Cine y TV

El Terror: cuando el hielo nos alcance

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The Terror (2018-). Imagen: AMC.

La serie de AMC The Terror se ha convertido en la revelación de la primavera, flotando sobre el turbulento océano de las cadenas de televisión de pago y estos productos de consumo. Yo no habría apostado por el éxito de una historia cuya trama y desenlace ya se conocen de antemano, ergo no hay posibilidad de spoiler ni renovación de temporada. Error. Esta articulista olvidaba que los actores que dan vida al elenco protagónico son muy populares, por series como Juego de Tronos. Además, las aventuras en territorios extremos como el Ártico y la Antártida siguen causando fascinación, a pesar del alarmante deshielo y los satélites. Hay algo en esos lugares que nos provoca un sentimiento ambivalente de atracción y horror. Las superficies blancas, arrasadas por el viento y la nieve, con sus espejismos helados, el sol de medianoche, las temperaturas a más de cincuenta grados bajo cero… se convierten en lo más parecido a extraños e inaccesibles planetas en nuestra propia casa. Como las imaginaba H. P. Lovecraft, portales a otra dimensión. El polo norte y la Antártida siguen siendo imposibles de dominar, salvo con los efectos derivados de la devastación del resto de la tierra. Vamos, que no hay forma de construir allí zonas residenciales. Como mucho, unos tímidos y caros paquetes de turismo, plataformas de estudio y extracción de materiales aparte.

The Terror se basa en la novela homónima del norteamericano Dan Simmons de 2007, autor de best sellers en el género del fantástico. Con los hechos reales de la expedición el escritor fabula con la suerte acaecida a Sir John Franklin, una de las aventuras más enigmáticas del siglo XIX y la empresa más costosa y ambiciosa que hubo emprendido la Marina británica. En 1845 enviaron al océano Artico canadiense dos enormes barcos rompehielos, el Erebus y el Terror, con ciento veintinueve hombres a bordo. Su misión era encontrar el mítico paso del noroeste por esta ruta, la franja marítima que pone en comunicación el Atlántico con el Pacífico, codiciado destino comercial y político que las potencias europeas venían buscando siglos atrás.

Franklin fue el elegido para dirigirla por haber participado en las primeras exploraciones de aquella zona, cuando acompañó a los pioneros del descubrimiento del Ártico, John Ross y William Parry. Sir John era un personaje muy popular, respaldado por el mando de la Marina, y encabezó la travesía con el Erebus. El capitán James Crozier dirigía el Terror. Al cabo de pocos meses de la partida no se volvió a tener noticia alguna sobre ellos. Quince años después, seguían sin saber nada de la misión y el almirantazgo dio oficialmente por muertos a los marinos, y los barcos, perdidos. No solo ellos perecieron, sino una cantidad importante de voluntarios en sucesivos equipos de rescate, que en su busca apenas pudieron encontrar otra cosa que restos de ropa, utensilios y algunos documentos de la primera expedición. No ha sido hasta hace un par de años que una fundación canadiense (que lucha por que la comunidad internacional reconozca la soberanía de ese país sobre el Ártico y sus ricos yacimientos de gas y petróleo) diera por fin con los pecios del Erebus y el Terror en el fondo del estrecho de Victoria, al sur de la isla del Rey Guillermo.   

La desaparición de Franklin y sus barcos, aunque extraña, no es motivo de expedientes X, pero sí de una reflexión política y socio-económica que puede ser incluso más brutal que las hipótesis sobre sucesos sobrenaturales. Hasta el descubrimiento reciente no se sabía con certeza qué pasó a bordo de los barcos y qué motivó exactamente un desenlace tan funesto. Sin embargo, con los datos precisos que quedaron en Londres acerca de la ruta a seguir, los detalles sobre el equipamiento, la naturaleza de las provisiones y el conocimiento de la trayectoria profesional del capitán, los historiadores y expertos en navegación pronto pudieron hacerse una idea muy concreta de cuáles pudieron haber sido las razones de semejante debacle, histórica para la poderosa Inglaterra victoriana.

Cincuenta sombras de hielo

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La novela de Dan Simmons es un largo, larguísimo relato, que se intenta componer al estilo de la literatura clásica sobre aventuras marítimas y supervivencia extrema. Los hechos reales se cimentan sobre un motivo recurrente: la manía de los hombres por acometer empresas que les sobrepasan, por mucho que se crean superiores técnica y materialmente. Es, por tanto, la hybris griega su idea principal, esa que sobrevuela el mito de Prometeo que satirizó Mary Shelley en Frankenstein y vuelve aquí en forma de ambiciosa expedición que, con el deseo de gloria del descubrimiento geográfico y las riquezas derivadas de la explotación de la ruta comercial, no mide las consecuencias de enfrentarse a un entorno durísimo sin los medios correctos ni el juicio necesario, despreciando a la naturaleza y a sus únicos habitantes, porque considera a una y a otros inferiores a los hijos de Gran Bretaña. El resultado será el castigo proporcional a este exceso de soberbia: los marinos no solo sufrirán los efectos devastadores de la naturaleza, sino su «némesis», algo monstruoso que se volverá contra quienes han osado comportarse de forma tan imprudente. Simmons se inventa un espíritu demoníaco de los inuits que se parece mucho a la criatura extraterrestre de la saga fílmica de La Cosa.

El nombre de los barcos, Erebus y Terror, ya son una advertencia del doloroso destino. En la mitología griega el primero personifica la oscuridad del mundo, esas tinieblas en las que va a vivir la tripulación la mayor parte de su espantoso periplo, no solo por el sol de medianoche, sino por el encierro forzoso en los barcos. El segundo, un sustantivo bravucón que se vuelve en su contra. El terror será el barco, pero no de otros enemigos, sino de la tripulación, un ataúd de aislamiento y enfermedad. Terror encontrarán en el mar donde navegan: pronto se convertirá en una placa de hielo tan dura que los dos barcos quedarán atrapados a merced de la tremenda presión del agua y el frío, los «vientos salvajes» y una lista de fenómenos atmosféricos que pone los pelos de punta, como las tormentas eléctricas y el fuego de san Telmo. La situación se prolonga durante tres largos años en los que no hay verano, por tanto, ninguna posibilidad de que el hielo se derrita. A su alrededor crecerá una extensión insalvable de murallas, crestas, picos y enormes capas de hielo que se transforma a gran velocidad, cayendo y emergiendo con un sonido horrísono. El hielo se cierne sobre las estructuras de ambos navíos, saltando maderas y clavos, en una sinfonía insoportable. Simmons no escatima recursos ni páginas a la hora de describir el progresivo deterioro de los barcos y tripulación, amenazados además por una criatura inconcebible que los ataca y los va diezmando.

Por entonces las cartas marítimas no estaban completas, no se sabía con exactitud la topografía del archipiélago al norte de Canadá. En otoño de 1845 la expedición encalla en la costa de la isla de Beechey y allí permanecen un año, hasta que se rompe el hielo. Es cuando Franklin decide poner rumbo al sur, pero se encuentra el mar bloqueado. Desobedeciendo las órdenes del Almirantazgo y sin hacer caso de las advertencias del capitán Crozier y los «patrones del hielo» (marineros veteranos en la exploración del mar del polo norte), sigue en esa dirección hasta que las masas de hielo obligan a la expedición a desviarse hacia el norte, creyendo que allí estará el lugar que buscan. Cuando Franklin comprueba que la ruta es imposible, ordena desandar el camino y volver a la isla de Beechy. Pero ya es demasiado tarde: en otoño del 47 el hielo se extiende en todas direcciones y el eje del Erebus se dobla. Están perdidos en el mar Ártico y ya han gastado la mitad del carbón. Crozier y los patrones de hielo le conminan a abandonar el Erebus y unificar a toda la tripulación en el Terror, para intentar una salida hacia el este y alcanzar la costa de la (probable) isla del Rey Guillermo. Pero Franklin se niega a abandonar el Erebus y emprende rumbo con los dos barcos hacia el sur. A los pocos días, la expedición queda atrapada en un glaciar gigantesco, que se desplaza lentamente y en círculos.

El libro detalla los tremendos percances sufridos en ese invierno de tres años, hasta que en 1848 la falta de comida, agua y la enfermedad obligan a la expedición a abandonar definitivamente sus barcos y emprender una marcha, arrastrando en tierra los botes salvavidas en busca de ayuda, confiando en que algunos de los marinos enviados en avanzadilla para buscar auxilio haya encontrado la costa y esté volviendo hacia ellos. Esto no sucede y el descontento de la tripulación, que se ha ido gestando desde el principio, estalla en un motín de consecuencias pavorosas. Habrán de enfrentarse a la luz del ártico, que casi los deja ciegos, y al terror definitivo, ese que los maestros de la literatura han asociado, no con las tinieblas, sino con algo peor. Lo innombrable, aquello que se sale de nuestro marco mental, por lo tanto lingüístico, y va revestido del color de la muerte: el blanco.

Tekeli-li versus Tuunbaq

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Edgar Allan Poe lo formula en Las aventuras de Arthur Gordon Pym, libro que contiene todos los elementos de El Terror (motines, violencia extrema, mundo de pesadillas, canibalismo, criatura sobrenatural, nativos misteriosos…), salvo por dos detalles. Uno, Poe hace el recorrido hacia la Antártida. Dos, a diferencia de la plúmbea novela de Simmons, este es uno de los relatos más increíbles de la historia. Tanto, que creó su propia escuela. Julio Verne homenajeó al maestro y su novela en una de sus aventuras (La esfinge de los hielos). H. P. Lovecraft, otro fan fatal de Poe, desarrolló este miedo atroz en las llanuras devastadas de la Antártida, haciendo que las criaturas innombrables gritasen lo mismo que los nativos de Gordon Pym, «Tekeli-li»  (En las montañas de la locura).

El horror blanco se ha plasmado en grandes libros: la ballena albina de Herman Melville, el gusano blanco de Bram Stoker y The White People, de Arthur Machen, además de los cuentos agónicos de Jack London (El silencio blanco). Simmons recoge estas influencias, y menciona otras magnificas referencias literarias, como La expedición de los diez mil, de Jenofonte, así como las tragedias shakespearianas (los marineros más veteranos se presentan en algún momento como las brujas de Macbeth, augurando el final horrible), y se inspira en las descripciones del maestro de los relatos marítimos con trasfondo fantástico, William Hope Hodgson, cuando muestra las montañas negras del polo, rodeadas de inmensas paredes de hielo. Por supuesto, los relatos bíblicos no faltan.

El que huya del grito de terror caerá en la fosa; el que suba del fondo de la fosa quedará atrapado en la red. Ábrense las cataratas en lo alto y tiemblan los fundamentos de la tierra. La tierra se rompe con estrépito, la tierra retiembla, salta en pedazos. La tierra tiembla como un ebrio, vacila como una choza, pesan sobre ella sus pecados y caerá para no volver a levantarse. Isaías 24, 18-20.

El Terror es también un retrato de los protagonistas de la expedición. Simmons, con la información de biografías y registros históricos, establece los motivos por los que Franklin hubiera decidido llevar la expedición a este punto y su enfrentamiento con los otros mandos a bordo. (Recomiendo el libro The Ice Blink, The Tragic Fate of Sir John Franklin’s Lost Polar Expedition, de Scott Cookman). De la lista de la tripulación, elige una veintena de personajes para mostrarnos la vida en un barco del XIX, donde se reproducía la rígida estructura de clases y la concepción del mundo que tenía la sociedad británica. El aristocrático John Franklin era un hombre recto, de profundas creencias religiosas pero de carácter débil, obsesionado por la fama y el dinero, que representa los viejos esquemas victorianos. Frente a él, James Crozier, irlandés materialista y experto marinero, que ha sido relegado sistemáticamente en la escala castrense por su condición social, es la figura de una burguesía activa, dispuesta a saltar ese peldaño. En los funerales que se celebran por los marineros muertos, Franklin amenaza a la tripulación con interminables lecturas del libro de Isaías, y después los consuela con la fábula de Jonás y la ballena. Cuando es Crozier quien tiene que cumplir este papel, también leerá sobre Leviatán, pero no el bíblico, sino el de Thomas Hobbes, y encima, el del capítulo XII, donde el filósofo se desmarca de las creencias religiosas. El tercer protagonista, Fiztjames, comandante del Erebus, resulta a la postre el personaje más interesante del cuadro de mando, por la evolución de su identidad según se desarrollan los acontecimientos.

Pero hay más personajes que nos cautivan: el grupo de médicos que descubre la razón de la misteriosa e indignante enfermedad que sufren; los patrones del hielo, especialmente el Sr. Blanky, capaz de distinguir a simple vista las distintas clases de agua congelada (sedimentaria, en bandejas, rápida, joven…); las diferencias entre los marinos de carrera y los jóvenes sin empleo que se enrolan en misiones como esta porque saben que en un barco van a comer mejor que en la ciudad, y donde encontramos a la figura maléfica que siembra el caos, el Sr. Hickey. Por supuesto, el papel decisivo de los inuits y la muchacha-sacerdotisa, encargada de controlar a la criatura, Tuunbaq. E importante también el papel de la esposa de Franklin, Lady Jane, porque fue ella quien espoleó a su marido para aceptar una misión que le sobrepasaba, además de ser quien animó las expediciones de rescate. Y, por supuesto, la epopeya del capitán James Crozier, que no vamos a revelar en este artículo.

Aquí no hay dragones, ni zombis

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Tras el éxito de la serie inspirada en el cómic The Walking Dead, la productora AMC decidió ir a por otra narración terrorífica. En mi opinión, si en la primera el original sigue superando —y con creces— a la serie, aquí han conseguido mejorar la novela de Simmons. Con algunos cambios en las tramas, los diez capítulos sintetizan las casi novecientas páginas del libro de forma admirable. Con ritmo deliberadamente lento, ideal para reflejar la agonía de los barcos y los hombres atrapados, los guionistas se han quedado con los momentos claves de la novela y han profundizado en los retratos de los protagonistas y las relaciones entre ellos, antes de que empiece la expedición (varios flashbacks en Londres que nos revelan diversas claves de la historia, con la aparición de personajes históricos, como los exploradores Ross, padre e hijo, el mismísimo Charles Dickens, y Jane Franklin, interpretada por Greta Scacchi), hasta su desenlace, incluida la emotiva sorpresa final.

Sin embargo, el gran valor de esta propuesta reside en que se trata de algo más que un simple y plano relato de terror. La serie es un wéstern en el hielo, incluso puede parecer en algunos episodios una producción de ciencia ficción, y sobre todo es una historia de grandes aventuras y grandes personajes, sin haberse quedado en los hechos más sangrientos y facilones. Por ejemplo, la criatura es casi un elemento accesorio. Lo que importa son los actos de los personajes, que son quienes la convocan.

La productora de Ridley Scott y los muchimillonarios Alexandra Milchan y Scott Lambert financiaron el proyecto. En el aspecto creativo, el propio Dan Simmons ha sabido adaptar de maravilla su novela, pero los verdaderos responsables del éxito de la serie son, por un lado, la puesta en escena, la ambientación y la fotografía, fiel al ambiente de ese mundo helado, rodeado de amenazas en la oscuridad, aparte de la reconstrucción de los barcos (casi todo con efectos digitales). Nos impresionan las imágenes tenebristas, el aspecto de los marineros ateridos bajo el sol de medianoche, pero también la de las planicies barridas por la luz cegadora del polo norte (para evitar un colapso técnico por el frío, rodaron en la costa de Croacia, pero la magia es la misma), así como las escenas de acción, fruto del trabajo de los directores Edward Berger, Sergio Mimica-Gezzan y Tim Mielants.  

Por el otro lado, la baza del gran trabajo con los actores. Lo que se pierde en el libro entre tantas páginas sin demasiado rumbo, se gana para la serie al presentar unos retratos memorables de estos hombres, solos e indefensos frente a la naturaleza, a los nativos a los que desprecian (que si no, podrían haber sido su salvación), pero sobre todo a sus propios demonios. Como ya he dicho, el trío protagonista es estupendo: Ciarán Hinds retrata con precisión al clasista y obtuso capitán Franklin, y logra que le compadezcamos en su hora final, cuando sale a «hacerse la foto». Tobias Menzies consigue lo más difícil: que un personaje completamente idiota al principio mute en un verdadero héroe. Jared Harris es capaz de hacer del capitán James Crozier el mejor personaje real-de ficción en lo que va de año. Pero no es el único en esta épica de la supervivencia, donde se contemplan los actos más sublimes y también los más detestables de nuestra especie: geniales son las actuaciones de Paul Ready como el compasivo anatomista Mr. Goodsir, y la de Adam Nagaitis como el psicópata Mr. Hickey. Pero de todo el reparto, y son muchos, mi personaje preferido, tanto en la novela como en la televisión, sigue siendo Mr. Blanky, el «viejo» lobo de mar, pata de palo incluida, encarnado en un actor tan versátil como Ian Hart.

El Terror ha tenido tanto éxito que piensan convertirlo en una franquicia, al estilo True Detective. Mientras llega la siguiente, les invito a visitar las islas del Ártico en los mapas tridimensionales de su navegador favorito. Caminen por la superficie de la tundra. Encuentren el Paso del Noroeste.

Grace Morales, diario de a bordo, mayo de 2018.

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28 Comentarios

  1. Maestro Ciruela

    De acuerdo punto por punto con la estupenda descripción, Grace. Desde aquí, recomiendo enfervorizado esta extraordinaria serie que estoy siguiendo semana a semana -algo inusual en mí que prefiero verlas de tirón- y que junto a la inconmensurable «Killing Eve», son para mí, lo mejorcito entre lo último que se nos ofrece.

  2. Auto-fill settings

    Magnífica serie, muy recomendable,y como se comenta en el artículo, para ver con calma.

  3. También es muy recomendable la lectura de El Mapa del Cielo, del gran Félix J. Palma, donde hace un homenaje a Poe, Lovecraft y Wells.

  4. «plúmbea novela de Simmons». Cuestión de gustos, supongo. También puede variar si se lee en idioma original o no. La serie, desde luego, estupenda.

    • Navegante

      A mí no me lo pareció en absoluto. De hecho, me gustó más que el resto de novelas que he leído del autor, y francamente también que las que he leído de Poe.

  5. Muy acertada la crítica de una magnífica serie. Sólo un inciso: no es fuego de san telmo, sino aurora boreal el fenómeno atmosférico que cita

  6. Dan Simmons

    La novela no es tan plúmbea!!!
    Una pena que la serie la pongan a razón de un episodio a la semana, con lo que se pierde la tensión del relato.

  7. Gran serie, excelente mezcla de Master and Commander y La Cosa.

    Ideal para ponérsela a los hijos que prefieren a Papá Noel antes que a los Reyes Magos:

    «Mira, hijo, el Polo Norte.»

  8. Gran serie, excelente mezcla de Master and Commander y La Cosa. Ideal para ponérsela a los hijos que prefieren a Papá Noel antes que a los Reyes Magos:

    «Mira, hijo, el Polo Norte.»

  9. Dan Simmons no es un escritor de best sellers del fantástico, de hecho no conozco ninguna novela suya que pueda adscribirse a este género, más allá del componente de mitología inuit que tiene El Terror. Sí es un respetadísimo autor de ciencia ficción, siendo posiblemente Los Cantos de Hyperion su obra más conocida. Lo de calificar El Terror como una novela plúmbea no voy a discutirlo, es cuestión de gustos. A mí me parece una jodida obra maestra.

    La serie está fantásticamente producida, con una ambientación soberbia, y creo que adapta muy dignamente el libro.

  10. Lo que no refleja la serie es el frío extremo que narra la novela, las capas y capas de ropa de lana, húmedas, apestosas, congeladas. Dan Simmons se recrea tanto en describir la vida cotidiana de la expedición y sus miserias que en ocasiones la lectura se hace terrible. Lo que llevo visto de la serie no me ha provocado ese Terror.

    • Coincido: el frío que pasan los hombres está mucho mejor reflejado en la novela. Gracias por el comentario.

  11. La novela es una obra maestra. La serie está muy bien, pero desde luego no logra transmitir la tragedia de forma tan angustiosa como el libro. En fin, coincido, cuestión de gustos.

  12. Isabel Quiles

    A mi me evoca mas a Corman MacCarthy y su » Meridiano de sangre» y sobre todo a Conrad con su «Corazon en las tinieblas». Melvillianos, conradianos…nihilismo al fin.

  13. Tergiversador de Enredos

    Leí «El terror» en plena canícula, y pasé frío. Pocas veces un libro me ha transmitido tanta derrota, tan asfixiante desesperanza.
    Mi novela de terror favorita.

  14. Juan Antonio González

    Los estragos del frío y el escorbuto se reflejan mucho mejor en la novela, que no se me hizo «plúmbea» ni mucho menos. Otra cosa es que el Tuumbaq sea algo totalmente innecesario. Los hechos reales fueron lo suficientemente espantosos por sí solos. No hacía falta un monstruo sobrenatural. ¿Alguien imagina a Scott y Amundsen peleándose con zombies, por ejemplo? ¿O al Cid combatiendo contra alienígenas?

    • es correcto, incluso la aparicion del osohombre ??? le quita el efecto de quedar en la imaginacion. la exposicion de los cadaveres partidos al medio y demas no me parecen creibles. como tampoco la naturalidad con la que cada uno se toma la muerte. la antropogagia… el final…

  15. NorthwestPassage

    Además de «The Ice Blink» os recomiendo:
    – «Frozen in Time: The Fate of the Franklin Expedition» de John Geiger y Owen Beattie. Relato de la expedición en los años 80 a la isla Beechey para un examen forense de las únicas tumbas conocidas de la expedición.
    – «Fatal Passage: The Story of John Rae, the Arctic Hero Time Forgot». Biografía de uno de los exploradores polares que participó en las búsquedas de la expedición y que perdió injustamente su prestigio profesional cuando publicó sus conclusiones porque «los caballeros ingleses no hacen esas cosas».

  16. Lareon Falken

    Indiscutiblemente hablamos de una grandísima serie. Calificar a Simmons de autor de fantástico es, siendo generoso, desinformación manifiesta. Simmons es un reputadísimo autor de ciencia ficción (Cantos de Hyperion, Ilion, Olympo) y de terror (La canción de Kali, Los vampiros de la mente, El terror), y la calificación de plúmbeo me parece inadecuada. Es la diferencia entre plúmbeo y denso, con cantidad de descripciones sobre el frío, el grog, las comidas enlatadas o los planes de amotinamiento. Y por si todo ello no fuera suficiente (la insalubridad, el frio, la desesperación, el goteo de muertos, el envenenamiento por plomo, etc) el Tuunbaq acecha…

  17. Por eso la literatura siempre será superior al cine o la televisión. Porque solo la literatura puede transmitir las sensaciones de los cinco sentidos. Por muchos efectos especiales y muy buenas que sean las actuaciones, únicamente la literatura te puede hacer sentir el frío en los huesos y el mareo por el mar olor, aunque no estés dentro de un barco.

  18. como todas, empieza bien, luego empieza a descarrilar. la aparicion del osohombre ??? le quita el efecto de quedar en la imaginacion. la exposicion de los cadaveres partidos al medio y demas no me parecen oportunos y hasta poco creibles. como tampoco la naturalidad con la que cada uno se toma la muerte. la antropogagia… el final, para que se quedaria???. ni siquiera se ve reflejado el deterioro fisico ni mental de tres años en semejantes condiciones.

  19. gran serie, pero se queda en una pequeña excursión de fin de semana respecto a la obra de Simmons y a la historia en que se basa. LIBRACO

  20. Aguanté hasta el quinto capítulo. Un serie prometedora pero floja, muy floja. Mucho ruido y pocas nueces. Creo que AMC no va hacer nunca nada como The Knick; eso sí que era grande.

  21. Maestro Ciruela

    Ayer vi el capítulo final. En serio, la imagen «congelada» del final no la entiendo. ¿Alguien podría explicármela aquí, por favor? He consultado con gente pero están igual que yo. Gracias de antemano.

    • Maestro Ciruela

      Mi hermano, que es más listo «que pa qué», me ha dicho que eso era que él se había integrado totalmente con la cultura esquimal y que ese fotograma en concreto, muestra la caza de la foca que exige quedarse durante horas si fuera menester, esperando que pique para tirar de ella. El chaval que le ayuda pudiera ser hijo suyo, algo que también yo pensé (menos mal).

  22. No he leído el libro de Simmons pero la serie me ha decepcionado. Excelente en el apartado formal (diseño de producción), muy buenos actores, etc. Pero el elemento «sobrenatural» es innecesario y está presentado de forma demasiado explícita y ridícula (uno oso con la cara de Jordi Évole que al final se atraganta… ). El señor Hickey es el verdadero monstruo a bordo, y con eso bastaba. Al añadir una amenaza exterior fantástica la historia original se fastidia, pero es que además esto se hace muy mal. Una pena.

  23. Pingback: ¿Cuál ha sido la mejor serie del año? – El Sol Revista de Prensa

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