Viene de «Manuel Vázquez Montalbán: Charnego, subnormal y comunista (1)»
II. La subnormalidad
Manuel Vázquez Montalbán postulará la noción de lógica subnormal con la que caracterizar el discurso subyacente a su obra durante el tardofranquismo. Un ejercicio crítico que recurría al humor mediante un lenguaje absurdo e ilógico, que permitía expresar oblicuamente lo que no era posible expresar de manera directa, debido a la censura y a la represión de la dictadura. Recordemos que a principios de los setenta el humor fue una válvula de escape para vehicular anhelos claramente políticos. Es el momento de esplendor de revistas como Por favor o Hermano lobo, en las cuales Manuel Vázquez Montalbán tuvo una participación importante. La parodia, la ironía, los dobles sentidos, son inversiones a las normas que permiten acercarse a temas cuyo tratamiento directo no es posible bajo el orden franquista. El resultado más patente de este desvelamiento de la anormalidad sería Manifiesto subnormal, publicado en 1970, que entronca con la tradición del surrealismo de las vanguardias históricas, y donde la experimentación formal, la libre asociación de ideas e imágenes, y la burla, funcionan como subversión del discurso establecido y de la lógica convencional.
Ese ejercicio implica en el sistema de pensamiento de Vázquez Montalbán una visión al mismo tiempo pesimista e insumisa del rol del intelectual. El intelectual instalado en la normalidad se ha convertido en garante y validador del sistema económico y político, y por ello cómplice de un régimen represor, injusto y destructivo. No solo en el contexto español dominado por el franquismo, sino a escala planetaria por la lógica asesina de la Guerra Fría y la posibilidad de la aniquilación nuclear mutua. Por ello, la única salida del intelectual es abrazar la subnormalidad: una lógica ilógica, una lógica irracional que invalide la lógica del sistema. De ahí también el pesimismo y la sensación de fracaso e inutilidad de los intelectuales cuya labor deviene, en estas circunstancias, una farsa. Es el reconocimiento lúcido y amargo de la propia alienación de los escritores. Por lo menos, la toma de conciencia de la subnormalidad permite demostrar el lado absurdo de la realidad y revelar las fisuras del sistema, cuyo discurso depende exclusivamente del poder de persuasión del lenguaje empleado y no del significado comunicado, que bien puede ser absurdo o incoherente. A eso apunta el memorable comienzo de Manifiesto subnormal, donde se parodia el célebre inicio del Manifiesto comunista de Karl Marx, pero en el que el «fantasma del comunismo» ha sido reemplazado por una serie de fantasmas disfrazados de fantasmas del comunismo, constituyendo de este modo una cadena de significantes vacíos, de significantes carentes de referentes: un hippy, un hombre de negocios, un policía, un adolescente, un playboy, etc. Una larga enumeración absurda que se estira como un rollo de papel higiénico. Lo que se esconde detrás de cada máscara no es más que otra máscara. La tarea del intelectual será, pues, reconquistar la subjetividad individual ante los estereotipos de la sociedad de consumo y oponer resistencia a las ideologías impuestas.
Dicha autopercepción crítica del escritor hace de él el subnormal de la sociedad contemporánea: un vendedor de productos intelectuales en el mercado. Parafraseando las propias palabras del autor: a partir de la experiencia de mayo del 68, el sujeto revolucionario del marxismo ya no es portador de la verdad en la época neocapitalista, sino productor/consumidor de la industria del póster (preferentemente del Guernica o del Che Guevara) y de la canción protesta, sea la de Bob Dylan o la de Raimon (o, para quienes crecimos en los años noventa, la de Ska-P o Rage Against the Machine). Cualquier movimiento de oposición al mercado es diluido en él. Pretender ir más allá de la ideología mercantilista y tecnocrática es un proyecto históricamente fracasado. El pesimismo de Manifiesto subnormal se muestra en su crudeza cuando leemos acerca de «la destrucción del horizonte como una evidencia de que no es necesario horizonte». La historia pierde por eso su sentido. Tal vez la solidaridad entre los seres humanos concretos, los hombres y mujeres reales, y no los constructos de la ideología, sea el único medio de superar la deshumanización, y otorgar así un sentido humanista a la existencia: en el reconocimiento de lo individual y lo concreto. Tal vez la esperanza anide en las víctimas del sistema. Ante la muerte del hombre que preconizaba la filosofía estructuralista, Vázquez Montalbán escribe: «¿Qué hombre ha muerto? Me atrevo a sospechar que la muerte es un hombre vietnamita, un niño biafreño, una muchacha extremeña… Estos son los muertos que conozco, y, sobre todo, estos son los muertos que reconozco».
Esa idea de la subnormalidad como amarga forma de lucidez tendrá continuación en la serie de novelas policiales protagonizadas por Pepe Carvalho, el detective desencantado y cínico, que a la vez que hacen uso de los clichés del género detectivesco los subvierten y sabotean. Vázquez Montalbán gustaba de recordar con sorna que Carvalho es posiblemente el único detective en la historia entera de la serie negra que jamás entregó a un delincuente a la policía. La saga la inició en 1972 la novela, de título irónico, Yo maté a Kennedy, y terminó en 2004 con los dos volúmenes de Milenio Carvalho, un homenaje simultáneo al Quijote y a Bouvard y Pécuchet de Flaubert, que se publicaron ya póstumamente. Entremezclando historia y ficción, su obra narrativa es un retrato lúcido de las transformaciones de la sociedad española desde la dictadura hasta el comienzo del siglo XXI. De las amas de casa que cantaban coplas de Concha Piquer y soñaban con que un marinero extranjero, alto y rubio como la cerveza, las rescatara de la realidad gris del franquismo, a los yuppies independentistas destetados con el nacionalismo de Jordi Pujol. De Tatuaje a El hombre de mi vida. Un fresco colectivo de toda una época.
Como el detective de ficción al que creó, Manuel Vázquez Montalbán se situó en los márgenes, fuera de la cultura hegemónica establecida. En una entrevista a Montserrat Roig, el autor declaraba: «Yo no soy un catalán puro. Soy un mestizo, porque dentro de mí hay muchos sustratos culturales». El propio autor utilizó como metáfora de su condición cultural mestiza un verso de su poemario Praga referido a Kafka: «Ser judío, vivir en Praga y escribir en alemán». Que en su caso equivalía a ser charnego, vivir en Barcelona y escribir en castellano. Como mestiza es su más famosa creación: Carvalho es un gallego afincado en Barcelona, de pasado oscuro y misterioso, del que se sabe que trabajó durante unos años para la CIA. Un antihéroe que se defiende con ironía y cinismo ante las humillaciones de la realidad. Es un hombre muy culto pero es consciente de que la cultura no le ha servido para nada, mucho menos para ser feliz. Su principal afición, dejando a un lado la gastronomía, es ir quemando poco a poco los libros de su biblioteca en la chimenea de su casa. A diferencia de Vázquez Montalbán, no le gusta el fútbol y piensa que «bota de oro» no es un galardón con el que se distingue a los grandes goleadores, sino que debe de tratarse de una metáfora. Sus amigos y colaboradores más cercanos son personajes marginales que tienen un pie y medio en el lumpen: Charo, su amante intermitente, es prostituta; Bromuro, su informante callejero, un limpiabotas exlegionario; Biscúter, su ayudante, es un expresidiario que fue en otro tiempo ladrón.
En el ciclo de las novelas de Pepe Carvalho, Vázquez Montalbán se apropió de los mecanismos narrativos del género policiaco, acentuó la narratividad del relato con respecto a su anterior producción mucho más experimental y hermética, pero sin desdeñar el prurito intelectual ni crítico, la hibridación posmoderna de alta cultura y cultura popular, y jugando a fondo la conciencia de la historicidad propia de la novela crónica que siendo consciente de su propia ficcionalidad pretende ser un testimonio revelador de lo real. Era un cambio de orientación literario que encajaba en los cauces por los que discurriría la novela española a partir del éxito incontestable de Eduardo Mendoza con La verdad sobre el caso Savolta en 1975, y que volvía a reconectar con el lector deseoso de dejarse llevar por el placer de la lectura y el goce de una intriga bien construida. Con la novela de Carvalho Los mares del sur ganó el premio Planeta en 1979 y consiguió al fin un amplio público lector para su personaje. Antes de él, España era un país con una muy escasa tradición de novela policial, y por eso su autor se convirtió, en buena medida, en el padre de la novela negra urbana contemporánea que goza aún de excelente salud por estos lares. Un sendero por el que después han transitado escritores como Francisco González Ledesma, Juan Madrid, Andreu Martín, o Carlos Zanón. Su propuesta narrativa era capaz de reflexionar críticamente sobre la realidad de su alrededor, pero sin incurrir en la ingenuidad o el didactismo del realismo social de la posguerra. Su personaje era capaz de captar la realidad, pero la ironía lo salvaba del dogmatismo intelectual. Un sabueso posmoderno que tenía mucho más del mirón que del justiciero.
A Vázquez Montalbán no le gustaba que se lo adscribiera al género policial, tradicionalmente asociado a los géneros menores, comerciales y de puro entretenimiento, en los que los recursos narrativos estaban mecanizados por completo. Sea como fuere, su buen hacer consiguió otorgarle dignidad literaria a la saga Carvalho y erigirla, en sus propias palabras, en una «crónica moral de una colectividad en un tiempo determinado». Un instrumento de análisis de la realidad y una investigación de las causas del pasado que nos conducen hasta el presente. Y aunque este siga siendo, por desgracia, un país desmemoriado, está fuera de toda duda el lugar de Manuel Vázquez Montalbán como una de las figuras clave de la cultura española contemporánea.
Fascinante¡ no lo conocia a este autor…lo tendre oresente¡ muchas gracias¡ ..un abrazo desde Un mundo normal de una subnormal¡ Chile¡¡
Grande Vázquez Montalbán, grande estos artículos sobre él.
Recomiendo a todo el mundo «Galíndez» y «Autobiografía del General Franco».
Autor disperso. Era dado a centrarse en iconos mediáticos de su época, en particular de los políticos, de temas y relevancias siempre transitorias. Fue uno de los alineados con el grupo Prisa de la época. A mi entender terminó siendo mucho mejor conversador, sobre todo informal, que escritor. Tenía un gran talento, pero cristalizó aprovechando medianías. Me recuerda a Jenofonte escribiendo sobre un Agesialao, cosa que hoy en día no interesa a nadie. Trascendente intrascendente.
Solo por esta serie de Vila Sanchez vale la cuota se subscritor de Jot, me está gustando mucho, gracias.
Montalbán es un grande yo creo, de los tipos más divertidos y brillantes de la democracia, como es Eduardo Mendoza o Enrique Vila Matas y todos estos de Barcelona, sin olvidarnos de Don Javier Marías, todavia me duele su fallecimiento.
Me parecen todos estos señores unos escritorazos de primera división y muy buenas personas, no pueden ser otra cosa con lo que han escrito, ya también Millás, que todavía me deja alucinado cada x tiempo con sus observaciones. Es una generacion A de escritores, mejores que la generacion inglesa de la misma edad para mi.
Lo que pasa es que cuando se empezaba a hablar de las fosas, yo me quedé absolutamente atónito. Que habia 200,000 en las fosas no estaba por ningun lado, lo sé, porque saqué todos mis libros como un poseido sobre España que había leido en los 90 para asegurarme. Por ejemplo, lo que no deja de ser una especie de biblia para los que van a vivir a España, «The New Spaniards» de John Hooper, habla de «unos 5000 en las fosas todavía» o algo asi.
Tampoco cuando estudié la Transición el la Universidad se decía nada de las fosas por ningun lado. En fin, y sin dejar de mencionar «El Escriba Sentado» del propio Montalbán, donde nos da una de las condenas más duras de la Generación de 98 que hay por poner las bases de la Guerra Civil en en plano intelectual, con la sola excepcion de Antonio Machado – no es por nada que se le cita sin fin en el Congreso de Diputados – se me produce un cierto rechazo a todos ellos por haber sido con sus columnas en El Pais, lo quieran o no, una pantalla de putisima madre por el desamparo total de los victimas de Franco, con la excepcion de Mendoza, que nunca abusó digamos de su columna, que lo dejó tras un año por no repetirse entre otras cosas, pero bien dejado estaba.
Con el tiempo, se me ha pasado un poco, pero la literatura es entre otras cosas, ideología, en el caso de El Pais, estamos ante de uno de los mas brillantes operaciones ideologicas que ha habido nunca jamás, digno de estudio para entender su papel en la Transición. Digamos que es un periódico que sigo comprando, pero con bastante desgana. Y que a España la sigo quierendo, pero de otra manera, y con bastante escepticismo sobre las credenciales de al derecha, es más, no me creo que sean democratas de verdad en muchos casos. Pues que los familiares de los victimas entierren es de demócratas, no es de derechas o de izquierda…
Como dijo Gibson hace tiempo, España con esta derecha, no puede realizarse, no puede convertirse en el gran país que podría ser… está todo bastante limitado por la derecha fanaticamente ideologica y el legado de la Guerra Civil. Con otra derecha,, coma la derecha alemana, podría llegar a liderar Europa, o ser ese tercer poder entre Francia y Alemania que antes era Reino Unido…
A ver si puedo dejar estos espacios ya, es una mala costumbre que adquirí con la campaña del Brexit para intentar parar aquella locura, cosa que, la verdad, no sé si me ha dejado un poco deprimido ya de por vida…no reconozco a Reino Unido a estas alturas, es como otra planeta, alli el declive en la vida inteletcual del pais ha sido espectacular… es decir, las cosas siempre pueden ir a peor aqui también, cuidado.