Al comienzo de esta semana me encontré en el radar de novedades de Spotify el tema Lladres de sobretaula una canción en la que participan autores valencianos que me encantan y que surge con motivo del primer aniversario de la DANA que azotó Valencia en 2024. Al escucharla la primera vez se me erizaron los vellos de la pie y se me metió alguna mota de polvo en el ojo. Aún a día de hoy, que la reproducido ciento de veces, no puedo evitar que se me encoja el estómago cuando la oigo. Aunque se trata de una iniciativa para ayudar económicamente a las familias afectadas y honrar a las víctimas, estando los hermanos Pablo y Pantxo Sánchez (de Ciudad Jara y Zoo, respectivamente) no es de extrañar que la letra denuncie la falta de responsabilidad política que rodeó y rodea esta desgracia y llame indigna a la clase política.
Lladres de sobretaula no es la primera canción solidaria que nos estremece. Cuando el mundo se tambalea con algún hecho trágico, los pueblos cantan. La historia de estas canciones es también la historia de cómo los desastres pueden reunirnos en una misma voz. No siempre curan, no siempre cambian las cosas, pero logran transformar el ruido en consuelo y el silencio en compañía. Cada generación ha tenido su propio coro de auxilio, su melodía de esperanza. Y aunque casi todos estos proyectos suelen ser versiones o reinterpretaciones hay algunas composiciones que destacan por ser originales como la pionera We Are the World, que salió, entre otros, del increíble talento de Michael Jackson, la enérgica Ay Haití! que ideó el productor español Carlos Jean y este maravilloso tema que es Lladres sobretaules, que devuelve la emoción de la ayuda colectiva a su lugar más puro: la gente común cantando para los suyos. Hagamos un repaso a las más conocidas.
Do They Know It’s Christmas?
Aquel día de 1984 en que la televisión británica mostró los huesos de Etiopía, el cantante británico Bob Geldof sintió que se le partía el alma. Afuera debía llover —aunque quizá solo llovía dentro del aparato—. Los niños etíopes eran sombras, y el locutor de la BBC parecía pronunciar las palabras con una voz hecha de polvo. Geldof apagó el televisor, pero las imágenes continuaron emitiéndose en su cabeza. Buscó el teléfono y llamó a su amigo Midge Ure, de Ultravox. Juntos decidieron grabar una canción benéfica para recaudar fondos. Convocaron a los ídolos: Bono, George Michael, Sting y Phil Collins entre otros. Todos acudieron como si respondieran a un sueño colectivo, una orden nacida de la culpa o del resplandor de la fama. Band Aid fue el nombre que le dieron a la herida cubierta con sonido. En un estudio cerrado durante veinticuatro horas, compusieron y grabaron Do They Know It’s Christmas? Las voces se mezclaban sin jerarquía: era un coro sin centro, un ritual grabado sobre cinta magnética. El tres de diciembre de 1984, la canción salió al mundo como un mensaje embotellado. En las tiendas, los discos se amontonaban como panes multiplicados. Tres millones de copias en el Reino Unido, y aún más en el aire de las radios. Aquel villancico no hablaba de Belén, sino de su ausencia. Fundó el pop solidario y cambió la forma de la celebridad: los rostros conocidos se disolvieron en una sola máscara moral. La pregunta del título —¿saben que es Navidad?— no era para Etiopía. Era para quienes escuchaban.
Poco después, en EEUU Harry Belafonte observó el eco británico desde la distancia como quien escucha una melodía ajena que, sin saberlo, le pertenece. Había algo admirable en aquella multitud de voces blancas cantando por África, y al mismo tiempo algo insoportablemente ajeno, una disonancia moral. Se preguntó, con una mezcla de rabia y lucidez: «¿Por qué los blancos ayudan a África y nosotros, negros, no?» La pregunta se quedó suspendida, como una nota que no encuentra su acorde. De esa pregunta nació una llamada, y de la llamada un rumor. Belafonte habló con Quincy Jones, y Quincy con Lionel Richie y Michael Jackson. La cadena de voces se cerró en un círculo invisible, donde la vergüenza se convirtió en propósito. En pocas semanas, la idea tomó cuerpo: un estudio en Los Ángeles, luces encendidas de madrugada, y casi cincuenta estrellas reunidas frente a un mismo micrófono, como si el planeta entero respirara dentro de una sola garganta. Lo que había comenzado como un gesto de orgullo herido se volvió una ceremonia global. Si Do They Know It’s Christmas? había mostrado que la música podía comprar esperanza, We Are the World probó que también podía fabricarla. Fue el instante en que el pop, acostumbrado al espejo de su propio rostro, se vio reflejado en los ojos del otro y no se reconoció. Entre cables y auriculares, entre el cansancio y el fervor, el sonido de aquella noche no fue solo música: fue la respiración colectiva de una industria descubriendo, por un instante fugaz, que aún tenía alma.
Ay Haití!
El 12 de enero de 2010, la tierra tembló bajo Haití y el mundo entero sintió vergüenza de mirar hacia otro lado. En España, Carlos Jean reunió a una treintena de artistas —Alejandro Sanz, Bebe, Macaco, Hombres G, Marta Sánchez— para levantar Ay Haití! como un puente sonoro hacia la isla herida. La canción, mestiza y luminosa, mezclaba pop español con ecos del Caribe, una manera de decir: estamos con vosotros, aunque solo podamos hacerlo cantando. En el vídeo, los artistas se sucedían sin artificios, con la emoción a flor de piel, como si comprendieran que la música, por una vez, debía servir para algo más que ocupar el aire. Fue ritmo, fue abrazo, fue culpa convertida en baile.
Somos el mundo 25 por Haití
Ese mismo año, en Miami, Emilio y Gloria Estefan impulsaron Somos el mundo 25 por Haití, versión en español del clásico estadounidense. Participaron Shakira, Ricky Martin, Juanes, Luis Fonsi, Paulina Rubio y una larga lista de figuras del pop latino. La canción recaudó fondos para los damnificados del terremoto y se convirtió en un símbolo de identidad cultural compartida: América Latina se reconocía en una misma voz solidaria, traduciendo el mensaje de 1985 a su propio idioma. La diferencia ya no era solo lingüística sino generacional: la nueva industria latina se mostraba global, profesional y, sobre todo, unida frente al sufrimiento ajeno.
Ma il cielo è sempre più blu
En 2020, mientras Italia se convertía en el corazón enfermo de Europa, medio centenar de voces se alzaron para recordarle al país que incluso bajo las máscaras y el miedo el cielo seguía ahí, más azul que nunca. Ma il cielo è sempre più blu, rescatada del legado de Rino Gaetano, reunió a Laura Pausini, Andrea Bocelli, Eros Ramazzotti, Elisa, Jovanotti, Gianna Nannini y muchos otros bajo el nombre Italian Allstars 4 Life. Los ingresos se destinaron a la Cruz Roja Italiana, pero el verdadero milagro fue simbólico: devolver a la música su poder de consuelo. Mientras las ambulancias cruzaban las ciudades vacías, desde los balcones se cantaba no por evasión, sino por dignidad. Aquella canción, luminosa y obstinada, fue una forma de respirar juntos cuando el aire parecía haberse ido.
Resistiré 2020
En España, el confinamiento trajo otra resurrección. Resistiré, el himno del Dúo Dinámico de 1988, volvió a grabarse en 2020 con decenas de voces del pop y el rock español: Rozalén, Manuel Carrasco, Melendi, Vanesa Martín. Los beneficios se donaron a Cáritas. La canción se transformó en un símbolo de resistencia emocional. Se cantaba desde los balcones, se versionaba en hospitales y escuelas. Su éxito reveló algo más profundo: la necesidad de convertir la impotencia en coro, de que la comunidad se exprese cantando cuando todo lo demás se detiene.
Lladres de sobretaules
En 2023, tras la DANA que azotó la Comunidad Valenciana, varios músicos locales crearon Lladres de sobretaula —literalmente “Ladrones de sobremesa”— como un canto de denuncia y auxilio. A diferencia de las producciones masivas, esta canción nace desde la base, impulsada por colectivos culturales de la zona. Mezcla folk y rap, ironía y dolor, para retratar no solo los daños naturales sino también los institucionales. Es una vuelta al origen del canto solidario: la voz del pueblo organizada en respuesta al desastre. Sin grandes productoras ni estrellas internacionales, recupera el espíritu de comunidad que las superproducciones, con el tiempo, habían convertido en espectáculo.
La historia de estas canciones es también la historia de cómo los desastres pueden reunirnos en una misma voz. No siempre curan, no siempre cambian las cosas, pero logran transformar el ruido en consuelo y el silencio en compañía. Cada generación ha tenido su propio coro de auxilio, su melodía de esperanza.









Desconocía que We are the world era la respuesta Made in USA a una canción británica. Como en las series de televisión, los americanos copian la idea y la venden mejor
Lo de Bob Geldoff fue la consolidación como negocio de la caridad. Se sabe que ese dinero que dimos al comprar los discos y demás fue a financiar la guerra en Etiopía. Un gran negocio.
Pero amigo, que una panda de grupos en la órbita de Compromís se reunan para rajar de Mazón es una gran idea. Tanta, que no estoy dispuesto ni a poner en marcha el vídeo. Que les den.