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South Park y la paradoja de Eastwood (y 2)

South Park
South Park. Imagen: Comedy Central.

(Viene de la primera parte)

En otro giro de guion de la fanatización de la política en este siglo XXI, la serie también se convirtió en el show favorito del nuevo chico problemático de Estados Unidos: la alt-right. Ese grupúsculo nacido en las cloacas de internet y formado, mayoritariamente, por chicos jóvenes demasiado aburridos y que no entendían demasiado el mundo que les rodeaba, que empezaron compartiendo memes con el único ánimo de ofender y acabaron siendo el mayor pozo de reclutamiento para el radicalismo en estos últimos años.

Un público que se sintió identificado con la actitud de la serie de ir contra todo y todos caiga quien caiga. Una serie que es la única que tiene el valor de cargar contra «feminazguls, ecolojetas y progres».

Por si no fuera suficiente, parte de la izquierda cultural estadounidense ha decidido seguirle el juego al ejército de trolls más importante del mundo, considerando que South Park, con aquella actitud de «ser un gilipollas con todo el mundo», lo único que busca es meterse con los estamentos marginalizados de la sociedad (personas trans, homosexuales, discapacitados…) y, en última instancia, validar con este comportamiento a toda una generación de jóvenes blancos de clase media a reírse de aquellos progres que constantemente les exigen revisar sus prejuicios y explican cómo pensar. Porque nadie les dice a ellos qué tienen que hacer y cómo tienen que pensar, claro, ellos son sujetos libres y soberanos.

Es esta izquierda cultural una de las principales detractoras actuales de la serie, siendo la que más acusa a South Park de ser instigadora de aquella apatía vital consistente en «haz lo que quieras, pero que a mí no me afecte» de la que hemos hablado, y la que considera a la serie un elemento más del engranaje cultural más de la alt-right.

Si bien las críticas tienen cierto porcentaje de razón, la serie dista bastante de enarbolar bandera alguna, ni neoliberal, libertaria o alt-right, por mucho que desde estos sectores hayan tratado de apropiarse de ella al ser la más mordaz con temas de la izquierda cultural. Y menos aún en la actualidad, pero llegaremos a ello.

South Park no deja de ser una extensión vital de Matt Stone y Trey Parker, un balcón a su visión del mundo, inclusive la ideología política. Casi nadie piensa de la misma manera que pensaba hace veinticuatro años, y los reyes de la ofensa gratuita no son una excepción a la regla. Lo más sorprendente es hacia dónde les ha llevado aquella evolución personal.

Como en muchos otros productos culturales, buena parte del fandom, como quien habla de los álbumes iniciales de un artista, coinciden en señalar que lo mejor de South Park se encuentra en sus temporadas iniciales, las únicas que tuvieron relevancia aquí en España (para más tarde pasar a un estatus de culto mucho más reducido). Por entonces la serie era mucho más autocontenida, inspirándose en los estrambóticos sucesos que sucedían en el pequeño pueblo, en lugar de buscar tanta inspiración en acontecimientos recientes.

Pero sus creadores opinan de manera muy distinta. Con la falta de tacto que caracteriza a sus personajes, Parker y Stone han señalado en más de una ocasión que, si pudieran, borrarían de la faz de la tierra las tres primeras temporadas de la serie, calificándolas como «terribles».

¿La razón? Aquello que les parecía gracioso a los veintilargos (actualmente ambos han alcanzado el medio siglo de existencia) ya no lo es tanto, al igual que cualquiera de nosotros no vestiría de la misma manera que hace dos décadas. Un cambio de actitud que ha intercambiado el «ofender por ofender» por un «cuando alguien afirma que un grupo [social] está enfadado por algo que he dicho, no hay una sola célula de mi cuerpo que diga «¡fantástico!». Significa que hice algo mal, tan solo intento hacer gente reír a la gente».

Todo esto podría quedarse en palabrería vacua si no fuera porque la serie, de manera sutil, ha ido cambiado su enfoque sobre temas controvertidos, hasta el punto de admitir errores pasados (aunque a su propia manera).

En noviembre de 2018 se estrenaba el capítulo de la vigesimosegunda temporada «Time to get cereal», una muy tardía secuela de «Manbearpig», de la temporada diez y estrenada en 2006. Aquel capítulo original era una evidente alegoría del cambio climático, reduciéndolo amenaza inventada en forma de monstruo mitológico por un político sin amigos con ganas de llamar la atención. El documental de Gore, An Inconvenient Truth, acababa de estrenarse y fue tachado de oportunista, alarmista y exagerado, sin atender al trasfondo y contenido de este.

Doce años después, en otra nada sutil alegoría, aquel monstruo mitológico resultaba no ser tan irreal y desataba el caos. Los cuatro protagonistas se veían obligados a pedir perdón a regañadientes a Gore. Incluso se reían de aquel perfil de individuo que ante este tema tiene entre su batería de respuestas frases recurrentes como «Bueno, qué más da, si no hay nada que hacer al respecto», o «Pero los chinos son los que más contaminan y nadie les dice nada».

Los creadores de la serie profanaban uno de los pilares de la derecha cultural como es el negacionismo climático, admitiendo simple y llanamente que estaban equivocados sobre ese tema. Para una facción de sus seguidores era una muestra más de su paso a lo «políticamente correcto».

Aunque la fractura más importante con ese sector de su fandom se produjo un par de años antes, cuando el país más poderoso de occidente eligió a su candidato más polémico en décadas: Donald Trump. Desde el minuto uno se erigió en apóstol de la libertad de expresión, aquel que habla sin pelos en la lengua, que dice verdades como puños, las cosas como son. Un tipo tan lenguaraz y soez, tendría que ser compatible con el espíritu de aquel pequeño pueblo ficticio de Colorado, ¿no?

Nada más lejos de la realidad, South Park se unió a otros compañeros de profesión como Los Simpsons o Padre de familia y masacró sin piedad a Trump, caracterizado en forma de señor Garrison durante una temporada entera.

Para una serie que, hasta la fecha, había resuelto cualquier campaña electoral estadounidense con el socorrido «Da igual a quién votes, todos son iguales», era inusual ver cómo decantaban la balanza a un lado y destrozaban muchísimo más a un adversario político que a su oponente. Incluso teniendo en cuenta que ese oponente era Hillary Clinton, con la cual no habían tenido palabras precisamente amables en el pasado, llegando a colocarle una bomba en la vagina en otro de sus episodios clásicos.

En aquella temporada veinte, aunque Garrison/Trump era el foco de atención, su rival era representada de manera indirecta como alguien no tan inepto, o al menos con los pies un poco más en la tierra.

Incluso crearon exprofeso una nueva familia para encarnar todos los estereotipos de los votantes prototipo de Trump que poco o nada tenían que ver con el granjero de Tennessee o el trabajador industrial de Ohio, sino más con la clase media urbanita con gran complejo de victimización: los White. Una familia en cuyas escasas apariciones siempre tenían algo interesante que decir: «Los White hemos estado aquí desde siempre» o «a nadie le importan los problemas de los White».

La animadversión hacia el presidente de los Estados Unidos llegó hasta el punto de sacarlo lo menos posible en la serie: «lo que hacía en la vida real superaba a la ficción». Y si observamos las apariciones del híbrido Garrison/Trump a partir de su aparición, es fácil comprobar que este solo participaba en momentos muy concretos. Un enorme contraste con el que durante muchos años fue uno de los secundarios más recurrentes de la serie.

Con la llegada de la pandemia y las vacunas, como era de esperar, la serie no se quedó callada. Aunque en más de una ocasión se han declarado republicanos y/o libertarios con la boca pequeña, como quien dice su sabor de helado favorito, uno podría esperar que el discurso de la serie en los capítulos especiales dedicados a la pandemia imperase el mensaje de libertad para vacunarse o no, que cayesen una vez más en la apatía equidistante que sus detractores les echaban en cara.

A simple vista, así fue, parodiando la presión de grupo hacia aquella persona que no estaba aún vacunada. Pero el diablo está en los detalles y, entre líneas, se podía ver que la opinión de Matt y Trey sobre los aquellos no vacunados o escépticos con la vacunación no era demasiado positiva, apuntando a cómo el personaje de Clyde, ya adulto, había pasado veinte años sin vacunarse dando excusas vagas, mintiendo o huyendo del tema, además de caracterizarlo como uno de los mayores fracasados del pueblo.

Para despejar cualquier atisbo de duda, ellos mismos no han tenido problema alguno en admitir que se han vacunado, sin darle demasiada importancia, pero lanzándole alguna pulla a la actitud de aquellos que no lo habían hecho.

La serie nunca ha hecho proselitismo de idea alguna, jamás ha expuesto cual es el camino correcto por seguir, pero tampoco se ha cortado en reírse de otra posición, ya fuese por absurda o extremista.

Desde un prisma político, la trayectoria de la serie ha pasado de mostrarnos a unos nihilistas con ganas de destruir todo, creando estereotipos para hundirlos en el barro y mostrando un ligero ensañamiento hacia uno de los dos lados del espectro político, hasta las personas de la actualidad, quizás no tan destructivas pero sí más maduras, capaces de establecer los límites necesarios, apuntando con el cargador lleno a perturbados como QAnon y delimitando cuándo se defiende la libertad y cuándo se es gilipollas.

South Park
South Park. Imagen: Comedy Central.

Posiblemente el aspecto que mejor representa la evolución compleja de South Park es cómo han sido capaces de tocar temas realmente delicados de un modo mucho mejor que otras series con actores de carne y hueso.

En la temporada quince, Stan Marsh, uno de los cuatro niños protagonistas, cumple diez años y poco después de su fiesta empieza a darse cuenta de que pierde el interés en todo lo que le entusiasmaba. Nada le motiva, ni tan siquiera la compañía de sus amigos, los cuales, hartos de su negatividad, deciden rompen lazos con él. Stan tiene depresión, representada sin artificios ni exageraciones, no tiene ganas de hacer nada y se encuentra apático ante cualquier aspecto de su vida. La depresión le golpea de lleno sin avisar y de la noche a la mañana.

Un retrato de la enfermedad poco espectacular, pero tremendamente realista. Ni intenta suicidarse, ni se encuentra en un estado de pena y llanto perpetuos, ni ningún otro cliché que solemos asociar.

Otro retrato de un problema tan severo como el bullying se encuentra representado en Butters, el niño más importante después del cuarteto original de Stan, Kenny, Kyle y Cartman.

Este representa un enorme con respecto a los demás niños del pueblo: callado, respetuoso y amable, está en las antípodas del comportamiento cínico y malhumorado que tienen el resto de sus compañeros de clase, lo que le convierte el objetivo perfecto para sus bromas pesadas. Sin embargo, y como en tantas otras situaciones en la serie, dichas burlas y abusos son parte de planes tan disparatados y estúpidos que pierden todo atisbo de credibilidad.

Pero en un capítulo de la temporada dieciséis el maltrato adquiere visos de realidad y de parte de la persona más inesperada: su abuela.

Tras aguantar constantes abusos durante su visita temporal, Butters se desfoga con un presentador de televisión que no paraba de molestarle. Tras este violento exabrupto, el niño comienza a entender cómo se sentía su abuela cuando era ella la agresora. La resaca del éxtasis de violencia es un vacío existencial y sentirse como un miserable.

Ante tal revelación decide dar un monólogo ante su abuela, supuestamente dormida, contando cómo él seguirá viviendo feliz superando esta experiencia traumática, mientras que ella morirá dentro de poco, marchando a la tumba con los remordimientos sobre sus actos y viendo cómo su nieto sigue con su vida. Una escena que no contiene una resolución vistosa: no hay sangre, venganza ni chistes finales, sino perdón y la empatía hacia tu enemigo, lejos del estereotipo de serie excesiva y soez que tiene el show.

Este realismo a la hora de reflejar problemas de manera realista puede llegar a adquirir matices realmente turbios. Eric Cartman, posiblemente el personaje más popular de la serie gracias a su comportamiento psicopático, xenófobo y machista, suele ser el protagonista de las ideas más exageradas y brutales, como hacer que asesinen a los padres de un chico, triturar sus cadáveres y dárselos para comer, mezclando sus restos mortales en su plato de chili con carne, encerrar a Butters durante días haciéndole creer que vive en un holocausto nuclear solo para ir en su lugar a una fiesta de cumpleaños a la que no estaba invitado o arriesgarse a morir de hipotermia tras congelarse durante siglos para poder comprar una Nintendo Wii.

Como en el caso de Butters, son actos completamente fantasiosos y delirantes. Pero, del mismo modo, hubo una ocasión en que su comportamiento fue tan real que despertó la incomodidad de muchos.

En la temporada veinte, condenado al ostracismo social por sus compañeros, inicia una relación sentimental con otra niña, Heidi, también forzada a aislarse del ruido de las redes sociales. Durante dos temporadas somos testigos directos del comportamiento abusivo, maltratador y manipulador del personaje, hasta que logra la completa destrucción de la personalidad de Heidi (aunque afortunadamente hay una resolución feliz, o al menos, no negativa).

Una historia que cualquier persona podría reconocer, tanto en primera como en tercera persona.

En una nota más positiva la serie pasó de caricaturizar la transexualidad mediante el ya mencionado señor Garrison y sus incesantes cambios de identidad, a mostrar una relación homosexual entre dos de los niños secundarios, Tweet y Craig, de una manera mucho más sana y auténtica que otras relaciones ya estaban establecidas en la serie desde hace años.

Tras la estética feísta, las palabras malsonantes y los chistes explícitos había una serie que dejaba en evidencia a otras tantas en cómo deben manejarse los temas espinosos: desde la brutalidad policial hasta las relaciones tóxicas.

Gracias a que el gran público no tiene grandes expectativas con respecto a South Park, eso les permite trabajar con completa libertad bajo el radar. Si la serie hace algo impactante será despachado automáticamente con un «es South Park, lo de siempre».

Parker, Stone y su equipo de guionistas reflejan en la serie su propia evolución personal, la que les permite afrontar con madurez cualquier conflicto. Algo que no habría sido posible en las primeras temporadas del show (quizás este sea uno de los motivos por el cual reniegan de las mismas) y explica que los adultos del pueblo, antes meros instrumentos secundarios, hayan ido ganando cada vez más peso en las tramas, pues solo en ellos pueden reflejarse tramas basadas en las crisis existenciales de mediana edad o problemas matrimoniales y que, posiblemente, sus propios creadores usen como vía de escape.

Hemos repasado las acusaciones a South Park de no rayar más que la superficie en muchos asuntos, quedándose en el fácil recurso del «todos mienten, todos engañan». Una acusación más cierta en el pasado que en la actualidad, pero incluso concediendo cierta razón, la realidad es mucho más completa y compleja. La serie profundiza tan solo cuando considera que realmente vale la pena, y seguirá sin tomar partido por ideología política alguna.

No es un programa realizado al gusto de «políticamente incorrectos» y neoconservadores, tampoco la serie de la alt-right dispuesta a vencer al consenso progre y ni tan siquiera se ha suavizado o «vendido a la progresía». Es más, este sector continúa siendo objeto de escarnio a través de personajes como el PC Director (Politically Correct) y su entorno, los cuales merecen otro capítulo aparte.

En el fondo, las críticas más voraces de la serie no han ido contra las ideas, sino contra las personas que las defendían llevándolas al extremo.

Cada persona y grupo puede querer apropiarse de South Park por un breve momento de complicidad ideológica, por un chiste fugaz. Pero no es una serie cómoda para aquellos que basan gran parte de su identidad en sus ideas políticas. Porque al momento de júbilo puede seguirle un instante de decepción y que todo lo que perdure sea una idea de traición.

Todos estos volantazos de un lado a otro en la autovía de las ideas esconden una serie con un elevado grado de tolerancia y empatía hacia prácticamente todo tipo de modos de vida.

Por ello, al acercarse a este pequeño pueblo de Colorado, hay que dejar la ideología en la entrada, pasear por sus calles para descubrir el subtexto de las tramas, y quedarse a vivir por el surrealista y absurdo día a día.

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