Dionisia García (Fuente Álamo de Albacete, 1929), la más veterana entre los poetas murcianos, Premio Nacional de la Crítica 2023 por su obra Clamor en la memoria (2022), nos recibe en el despacho del céntrico piso en el que habita desde hace décadas, una sala repleta de libros cuidadosamente ordenados y salpicada de fotografías (familiares unas, de esa otra gran familia de amistades literarias otras, y algunas de los grandes escritores y poetas: Borges, Pessoa…). Su voz pausada y sus modales exquisitos son una invitación a la conversación tranquila, a la curiosidad, a los recovecos de una memoria privilegiada y un alma que ha vivido al compás de lo escrito y viceversa.
Discreción, cercanía y sutileza son adjetivos que convienen a la escritora. Pero también pasión y convicción a la hora de distinguir lo importante de lo banal y practicarlo hasta sus últimas consecuencias. Lectora voraz de los clásicos grecolatinos y de poetas españoles y extranjeros de todas las épocas, de cuya huella en su poesía comenta: «considero, como lectora, que cada autor ha dejado en mi conocimiento parte de sus preferencias. De ese conjunto unificado nace la nueva escritura»; autora de dos decenas de libros de poesía y un volumen de obra completa, Atardece despacio, de 2017; incluida en diversas antologías y con una relevante carrera paralela como prosista (con libros de aforismos, relatos, diarios y la autobiografía novelada Correo interior, de 2009), más diversos ensayos de crítica literaria, Dionisia García disfruta, muy merecidamente, del reconocimiento de la comunidad poética, así como del de sus propios conciudadanos y lectores.
Sobre esta entrevista, Dionisia aprecia que se publique en blanco y negro: «los colores se difuminan y se pierde un poco la idea», comenta. Charlamos también sobre las películas en blanco y negro, que también le gustan (sobre todo las de Chaplin) mientras nos preparamos para escuchar con atención sus vivencias personales y literarias.
¿Recuerdas en qué momento tuviste conciencia por primera vez de la existencia de la poesía?
De la poesía exactamente no. Pero del arte, sí. De niña me fijaba en las cosas pequeñas, las cosas que nadie miraba. Y entonces empecé a hacer algo curioso, conseguí que las niñas de mi edad, con las que jugaba, prepararan obras de teatro.
¿Y dónde las representabais?
En los corrales. Yo era una niña pueblerina, las obras las hacíamos en los corrales. Después entré en un internado y ahí comencé a sentir que necesitaba expresar lo que se me ocurriera. Y, bueno, miraba mucho a la gente. Eso me decían, que miraba mucho a la gente, como queriendo penetrar en su interior.
¿Te gustaba el internado?
Me gustaban sobre todo aquellos profesores que hablaban de literatura, y también las clases de filosofía. Está claro que había ya en mí una tendencia a interiorizar lo que veía. En ese momento ya escribía.
¿Qué escribías entonces?
Pues naderías: describía una flor, una casa… También dibujaba, las casas las pintaba todas iguales. Y eso sí, leía filosofía. Por eso, mi poesía, creo yo, tiene desde el principio un poso filosófico, una búsqueda del interior de las cosas, por sencillas que parezcan.
Naciste en Fuente Álamo, un pueblo de Albacete, pero has vivido gran parte de tu vida, por lo menos tu vida adulta, en Murcia. ¿De qué manera están presentes estos dos lugares en tu obra?
Vine a Murcia por elección, al colegio Jesús María, que está ahí enfrente, y me fue muy bien. Recuerdo que eran malos tiempos, así que me quedé alojada en el Jesús María después del bachillerato, mientras estudiaba filología románica. Yo le tengo mucho cariño a Albacete, por haber vivido allí durante mi infancia. Pero considero que Murcia es la mejor ciudad para vivir.
¿Escribías entonces, mientras estudiabas en la universidad?
Sí. En la universidad conocí a Salvador, mi marido, y él siempre me animaba, me empujaba a escribir, porque en seguida se dio cuenta de que era lo que quería hacer. En cierto modo, él me abría puertas. Y, sobre todo, leía, siempre he leído y siempre estoy leyendo. Quien no lee y no tiene libros a su alrededor, no sabe lo que se pierde. También leo periódicos pero, aunque no los desprecio ni mucho menos, y tengo buenos amigos periodistas, considero que así pierdo tiempo para leer libros. Leer es como un vicio para mí, hasta cuando voy por la calle, tengo que leer los rótulos que me encuentro.
Has sido una gran viajera.
Yo creo que he tocado tierras de todas las partes del mundo. Alguna islita se ha quedado por ahí, pero he viajado mucho. Y he aprendido mucho, por ejemplo, en la India, que es un país desconocido para nosotros en el modo de comer, de vestir… hubo un tiempo que yo recogía todo aquello que veía en mis viajes. Después llegué a la conclusión que se puede escribir sin haber visto nada, solamente que es más difícil. Me gusta especialmente Italia. He estado tres veces en Venecia con el poeta José María Álvarez. Algunos de mis libros (Anche se al buio/Aún a oscuras, de 2001, y L’Albero/El árbol, de 2007) han aparecido en ediciones bilingües en italiano y español, ahí está también la huella de mi relación especial con Italia.
¿Qué te aportaron los viajes con José María Álvarez?
Los humanos somos nada más un montoncito de cosas, no lo digo en el mal sentido, creo que somos eso simplemente porque escarbamos mucho en nuestra identidad. Y no creas que disfrutamos mucho, en principio, queremos entretenernos y a lo mejor lo que hacemos es perder el tiempo. No ha sido así con el gran poeta y amigo José María Álvarez. Álvarez hizo que, el grupo de poetas que lo acompañábamos, estuviéramos en sitios inhóspitos pero interesantes, nos proporcionaba intercambios entre distintas culturas y lenguas, nos ayudaba a ensanchar esa identidad propia que, si no se comparte, se queda demasiado estrecha. Lo intentó siempre, tanto llevándonos por el mundo, como trayendo a poetas de todas partes a los encuentros de Ardentísima en Murcia; y bueno, por desgracia, ahora nos ha dejado, recientemente.
Empiezas a publicar tarde, a los cuarenta y siete años, ¿por qué?
Porque creía que no era bueno precipitarse. Siempre he sido minuciosa en la búsqueda de la palabra. La palabra para mí es un don, no porque sea mía, sino porque es un don en sí. Borges decía (y por tanto lo hemos heredado, porque Borges lo decía) que un hombre es todos los hombres. Y realmente nos parecemos mucho, así que no sé por qué existe ahora esa jactancia de yo soy, yo tengo, yo tal, cuando el hombre, quiero decir el ser humano, lo que tiene que hacer es aprender y no acumular (dinero, prestigio, lo que sea). En ese sentido, yo no creo en los premios, aunque los tenga. Mejor dicho: creo que, cuando pasa una generación, los premios están muertos.
Precisamente porque empezaste a publicar tarde, te has relacionado cronológicamente con la generación de los 70 (los novísimos), a la que pertenece José María Álvarez. ¿Qué otras amistades poéticas relevantes has hecho con poetas de generaciones anteriores?
Tuve bastante relación con Francisco Brines, que es de la generación de los 50. Coincidí con él en uno de esos viajes que organizaba Álvarez, por Egipto. Tuvimos la suerte de ir juntos a todo porque, como los demás eran más jóvenes, nosotros no podíamos ir tan ligeros ni levantarnos tan temprano.
También tuve amistad con Jorge Guillén, pero no una amistad cualquiera. Francisco Alemán, escritor murciano y amigo de Salvador, me facilitó la dirección de Jorge Guillén en Málaga para que le enviara El vaho en los espejos, mi primer libro publicado. Don Jorge leyó este primer libro y, a partir de ahí, hubo extenso intercambio de correspondencia, cartas que posteriormente se recogieron en el libro Dionisia García y Jorge Guillén: Historia de una amistad (Epistolario, 1977-1983). Se sucedieron entonces los viajes familiares a Málaga, donde el poeta residía con su esposa Irene Mochi Sismondi. Hubo intercambios familiares (Salvador también dialogaba con el poeta y con su mujer, Irene). Fue un tiempo feliz… si yo ya habitaba en esa especie de burbuja en la que acumulaba experiencias sobre poesía, Guillén me alentó y añadió elementos de su propio bagaje.
Jorge Guillén fue profesor en la Universidad de Murcia, ¿no?
Sí, pero yo le conocí con posterioridad a ese tiempo. En el Arco de la Aurora hay una plaquita que lo recuerda, con los versos que el propio Guillén le dedicó a esa calle.
¿Qué rasgos de tu carácter dirías que se reflejan en tu poesía?
A mí me gusta escribir con corrección, huyo del «de que» y el «lo que», por ejemplo. Soy escueta, leo a destajo y corrijo sin cesar, intento rebuscar una y otra vez en mí misma, chupo de mí misma antes que tratar de imitar a los demás. Soy una persona humilde, creo, y me gustaría ser más humilde aún, porque siempre creemos que tenemos la verdad, tanto en poesía como en el resto de las cosas. Sin embargo, hay que partir de que nadie tiene la verdad. Y soy religiosa, es decir, desde la infancia mi madre me inculcó esta condición, y estoy contenta de saber que estamos aquí un ratito y, luego, no sabemos lo que va a pasar.
¿Dirías que tu libro más religioso, en este sentido, es La Apuesta?
Sí. Yo apuesto por eso, por el misterio religioso; no tengo ninguna seguridad, pero me arriesgo, y me gusta mucho que lo hayas mencionado, porque esa es la apuesta (la de la fe) donde hay más expresión propia. Probablemente me equivoco, no lo sé, pero apuesto por ello.
La fe para ti es entonces una apuesta, no una verdad incontestable.
Sí, eso es. Creo que el final no llega con la muerte y que, por lo tanto, no hay nada terrible en ello. Ahora, con el fallecimiento de mi marido, me han surgido algunas ideas contradictorias, no he llevado muy bien este suceso, pero eso no ha cambiado las cosas. Él me impulsó, como antes he dicho, a escribir cada día mejor, y nuestra relación duró toda la vida.
Ahora que has hablado de Salvador, me gustaría que nos contaras alguna cosa del libro Clamor en la memoria.
Ese libro es toda nuestra vida: la vida con nuestros hijos, los viajes que hicimos… a él no le gustaba viajar, pero de alguna manera conseguimos llegar lejos, hasta Tierra Santa. Y hay en Clamor en la memoria ese pasaje tan privado y además de acuerdo con la creencia… eso que ahora, con estas guerras terribles, se pone en cuestión. Si estamos aquí un ratito y luego no vamos, ¿a qué vienen esas guerras?
Háblanos de tu labor como editora.
Fui coeditora de la revista Tránsito, en la que colaboraron muchos poetas de la generación del 27, de la que tanto he aprendido, por ser una generación tan rica; y también de la editorial Begar Ediciones, que publicó a autores como María Zambrano, José Ángel Valente, Juan Gil-Albert, o el propio Jorge Guillén. Fueron proyectos entusiastas que respondían al ímpetu de la juventud. En Tránsito se implicó profundamente el pintor murciano José Lucas, que retrató a los poetas del 27. Mira [se dirige a las estanterías repletas de libros y de fotos y señala algunas]: ahí estamos en la presentación de la editorial, con Fernando Savater, el presidente de la Biblioteca Nacional (que es donde están las cartas de Jorge Guillén)… y ahí arriba están Eloy Sánchez Rosillo, María Kodama y Luis Antonio de Villena, que venían a Ardentísima.
¿Y qué estás leyendo ahora?
Estoy leyendo la revista Ítaca, de Gijón, dirigida por Isabel Marina. Ella y su marido estuvieron por aquí y vinieron a verme. Mira lo que dice [me la enseña]: la poesía ayuda a vivir.
¿Ciertas cosas requieren ser dichas en verso y otras en prosa?
La poesía, cuando es verdadera, es arte. Indudablemente, la buena prosa también lo es. Pero la buena poesía es arte sin paliativos. En cualquier caso, el tema manda, unas veces quiere ser transmitido en prosa y otras en verso. Muchos de mis poemas evocan los mismos escenarios que mi autobiografía novelada Correo interior y, sin embargo, para esta última utilicé la prosa. Y luego están mis recopilaciones de ensayos sobre distintos autores: Horacio, Cervantes, Machado, Maurois, Zambrano, Ajmátova…
¿Dirías que la poesía es más que un género literario?
Sí, sí, sí, sí. Porque el poeta, si es poeta de verdad, no sabe lo que hace. Son los otros, los lectores, quienes pueden dar su opinión sobre lo leído. La poesía es muy peculiar, es como si te viniera al dictado lo que luego se plasma en el papel. José María Álvarez me dijo en una ocasión: si estás sentada ante el papel y te levantas sin haber escrito nada, no pasa absolutamente nada, ya vendrá. Él creía en mí. Y eso es lo que sucede con la poesía. A veces, me preparo para escribir, me pongo a ello, y no escribo nada, pero otras veces sí. En los dos casos, necesito ponerme. El gesto es importante, el gesto de ponerse a escribir.
Muchos finales de tus poemas son verdaderos aforismos, género que también has cultivado en títulos como El caracol dorado (2011) y Vuelo hacia dentro (2022). ¿Qué te atrae de dicho género?
El aforismo es una interiorización de la palabra para que signifique más con menos; a veces ocurre con el poema. En general, mis poemas no suelen ser extensos y sí, pueden tender al aforismo. Quizá en la época actual vaya mejor el «menos es más».
En alguna ocasión te he escuchado decir que el poeta no escribe un libro de poesía, sino que escribe un poema, luego otro… y en un momento dado, se va conformando un libro. ¿Es así?
Sí, pero ese libro que se va formando debe tener una coherencia. La poesía es muy caprichosa, es el género por excelencia. Te exige ir por la vida con los ojos muy abiertos, estar en medio de todo. Yo estoy, por ejemplo, aquí, escribiendo, pero sé qué está sucediendo ahí afuera. El poeta… no digo que sea único, pero sí singular en su comportamiento fuera de la poesía. Está un poco tocado. Y eso es bueno y es malo, requiere de un equilibrio. El equilibrio entre lo bueno y lo malo.
¿Te buscan mucho los demás poetas?
Sí. La mitad de mi tiempo (no lo digo como vanidad) lo paso ocupada con los originales que me traen, manuscritos para que los lea y les escriba prólogos, en número exagerado. Algunos incluso vienen en persona, para hacer más fuerza. Ayer mismo recibí a uno. Y, no sé, no es que no sea generosa… pero lo cierto es que, a estas alturas de mi vida, necesito todo el tiempo que me quede. Todo el tiempo que tenga, lo necesito para mí.
Entonces, ¿les dices que no?
No, no. Y mis hijos me dicen: diles que no, y yo les digo: tú no sabes lo que cuesta decir que no. Pues eso; ahí andamos, ahí andamos.
Aparte de la poesía, has publicado libros de aforismos, como ya hemos dicho, y ensayos; has hecho crítica literaria y has escrito algún libro de relatos y una autobiografía novelada, Correo interior. Háblanos un poco de todo esto.
La escritura manda, como ya he dicho. En un momento determinado, algún género te apetece más que otro, o las circunstancias te obligan. Además, no se puede ser poeta 24 horas al día, y a mí me gusta que me traten como una persona normal. Aunque mis hijos me dicen que eso es imposible, porque no soy normal. El poeta, en sus entrañas (perdonad la palabra), es completamente distinto de los demás, tiene más sensibilidad, se fija en las cosas en las que nadie se fija.
¿Te consideras afortunada?
Sí, a pesar de que no me valoro apenas, porque si me valoro, no puedo seguir adelante. Yo no pido que los demás lean mis libros, no deseo hacerlo. Me pregunto si ellos saben la edad que tengo…
Naciste en 1929, así que tienes…
Cumplo noventa y seis en marzo; y veo por la calle a las abuelitas, las saludo… lo raro es que tenga la cabeza bien.
Y ahora que ha salido el tema de la edad: ¿la vida es corta o larga, en sí misma y en relación con la poesía?
La vida es corta. Y muchas veces nos metemos en fangos que no nos interesan, tenemos que centrarnos más. Cuando leo un poema de otro y veo que es bueno, pienso que ojalá todos escribiéramos así. De pronto lees algo que a ti te estaba rondando por la cabeza, pero no habías sido capaz de expresarlo de esta manera, con tanta belleza. Es como una iluminación. Y lo mismo pasa en la vida. Tenemos que ser capaces de discernir. Yo hablo de la persecución de las palabras: quieres expresar una cosa y no lo consigues, entonces la persigues. Y a lo mejor te acuestas (esto me lo enseñó un profesor de universidad), la sangre fluye, y te viene la palabra exacta. Es una revelación casi corporal. Hay palabras que tardan en llegar o no terminan de llegar, pasan los días, pero debemos insistir. Y esperar. Esperar, esperar, esperar.
¿Ese es el consejo que les darías a los poetas jóvenes?
Sí, sí, sí, sí. Esperar. El ser humano, el poeta, tiene que esperar. Y limpiar, limpiar mucho. Quitar lo que sobra, depurar la expresión, corregir.
¿Estás preparando un libro nuevo?
Tengo poemas para otro libro, pero me falta el título, y no sé cuándo vendrá. El título es importante, y difícil. Viene espontáneamente, a lo mejor, mientras estoy pelando una patata.
Tiene sentido lo que dices, porque muchos títulos de tus libros están relacionados con la memoria, las trampas del recuerdo (Mnemosine, El engaño de los días)… son todos títulos muy sugestivos.
Sí. Como el de un libro que recoge artículos sobre mi obra: Llaves prestadas: Escritos sobre la obra poética y narrativa de Dionisia García (2003), recopilación del profesor Francisco Javier Díez de Revenga. Me gusta mucho ese título.
Estamos llegando al final. La última pregunta es: ¿cómo te gustaría ser recordada para la posteridad?
[pausa larga]. No me quiero poner flores… me gustaría ser recordada por haber hecho el bien a las personas. No por la ostentación, ni por los premios que, como he dicho anteriormente, duran muy poco en el tiempo, sino por el amor al otro. Es muy difícil, cuesta mucho a veces. Pero eso es lo importante. El amor al otro lo recoge todo. Porque yo no he sido grande y, sin embargo, he tomado de otros la bondad. La bondad, las cosas inútiles, el amor. La bondad.
Poemas
BONJOUR, MONSIEUR
Me apresuré a decir
como primer saludo.
Tú, tendiendo la mano,
comenzabas el día
como si lo inicial fuera distinto.
La fachada de enfrente
y algún rayo de sol
alegran la costumbre.
El tiempo se detiene.
Estaba él y no faltaba nada.
De Clamor en la memoria (2022)
PÉRDIDAS
Hace ya varias décadas, Él estaba en la vida.
Era nuestro resguardo bien fundado.
Lo más seguro y cierto, su nombre repetido:
“Si Dios quiere” más pródiga la lluvia,
más abundoso el trigo y aplacados los vientos.
Era yo la vecina más pequeña
de un barrio que rezaba
y entendía de sol y de horizontes.
Todas las estaciones eran interminables,
transcurría el pasar entre consuelos.
Con escasos recursos se ordenaba el disfrute,
y hablábamos en paz de las cosas sencillas.
Aquellos paraísos ya no existen.
Ahora soy una vecina vieja
de un mundo indiferente,
donde Dios no se nombra.
Ya no está entre nosotros.
Ni se deja encontrar.
De La apuesta (2022)
MEMORIA
Zeus quiso engendrar en Mnemosine,
quiso sentir su cuerpo, lago antiguo,
entre las mustias sedas que cubrían
los ambarinos copos de doncella.
Cuando la luz, en tálamo de dioses,
derretía la cera sobre el vidrio,
mustios atardecieron los recuerdos
desde aquellas nostalgias olvidadas.
En transporte nupcial desciende Zeus;
exhausto de poder, vive su efigie
de dios enmudecido ante el destino.
Claroscuros cubrieron el Olimpo.
Amor cruzó la estancia en tibio abrazo,
y un asombro de luz mostraba, minucioso,
la magna arquitectura desplomada.
Agónico temblor entre los muros,
batalla singular alentó el canto
hasta temblar las cítaras, con besos,
y amar en Mnemosine la memoria.
De Mnemosine (1981)
HUELLAS PERDIDAS
En un día de hacer, y en la mañana,
quiso andar por la calle que vio su juventud.
Contemplados sin prisa los viejos caserones´
y alguna variación no siempre necesaria.
La casa que habitó la habían derribado,
ocupaba el lugar de la Gran Cerería
un café bullicioso.
Perdidos los vestigios del librero de lance,
que vendía a Galdós por dos pesetas.
Ante tanto abandono,
confundido, temía el no haber existido
y ser un simulacro enredado en el tiempo.
De El engaño de los días (2006)
AFORISMOS
186
El arte es un ramal que tira del tiempo ido para saber por dónde andamos.
187
Ante los desatinos expresos (y ocultos), ante los horrores, ante ese malditismo que también acompaña al ser humano, cabe preguntarse, ¿no estaremos a medio hacer?
202
Con tanto como hay que hacer y nos empeñamos en litigar con el misterio.
369
Vivir despacio es una aventura pendiente.
De El caracol dorado (2011)















Qué buena entrevista, espero que lo puedan sacar en video me gustaría estudiarla