Cine y TV

Manhunt: Unabomber. Discovery se sube al carro de las series

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Imagen: Discovery Channel.

Las series de producción propia llevan años convertidas en el buque insignia que las cadenas de televisión usan para construir imagen de marca. Una serie de ficción, o basada en la realidad pero adoptando un formato dramático, aunque siempre costosa, puede suponer un impulso importante para el prestigio de una cadena. Las plataformas digitales se subieron al carro y la jugada está funcionando. El éxito de las series originales de Netflix, por ejemplo, la han convertido en una potencia: House of Cards, Narcos, Stranger Things, The Crown, Orange is the New Black, etc. Hulu acaba de apuntarse un tanto histórico con The Handmaid’s Tale, que ha triunfado en los premios Emmy. Los canales especializados en otro tipo de programas también han dado ese paso. Discovery Channel ha basado su parrilla en los documentales, que aún siguen funcionando (como su mayor éxito, Casey Anthony: An American Murder History) y en otros programas que son una combinación entre reality show y documental, más tirando a lo primero, pero que son baratos de producir y reúnen una audiencia fácil. La vocación de profundizar en otros formatos está marcando las últimas decisiones del canal; baste mencionar la creación de Discovery JEET, que busca seducir a la audiencia de la India, sobre todo a los jóvenes, con una programación que incluya acción junto a los formatos habituales de Discovery. Sin embargo, desde el cambio de siglo no hay mejor ni más efectiva publicidad para un canal que una serie de prestigio, en especial si se trata de un drama. Desde que The Sopranos pusiera las siglas HBO en boca de todo el mundo, no hay nada que le otorgue más relumbrón a una cadena que una buena serie. Las series de calidad están entre los programas más costosos de la televisión, sobre todo desde que se les aplican criterios de evaluación cada vez más cercanos a los de la pantalla grande. Son una apuesta cara, pero tienen una ventaja: si la primera no funciona, podría funcionar la segunda. Y casi siempre habrá un público.

Pues bien, Discovery ha estrenado Manhunt: Unabomber con el propósito de desembarcar con paso firme en el ámbito de los dramas. Una miniserie diseñada para dar un golpe sobre la mesa y demostrar que Discovery puede competir también en este formato; no cuenta con un presupuesto tan grande como otras series más famosas, pero se ha intentado cuidar el producto. Si se fijan, los dos puntos del título son típicos en las franquicias, y la idea de Discovery es, en efecto, convertir Manhunt en una saga de varias temporadas. El golpe ha tenido efecto: la serie ha recibido buenas críticas y, aunque las cifras de audiencia no han sido rompedoras, ha terminado entre los veinticinco programas más vistos del cable en los Estados Unidos. Y, sobre cualquier otra cosa, ha probado que Discovery está preparada para elaborar productos de calidad en la ficción (o, como en este caso, en la realidad mezclada con ficción, pues se basa en un caso auténtico).

El argumento se centra en la investigación sobre los crímenes de «Unabomber», aquel misterioso individuo que estuvo enviando cartas bomba a diversos lugares de los Estados Unidos, durante casi dos décadas, sin que se supiera su identidad. Quienes tengan cierta edad recordarán bien a Unabomber, porque estaba considerado uno de los mayores casos criminales sin resolver, junto al el famoso Zodiac (el «asesino del Zodíaco»). El retrato robot aportado por una testigo, que mostraba a un individuo con capucha y gafas de sol, se hizo célebre; aparecía en noticiarios y prensa, y todos estábamos familiarizados con él. Para darle un toque aún más novelesco al asunto, Unabomber envió un manifiesto político a los periódicos, en el que condenaba la civilización tecnológica porque, según él, nos estaba esclavizando a todos. El FBI no sabía por dónde afrontar el caso, y sus hipótesis de trabajo iban derrumbándose una tras otra, amenazando con repetir el descomunal fracaso del caso Zodiac (el asesino del Zodíaco tenía nombre y rostro para la policía, pero el sospechoso principal murió antes de que se le pudiera echar mano). A Unabomber, sin embargo, se lo pudo atrapar gracias precisamente a la publicación del susodicho manifiesto. La clave fueron tres personas. El primero, un analista del FBI llamado Jim Fitzgerald que había propuesto que el análisis del texto podría revelar información sobre el bagaje y la personalidad de Unabomber; Fitzgerald fue un firme defensor de que la prensa publicase el texto político de Unabomber, porque, pese a las reticencias de las autoridades a ceder ante un terrorista, creyó que eso podría servir para que alguien quizá reconociese en el manifiesto las ideas o formas de expresarse de algún conocido. Linda Patrik, una mujer que leyó el manifiesto en el periódico, creyó reconocer los pensamientos de su cuñado y se lo hizo saber su marido, David Kaczynski, quien también reconoció el estilo de escritura y decidió denunciar a su propio hermano.

Cuando el sospechoso Theodore Kaczynski fue detenido, se pudo comprobar que el perfil propuesto por el agente Fitzgerald encajaba increíblemente bien con el detenido. Fitzgerald se hizo famoso gracias a su novedosa «lingüística forense», y el mundo quedó asombrado por la personalidad de Unabomber: un doctor en Matemáticas por Harvard, con un intelecto superdotado, que había estado trabajando como profesor en Berkeley, y que un buen día se había retirado a vivir a una cabaña en el bosque, sin agua corriente ni electricidad. Desde allí, empezó su particular campaña terrorista, que se extendió durante diecisiete años. Kaczynski es un personaje complejo (aún vive, y sigue en la cárcel cumpliendo ocho condenas de cadena perpetua) que en su juventud fue víctima de algunos experimentos bastante retorcidos mientras estudiaba en Harvard, los cuales lo dejaron traumatizado, y que demás demostraba una enorme inadaptación social. Por ejemplo, en el momento de su detención, cuando contaba cincuenta y dos años, todavía era virgen, y parecía un náufrago rescatado de alguna isla remota. Ted Kaczynski, obsesionado con que sus ideas debían cambiar el mundo, rechazó defenderse alegando trastorno psíquico (sufría cierto grado de esquizofrenia paranoide, según los peritos) y decidió declararse culpable de todos los cargos para evitar la pena de muerte y, sobre todo, un internamiento psiquiátrico que desacreditase su manifiesto. Todo un personaje, siniestro, pero fascinante.

La historia de Unabomber es bien conocida y el desenlace conocido por todos, así que el mayor desafío de una serie como Manhunt consistía en generar el debido suspense pese a que no había lugar para los giros inesperados de guion, porque no se podía apartar de la realidad salvo hasta cierto grado (el auténtico Jim Fitzgerald ha dicho que la serie es un 80% fiel a la verdad, y que en lo referente a su investigación está contento con la manera en que se ha reflejado en pantalla). Y, bien, en ese sentido la serie se ha salido con la suya. A lo largo de sus ocho episodios, consigue mantener el interés, por más que sepamos cómo va a terminar todo. Lo hace de forma similar a la magnífica American Crime Story; es decir, no importan tanto el qué sucederá, sino el cómo se las arreglarán los investigadores para llegar al resultado final que ya sabemos. Y la técnica funciona. No me entiendan mal, American Crime Story era superior en casi todos los aspectos (mayores medios, muchos más personajes, un ritmo más trepidante), pero Manhunt es una digna sucesora del formato. El que consigan terminar episodios en un cliffhanger o generando preguntas en un espectador que ya sabe el desenlace es todo un mérito.

Los guionistas han sabido estructurar la historia; puesto que los espectadores conocemos la identidad de Unabomber, no nos ocultan quién es y, más bien al contrario, van diseccionando su personalidad ante nuestros ojos, con saltos adelante y atrás en el tiempo. No siempre han acertado con los diálogos o la construcción de determinadas escenas, pero cuando sí aciertan el resultado es notable. Aunque el desarrollo de la investigación para la captura de Unabomber y el misterio que para los policías de la pantalla (no para nosotros, claro) supone su identidad constituyen el meollo principal del argumento, el análisis del personaje de Unabomber va ganando progresivo peso y eso tiene un gran efecto positivo. En especial porque han contado con un arma excepcional en la figura del actor Paul Bettany. Confieso que nunca he sido un gran seguidor de Bettany, pero aquí hace un trabajo extraordinario; su retrato de Kaczynski es absorbente; todas y cada una de sus escenas son dignas de contemplar, y se apropia por completo del personaje, hasta el punto de que eclipsa sin ninguna dificultad al resto del reparto. Gracias a Dios que a nadie se le ha ocurrido darle el papel a Tom Hardy o algo así. Por desgracia, no se puede decir tanto sobre Sam Worthington en el papel del agente Fitzgerald; su interpretación está siempre en la frontera entre la contención y el simple acartonamiento. Bettany se lo merienda con patatas, así que el tête à tête entre ambos personajes, uno de los ejes principales de la serie, queda bastante descompensado y es el único eje que falla un tanto. Pero, bueno, aunque en gran parte se requiere del contraste entre los dos protagonistas y Worthington no brilla, al menos tampoco hace una interpretación desastrosa y no estropea el conjunto. En cualquier caso, yo iría anotando a Bettany como posible candidato para los Emmys de 2018.

El resto del reparto cumple bastante bien. Los diálogos no son siempre sobresalientes, y encontrarán lugares comunes que ya han visto otras veces (lo cual no implica que estén mal), pero sí hay algunos momentos cinematográficos fantásticos, que cuentan mucho con muy poco, y que en ocasiones sorprenden por su poderosa sencillez. Por ejemplo, la breve y muy sutil (si parpadean se les escapa) pero impresionante secuencia en que Unabomber divisa, a lo lejos y por última vez, sus amadas montañas; esposado en el furgón policial que lo lleva a la cárcel, entiende que nunca volverá a verlas. En todos los episodios hay algunos momentos así, diseminados entre la acción policial más convencional, y son esos momentos —junto al trabajo de Bettany— los que elevan la media de calidad. Manhunt: Unabomber no va a romper moldes, pero es entretenida, ha sido afrontada con seriedad y muy buenas intenciones, y cumple con todos los requisitos que se le puedan pedir al género (si usted disfruta con películas al estilo Zodiac, no debería perdérsela). Por encima de todo, esta temporada hace desear que lleguen nuevas entregas de Manhunt centradas en otros casos. La fórmula funciona, así que esperemos que se repita con el mismo acierto o más. Recomendable; añádanla a su lista.

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