
«Like witnessing my body standing in a mirror».
Probablemente como una revelación involuntaria, esta, una de las primeras frases que Miley Cyrus pronuncia en Something Beautiful (2025), acaba por convertirse en su mejor definición. Así, lo prometedor del proyecto de la artista acaba sucumbiendo ante la observación constante y minuciosa —desde todos los ángulos y distancias posibles, aunque mayormente milimétricas— de su propia imagen, convirtiéndola en una diva que se admira a sí misma.
Pero si hay una constante en la carrera de Miley Cyrus desde que demoliera aquella imagen impuesta por Disney de la adorable adolescente Hannah Montana, es su incansable búsqueda de la identidad propia, que, probablemente de manera inevitable, la lleva a observarse continuamente. Por eso, en los años que lleva en activo, hemos sido testigos de varias reinterpretaciones de su identidad: desde la ya mencionada ruptura de la inocencia hasta el romanticismo hippy-chic de su época Malibú (2017), para llegar a la actual, que podría describirse como la máxima definición de la independencia. Visto con perspectiva, puede comprobarse cómo Miley ha ido redibujando su identidad —al menos la pública— hasta llegar a la actual. Su representación en Something Beautiful es la más contundente de todas, y por la confianza que demuestra en ella, parece ser aquella que siempre estuvo buscando y que por fin encontró.
A pesar de que este cambio constante ha producido un inevitable borrado de aquello que la identificaba en su etapa anterior —la inocencia infantil, el amor romántico «puro»…—, otros de sus elementos más característicos se han mantenido desde Wrecking Ball (2013), como su perspectiva feminista expresada a través del control y la exposición de su propio cuerpo.
Es probable que ese mismo ímpetu de exploración haya conducido a la artista a una de las propuestas formales más interesantes de los últimos tiempos: la película del álbum. Disponible en Disney+ —y no en YouTube—, Miley Cyrus ha hecho algo que va más allá de producir una serie de videoclips para ilustrar visualmente las canciones que componen su último álbum. Luchando contra la segmentación y la división frankensteiniana que solía producirse —a menudo por distintos equipos y directores—, Miley Cyrus apuesta por una propuesta más orgánica, que respeta mejor el principio de coherencia interna que tienen (o deberían tener) todos los álbumes.
¿Acaso no es estimulante lo que Miley nos propone? Un nuevo formato que trasciende el significado del videoclip, que supera las limitaciones impuestas por la corta duración de las canciones, de su ritmo y de su letra, para poder expandirse a un concepto mayor: el del álbum en su totalidad. Es casi imposible imaginar todas las posibilidades que este nuevo concepto ofrece; sin embargo, no puede asegurarse que la pionera propuesta de Miley Cyrus llegue a aprovecharlas al máximo.
Con sus cincuenta y cinco minutos de duración —casi equiparables a la reproducción del álbum sin interrupciones—, podría suponer la extensión de la narración (en los términos más flexibles que se puedan imaginar) a toda la duración del álbum-película. De hecho, podría decirse que la primera parte de la propuesta sí explora este camino, o al menos se aproxima a hacerlo. Así, la película no se detiene cuando la canción finaliza: la protagonista —ella— continúa con la acción y con el relato hasta que comienza la siguiente.
Sin embargo, la fluidez se ve entorpecida por otro gesto particular, más vinculado a esa búsqueda de la identidad propia de la artista que a la forma del formato. En Something Beautiful, Miley elimina el entorno, ambientando casi la totalidad del álbum en estudios, interiores uniformes o espacios casi no terrenales, dejando de lado la posibilidad de un viaje también físico o de escenarios diversos para centrarse en el único elemento común a todas las canciones —y, por tanto, al álbum—: ella misma.
Sin menospreciar la hazaña cinematográfica que supone la sucesión casi continua de planos de una misma persona, esta particularidad elimina la posibilidad de una exploración más amplia, más colectiva, de la propuesta. Una tras otra, las canciones se suceden en una exploración de la imagen de la artista que, como dice ella en la presentación de la película, observa su cuerpo en un espejo. La búsqueda y el encuentro de una identidad visual en la que deposita toda su confianza parecen haber derivado en un menor interés por cualquier otro foco o reflexión dentro de la propuesta. Something Beautiful —la película y, por tanto, debe entenderse que el álbum también— va sobre Miley Cyrus celebrando a Miley Cyrus, en los términos más físicos.
La ausencia de cualquier otro elemento con el que la diva comparta protagonismo no debe, por otra parte, emborronar algunas de las conquistas de la propuesta. Así, queda en ella completamente superado el inconveniente de que este formato pudiera recordar al del concierto rodado. Este —el más habitual de los formatos de película del álbum—, en realidad, es esclavo de esa representación teatral en concierto, ante un público. Something Beautiful, por cómo está rodada, por los lugares en los que se coloca la cámara, incluso en aquellos segmentos en los que una batería la acompaña y canta con un micrófono, poco o nada tiene que ver con la experiencia del concierto. La música y su representación no se desarrollan ante un público frontal, sino ante una cámara al servicio de crear imágenes que sirvan a la música —y, en este caso, a la imagen de la artista—.

Es difícil determinar cuál es el origen de la ausencia de perspectiva de la propuesta: si proviene ya de la música que compone el álbum o de la película en sí. En todo caso, se trata de una oportunidad perdida para la propuesta de Miley Cyrus, que tenía un gran potencial por desarrollar. Es cierto que, aunque pionera, no es la primera tentativa en esta dirección —aunque esta última sí es de las más audaces—.
Además de algunos conciertos rodados en los que la complejidad de la puesta en escena llega incluso a poner en cuestión la frontalidad de la representación —por ejemplo, Renaissance: A Film by Beyoncé—, uno de los casos más interesantes es la serie de videoclips que Rosalía desarrolló con la productora Canada. En concreto, dos de los videoclips del álbum El mal querer (2018), «Malamente» y «Pienso en tu mirá», fueron rodados por esta productora. Además de la fuerte cohesión del propio álbum —en el que cada canción constituye un capítulo—, estos dos videoclips mantienen un vínculo todavía más fuerte: el de la coherencia formal de sus propuestas. Así, aunque fueron concebidos como productos independientes, su conexión estética acabó derivando en algo cercano a lo que, quizás, podría haber llegado a ser Something Beautiful.
Si el extenso desarrollo de lo más plástico de la propuesta de la artista estadounidense —como el trabajo de luces, de colores, de la piel en los primeros planos, del maquillaje, del dinamismo y de la captura del viento— hubiera ido acompañado de un desarrollo más profundo y extensivo, no solo del sujeto sino también de lo que lo rodea, es posible que Miley Cyrus hubiera conseguido un hito más allá de lo musical. Pero la imagen que le devuelve el reflejo la ha paralizado y, ensimismada, ha sido incapaz de crear algo más allá.











Primer pie de foto: «Miley Cyrus en uno de *lso* videoclips»…
Arreglado. ¡Gracias!