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El vértice de la pirámide: Brossa, la sextina y el sudoku

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Joan Brossa. Fotografía: MACBA (CC BY—SA 2.0)

Estamos —o deberíamos estar— celebrando el centenario del nacimiento de Joan Brossa, uno de los grandes poetas/artistas del siglo XX, cuya insobornable vocación interdisciplinaria lo convirtió en un referente imprescindible. Brossa solía decir que las distintas artes y formas de expresión —poesía, narrativa, pintura, escultura, teatro, cine, diseño, matemáticas…— eran como las caras de una pirámide: todas confluían en un mismo punto, un vértice superior, que era, en última instancia, la voluntad de explicar y transformar el mundo. Y él mismo se movía siempre cerca de ese vértice, haciendo equilibrios sobre las aristas que separan —y unen— diferentes caras.

Brossa es conocido sobre todo por sus poemas visuales, cuya importancia e influencia en artistas y diseñadores de todo el mundo aún no ha sido debidamente estudiada; pero también produjo una gran cantidad de poemas «normales» (si es que tal cosa existe), y exploró concienzudamente algunas estrofas tradicionales, como el soneto o la sextina; sobre todo, la sextina, cuya peculiar estructura cíclica lo fascinó hasta el punto de dedicarle cuatro volúmenes, reunidos en 1987 bajo el título Viatge per la sextina (1976-1986)

La sextina es una singular composición poética en la que confluyen la poesía y la matemática. Se parte de una estrofa de seis versos endecasílabos que no riman entre sí, y las seis palabras finales de los versos se repiten en otras cinco estrofas de seis versos, pero siempre ocupando lugares distintos: en la segunda estrofa, la terminación del último verso de la primera estrofa pasa al primer lugar, con lo que la primera terminación se convierte en la segunda; la penúltima pasa al tercer lugar, con lo que la segunda se convierte en la cuarta; la antepenúltima pasa al quinto lugar y la tercera se convierte en la sexta. Para determinar el orden de las terminaciones en la tercera estrofa, hacemos con la segunda lo mismo que hemos hecho con la primera, y así sucesivamente. La composición se remata con una coda de tres versos en los que se repiten las seis palabras clave.

Veamos, a modo de ejemplo, la «Canço sextina», una de las más famosas de Brossa:

Tocant el flabiol per dintre casa
somio cada nit tots els meus deutes;
corbo el descans darrere alguna porta
i, en mar d’atzar, de res en faig tres dies
sabent camins perduts entre les plantes,
ploma d’oca a l’orella i quatre llibres.

Faig un ventall amb el paper dels llibres,
que els guants fan nosa en l’àmbit d’una casa;
plenes de flors, bon verd mostren les plantes
i el fons s’acaba en el racó dels deutes;
arbora l’ombra plena dels meus dies
paranys de neu inútil a la porta.

Només s’atura al límit de la porta
la por que perd l’espina en els bons llibres;
s’obren les flors i vell, antic de dies,
fingeix el foc un lloc sota la casa;
un vast desert forada tots els deutes
quan corro la cortina de les plantes.

Lleuger s’esfulla el joc de tantes plantes,
i el mar fa serres de dellà la porta;
reposen guerres a la part dels deutes,
teixeixen coses pel destí dels llibres
i, alçant laments, la cleda es fica a casa.
I el fum es mou. I van passant els dies.

Aigua lleugera nua nits i dies;
el roc avar, joguina de les plantes,
omple de lleus remors tota la casa;
rebutja l’aire el vidre de la porta
i són miralls les pàgines dels llibres.
Els colors callen el cabdell dels deutes.

Aquí la primavera té molts deutes;
ben amagada, és lliure. I neixen dies.
Perdudes les lliçons de tots els llibres,
els panys deixen senyals damunt les plantes;
el pensament, llavors, obre la porta
i venç les roques l’ombra de la casa.

Entro a la casa pel camí dels deutes.
Tanco la porta i, cert, també hi ha dies
que tot llegint les plantes rego els llibres.

Si, en función del lugar que ocupan en la primera estrofa, numeramos las palabras finales del 1 al 6 y prescindimos de la coda, obtenemos el siguiente esquema:

1   6 3   5 4 2
2   1 6   3 5 4
3   5 4   2 1 6
4   2 1   6 3 5
5   4 2   1 6 3
6   3 5   4 2 1

Ningún número se repite en ninguna fila, lo que quiere decir que todas las palabras finales de los versos ocupan todos los lugares posibles. Y si a la última estrofa le aplicamos el mismo algoritmo transformador que a las anteriores, obtenemos de nuevo la ordenación de la primera.

La matriz de transformación de la sextina es como un sudoku de seis cifras, o sea, un cuadrado latino. Y esta vez la poesía podría haberse adelantado a la matemática, pues las primeras sextinas fueron compuestas en el siglo XII por el trovador occitano Arnaut Daniel, mientras que los primeros cuadrados latinos (denominados así por Euler mucho después) de los que hay noticia son los wafq majazi de un manuscrito árabe del siglo XIII.

Si Brossa, siempre atento a las manifestaciones de la cultura de masas y siempre dispuesto a denunciar o subvertir sus manipulaciones, hubiera asistido a la entronización del sudoku como rey de los pasatiempos, seguramente nos habría sorprendido con alguna versión provocadora en tres o más dimensiones, con musas o planetas en lugar de números, con filas montañosas y columnas salomónicas…


Nota: Escribo esto tras haber sido invitado a visitar el Institut Joan Brossa de Barcelona, con ocasión del montaje de una obra de teatro/performance brossiana para celebrar el centenario del gran poeta catalán, y lo hago estimulado por las conversaciones mantenidas con las alumnas y alumnos del centro. No hay mejor testimonio de la vigencia de Brossa que la facilidad y el entusiasmo con que las/os más jóvenes se identifican con el espíritu lúdico y subversivo de su obra.

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10 Comentarios

  1. Buen artículo, Brossa es un imprescindible en el mundo artístico y cultural. Por cierto, hablando de Arnaut Daniel, muy recomendable tu libro juvenil «El Trovador Oscuro».

    • Fue precisamente el paralelismo entre la sextina y el sudoku lo que me llevó a escribir esa novela. Y el recuerdo de la novela de Walter Scott «El talismán», que leí en mi juventud.

  2. Por la inevitable imposibilidad de traducir el poema entendí poco, del cual, sin embargo, al leerlo se percibe un ritmo cautivante que, paradójicamente (tal vez por la ignorancia del idioma) me ha dejado el gusto de algo incompleto, quedamente doloroso, una desazón luego de la belleza en definitiva. Esa concepción de la pirámide de conocimientos despierta mi curiosidad. Habrá que poner en marcha la búsqueda de ese libro de juventud. Gracias, Frabetti.

  3. Carlo, sueles insistir en el hecho de que no hay tanta distancia entre las matemáticas y la poesía. Yo tengo mis dudas (quizá porque siempre fui bastante flojo para las matemáticas; en los test de inteligencia práctica sacaba unas puntuaciones bajísimas). En todo caso es un tema que me interesa. Cómo funciona la mente «matemática» y la mente «poeta». ¿Conoces el caso de Salomon Shereshevsky, aquel caso de memoria sin límites, pero de escasa inteligencia, estudiado por el neuropsicólogo soviético Luria? ¿Qué te parece la manera «visual» en que «resolvía» los problemas matemáticos? Y si alguna vez surge, me encantaría el tema de la ciencia & filosofía; técnica & poesía; Ayer, Bunge, Mosterín & Marcuse, Adorno, Sartre.

    • Creo que la poesía y la matemática tienen en común la búsqueda de síntesis y de precisión; pero hay que tener en cuenta que la matemática es básicamente una, mientras que hay muchos tipos de poesía. En cuanto a los «idiotas sabios» y su extraordinaria capacidad memorística o de cálculo, aún sabemos muy poco. Todos hacemos cálculos prodigiosos sin darnos cuenta y recordamos mucho más de lo que creemos.
      Tomo nota de tu petición: intentaré hablar de ciencia y filosofía en un futuro próximo

      • Gracias. Sólo es una idea. Siempre me ha atraído el «combate» entre filósofos positivistas, matemáticos… y filósofos sociólogos, existencialistas, etc.: Ayer ridiculizaba a Adorno, Adorno criticaba a Popper, Marcuse criticaba en «El hombre unidimensional» a los analíticos…, los analíticos criticaban que Sartre no se interesara por la ciencia, etc… Yo me debato en filosofía y en literatura: me gusta la claridad de los analíticos, pero me encanta Marcuse, o me encanta una novela cortísima como «Sylvie», del romántico Gérard De Nerval, una obra muy poco «matemática» y muy «psicológica». Gracias.

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