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Roma para adultos (y 2)

Roma para adultos 2

Viene de «Roma para adultos (1)»

GRA (Grande Raccordo Annulare) es el anillo de Saturno que rodea Roma. Un trazado circular cerrado y continuo, sin peaje. Con tres carriles y casi setenta kilómetros, recuerda en cierta manera a la M30 de Madrid. Según el ANAS, la empresa nacional que la gestiona, se trata de una de las carreteras con más volumen de tráfico al año. Fuentes oficiales dicen que entre doscientos o trescientos mil vehículos de media pasan cada día por allí. Es conveniente no olvidar esto para comprender mejor las aristas de Roma, calificada, etiquetada por muchos como una jungla misteriosa por su desorden y caos, su violencia, las toneladas de basura sin recoger, una burocracia maquiavélica y un tráfico suicida, eterno y cavernícola. La ciudad es sagrada porque no se puede poseer.

Bien, según el ISTAT (Instituto italiano de estadística) Roma tiene una población que no alcanza los tres millones de personas: 2 778 662 son los últimos datos publicados. Aunque parece imposible calibrar exactamente la cantidad de vehículos que circulan por Saturno ni cuántos coches de media hay en cada familia, la empresa ACI (automóvil club de Italia) presentó un informe hace un lustro sobre la relación hombre-coche en la urbe capitolina: 1.05 por habitante, un 7 % de la totalidad del país. En esto tuvo mucho que ver la FIAT, que infló de publicidad las casas italianas incitándolas —con el boom económico— a comprar un vehículo. En Roma, además, se antojaba más necesario que en ninguna otra parte, porque la nomenclatura con la que se revistió el transporte público fue la de un medio destinado a los ancianos y estudiantes. Había que invertir en él, pero lo justo. A partir de ahí se comprende por qué el ciudadano no coge el metro, aunque no te sepa dar una respuesta profunda y bien argumentada: «Porque no funciona bien y es caótico. Además, casi todos los viernes hay huelga de conductores, y estos en algunas ocasiones se paran a beber en las fuentes de la Via Appia si tiene sed», apuntan los más atrevidos y osados, probablemente sin haberse enfrentado nunca a la susodicha jungla.

Comencemos por el principio: circulando por el GRA es posible salir por Tor Cervara para practicar pesca deportiva de carpas y lucios en piscinas excavadas en toba, piedra volcánica. También coger la salida hacia Guidonia (donde se celebrará la próxima Ryder Cup de golf) y ver esa tierra de fuego donde algunas organizaciones criminales queman residuos tóxicos en connivencia con empresas privadas. Recorriéndola toda, se llega hasta el mercado general de pescado, donde por diez euros puedes comprar medio kilo de jureles y algo de bacalao, con perejil de regalo. También por allí hay molinos de aceite y se vende mantequilla artesanal. Hay lavaderos en uso, similares a los de Casa Calda (zona Casilina-Tor Tre Teste), aunque estos son rehusados para plantar cardillos y albahaca. No es extraño encontrar apicultores, gente quitando hongos a las chumberas, robando higos o incluso cobre del cableado… Y cursos para aprender a escribir en mármol.

El origen

Ante un crisol de inconexiones siempre es bueno retomar la brújula. La primera línea de metro romana se abrió en 1955 para cubrir el trayecto Termini-Eur Fermi, esa utopía racionalista —inspirada en los cuadros de Giorgio de Chirico— que inventó Benito Mussolini, quien repudiaba el pasado y amaba a Marinetti

El trazado está dirección Ostia, el ansiado mar que no termina de descubrir, de explorar como se merece. Es importante reseñar que Il Duce fue el último que cambió topográficamente la ciudad. Y es que, si con el Imperio se creó el área pagana y el cristianismo anidó los barrios más allá de las murallas aurelianas, para el dictador el único espacio restante eran los suburbios, donde mandó a la gente que vivía cerca del Vaticano (Spina di Borgo) y el Coliseo (Via Alessandrina). 

Le borgate (banlieue en francés) conforman ese extrarradio criminal y salvaje, con olor a café, hierbabuena y jazmín. Donde crecen espontáneamente rúcula, setas y espárragos. Donde el sueño Le Corbusier y la Bauhaus se toparon con el verbo hecho carne: suele haber corrales con gallinas y tíos encapuchados, como Capitano Ultimo, el guardia civil con escolta que detuvo a Toto Riina, el cruel mafioso que orquestó los atentados de los jueces Falcone y Borsellino. Pero esto no es una historia de buenos y malos. De hecho, el escritor Leonardo Sciascia se dirigió una vez a Paolo diciendo: «usted se está convirtiendo en un profesional de la antimafia». Juzguen ustedes la ironía y el sarcasmo. Es profunda, pero necesaria para entender la compleja realidad italiana, y por ende romana. Todo es relativo y tendente a la banalidad. Los monjes budistas de Rieti (a pocos pasos de Roma), por ejemplo, dicen que no hay diferencia entre matar a un insecto u otro ser vivo. 

Roma para adultos 2

Fellini y Calvino

Hay un monólogo de La Dolce Vita que ayuda a comprender la identidad de Roma. El de Steiner, un apasionado de Bach: «Es la paz lo que más temo porque esconde el infierno», pronunció antes de cargarse a sus hijos y suicidarse. Crónicas de la época coinciden que para el personaje, el guionista Ennio Flaiano se inspiró en el atormentado Leopardi. Porque sí, la frustración de Steiner crecía ante la imposibilidad de encontrar la verdad, la justicia… Todo en medio de una ciudad decadente en medio de un país y una sociedad indómita y mundana que había abandonado el campo por la avidez del dinero. 

Roma ha vuelto a sus orígenes nuevamente, y es perfecta para esos genios vanguardistas que andan rebuscando en la basura obras de arte o fotografiando juncos, zarzas y malas hierbas de cualquier acera, desde el Quarticciolo hasta Monte Antenne, pasando por La Mistica, Cinecittà, Aurelia Vecchia, Casal Bruciato, Via del Portonaccio, Casetta Mattei, el Trullo o las estaciones abandonadas del trenino Laziali (ciento diez años de vida), que hace la Casilina hasta rebasar la tumba de Elena, la madre del emperador Constantino. No lejos de un viejo campamento gitano convertido hoy en un campo de tulipanes traídos de Holanda. 

Sí, lo cierto es que la ciudad —en su agresiva cotidianidad— duele. Quizás por eso Italo Calvino no se atrevió con ella directamente. Prefirió escribir Las ciudades invisibles, donde hay un memorable diálogo entre el Gran Kan (rey de los tártaros) y Marco Polo:

—Todo es inútil si el último arribo es la ciudad infernal —exclamó el Gran Kan.

—El infierno de los vivos no es algo que será. Si existe ya está aquí, donde vivimos todos los días juntos. Hay dos modos para no sufrirlo: aceptar el infierno hasta el punto de no verlo más o saber reconocer qué no es infierno dentro de él… Y darle más espacio —explicó el mercante veneciano. 

Pasolini, quien sabía que Roma no explicaba su pasado sino que simplemente lo contenía, hizo un epílogo de este libro con ciudades inventadas, algunas incluso llenas de basura. «Es la obra de un niño, porque solo un niño tiene este humor tan puro y cristalino, siempre dispuesto a crear cosas bellas, alegres y resistentes. Solo un chico tiene la paciencia del artesano. Por otra parte, cuando Calvino habla de la ciudad Isidora, ahí veo la prosa de un viejo que ha visto pasar la vida. Un anciano cuyos deseos son ya recuerdos».

El monte de Cervantes

Roma exuda tanto magnetismo, tanta simbiosis con el pecado y lo prohibido que hasta tiene un monte construido con basura, muy atractivo para el turista. Sí, así como la pajata es el intestino con mierda de ovillo (se come con la pasta), el Monte Testaccio es el resultado de cincuenta y tres mil ánforas en terracota hechas pedazos y depuestas allí desde Augusto hasta el siglo III. Con una altura de cuarenta metros y una superficie total de veintidós mil metros cuadrados, es el lugar donde se trituraban y lanzaban estos recipientes que transportaban aceite llegados directamente de España al puerto de Ostia, y desde ahí transportados a la ciudad a través del Tíber. 

Lo que en su día fue un vertedero en la orilla ante la imposibilidad de lavar o reutilizar las vasijas (con un olor nauseabundo una vez el aceite se descargaba), hoy es un área arqueológica. Nada recuerda ya al estercolero imperial, tampoco a los carnavales de la Edad Media: se usaba para la tauromaquia o la famosa ruzzica de li porci, lanzar cerdos desde la colina para que, ya a ras de tierra, el pueblo les diera caza. 

Esto escribió Miguel de Cervantes en El licenciado Vidriera sobre el monte y las tribulaciones sucedidas en él: «¿Qué me queréis, muchachos, porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo, por ventura, el monte Testaccio de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y tejas?».

Quién sabe si el testigo de esa tradición la cogió Manlio Cerroni (noventa y seis años). Exempresario y abogado italiano, fue durante lustros el gestor principal de la descarga de Malagrotta, que pide la vez para ver nuevamente la luz. Conocido como el octavo rey de Roma y Malagrotta la octava colina, fue acusado en muchas ocasiones de tráfico ilegal de residuos, estafa, contaminación del ambiente o asociación para delinquir. Hace años dio una entrevista en la revista Il Venerdi (laRepubblica), donde habló, principalmente, del amor. «Me reconocieron muchas veces que conmigo la Camorra no metió mano en la basura. Además, con la bonifica ni rastro de gaviotas. Si acaso un par de cornejas había… Pero escucha esto, ministros o directores de periódicos me llamaron suplicándome que buscara cartas de amor de sus amantes o regalos que habían terminado allí por error», explicó poéticamente. Lo cierto es que su controvertido reinado duró setenta años. Le llamaban Er Monezza (el basura), y era tan importante como Totti o el papa. 

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La luz que marca el camino

Se está haciendo de noche cuando termino de escribir este artículo, y sigo sin saber cómo se integran las tinieblas a la luz. De Chirico decía que se alberga más misterio en una sombra que en cualquier religión. Roma está llena de sombras que esconden la luz más potente. Es generosa porque se muestra siempre impúdica. No describe su pasado ni su presente. Lo contiene y basta. No se deja sorprender ni usurpar por nadie, ni siquiera por el famoso marciano que se inventó Flaiano, que a las pocas semanas ya había dejado de ser noticia para el indolente romano. Lógicamente se tuvo que marchar por donde vino, frustrado como estaba, con ese sentimiento de incomprensión lacerante, con el rostro pusilánime y acongojado. 

Roma engulle porque no pide ser querida sino aceptada. Es frágil, insegura, mágica y violenta. Cuando los romanos eran dos, uno mató al otro y dijo: «aquí pondré la primera piedra. Será la ciudad donde tendrán cabida los que se han equivocado y sufrido», aunque no se sabe muy bien si fue Rómulo, su hermano o todo fue una leyenda inventada. Ya con el Imperio, fue Augusto, según la tradición, quien pidió a Virgilio que escribiera un poema para celebrar la gens Iulia a la que pertenecía. El poeta aceptó, pero en lugar de cantar la gesta del emperador y la Roma de entonces se refugió en el mito narrando un pasado lejano donde un héroe —Eneas— salió en busca de una nueva patria obedeciendo a los dioses: marchó de Troya a la región Lacio para poner las bases de Roma, que tres siglos después fundaría Rómulo. O no.

Eneas no tiene nada de homérico: conoció el dolor y el tormento, el sufrimiento, la renuncia, y se asentó en un terreno en las antípodas de la majestuosidad, el poder y la imponencia. La Eneida dibuja una Roma campestre, agraria, pastoral. Hablamos del siglo XI a. C. El costumbrismo era simple y puro, como el de las ovejas de la Caffarella.

La novela Ragazzi di vita (Pasolini) habla de la apología de vivir sin necesidad de desarrollar la conciencia, vista ésta como un atraso. Ahí habría delincuentes que arriesgan su vida por salvar a un perro. También individuos que se van a un parque a comer un sándwich mixto vegetal, y al darse cuenta que se les olvidó la lechuga descubren que ésta ha crecido desmesuradamente debajo del propio banco. Que hiede a orina y hay un preservativo cerca con semen aun fresco, pero que está ahí.

No es casualidad que en 2013 el director Gianfranco Rosi ganara el León de Oro por su documental Sacro GRA o que la burocracia sea tan farragosa. «Acabamos de unirnos como país. Tenemos algo más de un siglo de vida, y encima Roma llegó después. Perdón por el retraso». 

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