Cine y TV

Kathleen Kennedy: En busca de la productora perdida

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Kathleen Kennedy, 2015. Foto: Gage Skidmore (CC).

Si me metieran en una prisión turca, Kathleen sería la primera a la que llamaría por teléfono. (Kristie Macosko Krieger, productora asociada con Steven Spielberg).

Kathy podría dirigir un banco o las Naciones Unidas, o presidir los Estados Unidos si se lo propusiera. (Josh Lowden, director de Skywalker Sound).

Hollywood es un mundo de hombres. Es muy raro que una mujer llegue a posiciones de mucho poder. Y no hablo de actrices famosas que ganan mucho dinero, que de esas ha habido, hay y seguirá habiendo. Ni de directoras, que es verdad que hay pocas, pero las hay y creo que cada vez habrá más. Hablo de mujeres que ocupen un puesto ejecutivo decisivo en la cúpula de un gran estudio. Eso sí que es raro.

Kathleen Kennedy es la excepción. Algunos dicen que es «la mujer más poderosa de Hollywood», y tienen razón; preside Lucasfilm y está a cargo de la saga cinematográfica más popular de todos los tiempos, Star Wars. Desempeña un papel clave en la corporación más grande del mundo del espectáculo, un solo escalón por debajo del hombre más poderoso de Hollywood: Bob Iger, presidente de Disney. El desempeño de Kennedy al frente de Lucasfilm la ha convertido en objeto de muchas críticas y no diré que no se merezca parte de ellas, porque desde luego ha cometido errores de bulto; yo mismo la he criticado y lo seguiré haciendo mientras continúe manejando Lucasfilm con evidente torpeza. Pero este artículo no es una crítica, o no es solamente una crítica. Además de lo que sabemos que ha hecho mal en Lucasfilm, creo que no está de más recordar que Kennedy es una de las mejores productoras del mundo. Es como si miramos el historial de Michael Jordan como jugador de béisbol: no era lo suyo, pero eso no nos puede hacer olvidar lo que ese hombre fue en el baloncesto.

Hace unos años, a ojos de un espectador cualquiera, Kathleen Kennedy era uno de esos nombres que aparecen en los títulos de crédito y que parecen solo una excusa para empezar a masticar palomitas. Una señora que aparecía hablando en los extras de algún DVD o en algún documental. Una productora. Y los productores no le importan al público.

Su salto a la fama generalizada se produjo cuando se convirtió en mano derecha de su amigo George Lucas en Lucasfilm. Nuestro perpetrador de secuelas favorito ya estaba pensando en apartarse de su empresa y suponemos que pensó que, con su amiga Kathy al frente de Lucasfilm, él seguiría teniendo influencia sobre el mundo de Star Wars. Después, cuando se formalizó la venta, resultó que Kennedy, ahora presidenta de Lucasfilm, se comportó desde el minuto uno como una ejecutiva que seguía fielmente el mandato de quien efectivamente le pagaba el sueldo: Disney. Y dentro de ese mandato estaba deshacerse de George Lucas. Ella, que había garantizado a Lucas —en su cara y ante las cámaras— que él sería el portador de la antorcha, hizo poco movimiento visible para llevar esa garantía a término. Esto fue interpretado por muchos espectadores como una puñalada de Kathleen a Lucas, lo cual es debatible porque, en efecto, se había convertido en empleada de Disney. Que cada cual juzgue la situación según sus parámetros éticos.

Lo innegable es que el renqueante rendimiento de Kennedy al frente de Lucasfilm despertó muchas dudas sobre su idoneidad para el puesto. Las nuevas películas han dado dinero, pero en tendencia decreciente, hasta que Solo: Una historia de Star Wars terminó en pérdidas, algo que hace no muchos años era sencillamente impensable para un largometraje de la saga. Impensable. El momento en que Solo cosechó números rojos fue comparable al momento en que Mike Tyson perdió su primera pelea. Cosas así no suceden… hasta que suceden.

«Pero, oiga, ¡Disney la acaba de renovar por tres años!». Sí. Eso, como veremos, tiene varias lecturas.

En el pasado, yo mismo he bromeado comparando a Kathleen Kennedy con un tiburón y un sith por la soltura con que hizo promesas a Lucas para luego quitárselo de en medio. También creo que su gestión de Lucasfilm ha sido, hasta el momento, mala. Aunque muchas decisiones polémicas quizá no hayan partido de ella y le hayan venido desde arriba, no es menos cierto que ella las ha defendido a capa y espada y que nunca ha sido capaz de discutirle nada a la jefatura de Disney. Pero eso no significa que Kathleen Kennedy sea torpe o no esté cualificada. La presidencia de Lucasfilm le ha venido grande, esto es indiscutible, pero porque es un trabajo muy distinto al que ella siempre había realizado en la industria. En lo suyo, que es la producción a secas, es muy buena. Lo único que sucede es que no cualquiera vale de entrada para cualquier trabajo, y estar al frente de todo un estudio es algo que Kennedy está aprendiendo a hacer bajo la mirada de todo el mundo y teniendo en sus manos el futuro del producto cultural más popular de los últimos cuarenta años.

Con todo, Kathleen Kennedy es un personaje mucho más interesante de lo que el follón de la saga galáctica puede dar a entender.

Una de mis anécdotas favoritas sobre la falsa impresión de mosquita muerta que provoca Kennedy tuvo lugar a mediados de los ochenta, durante la filmación de El color púrpura, el drama de Steven Spielberg, con quien ha trabajado en muchísimas películas (Spielberg es el director con quien más se la asocia). El rodaje tenía lugar cerca de un lago y varios involucrados, todos ellos hombres, decidieron alquilar una lancha y unos esquís acuáticos. Fueron turnándose con los esquís en un clásico ejemplo de competición masculina al estilo ejecutivo de ENRON. La mayor parte de ellos cayeron al agua de manera bastante ignominiosa mientras Kathleen, divertida, los contemplaba desde la orilla. Le dijeron que por qué no probaba ella. Kathleen se subió en los esquís. La lancha arrancó. Atónitos, sus compañeros de rodaje vieron cómo hacía esquí a una mano o daba vueltas completas sobre sí misma. Después, cuando regresó a la orilla, «ni siquiera se había mojado». Resulta que Kathleen Kennedy había crecido prácticamente en una playa y lo del esquí acuático no tenía secretos para ella. Como casi ninguna actividad atlética. Poco después de esa anécdota, cuando cumplió treinta y seis años, Kennedy decidió probar con el lanzamiento de jabalina. Nunca había practicado la disciplina, pero después de solo unos meses se apuntó en el campeonato nacional para veteranas. Lo ganó.

Las sorprendentes habilidades atléticas de Kathleen Kennedy son un reflejo del estilo que tenía como productora. Era resolutiva y, como el señor Lobo en Pulp Fiction, era una especialista en solucionar problemas. En una superproducción, cuando surge algún inconveniente logístico, es importante tomar decisiones con rapidez porque cualquier retraso puede suponer mucho dinero. La presión para resolver situaciones es máxima, y a Kennedy nadie la vio titubear bajo presión. Esto puede sorprender a quien haya leído sobre los desbarajustes que se han organizado en los rodajes de Rogue One o Solo: A Star Wars Story, o sobre las desconcertantes discontinuidades temáticas y argumentales entre El despertar de la fuerza y Los últimos Jedi, o el aparente estado general de caótica incertidumbre en que se encuentra la nueva etapa de Star Wars. Kathleen Kennedy es la responsable última de todo esto. Es ella quien ha tomado —o, como mínimo, quien ha aprobado— las malas decisiones. O la que no ha sabido pelear ante malas decisiones que le hayan llegado desde arriba. Es imposible maquillar esto. Pero es que ahora se está enfrentando a otro tipo de decisiones, como veremos.

Entonces, ¿por qué Disney le ha renovado el contrato en vez de echarla? Buena pregunta, en especial después de que los rumores sobre su inminente despido hayan sido continuos durante meses. Aunque siempre es difícil saber toda la verdad sobre estas cosas, la versión más extendida en la prensa especializada (y la versión más lógica) es que Disney sí quiso despedir a Kennedy, pero no encontró a nadie indicado para cubrir la baja. La presidencia de Lucasfilm no es un puesto que se le pueda ofrecer a cualquiera. Hay muchísimo dinero en juego y se requiere a alguien con un prestigio profesional más que comprobado; no solo por cómo pueda hacer las cosas, que es importante, sino también porque hay inversores que quieren ver en esa posición una cara respaldada por un sólido currículum. Quienes poseen ese currículum ya optan a buenos salarios en otras partes y no quieren arriesgarse a verse involucrados en una hipotética demolición de la marca Star Wars, algo que sería una mancha imposible de borrar en el historial de cualquiera. Así pues, que no haya aparecido sustituto idóneo para Kennedy no es raro. Ha habido otros grandes estudios que, por similares razones, han tenido problemas para encontrar directivos de alto nivel. Nadie quiere ser nombrado capitán en un barco de futuro incierto.

Esto no significa que Kathleen Kennedy sea torpe. Al contrario. Lo único que sucede, creo yo, es que aquello que hace a Kennedy tan buena como productora le impide ser igual de buena como jefa de un estudio. Su habilidad para lo concreto, para lo terrenal, quizá le impide tener una visión artística de conjunto. Y su habilidad para contemporizar, no menos importante en el control de un rodaje, quizá le impide ponerse guerrera cuando de Disney le llegan órdenes absurdas. La gente que ha trabajado con Kennedy suele guardar muy buen recuerdo de ella. Es una persona constructiva, no conflictiva. Pero, para dirigir Lucasfilm mientras Disney te da órdenes, se necesita capacidad para combatir a tus jefes. Hay espectadores que creen que Kennedy es como la vicealmirante Holdo de Los últimos jedi (ya saben, Laura Dern con el cabello morado; personaje al que algunos, con hilarante malicia, han bautizado como «vicealmirante Estudios de Género»). Creen que Kennedy, como Holdo, disfruta siendo autoritaria y que ese personaje refleja la idea que Kennedy tiene de sí misma, pero esto no se ajusta a lo que sabemos sobre ella. No es egocéntrica, tampoco innecesariamente autoritaria y, por mucho que se ponga la camiseta de «The Force is Female», tampoco se la ha visto nunca motivada por criterios políticos. Es una mujer pragmática, sí, y quizá George Lucas se haya arrepentido de elegirla en su día como sucesora, pero si Kennedy tuviese tendencia a joder a los demás ya se sabría después de tantos años como lleva en el negocio. Yo creo que Kennedy es inteligente y posee un indudable abanico de talentos que, por desgracia, todavía no se han materializado en su nueva etapa al frente de Lucasfilm. Para explicar esto, quizá convendría repasar quién es quién en la industria del cine.

Todos sabemos qué es lo que hace el director de una película, pero quizá tenga usted dudas sobre lo que diferencia a un productor de un productor ejecutivo, o qué diferencia a un productor ejecutivo del jefe de un estudio. No hay una manera exacta de definir estos papeles porque, para empezar, en diferentes países puede haber diferencias reglamentarias y legales entre las atribuciones de esos distintos puestos. Dentro de una misma película, puede haber personas que luzcan el mismo título pero tengan funciones diversas, o una misma persona que ocupe varios de esos puestos. Para conocer el detalle, lo mejor es acudir a lo que dicen los sindicatos o asociaciones profesionales de cada país (en sus respectivas páginas web suele haber un apartado que lo determina), pero la verdad es que en la práctica puede haber solapamientos entre las tareas de unos y otros. De todos modos, por realizar una aproximación, podríamos definirlos así:

─Presidente de un conglomerado mediático: Los grandes estudios ya no son simples estudios cinematográficos, aunque los sigamos llamando así por costumbre. Hoy forman parte de enormes corporaciones en las que puede haber uno o más estudios cinematográficos, además de divisiones de televisión, parques de atracciones, etc. Es el caso de Disney. En Disney hay varios estudios cinematográficos: Lucasfilm, Marvel Studios, Pixar. Estos estudios trabajan por separado y tienen sus propios presidentes que, en última instancia, deben responder ante el presidente de Disney, Bob Iger. El papel de alguien como Iger es parecido al papel del presidente de cualquier otra gran empresa: establece políticas generales y se preocupa de que la compañía gane dinero y mantenga una buena imagen corporativa de cara a inversores, accionistas, consumidores, etc.

─Presidente de un estudio: Es el papel que Kathleen Kennedy cumple como presidenta de Lucasfilm. Ella tiene la última palabra sobre todas las películas producidas por Lucasfilm y decide, sobre todo, qué camino ha de seguir la saga Star Wars. Bob Iger es el único que puede imponerle órdenes o vetar sus ideas. El papel de Kennedy en Lucasfilm es muy distinto al que cumplía George Lucas. Antes de que Lucasfilm perteneciese a Disney, era una empresa independiente y Lucas no tenía que responder ante nadie, era su propio jefe. Así pues, el presidente de un estudio cinematográfico puede ser jefe absoluto de un estudio independiente o puede ser el jefe de una división dentro de otra empresa más grande, subordinado a otro jefe. Todo ello dependiendo de quién ostente la propiedad del estudio.

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Steven Spielberg y Kathleen Kennedy,2016. Foto: Doane Gregory / © Walt Disney Studios Motion Pictures / Cordon.

─Productor ejecutivo: Es quien impulsa una película concreta desde el principio, obteniendo financiación y supervisando el proyecto desde lo alto. Suele trabajar para un estudio, aunque en algunos casos puede llevar el proyecto por su cuenta y después venderlo a un distribuidor. Esta es la definición formal del productor ejecutivo, pero en una película pueden figurar varias personas con ese título debido a razones variadas. Por ejemplo, puede aparecer como productor ejecutivo un actor que ha puesto dinero de su bolsillo o alguien que tiene la propiedad intelectual del material adaptado en el guion. También los hay que constan como productor ejecutivo por el prestigio que su nombre conlleva, como sucede con Stan Lee y las películas de Marvel: Stan Lee ni pincha ni corta en las películas de Marvel, no ejerce ninguna tarea del productor ejecutivo como tal, pero cobra por ofrecer el «marchamo de aprobación de calidad» que supone la mera aparición de su nombre en los créditos.

─Productor: Cuando el productor ejecutivo consigue financiación, contrata a un productor que se encarga de las cuestiones prácticas del proyecto. El productor ejecutivo pone el dinero y negocia la distribución, pero es el productor quien resuelve los problemas sobre la marcha. Contrata a personas clave y se preocupa de que todo se haga en el plazo previsto y dentro del presupuesto estipulado. Así, es el productor quien procura que todo vaya bien en las distintas fases (preproducción, rodaje, posproducción). Por eso, cuando se entrega el Óscar a mejor película lo recoge el productor y no el productor ejecutivo, porque es el productor quien de verdad se pone manos a la obra. Una película también puede tener más de un productor, porque a veces es necesario repartir tareas entre varios. Y, claro, un productor puede requerir ayudantes.

─Director: Es el que toma las decisiones artísticas (cómo se rueda cada secuencia, cómo actúan los intérpretes, cómo se ilumina, cómo es el sonido, etc.), pero siempre bajo la supervisión del productor y respetando los límites que este le imponga.

A veces, una persona cumple funciones de dos o más de estos roles (aunque, dada la complejidad del negocio en la actualidad, sucede con menos frecuencia que en épocas pasadas). También puede suceder que cambie el orden de jerarquía en esa pirámide de poderes. Por lo general, el productor manda sobre el director. Pero hay ejemplos de lo contrario. Cuando George Lucas dirigió La amenaza fantasma, por ejemplo, estaba claro que él era su propio jefe y que puso a Rick McCallum como productor para delegar ciertas tareas que de otro modo le hubiesen requerido desatender la parte artística. Esto significa que, en algunos casos excepcionales de cineastas capaces de financiarse a sí mismos —bien porque tienen el dinero, bien porque su prestigio les permite obtenerlo sin la mediación de otros—, el productor se convierte en una especie de «ayudante» del director. No es lo habitual, pero puede suceder. Así es como Kathleen Kennedy se hizo un nombre como productora, trabajando para Spielberg.

Después de graduarse en Telecomunicaciones y Cine, Kennedy empezó su carrera en la televisión, en una cadena local de California. Era la única mujer operadora de cámara. Fue ascendiendo hasta convertirse en productora de un programa, pero después de ver Encuentros en la tercera fase, el cuarto largometraje de Spielberg, decidió que quería probar en el mundo del cine (curiosamente, Kennedy admite que no le había gustado Tiburón). Se mudó a Los Ángeles y consiguió trabajo en Hollywood como secretaria personal del cineasta John Milius.

Así es como la conoció Spielberg. Durante una visita al despacho de Milius, con quien estaba trabajando en el argumento de 1941, Spielberg quedó impresionado por el orden que reinaba y por la manera en que Milius tenía todos sus asuntos al día. Hasta su colección de armas había sido cuidadosamente clasificada (al contrario que Spielberg, que tiende más al centro-izquierda moderado y es favorable al control de venta de armas, el encantador Milius se define como «extremista de derechas; tan extremista que soy anarquista» y fue directivo de la Asociación Nacional del Rifle). Spielberg decidió que necesitaba una secretaria como Kennedy, así que le ofreció trabajo como tal. Ella, naturalmente, aceptó. No en vano había sido una película de Spielberg la que le había hecho dar el paso de dejar la televisión.

Pronto se convertiría en algo más que una secretaria. Spielberg recuerda que en las reuniones Kennedy «pasaba más tiempo hablando conmigo que tomando notas». Ni siquiera le dictaba cartas, porque era bastante mala mecanógrafa. Pero ella tenía buenas ideas en cuanto a la manera de resolver asuntos concretos, así que se convirtió en una especie de ayudante de producción de facto. Papel en el que era tan útil que, para sorpresa de ella misma, Spielberg le dijo que la quería como productora en su siguiente proyecto, E.T. El extraterrestre. Pese a la presencia de ánimo que siempre la ha caracterizado, Kathleen Kennedy asegura que estaba «temblando» cuando inició sus tareas como productora junto a quien ya era uno de los grandes nombres de Hollywood.

La anécdota más ilustrativa de aquel trabajo tuvo que ver con los ojos de E.T. El alienígena iba a ser el protagonista de la película y Spielberg estaba obsesionado con sus ojos, que debían ser capaces de transmitir emociones e inspirar simpatía en el público. Recuerden, hablamos de 1981, así que nada de efectos por ordenador. Nunca se había hecho algo parecido, desde luego no al nivel que exigía Spielberg, que quería el extraterrestre lo más perfecto que permitiera la tecnología de la época (el muñeco final costó la friolera de millón y medio de dólares). El asunto de los ojos preocupaba mucho al cineasta, pero Kathleen Kennedy se hizo cargo y se plantó en un famoso instituto oftalmológico, donde pidió un catálogo de ojos prostéticos, pensados para quienes hubieran perdido los suyos en algún accidente. Le llevó el catálogo a Spielberg y ambos eligieron el color y la textura que necesitaban. Kennedy volvió al instituto y trató de contratar a la mujer que se encargaba de los diseños, pero esta señaló que su contrato como protésica oftalmológica era exclusivo y no podía firmar a la vez con ninguna otra empresa. Entonces Kennedy le ofreció otro tipo de trato: «Si fabricas estos ojos para mí, yo me encargo de amueblar tu casa». Así nacieron los famosos ojos de E.T., sin los cuales, la verdad, la película no hubiese sido lo mismo.

Ese tipo de cosas tiene que hacer un productor (o sus ayudantes) y es en eso en lo que Kathleen Kennedy sobresale. Si surge un problema logístico, ahí está ella. Hoy, después de haber producido decenas de películas, no hay detalle de la faceta física de una producción que no conozca al dedillo. Es una de las mejores productoras del mundo, eso es un hecho. Y eso se nota incluso en las películas de Star Wars de Disney.

Quizá no lo haga bien como presidenta de Lucasfilm, pero su inmenso oficio como productora se nota muchísimo, por ejemplo, en el aspecto visual de estas nuevas películas. Desde el punto de vista técnico, no hay nada en el Hollywood actual que se compare a El despertar de la fuerza o Los últimos jedi. No, Kennedy no es una técnica de esas cosas, pero sabe a quién contratar y dónde obtener lo que necesita para que un largometraje tenga determinado aspecto. Es una delicia contemplar la manera en que esas películas combinan maquetas y efectos prácticos con efectos digitales (nada que ver con los amorfos festivales de CGI de las desastrosas precuelas de George Lucas). Hasta la elección del tipo de cámara es un acierto. En mi opinión, en este aspecto técnico del apartado visual (el diseño artístico ya es cuestión de gustos) los episodios VII y VIII no tienen competencia. Hasta Blade Runner, Dunkirk y Mad Max: Fury Road parecen artificiales en comparación. El uso de la tecnología que hace la saga Star Wars de Disney deja lo demás en mantillas. Kathleen Kennedy sabe cómo mover los hilos y aplicar un gran presupuesto para conseguir la excelencia tecnológica.

El inconveniente es que ya no es solo una productora. Ahora es también la jefa de un estudio y ahí es donde no parece encajar. Cierto, es la primera vez que desempeña ese papel, pero lo hace en la saga cinematográfica más popular de todos los tiempos y se espera que sus resultados sean no buenos, sino excepcionales.

La nueva Star Wars tiene dos problemas serios. Uno, la creciente mala prensa. Ninguna de las cuatro películas estrenadas hasta hoy por Disney es tan risible como las infectas precuelas, vaya eso por delante. Hay quien dice «¡Los últimos jedi es la peor película en la historia de Star Wars!», y eso, sencillamente, no es cierto. ¿Es una pesadilla conceptual y un insulto al mundo de Star Wars? Sí, pero es superior en casi todos los aspectos a aquellas abominaciones. Además, no hay mayor insulto que convertir a Darth Vader en un bakala repelente. Sin embargo, y este detalle es importante, las precuelas eran obra de George Lucas. Y eso significaba algo. Aunque para alguien más joven supongo que es difícil visualizar este concepto, George Lucas estaba rodeado por una aureola divina cuando se estrenó La amenaza fantasma. Toda una generación lo amaba con pasión. Sí, recibió muchísimas críticas por aquellas películas, pero él era Star Wars. Había algo edípico en el odio hacia Lucas. Al final, iba a ser perdonado. Hay un amor infantil —creo que muy perceptible— en quienes disfrutamos metiéndonos con Lucas una y otra vez. Es como cuando eres adolescente y dices: «¡Mi padre es un carca!», pero le quieres.

Disney no cuenta con esa baza psicológica. Es una corporación desprovista de alma y hace mucho que dejó de ser percibida como la Amable Matrona de Todas Las Infancias. La gente no ama a las corporaciones. Salvo, quizá, a Coca-Cola en tiempos ya pasados, cuando una (maravillosa) canción hizo que mirar al infinito sosteniendo una botella hiciese que la Segunda Venida de Cristo pareciese un pasacalles en comparación.

La nueva Star Wars de Disney ya no tiene un George Lucas capaz de convertir el odio del público en un conflicto paternofilial (y, de todos modos, las nuevas generaciones ya no saben lo que es venerar a Lucas). Así que necesita, por encima de todo, una identidad que enamore al público.

Es verdad que, salvo Solo, las nuevas películas han dado dinero. Pero la tendencia en taquilla es descendente. Todo el mundo está de acuerdo en que una nueva película de Star Wars ya no es un acontecimiento social, como lo fueron incluso las horrorosas precuelas de Jar Jar Binks.

Kathleen Kennedy es la encargada de darle esa nueva identidad a la saga y, por el momento, ha fallado estrepitosamente. Como jefa de un estudio no necesariamente ha de ser creativa, pero sí debe tener cierta comprensión global del mundo que reflejan las películas y debe tener instinto para saber a qué mentes creativas conviene escuchar y cómo convertir las aportaciones de esas distintas mentes creativas en una visión artística homogénea. La visión homogénea brilla por su ausencia. El despertar de la fuerza y Los últimos jedi parecen pertenecer a sagas diferentes, cuando son episodios contiguos de una trilogía. Los spin-off, Rogue One y Solo, han sido rehechos sobre la marcha, cambios de directores incluidos. Otros errores, como la posible sobresaturación en taquilla, no son responsabilidad de Kennedy, sino de Disney (Bob Iger ha reconocido haber metido la pata y ha anunciado que habrá menos estrenos seguidos), pero, por desgracia para ella, son los errores que menos críticas promueven.

Cuando se dice (y a mí me encaja) que Disney ha intentado encontrar a alguien con esa visión artística para sustituir a Kennedy, estaba claro, sobre el papel, que J. J. Abrams parecía la persona indicada. Lo demostró con Star Trek; con independencia de que su visión sobre ese mundo me convenza, que no me convence (lo que más me gusta de sus películas de Star Trek es Uhura), sí resulta innegable que Abrams es capaz de tener una visión de conjunto de un universo cinematográfico. También lo demostró con El despertar de la fuerza. ¿Era un mero remake? Desde luego, pero Abrams supo qué teclas tocar. En cualquier caso, si es cierto que Disney le ofreció formalmente la presidencia de Lucasfilm, creo que Abrams fue inteligente al rechazarla. No sabemos si Star Wars se recuperará del golpe que ha supuesto Solo y de la mala prensa de Los últimos jedi, pero ¿por qué iba a jugársela Abrams poniéndose al frente de Lucasfilm?

No hay mucha más gente con el prestigio necesario para sentarse en ese sillón. Por supuesto, el tontolaba de Rian Johnson, de quien supongo Disney esperaba hacer el nuevo Christopher Nolan (¡Ja!), estaba descartado para esa responsabilidad desde el momento en que su carnicería del universo galáctico salió a la luz. Porque, no se engañen: aunque Disney ha ordenado a los suyos defender Los últimos Jedi, como no podía ser menos, dudo que Bob Iger esté feliz con la división que esa película creó entre los fans.

Kathleen Kennedy, pues, va a seguir en su puesto en Lucasfilm. No porque lo necesite. Primero, porque, aunque como jefa de estudio no lo ha hecho bien, su prestigio como productora sigue intacto entre los profesionales y siempre podrá trabajar como tal (tiene sesenta y cinco años, pero está en plena forma). Segundo, porque no le hace falta el dinero. Es bastante lista para los negocios y no solo ha hecho fortuna con el cine; en Hollywood es bien conocida su habilidad para comprar, reformar y revender propiedades inmobiliarias de lujo. En cualquier caso, si quiere salvar la saga galáctica y con ella su propio nombre, lo que creo que necesita es una mano derecha que haga aquello que ella no sabe hacer. Es decir, construir un universo cinematográfico. Ella sabe construir los materiales de ese universo, pero las ideas centrales se le escapan, como se le escapaban al propio Lucas. El problema de George Lucas con las precuelas fue que no quiso delegar e intentó hacerlo todo él: escribir y dirigir. Ni sabe escribir, ni parecía recordar cómo dirigir. Kennedy puede hacerlo casi todo, pero no parece tener un temperamento artístico o creativo, y necesita centrarse en lo que sí sabe hacer: producir. Si va a seguir como presidenta de Lucasfilm, necesita un vicepresidente (tenga o no ese título de manera oficial) que se encargue de coordinar la parte creativa.

A veces hay que reconocer los méritos de alguien que está cometiendo errores. En el caso de George Lucas, los méritos se le reconocieron de sobra (y él no reconoció méritos que correspondían a otros), amén de que sus salidas pueriles no ayudan a tenerle simpatía (aun así, en el fondo y a mi pesar, ¡se la tengo!). Pero Kathleen Kennedy es muy distinta; puede ser hipócrita a veces (¡sorpresa! Como si eso fuese inhabitual en Hollywood) y, aun así, es injusto que su talento puede quedar ensombrecido por los errores cometidos en un puesto que quizá no era el indicado para ella. Y eso sería una pena, porque ha aportado muchísimo al cine. Yo seguiré cuestionándola cuando lo haga mal, que para eso está en ese puesto y cobra lo que cobra, pero me gustaría que continuase produciendo. Y si es como presidenta de Lucasfilm, que recuerde lo que decía Billy Wilder: es mejor hacer las cosas entre dos, porque todos necesitamos a alguien que nos diga cuándo estamos metiendo la pata.

Ah, y cualquier cosa menos seguir dándole películas de Star Wars a Rian Johnson. Kathleen, no nos hagas padecer ese trago, por el amor de la princesa Leia.

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7 Comentarios

  1. El Sapo Quiroga

    ¡Pues nada, hombre! ¡Solo te falta pedir la mano de la dama! Y desde luego, ¡Stan Lee no pincha ni corta ya ni aquí ni en ningún sitio!

  2. ¿Dónde está el botón de anda y que te acuestes?

  3. Decir que JJ Abrams tiene visión artística por su dirección en Star Trek es un insulto a cualquier fan de la saga, igual que decir que «Los últimos jedi» es mejor que las precuelas, cuando la primera no tiene ningún tipo de coherencia argumental, imaginación en los mundos que desarrolla o personajes memorables. La venganza de los sith le da una patada en el culo mil veces.

    Este artículo es u insulto a la inteligencia y su autor se debería retirar.

  4. Las películas de LGDLG de Disney son malas porque son de Disney. No hay más.
    ¿Alguien mira el canal Disney, por ejemplo? Es lo más inmoral que se emite en televisión. Es atroz.
    La visión de esa empresa es monolítica y todo lo hacen igual, le convenga o no al material. Y así les salen las cosas.

  5. «…Los spin-off, Rogue One y Solo, han sido rehechos sobre la marcha, cambios de directores incluidos…»

    Sobre Rogue One: https://io9.gizmodo.com/rogue-one-director-gareth-edwards-gives-his-side-of-the-1789888932

    La primera entrada de Google, no me ha hecho falta buscar más, entiendo que sabes inglés. Ya que vas de cínico-boyerista-teenager, que menos que documentarse del todo. No ibas mal, pero te pasa en todos tus artículos, se te calienta la boca.

  6. Pingback: Kathleen Kennedy, la más fuerte del cine

  7. ¿Qué opinas de The Mandalorian? Está tocando bien muchas teclas, ¿no?

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