Sociedad

Dos semanas para investigar y una para escribir

New York Times

Llego tarde al documental Page One: A Year Inside the New York Times. Se centra en el periódico claro, en su futuro, en el papel, en lo digital. Lo de los últimos años, y si me apuran, lo de siempre.

A mí, no obstante, me fascina más uno de los periodistas que sale en la película, David Carr, columnista y redactor de medios en el diario. Y sobre todo uno de los intercambios que mantiene con el redactor jefe del Times, Bruce Headlam. Carr prepara un tema sobre la caída de la Tribune Company y el nebuloso estilo de vida de sus directivos. Para cuándo lo tendrás, le pregunta Headlam, o algo así. «Voy a estar dos semanas más investigando y otra escribiendo. Luego te lo enseñaré», le espeta Carr, voz ronca y cabeza echada sobre el cuello.

Dos semanas más investigando y otra escribiendo.

Carr tiene otras dos intervenciones para cuaderno de notas, acerca de eso que llaman la muerte del periodismo: «Últimamente las necrológicas están llenas de noticias de muertes de diarios». Y: «Para quienes trabajamos en los medios la vida es una serie de discursos de despedida con tarta y vino espumoso barato. Esa masacre ha dejado paso a una isla de juguetes rotos, como maquetas de trenes con vagones con ruedas cuadradas».

Viene a decir que ser —por no decir trabajar de— periodista hoy día puede ser una buena mierda, aunque luego a un colega le advierte: «He sido padre soltero viviendo con una pensión. Esto no es nada». Y adicto al crack, a la cocaína, y alcohólico.

Dicen que cuando una relación termina el lamento vale los primeros días. Los periodistas perdimos, o eso nos gusta decir, aquel anhelado periodismo. Y lloramos, vaya si lo hicimos/hacemos. Y nos lamentamos. En la calle, en la plaza, en el bar, en casa, en la cama, en la red, hasta en el trabajo, si lo hay. Ya basta. Por mucho empeño que le echemos al recuerdo de sus bondades ya no va volver. Se ha ido, o lo hemos dejado marchar, quién sabe. De qué vale echar la vista atrás. Cualquier tiempo pasado fue pasado. O peor, que cantó Sabina, ya veremos.

Entre tanta complacencia y tanta crónica de muerte anunciada va a resultar que en realidad la profesión, que no el oficio, no es más que una suerte de necrológica. Un obituario de sí misma. De tanto practicar y platicar sobre la muerte vamos a terminar por suicidarnos. Uno se cansa ya de tanto antes y ahora qué y de tan poco después.

Es verdad. Ellos, sabemos quién, se han bañado en oro, el que menos en plata de ley. Nos han jodido. Como trabajadores, con despidos, reducciones salariales, precariedad. Como lectores, por querernos despistar, por engañarnos, por demasiada superficialidad, por mucho entretenimiento y poca información.

Lo sabemos. Lo hemos sabido desde hace un tiempo y puede asimismo que el grito haya tardado un rato en llegar a la garganta. Quizá de tanto curarnos en salud hayamos enfermado. Y qué, para todo hay cura; y si no, que al menos el viaje enorgullezca. El alpinista Iñaki Ochoa de Olza no contemplaba la vida sin la muerte. Solo esta dota de sentido a la primera.

Si David Carr supo hallar el camino que le sacara de sus adicciones y logró escribir como lo hace en el New York Times, a buen seguro que esta muerte está inventada.

Puede que todo pase por esas dos semanas para investigar y esa otra para escribir.

 

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8 Comentarios

  1. Pingback: Héctor Juanatey

  2. Bravo.

  3. Irrefutable

    Al autor, Héctor Juanatey, me encanta como escribes. Adoro esas frases tuyas breves que le dan ritmo al texto.

  4. reinitadelincuente

    Buen tema. Malamente escrito. La puntuación pretende dar ritmo pero no está bien colocada. Hablar no es escribir. Escribir es usar la voz para decir lo que no se habla. Falta trabajo en la edición. Buen tema. Malamente escrito.

  5. Héctor Juanatey

    Recojo tu crítica y la tendré en cuenta para la próxima. Gracias, reinitadelincuente!

  6. Pingback: Dos semanas para investigar y otra para escribir | En contraportada

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