, la noticia de que Sevilla será sede de una de las pruebas de la Copa del Mundo de Remo en 2026 es mucho más que una fecha en el calendario. Es una confirmación. Del 29 al 31 de mayo de ese año, la élite del remo mundial competirá en el CEAR La Cartuja. Se espera la llegada de unos 600 deportistas de 40 países. Habrá noruegos, italianos, neozelandeses, chinos, sudafricanos. Gente que ha nacido junto a lagos glaciares o canales industriales, y que remará en el mismo río que vio partir a Magallanes.

La designación fue anunciada el 15 de julio en Lausanne por el Consejo Mundial de World Rowing. Sevilla acogerá la primera de las tres citas del circuito mundial; las otras serán en junio en Poznan (Polonia) y en Lucerna (Suiza) a finales de ese mismo mes. La Copa del Mundo de Remo, creada en 1997, no es un evento cualquiera. Reúne a los mejores, sirve como termómetro olímpico y otorga puntos en función del rendimiento. Cada barco, cada milímetro ganado en meta, cuenta.

Para Sevilla, la cita no es sólo una competición. Es el eje de una estrategia más ambiciosa. En noviembre acogerá también la gala de los World Rowing Awards, coincidiendo con la Regata Sevilla-Betis, ese clásico que enfrenta a los dos clubes históricos de la ciudad a golpe de palada. Ese mismo mes, se decidirá si el Mundial de Remo de 2027 vuelve a celebrarse en La Cartuja, como ya ocurrió en 2002. Todo indica que la ciudad va en serio.

La designación de Sevilla como sede implica más que medallas. Supone atraer turismo especializado, inversión en infraestructuras, proyección mediática. Pero también, y esto es quizás lo más importante, supone reforzar el vínculo entre la ciudad y su río. Cuando los niños sevillanos vean a campeones olímpicos entrenar junto a sus colegios, tal vez entiendan que el Guadalquivir no es sólo un cauce por donde pasa el agua. Es una oportunidad. Una escuela. Una pista de despegue.

En paralelo, se celebrarán en la ciudad las conferencias de entrenadores y medicina deportiva de World Rowing en 2025 y 2026, así como el Congreso Cuadrienal del organismo, donde se trazará el rumbo del remo mundial hasta 2030. Sevilla será durante esos años una especie de Davos del remo, un foro técnico, deportivo y político. Habrá innovación académica, investigación sobre salud, biomecánica y rendimiento. En un país donde el deporte ha sido tradicionalmente fútbol y poco más, estos gestos importan.

El Pabellón de la Navegación, uno de los mejores legados de la Expo 92, albergará la gala de premios. Allí, donde se contaba la historia de los navegantes andaluces, se celebrará ahora a los atletas que navegan sin velas. La metáfora es casi perfecta. El pasado y el futuro se darán la mano en el río que nunca dejó de fluir.

Así que, cuando en mayo de 2026 los ojos del mundo del remo miren a Sevilla, no estarán descubriendo nada nuevo. Estarán reconociendo una evidencia: que el Guadalquivir, ese viejo río cansado de guerras, sueños imperiales y pesares coloniales, ha encontrado en el deporte una forma digna y moderna de seguir contando su historia. Como si cada palada no fuera solo avance, sino también memoria.

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Un comentario

  1. Jose Francisco

    Felicidades por el articulo, enlazando historia y deporte.

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