Arte y Letras Literatura

El doble crimen de Chesterton: el caso que el padre Brown no pudo resolver

G. K. Chesterton, 1908. Imagen: DP.

El primer relato de las aventuras del padre Brown apareció en 1910, en la revista The Saturday Evening Post, con el título «Valentin Follows a Curious Trail», aunque posteriormente Chesterton le cambió el nombre por el de «La cruz azul». En este relato inaugural, el autor no solo nos presenta al padre Brown, sino también a otros dos personajes fascinantes, ambos franceses: el fornido y acrobático Hercule Flambeau, auténtico artista del robo, y Aristide Valentin, jefe de la policía de París y maestro del razonamiento deductivo. Pero Valentin muere en el segundo relato de la serie, «El jardín secreto»: se suicida al descubrir el padre Brown su implicación en un macabro asesinato.

Resulta cuando menos sorprendente que Chesterton dedique una buena parte de su relato inicial a construir un personaje magnífico, lleno de posibilidades, casi un arquetipo, para eliminarlo en el segundo relato e incluso cambiar el título del primero, como si se arrepintiera de haberlo creado. Y, bien mirado, Flambeau no corre mejor suerte. En «La cruz azul» lo detiene Valentin con la ayuda del padre Brown; pero luego solo comete un par de robos más: la valiosa cubertería del Club de los Pescadores Auténticos, en el relato «Unos pasos extraños», y los diamantes de «Las estrellas fugaces». En ambos casos, Flambeau devuelve dócilmente el botín tras ser sermoneado por el padre Brown, y poco después se convierte en un intachable detective privado. Ni siquiera eso, porque en realidad se limita a acompañar al cura y a hacerle preguntas banales, como una especie de Watson despistado. Todo un desperdicio. Más que eso: un auténtico crimen literario. O dos. En el primer relato, Chesterton nos seduce con el más sugerente trío de personajes: un sutilísimo detective aficionado, un policía extraordinario y un artista del robo. Un discípulo de Auguste Dupin, un precursor del comisario Maigret y un émulo de Arsène Lupin juntos y revueltos. Y acto seguido el autor elimina físicamente a uno de los personajes y psicológicamente a otro. ¿Por qué?

La doble contradicción del padre Brown

Ya en el primero de los cinco libros recopilatorios de las aventuras del cura detective, El candor del padre Brown, el magnífico Flambeau de los primeros relatos se convierte en un ser anodino y previsible, una mera comparsa, la desproporcionada sombra del pequeño sacerdote. Sin solución de continuidad, el libérrimo toro bravo se transforma en un buey uncido a la noria del convencionalismo, en un sumiso defensor de la ley el orden.

Llama la atención el hecho de que en un momento dado se indique la estatura exacta de Flambeau, pero de manera indirecta —como si el autor se resistiera a revelar el dato—, diciendo que mide diez centímetros más que un hombre de uno ochenta. Y el propio Chesterton medía uno noventa, aunque no era fuerte y ágil como su personaje, sino obeso y torpe. Físicamente, se había convertido en un buey. Como Flambeau mentalmente, después de su castración simbólica.

Al releer atentamente El candor del padre Brown en busca de las claves del doble crimen literario de Chesterton, tuve la sensación de tener desplegadas ante mí todas las piezas de un mecanismo; pero no sabía cómo montarlo ni para qué servía. Hasta que una frase capturó mi atención: «Tan solo buscaba una palabra —dijo el pequeño cura—, una palabra que no estaba allí». La frase pertenecía al relato «El cartel de la espada rota», que volví a leer un par de veces. Pero no encontré la palabra. Porque la palabra no estaba allí. Y esa era la clave. No había mensajes ocultos ni motivos secretos: todo estaba a la vista, todo era lo que parecía.

Parece absurdo crear a un superpolicía como Valentin para eliminarlo acto seguido, o a un artista del robo como Flambeau para convertirlo inmediatamente en un honrado ciudadano. Y parece absurdo por la sencilla razón de que lo es; tan absurdo, en última instancia, como que un agnóstico excepcionalmente culto e inteligente como Chesterton se convirtiera de pronto al catolicismo.

Al escribir el primer relato del padre Brown (inspirado en el sacerdote que propició su conversión), Chesterton, que seguramente ya tenía la idea de hacer una serie, pensó en los personajes más adecuados para acompañar al cura detective en sus aventuras, y concibió a un implacable Maigret avant la lettre y a un fornido Lupin (que, significativamente, es un trasunto físico del propio Chesterton, del mismo modo que el padre Brown es su trasunto moral). Pero los episodios que para el lector del libro se suceden en cuestión de minutos, en la mente del autor estuvieron separados por meses de reflexión. Y, tras rumiar con calma bovina su primer relato, Chesterton tuvo que matar a Valentin y castrar a Flambeau porque se dio cuenta demasiado tarde de que el padre Brown, con toda su sagacidad y su sabiduría, no podía competir con ellos.

Aunque, en realidad, Chesterton no cometió dos crímenes literarios, sino dos y medio: mató a Valentin, castró a Flambeau y abotargó al padre Brown (si se me permite el uso no reflexivo del verbo). El padre Brown es ese humilde peón negro que, al final de cada relato-partida, corona, como Alicia al otro lado del espejo, y se convierte en una dama victoriosa. Pero los peones son esbeltos, ágiles, decididos, no rechonchos y físicamente torpes. Y no es casual que al virtuoso padre Brown le guste demasiado comer: su tragonería física es una metonimia de sus tragaderas mentales, que le permiten comulgar con las ruedas de molino de la doctrina católica. El padre Brown es un sobrio comilón y un racionalista dogmático. Una contradicción ambulante, como el propio Chesterton.

Valentin simboliza el racionalismo y Flambeau la libertad, y el padre Brown, a pesar de su comprensión y bonhomía, es un ministro del dogmatismo religioso y, por ende, de la represión. Los primeros relatos de la serie vienen a ser como un auto sacramental en el que Chesterton escenifica alegóricamente su propio drama interior: el suicidio de su poderoso yo racionalista y la domesticación del gran vividor que había en él, que tuvo que conformarse, al igual que su cura detective, con el menos subversivo, el más católico de los pecados: la gula. Ese único pecado que convirtió a Chesterton en un abotargado buey de ciento cuarenta kilos.

Ya lo decía Brecht: ten al menos dos vicios, porque uno es demasiado.

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33 Comentarios

  1. Stani M. del Campo

    Pobre Frabetti. Su envidia de pequeño escribiente le hace remedar (grotescamente) la tarea que Chesterton planteó de modo genial: resolver enigmas sin recurrir a explicaciones peregrinas e irracionales. Y aplica su ínfimo aguijón al buey parsimonioso, y cree haberlo herido de muerte. Decir que Chesterton era un fracaso literario y explicar una aparente incongruencia textual apelando a las creencias particulares de un autor son, paradójicamente, saltos dogmáticos, justificaciones de una antipatía, razones beatas, antiguas, de sacristán casposo. Pobre, pobre Frabetti. Que repase a conciencia la obra completa de su paisano Umberto Eco y luego se meta en las honduras de la hermenéutica, que, hoy por hoy, solo le pueden arrancar un glu-glu.

    • Frabetti

      Solo una puntualización: en ningún momento hablo de fracaso literario, Chesterton me parece un gran escritor. Atrapado, como su maestro Dante, en una contradicción desgarradora.

  2. Un caso claro de transferencia en la que el autor proyecta sus limitaciones y complejos respecto a la religión católica sobre alguien a quién no comprende.

    Chesterton explicó lúcidamente por qué la religión católica es superior a la anglicana en su recopilación de escritos ¿Por qué soy católico?.

    Chesterton maduró espiritualmente desde el agnosticismo, pasando por el anglicanismo, para llegar a la que según él era la religión verdadera, la religión católica.

    Chesterton fue un adelantado a su tiempo que ya intuyó la degeneración del ser humano que traerían los tiempos modernos. Haríamos bien en releer su obra en estos tiempos dominados por las religiones de sustitución .

    Cómo dijo el maestro: «Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.»

  3. Gris Funcionario

    Chesterton no se convirtió «de pronto» del agnosticismo al catolicismo. Fue un proceso de décadas, finalmente ingresó en la Iglesia de Roma en 1922.
    Escribió mucho y muy extensamente sobre su conversión para defender, en contra de la opinión de gente como usted, que fue su fidelidad a la razón lo que le condujo a la Iglesia Católica. Presentó su conversión al cristianismo anglicano y posteriormente al catolicismo como una recuperación del sentido común. Paradoja tal vez, pero no contradicción.

    • Frabetti

      Ni siquiera los teólogos católicos se atreven ya a considerar que la razón puede conducir a la fe religiosa. La paradoja (de la que Chesterton era un gran maestro, nunca he discutido sus méritos literarios) es, como decía Hegel, una «verdad cabeza abajo», por lo que intentar justificar racionalmente una opción religiosa no es paradójico, sino contradictorio. Y algún teólogo estricto podría incluso decir que roza lo herético, puesto que se supone que la fe es un don otorgado graciosamente por Dios (de ahí su condición de «virtud teologal»), no algo que el hombre pueda conseguir por sí mismo.

  4. No conocía esa cita de Brecht. ¿Puedes decirme de dónde sale y a qué se refiere el autor?

    • Pertenece a la Coral del Gran Baal, y en el contexto irónico del poema Brecht viene a decir que si te concentras en un solo vicio, puede convertirse en una obsesión incontrolable.

  5. Gris Funcionario

    Sr. Frabetti, creo que desconoce totalmente la doctrina católica sobre la relación entre razón y fe, que se distingue radicalmente del fideísmo protestante. Para un protestante solo la fe salva, pero la fe no es algo que el hombre pueda conseguir por medios naturales.

    Desde el punto de vista católico la fe es una gracia y una virtud teologal, sí, pero «la Santa Madre Iglesia mantiene y enseña que Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas».

    No sé a qué teólogos católicos se refiere, la doctrina católica que yo conozco y que está condensada en el Catecismo (n. 31 a 38) muestra que la fe no se opone a la razón humana, por el contrario hay «verdades religiosas y morales que de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una certeza firme y sin mezcla de error».

    Como en otros intelectuales ingleses de su época, la conversión de Chesterton al cristianismo anglicano y luego al catolicismo no fue fruto de ninguna experiencia mística o de ninguna revelación particular. Chesterton no era, como usted parece creer, un hombre muy racional y muy brillante que se permitía la contradicción de mantener un ámbito de irracionalidad en la religión. Por el contrario su búsqueda racional de la verdad le hizo desembocar en la Iglesia Católica, aunque le costó años ir retirando una por una todas sus objeciones iniciales.

    Entiendo que esto le resulte chocante, no se trata mucho este tema, pero es así: Para los católicos la herejía es el fideísmo. Desde el punto de vista protestante si alguien no tiene fe es porque no ha recibido esa bendición, lo que conlleva aceptar de algún modo la idea de una predestinación en la que Dios escoge a los que quiere salvar. Pero para los católicos no tener fe puede ser sencillamente estar equivocado en un aspecto en el que, si hubiera razonado bien, podría haber acertado. Dios quiere que todos los hombres se salven y, entre otras gracias, les otorga la gracia de la razón como medio de alcanzar la gracia de la fe, que es al mismo tiempo un medio de alcanzar la gracia mayor, que es la salvación.

    Despachar rápidamente la religión como algo irracional ahorra el esfuerzo de reflexionar sobre las vías racionales de conocer las verdades que predica. La opinión sobre la irracionalidad de la religión es un prejuicio cómodo, pero como todos los prejuicios debería ser escrutado seriamente por la razón. Chesterton luchó y argumentó con toda lógica contra este prejuicio mostrando su falsedad. Era algo que estaba al alcance de su razón igual que está al alcance de la de usted.

    • Una cosa es «contrario a la razón» y otra «al margen de la razón» o «más allá de la razón». La fe, por definición, es una creencia no sustentada en pruebas, o no plenamente. Y ya nadie se toma en serio los argumentos de Tomás de Aquino. Que algunos, contemplando las maravillas de la naturaleza, se asombren de que las manzanas sean comestibles y vean en ello una manifestación de la existencia de Dios, no quiere decir que eso sea una prueba.
      Además de estas consideraciones generales, algunos consideramos que los dogmas católicos (no así los principios cristianos) son incompatibles con la razón; pero esta sería una discusión larga y compleja que excede los límites de este formato. Gracias, en cualquier caso, por tus extensos y concienzudos comentarios.

  6. Frabetti

    «Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa».
    Al igual que su discípulo Borges, al igual que todos los conservadores, Chesterton tiene razón en un 90 %. Solo que es el otro 10 % el que nos permite avanzar. La necesidad de aferrarse a creencias absolutas es muy perentoria, y la mayoría de las personas sucumben a ella (tal vez todas, en algún momento). Pero no es imposible superarla,y la ciencia viene haciéndolo sistemáticamente al menos desde Galileo. De ahí el conflicto permanente entre religión y ciencia.

  7. Carlos Ferreiro Esteban

    Yo soy agnóstico, pero decir que el catolicismo es incompatible con la razón es ahí que si está muy superado. La razón como algo tan superior como pinta usted, tampoco deja de ser un dogma

    • Frabetti

      Me permito sugerirte que leas el artículo cuyo enlace doy más arriba, en el que aclaro lo que quiero decir. El catolicismo real incurre en contradicciones e intrusiones flagrantes; el caso de los milagros «con certificado médico» es paradigmático. O la idea de un Dios bondadoso que condena a los pecadores a un suplicio eterno. Por otra parte, sí, se puede mitificar el poder de la razón y atribuirle capacidades que no posee, del mismo modo que se puede mitificar la ciencia; el culto a la «Diosa Razón» fue el gran error de la Ilustración.

  8. Tardazor

    Muy bien, hasta que el autor sacó sus fobias. No dudo que Chestertón se autosaboteó al eliminar dos personajes geniales por potenciar a un tercero, pero basar sus conclusiones con un basiquísimo «ez khe la religión ez mala y no razional», es más propio de un estudiante de educación media que de un analista literario.
    Amigo, le sugieró que haga un mejor esfuerzo, y no publique artículos que desmerezcan a este genial blog. Trate a sus lectores como adultos, no se arrepentirá y le estaremos bastante agradecidos.

    • Puesto que reconoces el autoboicoteo de Chesterton, ¿a qué lo atribuyes, como alternativa a mi interpretación?

  9. Oh,madre mía. Estos tiros de esgrima ya de por sí dan para otra historia que ni siquiera padre Brown podría resolver. Lo único que puedo decir es que leyendo a Chesterton me divierto mucho, con los personajes y conmigo mismo, pues me encuentro a veces muy enconado con ese curita sabelotodo pero que, debo reconocer, resuelve todo para bien, y cuando un libro, además de entrener hace reflexionar a quien lo lee, por fuerza tiene que ser bueno. Avanti tutta, Fabretti

    • Efectivamente, los libros de Chesterton son muy buenos (los de ficción), y a menudo rozan la genialidad; precisamente por eso vale la pena analizarlos a fondo e intentar bucear en la mente del autor. Aunque cuando se topa con la Iglesia, ya se sabe.

  10. He leído el artículo que menciona más arriba y con el que trata de rebatir a alguno de sus numerosos críticos. En él insiste en su desprecio a la religión católica, a la que compara con la homeopatía, por una «supuesta curación milagrosa de una monja aquejada de párkinson» . Su argumento es que «cuando se afirma públicamente que se ha producido un fenómeno inexplicable desde el punto de vista científico, hay que demostrarlo».

    ¿Qué es lo que pretende que se demuestre ya que no lo dice en su artículo?

    Me parece lógico que quiera que se demuestre que la monja estaba realmente enferma, que se curó y que su curación no es explicable desde el punto de vista científico. Es más, no me cabe duda de que es cómo se procedió en ese caso. Pero creo que no puede exigir a la Iglesia que demuestre científicamente que la curación es obra de Dios. Exigir eso entraría en contradicción con la lógica interna de su propio artículo en el que afirma que la religión y la ciencia «son trenes que marchan por distintos raíles». Para la Iglesia Católica al conocimiento de Dios se llega por la fe aunque sin excluir la razón.

    Por otro lado, la Iglesia Católica afirma que Dios interviene en la vida de los hombres pero no que si sigues su doctrina te beneficiarás de sus milagros. Ya en esto se diferencia de la homeopatía. La fe no es ningún talismán contra el sufrimiento sino una vía de discernimiento de la Verdad.

    Coincido con usted en que ciencia y fe son formas de conocimiento separados (presupongo que no considerará que la fe se ocupe del conocimiento). Pero creo que cae usted un reduccionismo muy en boga cómo es confundir razón y ciencia; términos que, en su artículo, intercambia cómo si fueran sinónimos. Al final va a resultar que usted es un hombre de fe: la fe en la ciencia o cientismo; y, por pura lógica, de aquí se llega al «relativismo» y al «positivismo». Y, si se es consecuente, se colige que todo es absurdo ya que la vida no tiene propósito ni significado.

    He tratado de plantearme cómo sería mi existencia si no creyera en la existencia de Dios y a lo que llego es a un mundo completamente irracional, en el que nada tiene sentido, ni explicación última y en el que no hay esperanza. Así que en un mundo sin Dios tendría que acallar mi yo racional y necesitado de propósito. Al conocimiento de Dios se llega por fe, intuición, razón, esperanza, necesidad y quizás algún día por la ciencia.

    Al final va a tener razón Chesterton: «Cuando se deja de creer en Dios, enseguida se cree en cualquier cosa.»

  11. Frabetti

    En ningún momento he dicho, ni lo pienso, que quien afirma que ha habido un milagro tenga que demostrar que ha sido cosa de Dios: lo que sí que hay que demostrar es que la curación -o lo que sea- no tiene una explicación natural. Un ejemplo recurrente es el de las supuestas posesiones diabólicas: no hay ningún caso documentado de forma fidedigna que no se pueda explicar sin necesidad de recurrir al demonio.

  12. Me permito observar un pequeño error en el elaborado argumento de Javier. En la frase…»Al conocimiento de Dios se llega por fe, intuición… etc. etc, creo que el orden lógico de los sustantivos es: por intuición, primero, y luego por fe. Como todos también he sufrido la fascinación de lo existente e «intuí» inmediatamente que tendría que haber un inicio, un responsable, y ahi estuvo, en segundo lugar mi fe para explicármelo todo, pero sucede que no solo de pan vive el hombre ya que también existen los otros libros que me explicaron que, a diferencia de la fe que es monolitica, las intuiciones pueden ser erradas (como creer en aquellos tiempos que era la Tierra el centro del universo y todas las injusticias subsiguientres). Y ya se pueden imaginar el resultado. Y más de una vez me he preguntado porque optamos por una entidad omnisciente, ubicuo, bondadoso (??) y eterno en vez de aceptar lo evidente: que todo nace y muere definitivamente, incluídos los universos con sus mecanismos siempre iguales destinados a crear las formas más bizarrars de existencia, en un ciclo eterno, sin principio y sin fin, únicos atributos de la divinidad y con tiempos inefables. Este universo que apenas conocemos también desaparecerá, y con él nuestros conocimientos, la historia, la religión, pero súbito nacerá otro porque no existe la nada, el nula, el vacio: el cero es igual a menos uno más uno, y no creo que una existencia sin dios sería invivible ya que la pulsión a multiplicarnos y por consiguiente sociabilizar es inextinguible. Muchas gracias por las estimulantes lecturas.

    • Gracias a ti, Eduardo, y también a los demás comentaristas. Es un lujo poder discutir con los lectores. Y a pesar de mi profundo desacuerdo con el «catolicismo real», siento el mayor respeto por los valores cristianos y quienes los propugnan.

  13. El Napoleón de Miribilla Hill

    Me sorprende tanta reacción negativa a una propuesta tan interesante. Incluso he leído alguna falacia ad hominem, que feo. Añadiré que es imposible que Frabetti dude del talento de Chesterton, nadie le dedica tanto interés y atención a una obra que no admira.
    El artículo es sugerente desde la premisa ¿Por qué se carga Chesterton a Flambeau y a Valentine, dos personajes tan bien estructurados, tan rápido? ¿Cuándo apenas estaban presentados? Puedo entender que los cultivados lectores cristianos de Jot Down, suban el muro ante la respuesta que propone el autor del artículo, pero no tanto como para no ver que es una gran pregunta. Tratándose además de uno de los grandes artistas conservadores cristianos, creo que les merecería más la pena indagar en la pregunta, aunque no estén de acuerdo con la respuesta propuesta que decidir cerrar filas y a otra cosa, mariposa.
    Me incomoda un poco, en esta época, el símil del buey, pero creo que es gracioso que la manera de adherirse a la doctrina católica (un poder sobre el que se ha asentado el patriarcado y de naturaleza extremadamente falocrática) sea, precisamente, perder la genitalia. Gracioso y paradójico (el juego favorito de G. K. Chesterton)

  14. El Napoleón de Miribilla Hill

    La creación de personajes complementarios o antagónicos del estilo de Flambeau y Valentine era habitual en Chesterton y creo que su rápida desaparición se debió en parte a la naturaleza comercial del ‘Padre Brown’. Siendo entregas periódicas para revistas y periódicos, debía tener un único personaje claro que no enturbiara el discurso moral del autor (recordemos que ni Watson, ni Moriarty, ni mucho menos Lestrade, proponen una vía de identificación moral diferente a la de Sherlock)
    Y la manera que termina con ellos también es habitual en Chesterton. La reconversión moral del aventuro y la corrupción última del funcionario del poder. A lo largo de toda su obra Chesterton -que paso de espiritista a agnóstico, de anglicano a católico- crea personajes fascinantes que se posicionan en el lado opuesto de su doctrina. Tan fascinantes que, en muchos casos, son los héroes de sus historias, hasta que el autor les hace caer por lo general, a través de un personaje más ‘manso’ (por mantener el discutible símil) en favor de un bien mayor. Esto queda muy patente en ‘El hombre que era jueves’, una obra muy conocida pero quizá no a la altura de otros trabajos, y donde la amenaza del anarquismo queda desmontada por un poder que se infiltra en el movimiento. Un poder que acaba atacándose a sí mismo y que no sale muy bien parado. Donde, realmente, se ve mejor el espíritu resignado de Chesterton es quizá en ‘El hombre que sabía demasiado’ una colección magnífica de relatos cortos. En varios relatos, el protagonista es un elemento gris que trabaja para “las cloacas del estado” y su mayor némesis es un independentista irlandés. Un personaje, de nuevo, aventurero y tremendamente atractivo, sobre el que caerá, con la resignación cómplice del prota, la guerra sucia del poder. En realidad, Chesterton tendía a pensar que había que elegir entre lo malo y lo peor. (no olvidemos que era maníaco depresivo y muy inteligente, una combinación fatal)
    Debía imponerse la razón de Estado y el común bienestar de la sociedad sobre los elementos discordantes. Aunque admirase, desde la distancia, a estos elementos.
    De ahí que la reconversión de Flambeau (el espíritu libre que no sigue las normas) y la culpabilidad del policía Valentine (la parte oscura de los funcionarios que hacen cumplir las normas) sean, en definitiva, las caras de la misma moneda para el escritor inglés. La imposibilidad de asumir la aventura y la imposibilidad de negar la corrupción de un poder que niega la aventura.
    Dejo aquí dos citas de ‘El hombre que era jueves’ que creo ayudan a condesar lo que he intentado exponer:
    «un hombre nunca debe dejar en el universo nada que lo aterrorice».
    “Decimos que el criminal más peligroso es el criminal cultivado. Decimos que el criminal más peligroso es el filósofo moderno totalmente carente de leyes”.
    Quizá las reacciones al articulo se puedan deber a una de estas dos razones: A) porque el artículo de pleno en el blanco. O B) porque el articulo falla, por poco, en la diana.
    Si la respuesta de Frabetti era una paradoja Chestertoniana: Chesterton era un dogmático que dudaba. Podemos intentar matizarla de tal manera que les otres lectores católicos quieran seguir reflexionando, sin verse atacados en su doctrina. Chesterton era, a veces, dogmático con algunos asuntos, pero Chesterton no era nunca maniqueo con estos mismos asuntos.

    • Frabetti

      La conveniencia de centrar la atención en un único protagonista no me parece un «móvil» suficiente para el doble crimen de Chesterton. Por una parte, no se dejaría condicionar por consideraciones tan «comerciales», y, por otra, al ser las aventuras del padre Brown relatos independientes, podía dosificar a voluntad las apariciones de Flambeau y Valentin sin necesidad de castrar a uno y matar al otro. No pretendo que mi explicación sea la única ni la mejor posible, pero tiene que haber alguna.

      • El Napoleón de Miribilla Hill

        Intentaba apuntar que lo ocurrido con Flambeau y Valentine, más que ser una rareza, es una constante en su obra y concuerdo contigo en las razones de Chesterton para eliminarles. En cuanto a la conveniencia de centrarlo en un prota, debemos intuir que Chesterton no sabía en ese momento que el Padre Brown tendría tan longeva vida literaria (de hecho, al igual que Conan Doyle, se vió forzado, a su pesar, a traerlo de vuelta) Harold March le dura 4o 5 cuentos como prota al igual que Fisher, ( el gris personaje de las cloacas de estado) quizá pensó que sería igual con nuestro cura. Y quizá por eso, mantuvo el esquema de presentar una némesis y darle matarile en una o dos historias.
        No se dió cuenta que los curas están aquí para quedarse. (pese a promesas de vida eterna en otro sitio…)

  15. Gracias, NMH, por tus interesantes y eruditos comentarios, que más bien son artículos. Me he acordado, al leerlos, de un famoso debate público de Chesterton y Bernard Shaw, en el que GKC defendía el orden y BS la libertad. Me ha gustado mucho tu consideración final: GKC podía ser dogmático y contradictorio (contradictoriamente dogmático), pero no maniqueo.
    Y hablando de paradojas, ¿sabías que «El Napoleón de Notting Hill» era la novela favorita de Michael Collins?

    • ¿Podrías aclarar la última frase? Gracias.

      • En parte ya te ha contestado Napoleón. Michael Collins era un dirigente del IRA, un violento revolucionario según el Gobierno británico, que en algún momento dijo que la novela de Chesterton (una sátira política escrita a principios del siglo XX y situada en el Londres de 1984) le había servido de inspiración.

    • El Napoleón de Miribilla Hill

      ¡Qué bueno! Tiene bastante sentido, a fin de cuentas en el IRA original todo el mundo era católico menos el grupo socialista de Connolly. A un revolucionario conservador que dudaba y reflexionaba le inspiraba un conservador revolucionario que dudaba y reflexionaba. :)

  16. El Napoleón de Miribilla Hill

    Ya que estás con liquidaciones rápidas de personajes, te propongo otro artículo -sin presión- con varios ejemplos de personajes que el autor quería jubilar y por presiones comerciales no pudo (Sherlock, Padre Brown y, el más sangrante, Hercules Poirot)
    ¿Sabías que Christie escribió ‘Telón’, la última historia de Poirot, casi al principio de sus escritos con este personaje? Ella le detestaba, pero viendo su éxito comercial, este cuento no se publicó hasta mediados de los 70, cuatro decadas más tarde.

    Autores, personajes y obligación comercial. Otro buen tema.

    • Sin duda es una cuestión muy interesante, la de las complejas relaciones de los autores con sus personajes. A veces parecen celosos del éxito de sus criaturas. Me gustaría profundizar en el tema, desde luego.

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