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La impaciencia del corazón, el regreso del gran cine de origen europeo.

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Si esta fuera una historia romántica más también sería una película más sobre las relaciones entre dos personas muy jóvenes y muy poco experimentadas, ambientada en aquel mundo previo a la Primera Guerra Mundial. Pero lo que la hace original e inesperada es la pregunta central alrededor de la que gira todo su argumento. ¿Puede la compasión convertirse en amor apasionado, o solo en condescendencia? El mismo asunto a que Stephen Zweig dedicó una de sus obras cumbres, y que da título en español a esta adaptación libre de su director y coguionista, Bille August.

August tiene especial preferencia por adaptar novelas al cine, en su filmografía encontramos Smila: Misterio en la nieve, Los Miserables, Tren de noche a Lisboa, y Pedro el afortunado, que se corresponden con títulos de Peter Høeg, Víctor Hugo, Peter Bieri y Henrik Pontoppidan. Pero más que trasladar los argumentos literarios al lenguaje del cine, August siempre pone la mirada en la humanidad de los personajes y en su conflicto, habitualmente ligado a una época muy concreta de la historia de Europa. En el caso de La impaciencia del corazón, a aquella sociedad previa a la Primera Guerra Mundial, la del Imperio Austro Húngaro, cuyos valores se esfumaron con este primer conflicto bélico y quedaron completamente desterrados tras el segundo. El libro de Zweig está hoy alejado de la forma en que entendemos las relaciones de pareja, aquel sentido del deber, obligaciones adquiridas y hasta castidad que ataba la conducta. Pero además de no haber perdido su gran valor literario, el argumento resulta absolutamente contemporáneo, como tantos otros escritos del autor, por centrarse en las relaciones de pareja en personas con diversidad funcional.

Zweig se adelantó a su tiempo poniendo una reflexión en la cabeza del protagonista masculino, el subteniente de caballería Anton, que podría estar escrita hoy. La de que las mujeres enfermas, las inválidas, las inmaduras, las demasiado viejas, las excluidas y las marcadas socialmente, también aman. Para Anton esa verdad simple resulta una asombrosa revelación. Y si Bille August se hubiera limitado a coger tal idea y adaptar a Zweig esta sería, todo lo más, una película correcta. Pero precisamente una de las tareas a que dedicó más tiempo el director como preparación previa al guion fueron las visitas a la Asociación de Discapacitados de Dinamarca. Allí, y en múltiples reuniones mantenidas con mujeres, escuchó cómo se veían a sí mismas, y el sentimiento común a todas de que tenían que trabajar por ganarse el amor de los demás. Lo que le pareció un horrible contraste frente a la idea común de los no discapacitados de que el amor era algo que tenemos garantizado y a lo que tenemos derecho por nacimiento.

Así es como una historia romántica, o tal vez de otro tipo, eso es lo que tendrá que descubrir el espectador al mismo ritmo a que lo hacen sus protagonistas, se desarrolla entre ese militar joven y poco experimentado en los asuntos mundanos, y esa joven Edith que vive por primera vez el despertar del amor, y del deseo. La película es absolutamente impredecible, da igual si el espectador confía en el desenlace habitual o en el inesperado: continuamente rompe los esquemas en esa búsqueda del desenlace entre la pareja protagonista. Una intriga continua acompañada por la enorme fuerza que imprimen el trío principal de actores a sus personales.

Esben Smed, en el papel de Anton, se abstiene de mostrar ninguna emoción en su rostro hasta que, en el desarrollo de la acción, comienza a sentir compasión por Edith. De haber elegido otra forma de encarnar al personaje, la película hubiera caído con facilidad en el género romántico o despojado a su trama de la intriga continua sobre su final. ¿Llegarán a amarse? ¿Es posible? La actriz Clara Rosager le pone un adecuado contrapunto, encarnando la expectación de la mujer que se pregunta si puede ser amada, pero no desde un papel pasivo, convencional, sino con la rotundidad de quien quiere ser dueña de su propio destino. Representando así a una mujer más moderna, pero también a aquella forma incipiente de entender la feminidad a principios del XX, que acabó dando forma a la concepción moderna de lo femenino. En realidad ella es la protagonista central alrededor de la que gira todo, y el único personaje con verdadera personalidad propia. Un gran carácter, con arrebatos de rabia y pasión incluidos que no vemos en ninguno de los otros. A este respecto hay que prestar especial atención al título original elegido por su director, Kysset, el beso en danés, que nos deja una pista sobre la verdadera naturaleza de la película. No una mera adaptación de Zweig, en definitiva.

Tampoco puede pasarse por alto el papel de Lars Mikkelsen, a quien los aficionados a las series recordarán de Borgen, House of Cards o Star Wars. Y si lo han visto en esos títulos, se asombrarán de su capacidad para transformarse en un noble austrohúngaro rural, anciano y enfermo. Otro hacia el que sentiremos compasión por su papelón como padre de una hija enferma, o que despertará nuestro desagrado por hacer de alcahuete. Como en todo lo demás, sin saber a qué carta quedarnos hasta la última secuencia.

TheKiss FirstStill credits Rolf Konow scaled 1

Conseguir todo lo expuesto hasta aquí resulta difícil en un largometraje, pero es comprensible que se haya conseguido si atendemos la trayectoria de su director. Muy reconocido en el cine europeo, supo ganarse el favor de Hollywood, y ahora también el de China. Dos veces Palma de Oro en Cannes, célebre por el Óscar que consiguió con Pelle el Conquistador en 1987 y director de la adaptación de La casa de los espíritus de Isabel Allende. Aunque sin duda los cinéfilos le recordarán más por la historia personal y cinematográfica que le une a Ingmar Bergman. La gran bestia del cine sueco llevaba años dando vueltas a un guion basado en la atormentada vida familiar de sus propios padres, origen en parte de su reflexión sobre la incongruencia de vivir y la muerte, que tan evidentemente reflejó en El séptimo sello. Cuando lo acabó, y retirado ya de la dirección, el danés Bille August le pareció la opción más lógica para dirigir esa película que llevaría el título de Las mejores intenciones, y, efectivamente, le ganó su segunda Palma de Oro para su director. Pero más que los premios, lo que evidencia el talento de August es ese exquisito cuidado del detalle, gracias al cual la ambientación acompaña de manera exhaustiva al personaje, sumergiéndote en la época haciéndote olvidar todo lo demás. Una de las características que más han subrayado los críticos en La impaciencia del corazón es su capacidad para transportarte a un rincón rural del imperio austro húngaro.

Pero puede que la característica más notable de este largometraje sea cómo hace de espejo de nosotros mismos en 2023. Bille August, en las entrevistas que ha concedido, insiste en la visión que le transmitió el público joven con el que hizo los primeros visionados de prueba de la película. Les resultaba asombroso ver una historia sobre un hombre que demostraba tanta compasión y era capaz de pensar en alguien que no fuera él mismo todo el tiempo. Más aún, que tenía la rara capacidad de empatizar. En opinión del director, esto se está volviendo más y más infrecuente hoy día.

Podrían además sacarse lecciones antropológicas y sociales de la historia en otra dimensión, la de que uno puede acabar siendo responsable de otra persona por cómo se ha comportado con ella, por lo que se ha implicado emocionalmente. En el caso de Anton, es demasiado bueno, y como subraya August, eso siempre es un gran problema en la vida social, en la relación con los demás. Para Edith el reto es saber dónde está el límite de tus propios deseos y aspiraciones, cuál es la frustración que puedes tolerar si te rechazan o tardan en amarte, y si la discapacidad funcional te resta la capacidad de vivir o si la conviertes en un arma contra los demás y contra ti misma.

El gran cine europeo, en fin, el rasgo de las películas que nos hacen reflexionar y alcanzan esos valores que en origen solo tuvo la literatura, tan distinto del género de acción estadounidense, por un director que sabe moverse en ambos mundos. El 28 de abril se estrena en nuestro país.

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