Cine y TV

Especial thriller conspiranoico (I)

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Chacal, 1973. Imagen: Warwick Film Productions / Universal Productions France.

Poco importa que nos creamos o no una conspiración, lo relevante es que esté bien contada. Y va siendo hora de hacer un repaso a algunas de esas películas que nos sumergen en el fascinante mundo de los complots y los contubernios judeo-masones, que constituyen todo un género propio con características muy diferenciadas.

Como hay bastantes películas y necesitaré más de un episodio, había pensado en efectuar un repaso por orden cronológico. Pero he cambiado de idea. Creo que lo mejor es empezar por la década cumbre del género, los setenta, de la que proceden los largometrajes más conocidos y ejemplares. El cine de los setenta está repleto de películas conspiranoicas, generalmente inspiradas por novelas de éxito, y esto no es casualidad. Ya hubo cine conspiranoico en los sesenta, a raíz del asesinato de Kennedy y otros magnicidios, aunque en general se atribuían a criminales aislados y el público prefería creerlo así. También influyeron las revueltas europeas y las crecientes sospechas sobre los manejos en torno a la guerra del Vietnam. Pero el cine político siempre fue considerado difícil para la taquilla y el público todavía no había perdido esa ingenuidad que le impedía pensar que sus dirigentes podían ser una pandilla de mafiosos. Muchas películas de espionaje evitaban cualquier parecido con la realidad, y hasta las adaptaciones de James Bond cambiaban a los villanos soviéticos por otros pertenecientes a organizaciones ficticias, con tal de no mezclar política y entretenimiento. En los años sesenta hubo algunas películas conspiranoicas (las veremos en siguientes entregas), pero eran pocas. Se consideraba que lo mejor era dejar la actualidad geoestratética para los periódicos. Nadie quiere ver los grandes problemas del mundo mientras mastica palomitas. Esta percepción sufrió un vuelco con el cambio de década, tanto en Europa como en Estados Unidos. Hollywood terminó sucumbiendo al cine conspiranoico cuando las instituciones estadounidenses perdieron su credibilidad. A principio de los setenta hubo varios escándalos sonados que salpicaban a todos los ámbitos del poder: el ejército y los ministerios (escándalo de los papeles del Pentágono), el FBI (el caso COINTELPRO y similares), la CIA (el descubrimiento de toda una red de operaciones sucias) y la propia Casa Blanca (caso Watergate). Después de estos y otros escándalos, los estadounidenses perdieron la fe en sus dirigentes y el cine reflejó esta tendencia con todo un vendaval de películas que ponían en duda hasta el último tornillo del engranaje político y empresarial. Estas películas tenían rasgos comunes: tendencia más bien progresista, la consideración de la prensa como el único contrapoder activo y la idea del ciudadano común como un ser completamente indefenso al que resulta fácil aplastar y ningunear en pro de diversos intereses.

En los ochenta el cine daría un nuevo giro gracias a la llegada de Reagan y su patrioterismo cuasirreligioso, con lo que las pantallas se llenarían de películas de acción donde los malos volvían a ser extranjeros (preferiblemente comunistas). El resto del mundo, como de costumbre, siguió las tendencias de Hollywood, salvo los casos de películas pequeñas con más ambiciones ideológicas que comerciales. Tras la fiebre ochentera de la acción patriótica, el cine conspiranoico ha vuelto a producirse a ráfagas en Hollywood, aunque, salvo excepciones, bastante más matizado que en los setenta. Así, se produce la paradoja de que algunas películas setenteras nos parecen hoy mucho más realistas, maduras y clarividentes que las más recientes. Empecemos pues por lo más famoso de aquella década y en siguientes entregas incluiremos también otras anteriores y posteriores (amén de varias más setenteras que se quedan fuera aquí). Agudice su sentido de la conspiración: ¡el mundo está contra usted!

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Z (1969)

Título original: Z.

De: Costa-Gavras.

Con: Yves Montand, Irene Papas, Jean-Louis Trintignant.

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Imagen: ONCIC / Reggane Films / Valoria Films

De qué trata: Un político de la oposición es víctima de un atentado, aunque después la policía tratará de hacerlo pasar por accidente, mientras parte de la prensa llega a culpar al propio político del atentado que ha recibido, alegando supuestas provocaciones ideológicas. Cuando un juez empieza a investigar el asunto, descubre inquietantes conexiones entre la policía y la ultraderecha, además de recibir la advertencia de que intentar hacer bien su trabajo podría significar el fin de su carrera.

Comentario: Esta película causó un gran impacto en su día, sobre todo entre la crítica y otros cineastas. Ganó varios premios importantes y fue nominada en los Óscar como mejor película de habla no inglesa y también como mejor película en general (doblete de nominaciones que han conseguido muy, muy pocos títulos). No es extraño que resultase tan admirada. Su formato, entonces muy novedoso, se basaba en una narración veloz, casi periodística, y sirvió como molde para películas como Todos los hombres del presidente o JFK, y también para el estilo de otros muchos directores. Eso sí, la distingue su barniz deliciosamente mediterráneo, ya que aparecen personajes dignos de cualquier novela picaresca ambientada en barriadas marginales, que hubiesen encajado muy bien en cualquier comedia neorrealista. De hecho, las estrellas del reparto quedan eclipsadas por el carismático plantel de actores secundarios, encargados de dar vida a ese inefable ramillete de elementos histriónicos que hubiesen hecho las delicias de Cervantes. Pero más allá de su pintoresco paisanaje, Z es realmente la primera película de conspiración política moderna. Aunque antes ya hubo filmes conspiranoicos, aquí prima un mayor afán de realismo y una narración que contrapesa el drama tradicional con una vivaz descripción de los hechos. No en vano estuvo basada en hechos reales (la «Z», que significaba «él aún vive», era una pintada de protesta que recordaba al político asesinado), así que la película servía para que Costa-Gavras, radicado en Francia, denunciase la dictadura que acababa de imponerse en Grecia, su país natal. Con enorme verosimilitud mostraba la fina línea que existe entre una democracia y el advenimiento de un régimen fascista, dejando entrever que algo así puede suceder en cualquier parte a poco que ciertos poderes fácticos se conviertan en cómplices. Pero no piensen que esto es plúmbeo cine-protesta, ¡nada más lejos! Costa-Gavras dio una lección maestra, porque no renunciaba al entretenimiento propio del cine clásico (la película se sostiene como divertimento más allá de cualquier ideología) al contrario de lo que hacían otros cineastas politizados de su tiempo, que, al estilo de Godard, con frecuencia pecaban de una excesiva abstracción. Este fue el gran mérito de Costa-Gavras: demostrar que el cine político puede ser muy entretenido. Oliver Stone no se inspiró en la nada.

Lo bueno: Su ritmo de narración sin pausas, con guiños a un estilo casi documental, que se convirtió en un modelo a seguir para el cine político posterior y también para los Scorsese de este mundo. Ah, y la galería de personajes estrafalarios, a cada cual más hilarante pese a lo serio del asunto tratado.

Lo malo: Quizá hay algún momento (muy aislado, eso sí) en que el argumento se vuelve un poco confuso. Pero nada importante.

Una escena: El delicioso prólogo, una conferencia policial donde comparan el izquierdismo con la plaga del mildiu de la vid, secuencia en la que Costa-Gavras da buena muestra de una sarcástica agudeza expresada mediante planos inconvenientes, técnica que sería mil veces imitada en el futuro.

Especialmente recomendada para: Quienes deseen comprobar dónde dio el cine político su giro hacia la modernidad, o dónde nació el estilo de narración que emplearon muchas películas posteriores.

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Todos los hombres del presidente (1976)

Título original: All The President’s Men.

De: Alan J. Pakula.

Con: Robert Redford, Dustin Hoffman.

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Imagen: Warner Bros. / Wildwood Enterprises.

De qué trata: Narra la investigación del escándalo «Watergate» a través de los ojos de los dos reporteros que lo sacaron a la luz. Lo que en principio parecía un robo de lo más vulgar en la sede del Partido Demócrata —tan vulgar que ningún otro periódico o televisión le prestaba mucha atención—, termina sirviendo para destapar una tremenda conspiración de espionaje que salpica a la CIA, al poder judicial, al Partido Republicano y a la propia Casa Blanca.

Comentario: El Watergate fue el suceso que terminó de dinamitar la confianza de los estadounidenses en las instituciones. Ya habían sido testigos de magnicidios y escándalos, pero con el Watergate vieron atónitos cómo todo un presidente, Richard Nixon, se veía obligado a dimitir por causa del juego sucio. Dado que marcó un antes y un después en la sociedad de su tiempo, una historia tan importante pedía a gritos una adaptación cinematográfica. Hollywood se lanzó a ello y pudo haber salido mal, pero por fortuna el resultado fue impecable; la verdad es que en aquellos años era más fácil confiar en que hubiese inteligencia en las grandes producciones. Aquí no se mastica la historia para contentar a un público palomitero. Al contrario; es un largometraje que de verdad requiere atención y concentración, porque el argumento es enrevesado como el demonio. Menos mal que el director Alan J. Pakula ya venía entrenado, dado que esta fue la tercera y mejor película de la llamada «trilogía de la conspiración» o «trilogía de la paranoia» que rodó durante la década (las otras dos son Klute y El último testigo, de las que también hablaremos en adelante). Dirigió el film con firmeza, muy influido por Z de Costa-Gavras, pero aportando su visionaria inspiración visual. Añadió la dosis justa de estilismo en algunas escenas, eso sí, sin recrearse más de la cuenta; hay menos alarde de virtuosismo visual que en su film anterior El último testigo y también mucha menos acción, pese a lo cual esta resulta incluso más entretenida. Pakula tuvo el acierto de permitir que el argumento mandase sobre las veleidades artísticas y consiguió eso tan difícil que es una dirección «invisible» que, sin embargo, no deja un solo detalle al azar. Hay momentos en que consigue un gran efecto emocional con recursos casi imperceptibles que fueron imitados muchas veces en el futuro. Por citar un ejemplo muy conocido, las apariciones del confidente Garganta Profunda sirvieron como base para el personaje de «el fumador» en la serie Expediente X. En cuanto a sus estrellas, tanto Redford como Hoffman están perfectos en sus respectivos papeles. El resto del reparto brilla también, sin excepciones. Todos los hombres del presidente no solamente estuvo muy a la altura del importante asunto que trataba, sino que podemos considerarla una de las mejores películas sobre política y periodismo que se hayan rodado jamás. Es una de las obras maestras de Pakula, lo cual es decir bastante. Y es un ejercicio muy serio; parece casi una lección de historia, muy dinámica pero también muy rigurosa. Dado que en este caso los periodistas triunfaron sobre los políticos corruptos, es uno de los pocos thrillers conspiranoicos de los setenta que están infundidos por el optimismo

Lo bueno: Casi todo. El ritmo es perfecto, no hay un minuto de sobra ni ningún elemento que chirríe.

Lo malo: Nada. Pero por decir algo, el final es un poco precipitado, en el sentido de que la película narra al pormenor la investigación del caso Watergate pero omite todo lo referente al escándalo posterior, que es despachado con unas breves frases de teletipo. Entiendo que el público de su época lo tenía muy reciente y no necesitaba ver en pantalla cómo terminaba la historia, pero hoy se echa de menos un epílogo más elaborado. Otro pequeño inconveniente es que la historia es tan complicada que puede resultar difícil de seguir, sobre todo para quien no esté familiarizado con el caso Watergate o las instituciones estadounidenses. Pero tranquilos, la película gana con cada visionado, conforme se va entendiendo mejor, y jamás aburre ni aun habiéndola visto varias veces, porque cada secuencia está planificada y ejecutada de manera exquisita.

Una escena: La más recordada es el asombroso plano cenital de la Biblioteca del Congreso, aunque citaría también la secuencia en que el personaje de Redford sale de un aparcamiento, repentinamente consciente de que anda metido en un asunto de magnitud tal que podrían intentar asesinarle. Un momento de suspense breve y sencillo pero fantásticamente bien concebido, que también ha sido imitado muchas veces y demuestra que Pakula estaba aquí en lo mejor de su juego.

Especialmente recomendada para: Cualquiera interesado en la política o la historia. Y aspirantes a periodista que quieran comprobar que la idea romántica que tienen del oficio es algo prácticamente extinto.

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Chacal (1973)

Título original: The Day of the Jackal.

De: Fred Zinnemann.

Con: Edward Fox, Michael Lonsdale.

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Imagen: Warwick Film Productions / Universal Productions France.

De qué trata: La ultraderecha francesa contrata a un asesino a sueldo (el «Chacal») para matar al presidente Charles De Gaulle. El complot es descubierto por la policía, pero no saben quién es Chacal, ni de qué país procede, ni qué aspecto tiene, ni cuándo va a actuar, ni cómo planea el magnicidio, así que comienza una frenética y desesperada investigación contra el reloj para intentar averiguar su identidad y detenerlo antes de que cometa el asesinato.

Comentario: Basada en una novela de Fredederic Forsyth, esta película es una de las pocas que consigue narrar una conspiración político-criminal desde los dos puntos de vista, el del asesino y el de sus perseguidores, sin que se pierda el equilibrio. Además, es una película que va al grano: no hay elementos argumentales superfluos, ni romances innecesarios, ni interludios sentimentales ni diálogos que sobren. Los personajes apenas presentados, aunque esto, que podría ser un defecto en otras películas, funciona de maravilla aquí, porque el trasfondo personal de cada uno de ellos importa poco. Pese a la engañosa parsimonia de algunos tramos del film, siempre está sucediendo algo en pantalla, o, cuando no, se está preparando al espectador para lo siguiente que suceda. El veterano Fred Zinnemann dirige como en sus mejores tiempos, deleitándonos con un angustioso incremento de la tensión que recuerda mucho al de su película más famosa, la inmortal Solo ante el peligro. Incomprensiblemente, Chacal no funcionó en taquilla como se esperaba, por lo que Zinnemann se arrepintió de haber elegido a un actor poco conocido como protagonista, pero desde el punto de vista artístico no se me ocurre ninguna estrella de la época que hubiese podido bordar el papel de Chacal como lo hizo Edward Fox. De rostro inquietante, encarna a un elegante psicópata que parece amar el peligro asociado a su misión; le confiere a su personaje tal aureola de fría malignidad que es difícil imaginar a otro en su papel. También está fantástico Michael Lonsdale, que interpreta al inspector de policía francés encargado de dar caza al Chacal; pese a su aparente inexpresividad, Lonsdale consigue transmitirnos lo desesperado de su situación (el pobre inspector apenas duerme mientras intenta averiguar a quién demonios está intentando capturar). Por lo demás, resulta fascinante contemplar cómo Chacal planea su golpe paso a paso, con la minuciosa dedicación de un artesano; ese tipo de metódica reconstrucción de los preparativos de un crimen ha sido descrita en muy pocas películas, pero encaja de maravilla con el género del suspense.

Lo bueno: Todo. Esta película es una maquinaria de relojería en la que cada pieza cumple su papel.

Lo malo: No se me ocurre algo malo que decir. Bueno, sí, lo peor es el vergonzoso remake que protagonizó Bruce Willis y que no tenía NADA que ver con esto. De hecho, me produce sonrojo cada vez que recuerdo su existencia, y es una pena que haya gente que asocie el título «Chacal» con ese pedazo de mierda y no con esta maravilla de película.

Una escena: Cómo olvidar a Chacal practicando tiro al blanco con una sandía. También citar la manera en que Zinnemann integra en la película filmaciones reales de una celebración en París, que sería imitada (y ampliamente mejorada) por otra película de esta lista, Domingo negro.

Especialmente recomendada para: Amantes del suspense a fuego lento y de las conspiraciones ejecutadas por virtuosos del crimen. También para aficionados a construir cosas con Lego y, claro está, para detractores de las sandías.

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Los tres días del Cóndor (1975)

Título original: Three Days of the Condor.

De: Sydney Pollack.

Con: Robert Redford, Faye Dunaway, Max von Sydow, Cliff Robertson.

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Imagen: Wildwood Enterprises.

De qué trata: Un empleado de la CIA, apodado «Cóndor», trabaja en una pacífica oficina donde se dedican a analizar los libros y revistas en busca de mensajes ocultos de organizaciones terroristas y similares. Pero Cóndor no es un espía, sino algo más parecido a un funcionario cuyo monótono trabajo no conlleva ninguna clase de peligro. Sin embargo, un día vuelve a la oficina tras salir a comprar el almuerzo y descubre que todos sus compañeros han sido asesinados. Sin saber quién ha querido matarlos ni por qué motivo, intuye que él será el siguiente, así que empieza a imaginar una conspiración de alto nivel y trata de deducir qué está sucediendo mientras, a la desesperada, busca un lugar donde refugiarse.

Comentario: Adaptación libre de la novela Six Days of the Condor, que gira en torno a una conspiración bastante más prosaica, la película lleva la historia a terrenos políticos mucho más peliagudos. En su día, de hecho, mucha gente consideró que esta adaptación era demasiado fantasiosa. Sin embargo, hoy sabemos que el guion cinematográfico resultó ser muy clarividente, porque anticipaba sucesos políticos de gran magnitud que parecían imposibles en los setenta pero sí terminaron sucediendo veinticinco años después. Además de su carácter profético, nos hallamos ante un thriller de manual en el que Pollack imita (que no copia) a su admirado Alfred Hitchcock con una habilidad suprema como constructor de secuencias de suspense basadas en la premisa de un hombre inocente que corre peligro pero no tiene la menor idea de por qué. Robert Redford ofreció una de sus mejores interpretaciones —si no la mejor— encarnando al sufrido Cóndor, un hombre muy inteligente pero sin experiencia en el espionaje, que intenta mantener la cabeza fría en mitad de una atmósfera de paranoia constante. Incluso el interludio romántico del film, que en otro tiempo consideré una concesión comercial innecesaria, hoy me parece una subtrama retorcida que encaja muy bien en la historia, y donde los guionistas consiguieron introducir varias perlas de perversión emocional en forma de engañosas alusiones poéticas. Además de la mejor versión posible de Redford, Faye Dunaway brilla en todas las escenas donde aparece gracias a una interpretación memorable en un personaje difícil. El carismático Cliff Robertson (el mismo que ganó un merecido Óscar por interpretar a un retrasado mental en Charly) está impecable como el inescrutable jefe de Cóndor. Y, cómo no, mención especial para el gran Max von Sydow, que interpreta con impactante maestría a uno de los asesinos a sueldo más fascinantes de la historia del cine y que roba cada secuencia en la que aparece.

Lo bueno: Prácticamente todo.

Lo malo: No se me ocurre.

Una escena: Hay muchas memorables, pero nada supera esa apoteósica secuencia final que demuestra que lo sencillo, cuando es presentado de manera inteligente, puede ser mucho más poderoso que cualquier festival de efectos especiales. Además, su metáfora conspirativa resulta tan impactante hoy como cuando se estrenó. Hay cosas que no cambian.

Especialmente recomendada para: Amantes del suspense hitchcockiano. También para escépticos de las teorías oficiales del 11S, que se lo pasarán en grande cuando descubran la tesis fundamental de la película.

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El último testigo (1974)

Título original: The Parallax View.

De: Alan J. Pakula.

Con: Warren Beatty.

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Imagen: Doubleday Productions/ Gus / Harbor Productions.

De qué trata: Un senador es asesinado durante un acto público. Aunque la posterior investigación de un comité del Congreso dictamina que ha sido cometido por un enajenado que actuaba en solitario, varios de los principales testigos del magnicidio mueren por accidente o sospechosas «causas naturales». Una reportera que también fue testigo piensa que ella podría ser la próxima en morir, y, aterrorizada, acude en busca de la ayuda de un colega (Beatty). Este no la cree porque la mujer tiene un historial de desequilibrio emocional. Sin embargo, cuando ella también aparece muerta poco después por aparente suicidio, decide empezar a investigar por su cuenta y descubre que, efectivamente, parece haber una siniestra red detrás de todos estos sucesos.

Comentario: Aunque con otros nombres y situaciones muy diferentes, El último testigo hace un claro guiño a los defensores de la teoría de la conspiración en el asesinato de Kennedy. Sin embargo, se opta por trazar un vago paralelismo, concediendo más importancia a la acción y el entretenimiento inmediato que a la elaboración de la tesis conspiranoica. La película tiene muy buenos mimbres, pero se resiente por culpa de un guion desarrollado con prisas en mitad de una huelga de escritores, lo cual hace que el resultado sea irregular. Bueno, pero inconexo. La premisa inicial no es desarrollada con todo el ímpetu que requería, y la historia avanza a trompicones entre varias secuencias que están bien construidas por separado, pero donde se echa de menos un hilo conductor más consistente. No es casual que sea la única película de la «trilogía de la conspiración» de Pakula que no recibió nominaciones importantes en los premios Óscar. Aun así, la moraleja final es muy poderosa y la brillantez visual y narrativa de algunas escenas hace que merezca mucho la pena. Quizá el guion no sea perfecto, pero aquí tenemos arte cinematográfico de mucho nivel. Pakula estaba muy inspirado en los setenta y por momentos llega a causar asombro con su aparente facilidad para convertir casi cualquier entorno en una imagen hipnótica, y muchos fotogramas parecen cuadros cubistas. Aunque en su día esta película fue recibida con frialdad, porque la crítica se fijó más en las carencias que en sus aciertos, hoy se la valora bastante más, aunque sea por el efecto contagio de pertenecer a una trilogía inmensamente respetada, y por el hecho evidente de que Pakula tenía momentos de genialidad.

Lo bueno: La insólita capacidad de Pakula para imaginar encuadres inesperados de edificios y espacios varios, o para conseguir que algunas secuencias contengan un intenso significado, pero sin recurrir a metáforas facilonas ni poesía visual demasiado evidente. No recuerdo si los hermanos Coen han citado alguna vez a Pakula como influencia, pero no me sorprendería lo más mínimo porque, desde el punto de vista visual, algunos momentos de esta película casi parecen anticipar el estilo secamente pictórico de películas como Fargo.
Lo malo: La falta de un hilo conductor sólido es el principal problema, porque no se produce el debido crescendo del suspense. Y, bueno, que Warren Beatty no es un buen actor y menos para ejercer como protagonista absoluto en una historia de este tono. No es que su interpretación sea horrible hasta el punto de arruinar la película, como mucho puede decirse que cumple con aprobado raspado. Pero todo hubiese ganado muchísimos enteros teniendo en el papel principal a Dustin Hoffmann, Donald Sutherland, Robert Redford o algún otro de los habituales en el thriller político de la época.

Una escena: La del carrito de golf deambulando entre las mesas; apenas unos segundos de tétrica inventiva visual para mostrar algo que otros directores hubiesen comunicado de manera más prosaica. Y la escena de la presa vista desde el río; la clase de secuencia que jamás podría generar el mismo impacto simulada con efectos de ordenador. Que el espectador caiga en pensar que plantaron allí las cámaras para rodar esa escena (no sé si fue peligroso, pero ¡desde luego lo parece!) es una sensación que ningún FX puede emular.

Especialmente recomendada para: Los amantes del periodismo temerario.

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El síndrome de China (1979)

Título original: The China Syndrome.

De: James Bridges.

Con: Jane Fonda, Jack Lemmon, Michael Douglas.

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Imagen: Columbia Pictures / IPC Films.

De qué trata: Una periodista de noticias locales, junto con su cámara y su técnico de sonido, están grabando un reportaje rutinario en una central nuclear cuando por pura casualidad son testigos de una considerable agitación entre los ingenieros de la sala de control. Los reporteros no saben exactamente qué pasa, porque no pueden oír a través de los cristales, pero tienen la impresión de que ha estado a punto de producirse un accidente muy serio. Sin embargo, el supervisor de la central lo niega y la emisora para la que trabajan rehúsa airear la noticia. Cuando empiezan a investigar por su cuenta, descubren que en efecto la central ha sufrido un incidente muy serio y que todo se ha salvado in extremis. Entre tanto, el mismo supervisor que les ha desmentido el peligro empieza a preocuparse por una vibración extraña que se produjo durante el incidente y que solamente ha notado él. Sus propias indagaciones le llevan a sospechar que la central no es segura, lo que le empieza a generar serios problemas de conciencia ante la posibilidad de que otro accidente derrame radiactividad sobre millones de personas.

Comentario: La historia de este film es curiosa. Fue considerada una película panfletaria, porque Jane Fonda era una figura emblemática del sector más progre de Hollywood y Michael Douglas, que produjo el film, era un ferviente activista antinuclear. La industria nuclear atacó la película alegando que no tenía fundamentos para criticar un negocio de probada seguridad. Pues bien, menos de dos semanas después del estreno se produjo en una central estadounidense un incidente que recordaba mucho al descrito por el film. Así pues, la película adquirió un carácter siniestramente profético y su mensaje (que el dinero se antepone a la seguridad ciudadana y que el mundo está repleto de gente negligente) va más allá de la industria nuclear y puede aplicarse a multitud de industrias e instituciones. Además, El síndrome de China se sostiene más allá de lo que piense cada cual del asunto atómico, porque en la pantalla están sucediendo cosas casi desde el minuto uno, el ritmo es absorbente y algunas secuencias llegan a alcanzar un grado de tensión que roza lo insoportable. En cuanto al reparto, dos actores cargan con todo el peso: Jane Fonda está magnífica en su papel de reportera menospreciada por sus jefes, condenada a cubrir eventos estúpidos en zoos y acuarios y que, aunque quiere abrirse camino hacia las noticias serias, no termina de atreverse a romper con los convencionalismos. Y sobre todo Jack Lemmon, verdaderamente inmenso en el papel de supervisor de la central, que miente a la prensa por el bien de la empresa, pero al que vemos consumido por las dudas y un profundo sentido de la responsabilidad. Su rostro es el barómetro de lo que está sucediendo en los reactores de la central; está claro que Lemmon no tenía precio como actor y que en sus mejores momentos podía hacerse cargo de cualquier tipo de argumento sin el menor problema.

Lo bueno: Es una película casi redonda con un mensaje que, trascendiendo lo nuclear, puede aplicarse a muchas facetas de la vida. Y, claro está, Jack Lemmon, que eleva cada secuencia en la que aparece a un nuevo nivel.

Lo malo: Nada. Quizá el final me parece un tanto forzado, pero esto es subjetivo.

Una escena: Cualquiera de las que tienen lugar en la sala de control de la central, donde el espectador casi puede sentir en primera persona el peligro de desastre inminente.

Especialmente recomendada para: Amantes del suspense apocalíptico en general, y detractores de la energía nuclear en particular. Y para cualquiera que desee comprobar cómo un film podía anticipar la realidad con ¡dos semanas! de antelación.

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Domingo negro (1977)

Título original: Black Sunday.

De: John Frankenheimer.

Con: Robert Shaw, Bruce Dern, Marthe Keller.

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Imagen: Paramount Pictures.

De qué trata: Durante una redada, el jefe de un comando israelí descubre una cinta magnetofónica donde la organización terrorista Septiembre Negro reivindica un atentado en los EE. UU., con la peculiaridad de que el atentado no se ha producido todavía. Trabajando con los estadounidenses, tratará de detener el complot, aunque no sabe cómo ni cuándo planean atentar. Mientras, una terrorista palestina planea el golpe junto a un piloto estadounidense al que lavaron el cerebro durante su largo cautiverio en Vietnam.

Comentario: Aunque la estructura argumental pueda recordar a la de Chacal, con un atentado que debe ser desmantelado de antemano y una secuencia de clímax final entre multitudes, nos hallamos ante un film muy diferente. Aquí el factor humano tiene un peso mucho mayor, de hecho inusualmente cuidado para películas de este estilo. De manera admirablemente natural, nada forzada, se nos van presentando las motivaciones de los diferentes personajes, pero sin justificar ni censurar a ninguno de ellos, tarea que se deja al espectador. La parte emocional del guion está sumamente calculada, haciendo gala de algo tan raro en Hollywood como es el intento de neutralidad respecto a una historia cargada de polémica política desde el minuto uno. Cuando el factor humano ha sido exprimido y el argumento se acerca a la resolución, llega la última parte, tan repleta de acción que parece otra película completamente distinta. Frankenheimer lleva al extremo el uso que Chacal hacía de secuencias grabadas durante eventos auténticos, con multitudes formadas por ciudadanos y no por extras, lo cual produce una apabullante sensación de realismo (aunque claro, los efectos especiales de entonces no eran como los de ahora y encima esta película tuvo que compartir año de estreno con La guerra de las galaxias). Por lo demás, el reparto es perfecto. El carismático Robert Shaw se muestra contenido y eficaz como el despiadado agente israelí que entra en plena crisis de conciencia. El hoy olvidado pero entonces muy famoso Bruce Dern tiene grandes momentos interpretando al piloto con problemas psicológicos. Y la suiza Marthe Keller, con su cerrado acento, es de lo más inquietante en el papel de terrorista palestina.

Lo bueno: El análisis psicológico de los personajes y las apabullantes secuencias de acción.

Lo malo: No se me ocurre nada malo que decir.

Una escena: El tiroteo en un hotel y la persecución posterior, tan realista que parece casi una retransmisión televisiva. Y, cómo no, toda la apoteósica secuencia final con el dirigible. A los espectadores más jóvenes les chocarán los recursos técnicos que se usaban entonces (transparencias, etc.) que hoy pueden parecer risibles en algún plano, pero la verdad es que pocas veces se ha vuelto a rodar algo tan ambicioso. No sé qué debió sentir el espectador típico en 1977, pero a mí me parece impresionante incluso vista hoy, y más si tenemos en cuenta cuáles eran los medios de que disponían para afrontar un desafío tan enorme como el planteado por esa secuencia. Ah, también se debe mencionar el momento en que Bruce Dern muestra sus taras psicológicas durante una prueba de explosivos en un hangar, hasta el punto de que incluso su cómplice terrorista parece aterrada por su oscuridad emocional. Gran escena que hubiese encajado en algún clímax de Psicosis.

Especialmente recomendada para: Amantes del thriller psicológicamente retorcido. Y para amantes de las secuencias espectaculares con dirigibles y helicópteros, rodadas a una escala insensata.

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Traficantes de poder (1979)

Título original: Winter Kills.

De: William Richert.

Con: Jeff Bridges, John Huston, Elizabeth Taylor, Elli Walach, Beinda Bauer, Toshiro Mifune.

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Imagen: Winter Gold Productions.

De qué trata: Diecinueve años después del asesinato del presidente de los Estados Unidos a manos de un «lobo solitario», el hermanastro de dicho presidente descubre que todo pudo deberse a una conspiración. La hipótesis parece confirmarse cuando, tras iniciar la investigación, empiezan a producirse muertes a su alrededor.

Comentario: Otra película que usando otros nombres hace referencia, esta vez mucho más evidente, al asesinato de Kennedy. La teoría de que su asesinato fue fruto de una conspiración que implicaba a la CIA, las fuerzas policiales, la Mafia, Marilyn Monroe, etc., y que la investigación oficial había sido una farsa, es el leitmotiv principal. Esto tampoco se parece en nada a JFK. De hecho, el argumento aquí es un tanto estrambótico y cualquier defensa de la tesis conspirativa pierde credibilidad a base de hipérboles. Lo que debería parecer una conspiración seria termina adquiriendo, por muchos detalles, aire de vodevil. En JFK, compartamos o no sus tesis, se intentaba presentar una conspiración de manera estructurada y lógica. Tanto, que para muchos espectadores fue convincente. Winter Kills es bastante más estrafalaria, aunque su escaso realismo percibido no impide que sea entretenida. De hecho, funciona muy bien como narración; nunca aburre porque todo el rato están pasando cosas, muchas secuencias tienen un tremendo encanto y la galería de personajes alocados es deliciosamente delirante. El reparto, por cierto, es más que estelar. Aunque solo sea por contemplar a semejante plantel de actores —mención especial para Eli Wallach, que como de costumbre se las arregla para brillar con luz propia—, el visionado resulta más que recomendable. ¿Algo disparatada? Sí, pero en el buen sentido. Como nota al pie, hay que decir que su rodaje fue accidentado como pocos, pero tanto que la historia sobre ese rodaje es incluso más loca que la descrita por el guion. El proyecto, tras superar con mucho el presupuesto, llegó a ser suspendido en tres ocasiones distintas y la compañía se declaró en bancarrota. Cuando el rodaje fue interrumpido, el director, parte del reparto y el equipo hicieron una comedia con el único fin de recaudar dinero para regresar y terminar Winter Kills, que se había quedado a medias porque nadie quería ya financiarla. Incluso existe un documental sobre tan rocambolesca producción. En esas circunstancias, es verdaderamente milagroso que les saliera un film en condiciones.

Lo bueno: El continuo desfile de personajes encarnados por fantásticos intérpretes, unido a un punzante sentido del humor. Ah, y una joven Belinda Bauer, en la cúspide de su belleza, hablando con acento francés. Y, claro está, la alucinógena historia del rodaje en sí.

Lo malo: El carácter más bien inverosímil de la trama.

Una escena: El momento más entrañable y excesivo es cuando a Jeff Bridges le invitan a abandonar una propiedad privada, ¡a base de cañonazos! Es maravilloso que incluyesen escenas que parecían concebidas en mitad de una fumada.

Especialmente recomendada para: Amantes de la versión más burra del cine negro.

En la próxima entrega, más. Si la CIA no lo impide, claro.

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7 Comentarios

  1. De nuevo un estupendo artículo, Emilio. Qué mal rollito da «El último testigo(The parallax view). Está muy lograda la sensación de inquietud, de paranoica, de desconfianza. Estas pelis de los setenta eran muy secas, pesimistas, sin final feliz.

  2. (Alan J. Pakula, director de «Todos los hombres del presidente») «Dirigió el film con firmeza».

    Si hacemos caso al guionista, William Goldman, Pakula era todo lo contrario a un tipo firme: era un indeciso crónico que pedía variantes de una misma escena, y nunca se decidía por ninguna.

    Las estrellas del filme no fueron elegidas por Pakula, que como director artesanal no pintaba nada en ese asunto, sino por los productores… uno de los cuales era el propio Robert Redford.

    ¿Por qué curiosa razón en las series de televisión el autor es el guionista, mientras que en el cine seguimos con esa tontería de que el autor es el director?

  3. Cinéfilo

    En televisión es el creador de la idea original, no el director (aunque muchas veces actúa como guionista y director a tiempo parcial). En televisión hay muchos guionistas y muchos directores, pero todos se ciñen a las directrices del creador original que lo supervisa todo.

    En cine hay un solo director (salvo excepciones), que muchas veces hace y deshace partes del guión para adaptarlas a su visión y también tiene un control mucho más directo sobre el trabajo de los actores.

  4. Von Scrott

    La imagen de las tres chimeneas de «Los tres días del condor» resulta curiosamente premonitoria de esa simpática maravilla protagonizada por Mel Gibson en estado de gracia que se titula «Conspiración».

  5. Maestro Ciruela

    «Chacal» es, en efecto, una obra redonda. Un clásico instantáneo desde el primer minuto de su estreno y como tal, aguanta impertérrita el paso de los años, ¡43 ya! Estoy completamente de acuerdo con usted punto por punto en lo que refiere sobre el film y le agradezco profundamente que haya hecho justicia al llamar «pedazo de mierda» a ese horror perpetrado años más tarde. Lo tenía atragantado en el gaznate desde hace demasiado tiempo. Hoy en día, habrá muchos despistados que objetarán a esta magna obra absurdos conceptos como «lenta», «decaimiento del ritmo» y otras zarandajas pero hay que seguir resistiendo sin hacerles ni puñetero caso. Lo mismo expuesto hasta aquí, vale para esas otras dos excelencias que son «Todos los hombres del presidente» y «Los tres días del Cóndor». La selección me ha parecido bastante buena pero he preferido ceñirme a las, para mí, mejores.

  6. Excelente como siempre, Sr. de Gorgot! Las que he visto me han encantado, el resto, me las apunto.

  7. Hay una magnífica serie de tv llamada «Cóndor» que se basa en la peli de Redford.
    Especialmente la primera temporada es para darse un gustazo y hacer un maratón de diez capítulos en un finde.

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