Política y Economía

La batalla por la hegemonía cultural en la era de la nostalgia: entre la politización de la cultura y la despolitización de la política (y 2)

batalla cultural
Alien. Imagen: 20th Century Fox.

Viene de «La batalla por la hegemonía cultural en la era de la nostalgia (1)»

Presentados los antecedentes, el motivo principal por el que existe una tendencia a percibir un incremento de la politización de la cultura y el entretenimiento es que nuestro contexto ha cambiado; y como muestra un botón. En una escena de la película Dragón: la vida de Bruce Lee (1993), que recrea la primera cita que Bruce tuvo con la que terminaría siendo su esposa, Linda, ambos van al cine a ver Desayuno con diamantes. Todo va bien hasta que llega la parte en la que aparece Mickey Rooney interpretando a Mr. Yunioshi, una grosera y racista caricatura de un hombre asiático que es el vecino del personaje de Audrie Hepburn. Es entonces cuando Bruce Lee, ofendido por semejante afrenta a su cultura, decide levantarse e irse del cine. Linda lo acompaña y ambos terminan cenando en un restaurante chino. La historia en cuestión es real, y tiempo después el propio Lee reconocería que aquella escena fue lo que le motivó a querer cambiar el estereotipo de los asiáticos que existía en el cine de Hollywood.

Más allá de su valor simbólico, lo importante de esta escena es que en su día pasó completamente desapercibida. Nadie hizo ningún tipo de comentario ni salieron miles de artículos en los periódicos hablando de ella y analizándola. Sin embargo, si esa misma escena, o una parecida, saliese en una película actual, es muy probable que hubiera miles de críticas tildándola de políticamente correcta y woke, y esgrimiendo que se está politizando la figura de Bruce Lee. Lo mismo sucedería con muchas otras películas del pasado. Estamos hartos de escuchar aquello de que «esta película no se podría hacer hoy en día» cuando se trata de películas con contenidos racistas, sexistas, homófobos, etc.; cuando la realidad es que son muchas de las películas que los críticos con la «cultura woke» tienen idealizadas las que no se podrían hacer hoy en día, pues ellos mismos las atacarían por ser demasiado políticamente correctas o formar parte de una «agenda política». ¿Acaso si Alien se estrenara hoy los antiwoke no la criticarían simplemente por tener una protagonista femenina? Sí, es de sobra conocido el supuesto argumento de que Alien es precisamente el ejemplo de cómo hacer una película con una protagonista femenina sin que quede forzado, sin que sea propaganda feminista. Pero ese argumento es falso. Primero, porque Alien sí tiene un fuerte subtexto feminista, reconocido abiertamente por su director Ridley Scott, aunque, de nuevo, algunos fans parecen haberse olvidado de él. Y segundo, porque la clave para entender por qué la inclusión de una protagonista femenina en Alien no resulta forzada es que se estrenó en 1979 y no en 2023; la clave no está dentro de la película sino fuera de ella, en su contexto sociocultural. No son las películas las que han cambiado, somos quienes lo hemos hecho, nuestro mundo ha cambiado, y eso hace que haya cambiado también nuestra lectura de los productos culturales que consumimos. Lo que en verdad muchos añoran no son películas como Alien, películas sin agenda, sin subtexto político, sin feminismo; entre otras cosas porque esas películas nunca existieron realmente. No. Lo que añoran es una época en la que no todo el contenido audiovisual era leído siempre en clave ideológica, en la que el subtexto político de una obra no parecía primar sobre la calidad de la obra misma.

En otras palabras, una época anterior a la guerra cultural en la que, nos guste o no, nos encontramos inmersos actualmente. Porque así funcionan las guerras, nos obligan a escoger bando. Hasta el punto de que muchos de los que en un principio se oponían a la ideología woke y a su incansable politización de la cultura han terminado dando su brazo a torcer, siendo más papistas que el papa, y abrazando ellos mismos dicha politización pero en la dirección ideológica contraria (El propio Juan Soto Ivars, nada sospechoso de ser un progre woke, comentó en su aparición en el podcast de Jordi Wild como los antiwoke cada vez se comportan más como los woke a los que pretenden criticar). El resultado es una audiencia fuertemente polarizada para la que el consumo de productos culturales, y su posterior valoración, se ha convertido en una parte intrínseca de una batalla ideológica que no se puede perder.

Irónicamente, es esta lucha la que nos ciega, la que condiciona nuestras lecturas de la realidad y nos hace pensar que de repente todo se ha politizado cuando realmente somos nosotros los que nos hemos politizado. El arte no se produce ni se consume en el vacío, y por ello una misma obra de arte puede adquirir significados distintos en función del contexto en el que esta sea leída e interpretada. Pero ese contexto es necesario para que la obra en cuestión sea interpretable e inteligible, somos nosotros los que elegimos fijarnos más en unos elementos que en otros e interpretarlos de una cierta manera, los que decidimos darle un significado político a ciertas decisiones artísticas y creativas, independientemente de cuál fuera la intención autoral original. Así, el error de los que se oponen a la «ideología woke» y a su politización de la cultura y el entretenimiento ha sido aceptar el marco analítico del rival. Dos no se pelean si uno no quiere. Sin embargo, la actitud de los antiwoke es profundamente contradictoria en su esencia, pues sus airadas protestas cada vez que se modifica la raza, el género o la orientación sexual de un personaje son, en sí mismas, un reconocimiento y una aceptación de la premisa, postulada por la ideología woke, de que la raza, el género o la orientación sexual de un personaje son, en efecto, importantes. ¿Por qué si no habrían de molestarles esos cambios? ¿Cómo es posible pensar, como piensa el youtuber InfoBlogger, que el hecho de que la nueva protagonista de la Sirenita sea negra arruina la historia original sin pensar, al mismo tiempo, que es importante que sea blanca? Si su raza fuese irrelevante, entonces un simple cambio en su color de piel no podría, de ninguna manera, afectar a la historia, pero si no lo es, ¿no se está reconociendo entonces la legitimidad de los que luchan por cambiarla? En otras palabras, la existencia misma de la batalla cultural es la demostración más palpable de que la cultura importa, independientemente del bando que uno escoja. Y eso ya es una victoria parcial a los defensores de lo woke. De nuevo, si algo no importa no merece la pena luchar por ello; pero si merece la pena entonces es lógico que el adversario también busque ganar esa batalla.

Así las cosas, los defensores de lo woke han terminado arrastrando a sus contrincantes a la arena de una batalla por la hegemonía cultural en la que no está permitido ceder ni un milímetro de terreno al rival, y en la que todo producto cultural es interpretado en términos dicotómicos: progre o facha, de izquierdas o de derechas, amigo o enemigo; con independencia de su calidad objetiva, si es que puede considerarse que tal cosa existe. Y esto porque no es solo que la calidad artística de una obra se supedite conscientemente a su contenido político con fines puramente estratégicos, sino que nuestros propios presupuestos ideológicos terminan influyendo inconscientemente en nuestras valoraciones. Tanto es así que las obras pasan a ser buenas o malas única y exclusivamente en función de hasta qué punto reflejen nuestras creencias, nuestros valores y nuestra ideología. De ninguna otra manera se puede explicar que alguien estuviera convencido de que la nueva película de la Sirenita iba a ser una mierda simplemente porque la protagonista es una chica negra, cuando la película ni siquiera se había estrenado todavía y solo se había podido ver un avance de apenas un minuto de duración. La sentencia ya había sido dictaminada de antemano en base a criterios puramente políticos e ideológicos, cayendo los antiwoke en el mismo error que critican en los defensores de lo woke. Por eso cuesta creer que si Alien, el octavo pasajero se estrenara hoy muchos de los antiwoke que la idolatran no la tacharían automáticamente de basura progre, incluso antes de verla. Son malos tiempos para los matices y las sutilezas, o estás conmigo o estás contra mí y esta batalla hay que ganarla a toda costa.

La inclusividad y la diversidad no hacen que un producto cultural sea bueno o malo, aunque, en efecto, la inclusividad y la diversidad son cosas buenas y que merece la pena incentivar. Pero llegados a este punto eso ya da igual, porque hace tiempo que este debate dejó de girar en torno a la calidad artística de las obras. Así las cosas, la tendencia de algunos a pensar que hoy todo el contenido audiovisual está politizado, cuando antes no, es una consecuencia directa de la batalla cultural, pero es también una estrategia utilizada para tratar de imponerse en dicha batalla. Y esto porque, al igual que el término «corrección política» fue reintroducido en el discurso por la derecha estadounidense para criticar los cambios en los currículums académicos promovidos por la izquierda a partir de la década de los noventa, tratando de naturalizar y despolitizar el canon académico existente hasta entonces, el término «woke» ha sido redefinido para deslegitimar un supuesto intento por parte de los progresistas de politizar la cultura y el entretenimiento. Así, la narrativa de que la ideología woke ha venido para politizar un ámbito que antaño se encontraba totalmente despolitizado y para crear problemas donde no los había les permite a los antiwoke colocarse en una suerte de posición neutral y desideologizada, desde la cual no tienen que reconocer su propia ideología y sus propios sesgos políticos. De este modo, la batalla cultural queda reformulada como una lucha entre la neutralidad objetiva que ellos defienden y el radicalismo subjetivista de los woke, y no como lo que verdaderamente es: una lucha política entre dos opciones ideológicas que además es en sí misma ideológica. La batalla cultural es «pura ideología», en el sentido en el que el filósofo esloveno Slavoj Žižek utiliza esta expresión, desde el momento en el que convierte nuestras pautas de consumo, y posterior valoración de lo consumido, en armas dentro de una lucha que, sin embargo, queda restringida a la superficialidad de la superestructura cultural, al tiempo que desvía nuestra atención de la esfera económica y material. No importa tu ideología, el mercado pletórico capitalista tiene siempre una opción de consumo para ti. Y las airadas discusiones en Twitter acerca de los supuestos sesgos ideológicos de los diferentes productos culturales terminan funcionando como auténticas campañas de marketing; porque en la era del engagement y el tráfico digital no existe la mala publicidad. Desde esta perspectiva, la batalla cultural no es solo una cortina de humo, es una herramienta más que el propio sistema capitalista pone a disposición de las grandes empresas del entretenimiento para que sigan incrementando sus beneficios. Y nosotros somos los tontos útiles que les hacemos el trabajo sucio, somos dos ratas peleándose por un churro con música de Linkin Park de fondo. 

Pero es normal que así sea, es una consecuencia lógica más de aquello que Mark Fisher bautizara como «realismo capitalista». La incapacidad para imaginar una alternativa al actual modelo socioeconómico genera una impotencia que solo puede paliarse mediante pequeñas luchas parciales restringidas a esferas que, al menos en apariencia, sí podemos controlar. No podremos cambiar el mundo, pero sí podemos conseguir que la nueva Sirenita de Disney sea negra, o que Warner libere por fin el tan ansiado Snyder Cut, o que Paramount cambie el espantoso diseño antropomórfico de Sonic, o que Henry Cavill vuelva a ser Superman. En un tiempo dominado por la resignación y la desesperanza, toca apuntarse estos tantos y consolarse con estas pequeñas victorias pírricas en la esfera cultural, pues son lo más cercano al empoderamiento que muchos experimentarán jamás. Y, por ello, es comprensible que no quieran renunciar a ellas, y que luchen con uñas y dientes en la arena de la batalla cultural como si su existencia dependiera de ello. Porque lo hace. Porque reconocer la futilidad de semejante lucha dentro del gran esquema de las cosas significaría abandonar el último reducto de aparente control que aún les queda en sus vidas. Este es el verdadero motivo detrás de nuestra creciente obsesión con la politización de la cultura y el entretenimiento. La politización de la cultura es la otra cara de la despolitización de la economía y de la política misma, la otra cara de ese consenso, que algunos llaman socialdemócrata y otros neoliberal, que constituye la base del realismo capitalista. Así, el auge de la politización cultural no anuncia la antesala de la subversión del orden establecido, sino más bien su aceptación tácita, la constatación definitiva de la imposibilidad de cualquier cambio político radical.

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22 Comentarios

  1. Felidades. A mi me has convencido.

  2. A mi me ha gustado el artículo, especialmente el final, y me ha hecho reflexionar pero le matizaría que centrarse en los extremos descarta muchos tonos de gris en los que la diversidad la ves metida con calzador. No diré que esto no es subjetivo o cosa de la edad, pero hay productos para los que parece que su único motivo es incrementar cuotas; pero es que encima la calidad final le hace un flaco favor al grupo étnico o género que está intentando ayudar (Netflix, Disney+, etc).
    ¿Alien en la actualidad? Pues woke o no, para mí pensando en inclusividad, Mad Max Fury Road es muy disfrutable, pero en cambio Obi Wan (la serie) muy detestable.

    Qué decir de una plataforma que te mete por lo bajini los mensajes de «Outdated Cultural Depictions» al inicio de películas (en Aladdin aún no alcanzo a saber si es por mala impresión de ciertos árabes o porque Jasmin no llevaba velo) asumiendo que no tengo dos dedos de frente para saber ver la película con los ojos de la época (porque claro, ahora debemos de estar en el estadio evolutivo cultural final ¿no?) a la vez que eliminan las cuentas compartidas y te suben la cuota de subscripción de forma insultante. ¿me hace esto antiwoke?

    Me resultaría más creíble el wokismo cuando empiecen a caer estatuas de padres fundadores (que tenían esclavos o sirvientes), no solo de conquistadores o generales sureños. O se ataque con la misma vehemencia cómo los malos malísimos del Principe Caspian son españoles (tanto en libro como película) debido a la moralina protestante de C.S. Lewis, por decir varios ejemplos.
    Y de ofendidito nada: solo intento decir que falta que me demuestren que todo esto no es más que un saca cuartos para justificar remakes.

    • Bueno, en Estados Unidos ha habido muchas protestas también contra los padres fundadores y los mitos fundacionales del país, así que eso ya lo tienes. Pero si tú argumento es que el wokismo de ciertos productos culturales es un sacacuartos, pues sí, lo es. Pero también lo es la reacción a ese wokismo, es lo que intento explicar en el artículo, que lo que es un sacacuartos es la battala cultural en sí misma, independientemente del bando que uno escoja. Gracias por comentar.

  3. José Antonio

    Un artículo magnífico. Gracias por hacerme pensar en otra cosa que no sea elecciones este domingo. Por cierto, algún partido que todos sabemos, ¿qué pensara de la cultura que no puedan controlar?

    • J. Antonio, tercer comentario y ya toca mezclar y hablar de VOX. Ah, que te produce grima verlo escrito y prefieres no nombrarlo?, pues, nada, al igual que ese partido que todos sabemos hay otros que también les gusta controlar la cultura, es más, no hay otros, a TODOS, les gusta hacer, va intrínseco en su modus operandis. Y si te vale de algo, yo nunca votaría a «ese partido». Pero hace ya mucho tiempo que entendí que no todo es Madrid-Barca, izda-dcha. Puedes estar en el medio, puede haber grises, puede gustarte la política económica de unos y la posición sobre el aborto de otros.
      En fin, prueba a ver las cosas con perspectiva, con neutralidad y con inteligencia. Prueba a que no te suene mal todo lo que dice el otro partido por tú eres del contrario o a no ver sólo penaltis en el área rival. En serio, se vive mucho mejor.
      Un saludo.

      • José Antonio

        Vaya chaparrón. Te aseguro que vivo bien, sobre todo si no hablo de política, pero el artñiculo era tan tentador que no me he podido resistir. Y creo que es mejor dejar a cada cual que piense lo que quiera, y no censurar las palabras ajenas. Eso es cultura.

  4. Bastante interesante la observación y, a grandes rasgos, quizá se aproxime a la realidad. Exceptuando las afirmaciones categóricas, como esa la que se refiere a la Alien como ejemplo de película no forzada, sentenciando que eso es falso. Discrepo en ese punto. Creo que si se estrenara hoy, muchos de los que están hartos de cómo se construyen los personajes hoy en día, tampoco considerarían que es una película forzada. Porque no es difícil encontrar en Internet contenido en el que se habla de películas actuales y diferencia entre ellas, también, las que tienen personajes femeninos mejor construidos y menos forzados. Alien en ese sentido estuvo planteada magistralmente. Ya al margen de que el personaje era bastante humano en sus comienzos (obviaremos las secuelas con ADN alienígena), se nos presenta mimetizado con el resto del equipo, como una igual. Algo perfecto para una película en la que los personajes estaban en peligro y morían aleatoriamente. Si hubiera quedado tan claro desde el principio quién era «la más chula», habría sido una película bastante más mediocre y menos impactante. Esto es sólo un ejemplo que le pone la guinda pero, en general, es una película con muchas virtudes en este y otros sentidos. Por supuesto que, pese a no estar forzada, el feminismo ya existía en esos tiempos (y mucho antes). Es normal que, al hablar de ella, Scott señale su trasfondo feminista. Pero de ahí a decir que está tan forzado como el estándar actual, hay un largo trecho.

    • No digo que esté tan forzada como el estándar actual, de hecho lo que hago es negar la mayor: no creo que exista la inclusión forzada como tal. Lo que hay son buenas y malas películas, con independencia de esa inclusión, que podemos pensar que es o no es algo deseable, pero que es algo aparte de la calidad de las películas. Y sí, tienes razón en que a los «antiwoke» a veces sí les gustan películas actuales con personajes protagonistas femeninos, pero en general existe una tendencia generalizada a posicionarse a favor o en contra de una película desde coordenadas ideológicas que poco o nada tienen que ver con las películas en sí mismas. Incluso se dan casos películas que, dependiendo de quién las mire, son woke o antiwoke, la misma película (la película de Super Mario Bros, por poner un ejemplo reciente). Creo que algo así pasaría con Alien si se estrenara hoy.

  5. Creo que te equivocas en algunos puntos. Por ejemplo, dices que los antiwoke realmente no se colocan en una posición neutral y desideologizada aludiendo a que estamos ante una lucha política entre dos opciones ideológicas. En teoría sí, pero es que los antiwoke están a favor de la ideología de la libertad de obra y no creo que sea justo igualar ambas posturas ideológicas. Es como aludir que en la II Guerra Mundial ambos bandos tenían una ideología. No hace justicia reduciéndolo todo a decir que todo es lo mismo: ideología. Hay ideologías e ideologías. Tampoco mencionas que los antiwoke estamos a favor de dar plena libertad de obra a directores y productoras y quitar cualquier cuota feminista/racial/LGTBI impuesta por asociaciones externas al cine que nada tiene que ver con el séptimo arte. Si un director quiere hacer una película LGTBI, como es el caso de Almodóvar, debería tener libertad plena para hacerla. El caso es que se impone a TODAS las películas una suerte de cuotas e imposiciones de tinte izquierdista. ¿Te imaginas que se imponen personajes católicos en las series de Netflix? ¿Rosarios y Biblias en lugar de banderas de colores? Pues esto mismo está sucediendo en la industria, pero con otras ideologías. Otra cosa es que la sociedad no lo vea.

    • Entiendo lo que dices, pero es que hasta donde yo sé nadie está prohibiendo nada. Son decisiones tomadas por empresas multinacionales que, dicho sea de paso, son de todo menos de izquierdas, motivadas por cálculos racionales de costes y beneficios en el mercado capitalista. Que igual luego esos cálculos son equivocados y las empresas pierden dinero, en eso ya no me meto. Pero igual que defiendes las libertad artística entiendo que defenderás también la libertad económica y de empresa. O quieres obligar a las productoras a hacer y financiar sólo las películas que tú consideras oportunas? La censura sólo existe realmente cuando viene de manos de un Estado que posee el monopolio de la violencia legítima. La autocensura no existe, es un oxímoron, y todo lo demás son empresas haciendo lo que libremente eligen hacer con sus propiedades intelectuales.

  6. bufalo1973

    El problema que le veo a las cuotas no es que metan personajes de distintos tonos de piel o de distintos gustos sexuales. Es que se pille a un personaje que solo encaja si es de cierta manera y se le cambie algo que hace que deje de tener lógica. En la Sirenita lo que me chirría es que en una ambientación como la que presentan (siglo XVIII o XIX) metan a una actriz negra para hacer que se enamore el príncipe (o lo que sea, no la he visto). Me resultaría igual de absurdo si hicieran Raíces poniendo en el papel de esclavos a algunos actores blancos o asiáticos «para que haya diversidad». O la burrada, con el visto bueno de Stephen King para más inri, de cambiar a Roland de Gilead, que tiene que ser blanco a la fuerza por como le trata cierto personaje MUY racista, por Idris Elba, que será un actorazo y no lo niego pero es que no encaja ni a martillazos. Me hubiera encajado más si hubieran intercambiado papeles Elba y McConaughey. Y ojo, que no me quejo de que le pusieran como Heimdall por mucho que lo describan en las edas como «el más blanco entre los blancos»; sigue siendo un personaje de ficción y alguien podría asumir que esa descripción es un sarcasmo. O poner como Cleopatra, que era griega, a una actriz negra. Es la misma salvajada que sería poner a Sean Bean como Malcolm X.

    Lo suyo, creo yo, sería que, si se quieren poner personajes «inclusivos» se hagan nuevos personajes aunque sea en el mismo contexto que los ya existentes. Solo sería lógico el cambio en un personaje FICTICIO existente si lo que se cambia es irrelevante. Por poner un ejemplo, si en una historia el personaje no tiene ninguna relación sentimental es irrelevante si es heterosexual, homosexual, bisexual, asexual, … Ahora, si una parte importante del personaje es la problemática que sufre por su sexualidad no sería lógico que lo cambiaran (me viene a la cabeza Renee Montoya).

    • Totalmente de acuerdo. Te doy otro ejemplo: Blancanieves, no sé si ya hay una versión con una actriz no blanca, si no la hay, bueno, sólo tendrían que omitir los detalles de su descripción, del sitio donde vivía y de la época. Una vez hecho eso, podría ser hasta un Scrull.
      Si alguien decide que tiene que haber una Blancanieves negra, perfecto, pero supongo que la película se debería catalogar como lo que es, un ensayo, una película de divulgación, una película reivindicativa, o si quieren utilizar un anglicismo, Woke

    • Pues en eso estoy de acuerdo, hay personajes para los que su género o su raza con características esenciales, y las historias no tendrían sentido si se cambian. Otra cosa es que ese sea el caso siempre que la gente se queja de esos cambios. En todo caso, es legítimo que a ti uno de esos cambios no te funcione o te saque de la historia; aunque quizás también convendría analizar bien el por qué de que te suceda eso (a ti o a quien sea). Precisamente porque a veces esos cambios lo que hacen es desafiar ciertos prejuicios y ciertas ideas preconcebidas que inevitablemente tenemos.

  7. Antiwokes triggered.
    No es cierto que las condiciones en que se produce la recepción de los productos culturales sólo nos permita luchar por ver la cáscara de esos productos relumbrar con el brillo de nuestras preferencias ideológicas. La misma huelga de guionistas y actores contra las plataformas de streaming, desmiente ese postulado. Además, no hay nada parecido a una objetividad material inmaculada, accesible a las categorías de análisis adecuadas, enterrada bajo capas de ideología y que vendría a desvelar el interés genuino de la clase obrera. Ese hilo que se estiró del marxismo es falaz. La clase obrera es una construcción ideológica, una identidad social como cualquier otra, que en un momento histórico determinado aglutinó un conjunto de fuerzas sociales que activaron cambios radicales. No existe algo como la esencia obrera, ofuscada por los dispositivos ideológicos del capitalismo. Ese es el discurso de mierda de las vanguardias que aniquilaron el ímpetu revolucionario en pro del partido allí donde los oprimidos se levantaron contra sus opresores. Cada ocasión histórica es diferente y cada composición social potencialmente revolucionaria está sujeta a las vicisitudes aleatorias del momento histórico particular, incluidas las estrategias que adopte la clase dominante, en su lectura de la correlación de fuerzas (casi siempre errónea), en relación al clima revolucionario. La clase obrera (clase revolucionaria) se construye en movimiento y nunca está dada. Pensar lo contrario es imaginar una historia teleológica en la que la inversión del hegelianismo no es más que eso, una hegelianismo invertido, pero hegelianismo a fin de cuentas. No hay un ápice de necesidad en la historia y todo podría haber sucedido de otra manera.

    • No es cierto que sea así en un sentido prescriptivo, tienes razón, existen alternativas. Pero cuando digo que el auge de la batalla cultural es la constatación de la imposibilidad de cualquier cambio político verdaderamente radical lo digo en términos de la percepción subjetiva de los sujetos sociales, y no tanto en términos de las condiciones materiales objetivas. Dicho de otra manera: sentimos, precisamente a causa del velo de la ideología neoliberal del realismo capitalista, que no hay alternativa y que lo que nos queda es únicamente luchar por ver realizadas nuestras míseras preferencias culturales. En todo caso, muchas gracias por tu lúcido análisis, es un gran aporte.

  8. Innerweltlicher

    Lo único que lamento de esta «inclusividad forzada» es que se trata de una cuestión perfectamente asumible por las grandes plataformas y compañías y, por tanto, profundísimamente capitalista. Para mí el género, la sexualidad y cualquier aspecto identitario entra dentro de la libertad de cada uno de ser y manifestarse de la manera que crea más adecuada, pero para Netflix es mucho más fácil poner un personaje homosexual que pagar los impuestos que le corresponden, amén de pagar a todos los participantes en sus producciones el salario que merecen. Y nosotros aplaudiendo. Poco nos pasa.

    • Pues es que esa es un poco la tesis del artículo, que la batalla cultural no es más que un producto más que se nos vende, algo totalmente funcional al sistema, tanto en una dirección como en otra. De ahí lo de «dos ratas peleándose por un churro con música de Linkin Park de fondo xd

  9. Sigamos a Harold Bloom. El arte es arte. Los mensaje de los que se sirve la obra son secundarios. Lo mismo da que sea el racismo como Griffith, propaganda comunista como Einsenstein o propaganda nazi como Riefenstahl.
    Si la pelicula es woke y buena, bien. Si es antiwoke y buena, pues también. Y son malas, pues son malas. Y el revisionismo de las obras pasadas a la luz de los vientos actuales es simplemente una idiotez ridícula. Más vale reirse de ello que tomárselo en serio, no puedes argumentar con idiotas, te pones a su nivel y te ganan por experiencia

    • Sí y no. Los criterios que determinan lo que es o no es «buen arte» también son convenciones sociales históricamente construidas que no son independientes del contexto sociocultural. Por ejemplo, nos parece que un personaje femenino que de repente es súper poderoso porque sí está «mal construido», pero si lo mismo ocurre con el clásico protagonista masculino no nos extraña porque es algo tan ubicuo que ya es casi un tropo o un arquetipo. Es sólo un ejemplo, entiendo lo que dices y yo también lo señaló en el artículo. Pero es importante ser conscientes de que no existe tal cosa como una valoración puramente objetiva de la calidad de una obra, al margen del contexto sociocultural en el que se produce y se consume dicha obra.

  10. A favor del movimiento woke: sus objetivos iniciales eran justos porque se preocupa de las víctimas, de su terrible experiencia, reivindica su derecho a ser reconocidas, a no ser olvidadas, a ser indemnizadas.
    Pero…
    El pensamiento woke se sostiene en una pésima filosofía: piensa que la discriminación racial no es un fallo puntual de un buen sistema, sino que el sistema entero es perverso, está penetrado de racismo y por lo tanto es irrecuperable. La cultura occidental es blanca y ese pecado de origen corrompe todo su contenido.
    Yo pienso que el universalismo de los derechos es la única defensa eficaz de las diferencias. Tenemos que volver a los valores de la Ilustración.

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