Cómics Arte y Letras

Contrapaso

Contrapaso: los hijos de los otros. Teresa Valero. Imagen: Norma.
Contrapaso: los hijos de los otros. Teresa Valero. Imagen: Norma.

Que el cómic ha encontrado en la guerra civil y en la larga noche del franquismo una mina de oro es una realidad tan evidente como digna de celebración. Bastaría citar media docena de títulos (El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim, Las serpientes ciegas de Bartolomé Seguí y Felipe Hernández Cava, Los surcos del azar de Paco Roca y tantos otros) para demostrar el valor de las viñetas en el necesario proceso de revisión de dicho periodo. Y lo mejor es que la mina se está revelando inagotable: cada año siguen apareciendo nuevos títulos que vienen a enriquecer esa mirada histórica, explorando ángulos nuevos y narrativas sorprendentes.

En este marco, podemos decir sin miedo a exagerar que con Contrapaso estamos ante una cumbre. No la única, ni quizá la última, pero cumbre segura, incontestable. Por la ambición del proyecto, por la altura artística, por la complejidad del relato y lo apasionante del resultado final. Y todo se debe al talento y la voluntad de la autora, esa escaladora que responde al nombre de Teresa Valero.

Un simple vistazo a las páginas de Contrapaso sirve para despejar cualquier duda. Emilio Sanz, reportero y falangista de vieja escuela, relata cómo su carrera, iniciada en 1939, ha corrido paralela a la de un asesino de mujeres. «Han pasado diecisiete años. Franco sigue en el poder. Yo sigo escribiendo. Ese tipo sigue matando», explica. El planteamiento es, pues, afín al género negro, desarrollado en clave de thriller. Pero apenas el lector se interna en la historia, va descubriendo una serie de subtramas que dan al conjunto una enorme riqueza de matices.

Escribir sobre crímenes cuando el régimen se empeña en transmitir una imagen de paz y orden absolutos tiene algo de subversivo, y Sanz no es desde luego un profesional dócil ni acomodadizo. La investigación sobre el asesino en serie toma impulso cuando le asignan un nuevo compañero, León Lenoir, francés, joven e inexperto, pero con mucha voluntad de aprender el oficio. El gran secreto de León es su amor por su prima, Paloma Ríos, ilustradora de la revista Mujer de verdad, que también colaborará en las pesquisas.

Este singular triángulo seguirá la pista de los feminicidios para toparse con una madeja de oscuros intereses que alcanzan altas esferas de la sociedad. En dicha madeja aflorarán los nombres de tres brillantes neurólogos, Vidal, Sarobe y Bastida, inspirados en figuras reales y de sobra conocidas, detrás de cuyas aparentemente intachables carreras se ocultan muchas de las perversiones de la práctica médica de la época.

Así, Teresa Valero despliega una mirada panorámica de la España de los años cincuenta, la década sin esperanza, la que debía pasar página y hacer olvidar los horrores de la guerra civil, pero generó nuevas pesadillas. La sombra de la censura se cierne sobre quienes, a pesar de todo, se empeñan en contar lo que pasa. Los estudiantes desafían al frío y la represión policial para tomar las calles y protestar contra el Sindicato Español Universitario Falangista, el SEU, haciendo volar octavillas encabezadas por estas palabras: «Nosotros, hijos de vencedores y vencidos…».

Contrapaso habla también del empleo de la psiquiatría como instrumento de control, con aquellos espeluznantes tratamientos contra la depresión y aquellos estudios que pretendían demostrar la vinculación directa entre marxismo e inferioridad mental y que, andando el tiempo, propiciaron aberraciones como el «robo de niños»: veinte mil niños separados de sus madres en cárceles, clínicas y hospitales de maternidad entre 1938 y 1952. Unos trescientos mil, recuerda Valero, hasta 1990.

También proyecta esta generosa novela gráfica —ciento cincuenta páginas— una mirada sobre la vida de las mujeres y los homosexuales durante la dictadura, en particular en aquellas cárceles en las que ni siquiera las más duras condiciones lograron silenciar del todo la rebeldía y el ansia de libertad. La historia lleva implícito un homenaje a la prensa manuscrita y clandestina que se generó en las prisiones franquistas, y a los redactores y dibujantes que la hicieron posible.

Contrapaso es, sin duda, uno de esos cómics que pueden ayudar a los lectores nuevos a comprender nuestro pasado histórico, pero también plantea reflexiones de actualidad: imposible bucear en estas páginas sin pensar en la violencia de género que salpica las noticias de forma terriblemente cotidiana, el clima de crispación que preside nuestra vida política o la frivolidad con que todavía se atiende a algunas patologías mentales.

¿Demasiados asuntos para un solo cómic? Una de las virtudes de Contrapaso reside precisamente en el hecho de que todos estos puntos sensibles se van acomodando y conectando en una trama muy bien urdida, respaldada por un minucioso aparato de documentación y un dibujo extraordinariamente dinámico y exigente.

Valero, fogueada en la estresante disciplina de la animación y en el guion infantil —su serie Brujeando verá la luz en edición integral en Norma el mes próximo—, asume el texto, las ilustraciones y el color para ensayar un tratamiento artístico que rehúye el realismo, pero no renuncia al estudio psicológico de personajes tremendamente vivos y verosímiles, con sus luces y sus sombras, que se mueven por ese Madrid de posguerra recreado con detalle.

Un Madrid que es el escenario donde parecen condenados a convivir unos y otros, vencedores y vencidos. Donde todos ocultan sus secretos y sus heridas. Un tiempo considerado gris, cutre y anodino, que los historiadores han pasado a menudo por alto, pero por el que la vida, inaplazable, se abría paso y en el que los sueños, a pesar de los pesares, se resistían a apagarse del todo.

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Contrapaso: los hijos de los otros. Teresa Valero. Imagen: Norma.

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2 Comentarios

  1. Parece interesante, desde luego. Yo soy de los que opinan que todavía no se han hecho suficientes comics, novelas o películas sobre la guerra civil o el franquismo ( y si no, no hay más que oir lo que dicen de todo esto gentes como F. Marhuenda o cualquier tertuliano de derechas ); pero en fin, yo es que soy muy rarito.

    • Mientras la derecha española siga demonizando a la República y la izquierda mistificándola (miren las banderas republicanas en las manifestaciones pro-independentistas, qué disparate), no nos arreglaremos.
      Fue el anterior sistema democrático liberal de nuestra historia y se estropeó con ayuda de muchos.
      Poner como antecedente de la democracia en la que vivimos al régimen de Paco no lo va a aceptar la izquierda y en eso está la derecha, así que…
      Hace lustros que Paco debería estar durmiendo en Mingorrubio y todas las fosas abiertas y las víctimas enterradas con dignidad.

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