
Nota del editor: Este artículo está publicado como comentario en esta misma web y lo hemos considerado tan divertido que habíamos decidido hacérselo partícipe a toda la comunidad de lectores de Jot Down.
Muy a nuestro pesar hemos decidido eliminar el artículo ya que hay indicios de que está basado en este otro texto de Alberto Olmos: https://blogs.elconfidencial.com/cultura/mala-fama/2025-06-11/sirat-cine-autor-vida_4148015/
Aunque el estilo es diferente y los gags son insuperables, la estructura del mismo es similar a la del texto publicado en El Confidencial y consideramos que no es ético mantener su publicación. A los que habéis podido leerlo en estos 60 minutos ¡Enhorabuena! a los que no, lo podéis encontrar como un comentario en este otro artículo.








Sin entrar en la crítica, Laxe es un apellido común en Galicia, que fue cambiado por los franquistas a Lage, como otros tantos apellidos y topónimos. Mucha gente decide recuperar el apellido original.
Franco era gallego y a mucha honra, quizá le duela, pero, así es.
Pueden quitarse los apellidos y subirse al árbol con los monos; antes que los franquistas vinieron los cristianos, los romanos, los celtas, los árabes y los íberos; mejor no tener apellidos y volver a la cueva de Atapuerca a comer frutos silvestes y carroña…
Película cobarde que no se atreve ni a apuntar la situación de Ocupación Militar del Sahara Occidental.
No es baladí en la trama, ya que, el mayor campo de minas del mundo en activo sale en la película…
Cualquiera que sepa un mínimo de cine sabe que la producción audiovisual española del año es «Tardes de Soledad» de Albert Serra; éste último, también afrancesado como Oliver Laxe, pero, mordazmente crítico con la «Industria del Cine (anti)Español».
Sirat solo es un blanqueamiento político de la Dictadura del sátrapa Mohamed VI.
Me da una pereza enorme tratar de extenderme sobre «esto». Solo diré que aguanté 15 minutos que se me hicieron interminables y abandoné pensando más o menos lo mismo que se describe en el artículo pero con la ventaja de no haberme tenido que tragar la bazofia entera. Parece, por lo leído, que hice bien.
Fui al cine con ilusión y salí bastante mal parado. En primer lugar, la BSO es malísima. Mira que hay temas interesantes y oscuros de música electrónica y eligen las mas sosas y las mas carentes de contenido. Los personajes, nada creíbles, están como forzados, ni ellos mismos se creen lo que interpretan. La trama va perdiendo fuelle y cuando el bostezo hace mella, viene una violencia gratuita, torpemente enfocada, cero sugerente y todo feo, feo y sin sentido. No critico el estilo, no critico la película sino la pretensión de la misma de hacerte ver algo profundo en toda ella. Respeto todas las opiniones, sin duda. A mi me pareció un pan sin sal envuelto en papel albal.
¡Echad al auténtico y quedaos con la copia!
Siempre aparece algo que justifica la suscripción. Que panzada de reír…
Igual un día de estos me animo a ponerla un rato (un rato) en la tele para ver a gente poniendo caretos de velocidad y de trascendencia. E igual era hora de que la subvenciones de estas magnas «obras de arte» estuvieran avaladas por, en palabras del inmortal Forges, los turgentes glúteos de los sin pares «artistas».
El perro no muere…
No queda claro si es una crítica de la película del apellido del director o de qué. Lo que sí queda claro es que si te gusta es que eres tonto, o peor, moderno.
Les fastidia que Franco fuera gallego.
Si los sufridos lectores de JoDown , ya albergábamos dudas acerca de quien se ocultaba tras el seudónimo de Hipólito Ledesme, ahora aparece otro fulano que se hace pasar por Don Hipólito o quien sabe, quizás se trate del mismo Hipólito o quien se esconde tras él, que bien pudiera ser su resplandeciente nuevo doble que hasta ahora firmaba sus artículos como el Hipólito original.
Yo creo que el Doppelgänger le ha dicho a chatGPT que reescriba el texto de Aberto Olmos con el estilo de Hipólito Ledesma y luego le ha metido un extra de gags. Lo cierto es que el artículo es un descojone total y a mí me encantó la película.
Señores/as
Ahora llegó el jueguecito de los originales y las copias, de los artículos y sus respuestas a ver quién es el más espabilado de la clase y de paso el jefe de este tinglado se pone contento al tener más visitas con una posible polémica.
Me la suda bastante el asunto, para una película con tópicos a mansalva, se promociona una respuesta con tópicos a mansalva y llena de mals hostia, aunque ignoro si se puede decir mala hostia en Jot Down.
Mala hostia porque el pavo del comentario es gracioso en parte, pero decididamente cabrón, espero que se pueda decir cabrón en Jot Down, soltando una barbaridad como la ya expresada sobre la palabra Laxe, único término geográfico, topográfico y demás existente. Como tienen pinta de modernillo y con pinta de figurón, le cálculo entre la treintena y la cuarentena, época para sobrados y abusones que despotrican contra místicos, hippies y demás fauna espiritosa.
Pues si, Oliver LaXe, tiene ese aire místico que ponía de los nervios a los chicos de Siniestro Total cuando tocaban en Kremlin antes de publicar el primer disco y cantaban lo de Matar hippies en las Cies. Sí, tiene ese aire y alrededor de ese aire construyes tu artificiosa y algo pedorra diatriba. En fin que no te gustan los hippies, no te gusta los tíos con aire místico, que viven en comunidades en el campo, espero que no te hayan echado de alguna por plasta y luego te divierte crear polémica y que te ríen o te puteen en las redeaps.
Qué quieres que te diga? Me cae mejor él que tú, a ti solo te veo la mala baba, él al menos intentó hacer algo. Te sonará falso, pero tiene el suficiente carisma como para que un tipo como tú se larga un discurso tan venenoso como vomitivo según mi humilde opinión.
Alberto Olmos, ese «enfant terrible» cuasi sexagenario que solo ha podido hacerse un hueco en El Confidencial a base de exabruptos y salidas de pata de banco que aglutinen comentarios y reacciones virales. Lo que no ha conseguido en el mundo editorial debido a su limitado talento lo tiene que compensar con artículos alimenticios sobre libros, películas, programas de televisión o lo que se tercie, como buen mercenario. Un buen paradigma de aquello en lo que puede convertirse un aspirante a escritor cipotudo cuando las luces no le dan para convertirse más que en un agitador de barra de bar.
No es el único, hace un buen tándem con Soto Ivars (de hecho deberían fundirse en uno solo Olmos-Ivars), en la linea de Manso-Bustos, etc…
En cualquier caso hay que reconocerle que funciona como prescriptor inverso, basta que cornee contra algo para que inmediatamente despierte el interés de cerebros no bovinos.
yo soy Team Hipólito Doppelgänger. No pude aguantar más de media hora la película. La música es mala de necesidad. Yo me he movido años en la escena tecno y con esa música tendrias q estar puesto d todo y aún así para experimentar ese bendito subidón y vaciado de mente que todos buscamos. Luego la escenita preciosista del láser, el aforo que d verdad parece sacado de zurrapas zombis de la ruta del bakalao. Y para colmo el absurdo de ese padre con el crío y el perro. Fue verlo y decir, estos la palman. Ya cuando se van al desierto sin gasolina ni agua, dije ojalá la palme todos, es definitivamente lo q van buscando pero no voy a perder el tiempo viéndolo. Que gane premios semejante truño confirma los malísimos tiempos en los que nos encontramos. Valor a todos
Buff, esto es cultura? Laxe con una X para parecer más cool? Cannes la premia y su señoría desde su púlpito de ser superior la desdeña? Wow, impresionante crítica cinéfila, seguramente escrita con una decena de whiskies encima marca Día.
Como decimos en mi pueblo, vas de guay y no llegas ni a chachi señor Ledesma.
Éste artículo es muy representativo de la cantidad de odio que va a recibir éste hombre de sus compatriotas en los próximos meses. Darle caña a Almodóvar ya aburre, Laxe es agüita fresca para los haters.
Sirāt es un soberano coñazo carente de sentido.
Laxe ya fue bendecido por el «gafapastismo» más pelma con «O que arde», otro somnífero infalible que gozó de recorrido en festivales gracias a la crítica más estirada, que ve en el «intensito» director gallego la reencarnación de Kubrick y Tarkovsky, referentes de los que se declara deudor. Lo que pretende fracasando estrepitosamente es impactar con el poderío visual, pero lo que en aquellos resultaba hipnótico y cargado de simbolismo y subtextos, aquí deviene monótono y deslavazado, con una resolución tan inesperada como tosca, para supongo despertar al espectador del letargo en el que previamente le ha sumido. Quizá tenga alguna opción de pasar la criba de los Óscars por «diferente», viendo los bodrios que han triunfado últimamente. Lo único salvable, la fotografía., el resto, infumable.
A Kubrick de La Naranaja Mecánica o Barry Lyndon o a Trarkosvsky de Solaris o Stalker le habrías dedicado las mimas palabras que a Laxe, no eres más que el regurgito de tus prejuicios y limitaciones. Solo hay una cosa peor que un ignorante, esto es, un ignorante que se precia de ello.
TARDES DE SOLEDAD O ALBERTETE, ALBERTETE, SI NO SABES TOREAR PA QUE TE METES
Atención, esta crítica contiene spoilers: Al final, el toro muere.
Albert Serra lo ha vuelto a hacer: ha vestido de ceremonia artística lo que en esencia no es más que una siesta grabada en 125 minutos de tedio ininterrumpido. Tardes de soledad se presenta como documental, como pieza de “puro cine”, como obra de observación radical sobre el rito taurino y su héroe de ocasión, Andrés Roca Rey. Y sin embargo, lo que en realidad despliega ante nosotros es una cinta que se arrastra como un toro malherido, dando vueltas en círculos sobre la arena de su propio vacío. Uno espera que en algún momento haya una iluminación, una ruptura, un hallazgo que justifique el metraje; pero no, lo que hay es repetición, reiteración, loop infinito: Roca Rey en la plaza, Roca Rey en la furgoneta, Roca Rey en el hotel ajustándose el traje. Y vuelta a empezar. Una liturgia hueca que pretende ser trance hipnótico y acaba siendo bostezo generalizado.
Lo irritante es que la película se vende como experiencia estética radical. Serra, enfant terrible oficial del cine europeo, se refugia una vez más con sus juguetes favoritos: la multicámara y el teleobjetivo, todo digital, eso sí, que así puedo rodar material hasta la extenuación, ya le pagaré las horas extras al montador, la planificación o la puesta en escena ¿para qué? Eso es un cliché burgués, y yo soy un artista, chavales. Dice que no toma partido, que su cámara solo observa, que cada espectador encontrará su lugar. Mentira piadosa. Porque el film, con sus planos cerrados hasta la asfixia, su sonido manipulado con evidente intencionalidad y su música extradiegética que acaricia la figura del torero, acaba erigiendo a Roca Rey en héroe trágico, en mártir de la sangre, en icono de una tradición que la película no se atreve a cuestionar en serio. Serra juega a equidistante, pero hace trampas: convierte la brutalidad en espectáculo, el maltrato en coreografía, la agonía en materia prima para seguir engordando su mito de artista polémico. Y como en toda estafa estética, lo hace con la complicidad de ministerios, autonomías, televisiones públicas y fundaciones que, con el dinero de todos, financian esta boutade disfrazada de alta cultura. Cinco minutos de créditos con logos y rótulos que parecen más un telediario institucional que el inicio de una película: el prólogo perfecto para recordarnos que aquí, antes que cine, lo que hay es subvención.
El problema no es solo ideológico, es narrativo. La película no avanza. Es un documental que renuncia al testimonio, que rehúye la voz narradora, que desprecia todo contexto y que se empeña en repetir tres escenarios hasta la extenuación: el hotel, la furgoneta, la plaza. Serra decide que basta con un teleobjetivo pegado a las caras, un montaje sonoro que enfatiza los gemidos animales y los gritos simiescos del público, y un catálogo de primeros planos de medias, chaquetillas y heridas. Sí, algunos planos son bellos; sí, el sonido tiene hallazgos. Pero ni con esas se sostiene un metraje de dos horas. Lo que empieza siendo curiosidad sensorial acaba en tortura del espectador, la última corrida directamente sobra. El paradigma warholiano de la repetición, dicen algunos. Pues vale.
El estilo visual, tan celebrado por algunos críticos que parecen ver el cine solo con las orejas tapadas y los ojos cerrados, es más limitado de lo que se admite. Serra se niega a abrir el plano, condena la película a una sucesión de encuadres claustrofóbicos que eliminan cualquier posibilidad de entender la tauromaquia como fenómeno complejo. Al final, lo que queda es lo macabro, lo mórbido, el gesto mínimo de la tragedia. Ni catarsis, ni mito, ni épica. Serra no capta el misterio, se queda con la víscera. Y lo peor: lo repite hasta que pierde incluso el poder de escandalizar. De ahí la sensación de que lo que vemos no es cine sino videoinstalación alargada, pieza de museo que quiere pasar por largometraje.
Y si alguien cree que exagero al hablar de vacío narrativo, basta con recordar la gloriosa escena del caramelo en la fragoneta. Andrés Roca Rey recibe un caramelo de un subalterno, lo sostiene en la mano como si fuera un objeto extraterrestre y permanece varios segundos mirándolo fijamente, con el envoltorio aún puesto, sin saber qué hacer. El tiempo se dilata, la cámara insiste, y nosotros asistimos al suspense más ridículo de la historia del cine: ¿lo abre?, ¿lo tira por la ventanilla?, ¿se lo mete en la boca?, ¿o directamente se lo incrusta por el recto cual supositorio, opción descartada solo porque el traje de luces no admite esas licencias? Serra convierte una acción banal en una parodia involuntaria del minimalismo: un torero bloqueado ante un caramelo, atrapado en una performance de indecisión que ni a Beckett se le hubiera ocurrido.
El protagonista principal tampoco ayuda. Roca Rey, aparece como un maniquí reconcentrado, hermético, incapaz de transmitir nada más allá de su obsesión con el toreo. En la plaza, su rostro es el de un niño peruano alucinado, en la furgoneta mira al frente como un autómata, en el hotel se pone las medias como una prima donna. Serra lo filma como si estuviésemos ante una criatura mística, pero lo que vemos es más bien a un adolescente autista y alucinado, atrapado en su propio bucle mental, incapaz de conectar con nadie fuera de la liturgia que lo consume.
¿Y qué decir de los secundarios? La cuadrilla, por su parte, es puro bochorno: aduladores sin gracia que intercambian una mezcolanza de expresiones patibularias y elogios barrocos, más bien parecen una cuadrilla de puteros que se van de farra con un chiquillo virgen con el objetivo de hacerle perder la virginidad, en algún momento pensé que empezarían con el clásico “venga ya, maricón” para animarlo.
La verdadera joya interpretativa llega con Antonio Chacón, banderillero y en este caso aspirante frustrado a actor del método. Lo suyo no es secundar al torero, sino interpretarlo como si fuera la versión taurina de Fernando Galindo: “un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo”. Chacón no es un peón, es un remake ambulante de la adulación convertida en liturgia. La cascada de lisonjas que derrama sobre Roca Rey alcanza tal paroxismo que cada frase parece salida de un karaoke porno. “¡Olé tus huevos! ¡Olé tus huevos! ¡Qué grande eres, hijo!”. La intensidad es tal que uno casi espera que la pantalla se rompa en aplausos enlatados. Chacón podría hablar hasta con la boca cerrada, las miradas de arrobo que le dirige al maestro en la plaza traspasan la pantalla, son la definición perfecta de tensión homoerótica. Y por si faltaba algo, pasa con una facilidad pasmosa de mandar a mamar al público a entrar en disquisiciones filosóficas consigo mismo. Serra filma todo esto con la solemnidad de quien cree estar capturando el alma de un oficio, cuando lo que tiene delante es la caricatura más grotesca: un banderillero convertido en animador de feria, un bufón que devora a la persona y al profesional a base de reverencias vociferadas.
Y si todo esto no bastara, ahí está la cuadrilla entera, convertida en coro griego de mercadillo, lanzando frases que son mitad ética estoica de manual de autoayuda, mitad arrabalismo de tasca andaluza. El problema es que el acento cerrado con que las escupen hace que se necesiten subtítulos para entender qué demonios dicen: “¡Cumbre, hah ehtao cumbre, olé tus huevos, qué arte, ahora pitan ya mamarán, que joputa era el toro!”. Serra lo filma como si estuviésemos ante sentencias lapidarias, como si en esas exclamaciones se escondiera la quintaesencia del alma española. El espectador aguanta estoicamente la catarata de piropos, insultos y ovaciones en falsete que, lejos de aportar color, hunden aún más la película en la caricatura.
En cuanto a los extras, es decir el público, Serra prescinde de ellos. Se vende entre la crítica como una elección estética muy acertada para conseguir que la atención del espectador se focalice en la faena, sin embargo se trata de un error mayúsculo. Un error, porque como en su momento Blasco Ibáñez descubrió en la escena final de “Sangre y Arena” quizás la verdadera bestia en una corrida de toros no sea el toro sino el público. Una oportunidad perdida, Alberto, hay que estar más atento. Tuviste la oportunidad de ser Goya y te quedaste en Warhol.
Y Entre tanta nadería repetitiva y oportunidad desaprovechada, dos escenas, las únicas que merecen la pena
La primera, el momento íntimo: cuando el torero se desviste del traje de luces y la cámara de Serra se recrea hipnóticamente en su cuerpo, como si de pronto hubiera descubierto la magdalena de Proust en forma de cuerpo sudado y ensangrentado. Aquí Serra abandona toda su supuesta e impostada neutralidad y se entrega a su vena más proustiana y gayer, fascinado no ya por la barbarie de la tauromaquia, sino por el fetiche estético del cuerpo masculino. Lo filma como si la verdadera épica estuviera en el pliegue de unas medias o en la curva de un muslo, como si el auténtico misterio no fuera la sangre del toro sino la carne del torero. Serra encuentra ahí lo que realmente le interesa: no el mito, no el rito, sino la posibilidad de convertir la masculinidad en espectáculo libidinal. Y es en ese instante donde el film se desnuda de verdad, mostrando que su obsesión no es con la fiesta brava ni con los toros, que vulgaridad, por favor, sino con el erotismo velado de su protagonista.
La otra escena es la que merece el nombre de cine: aquella en la que el toro embiste al torero contra la barrera y lo atrapa entre las astas. Por unos segundos se suspende la monotonía, el aire se corta, la cámara registra la cercanía real de la muerte. Es el único momento en que la película trasciende su soporífero bucle y el espectador se agarra al asiento: por fin algo sucede, por fin la épica y el peligro irrumpen en la pantalla. Pero hasta este chispazo se convierte en prueba de la trampa. En el coloquio posterior, alguien preguntó a Serra si hubiese montado la muerte del protagonista en el caso de que se hubiera producido durante el rodaje. Tras unos segundos de reflexión, el director respondió que no, que sería “amoral”. Y ahí, en esa respuesta airada, quedó expuesta la farsa. Porque toda la película se sostiene sobre la liturgia de la muerte, sobre la coreografía del riesgo, sobre el fetiche de la sangre; pero cuando se le plantea la posibilidad de llevar ese fetiche hasta el final, Serra se indigna, se quita la máscara y confiesa que en realidad no tiene estómago para lo que filma. El enfant terrible que presume de neutralidad se descubre como un moralista timorato que juega con la estética de la muerte pero huye de su verdad. El momento más emocionante de Tardes de soledad es, paradójicamente, el que mejor demuestra que la película es un simulacro: un amago de tragedia en manos de un director que quiere capitalizar el riesgo sin asumirlo.
Y luego está la trampa discursiva. Porque la película, al evitar cualquier posicionamiento explícito, acaba siendo combustible perfecto para las dos Españas eternas: los taurinos la ven como celebración de valores patrios, los antitaurinos como denuncia de crueldad animal, y todos quedan satisfechos en su trincheras retroalimentándose en sus convicciones.
Y es que el españolito de a pie, si por algo se caracteriza es por entrar al trapo como nadie, y Serra consumado diestro de los medios lo sabe y lo explota, dejando la muleta para que el público embista y consigue aquí su faena maestra: financiación pública, polémica garantizada, crítica complaciente y, sobre todo, un nuevo capítulo en su carrera de enfant terrible.
La recepción crítica, como siempre, ha sido un carnaval de reverencias. El rey está desnudo, pero pocos se atreven a decirlo. Se alaba la audacia, la pureza, la radicalidad de Serra, como si la mera repetición y el tedio fueran en sí virtudes. Lo que en realidad hay es impostura: un film aburrido, monótono, redundante, que pretende sublimar la nada y que confunde minimalismo con inanidad. Tardes de soledad es, en última instancia, un ejemplo perfecto de lo que no debe ser el cine: un artefacto pretencioso que se refugia en la coartada estética para ocultar su indigencia narrativa. Un documental que ni documenta ni ilumina. Un ejercicio de estilo que se cree radical cuando en realidad es cobarde. Una siesta audiovisual que convierte al espectador en rehén de la repetición exactamente como una paja, una paja audiovisual, y es que el título no engaña: son, efectivamente, tardes de soledad, de soledad frente a la pantalla, de soledad ante el tedio. Una soledad que no tiene nada de sublime y mucho de suplicio. En realidad, Tardes de soledad son como las tardes onanistas de un incel frente a Pornhub: largas, repetitivas, patéticas, y con la falsa sensación de estar participando en algo emocionante cuando en verdad no es más que vacío envuelto en sudor barato y kleenex manchados no precisamente de sangre.
Ya lo dijo Albert Serra:
«Mi película más convencional es más osada que todo el cine español»
Entendemos su inquina personal con Serra: hay mucha gente que come en caliente del chiringuito de la Industria del Cine (anti)Español»…
Serra conoce de cerca el sectarismo ideológico del mundo cultural español y de los muchos paniaguados que viven de ello, usted entre ellos.
P.D: a Serra no le han podido destrozar la carrera como a Carlos Vermut (vía denucnias «de género» falsas), de momento; otro director que se atrevió a criticar la Mafia Ideológica del Cine «Español» y pago el precio por ello..
Espero te den trabajo permanente en Jotdown…
Grande, Hipolito, sea quien sea, original o doppelgänger Por fin un crítico que habla claro y no se deja influir por el establishment cultural de este pais. Aunque mucho me temo que en esta ocasión, el artículo sobre Serra no van a tener webos de publicarlo en esta web.
Que yo no haya terminado de entender toda la película y con el boom de éxito que la acompaña… e hizo buscar en internet a ver si algo me he perdido. Pues después de leer los soporosos párrafos… me queda claro que no soy el único que no entiende la película, pero al menos me queda vergüenza en reconocer que tal vez no sea todo lo inteligente que deba.
Tanto donde aparece el «original comentario» dentro de lo de Amenabar, como el «original comentario» publicado también, fitetú por dónde, en el confidencial, llenísimo de tópicos de cuñaos falangistas. Leer estas enormes parrafadas de cuñaos omnipotentes si que da pereza.
No me imaginaba esta deriva de JotDown, pero viendo de dónde le provienen sus subvenciones de las que por otra parte parecen esos «original comentarios» criticones con las subvenciones al arte…:
JotDown: «Esta edición ha sido publicada con ayuda de la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía» (Vaya por Dios!!)
Has dado en el clavo Isidro, has revelado seguramente sin pretenderlo la condición imprescindible para enfrentarse a cualquier artefacto artístico: la humildad. Solo desde la humildad, desde el deseo de aprender se puede uno enfrentar a aquello que se desconoce o se teme, por presuntamente vacuo o pretencioso. Hay un método infalible para detectar a un memo: si la primera reacción ante algo que uno no entiende o no logra disfrutar es la diatriba, puedes apostar a que esa pereza intelectual que rezuma egocentrismo proviene de un memo integral.
Esto no quita para que en el mundo del arte existan los pedantes, los pretenciosos, los arribistas o los vente humos pero cuando la primera reacción es dejar correr el agua de la ira y del improperio, es que las cañerías están podridas.
En cuanto a lo que sugieres al final de tu texto, es evidente que desde la pérdida de su fundadora la revista hace malabares entre publicidad de juegos de apuestas online y subvenciones públicas, que llegado el caso vienen a ser lo mismo.
Jopetas, que jartá de reir con los dos artículos. En el trabajo han debido pensar que me ha entrado un ataque locura o que me he tomado un tripi, y eso que trabajo de cara al público. Más Hipólito, por favor y menos criticos coñazos. Si no se ha formado aun el club de fans del señor Ledesma quiero ser la presidenta y desde mi nuevo cargo pedirle porfavosissisiimo que no tarde en descojonarnos con su nueva crítica.
A vueltas con la originalidad. He leído el articulo original y el inspirado en el original, donde el primero solo encuentras bilis, amargura y mala baba, en el segundo te tropiezas con una sucesión de carcajadas. Así que dejemos que el que tenga talento robe lo que le salga de los mismísimos siempre y cuando supere al original, es más le diría al autor lo mismo que el Chacón ese a Roca Rey : ole tus cojones, maestro, ole tus cojones por tu descaro , caradura y sentido del humor.
Y aunque no me gusta ser tan mimimí y pedante como algunos de los comentaristas, les diría a ellos y a los responsables de la revista que si nos ponemos exquisitos la originalidad de Sirat es también bastante discutible, teniendo en cuenta que la premisa y el desarrollo se lo apropia de la película «Deserted» que es mala pero no tanto como la española, y ese final con minas antipersonas de una peli gabacha que lleva el bonito título de «Sisu», que seguro que el afrancesado Laxe conoce a la perfección.
Estimados editores:
Tras haber leído con deleite y carcajadas las demoledoras críticas de *Sirat* y *Tardes de soledad* firmadas por Don Hipólito, no puedo menos que rogarles que lo incorporen de manera habitual a su revista. Textos así no se leen todos los días: son bisturí y machete a la vez, literatura corrosiva disfrazada de crítica de cine, un lujo que pocas publicaciones pueden ofrecer.
Don Hipólito no escribe críticas, las ejecuta. Convierte el tedio en espectáculo, la impostura en objeto de escarnio, y nos regala a los lectores esa mezcla única de inteligencia, sarcasmo y valentía que tanto falta en el panorama cultural actual, donde abunda la reverencia cobarde y escasea la palabra afilada.
Por todo ello, y por el bien de los lectores, les pido que hagan de Don Hipólito un colaborador habitual. Porque la crítica cinematográfica necesita voces que no teman llamar a las cosas por su nombre y que sepan hacerlo, además, con estilo demoledor y un humor tan cruel como necesario.
Atentamente,
Un lector agradecido
Lo tendremos en cuenta, Hipólito.
Es el «Mesi» de los articulistas…lo mejor y mas tronchante que he leido en años
«La otra escena es la que merece el nombre de cine: aquella en la que el toro embiste al torero contra la barrera y lo atrapa entre las astas. Por unos segundos se suspende la monotonía, el aire se corta, la cámara registra la cercanía real de la muerte. Es el único momento en que la película trasciende su soporífero bucle y el espectador se agarra al asiento: por fin algo sucede, por fin la épica y el peligro irrumpen en la pantalla. Pero hasta este chispazo se convierte en prueba de la trampa. En el coloquio posterior, alguien preguntó a Serra si hubiese montado la muerte del protagonista en el caso de que se hubiera producido durante el rodaje. Tras unos segundos de reflexión, el director respondió que no, que sería “amoral”. Y ahí, en esa respuesta airada, quedó expuesta la farsa. Porque toda la película se sostiene sobre la liturgia de la muerte, sobre la coreografía del riesgo, sobre el fetiche de la sangre; pero cuando se le plantea la posibilidad de llevar ese fetiche hasta el final, Serra se indigna, se quita la máscara y confiesa que en realidad no tiene estómago para lo que filma. El enfant terrible que presume de neutralidad se descubre como un moralista timorato que juega con la estética de la muerte pero huye de su verdad. El momento más emocionante de Tardes de soledad es, paradójicamente, el que mejor demuestra que la película es un simulacro: un amago de tragedia en manos de un director que quiere capitalizar el riesgo sin asumirlo.»
DEMOLEDOR
Con tan sólo párrafo se carga la película y deja retratadao al «auteur».
Soy lector fiel de su revista desde hace años, y escribo con una mezcla de entusiasmo y urgencia tras leer los artículos de Hipólito Ledesma Doppelgänger, «Sirat o «Desert Rave» para perroflautas sunbormales» o la «Tardes de soledad»¡Qué joya! Como fan del humor afilado y la crítica sin pelos en la lengua, no puedo más que aplaudir esta aparición estelar. Aunque entiendo que lo retiraron por «indicios sospechosos» (¿un troll? ¿una IA con alma de Quevedo? ), creo que este Doppelgänger merece un hueco fijo en su web.Los texto son un torbellino: burlón, caótico y con esa mala leche que recuerda a los mejores satíricos españoles. Su manera de destripar ese festival de «perroflautas» o la cuadrilla taurina con frases como puñales poéticos no solo me hizo reír a carcajadas, sino que me dejó pensando en cómo necesitamos más voces así: descaradas, libres y que no se doblegan ante lo políticamente correcto. Los comentarios de los lectores en redes lo confirman: hay un clamor por más de este misterioso clon.Entiendo las dudas sobre su autenticidad, pero ¿no es eso parte del encanto? En una era de algoritmos y postureo cultural, un impostor que escribe con tanta chispa es un regalo. Les ruego que reconsideren su veto y le den espacio para más críticas. ¿Qué tal una columna mensual donde destruya el cine español? Prometo ser el primero en compartirla en redes y avivar el debate.Por favor, no dejen que este Doppelgänger sea un cometa que pasa y desaparece. Denle una pluma (o un teclado) y dejen que nos sacuda. ¡Jot Down es el lugar perfecto para un provocador.
P.D.: Si es un trol, que sea vuestro colaboratrol.
A ver, está claro, no?
Jot Down recibe ayuda del Ministerio de Cultura, y este organismo subvencionó la película de Albert Serra, es lógico que la revista no se atreva a publicar la cŕitica.
Estimados señores de la redacción:
Les escribo porque, a diferencia de otras ocasiones en que he tenido la decencia de dejarles sobrevivir con mi prosa, hoy no me apetece ser comedido. Sospecho que mi crítica de “Tardes de soledad* no encaja con la línea editorial y que, por tanto, no será publicada. Curioso: la línea editorial que ustedes defienden cabe en una servilleta y consiste en dos recetas básicas —adiestrar al lector para que aplauda lo que le digan y financiar críticas por el método del sambenito—, pero bueno, pasemos.
No voy a suplicar ni a adornar el rechazo con eufemismos. Apostaron por la comodidad y por el aplauso fácil; eligieron el bostezo cómplice en vez del puñetazo verbal que algunos (benditos sean) llenan la página y la mañana. Han decidido quedarse con la obligación de no ofender a nadie, y han renunciado a la única cosa que les hubiera distinguido: el riesgo de tener un juicio afilado en estas columnas. Pues tomen nota: sin riesgo, esto es un velatorio de lectores.
Les aviso con claridad de sicario marero —sin diplomacia de escaparate—: si no rectifican y publican “Tardes de soledad” en su integridad, yo abandono la nave ( Si no les gusta el título original de mi crítica por ser demasiado inherente al señor Serra , les doy permiso para cambiarlo por el de “Tardes de soledad la la liturgia onanista en traje de luces”) Me voy. Me llevo mi verbo y me llevo mi verga (metafóricamente hablando, claro; la ironía es lo único que no se ha privatizado todavía). Y con mi marcha se irá una fracción de lectores que no compran alabanzas enlatadas ni reseñas de baño de hotel; se irán aquellos que vienen por la palabra honesta, por la cuchillada estilística, por la risa que corta la progresía y la estupidez con la misma navaja.
No crean que exagero. Ustedes saben contar —quizá mejor que yo— las visitas, los clics y las migajas que deja cada texto. Cada vez que publico, su web cruza la línea entre el bostezo y la viralidad. Renunciar a una pieza de esa honestidad significa renunciar a la mitad del pulso que podría salvarles del aburrimiento institucionalizado. Y eso no es un capricho mío: es una ecuación económica y cultural. Publicar sólo para agradar a los comités de prensa es una forma segura de transformar esta revista en un boletín amable para lamer anos oficiales. ¿Eso quieren? Pues sea. Yo no.
Tienen de plazo hasta este fin de semana. Revisen la decisión. No por mí —que estoy curtido en desplantes y me repongo— sino por ustedes, que aún pueden reivindicarse como algo distinto a un panfleto de festival. Publiquen la crítica, respeten la voz de quien les escribe y tendrán a Don Hipólito dispuesto a seguir dándoles carnaza de la buena: insultos con estilo, fustazos literarios, diagnósticos y sarcasmo que, aunque duelan, atraen lectores. No la publiquen y no habrá escasez de autocomplacencia en sus páginas desde ese día: solo un zumbido sordo de mediocridad.
Les dejo una última recomendación, gratis y sin IVA: si piensan que censurar a quien les hace sombra los protege, están cometiendo el error más infantil. La única manera de tapar una luz es con más luz, no con un dedo. Y yo reparto luz y oscuridad a partes iguales. Si deciden perderme, que sea por valentía y no por cobardía.
En espera de su sobrada contradicción o su sensata rectificación, me despido con la misma ternura con la que se arranca un vendaje: sin anestesia.
P.D. — Y un aviso breve y sin florituras: si no publican “Tardes de soledad” en su integridad antes del viernes próximo, la próxima columna que les entregue no será una crítica amable ni una rabieta elegante; será una carpeta llamada “Lista Negra de la Complacencia”. En ella consignaré, con fechas, citas y pruebas, todas las reseñas aduladoras, las notas de agradecimiento, las invitaciones, los viajes pagados y las subvenciones que han terminado por crear este ecosistema de autoconsumo que ahora protegen. Lo haré público en mis canales, lo compartiré con colegas drogadictos y con dos o tres fanzines grapados que sí valoran la transparencia. No será calumnia: será documentación. Y se lo aseguro: hará más daño a su prestigio que cualquier disputa menor sobre una crítica. Publiquen y lo cerramos con un brindis; no lo hagan y veremos cuánto les pesa la cobardía en el balance de lectores.
Don Hipólito Ledesma Doppelgänger
(El que escribe lo que ustedes temen leer)
Aceptamos pulpo como animal de compañía pero como alguien nos señale, nuevamente, una probable fuente del texto le castigaremos a reseñar películas de Marvel.
Les respondo con la última palabra del Quijote.
https://www.jotdown.es/2025/09/tardes-de-soledad-o-albertete-albertete-si-no-sabes-torear-pa-que-te-metes/
Que sepa usted que acabamos de publicar a la vez un artículo del otro Hipólito que tendrá menos viralidad que el suyo. Esto se va pareciendo cada vez más a El hombre que se apareció a si mismo.
No me gusta repetirme , pero como ignoro si han leído mi anterior mensaje o directamenente me han dado la larga cambiada, quiero insistir en que ya tengo lista mi reciente crítica sobre la excrecencia de otro icono del cine español, dada la peculiaridad del formato en que ha sido escrita, díganme como se la puedo hacer llegar.
Mandalo a [email protected]
Hecho.
Ilustres Señores de la Redacción,
Desde el púlpito humilde de mi pluma, me permito romper el silencio que, hasta hoy, he guardado con paciencia de penitente. No lo hago por altivez, ni por orgullo vano; lo hago porque la verdad exige voz, y porque la paciencia, como la prensa, tiene término.
Heme aquí, pues, como quien va a solicitar una gracia y, a la vez, a exigir una reparación: la publicación del trabajo que presenté hace varios días, esa crítica que, con el filo del verbo y la limpieza del juicio, concebí para vuestro altar público sobre «El Cautivo» de Amenanal dela Morería.
No os pido favor menor; os ruego lo justo: que deis a la pluma su sitio y al lector su derecho. que anuncia tormenta: si el escrito que os entregué no ve la luz en esa hoja que se titula revista y que presume de honrar la crítica esclarecida, no me quedará otro remedio que tomar mi pluma por bastón y mi verbo por estandarte, y buscar otros lares que sepan reconocer el vuelo de mi pluma.
Sed sabios. Recordad que una revista que renuncia a la ocasión de publicar una voz incisiva no pierde solo un artículo: pierde la autoridad para señalar, la licencia para pontificar, la gracia de ser faro en noche de barcos extraviados. . Hubo ya quien prefirió la comodidad de los que no escriben a la verdad robusta; no dejéis que vuestra casa sea cueva de tales comodones.
Si queréis honor y público, dadme la plaza que corresponde a mi texto. Si preferís el manto del silencio y los ropajes de la complacencia, sabed que no me veréis más por vuestros salones: partiré con la dignidad del desconfiado y con la certeza de que en otra prensa hallará mi voz alimento y eco.
No profeso amenazas de acero ni de sangre; juro por mi nombre que solo prometo lo que es lícito: la fuga de mi talento y la gloria de otros. Si os place retenerlo, retenedlo con honra; si os place dejarlo ir, dejaréis pasar no a un hombre sino a una autoridad. La decisión es vuestra; la consecuencias, previsibles. Haced bien vuestro oficio, y nos hallaréis juntos; fallad, y habréis perdido la voz que hoy os ofrece la palabra en su forma más aguda.
Dicha la petición, y planteada la advertencia, confío en que la prudencia honrará a la revista, y que vuestro nombre no quedará mancillado por la pereza. Esperaré lo que dure este fin de semana, la respuesta que dignifique a ambos: a vos, por actuar con justicia; a mí, por no verme forzado a emigrar la pluma.
Firmo, con la gravedad del que no amenaza con armas sino con ausencia:
Don Hipólito Ledesma Doppelgänger
Pluma, azogue y lastre del gusto público
Estoy de viaje está semana y la que viene y no la he podido leer. Te contesto al email en cuanto tenga un hueco. En cualquier caso, hay que distanciar las publicaciones al menos dos semanas.
A mí me has dicho personalmente , Ángel, que se iba a publicar mi artículo. Estamos acabando la semana y de mi artículo —que está ahí sobre tu bandeja de entrada— ni se ha publicado ni se va a publicar para nada, y por lo tanto, yo estoy dispuesto a levantarme y abandonar la revista, porque yo he venido aquí a publicar mi artículo, y no a leer de lo que opine el personal, que me da lo mismo, para eso tengo mi columna y mi opinión diaria, de modo que, si no se publica mi artículo, me levanto ahora mismo y me voy.
Es que pasa el tiempo, se acaba el tiempo, entra la publicidad, publicáis unos textos absurdos que todos hemos leído ya, y no se publica mi artículo, ¿pero entonces a qué he venido yo aquí? Yo cuando escribo en una revista es porque me pagan, y aquí si lo hago gratuitamente como un paria es porque se va a publicar mi artículo.
Es el mejor articulo del 2025!!!!BUENISMO!!!!Ja,ja,ja…
Lo de Oliver Laxe es una vergüenza: ¡qué manera de explotar a los actores!